La decisión del expresidente Vizcarra de acudir a las listas de Somos Perú para candidatear al Congreso pinta de cuerpo entero a alguien que gracias a un extraordinario marketing político les hizo creer a muchos que era la encarnación de un líder republicano que iba a retomar las banderas fallidas de la transición y que para lograrlo era capaz de enfrentarse a las mafias políticas que lo acechaban desde el Congreso.

Lo cierto es que conforme transcurrían los meses se iba viendo el fustán creciente de un líder taimado, traicionero y de poca monta. Que, además, tiene en su haber serísimas denuncias de corrupción que a la postre le han costado la propia Presidencia que ejercía. Y que probablemente a futuro -de no mediar la inmunidad congresal- lo podrían llevar a la cárcel.

Carece de toda perspectiva política o ideológica esta postulación. El cuento de que Vizcarra lo hace porque está interesado en retomar sus ideas reformistas de la institucionalidad política es una quimera que pocos pueden creerle. Vizcarra busca la inmunidad relativa que le otorgaría ser congresista por cinco años, que si bien no le alcanza para no ser investigado por hechos precedentes a su elección congresal sí le permiten gollerías que le aseguran un mejor pasar.

Si Vizcarra hubiese tenido solera y dignidad, pues se soplaba a pie firme la investigación fiscal y al cabo de los años, si salía bien librado, tentaba suerte el 2026, cargado del inmenso activo de la altísima popularidad que ha obtenido, sumada a la limpieza moral que las pesquisas judiciales le fueran a otorgar.

Al final, Vizcarra postula por un partido que votó a favor de su vacancia, con autoridades seriamente comprometidas en corrupción (acaban de detener al segundo vicepresidente de la agrupación, en calidad de gobernador de Ancash), y el exmandatario se tiene que tragar todos esos sapos vergonzosamente.

Mal final para un aventurero político al que le tocó en suerte ocupar la Presidencia y que debido a la crisis alcanzó tan altos niveles de aprobación ciudadana que parecen haberle hecho creer que goza de una investidura francamente discordante con alguien que hace gala de enorme medianía.

Tags:

Martín Vizcarra

Debate, episodio 14

Todos los días, de lunes a viernes, Alexandra Ames, David Rivera y Paolo Benza discuten los temas más importantes del día por Debate. ¿Fueron buenas las respuestas de Sagasti? ¿Por qué Lizárraga ha perdido por tanto margen con Guzmán? Y el Congreso aprobó el presupuesto del 2021. Eso y mas en Debate 14

Tags:

Carolina Lizárraga, Francisco Sagasti, Julio Guzmán

 

Acabo de terminar de leer un artículo de El País que habla sobre los movimientos juveniles en Colombia, Chile y el Perú, y cómo esta podría ser una nueva generación de jóvenes latinos que empiezan a salir a protestar y logran cosas concretas. ¿Si la ‘primavera árabe’ fue con Facebook, esta podría ser una ‘primavera latinoamericana’, con TikTok?

Sí creo que los movimientos juveniles, si se les puede llamar así, han sido inspirados por el movimiento de otras partes de la región. Soy un poco cauta en estas predicciones politológicas, porque el curso que tienen estos fenómenos tiene vida propia. Pero sí creo que ha excedido las expectativas de muchas personas, analistas, políticos. De las cosas que más me sorprendieron no fue que haya gente en el Centro, sino que haya gente en El Golf, en La Molina marchando. Lugares que no vas a ver que estén comprometidos en lo absoluto.

¡Multitudinaria marcha en Miraflores, dices!

Increíble, increíble. Quizás sería muy pronto decirle una primavera, pero algo está floreciendo.

 

En Perú tenemos esta idea inconsciente de que marchar es ser ‘demasiado politizado’. ¿A esta generación de jóvenes eso también le llega?

Recuerda que el ‘terruqueo’ sigue vigente. Esta asociación de ejercer tu derecho ciudadano de marchar pacíficamente y ser de extrema izquierda, lindando con grupo terrorista, es lamentable. No puede ser que hayan pasado décadas de la época del terrorismo y sigamos terruqueando a la gente. Es increíble que haya un manejo de protesta social tan criminalizado en el Perú.

¿Cuál es la salida al ‘terruqueo’? ¿Cómo se consigue que una sociedad sane esa herida y deje de ‘terruquear’ de esa manera?

