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Y a pesar de ello, mantienen incólume su apoyo al gobierno. ¿Es que acaso en los niveles intermedios del Estado sí les están dando trabajo a los militantes de esta agrupación? ¿Es que acaso están a la espera de que Castillo se libere de Cerrón y les vuelva a proporcionar algún cargo público de importancia? ¿Van a seguir el camino de Anahí Durand, quien prefirió el sueldo antes que la dignidad?

De hecho, este sector político, va a quedar achicharrado luego del mandato de Castillo. Verónika Mendoza y sus huestes no volverán a tener protagonismo electoral por un buen tiempo, si insisten en este blindaje al régimen, pero podrían salvar la cara y mejorar sus perspectivas, si, inteligentemente y con madurez política, toman plena consciencia de que el de Castillo no es un gobierno de izquierda en los hechos, sino una cleptocracia incompetente que ha llegado a medrar del Estado sin importar la coloratura ideológica del funcionario nombrado.

Si hacen ello, y, en esa medida, deciden en algún momento quitarle su apoyo y sumarse, por ejemplo, a quienes, desde el Congreso buscan la vacancia presidencial o, los más sensatos, la reforma constitucional que permita el recorte de su mandato, podrán salvar, en alguna medida, su vigencia política.

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Cambio Democrático-Juntos por el Perú, Gobierno, Pedro Castillo, política peruana

Si hubiera una baraja de un candidato potente de derecha y uno o dos de centro, lo más probable es que la segunda vuelta, como correspondería a un país que, según todas las encuestas, es mayoritariamente centroderechista, se defina entre ellos, asegurando así que la incertidumbre amaine y que la comunidad inversora y el país de a pie vean con cierta esperanza de que podemos volver a llevar al Perú al redil de la sensatez.

Que la izquierda vuelva a hacerse del poder sería una tragedia nacional. Perderíamos el país, en materia de lo avanzado en reformas económicas y afianzamiento de la democracia. Nos descarrilaríamos al son de los vientos políticos que lamentablemente soplan en la región.

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Oposición, política peruana

Que no se cante victoria, sin embargo, respecto de que si algo así ocurriese, el Perú estaría presto a encontrar la vuelta a la normalidad y la salida de la crisis tremenda en la que nos ha embarcado Castillo. La desagregación terrible del centro y la derecha y la manutención de las condiciones sociales para que aparezca un disruptivo antiestablishment, no nos aseguran que si hay nuevas elecciones no vuelva a aparecer otro Castillo o alguien aún más desestabilizador.

Hay mucho trabajo político por hacer para lograr que una eventual salida de Castillo de Palacio (noticia positiva desde donde se le mire) no derive en algo peor. Como están dadas las correlaciones en el centro y la derecha, si se prolonga ese estado de cosas hasta el día que haya elecciones generales, le habrán servido en bandeja de plata el triunfo a un nuevo antisistema que quizás podría ser peor que el actual. Falta mucho pan por rebanar como para celebrar tan anticipadamente.

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Es imperativo que el 2026 el Perú retome la senda del desarrollo democrático liberal y que, con el aprendizaje de la fallida transición democrática, esta vez se plasmen reformas de mercado, en la salud y la educación públicas, en la seguridad ciudadana y en el formato político electoral. Si eso ocurre y el 2031, cinco años después, se reedita un triunfo de una opción similar, habremos volteado la página de la incertidumbre política y electoral por un buen tiempo y podremos aspirar a que en un plazo relativamente corto, el país se encamine al desarrollo mediano y a la consolidación de la democracia y del libre mercado.

Pero todo eso se juega el 2026 y es imperativo que los principales líderes del centro y la derecha piensen en sus altas responsabilidades y no en sus menudos intereses políticos. El país se está jugando mucho y las circunstancias exigen comportamientos excepcionales.

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Lo dijo Pedro Francke en su momento: se pueden hacer políticas públicas de izquierda sin necesidad de cambiar la Constitución. Pero no, Cerrón y su títere Castillo buscan, en ese talante, una excusa para su soberana mediocridad gubernativa, que está llevando al país al descalabro absoluto.

La salud y educación públicas van de mal en peor, la inseguridad ciudadana ya torna invivibles grandes porciones del territorio nacional, la crisis económica golpea a los más pobres sin que el gobierno sepa qué hacer para remediarlo. Y eso no es culpa de la Constitución del 93. Es obra y gracia de un régimen que, en los hechos, es un adefesio completo.

El Perú se equivocó sonoramente al elegir a un sujeto como Pedro Castillo y a su sombra manipuladora Vladimir Cerrón. Lo están demostrado los hechos palmariamente.

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Pedro Castillo, política peruana, Vladimir Cerrón

El colapso del Estado, la degradación de la educación y salud públicas, el crecimiento desbordado de la delincuencia, ya están deteriorando la calidad de vida de los peruanos. Si a ello le sumamos la crisis económica, se entenderá que lo más probable es que el 2026 la ciudadanía acuda a votar aún más irritada que el 2021, en medio de la pandemia.

Con ese estado de ánimo buscará opciones fuertes, radicales, que hablen claro y sin tapujos. El centro y la derecha deben prepararse para una estrategia de campaña bajo ese formato si no quieren volver a ser derrotados por un radical de izquierdas, que, de ocurrir, conduciría al país, probablemente, a una hondura irreversible por un buen tiempo.

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Hay que tomar en cuenta también (aparte de los errores propios de los partidos) que cierta prensa y ciertos opinólogos (por no decir, la mayoría de ellos) optan por un elemento contraproducente para el fortalecimiento del joven régimen democrático: el impulso del “anti”. Eso podemos apreciar en medios escritos como televisivos. Este infantilismo político lo único a lo que lleva –como lo estamos apreciando en estas cinco elecciones nacionales- es al canibalismo político y a la destrucción de la figura política. La imputación, la judicialización y el desprestigio personal en reemplazo de las propuestas políticas-programáticas. 

Todo lo mencionado conlleva a que el ciudadano desconfíe de la clase política, porque sienten que no los representan. ¿Qué hacer frente a este escenario crítico permanente? La respuesta es complicada, por los múltiples factores que involucran al problema, pero se puede avanzar en señalar que los viejos partidos como los nuevos tengan incentivos como castigos con respecto al trabajo de docencia política más allá de las elecciones. Este punto –entre otros- podría ayudar a mejorar en algo la confianza pública sobre los partidos.

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Si la derecha lograse, con suerte, ganar una elección, y no es capaz de hacer eso y reedita lo que ha hecho en los últimos 30 años, va a fracasar estrepitosamente (la conflictividad social va a ser enorme y probablemente se lleve de encuentro al régimen instalado), y entonces le dejará, ya por un buen tiempo, la puerta abierta a opciones socialistas, estatistas, colectivistas, radicales, que habrán logrado su triunfo soñado por obra y gracia de una derecha poco ilustrada, ineficaz en la cimentación de ciudadanía.

No se ve en el horizonte que se esté siquiera pensando con sentido de urgencia en una opción de ese perfil. Están los mismos candidatos de siempre, las mismas canseras ideológicas, y, por ende, las mismas perspectivas gubernativas que ya hemos visto en los últimos lustros. Si al Perú lo conquista la izquierda, va a ser culpa directa y casi exclusiva, de un centro y una derecha políticamente incompetentes.

 

 

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