Doscientos años han pasado desde que una ola de comprometidos peruanos, peruanas luchara con la vida por convertir la colonia en la que crecieron en un orgullo de República y Nación. Año tras año, mientras el modelo de gobierno lo discutían singulares parlamentarios y agudos escritores con cada nueva Constitución promulgada, los líderes políticos se enfrentaban bélicamente con tal de tomar la Presidencia de la República, imponer su estilo y brindar el mayor de los provechos para su corte. Nos costó la dolorosa Guerra con Chile el haberlo tomado tan a la ligera; después la cosa de gobierno se tornó algo más seria.

La primera Constitución del siglo XX, la de 1933, fue capturada por el presidente pro fascista Oscar Benavides, quien hizo todas las modificaciones que requiriera su represivo gobierno. Una década más tarde, el general Manuel Odría da un golpe de Estado y, para calmar las aguas, convoca a unas elecciones en las que solo participó su partido. Así consiguió un parlamento integrado sólo por sus allegados. Pudo modificar la Constitución de acuerdo con sus intereses, como el de aprobar el voto femenino tan reclamado, que el quiso usar para conseguir la fidelidad de las instruidas votantes en las próximas elecciones presidenciales. No le funcionó.

Otra década después, el General Juan Velasco decretó que sí se seguiría la Constitución de 1933, salvo cuando los decretos de su gobierno la contravinieran; aquel maremoto duró un mandato y devino en la dura represión del general Francisco Morales Bermúdez. Protagonista del Plan Condor y de las consecutivas masacres durante las huelgas generales, convocó a una Asamblea Constituyente. Por primera vez los partidos políticos (viejos y nuevos) perseguidos a lo largo del siglo por todo el país pudieron participar libremente. La Constitución de 1979 parecía haber alcanzado un auténtico acuerdo nacional que reconocía derechos humanos y regulaba los principales sectores económicos del país. Fue la carta magna que vigiló al Perú durante la guerra contra Sendero Luminoso, el impacto del Fenómeno de El Niño, el crecimiento exponencial de la deuda externa y el colapso de los servicios del Estado. Cuando otra década después el Fondo Monetario Internacional planteó como solución contra el colapso socioeconómico la fórmula neoliberal, la Constitución resultó incompatible. El Presidente golpista Alberto Fujimori la culpó del caos y convocó a elecciones para el Congreso Constituyente (irónicamente) Democrático. El resultado fue la Constitución de 1993, que nos dejó con una sola cámara parlamentaria formada por congresistas que se podían reelegir. El Presidente de la República también. Aquello que se ofreció como una propuesta para poder culminar planes de desarrollo y estabilidad de mediano plazo, resultó una estrategia para mantener redes de clientelaje, violencia y corrupción. 

Reemplazando a Pedro Pablo Kuczynski, el primer presidente peruano encarcelado este milenio, el 2018 el Presidente Martín Vizcarra propuso un referéndum nacional para aprobar cuatro modificaciones acordadas con la población que podrían detener la corrupción en el país. Con amplia mayoría, aprobamos reformar el Consejo Nacional de la Magistratura, regular el financiamiento de las campañas electorales, prohibir la reelección de los parlamentarios y restituir el sistema bicameral en el Congreso. De pronto, Vizcarra alertó que los congresistas utilizarían la bicameralidad para reelegirse y por eso el 90% de los votantes, 10 millones de peruanos acordamos votar en contra. 

Este miércoles 6 de marzo de 2024, el actual Congreso de la República con 91 votos a favor aprobó el retorno a la bicameralidad y la reelección parlamentaria. El 2026, 60 de los hoy 130 congresistas que se están adueñando de los tres poderes del Estado, podrán conformar el nuevo Senado del país. Qué futuro nos espera si tan sólo en dos años bajo una dictadura parlamentaria hemos perdido 50 mil millones de soles por corrupción. Qué futuro si desde el mismo día quedamos en manos de un Presidente del Consejo de Ministros que considera que los culpables de las masacres con las que comenzó este gobierno, fueron los ciudadanos que salieron a protestar. Qué futuro será. 

Los fieles que rinden culto a Fujimori admiran la firmeza con la que tomó las decisiones drásticas que requería “el país” allá a comienzos de los años 90. Ante tal consistencia sienten realmente que se encuentran frente a un héroe. Y es que en los mitos y leyendas con los que crecemos, los héroes suelen pasar por la prueba de contravenir la ley con tal de salvar una, cien, mil vidas; así que para muchos, la manera como Alberto Fujimori montó en escena la captura de Abimael Guzmán y la forma cómo liberó el informal crecimiento económico, son motivo suficiente para justificar cualquier delito que cometiera, pues supuestamente puso fin al estado de violencia y pobreza del Perú. 

