Desde los tiempos de Para leer al Pato Donald (1972), de Ariel Dorfman y Armand Mattelart, el estudio de las historietas nos ha acercado al diverso manejo de la heroicidad y del sentido del humor en las sociedad actuales. Pensemos en las historietas europeas más populares: Mortadelo y Filemón, Tin Tin, Obelix y Asterix, las obras de Moebius o de Milo Manara, en ellas sus héroes resaltan por cierto ingenio singular, considerado característico de su cultura o incluso, productor de su cultura. Esta riqueza del cómic para la comprensión de una sociedad es probable que lo deba a su origen costumbrista, rasgo que parece haber condicionado su devenir. Pensemos ahora en las historietas estadounidenses, esas plenas de superhéroes (diurnos y nocturnos) que también salen en el cine y que nos acompañan en tal ola de merchandising (que inunda no solo la casa sino también el colegio con los útiles escolares): son tan súper sus héroes que hasta libran voluptuosas batallas en galaxias cruzadas por naves espaciales. Donde esté el villano, no se detendrán hasta conseguir la gloria de su país.

Quienes escucharon el discurso de Donald Trump deben haber notado que se utilizó al superhéroe como recurso retórico: el será el Superpresidente que llevará a Estados Unidos a su Edad de Oro. A poco de comenzar su discurso, Trump se presenta como el hombre al que Dios salvó, desviando la bala a su oreja y otorgándole así la vida para salvar a Estados Unidos. El público (de notoria mayoría blanco, por cierto) se pone de pie y lo aplaude. Desde ese momento, su heroicidad quedó establecida a la manera del héroe salvador de una nación, elegido previamente por Dios. Como las profecías de Nayib Bukele que lo proclamaron presidente o Nicolás Maduro que recibió el mensaje de Hugo Chávez a través de un pajarillo, Trump ha sido escogido y ahora lo verán. 

En su discurso, estructura la Edad de Oro a partir de un irónico anhelo: se apropia del sueño (1963) de Martin Luther King Jr., el principal héroe político norteamericano que lideró la lucha contra el racismo; un racismo que hasta el día de hoy practican tanto Trump como sus votantes, sobre todo en las zonas de mayor pobreza en su país. Trump toma el deseo de justicia, libertad e igualdad como los objetivos que reitera una y otra vez en su discurso, enumerándolos cada vez que anunciaba medidas que planteaban lo contrario: retirar la diversidad de género del ámbito público de Estados Unidos o alzar el muro en la frontera con México. 

Así comienza su Edad de oro, viejo recurso mitológico digno de un salvador ungido por Dios, dado que remite a una visión cíclica del tiempo. Esta sostiene que tras un periodo de declive y decadencia (palabras que usó Trump para describir el estado actual de su país) se retorna a los tiempos del paraíso. Por eso la resumió como aquella (y repite) en la que habrá justicia, libertad, igualdad porque podrán apropiarse de los territorios petrolíferos del mundo que les provoque, porque podrán continuar contaminando con la producción de carros a gasolina, porque libres de competencia de mano de obra barata podrán ejercer la discriminación y apelar a Dios cuando tengan alguna duda. Tan heroico será el logro de Donald Trump, que conseguirá territorios en otras partes de nuestra galaxia, y la prueba será que antes de morir, habrá dejado la bandera de su país en el planeta Marte. Ya verá China.  

Y el público se pone una y otra vez de pie, para aplaudir el discurso que los lectores de Marvel o DC quizá no se habían dado cuenta, pero ahora que lo leen, por algo les había parecido tan familiar…  

Esta semana el Congreso aprobó el proyecto de ley que restituye el permiso a las empresas privadas para financiar partidos políticos. Después del caso Lava Jato, esta ley se había prohibido. Pero hoy, el Congreso no sólo la ha restituido, sino que le ha hecho cambios de oscuro manejo como casi duplicar el monto de financiamiento que podía ser donado al partido en la ley anterior. Y más bien, sobre los fondos del Estado, ha establecido que estos pueden ser utilizados para costear la defensa legal del partido cuando sea necesaria (¡con la cantidad de congresistas y partidos políticos denunciados!).

