clases presenciales

Los meses finales de 2021 han estado llenos de inestabilidad e incluso de temblores políticos en el Perú. Sin embargo, hemos llegado al Verano y los expertos han observado que, con muy raras excepciones, entre las vacaciones del Congreso, el disfrute de la playa de algunos y el padecimiento de lluvias y huaicos de otros, regularmente este es un tiempo en el que no pasa mucho en la esfera pública. Según estas observaciones, en años normales la acción política recién comenzaría nuevamente post Semana Santa, para cobrar volumen y beligerancia en los siguientes meses, típicamente Mayo y Junio, y luego producirse cambios fuertes en Julio, con salidas y entradas de ministros e incluso gabinetes completos. Esto sería parte del año político estándar en el Perú, aunque ya hay señales -por ejemplo, la alta rotación de carteras y despachos- de que 2022 será un año muy particular.

Este año Marzo nos traerá un elemento que podría ejercer mucha influencia en el clima político, dependiendo de cómo se desarrolle: el regreso a clases presenciales por parte de los escolares en todo el país. Todos sabemos, especialmente los padres y madres de familia, que este regreso es impostergable y urgente, pero también es evidente que será doblemente problemático 1) por la necesidad de resguardos que habrá que tomar si arreciara la extensión o gravedad del COVID que nos ha asolado, y 2) por haber salido a flote, por la pandemia, todas las carencias con las que ya veníamos trabajando en nuestro sistema educativo.

Fallas serias en rubros como mejorar la infraestructura para cumplir con los protocolos establecidos, en los procesos de contrato de docentes, en el funcionamiento de las alternativas informáticas a la actividad presencial, en la capacitación de los maestros, o, peor que todo eso, un brote mayor de contagio en escolares, pueden generar descontento y malestar en alumnos, padres, maestros, la opinión pública y por supuesto nuestros políticos, y esto a su vez ahondar en la inestabilidad presente.

Y queda muy poco para Marzo y muchas cosas urgentes que hacer para darle condiciones mínimas al funcionamiento de nuestras escuelas: cumplir con la vacunación de maestros y alumnos, establecer un sistema intra-escuela de alerta constante frente al surgimiento de cualquier foco de COVID, resolver problemas tan inverosímiles como la falta de agua potable en muchísimos centros educativos, etc. El Ministerio y sus instancias, lo mismo que los Gobiernos Regionales, estarán bajo reflectores, y seguramente subirán o bajarán sus bonos según su desempeño en este rubro.

En medio de estas urgencias creo que el paréntesis obligado de la pandemia nos está dando la oportunidad de volver a pensar qué es lo fundamental que aporta la institución escolar a sus estudiantes. Durante muchos años la escuela esencialmente ha servido para dos cosas, como espacio de cuidado de menores en horas de trabajo de los padres, y también como institución de certificación de aprendizajes (un paquete heterogéneo, integrado entre otras cosas por fracciones y quebrados, tropos literarios del siglo de oro, algunas ideas -no siempre acertadas- sobre la evolución de las especies o sobre la física de los nuevos materiales, etc. La lista es inacabable).

Muchas personas se han dado cuenta en estos meses que antes que eso, que sin duda es importante, hay un rol socializador en la escuela, que no se opone, sino que completa la formación en el hogar, que permite a los niños aprender a convivir con sus pares y con otros adultos. Al jugar y compartir espacios se aprende casi sin sentirlo a respetar reglas, planificar actividades, hacerse oír, a ganar y también a perder. En ese sentido educarse es más que recibir un conjunto de cursos de diversa utilidad, es convertirse en persona.

En esta columna intentaremos escribir sobre ese proceso que es complejo, sobre sus problemas y algunas alternativas para solucionarlos, sin olvidar el día presente, pero considerando también apuestas de largo plazo.

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