El fujimorismo consiguió convencer a sus feligreses de que la corrupción, los secuestros, torturas y asesinatos que caracterizaron su gobierno eran obras del frío y calculador villano que lo mantuvo algo confundido, Vladimiro Montesinos. Y si en todo caso, Fujimori fue culpable de alguna masacre o engaño, fueron los costos de su heroicidad. De esa manera, sus fieles consideran que los delitos por los que fue sentenciado no importaban gran cosa: fueron errores del Grupo Colina llevar a cabo las masacres de Barrios Altos y La Cantuta, fue por seguridad que secuestró al periodista Gustavo Gorriti y al empresario Samuel Dyer. Si se compraron congresistas, líneas editoriales de los principales medios de comunicación y se engañó a la población con la prensa chicha, eso ya fue culpa de Vladimiro, así que los caviares fueron injustos en sentenciarlo por conductas ajenas. ¿Acaso Fujimori No había tenido la valentía de allanar su casa (sin los adecuados fiscales por el apuro) con tal de retirar las maletas con la evidencia de sus delitos? Así Fujimori dejó establecida su heroicidad antes de fugarse y abandonó en la villanía a su socio Montesinos.

Cuando el Tribunal Constitucional con el apoyo de la presidenta del Poder Ejecutivo le otorgó el indulto contraviniendo a la Corte Interamericana de Derechos Humanos, sus fieles coparon ansiosos las calles aledañas al penal. Lo esperaban para celebrarlo rodeados de todos los medios de prensa y lo acompañaron en parte del recorrido agradeciendo su supuestamente justa liberación. Luego, pasaron los días y se abrió un prolongado silencio hasta hace un día cuando su frágil figura de 85 años irrumpió en un centro comercial. Sus fieles fujimoristas avisaron de inmediato a los medios. Por supuesto, el canal de televisión que sostienen sus más comprometidos feligreses de inmediato acudió a entrevistarlo y se quedaron boquiabiertos cuando Fujimori salió en defensa de Vladimiro Montesinos y descartó explícitamente la capacidad política de sus hijos, que dicho sea de paso, jamás se han doblegado durante su peregrinación elecciones tras elecciones en busca del gobierno prometido. 

De un día para otro, el indultado habló en nombre de sus feligreses, aseguró que el “fujimorismo” había acordado apoyar a la presidenta hasta el fin del mandato de Castillo, el año 2026. Evadió responder entre risas cuando le preguntaron por las posibilidades electorales de Kenji y de Keiko y agregó que Vladimiro Montesinos había cumplido muy bien sus funciones en el Servicio de Inteligencia Nacional y que todo lo demás habían sido errores. 

Sus voceros quedaron boquiabiertos y detuvieron la entrevista. ¿Él héroe tan esperado defendiendo al villano que tan útil les había sido? ¿Ese es el Fujimori que liberaron sus fieles? Esos son los momentos cuando debemos aceptar que la épica y sus protagonistas son tan sólo idealizaciones. En el caso del fujimorismo estas han sido urdidas consciente e intencionadamente. De forma que se ha quedado en el olvido que una de sus condenas se debió a que le pagó 15 millones de dólares a Vladimiro Montesinos por compensación de tiempo de servicios (¡como si su sueldo mensual hubiese sido de 1 millón y medio de dólares!) y que durante el juicio afirmara que esa compensación le parecía justa y que no encontraba el delito.

Ante este escenario, ¿conseguirán los fieles fujimoristas rescatar al heroico padre de familia, de gobierno, de país que construyeron en oposición a los ardides de su villano? Cuando lo sentencien nuevamente, ¿les quedará ánimo (y un poquito de ética) para rogar otra vez por indultarlo? 

Tags:

Carla Sagástegui, en la arena, fujimori y montesinos

En el Perú, coexisten diversas maneras de entender, divulgar y enseñar su Historia. En las universidades, por ejemplo, prima una mirada crítica que estudia las tensas condiciones en las que se produjeron los acontecimientos que redefinieron nuestra sociedad, sus culturas, el devenir del país. En los colegios es distinta y diría casi opuesta la enseñanza de la Historia, porque uno de sus objetivos es sembrar en cada nueva generación cariño y admiración por un pasado común, así como el rechazo a ciertas malas decisiones (según los principios de su docente), lo cual nos habría de fusionar eficientemente en una comunidad nacional. Y en el mercado cultural, la apuesta es hacer de todo ello una atractiva producción de héroes y episodios históricos que entusiasme al público, que ofrezca patrióticas tendencias y que eluda, salvo que sea conveniente, el surgimiento de debates (cosa algo contradictoria con la democracia, que requiere de la convivencia de posturas opuestas para producir nuevas ideas, nuevos futuros). 