Cuando este proyecto, ya en manos de la presidenta, sea promulgado, habrá establecido que los partidos podrán convertirse en importantes centros de inversión privada. De esta manera, Perú se suma a la tendencia continental encabezada por Estados Unidos, de dejar la presidencia en manos de empresarios, reforzando un indiscutible orden oligárquico que se pensó había sido superado, pero que retornó a controlar gobiernos y parlamentos de muchísimos países del mundo entero. Un giro de tuerca más a nuestro sistema de representación política.

La última Constitución peruana vigente, a la que el Congreso retorna la firma de Alberto Fujimori (como si su historial de muerte y corrupción fuera motivo de orgullo), ya había afectado el carácter de los partidos políticos del país. En los últimos veinte años, los partidos se convirtieron en espacios alquilados por distintos grupos, líderes de sectores económicos informales e ilegales de todas las regiones, con ansias de controlar y producir una legislación que los proteja y favorezca. Sin embargo, la presidencia aún conservaba cierta referencia simbólica e ideológica de mayor trascendencia: Keiko Fujimori o Hernando de Soto, Verónica Mendoza o Ollanta Humalaparecían ser representantes de un proyecto compartido con un buen sector de la población. Incluso Pedro Castillo, a pesar de ser una figura que no se veía con la formación profesional necesaria para gobernar, tuvo un poder simbólico tan importante que ganó las elecciones. Quizá César Acuña pueda considerarse el primer empresario candidato que abiertamente representaba un sector económico informal; pero si parecía ser su prioridad conseguir congresistas más que ser presidente de la República, hoy las reglas de juego han cambiado.

Quedó en el siglo pasado el modelo con el que se fundaron los principales partidos peruanos: el Partido Socialista, el Aprista, Acción Popular. Iniciativas provocadas por jóvenes profesionales, docentes, intelectuales, trabajadorespara mejorar el país. Las agrupaciones actuales, que manipulan la información y la publicidad para triunfar en las elecciones, no necesitan afiliados. Sólo votos para dedicarse a disminuir la legislación regulatoria y protectora de la población y nuestros ecosistemas, abriendo la cancha al empresario y consiguiendo que el Congreso peruano se parezca más a una cámara de comercio que a la generadora de la legislación que rige un país.

Este desplazamiento de la gestión estatal hacia los intereses de los empresarios es un proceso que se está dando en diversos países de la región: Argentina, Estados Unidos o El Salvador cuentan con presidentes que se han propuesto la reducción del Estado con énfasis en la desregulación de las inversiones privadas y las acciones empresariales, sobre todo cuando se tratan de proyectos extractivistas, sea minería, gas o petróleo. Desde esta perspectiva, vemos que desde la mirada empresarial, la presidencia otorga un control del territorio y la cesión de este a los intereses más atractivos para el gobernante. En el caso de presidentes como Donald Trump, que tiene a su cargo no solo un país, sino también un gran número de convenientes territorios en las diversas regiones del mundo que están bajo su control, desde antes de ocupar formalmente el cargo, ya anuncia apropiarse de Canadá, cambiar el nombre del Golfo de México por otro Americano,  adueñarse de Groenlandia y pedir que le devuelvan el canal de Panamá. Una mirada apetitosa, tras grandes extensiones ricas en petróleo y minería.

Sumada la libertad que Marc Zuckerberg ha añadido a las únicas redes que aún regulaban la información agresiva, falsa y distorsionada, con esta nueva ley, las elecciones que nos esperan el 2026 pondrán en escena un carnaval de mentiras e intereses económicos que debemos prepararnos a enfrentar.

 

Constantino fue el emperador romano que cambió la historia del mundo al llevar al cristianismo al poder. Era el siglo IV y el territorio del imperio era tan vasto que abarcaba culturas y tradiciones de pensamiento muy diversas. Como consecuencia, apenas arribaron al poder, los cristianos se dividieron en dos grandes bandos: los romanos que creían en la Trinidad, es decir que Padre, Hijo y Espíritu Santo tenían la misma naturaleza, y los arrianos, los seguidores de Arrio, que consideraban que Jesús tenía una naturaleza distinta, de cierta forma menos que la del Padre. La fecha de nacimiento que proponía cada bando tenía por tanto un significado político.