Educación e información. Tenemos que entender que hay diferencias políticas, que hubo un conflicto social armado, que hay tendencias. Solo con información, información. No puede ser que se siga tergiversando lo que ocurrió hace décadas. Ahora ya nadie se va a dejar terruquear como antes, ahora la gente tiene más herramientas para defenderse. Ya la gente está un poco harta. Mi generación se bancó ese terruqueo, marchas con poco de gente, ahí nomás. Ahora la gente salió con todo, gente de todas las edades, gente que normalmente no sale.

¿Detrás de la desmedida violencia con la que se han reprimido las marchas puede estar también el aval de un discurso como ese? ¿Que la Policía se sentía avalada porque sabía que Ántero y la coalición vacadora tienen el discurso de que los que marchan son ‘terrucos’ y hay que dispararles?

La criminalización de la protesta social en Perú ahora nos está indignando porque la vemos en la capital, en el Centro de Lima, en primera plana. Pero esto ocurre desde hace años en distintas regiones del país. En conflictos sociales que tienen que ver con la minería, con tierras, y no pasa nada. Ya habíamos normalizado que haya muertos y heridos en protestas pacíficas. No puede ser que se lancen perdigones de plomo a personas que marchan, y que no haya ningún tipo de sanción. Han pasado ya cuántos días y no sabemos quiénes son los responsables.

¿Eso que dices es un discurso de izquierda, como aseguran los ‘terruqueadores’? 

Defender cualquier tipo de reclamo social ahora se ha asociado con la izquierda, cuando es un ejercicio saludable de la democracia. En Berlín, la semana pasada hubo una marcha multitudinaria de la gente que decía que el Covid-19 era un invento. Sacaron un ‘Pinochito’ y les tiraba agua, pero de una manera absolutamente disuasiva, no amenazante, no hubo perdigones, ni nadie les dijo ‘terrucos antisistema’. Tienen el derecho de quejarse, aunque suponga una movilización de recursos públicos de policías, el ‘Pinochito’, etc.

¿Crees que el de Francisco Sagasti podrá ser un gobierno de reconciliación? 

Si no lo es ya, debería. Es un gobierno de algunos meses que no va a lograr grandes reformas, pero lo que sí debería hacer es reconocer la terrible actuación de las fuerzas políticas, de la Policía, del manejo de la crisis. Fue lo que hizo. El haber invitado a los deudos a su juramentación, haber propuesto la reforma de la Policía, es un paso positivo.

Pero ahí tiene un problema. Se reconcilia con quienes lo pusieron en el gobierno, la calle, los jóvenes, pero ahora está chocando con sectores cercanos a la Policía. Empezar su gobierno con ese choque para mí es válido, ¿pero es el camino más práctico?

Hay que recordar que, luego del conflicto social armado, nosotros hemos intentado descubrir la verdad. La Comisión de la Verdad lo intentó. Pero nunca terminamos de hacer la parte de la Reconciliación. Nos ha tomado años, décadas. Sí considero que va a ser muy difícil que [Sagasti] logre la reconciliación en un par de meses, pero sí es una tarea pendiente que tenemos dada nuestra historia. La reconciliación es un trabajo difícil, que implica varias partes. Yo empezaría con diálogo.

En ese diálogo, ¿crees que Sagasti debe dialogar con las bancadas que piden una nueva Constitución, luego de decir que en su gobierno eso no se va a concretar?

El pedido de una nueva Constitución es algo bastante difundido entre los que marcharon. Habría que pensar bien qué [cambiar]. Hay varios artículos de la Constitución que no funcionan, uno de ellos el que habla de incapacidad moral. Funciona como cajón de sastre: en los últimos cuatro años ha sido usada cuatro veces. Claramente es un artículo que debería modificarse. Hay otros que distintos grupos de la sociedad piden cambiar: el rol de la Iglesia en el país, el capítulo económico. Más allá de eso, es válido que se comience a hablar de que el espíritu que despertó esta Constitución, hace más de 20 años, sea reconsiderado y se mire a la luz de los nuevos tiempos. Recordemos en qué condiciones se dio esta Constitución.

¿Se puede querer cambiar a una nueva Constitución y no ser de izquierda? Sin entrar en ‘terruqueo’, ¿ese es un discurso que es patrimonio de la izquierda?

Sí se puede. A la derecha le asusta mucho el cambio de Constitución por el famoso capítulo económico, que se ha convertido en la médula ósea, pero podemos conseguir cambios significativos sin cambiarlo todo. Ver una reforma parcial o hablar de una nueva Constitución puede ser posible sacando el tema económico. No necesitas ser de izquierda para ver que hay artículos que no funcionan. Por ejemplo, el que te habla de los impedimentos para postular.

 

¿No te preocupa quiénes escribirían esa nueva Constitución? Serían personas cuyas fortunas han nacido al cobijo de la Constitución del 93. Si son hijos de esta Constitución, ¿van a redactar una mejor?