Hasta hoy en nuestro país sólo el 16% de peruanos ha tenido acceso a la educación superior; muchos de ellos en universidades que actualmente carecen de licencia para funcionar por no cumplir con los niveles mínimos de calidad en la formación que ofrecían. Con esta evidencia en mano, debemos tomar conciencia de que la manera como en Perú comprendemos la Historia queda en manos de nuestro sistema educativo escolar, que, como bien sabemos, envía a las zonas más empobrecidas a los docentes con menor calidad a enseñar en una lengua impuesta que sus estudiantes rara vez consiguen dominar. Espacios rurales donde la Historia ha persistido no como reflexión, sino como culto por las fiestas o como idealización de los (cada vez menos) personajes históricos, capaces de encender el patriotismo.

Si incluimos dentro de los temas de Historia, el nacimiento, la fragilidad y la protección de la Democracia y los derechos ciudadanos, nos encontraremos con que la mirada crítica universitaria es compartida por una pequeña élite de hablar cifrado y desafiante, una élite escindida del resto, de la enorme mayoría, que bajo la mirada escolar asume la democracia como el responsabilizar a un otro ante las necesidades patrias, un otro a quien espera elegir como heroico líder, un Milei que de sopetón acabe con todas las necesidades posibles. Hechos y no palabras. 

En todo el continente americano, la democracia demoró hasta avanzado el siglo XX en decidir quiénes debían participar o no, quiénes serían reconocidos como ciudadanos (como las mujeres), pues había población étnica sometida a trabajos forzados y mal remunerados. Uno de los recursos fue, y no casualmente, el ser analfabeto. Hasta avanzado el siglo XX, se utilizó el mantener fuera del sistema electoral a la población indígena o afrodescendiente restringiendo su acceso a la educación. En Estados Unidos hasta 1965, en Perú hasta 1979.

Actualmente, en los países donde el sistema democrático funciona a cabalidad, cerca de la mitad de la población tiene educación superior y en las comparaciones de rendimiento escolar, sus estudiantes sobresalen. En los países donde buscamos dirigentes extremistas, de recursos violentos que persiguen la reelección para imponer su patriótica ideología, como Bukele o Morales, menos de la cuarta parte ha tenido acceso a la educación superior y las pruebas de evaluación escolar dan resultados de estancamiento.

Hoy, cuando después de haber luchado por su reducción, veinte años después nuevamente el 22% de mujeres rurales son analfabetas en Perú, cuando la élite intelectual (esa que Wright Mills, en La élite del poder, creía heroicamente capaz de detener a los corruptos y salvar la democracia) ha constreñido a su lenguaje académico la enseñanza crítica de la democracia, ¿le importa a la población que tan sólo terminó primaria o con suerte hasta la secundaria, la lucha por sus derechos a una vida plena?, ¿se preocupará por la captura de los Poderes del Estado? ¿Cómo hará esa electora, la que se encuentra más lejos de cualquier aula universitaria del Perú, para saber por qué sus gobernantes la amenazan para que no proteste y tan sólo produzca? 

Tags:

Democracia, Educación, Historia, Historia del Perú

Cuando se discute el tema de la corrupción, la pasiva gestión del estado, la toma del congreso por líderes de la economía informal e ilegal, el tema se suele abordar desde los hechos, la evidencia, las cifras:  les vendemos armas fabricadas por el estado peruano a las mafias ecuatorianas,  las negociaciones con la policía y el ministerio del interior son inútiles, una congresista inspirada en Milei está convencida de que debemos reducir nuestros ministerios de 18 a solo 9 para gastar menos 

El problema es que la discusión pocas veces consigue revertir aquello que critica, pues enfrentamos a productores y tozudos defensores de falsa información: por ejemplo, aumentan las cifras de violencia para que la compra de armas crezca y luego puedan comercializarla ilegalmente; o para impedir la fiscalización de las economías criminales nos quieren convencer de que es necesario reducir ministerios por el gasto público, cuando somos uno de los países con menor gasto en América Latina.  

Que nos gobiernen alzando la falsa información como bandera no es tan sólo un problema de cifras o evidencia, es también origen de un profundo problema que afecta directamente la construcción de nuestra subjetividad social. Pues crecer en medio del engaño, poniendo todo el esfuerzo en denunciarlo, y percibir que no se consigue revertir la situación, consume nuestros esfuerzos, agota nuestras esperanzas. Produce un profundo cansancio social que nos deja cruzados de brazos ante la agonía de nuestros partidos políticos y de todo el sistema democrático nacional. 