Dado que Constantino se la tenía jurada al obispo de Roma, el papa Liberio, poco antes de ser desterrado, impuso la postura romana y decretó el 25 de diciembre como la fecha del nacimiento de Jesús. La fecha fue acatada por todo el imperio y un par de siglos más tarde, ya dividido el territorio romano, en la mitad ortodoxa de Oriente se empezó a celebrar el nacimiento con un banquete para los allegados. Primero en Constantinopla, luego en Antioquía, después en Egipto. La Navidad no era entonces una fiesta de regalo para niños o meramente familiar. Durante la Edad Media, se trataba eso sí de una fiesta de camaradería. Buen ejemplo de ello fue lo ocurrido con San Francisco (el joven rico que se desprendió de sus bienes para vivir en pobreza cristiana) en el siglo XIII. El fraile partió de Asís hacia el Oriente como parte de las Cruzadas, soñando convertir musulmanes. Al retornar con logros de otro tipo (digamos) se dio con que durante su ausencia, sus frailes se habían peleado entre sí y cundía la desorganización. Como parte de las estrategias para recomponer su Orden, montó el primer nacimiento, el pesebre, cosa que todos los frailes se acercarían a celebrar el nacimiento del Dios que los mantendría unidos en la pobreza. 

Cuando España impuso la celebración de la Navidad en el Perú, al banquete y al nacimiento, le habían agregado procesiones, bailes y obras de teatro al estilo aún medieval y popular. Luego fueron reapropiadas por nuestras poblaciones originarias. Como en España los regalos y el festejo llegaba a su momento más álgido en la Bajada de Reyes, por eso hay muchas comunidades y pueblos peruanos que hasta hoy celebran más el 6 de enero que la fiesta de diciembre. 

Históricamente, el protagonismo de los niños en la Navidad coincide con el uso del árbol. Sea o no una tradición precristiana, lo cierto es que recién cuando las ciudades empezaron a crecer y a crecer, llevar el árbol a la casa a fines del siglo XVIII se convirtió en Alemania una manera de celebrar la fiesta regalando a los niños. Conforme las modernas naciones empezaron a reconocer a la infancia como un momento de la vida que requería cuidado y atención, el árbol se fue expandiendo y popularizando, de forma que hoy es un ícono que para muchos ha reemplazado al nacimiento medieval. Cuando la tradición de Europa pasó a Estados Unidos, la cultura capitalista introdujo las compras navideñas mediante el personaje de Santa Claus sentado a conversar con niños en las grandes tiendas comerciales. Esa celebración, si bien está centrada en los niños, trae problemas y frustración para quienes viven en condiciones de pobreza. En nuestro país sabemos que la quinta parte de nuestros niños carecen de recursos básicos. En Navidad, instituciones y familias consiguen al menos un regalo para los niños más cercanos. Pero en muy pocas ocasiones conseguimos que el regalo sea un cambio de verdad: alimentación de calidad en sus casas y escuelas, ministros que los protegen, docentes que los respetan y fortalecen, entornos solidarios para que puedan dar rienda suelta a sus sueños, sus alegrías. Asegurar una buena Navidad, parece que tarde o temprano pasará por lo político.

Aquellos que vivimos los tiempos fujimoristas, recordamos la desazón con la que fue recibida la eliminación del curso de Filosofía del Plan Curricular Nacional. Tampoco era que los profesores de aquel entonces fueran reflexivos pensadores que nos enseñaran bien el contenido de los textos escolares (muchos sin formación habían sido nombrados en el primer gobierno de Alan García), pero uno que otro curioso, o algún privilegiado que accedió a un buen colegio, sin duda leyó y discutió sobre la libertad, las ideas, la ética y la moral. 

No me detendré a hacer un recuento de que han dicho los pensadores al intentar definir la ética, pero sabemos que se trata de una actitud reflexiva que emerge cuando tenemos que tomar decisiones que nos afectan a nosotras, nosotros mismos, pero sobre todo porque afectan a los demás. Desde los más cercanos hasta grandes grupos de la humanidad o de seres vivos. La ética nos comprende (o nos comprendía) no como personas aisladas, sino como seres condicionados a vivir en comunidad. 

Una obligación del Estado, se suponía, consistía en compartir una ética con la población, que debía reconocer como propia y que por ello se enseñaba desde la escuela, se esparcía mediante los discursos públicos, en los espacios emblemáticos y, sobre todo, al momento del ejercicio de sus poderes. Pero aquí hoy no la hay. Se fue como arena entre los dedos: si abrimos las noticias veremos que los mineros quieren permanecer artesanales, los policías dedicarse a la extorsión y tráfico de armas, la presidenta y su gabinete quieren seguir mintiendo, los alcaldes usar los bienes públicos para sus negocios  y los congresistas empeñarse en borrar toda legislación que les impida delinquir y de paso, censurar a sus opositores políticos.