Una Constituyente siempre es un reto. ¿Quiénes van a redactar nuestra Constitución? Es un problema. Hay países como Irlanda que redactan su Constitución haciendo una lotería, básicamente. Todos los ciudadanos tuvieron la chance de ser elegidos. Era una forma estadística de representar a toda la sociedad. Pero a mí sí me preocupa quiénes van a estar en esa Constituyente. Mira los congresos que hemos tenido en los últimos cuatro años. Hemos tenido cuatro pedidos de vacancia, las peores relaciones entre el Ejecutivo y el Legislativo. Por eso, ¿Constitución ya? Ya, ¿pero quiénes?

¿Cuáles son el mejor y el peor escenario para el país de aquí a julio del 2021?

Para empezar, que no haya una segunda ola. Eso sería fulminante. ¿Vamos a llegar a las elecciones del 2021? Primero, contando que no haya una segunda ola. Una votación presencial a nivel nacional de 23 millones de personas es un reto con una segunda ola. Eso, por el lado logístico. Por el otro, me gustaría que haya un mea culpa del Congreso, que ya hemos visto que no hay, y un compromiso de llevar las cosas de la forma más ética posible al Bicentenario. Lo peor, es que se vuelva a repetir esto.

¿Existe la posibilidad de que saquen a Sagasti?

Espero que no, porque creo que el país no aguantaría otra. Si ocurre, la gente volvería a salir. Y saldría con todo. Esta vez, más allá de la defensa de una persona, ha sido una erosión al orden democrático. Se han puesto a hablar de si fue golpe, o no fue golpe, ¡pero es una erosión al orden democrático! De una manera poco usual, pero que claramente erosionó lo que teníamos entendido como democracia. No hemos llegado al Bicentenario en democracia, lo cual es una pena.

A la gente que marchó le empezaron a dejar de interesar los constitucionalistas que se turnan en programas de televisión. 

Los colegas constitucionalistas estaban ‘que si fue un golpe o no fue un golpe, que hay que esperar al TC y leer la Constitución’. Legislación supranacional: la Carta Democrática Interamericana dice que hay tres supuestos en los que se puede invocar. Esto claramente encaja en el tercer supuesto. El primero es los golpes de Estado clásicos. Estoy con mi tanque, entro al Palacio de Gobierno y los saco en pijama. Segundo, el autogolpe: Alberto Fujimori en el 92. Pero el tercero son las erosiones democráticas. Ese es el más complicado de analizar, porque no es tan simple. Es Evo tratando de manejar la legislación para reelegirse, o alguien usando mal la vacancia por incapacidad moral, o Trump diciendo ‘dejen de contar’. Es más sutil. Y cada vez es más difícil poner el dedo y decir “aquí hubo una interrupción del orden democrático”.

Entonces, ¿sí ves posible el escenario de una nueva vacancia?

No he visto un mea culpa de los operadores principales de esta crisis. Me preocupa mucho. No habido un “creo que no lo manejamos bien”. Leo a Merino en sus redes.

¿Acción Popular va a sobrevivir, como partido, a esta desgracia?

Sí, sí, sí. Va a sobrevivir, pasará la valla. Creo que han sido los mayores perdedores. No habían estado involucrados en el escándalo Lava Jato y, sin embargo, estuvieron a la cabeza de esta crisis. Pero sí van a pasar la valla.

Has mencionado Lava Jato, tema que has estudiado. ¿Cuánto de lo que ha pasado se debe a Lava Jato? Ojo, incluso si Vizcarra fue vacado por acusaciones del Club de la Construcción. 

Bastante. Más de lo que me hubiera gustado ver en Perú. Mi trabajo [tesis doctoral] es comparar Perú y Brasil. Tú me preguntabas hace un año y te decía “en Brasil se politizó mucho más, teníamos el caso de Lula que era una figura polarizante”. Y luego pasa esto. No es el caso Lava Jato per se, pero es el primo menor. Es, de nuevo, grandes constructoras incurriendo en ilícitos. La corrupción es un tema fácil de politizar porque todo el mundo está de acuerdo con que algo está mal. Y aquí el tema se utilizó como el viento: cuando me conviene es una lucha anticorrupción férrea y, cuando no, no. El caso de Vizcarra está en una etapa muy preliminar, hay aspirantes a colaboradores eficaces, aún no se sabe cómo va a ser la investigación, hay sospechas. Pudieron muy bien esperar a que acabe su mandato. Con el tema de la pandemia, todas las investigaciones se han dilatado. Aún no tenemos sentenciados, solo uno: César Álvarez. Que no solo cae por corrupción, sino por asesinato. El infame César Álvarez. Necesitamos más sentenciados.