Como levanta la sospecha de que resulta más sencillo dejarse engañar, empezamos a ver en el otro un potencial mentiroso o un incapaz engañado, de forma que no podemos confiar en ninguno de ellos, sólo en uno mismo. De esa manera las redes sociales funcionan mejor que un partido político. Decido socializar virtualmente con quien me da la razón, sin necesidad de que nuestra presencia y aquello que escondo corra riesgo. El partido político, a diferencia, nos convoca a sesiones, a espacios de diálogo y de debate ideológico, a campañas y elecciones donde delegamos nuestra confianza en los candidatos. Nos hace socializar, conocernos y compartir nuestras diferencias y afinidades. No es que no se tome en cuenta la suspicacia, pues sabemos que se trata de una competencia por tener el poder, el control de un territorio, de sus fondos fiscales y de su población; pero aún aceptando este riesgo, seguimos fieles a las propuestas cómo un nuevo gobierno transformará nuestro entorno y condiciones de vida. 

En cada país hay sin duda candidatos de redes que prefieren manipular la información y engañar y candidatos de partidos que llegan con propuestas y equipos de trabajo dedicados a comprender nuestros conflictos y necesidades. Pero en Perú, pareciera que el copamiento del sistema democrático por parte de los candidatos y gobernantes aliados para engañar y corromper hizo de los partidos políticos espacios de alquiler electoral para conseguir beneficios personales. 

En medio de la desconfianza que alimentan los actuales poderes del estado, donde sus protagonistas están acusados de haber cometido crímenes y delitos, que puesto fin a los partidos y ahora regresa para retomar el control de las universidades ¿dónde podremos sentirnos seguros para debatir modelos de gobierno ante el futuro de inestabilidad climática y territorial del que depende la duración de nuestros recursos? ¿Dónde discutir el futuro de nuestras siguientes generaciones que tendrán que hacerse cargo del mundo nuevo con sus profundos retos que les tocará vivir?

Si en estos tiempos aparece un nuevo partido, el reto de recuperar nuestra confianza será grande, pero sin ella no podremos seguir. 

Tags:

confianza politica

[EN LA ARENA] Los países de América Latina hemos tenido diversos tipos de relación a lo largo de los últimos dos siglos. Nos unimos para enfrentar a la corona española, pero luego surgieron conflictos entre nosotros por delimitar fronteras. Recordemos las guerras entre Estados Unidos y México, la creación de los países centro americanos o las disputas entre Perú y sus países vecinos, ni hablemos de Bolivia que terminó sin salida al mar. A la par que sucedían estos conflictos territoriales, también nos costaba muchísimo instaurar la democracia dentro de cada país. Las dictaduras fueron tantas, sean por la imposición de un solo partido o por golpe de estado militar que llegaron a ser un rasgo distintivo de un país latinoamericano. Incluso surgió una novela de la dictadura, que planteó como reto el intentar conocer la mente del dictador y la crueldad con la que sometía a sus enemigos.

Otro elemento que nos ha unido ha sido el control que Estados Unidos ejerció sobre nuestras economías, nuestra cultura y nuestras legislaciones a lo largo del siglo XX. De modo que Estados Unidos reemplazó a España como esa suerte de enemigo mayor al que le conviene fomentar grandes brechas económicas y educativas para mantener una mano de obra más que barata en cada país donde sus grandes empresarios invertían. En muchos casos los dictadores eran obra de su angurria.

Víctimas de persecuciones, muchos hombres y mujeres latinoamericanos se asilaban en países vecinos, para contar con el apoyo de un aparato estatal. Y así nos hermanaba el refugio político y la producción cultural que iba de la mano, plena de canciones, poemas y películas, develando el castigo de quienes luchaban por cambiar las condiciones de indigencia en la que se encontraban grandes sectores de todo el continente.

Cuando en la década del 70 funda Estados Unidos la dirección de Administración de Control de Drogas, la DEA, emergen la producción de cocaína y marihuana como productos comerciales que no sólo se consumirían dentro del continente, sino que se exportaría hacia un mercado global. El narcotráfico se impuso una década después como un nuevo vínculo que nos uniría de manera ilegal por razones de producción, comercialización y consumo.

