En segundo término, hay autores que desconozco por completo o no he leído. Eso, naturalmente, no me convierte en miembro de una cofradía que quiere beneficiar a alguien ni en parte de una novela nostra que se parece mucho más a una fantasía conspirativa que a una realidad patente. Es cierto que entre las muchas novelas que se mencionan pocas o ninguna vienen del interior del país, aunque esto es relativo: si vemos el origen de los autores, muchos no son limeños; si nos guiamos por los datos editoriales, claro, la mayoría son libros impresos en Lima. Me queda en claro que se deben mejorar, en todo caso, los mecanismos de distribución y circulación de textos. Y también procurar que los espacios de crítica, mayormente digitales hoy, se ocupen de ellos en la medida de lo posible.
Que si la encuesta fue cerrada, que miren la lista de los invitados a responder, que si la metodología es la correcta, etc. Todo eso se puede discutir y no hay por qué escaldarse. Pero de ahí a lanzar acusaciones de favorecimiento hay un salto un poco temerario. Que nueve de los diez libros que encabezan la lista sean de una misma casa editorial es una circunstancia fuera de mi control: recuerdo haber leído País de Jauja en la edición de La Voz; conservo aún mi vieja edición de Crónica de San Gabriel en Tawantinsuyu; Redoble por Rancas de Scorza en Monte Ávila; Ximena de dos caminos en Peisa, en fin. No se me hubiera ocurrido votar pensando en quién es el editor o el sello. Solo en cada novela y en su importancia, según yo, mis lentes de paciente astigmático y mi almohada. Nada más por ahora, lectores.