[En la arena]

En homenaje a nuestros muertos

Sea en La Libertad o en Madre de Dios, la criminalidad vinculada con la minería ilegal funciona con redes de trata, extorsión y tráfico de insumos químicos. Estas organizaciones criminales se asentaron durante la pandemia del Covid-19 y este gobierno no tomó ninguna medida para combatirlas, tampoco el gobierno regional de César Acuña. Mientras tanto, en Lima, la policía anuncia mensualmente que ha capturado nuevas bandas de sicarios y extorsionadores, de manera que en lugar de decrecer parecen multiplicarse. Las organizaciones mineras que acabaron con la vida de 13 peruanos secuestrados, están compuestos por hombres maduros: según los estudios (Superintendencia de Banca, Seguros y AFP  (2923)se encuentran entre los 25 y 60 años, mientras que en Lima, según la policía nacional, 1 de cada 5 bandas está integrada por adolescentes. En todos estos casos, el 95% de sus integrantes, son hombres. 

¿Cuántos de ellos (a quienes si sumamos seguro superaremos de lejos el millón de peruanos) podría conseguir un trabajo para mantener a su familia o estudiar una carrera universitaria? Para siquiera mantenerse. 

Los últimos resultados de la Evaluación Nacional de Logros de Aprendizaje (ENLA 2023) han mostrado que en las zonas rurales de La Libertad, sólo el 7% comprende lo que lee. En Madre de Dios, ni siquiera el 9% de hombres de toda la región lo comprende. La OCDE culpa su bajísimo nivel de aprendizaje al asistir a escuelas con mala infraestructura, falta de materiales y docentes poco capacitados, tanto como a los obstáculos del entorno familiar: la pobreza, la condición de migrante, y las largas distancias en zonas rurales. (2016)

Dejando de lado el supuesto llamado a guerra de la presidenta de la República, Urge detenernos en estas elecciones en el ámbito de la pobreza, porque es la pobreza la violenta. Y la violencia nos tiene bajo amenaza. Niñas, niños, jóvenes viven en familias constituidas por frustrados adultos que agonizan en trabajos opresivos, dejándolos crecer desnutridos, a golpes o en abandono, reduciendo sus capacidades cognitivas y atentos al tráfico de armas, a la trata laboral y sexual, y a la extorsión que está ahí, a la vuelta de la esquina.   

Son muchos los estudios acerca del impacto emocional, personal y social que acarrea tanta violencia, más aún en aquellos en las que jamás se detuvo desde sus primeros días de vida. Niños en quienes de inmediato emergen problemas de salud mental, adolescentes que viven en permanente desconfianza, con baja autoestima. Con miedo, estrés, y ansiedad, conmovidos psíquicamente, recluyéndolos o encendiendo sus venganzas. Ahí donde la violencia crece. 

Si queremos darles una alternativa a nuestros jóvenes, en las próximas elecciones, un criterio que podemos esbozar sea quizá aprender a NO votar por quien produzca y prometa más violencia. Habrá mucha información falsa. Acusaciones mutuas, acalorados debates. Y tanto nosotros, como nuestros jóvenes, necesitamos espacios de calma para pensar. ¿Cómo resolvemos la pobreza, la carencia de estudios, de trabajo, de atención para que la extorsión se rinda? Este voto tiene que ser uno pensado. Escuchemos qué proponen a los jóvenes y si será posible. Hay una generación a la que debemos (también porque estamos en deuda) rescatar. Votemos, con ellos, por la justicia. 

La fotografía es del Estudio Gálvez Monteagudo. 

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Congreso, Educación, Morgan Quero

Tras haber fallecido nuestro premio Nóbel, en las redes sociales se hizo público que cada quien tenía una historia de cierta forma vinculada con Mario Vargas Llosa o en todo caso, una postura política en torno a él. Ante tan abrumador y expansivo impacto de su figura, no sé si haya sido en mí un acto reflejo defensivo, pero lo cierto es que como reacción inmediata, antes incluso de poder releerlo, de pronto sentí a Vargas Llosa lejano. Lejanísimo. De siglos del pasado. Reseco hasta fragmentarse, como si un viento lo hubiese alzado y tras un par de piruetas, lo hubiese difuminado hasta desaparecer. 