Dictaduras van, carteles de narcotráfico vienen, con el arribo del modelo neoliberal, a fines del siglo pasado, parecía que ya no necesitarían dictaduras y otros sistemas ineficientes, provocadores de pobreza, lastres que impedían que la democracia y la riqueza florecieran en nuestros países, a quienes ya les había llegado el momento de trabajar entre sí. Mayores alianzas entre los países, mejores ganancias y con ello, la llegada del buen y democrático libre comercio. Pero este ideal no funcionó, la pobreza siguió creciendo, las dictaduras reaparecieron y la población empezó a migrar hacia los países vecinos en grandes cantidades sin histórica comparación. Siendo siempre Estados Unidos la meca, otros países también nos recibimos: peruanos fuimos a Chile y Argentina, centroamericanos a México o Venezolanos a Perú.

Con la migración, el narcotráfico y la necesidad de armas para cárteles y guerrillas, la trata de personas y otros crímenes se han vuelto actos cotidianos. Nuestro nuevo vínculo con Ecuador ha quedado clarísimo: abarca hasta miembros de las fuerzas armadas peruanas, quienes trafican armas para fortalecer a Los Choneros o Los Tiguerones, aliados de otros cárteles mexicanos, como el de Sinaloa, con muchísimo poder. Sus historias ya no se narran tanto en novelas, como en series, películas y en los programas de noticias. Su música ya no es la salsa reflexiva, la nueva trova o el rock en español (ese que desafiaba al compuesto en inglés), sino un ritmo reguetón que recrea las aventuras de jóvenes armados dispuestos a tomar canales de televisión, universidades, a quemar autos, a matar como en Guayaquil.

En eso devino la economía liberal e ilegal que hoy nos hermana. Esta en nuestras manos organizarnos, como continente, ponerle fin y dar comienzo a vínculos que nos ayuden a resolver realmente los retos de una población que ya no podemos dejar que continúe en manos de la pobreza y el horror.

Tags:

DEA, Ecuador, narcotráfico, Neoliberal

[EN LA ARENA] En estos días de fiestas es casi imposible escapar de las ganas de hacer un balance del país. Las juntas con amigos y familiares nos muestran siempre que no es tan fácil vivir en un país tan obviamente complicado. Y la condición más clara, que nos han explicado hasta el cansancio, década tras década, diversos autores, es que disfrutamos el excluirnos radicalmente entre nosotros. Un ejemplo concreto y directo: actualmente sólo el 20% de nuestra economía es informal; sin embargo, más del 70% de peruanos (y en algunas regiones hasta el 90%) tiene un trabajo informal. De todos ellos, más de un millón de niños, niñas y adolescentes ha tenido que abandonar el colegio para empezar a trabajar así, informal o peor aún, ilegalmente, sufriendo el ser víctima de un trabajo forzado o sexual.

Mientras tanto, la presidenta que tenemos en este momento (contra la voluntad de la mayoría de peruanas y peruanos) ha dedicado todo el año a viajar al extranjero, fotografiarse con celebridades y llevar un saludo de paz. Mientras tanto, aquí ella es indiferente y deja hacer a su gabinete y al Congreso. En el proceso judicial en el que se encuentra por las masacres que con su conocimiento se perpetraron (otro caso clarísimo de exclusión y crueldad racial con el que empezamos el primer trimestre del año) ella, la presidenta, sólo guarda silencio.

Inspirada probablemente en el delirante presidente de El Salvador, su labor como presidenta se ha reducido (o concentrado, cómo se lo quiera percibir) al de la seguridad urbana. Para ello ha decidido, como su homólogo, quebrar leyes y sentidos básicos del derecho. Por lo pronto, su apuesta por dar el control policial de las calles a los militares parece no haber presentado cambio alguno. Ahora dotará de labores fiscales a los policías. Además de si reduce o no la violencia urbana, el problema es su impacto en la legislación y los antecedentes que nos deja, permitiendo que se pueda ejercer violencia de parte del Estado.

Casualmente, desde el año 2021, las cifras de tasa de homicidios en el Perú han dejado de aparecer en los estudios divulgados sobre los índices de criminalidad en América Latina por las Naciones Unidas. Sin embargo, si comparamos las cifras del año 2020 con las de este año difundidas por encargo de entidades del gobierno, podemos ver que el número de personas lamentablemente asesinadas ha disminuido notablemente. El año 2020 fueron cerca de 1900 y hasta la semana pasada el Sistema Informático Nacional de Defunciones había registrado menos de 1,100. Sin duda el índice de 6 por cada 100 mil habitantes debe haber disminuido y haber mantenido nuestra estabilidad en la región, en donde países como Colombia, Ecuador, México u Honduras, superan tasas de más de 25 hasta de 38 como alcanzó El Salvador hace algunos años.