Mientras tanto, la población quiere justicia por los peruanos asesinados por este gobierno; cárcel para los políticos corruptos, y unas fuerzas del orden capaces de poner fin a los asesinatos y atentados de los sicarios, de las fuerzas paramilitares. Pero también quiere la indiferencia del Estado respecto de su informalidad, que se apruebe la pena de muerte, aplaudir la vida amorosa de sus futbolistas de televisión y mantener la fama culinaria alcanzada a nivel mundial. Es un anhelo sin reflexión, instintivo, defensivo agresivo, de frases como “con mi gente no te metas”. Quizá esa sea la suerte de discurso que ha reemplazado al ético y que implica indiferencia y colusión.  

Es un reto político muy grande porque se trata de una crisis ética que ya había sido anunciada: décadas atrás se empezó a discutir la carencia de un pacto social que sirviera de base para gobernarnos como nación y ponerle fin a la pobreza. Al poco tiempo de terminada la dictadura de Alberto Fujimori, se creó un Acuerdo Nacional, con personajes destacados de la política peruana y destinado a proteger a las poblaciones más vulnerables. Hoy es una página web abandonada donde aún se cita a los ex presidentes ahora encarcelados. 

El carecer de un acuerdo solidario ha devenido en la imposición de intereses cada vez más criminales en los tres poderes del Estado y en un contexto internacional también muy complejo. Nuestro continente se ha llenado de sur a norte de políticos y presidentes que han convencido a la población de que los derechos humanos que se habían logrado, son algo maligno que se debe rechazar (basándose en tres nefastas dictaduras que tampoco tienen interés en proteger derechos). Que el bienestar social empobrece al Estado y le hace daño al país. Son dirigentes cada vez más populares, millonarios empresarios que se están convirtiendo en el modelo exitoso de político que pasa por encima de los demás, con herramientas de entretenimiento y religión sumamente poderosas para el control de la población. Vaya reto nos toca si es nuestra tarea resolver cómo fortalecer a la ética para que retorne (porque alguna vez lo estuvo) a los corazones de nuestra población. 

A lo largo de la historia, fenómenos como la peste, grandes inundaciones, terremotos, eran tomados como castigos divinos. La población solía refugiarse en las iglesias a pedir perdón y mostrar su solidaridad con los damnificados. La modernidad y la industrialización no pusieron fin a estos temores, pero el saber qué produce, dónde se originó una pandemia o cómo el Estado se debe organizar para combatirla, se supuso que había puesto fin a esta variante de cómo explicar la naturaleza como un objeto divino. 

Sin embargo, durante la pandemia pudimos observar de manera sorpresiva, cómo el miedo colectivo se centró no en la culpa, sino en el negacionismo y la sospecha de conspiración. Interpretada esta reacción como una respuesta paranoica (que no consigue lidiar con la culpa) permite al agresor sentirse víctima y acusar a la víctima de agresor, contra quien le brote una profunda cólera, vengativa, agresiva contra quien engaña para dañarlo. Una reacción tanto individual como colectiva que da permiso para agredir. 

Cuando los gobiernos están mostrando absoluta indiferencia a la protección de los derechos humanos y al recrudecimiento de los fenómenos naturales debido al calentamiento global, un amplio sector de la población en el continente americano y otros países del mundo entero, ha optado por negar la obligación de vivir plena y seguramente, asegurando que se trata de un malvado plan comunista que toma los derechos como pretexto para tomar el Estado y arruinar un país (con ejemplos de quienes sí lo han hecho, es cierto). Y aunque nieve en desierto de Arabia Saudita y se inunde medio planeta, no tenemos por qué cambiar nuestros hábitos ni tampoco aceptar migrantes ajenos. La ciencia y la evidencia son engaños. Un trastocamiento difícil de superar.