¿En comparación con Brasil, qué tan lento vamos?

Es que en Brasil empezó mucho antes y fue descentralizado. Tienes fiscalías en Rio, en Curitiba, es más rápido. Hay más presupuesto y fuerza de trabajo. Los juzgados en Perú son un cerro de papeles. Hay un incendio y desaparece todo. En el capítulo de mi libro sobre Lava Jato decía que a pesar de todos estos problemas logísticos, de financiamiento, de fuerza de trabajo habíamos avanzado. Es un montón de chamba.

Entonces, ¿se deslegitima el trabajo de la fiscalía porque todavía casi no hay condenas o no?

Sí, pero no porque sea culpa del equipo especial. Tengo una información interesante: la cantidad que les termina dando el MEF es ínfima respecto a la que pide la Fiscal de la Nación. No es ni la mitad. En Perú siempre se logran cosas a pesar de que nadie sabe cómo. Yo en mi trabajo llamo a Perú como ‘el improbable campeón anticorrupción’. Nadie esperaba que el caso avance como avanzó. Hemos avanzado mucho a pesar de las dificultades. Y esta crisis política no ha ayudado. Tampoco la pandemia.

Hagamos enlace con las elecciones. ¿Ves que estas podrían ser unas elecciones signadas por Lava Jato, Club de la Construcción? 

Sí, sin dudas. Ya se convirtió en un clivaje. De hecho, que postule Ollanta Humala me parece bien curioso, y que tenga intención de voto.

¿Caballos ganadores? ¿Candidatos que veas más pintados hoy, aunque eso no tenga nada que ver con la foto final?

En Perú es bastante común que la elección se defina seis semanas antes. Ninguno que rankea primero ahorita es el que queda. Creo que [George] Forsyth se va a desinflar.

¿Porque no tiene nada que mostrar?

Creo que la gente se va a dar cuenta que, exactamente, no hay nada que mostrar. Un día dice que está a favor de las marchas, luego “saludo a Merino”. La gente está siendo más sensible a eso. Ya una gran parte del padrón electoral son jóvenes. Guzmán o Lizárraga deberían poder capitalizar la actuación de los miembros del Partido Morado en esta crisis. Han sido los más activos, los que han estado pendientes de la ciudadanía, los que han votado en bloque en contra. Deberían poder capitalizar eso.

¿Keiko Fujimori todavía puede ser presidenta del país?

Sí. Pero creo que a estas alturas, luego de haber quedado segunda tantas veces, ya no tiene tantas posibilidades. Su pico ya pasó. Cuando la pudo hacer, ya pasó. Fue el 2016. El tiempo de Keiko pasó, también vimos en qué desencadenó un Congreso dominado por Fuerza Popular. Creo que sí perdió mucho de su base.

¿Ollanta Humala tiene posibilidades o terminará como Alejandro Toledo, caminando frente a la cámara del debate?

Va a depender de quiénes sean los otros con más chances. Las planchas están complejas. No lo pondría en el nivel Toledo paseándose delante de las cámaras. No lo descartaría. Creo que no haría un papel tan malo, pese a todo lo del caso Lava Jato. Es un efecto pecera: tienes que elegir lo que hay en la pecera, no puedes salir de ahí.

Verónika Mendoza, en momento de madurez política, luego de endosar a PPK, ¿puede ser presidenta del Perú?

Sí. Creo que ella tiene capacidad de sumar votantes. Sobre todo, votantes jóvenes que pueden sentirse más atraídos a una agenda más de cambio, algo diferente. Pero, de nuevo: que las izquierdas corran separadas siempre va a afectar.

¿El reto de Mendoza es conectar con la parte de la izquierda con la que conectó el Frente Amplio?

Sí, pero de nuevo: efecto pecera. La izquierda va a tener que ser un poco más pragmática de lo que nos ha probado ser. La derecha es mucho más pragmática. Verónika Mendoza es una buena candidata, un buen producto para vender. Ella tiene que apelar a ese sector. Marco Arana sí creo que no tiene chances.

¿Hernando De Soto puede ser la carta de la derecha?

Jajaja. No, no, no. No pasa la valla. Hernando De Soto, sus spots publicitarios pensé que eran en joda. Todo es derecho de propiedad. La derecha necesita otro caballo, ese no es su caballo ganador.

Para terminar, un cajón de sastre: ¿cómo evalúas a Martín Vizcarra como cabeza de lista de Somos Perú?