Atribuyo esa percepción de lejanía a los cambios en la política y la tecnología que estamos viviendo en este presente infinito y a la brusquedad con la que han transformado a nuestras sociedades en la última década. Mario Vargas Llosa es tan distinto. Para comenzar, con él se va el último real intelectual de la derecha latinoamericana. Y quizá también de los cada vez menos intelectuales que participan de la política latinoamericana. Los últimos candidatos y buena parte de los presidentes que hoy gobiernan nuestro continente, de izquierda y derecha si es que aún existe tal división, son seres estrafalarios, con estados cognitivos divergentes, digamos. Sin mayor vergüenza al demostrar que tan solo les interesa aferrarse al poder para desde ahí beneficiar a sus cómplices. Y entre ellos se celebran. Por eso su apoyo a Keiko Fujimori fue un gran error político. Nadie esperaba una respuesta así del último intelectual de la derecha latinoamericana. 

Con él también se va el último rastro del Perú criollo. No en vano su novela Le dedico mi silencio (2023), donde el sueño del criollismo como puente capaz de unificar el país es contrapuesto a la realidad, fue su último proyecto de ficción. La cultura criolla limeña, celebrada y fundada en el Perú cuando Vargas Llosa era un niño, corresponde a una sociedad que sus lectores conocimos al abrir Los Cachorros (1967), al devorar La Ciudad y los Perros (1963), al entretejer Conversación en la Catedral (1969). Pero esa sociedad ya no existe. La primera evidencia es que ya no se compone música criolla. Sobrevive una infinita repetición de algunas tonadas afro que han quedado asociadas al mundo racista del fútbol, a la camiseta peruana, a la farándula y a la televisión que alimenta romances y separaciones como entretenimiento, pero al ritmo de la cumbia y el reggaetón. Las clases sociales son otras, la economía también. Todavía existen algunos peruanos de clase alta e influencers de clase media que manifiestan en la radio y en las redes sociales su anhelo ultraderechista por pertenecer a la nobleza española, inspirados en cómo Vargas Llosa consiguió su cometido de ser noble. Pero buena parte de jóvenes peruanos está mucho más interesada en ser como el Jaguar. Hoy, pandillas y bandas desafían nuestra sociedad y se alimentan de la corrupción en las fuerzas de seguridad. El dinero express es la angustiante presión que hoy nos domina.

Con él también se va una literatura que hoy pocos jóvenes leen. Esa plena de relatos y novelas que jugaban con el lenguaje, la ficción y la estructura narrativa. Como en el Perú leen muy pocos y obligados bajo el régimen escolar, si el plan lector no incorpora un libro de Mario Vargas Llosa, ni siquiera lo van a conocer. Mucho menos a Julio Cortázar, o a Gabriel García Márquez y sin rastro alguno de Carlos Fuentes. El gusto del escritor literario también ha cambiado. Los jóvenes escritores, abrumados por la sociedad contemporánea han reforzado la literatura distópica, de horror, especulativa. Sus buenas novelas y relatos circulan por editoriales independientes. Abundan libros virtuales, álbumes, libros objeto, los manga. Como la mayor parte de jóvenes peruanos no lee, consumen relatos puestos en escena por la televisión, que hoy es stream. Se selecciona lo que se anhela ver. Ahí podemos ver la influencia de los relatos asiáticos que ya es insuperable. Queda otra producción nacional para los más pobres, de cine y televisión, muy distinta de los tiempos en que Vargas Llosa hizo guiones para Gamboa (Panamericana Televisión, 1983). Está centrada en la comedia barrial y las competencias televisivas. Ya no es la señal abierta medio para el guion literario. Y con la última Ley de Cine del Congreso peruano, parece que se estrechó aún más las posibilidades del buen escribir para las salas.

De seguir nuestra sociedad en esta deriva, con Vargas Llosa se va, probablemente, nuestro único premio Nobel, pues como van la educación (con ella la ciencia y la literatura) y la seguridad y la paz nacionales, no parece que conseguiremos muchos logros de impacto mundial que ameriten un premio tan grande como el que suelen recibir los países más poderosos. Si nos premian, será por migrantes como él, que desde fuera se dedicarán a escribir y a investigar sobre este país informal y cumbiambero.

La imagen es de Radio Moda (25 de noviembre de 2024)

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El mundo ha cambiado, Mario Vargas Llosa, Sociedad peruana

El tema de la educación no es una broma. Las consecuencias de una mala educación pueden llegar a resultados tan graves como el de la propuesta económica de los aranceles de Donald Trump. Lleno de errores (como poner un país deshabitado en la lista de amenazados), con montos resultado de una fórmula que ningún economista aceptaría, estas medidas comerciales van a afectar la economía mundial, agravar la crisis socioeconómica estadounidense y beneficiar a los empresarios que se empoderan durante las oleadas de quiebra y recesión económica. 