Como consecuencia, ahora que convivimos a través de medios que nos separan físicamente, poco importa el otro del que sólo sé a través de lo que la pantalla me indica. Quebrado el vínculo comunal y presencial, parecen surgir un nuevo dios y un nuevo estado. Un dios que viene con un libro, el Antiguo Testamento de la Biblia, capaz de sustentar una verdadera ciencia que niega los derechos humanos y el cambio climático, asegurando la salvación familiar sin importar la del resto. Y un Estado que puede trabajar libre de estos gastos excesivos como la salud, alimentación, vivienda y educación,  y que por lo tanto, reducirá la necesidad de impuestos que corresponde a los empresarios y propietarios con mayores riquezas. Esos admirados hombres que consiguen llegar al poder, como hoy Trump y Musk, Milei y Bukele, hasta buena parte de nuestros congresistas y gobernantes regionales, que van tomando el poder bendecidos por el dios de sus electores. El dinero, sin importar cómo se consiga, es el único síntoma de la salvación.

Y cuando la población sí reclama sus derechos, se describe como una amenaza y se busca pretexto para dispararles a matar. Pero nuestra presidenta, a quien ya vimos que la vida le importa poco, esta vez tendrá que explicar qué ocurre en las calles de Lima, con este paro tan grande que se va a desplegar. Veamos qué les dirá a sus colegas que han venido a negociar la economía del Pacífico en un país donde no nos dejamos engañar. 

A lo largo de su historia, el Perú tuvo un Congreso con cámaras de senadores y diputados hasta que Alberto Fujimori y su Constituyente, propusieron un solo parlamento conformado por el mínimo posible de representantes para evitar desperdicio de dinero. Décadas después nos dimos cuenta de que habíamos creado un parlamento sin un filtro contra sus descabelladas propuestas, pero al Congreso ya poco le importó. Tomado por redes de corrupción y clientelaje, el año 2020 las protestas de diversos sectores de la población fueron escuchadas y se realizó un referéndum. A sabiendas que también queríamos impedir urgentemente que continuaran reeligiéndose los congresistas, tomaron como pretexto el poder postular a la futura cámara de senadores para poder continuar haciendo de las suyas con la legislación nacional. Fue por eso que en el referéndum nos opusimos a la creación de dos cámaras. Nos obligaron a distorsionar nuestro proyecto pero priorizamos detener a este clase política corrupta. 

A pesar de los resultados del referéndum, este Congreso se zurró en la decisión del pueblo peruano y emitió en marzo de este año la Ley 31988, que retoma las dos cámaras y que declara abiertamente la posibilidad de la reelección (artículo 90). La presidenta le dio luz verde sin ningún comentario. De esta manera, en el Perú se evidenció cómo el Poder Legislativo mantiene (bajo amenaza de destituir la Presidencia) el control de Ejecutivo para legislar y gobernar según los intereses de sus integrantes.

Si son 130 parlamentarios (que salvo muy raras excepciones) no nos representan, la crisis política en la que nos encontramos podríamos describirla como una carencia de representación que proteja los diversos derechos e intereses de la población en los poderes del estado. Que la decisión de amplios sectores de la población no sea tomada en cuenta, nos lleva a evidenciar que entonces en nuestro país la ciudadanía más básica ya no existe; que nuestra participación se reduce a las elecciones, reemplazando el aparato necesario para un diálogo fundamental de acuerdos públicos, por tendencias de aprobación y popularidad, más cerca de una rifa, de un ranking televisivo, que de la versión más simple de una asamblea popular. La crisis es sin duda, de la democracia.

Como cereza en la crema, El día de ayer se ha presentado a la Comisión de la Constitución, sin el sustento legislativo requerido, el proyecto de Ley que establece la reforma electoral para votar según la estructura del futuro Congreso. En él se modifica el número fijo que se aprobó en marzo (60 senadores y 130 diputados) porque añade una fórmula para determinar el número representativo de diputados y de senadores. Este requerimiento se encuentra en el artículo 21.4 del predictamen, precisando que se dispone un diputado por cada 150.000 electores y un senador por cada 300.000 electores. Dada esta fórmula, los senadores serían por lo menos 80 y los diputados al menos 170. 