Al tener una investigación preliminar hace un poco de ruido que quiera postular. Yo no puedo evitar el paralelo entre Vizcarra y la figura de Sergio Moro en Brasil. Personas que se erigieron como paladines anticorrupción y que luego se pasaron al lado oscuro. Me hace pensar en Sergio Moro. [Vizcarra] tiene capital político, sí tendría los votos para ser elegido. Que me parezca ideal, responsable, idóneo, atinado, no sé.

¿Cómo ha terminado Moro en Brasil?

Era la única persona que, si la ponían en las encuestas contra Bolsonaro, le ganaba. Ese es el capital político de Moro, y también de Vizcarra. ¿Cuándo Moro lo comienza a perder? Cuando se pasa ‘al lado oscuro’, acepta ser ministro de Bolsonaro, se pelea con él, lanzan un paquete de lucha anticorrupción y mano dura con la Policía. Siento que ya he visto esta película, y no acaba tan bien. Moro renuncia diciendo que no sabía cómo se iba a llevar el gobierno de Bolsonaro. Vizcarra hubiera podido mantenerse incólume, al margen. Todavía no sabemos si es culpable o no, pero hubiera sido mejor llevar la investigación como un ciudadano sin atadura de candidaturas.

Tags:

Hernando De Soto, Ollanta Humala, Verónika Mendoza

La fama que precede a los libros escritos por presidentes −o, acaso políticos en general− no es buena. Publicados como prueba de descargo de una carrera política, salen a librerías como indigestos mamotretos que encubren mezquinos arreglos de cuentas con aliados y rivales o como sibilinos intentos de racionalización de caprichos y pasiones políticas. En otros casos, salen a la luz como apresurados panfletos publicitarios de campaña o para adornar una carrera política en ciernes.

Las más de las veces, se trata de trabajos de encargo negociados en la penumbra y anonimato con algún escritor menesteroso de pluma ligera y mercenaria.

Por supuesto también están los escritores o intelectuales que practicaron la política un tiempo y que luego reflexionaron a través de la escritura sobre sus errores, aciertos y la experiencia de la vida pública. Faustino Sarmiento, André Malraux, Vaclav Havel y más cercano a nosotros, Vargas Llosa son algunos ejemplos dignos de mención.

Originalmente concebido como un proyecto editorial de 300 páginas que debió ser concluido en dos años, en cambio, Una tierra prometida es un logrado ejercicio de reflexión, memoria y escritura. De hecho, las casi 800 páginas del libro cubren sólo los primeros cuatro años del gobierno de Barack Obama, hasta el año 2012.

La intención inicial de su autor era de hacer partícipe a sus lectores de lo que “es realmente ser” presidente de la nación más poderosa del planeta. Transmitir por lo menos parcialmente ese sentimiento de frustración e impotencia de ocupar el cargo de presidente y al mismo tiempo depender de un aparato político descomunal que parece tener vida propia. También de mostrar los entresijos de la política partidaria y airear como se definen y negocian las políticas que impactaron no sólo a los Estados Unidos por casi una década, sino en buena medida a la mayor parte del mundo. En suma, describir las habitaciones más recónditas de la Casa Blanca, presentar a sus habitantes e invitados, darle una voz al personal de servicio, en su mayoría asiáticos, hispanos y afroamericanos, que la mantiene viva.

Publicado como un libro de memorias, es también la continuación de un ejercicio autobiográfico iniciado ya en sus dos primeros libros “Sueños de mi padre”, 1994, y “La audacia de la esperanza” (2002): libros que hábilmente combinan elementos autobiográficos y reflexión política para desarrollar un vivido análisis de cómo en esa Norteamérica multirracial, crisol de culturas diversas, pudo darse el fenómeno de elegir un presidente afroamericano.

Empero, la originalidad de Una tierra prometida reside precisamente en que evita convertirse en un mero ejercicio de contrapunto ideológico entre valores democráticos y republicanos, o caer en la tentación de una apología retórica de la cultura afroamericana. En vez de ello, la narración se ofrece al lector como una cautivadora aventura. Barack Husein es un protagonista real, de carne y hueso, abrumado por el descubrimiento de su realidad mestiza de blanco y negro, hijo de una madre de Kansas, y un estudiante becario de Kenia, se lanza en una búsqueda farragosa de su propia identidad ayudado por los libros de Foucault, la poesía de Ralph Ellison, Langston Hughes, Ralph Waldo Emerson y en los conflictos morales de Dostoyevski. No falta el humor en su educación intelectual, hay lecturas que sólo realiza para impresionar a alguna chica, o para fútilmente intentar una relación íntima con una pareja de lesbianas. La escritura no trata de ordenar o mostrar una línea recta entre ese joven imberbe y el expresidente maduro que recuerda. Más bien muestra una ruta sinuosa, plagada de acantilados intelectuales. Se trata de un viaje de reflexión, en el cual el lector acompaña al héroe de esa fusión de culturas distintas y encontradas que es la realidad política y social de los Estados Unidos de Norteamérica.