La Educación (para unos una forma disciplinaria de la población productiva; para otros, una ética, un aprendizaje de ciudadanía) es una pieza fundamental para los modelos de sociedad que siguen los gobiernos, y que idealmente debieran acordarse entre la población y sus estados. Hasta el día de hoy, una buena educación asegura que una sociedad tenga profesionales inteligentes, agudos y creativos al mando del país y sus servicios públicos, como la seguridad y la salud; más aún cuando estamos sintiendo las consecuencias agrícolas y sanitarias del cambio climático, el crimen organizado y la migración mundial. 

Son pocas las sociedades que han conseguido un acuerdo educativo que garantice en el presente y el futuro buenas políticas públicas. Y es que la democracia no es fácil: representa al pueblo, y el pueblo siempre tiene un buen porcentaje de población que vive de la política y que con astucia disfraza sus limitaciones cognitivas y profesionales para su beneficio económico. Cualquier parlamento o asamblea del mundo es un diáfano espejo de la real política de su país. Y de inmediato trasluce el sistema educativo que han conseguido. 

En el Perú los modelos de sociedad se han impuesto desde los grupos económicos que llegan al gobierno. El gobierno civilista, la dictadura de Odría, la revolución de Velasco, y la dictadura de Fujimori han tenido un modelo de sociedad manifiesto, que compartían en sus discursos, en ceremonias, en inauguraciones. Cada uno de esos modelos incluyó una reforma educativa. Y cada una de las reformas comenzada con entusiasmo (centralizando la educación, modernizando las universidades, integrando a la población indígena) terminó de mala manera. La centralización de la educación pública devino en un sistema que solo funcionaba para la capital, las universidades y escuelas se convirtieron en focos de violencia política, y se contrató a personas sin formación superior para responder a la cobertura de enseñanza. La mala educación culminó en el Partido Comunista Sendero Luminoso, en el terror que causó, en la respuesta del gobierno peruano y la guerra desatada. Miles de peruanos muertos, desaparecidos, mujeres violadas y asesinadas. Masacres por doquier. 

En ese contexto, la reforma educativa neoliberal de Fujimori esperanzó la transformación de nuestro sistema educativo de la mano con el Banco Mundial. Se anunciaron nuevos tiempos de paz y ciudanía. Más aún después de que el gobierno de Valentín Paniagua iniciara un trabajo conjunto con las universidades e institutos de investigación para resanar el gobierno de la corrupción montesinista y construir un estado serio y profesional. Con la educación pública como norte, los siguientes gobiernos fortalecieron el modelo por competencias, se añadió la meritocracia y se exigió titulación a docentes; se construyeron escuelas, colegios de alto rendimiento, se creó un sistema de becas para estudiar dentro y fuera del país. Fuimos mejorando en las pruebas internacionales y parecía haberse vencido con la Sunedu la corrupción en las falsas universidades que el parlamento de Fujimori fomentó.

Pero una crisis se anunció cuando los congresistas del fujimorismo y sus aliados se dieron cuenta de que podían tomar el poder del país a través de distorisones legislativas y comenzaron a acusar a los intelectuales afines a la reforma de ser caviares. Podemos considerar que su golpe parlamentario se inició tras la censura a Pedro Pablo Kuczynski y se cristalizó con la defenestración de Vizcarra y la cerrada defensa a Dina Boluarte. Y que uno de sus puntos clave, con apoyo de los medios de comunicación aliados, ha sido la merma de nuestro sistema educativo: leyes contra Sunedu, contra el contenido de los planes de estudio, la entrega de prorrogas a la falta de titulación. Agravada con la pandemia, aumentó la brecha con las zonas rurales, la deserción escolar se disparó, sobre todo por embarazos adolescentes, y hasta el analfabetismo ha retornado.

Hoy, con el Poder Ejecutivo en sus manos, el Congreso permite que un ministro como Morgan Quero, que solo defiende a la presidenta, pero no a las niñas abusadas sexualmente por sus docentes, que da vivas al autismo y que considera ratas a las personas asesinadas durante la masacre de los primeros días de su presidenta, ya lleve más de un año a la cabeza del sistema educativo de nuestro país. 

En las próximas elecciones, 2 millones y medio de adolescentes votarán por primera vez. Aún es tiempo de enseñarles de qué políticos tendrán que defenderse. 

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Congreso, Educación, Morgan Quero

Pocos días atrás, escuché a un funcionario municipal, con una larga trayectoria de denuncias por malversación de fondos, criticar duramente y con mucha firmeza la corrupción en el Congreso de la República. No habría pasado ni un día, cuando un congresista de la República, quien al parecer por sus firmes creencias religiosas había renunciado a su orientación sexual, publicó en las redes que se sentía con la autoridad suficiente para enseñarnos a las mujeres cómo debíamos ser. 