Más allá de que esa fórmula debiera ser aprobada por todo la población, sometida a debate y quizá a referéndum, lo cierto es que añade al aumento del número de curules, el mantenimiento del voto preferencial, el principal recurso que encontraron las cabezas de organizaciones delictivas para controlar la legislación nacional. El voto preferencial provoca que se vote por los candidatos y no por los partidos políticos. Por esta razón, los candidatos solo invierten en sus campañas electorales, y no trabajan con propuestas legislativas diseñadas y defendidas por sus partidos políticos, acordes con sus principios y propuestas ideológicas. Los partidos sólo son medios alquilados temporalmente para ser elegido y conseguir manipular directamente la legislación como convenga. La mayor farsa política.

En estos días de paros y protestas, uno de nuestros primeros reclamos debiera ser ponerle fin al sistema de votación preferencial que tal como lo anuncia este gobierno, nos someterá a un mismo Congreso durante cinco años más, sólo que con un número mayor de parlamentarios listos para continuar desmontando los restos de un sistema justo y democrático de gobierno nacional.

El Perú nunca fue un Estado laico. Ese tipo de Estado fue un modelo por el que diversos países optaron al convertirse en repúblicas, siguiendo la apuesta de la Revolución Francesa y la Independencia de Estados Unidos, a lo largo de los siglos XIX y XX. Eso implicaba que el país establecía la libertad de cultos, pero sin apoyo económico o político a favor de alguna religión en particular. Pero astutamente, después de haber formado parte de las coronas hasta ese momento, encontraron diversas formas de mantenerse en el poder. En Europa y América realizaron convenios para que a pesar de la libertad de cultos, prefirieran alguna a la que continuarían brindado aporte económico, manteniendo la celebración de fiestas y costumbres religiosas. Ese es el caso peruano, que en todas las constituciones siempre ha resaltado el acuerdo de colaboración con la Iglesia Católica. Difícil considerar que nuestro Estado es laico.

En Estados Unidos, el Estado laico sólo funciona para el gobierno nacional, no para los gobiernos de cada estado (valga la redundancia). Menos aún para regiones como el Cinturón del algodón, conocido como el Cínturón Bíblico, zona del cristianismo más ortodoxo, de la esclavitud y la pobreza, o el Corredor Mormón, dedicado por su ubicación al comercio con el otro extremo del país. 

Podríamos decir que el estado laico fue un anhelo del pensamiento moderno y una de las banderas del socialismo marxista. El Partido impuso a todos los países de la Unión Soviética un Estado ateo. Frente a ello, al comenzar la guerra fría, Estados Unidos tomó el lema de In God We Trust y lo puso en el sello oficial y en su moneda. 30 años después, al culminar su conflicto geopolítico y retirarse la Unión Soviética del Oriente próximo, el islamismo tomó el poder e introdujo estados teocráticos musulmanes en países tan importantes como Irán. En otros países, como en la India e Israel, el derecho civil hasta hoy se encuentra fundamentado en leyes y principios religiosos. La religión más que ser el opio que calma el sufrimiento del pobre, se acerca más a una institución que no está dispuesta a desentenderse del poder económico y político y del gran control de grandes sectores de la población, nacional e internacional. 

En Perú podemos observar cómo los diversos partidos afiliados a la familia Fujimori han asegurado un espacio en el congreso a pastores evangélicos. Su presencia también responde al aumento en los últimos años de peruanas, de peruanos que profesan esa religión de origen estadounidense. Según la encuesta de marzo de este año del IEP, su número ya supera la quinta parte de nuestra población. Su presencia en el Congreso de la República, desde la década de 1990 hasta hoy, se ha caracterizado por la propuesta de proyectos de ley directamente vinculados con sus intereses económicos e ideológicos que atentan contra los convenios de derechos humanos que el Perú ha suscrito. 

Dado que el actual parlamento ha establecido que las leyes se pueden emitir sin que los informes cuenten con el sustento de profesionales adecuados, congresistas como Milagros Jáuregui de Araujo han conseguido que eliminar todo lo avanzado respecto de los derechos de la mujer sobre su cuerpo, la educación sexual integral en las escuelas, y la intervención del material educativo. Respecto del interés económico, Jáuregui plantea que la gestión de escuelas públicas recaiga en manos de las iglesias cristianas evangélicas, las cuales podrán realizar inversiones económicas en los colegios. 

Ha llegado el momento de preguntarnos si queremos mantener un Estado así de colaborativo con instituciones religiosas y si queremos que nuestra juventud sea formada bajo creencias milenarias ya superadas que desdicen los avances contemporáneos en ética y ciencia. Son muchas cosas de nuestra política que hoy dependen de un tema del que evitamos hablar. 