Hay, en esa historia, un héroe que actúa, decide, consulta, interpela y al mismo tiempo intenta mantener una vida familiar con dos hijas pequeñas. Pero también hay otro que, agazapado detrás del primero, reflexiona, rememora y recuerda constantemente. Ese otro personaje es quien retrotrae el espectáculo caleidoscópico del pasado: quien recuerda el baremo moral de la abuela materna, la comprensión generosa de las debilidades humanas, legado materno. El acopio intelectual y emocional de la cultura afroamericana que resurge una y otra vez como una fuerza tectónica que a veces parece amenazar el proyecto personal de ciudadano americano sin distinción de raza o credo, que el propio Barack Obama trata de construir y vivir.

Una tierra prometida como título es un reclamo a una metáfora de la evolución misma de la cultura e historia de los ciudadanos afroamericanos. La tierra prometida es la alusión y el recuerdo de las generaciones pasadas de afroamericanos, el padre de Obama incluido, a los que no les fue permitido entrar. Se trata de ese pueblo de Moisés, de las canciones afroamericanas, que deambuló por décadas en el desierto: esas generaciones que vivieron y padecieron la segregación, la represión, la generación del Dr. Luther King, de Rosa Parks, de los miles de hombres y mujeres de color que vivieron como ciudadanos de segunda solo por el hecho de tener un color de piel distinto. Obama es consciente que él es percibido como una suerte del Josué bíblico que ha hecho caer las murallas de la diferencia racial. No hay orgullo o vanidad en esta toma de consciencia, más bien preocupación y desasosiego.

Obama sin embargo es consciente que la lucha empieza recién, y que en tanto que presidente, no puede, ─o, ¿no debe? ─ ser solo el presidente de los desposeídos afroamericanos o de color. Obama sabe que es también el presidente de la economía más importante del planeta, que su gobierno debe también gobernar con y para la comunidad de inversionistas y operadores de Wall Street. Que debe alinear los intereses del país con el de los accionistas de las grandes empresas constructoras de automóviles, con las transnacionales que reclaman excepciones fiscales y al mismo tiempo deslocalizan sus fábricas fuera del país dejando sin trabajo a miles de americanos. En fin, que debe lidiar con los generales del ejército más poderoso y mortífero del planeta.

La magia de la memoria

Por la lista de agradecimientos al final del libro se deduce que a un equipo de personas les fue encomendada la misión de cotejar cada uno de los hechos narrados con archivos y registros oficiales para comprobar su veracidad y exactitud. Sin embargo, a lo largo de las más de novecientas páginas de Una tierra prometida, el lector se ve envuelto en ese ambiente de inminente zozobra que impulsa y urde la trama de la historia.

La presidencia de Obama durante su primer periodo marcha sin tregua ni sosiego: su administración asume el poder en medio de la mayor crisis financiera de la historia del país, con el sistema financiero al borde del colapso, con millones de familias incapaces de pagar la hipoteca. Pero aún si el lector conoce o recuerda el desenlace de la mayoría de los acontecimientos narrados, al seguir el recuento con la voz que recuerda, quisiéramos que Obama pueda conseguir esa victoria que le fue negada en el Congreso o que no perdiera esa otra elección interna, que lograra que el Huracán Katrina cobre menos víctimas o que las víctimas no fueran en su mayoría los mismo pobres afroamericanos e inmigrantes o, que el desastre ecológico del Deep Horizon fuera menos catastrófico.

Quien hechiza al lector y lo vuelve incondicional de los esfuerzos heroicos del equipo de Obama es el narrador que recuerda, el que condimenta el pasado con las reflexiones del presente o de un pasado más remoto aún. Es en ese contraste de circunstancias que se crea una nueva realidad a medio camino entre la realidad y la literatura.