Si el índice en Perú está bajando, queda la pregunta de por qué la presidenta insiste en quebrantar el sistema jurídico en nombre de una violencia que los medios presentan falsamente como haber “batido récord”. Porque así, la presidenta alimenta la exclusión, el odio al migrante, la sospecha contra el pobre.

En estos días de fiesta, también resulta imposible no soñar. En toda esta historia de manipulación de la información, la prensa y los rezagos de partidos políticos tienen un papel fundamental porque la exclusión se alimenta de la mentira, en cambio la solidaridad, con la búsqueda de la verdad. La exclusión no quiere que nada cambie, la solidaridad siempre quiere que seamos más y mejor. El país somos “todos”, mucho más que “nosotros”. Mi deseo para el 2024 es que al menos un medio de comunicación nacional y al menos un partido político también nacional, tenga la capacidad de proponer como salir de este mundo de trampas y engaños, de sangre y de fuego, para mirarnos, cuidar nuestras tierras de los delincuentes y dejar que nuestras niñas, nuestros niños puedan crecer en plenitud.

Tags:

análisis crítico, Exclusión, Manipulación Informativa, Seguridad Urbana

[EN LA ARENA] En las últimas marchas que se han convocado contra el Congreso, la Fiscal de la Nación, la Presidenta de la República y el indulto a Alberto Fujimori, se ha sentido la poca participación de jóvenes y adolescentes. Varias explicaciones puede haber al respecto. Una, por ejemplo, se vincula a haberlo vivido, haber estado ahí. Si no se estuvo, ¿se sentirá lo mismo? Por ejemplo, tener 18 años cuando Fujimori comenzó su primer gobierno, implicó haber crecido con apagones, con bombas, espionaje, relatos de torturas y familiares desaparecidos. Tener 28 al terminar su gobierno, cuando se reveló la información sobre la corrupción, el tráfico de armas y drogas, las masacres, supuso salir a marchar y, con la evidencia de los vladivideos, exigir la verdad, enardecidos.

Hoy, una persona de 18 años ha crecido con violencia, robos, extorsiones y asesinatos. Los medios de comunicación de alcance nacional les han mostrado interminables documentales sobre un terrorismo que ya no existe y que solo puede ser vencido por Alberto Fujimori y familia, la razón por la que hay que liberarlo y devolverles el poder. O también puede ser que sus profesores vivieron la toma de sus escuelas por parte de Sendero, y no han querido mencionar el tema en las aulas por temor a la reacción familiar. No vayan a ser denunciados. Y con el sistema judicial que tenemos, quizá sus profesores hayan preferido callar.

Hoy, el Congreso está compuesto en gran medida por parlamentarios que encabezan mafias y diversos grupos de poder informal, como el de los dueños de universidades sin licencia para titular. También en 1990 el Congreso peruano estaba muy mal. Y Fujimori se recuerda como aquel presidente que tuvo el coraje suficiente como para dar un golpe de Estado y frenarlo. (Gesto que quizá pensó Castillo iba a funcionarle a él también.) Ese pragmatismo deja de lado que luego Fujimori convocó a una constituyente, que copada por su partido, consiguió hacer una Constitución adaptable a los intereses del Poder Legislativo (hoy no queda la menor duda) y velada por el Tribunal Constitucional.

Ese “dejar de lado” quiere decir ocultar información. Siguiendo esta argumentación, el silencio político juvenil respecto del indulto podría entonces estar ligado a carecer de referencias que los indignen. ¿Cómo saber que me están contando la historia de manera tergiversada? Más aún, si el mismo Congreso y sus aliados, como el alcalde de Lima, se dedican a satanizar, a caviarizar, a las personas que sí recuerdan los crímenes cometidos. Si los acusan de mentir, de sólo hablar “ideología”, nada mejor que dejar de pensar en temas vendidos como alerta de pobreza socialista.

Esta vieja falacia siempre será efectiva porque un tema doloroso como la verdad ocurrida cuando hay crímenes de lesa humanidad, tan angustiante como la violencia y la corrupción, nos obliga a vivir en un mundo centrado en la desconfianza y ningún joven quiere sentirse así. Es el momento de enamorarse, de construir, de poder proyectarse hacia el futuro. Y para eso se necesita confiar. Suficiente desconfianza hay con las mafias y delincuentes que salen todos los días en televisión. Que quedan libres y de los que tienes que escapar diariamente.