Tags:

Estado laico

La guerra que está ocurriendo en el levante mediterráneo, encabezada por Israel y alentada por Irán, tiene dos aspectos que no podemos separar, uno geopolítico y otro teocrático. 

Israel fue el primer país creado por un acuerdo internacional. Tras el holocausto, parecía una forma de protección a un pueblo perseguido, pero pronto se develó que se trataba de la recuperación histórica de un conveniente territorio situado entre Europa y Asia con salida al Mediterráneo: qué mejor puerto “europeo” para el petróleo. La justificación de la propiedad judía del territorio palestino se basó en dar por verdad absoluta que su Dios la había prometido. Tal es la postura del sionismo, movimiento nacionalista judío que surgió en Europa en el siglo XIX durante la terrible persecución que estaban sufriendo. No todos los judíos estaban de acuerdo, asumieron que se perdió el territorio siglos atrás y que si se mantenían unidos era por su religión. De ahí que muchas familias optaran por la asimilación, dispuestas a integrarse a otras sociedades, tal como ocurrió en Argentina. Opuestos, los que fueron a Palestina participaban del sionismo. De ahí que en Israel la postura hegemónica sea la de su actual primer ministro, Benjamín Netanyahu, quien apela a Abraham y a su viaje a la tierra prometida. En Israel recuperaron el uso del hebreo, mantenido en sus textos religiosos y se aceptó no contar con una Constitución dado que la máxima ley no puede ser terrenal. De esta manera, las leyes básicas son la Torá, el Tanaj, el Talmud y el Shulján Aruj; y las leyes fundamentales son aquellas que determinan la organización de las instituciones públicas, las cuales abarcan desde el gobierno, el sistema de justicia y el poder militar hasta los sistemas de apartheid étnico y demolición.

A ninguna de estas leyes Israel puede recurrir actualmente para justificar los genocidios cometidos. Por eso su actual consigna es que pondrá fin al terrorismo iraní. Con ese término se designa a los movimientos políticos islamistas que actualmente gobiernan Gaza, Siria y el Líbano, que aunque tienen muchas diferencias tienen en común el ser auspiciados por el Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica de Irán, fuerza armada de un gobierno considerado teocrático, dado que el líder supremo es elegido entre los clérigos islámicos chií, y tiene el control de los poderes del Estado. Esta forma de gobierno comenzó con la revolución islámica el año 1979. El último sha de Persia (el otro nombre de Irán), aliado de Estados Unidos, había reconocido en 1953 a Israel. Advirtiendo siempre que debía reconocerse a Palestina, el vínculo con Israel se rompe recién con la Revolución Islámica bajo el gobierno del ayatolá Jomeini y se declara a Irán protector de Palestina y la región árabe. 

El islam es una religión que también se basa en los relatos bíblicos sobre Abraham. Para sus creyentes no hay más dios que Alá y la diferencia está en quién es el profeta: Moisés, Jesús o, en este caso Mahoma​. Las principales escrituras del Islam son el Corán, que toma partes de la Biblia, pero que en este caso se cree que es la palabra textual de Dios, y las enseñanzas y prácticas (sunnah) de los relatos de Mahoma. Hoy, la cuarta parte de la población mundial es musulmana. Musulmán significa “el que se somete”, pues todas y cada una de sus acciones, desde la más personal hasta la militar están regidas por la orden de Dios. En Irán, tierra persa, prima el islamismo chiíta, y en Palestina, tierra árabe, los musulmanes son sunitas, por eso son tan distintos los gobiernos de Hezbolla en Líbano y de Hamas en Palestina.

Es una guerra cruel, pero difícil de entender, porque se disputan un territorio donde la política, la religión y las fuerzas armadas son cruelmente indesligables, y donde morir luchando puede ser la única forma de vivir. 

Alberto Fujimori y Abimael Guzmán nacieron en un Perú muy distinto, uno que pocas veces podemos imaginar. En la década de 1930, en Lima no había más de 300,000 personas en el área urbana, número cercano al de las personas que vivían en todo el departamento de Arequipa en esos mismos años. En Mollendo, donde nació Guzmán, apenas si había 15,000. El Perú se encontraba bajo el régimen de un presidente afín al nazismo, Oscar R. Benavides.  