No sin intención, Una tierra prometida también arroja alguna luz sobre el fenómeno Trump. Como ciertos hermanos mitológicos, Donald Trump es la antítesis de Barack Obama: del padre africano pobre y ausente opuesto al padre europeo que legó su fortuna personal al hijo díscolo para que pudiera iniciar sus negocios, o si se compara el estilo del discurso intelectual, pausado y reflexivo del abogado de color frente a la salida ocurrente, vacua e insolente del blanco que desconoce la geografía o los más elementales modales de la diplomacia internacional. El celo y preocupación por mantener el orden democrático institucional y al mismo tiempo crear espacios de inclusión para las minorías desposeídas en contraposición con la obsesión por el protagonismo cínico e inútil de un presidente oligofrénico y sin escrúpulos que no duda en otorgar amnistía presidencial a sus compinches criminales.

Aunque no lo haga explicito en ninguna de sus páginas, el lector presiente al final del libro que el mayor fracaso del reformismo de Obama y del Partido Demócrata es haber despertado ese monstruo extremista que reposaba arrullado por el orden social dominante de una cultura caucásica anglosajona, en la cual la gente de color solo podía tener acceso a la Casa Blanca como sirvientes o visitantes de alguna escuela pública.

Al cerrar el libro, es inevitable pensar en la política de nuestro Perú, en la profunda transformación social y económica que hemos llevado a cabo en los últimos cincuenta años. Una tierra prometida, nos muestra que cada sociedad debe combatir sus propias quimeras. Y nuestros aspirantes a políticos, deben saber que en la política como en la literatura: los héroes más capaces son los que afrontan los monstruos más terribles.

Tags:

Barak Obama, Una tierra prometida

Frente a la ofensiva ideológica de la izquierda por cambiar la Constitución, es preciso que la derecha le entre al debate y zanje claramente con el propósito de tirarse abajo la estabilidad fiscal y monetaria que la Constitución del 93 ha permitido y que ha hecho posible que en el país se reduzca la pobreza y se reduzcan las desigualdades.

La mayoría de candidatos en la partida electoral es de derecha y, sin embargo, no hacen gala de los preceptos ideológicos que los define como tal. Y en este envite planteado por la izquierda sería terrible perder por walk over.

Claramente lo que el Perú necesita es profundizar el capitalismo existente, hacerlo competitivo, extirpar la infinidad de núcleos mercantilistas que en diversos sectores productivos exageran las ganancias y concentran la riqueza artificialmente, en base a leguleyadas, no en función de la libre competencia.

Esa es la tarea pendiente de la transición, dejada de lado últimamente con grosera inacción, lo que nos ha hecho perder grandemente en materia de productividad y competitividad.

La última vez que se produjo una campaña ideológica fue en 1990 y si bien su portavoz Mario Vargas Llosa perdió, impregnó de sus ideas la atmósfera ideológica reinante en adelante. Hoy debiera ocurrir lo mismo. Si todos los candidatos de derecha o centroderecha aprovechan la misma para hacer hincapié en la defensa del modelo económico liberal, le será más fácil a quien nos gobierne del 2021 en adelante llevar a cabo las múltiples reformas que hacen falta para construir una cabal economía de mercado en el Perú.

Si la izquierda y sus ideas económicas triunfan en la próxima elección, el Perú retrocederá décadas de crecimiento. Es menester por ello dar la batalla y no escamotear el debate planteado por la izquierda, que, aunque minoritario, empieza a prender en algunos sectores sociales, aun cuando en muchos casos (como ha revelado una última encuesta de Datum) se responde favorablemente por un cambio de Constitución, pero contrariamente a lo que pretende la izquierda, para hacerla más punitiva, más reaccionaria.

Tags:

Constitución del 93, Derecha, Izquierda

Debate, episodio 12

Todos los días, de lunes a viernes, Alexandra Ames, David Rivera y Paolo Benza discuten los temas más importantes del día por Debate. En el décimo segundo episodio: como alcalde de Lima, Muñoz es un buen alcalde de Miraflores, Urresti como autor mediato y la encarnizada pelea entre Julio Guzmán y Carolina Lizárraga a la interna del Partido Morado.

 

Tags:

Carolina Lizárraga, Daniel Urresti, Julio Guzmán

Este método alternativo de financiamiento todavía no es muy usado, pero brinda la posibilidad de obtener liquidez rápidamente en un año tan complicado para las microempresas.

El factoring es una alternativa para los pequeños empresarios en este año marcado por la pandemia del Covid-19. Gloria Acosta, gerente de Saway, empresa consultora en microfinanzas, explica que es el camino más rápido para obtener liquidez en estas circunstancias, donde la mayoría de empresas registrará pérdidas.

“Es una buena alternativa si tenemos cuentas por cobrar. De lo contrario, se va a generar dilación de pagos a mis proveedores y no podré continuar con mi negocio”, afirma.