Contra eso tampoco salen a las calles a protestar. ¿Será porque las mafias les son tan naturales como a los mayores de cincuenta un apagón? La marcha contra Merino hizo pensar a todo el país en una generación comprometida a defender su futuro en las calles, y de pronto, ¿dónde está la generación de Inti y Brian? ¿Dónde están aquellos jóvenes de la UNI y San Marcos que apoyaron al Perú que vino a reclamar a Lima las masacres de Boluarte? ¿Será un efecto de la pandemia? ¿Qué tendrían que haber hecho la Fiscal de la Nación y su mafia parlamentaria para conseguir indignarlos y sacarlos a protestar? O si se indignan,  ¿se ha agotado el poder de la marcha?, ¿creerán que carecen del poder para logarlo? O será que está naciendo una nueva forma que aún nos resulta invisible.

Qué será, como dice la canción, será.

Tags:

Alberto Fujimori, Desconfianza, Participación Juvenil, Referencias Históricas

[EN LA ARENA] Como en una película americana, los fiscales que investigaban la corrupción en el congreso infiltran a un parlamentario en el círculo de la Fiscal de la Nación, quien negociaba los votos de los congresistas. Para protegerse, la Fiscal denuncia a la Presidenta de la República. Es turno de que la Junta Nacional de Justicia, que la eligió para ser Fiscal, pero que luego fue amenazada por ella coludida con el Congreso, la suspenda de sus funciones durante el proceso disciplinario.

En medio de este destape de prebendas entre los poderes del Estado, de pronto irrumpe, escrachando la pizarra, la noticia de que el Tribunal Constitucional permitirá el indulto a Alberto Fujimori. La película se pone cada vez más intensa. De pronto, los especialistas en justicia salen a los medios a explicar que el Tribunal no ha emitido esa declaración. Que se continuará respetando la Jurisprudencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos que declara que Fujimori debe continuar cumpliendo su condena. ¿Cuál es el fin de escandalizar con el tema del indulto a los medios? ¿Para qué alarmar con titulares a decenas de instituciones y a miles de personas con una falsa noticia durante la investigación a la Fiscal de la Nación?

Algo que caracterizó al gobierno de Alberto Fujimori fue el uso de campañas psicosociales. Vladimiro Montesinos contrató al psiquiatra Segisfredo Luza para que se encargara de la primera. Era 1991, después del paquetazo, cuando en medio de la crisis económica llega la epidemia del cólera y causa estragos en la población. 40,000 personas murieron de un momento a otro; y de pronto, una imagen de la Virgen María empieza a llorar sangre en el Callao. Su tiempo en los medios fue suficiente para palear el sufrimiento económico. El año siguiente, un día en el mes de setiembre, mientras Fujimori estaba pescando en Iquitos, el Grupo Especial de Inteligencia Nacional (GEIN) de la Policía capturó a Abimael Guzmán. Fujimori ni siquiera estaba al tanto de la operación. Sin embargo, el 12 de setiembre, apareció el demonio de Sendero Luminoso vestido con un traje a rayas, dentro de una jaula. De inmediato Palacio de Gobierno se atribuyó el éxito de la operación. Hasta hoy día, cerca de la mitad del país continúa creyendo que fueron Fujimori y el SIN y no la Policía Nacional y los ronderos quienes acabaron con Sendero Luminoso. Otro hecho significativo fue el giro de los programas de televisión cada vez más violentos, sexualizados, humillantes que primaron durante su dictadura. Con animadoras y cantantes prestos a crear cortinas de humo y tergiversar los hechos según los intereses de Fujimori gestionados por el SIN.

Su hija Keiko, que creció su adolescencia entre Palacio y el SIN, decidió continuar con el legado de su padre y no cesó de postular a la Presidencia de la República. Investigada y con pocas herramientas para crear grandes psicosociales, se restringió a un solo recurso que fue el de acusar de fraudulentas a las elecciones. Indudablemente no tuvo éxito. Pero hace poco, ella y su familia resurgieron mediáticamente: hubo un divorcio, ella estilizó su figura, comenzó a dar charlas motivacionales, mientras el padre de sus hijos intentó involucrarse en programas de entretenimiento á lo Fujimori, para trabajar como influencer. Este cambio de lo político a lo mediático, alcanzó hasta a su hija adolescente. Como en otra película, hoy de streaming, la hija revivió el sueño de su madre por ser modelo pero no lo consiguió. La presencia en las redes de una familia ahora vacía de contenido electoral, tampoco ha conseguido ocultar la amenaza constante bajo la que viven los fiscales que la investigan. El supuesto indulto a su padre, también ha fracasado, no pasará de un día. ¿Será que estaremos visionando como una mafia tan grande pueda estar llegando a su fin? Veremos; por lo pronto, esta historia continuará.

