El Páramo reformista. Eduardo Dargent, Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú, 2021.
Eduardo Dargent ha hecho una contribución indispensable y notable para entender por qué es tan difícil hacer reformas en el Perú con su reciente libro.
Su argumento central es que la dificultad para reformar en el Perú tiene que ver no solo con los intereses corruptos que infiltran el Estado, a los que Dargent se refiere como las malas manzanas en el barril, usando la metáfora de Mario Montalbetti. Si fuese así bastaría con extirpar esas manzanas del barril, pero no es el caso.
Si se les saca, se pudrirán otras. Por eso Dargent sostiene que la dificultad de reformar es más compleja y profunda, y tiene que ver con el barril mismo, que tiene una madera que malogra las manzanas: una “estructura social e institucional que limita los esfuerzos de cambio”. Su argumento colisiona contra el discurso facilista que muchas veces predomina en parte de la ciudadanía que culpa a los políticos corruptos de los problemas del Estado. Sin duda esas manzanas podridas hacen daño, pero Dargent profundiza mucho más para entender por qué siguen apareciendo.
Y el problema, explica el libro, es la existencia de fuerzas que se oponen a las reformas ya sea porque amenazan sus intereses o porque tienen diagnósticos ingenuos y fallidos (o una combinación de ambos). Dargent identifica tres grupos, a los que llama “conservadores populares”, “libertarios criollos”, y “izquierdistas dogmáticos”.
El siguiente párrafo del libro los describe bien y la forma como cada uno torpedea la posibilidad de reformas:
“Los conservadores populares minimizan la necesidad de reformas y la razón principal para ello es estar atravesados por intereses particulares. Los libertarios criollos no reconocen los límites de sus recetas privatizadoras, los beneficios que obtienen del orden actual ni lo conservadores que son frente al cambio. Ambos tipos de actores son parte de la madera. Los izquierdistas dogmáticos sí entienden que el poder está en la base de la resistencia al cambio y pregonan la necesidad de curar la madera, una postura que, como verán, comparto, pero son irresponsables al creer que un cambio en el poder, en los términos que ellos consideran positivo, traerá necesariamente mejoras sustantivas.”
Dargent explica de manera muy clara y convincente cómo estos tres grupos se convierten en obstáculos para reformas, y de esa manera logra proveer una visión más completa sobre los desafíos que enfrenta cualquier esfuerzo reformista.
Quizá mi única diferencia con su tipología es que los libertarios criollos y los conservadores populares son aún más parecidos de lo que él sugiere, y podrían encajar en una sola categoría. Las elecciones y los acontecimientos post-electorales muestran que muchos liberales criollos son en el fondo conservadores, o al menos no tienen ningún reparo en adoptar las mismas posiciones cuando perciben que tienen al frente a un rival común. En esos casos la argumentación liberal termina siendo usada solo para maquillar intereses conservadores que buscan preservar poder y statu quo.
En cambio, los liberales genuinos son un grupo mucho más pequeño y casi sin influencia.
Dargent escribe con el loable propósito de ayudar a construir una demanda social por reformas, y para eso intenta hacerle ver al lector cómo el comportamiento y narrativa de cada uno de estos grupos conspira contra ellas.
Busca lograr una reflexión crítica sobre el debate político en el Perú y advertirle al lector el efecto tóxico que tienen estos tres grupos sobre la madera, con la esperanza de que pueda alejarlo de ellos.
Coincido que eso es necesario y Dargent lo expone de manera magistral. Pero a pesar de que no es su intención, el libro me llevó a adoptar una reflexión más pesimista que la del autor: ¿bastará con crear una mayor conciencia ciudadana por lo que requieren estos procesos de reforma? Me temo que quizá no, y que estos tres grupos podrían ser un síntoma de un problema más profundo: lo fragmentado y desarticulado que es el Perú.