El factoring consiste en que un empresario cede una factura ya emitida, pero que la empresa a la que le prestó el servicio todavía no le paga, a una entidad financiera para que ellos se encarguen directamente de realizar el cobro al deudor. “Con eso me adelantan a mí el monto de la factura. Obviamente con una tasa de interés”, agrega Acosta. 

Para asignar dicho descuento, las entidades financieras evalúan al tercero, y con ello determinan el riesgo de la operación. También pueden colocar a la empresa que gestiona el factoring como responsable solidario. En especial ahora que son momentos complicados de liquidez. “No es igual que yo tenga que cobrarle a una institución del Estado que a una persona que no tiene operaciones de crédito en forma previa. Eso es lo que considera la entidad financiera”, explica la gerente de Saway.

Para garantizar el éxito de la operación, el tercero –el deudor– debe aceptar de forma previa que se realice el factoring. Se puede dar el aviso de forma posterior, pero, según la especialista, esto implica un trámite adicional no recomendable. Además, recuerda que este tipo de cuentas por cobrar son obligadas, ya que figuran en un contrato.

Sobre el plazo que tendría el deudor para pagar a la entidad financiera, Acosta advierte que, si bien lo normal son 30 días, actualmente existen problemas de liquidez en toda la cadena productiva, por lo que el tiempo se ha extendido. “Ahora está en 120 días o más. Hay gente que tiene servicios del año pasado que debían pagar en marzo y hasta ahora no han podido. Mientras tanto las facturas están emitidas a la espera de esos pagos”, explica.

Si bien el factoring no era mayoritariamente usado por las empresas del país –al cierre del 2018 solo el 10% de empresas peruanas lo usaban–, el aumento en el tiempo que demoran en pagarse las facturas ha golpeado aún más a este mercado. Aunque a inicios del 2020 se publicó la nueva Ley de Factoring, este no ha sido un año auspicioso para el servicio debido a la pandemia. Se espera que en el 2021 crezca nuevamente.

Sin embargo, Acosta insiste en que el factoring sigue siendo la mejor opción, aunque hayan aumentado la tasa o los plazos, dado que es una forma en la que las pequeñas empresas pueden obtener liquidez rápidamente para continuar con sus negocios. “Si me van a pagar en 120 días o más tiempo, me pueden adelantar el dinero y yo puedo seguir produciendo para continuar con mi cadena productiva regular”, concluye.

Tags:

Emprendimiento, Empresa, Factoring

Hernando de Soto viene subiendo en las encuestas digamos que sostenidamente. Ha pasado, según la encuesta de Ipsos, de 2% de intención de voto en setiembre a 4% en noviembre; estadísticamente ha duplicado su caudal electoral.

Es junto a Julio Guzmán y Verónika Mendoza parte del pelotón que ha trepado en la última medición. Y en su caso en particular no se detecta vínculo alguno con la reciente movilización anti Merino y antivacancia. Por el contrario, el autor de El misterio del capital, se puso de costado frente al tema.

De Soto es claramente una opción de derecha, pero tiene la virtud de no dejarse encasillar. Se sale de la caja permanentemente. Y lo hace no solo convocando a gente tan dispar como Francisco Tudela y Jorge Paredes Terry, sino también haciendo planteamientos disruptivos o teniendo iniciativas audaces, como retar a un debate a Verónika Mendoza, aun antes de que saliese la encuesta que los mostrase a ambos como beneficiarios del favor popular.

Tiene buen olfato político y será por ello un candidato con visos protagónicos. Por alguna extraña razón, sin embargo, es fértil también en cometer dislates, como, por ejemplo, decir que Patria Roja era quien dominaba a Martín Vizcarra o como cuando, hace unas pocas horas, declaró rotundamente que él había visto una foto de Verónika Mendoza con senderistas (¿?).

Le hemos dado la bienvenida a De Soto a la contienda. Más allá de los brulotes mencionados, aporta ideas y planteamientos programáticos y su peso específico hace que ello irradie al resto de contendores, lo cual puede convertir ésta en una campaña atípica, con debates ideológicos y no solo un torneo de pullas y memes.

Desde ya la suya es una candidatura que asume un pacto electoral para ganar la contienda. Recoge personajes de diversas tendencias y trayectorias. Beberá, sin duda, de buena parte del fujimorismo desencantado, de un sector liberal y también, de sectores populares que normalmente se inclinaban por opciones de izquierda, inclusive radicales. Dependerá de él morigerar sus arrebatos mediáticos irreflexivos si quiere ser tomado en serio.

Tags:

Hernando De Soto, Julio Guzmán, Verónika Mendoza
Página 1 de 6 1 2 3 4 5 6
x