Tags:

Corrupción en el congreso, Fiscal de la Nación, Indulto a Alberto Fujimori, Junta Nacional de Justicia

[EN LA ARENA] Una semana atrás el Congreso aprobó por insistencia el Proyecto de Ley que reconoce los derechos del concebido. Aprobar por insistencia significa que aunque el poder ejecutivo lo rechazó, el pleno del congreso volvió a votar a favor de su promulgación. Como este proyecto atenta directamente contra el derecho al aborto terapéutico e implica cambiar el Código Civil y toda la legislación vinculada, ya se habían pronunciado instituciones como la Defensoría del Pueblo y organismos de derechos humanos nacionales e internacionales con sustento en determinaciones del Tribunal Constitucional. Cada una de estas organizaciones había emitido informes de rechazo con impecable argumentación jurídica y sin embargo, 73 congresistas prefirieron optar por la sustentación que presentó Milagros Jáuregui, la pastora evangélica de Araujo, para atacar nuevamente los derechos de nuestras niñas, de aquellas que crecieron en duros entornos de abuso sexual.

Si 73 congresistas peruanos prefieren hoy argumentación religiosa, ¿alguna vez conseguimos que un “espíritu laico” primara en nuestra normativa social? Si miramos los últimos cien años de búsqueda de modernidad, muchos de nuestros partidos políticos estuvieron vinculados con la Doctrina Social de la Iglesia Católica, la Teología de la Liberación, o con órdenes religiosas de violenta tradición conservadora. Los protestantes, por razones de convenios políticos con sus países,  participaron de muchos proyectos estatales de desarrollo, pero no tuvieron mayor protagonismo político, aunque sí influencia ideológica, como en el caso de Víctor Raúl Haya de la Torre. Sin embargo la directa irrupción de la religión y del cristianismo en la política peruana comenzó en 1990 cuando ingresaron los evangélicos con sus propias organizaciones políticas al Congreso.

Las iglesias evangélicas (a diferencia de las protestantes que llegaron con los colonizadores europeos de Estados Unidos) nacieron y se expandieron por todo el continente americano a lo largo del siglo pasado, derivando algunas de ellas en el movimiento que hoy se denomina Neopentecostal. Este movimiento religioso y político está compuesto por empresas familiares de fe lideradas por la sus pastores. En sus sermones utilizan fragmentos de la Biblia sin contexto, sin sustento teológico o ético, pero con la fuerza para atraer y crear redes sociales y económicas a las que añaden poder político. Su discurso sustenta el libre emprededurismo, la disminución del control estatal y la estratégica negación un conjunto de derechos humanos para el sometimiento de amplios sectores excluidos de la población. Por eso ha resultado muy sencillo establecer en todo el continente alianzas políticas y económicas entre el Estado, el diezmo de sus fieles y los emprendimientos de narcotraficantes, servicios paramilitares y diversas formas de lavado de activos. La congresista Milagros Jáuregui y su esposo, conocidos como los Araujo, tienen su propia iglesia evangélica. Ella sólo terminó el colegio y hoy es una exitosa pastora. Es congresista porque fue la segunda en la lista de Renovación Popular, el partido de Rafael López, el católico alcalde de Lima que más ha invertido en participar de eventos en contra del aborto en la historia de la capital. Esa es nuestra realidad política.

Dudo que existan países en los que las ideologías (aquellos conjuntos de principios que proponen los partidos políticos como base para la convivencia social) puedan estar realmente libres de afinidades religiosas, pero al otro extremo hay algunos estados, como Israel o la India que aún basan su sistema de justicia en normativa religiosa. Pareciera que el sueño moderno de un estado laico se ha podido establecer en muy pocos países, a lo que cabe sumar que algunas ideologías, sobre todo las totalitarias, culminan en éxtasis religiosos narcisistas que imponen creencias sin mayor sustento que el de surgir de su autor, como el presidente Bukele en el país, que no casualmente, se llama El Salvador.

En el Perú ya hemos visto que hay políticos que hasta monumento a sí mismo se han levantado. Otros han planteado por escrito la creación de una nueva religión étnica. Los nuevos partidos se reúnen para orar y los viejos, como el Partido Aprista y Acción Popular, de pobre postura religiosa y sin líder narcisista, ya quedaron en abandono. Si queremos replantear nuestro sistema político, debemos partir de que aquí, como en todo el continente, la religión, el abuso y la política han resultado inseparables, por encima de cualquier proyecto de gobernabilidad. Mientras no resolvamos este dilema, nuestros derechos, los de nuestras niñas y niños permanecerán acosados.

Tags:

aborto terapéutico, derechos humanos, Influencia Evangélica, Milagros Jáuregui
Página 1 de 10 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10
x