Mar-a-Lago

[EN LA ARENA] El expresidente Donald Trump compareció por primera vez el martes 13 de junio ante la Corte Federal de Miami por 37 cargos penales que enfrenta por haberse llevado, al salir de la Casa Blanca el 2021, documentos clasificados de la CIA, del Departamento de Defensa, de la Agencia de Seguridad Nacional, del Departamento de Energía y del Departamento de Estado a su resort en Mar-a-Lago. Los cargos también incluyen haber obstruido la recuperación del material. Como todos los analistas lo señalan, es el primer exmandatario de Estados Unidos acusado de cargos federales. Él único que pudo haber sido acusado a ese nivel fue Richard Nixon. Por eso es que en las afueras de la corte de Miami, esperando la salida de Trump muchos periodistas no dejaban de comparar la caída de ambos presidentes. Pero se trata de historias muy distintas. Esta acusación contra Trump tiene como preocupación que los documentos clasificados que almacenó en cajas en su visitado resort incluían información sobre la defensa y el armamento, incluido el nuclear, no solo de Estados Unidos sino también de países extranjeros, incluyendo tanto las vulnerabilidades de su país, como las represalias posibles ante ataques extranjeros. Una dimensión muy distinta a la que nos remite el caso de Richard Nixon cincuenta años atrás: el caso Watergate, con el que muchos están familiarizados por haber sido llevado a al cine y la televisión.

Desde que llegaron al gobierno, Nixon y sus colaboradores del Partido Republicano acosaban a políticos de la oposición y grupos de activistas utilizando la Oficina Federal de Investigaciones (FBI), la Agencia Central de Inteligencia (CIA) e incluso el Servicio de Impuestos Internos (IRS). Estas acciones salieron a la luz cuando fue detenido un grupo de integrantes del “Comité de reelección del presidente” por entrar a robar a la sede del Comité Nacional del Partido Demócrata de Estados Unidos, la cual quedaba en el complejo de oficinas Watergate de Washington D. C. Cuando se supo que “los ladrones” estaban vinculados al gobierno, el Congreso de los Estados Unidos inició una investigación. Nixon negó tajantemente cualquier participación, insistía en que se había enterado al mismo tiempo que el Congreso del robo. Pero un año y unos meses después, el 5 de agosto de 1974, la Casa Blanca entregó una cinta de audio grabada en la Oficina Oval de sólo unos días después del robo, en la que Nixon y otros funcionarios discutían cómo impedir la investigación del FBI para evitar ser implicados. Hasta los abogados de Nixon reconocieron que el presidente había mentido no sólo a ellos, sino a toda la nación. De inmediato, los congresistas de todos los partidos, más aún el republicano, declararon que apoyarían su destitución. Pero Nixon renunció de inmediato y abandonó junto con su familia la Casa Blanca. El Congreso, entonces, abandonó el proceso de destitución quedando a la espera de que se abriera la investigación penal a nivel federal. Sin embargo, contra toda expectativa, el vicepresidente Gerald Ford, apenas tomó el mando del gobierno, indultó a Richard Nixon. Con un indulto completo e incondicional lo eximió de cualquier crimen que hubiera cometido o en el que pudiera haber participado como presidente, basándose en que “el perdón” era en ese momento lo mejor para el país. Una suerte de fantasía fujimorista, digamos.

Nixon jamás aceptó ser culpable. Al parecer, Trump tampoco lo hará. Él culpa a Joe Biden, el actual presidente, de ser quien usa al Departamento de Justicia para ganar las elecciones del 2024. De poco sirven sus rabietas contra el fiscal. Temerosa, la ciudad de Miami esperaba miles de fanáticos defendiendo a su republicano. Pero que fueran tan pocos los seguidores que llegaron a la Corte a darle su apoyo, puede ser una señal de un país que ojalá despierte pronto de las mentiras de un hombre acostumbrado a sentirse por encima de la Ley.

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