En ese sentido, durante la lectura me acechó continuamente la pregunta de si realmente es posible reformar en países tan fragmentados, con tan poco capital social. Me explico: la formación de coaliciones ciudadanas amplias para promover reformas que creen bienes públicos requiere por definición que los integrantes de esas coaliciones puedan confiar entre ellos lo suficiente como para unirse bajo una agenda común. Si cada uno desconfía de las motivaciones del otro, la acción colectiva se dificulta. En el Perú la desconfianza que existe entre grupos distintos de la sociedad es casi patológica. Para un sector del empresariado ser profesor de la PUCP ya es señal de sospecha. Para un grupo de intelectuales ser empresario es casi sinónimo de no ser demócrata. Un ejemplo reciente es la Proclama Ciudadana. Una iniciativa que promovía compromisos básicos que en principio cualquiera suscribiría, era vista con muchísima sospecha por ambos lados.
La peruana es una sociedad muy dividida, muy fragmentada. No conozco ejemplos de coaliciones amplias exitosas en países así.
Por eso quizá los tres enemigos de la reforma que Dargent identifica florecen o logran importancia porque la madera con la que se hizo el barril proviene de un árbol que no tiene la materia prima adecuada: una sociedad desarticulada, sin lazos de confianza interpersonal que faciliten que la acción colectiva.
Por eso me temo que soy más pesimista que Dargent sobre la posibilidad de “curar el barril” a través la creación de una demanda ciudadana por reformas. Esos esfuerzos pueden dar resultados en algunos casos (Sunedu es un buen ejemplo de cómo una coalición social puede defender una reforma de los ataques de políticos corruptos y de algunos de los grupos que Dargent identifica), pero no como para reformar de manera sistemática, como el Perú requiere.
Creo que necesitamos algo más, que para mi pasa un shock institucional como lo que describí con Andrea Stiglich en El Perú está calato (Planta 2015).
Sin embargo, reconozco la contradicción: ese shock institucional no es posible sin una demanda ciudadana como la que Dargent busca crear. Por lo tanto coincido en que el esfuerzo que plantea a través de su libro es indispensable.
Finalmente, Dargent pone el dedo en la llaga al enfatizar que la necesidad reformista del Perú es vasta: se requiere un conjunto de cambios profundos y en varias dimensiones. Esto es algo que los tres grupos mencionados por Dargent, cada uno a su manera, pasa por alto, con la consecuencia de banalizar la discusión sobre los problemas del país. Para los conservadores se requiere mano dura para sacar adelante proyectos mineros, para los libertarios desregular más, para los izquierdistas dogmáticos cambiar la Constitución.
Y más aún, como señala el libro, no solo se trata de diseñar mejores y nuevas políticas, sino también fortalecer la capacidad del Estado para implementarlas con éxito, algo que no es tomado en cuenta por ninguno de los tres grupos.
La mayoría de los países que han vivido milagros y en poco tiempo (relativamente) transitaron de ingreso bajo a ingreso alto o medio-alto pudieron hacerlo secuenciando bastante sus reformas en el tiempo. Con algunas cosas básicas (estabilidad macro, economía al menos medianamente abierta, etc.) pudieron aprovechar sus ventajas comparativas y desarrollar industrias exportadoras intensivas en mano de obra. El argumento de la hipótesis de modernización (e incluso su versión revisada -Acemoglu et al-) es que eso generó una fuente de empleo masiva que sacó gente de la pobreza y empezó a crear una clase media favorable a ciertas reformas e instituciones económicas y políticas que permitieron seguir creciendo y robustecerse.
El problema es que por cambios tecnológicos y globalización esas industrias exportadoras intensivas en mano de obra ya no parecen ser una buena locomotora. En el mundo de ingreso bajo y medio la participación de la manufactura en el empleo se viene reduciendo desde hace años, a diferencia de lo que la teoría clásica habría sugerido.
¿Qué nos queda entonces? Hacer reformas bastante más complejas para desarrollar industrias que dependen de ventajas comparativas más sofisticadas, que van más allá de materias primas y mano de obra barata. Estas requieren acción del Estado muchísimo más compleja que la que requirieron los países de milagros del siglo XX. Ninguno de ellos tuvo que arreglar sus sistema educativo antes de empezar a crecer, o tener colaboración público-privada para promover la innovación antes de empezar a crecer.
Por lo tanto, las reformas que le tocan al Perú son verdaderamente desafiantes y sin parangón en la historia económica moderna. Eso significa que nuestra incapacidad para reformar es aún más incapacitante para nuestro desarrollo de lo que creemos.
Y por eso el libro de Dargent trae una discusión tan necesaria.
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