La accidentada infancia de Abimael Guzmán, cambiando de ciudades y escuelas fue muy diferente que la de Alberto Fujimori, pero lo cierto es que ambos llegaron a cursar una carrera universitaria. Fujimori estudió Agronomía en la Universidad Agraria de la Molina, y Guzmán, Derecho y Filosofía en la Universidad San Agustín de Arequipa. Guzmán se graduó en filosofía y se entregó al comunismo. Apenas comenzada la década de 1960, mientras Abimael Guzmán fue contratado por la Universidad San Cristóbal de Huamanga para enseñar filosofía, Alberto Fujimori fue a realizar sus estudios de posgrado en Francia y en Estados Unidos. Cuando regresó a enseñar en la Agraria hizo también carrera política como decano, luego rector y presidente de la Asamblea Nacional de Rectores. La afiliación de la Universidad huamanguina con el comunismo, permitió a Guzmán crear los vínculos para dejar la universidad, viajar a China, Checoslovaquia y la Unión Soviética, y pasar a la clandestinidad. De tal forma que mientras Fujimori estaba liderando su universidad, Abimael iba creando por el país, comités de Sendero Luminoso en las aulas universitarias.

En 1980 comenzó el terror. Abimael Guzmán, convertido en el Presidente Gonzalo, decidió que debía combatir al Estado destruyendo a sus colaboradores. Los colaboradores éramos todos, pero comenzó con los campesinos y militantes de izquierda que traicionaban la causa al ejercer el recién universalizado derecho a votar. La vorágine ocasionó decenas de miles de muertes, con terribles atentados y con la estrategia de dejarnos sin luz y energía. El Estado reaccionó casi al mismo nivel, amenazando y asesinando ante la incapacidad de poder identificar a los verdaderos senderistas. Nuestro retorno a la democracia fue caótico. Sumidos en la pobreza, a la exorbitante deuda externa, se sumaron el impacto de fenómenos naturales y la crisis económica mundial que dio paso al neoliberalismo. En ese contexto, Alberto Fujimori se lanza a las elecciones presidenciales, sin imaginarse que la población, atemorizada por las radicales medidas económicas que Mario Vargas Llosa anunciaba, lo escogería como el candidato alternativo (costumbre de votar por oposición que ha mellado las prácticas democráticas peruanas).  

Ya elegido, a Fujimori no le quedó más que aplicar las duras medidas contra la inflación y de reducción del estado que promovía el Fondo Monetario Internacional, además de un nuevo plan para pagar la gran deuda. En ese contexto, la violencia de Sendero Luminoso se incrementó en Lima y en la Amazonía. Fujimori optó por crear un escuadrón paramilitar, el Grupo Colina. Meses después cerró el Congreso de la República. Guzmán fue capturado el 12 de septiembre de 1992 por el Grupo Especial de Inteligencia (GEIN) de la Dirección Nacional contra el Terrorismo (DIRCOTE) de la Policía Nacional peruana. Fujimori, que estaba en un viaje de descanso, regresó de inmediato para montar la parafernalia con la que fue mostrada su captura. Bajo la dictadura, Guzmán fuejuzgado por un tribunal militar sin rostro. Más de diez años después hubo que volverlo a sentenciar con el debido proceso y darle la cadena perpetua.

Fujimori cantó victoria y aparentó convertirse en un presidente que luchaba por los derechos humanos. Mientras tanto, sus vínculos con el narcotráfico, la compra de los medios de comunicación, la liberación de la informalidad y la corrupción empresarial, llegó a dimensiones insospechadas. Los videos grabados por su mano derecha, Vladimiro Montesinos, dejaron todo en evidencia. Él escapó a Japón y renunció por Fax. Fue detenido en Chile, cuando pensaba regresar desafiante al Perú, el año 2003.

Durante la guerra entre el Estado peruano y Sendero Luminoso, murieron cerca de 50,000 personas. Abimael Guzmán murió en la cárcel, el 11 de setiembre de 2020 a los 86 años. Alberto Fujimori, consiguió que la casta política que asentó en el congreso, le diera el indulto para salir de la cárcel de oro en la que estaba y querer seguir manipulando la política peruana, a pesar de la oposición de 24 millones de peruanos. Murió también a los 86 años, el 11 de setiembre de 2024.

Página 1 de 12 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12
x