El día lunes, cuando comenzaron las clases escolares, fuimos testigos de cómo la mujer con mayor autoridad en el país, la presidenta de la República, se dirigió al estudiantado inculcándoles la necesidad de la pena de muerte. La pena de muerte es la más extrema sanción contra una persona que ha cometido algún crimen. Debe ser un crimen tan grande y de tal impacto en la población que se considera imprescindible quitarle la vida a su autor. Crímenes como los cometidos por la presidenta apenas asumió su mando, cuando las protestas de pobladores de Ayacucho, Puno, Lima culminaron con la muerte de más de 50 personas bajo sus órdenes. Si hubiera pena de muerte en el Perú, sus abogados estarían seriamente preocupados.

No es nada nuevo ni sorprendente que cuando las personas sienten una culpa muy grande, tienden a negar el haber cometido la falta. Es propio ya de ciertos trastornos de la personalidad el tomar esa culpa y proyectarla en las personas más victimizables de su entorno. De tal manera que consigue desviar y escandalizar a los demás contra alguien muy distinto, con pocas opciones para defenderse y provocar una suerte de liberación que durará hasta que cometa otro delito. 

El considerar que declarar aprobada la pena de muerte acabará con la extorsión y el sicariato sabemos que no dará resultados. Se requiere de un sistema fiscal, policial y judicial que no cometa errores, pues de lo contrario, se destruyen vidas como aquellas que condujeron a eliminar la pena de muerte en el Perú en la Constitución de 1979. No se podía asesinar inocentes. En el contexto de corrupción tan visible en el que participa el Congreso en colusión con el Poder Ejecutivo, es más probable que lo que se busque es conseguir un sistema de represión política que requiere que nos desvinculemos de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Así se podrán repetir las masacres sin tener la población una instancia a la cual dirigirse para pedir ayuda y salvar las vidas. Se podrá dejar que termine de caerse la cobertura educativa, que las medicinas no lleguen a las postas de salud y centros médicos, que se caigan puentes, que sea la policía la que venda las armas a las mafias y pandillas de la región. A dónde quejarnos no encontraremos y si la población se enerva, pues ahí se contará con la pena de muerte. 

Estamos ante un reto cada vez más grande. Nuestras autoridades culpan a otros y se lavan las manos. No tendríamos una red de sicariato cada vez más poderosa si contásemos con cárceles, fiscales, jueces y policías especializados. Si en lugar de fomentar la persecución de migrantes, los peruanos que encabezan las mafias estuvieran en las cárceles con las medidas de seguridad que realmente corresponden. Matar no resolverá la pobreza, la ansiedad por el dinero y la corrupción.

Cuando en nuestras escuelas realmente nos enseñen ética y justicia, artes y ciencias, en lugar de ser el espacio donde una presidenta inaugura la temporada de clases promoviendo el ajusticiamiento, tendremos a un grupo de docentes y profesores dispuestos a no callar, decididos a pedir disculpas a sus estudiantes, prometiéndoles que en las nuevas elecciones habrá alguna persona capaz de enfrentar con entereza las consecuencias de un país que quiere defender sus vidas con dignidad. 

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corrupción, escuelas, masacres, Pena de muerte

Como ya muchos analistas lo han señalado, estamos viviendo un cambio en el orden mundial. Como todo orden de esa magnitud no se trata de un simple y nuevo ranking de poder económico liderado por los países imperialistas, sino de un reordenamiento de los territorios junto con el otro reordenamiento, el de la población. Un nuevo orden que tarde o temprano se incorpora dentro de cada habitante de este planeta, traducido en los hábitos, las costumbres y su inevitable representación y reflexión cultural. Por ejemplo, las décadas que siguieron al final de la Segunda Guerra Mundial y su redistribución del territorio, estuvieron enmarcadas bajo la Guerra Fría. Fuimos educados socialmente bajo la amenaza del comunismo soviético (y luego chino, cubano, africano…) al capitalismo estadounidense y europeo (con su estilo poscolonial asiático, latinoamericano, africano…). 

En Perú, la Guerra Fría fortaleció nuestros lazos con el mercado norteamericano y tras el paréntesis que nos distanció durante el gobierno militar de Juan Velasco, (que nos acercó a los modelos cooperativistas alternativos al comunismo extremo), la dependencia de Estados Unidos retornó con fuerza. Ya no se trataba tan sólo de superhéroes en cómics. Culturalmente, toda la producción estadounidense cinematográfica, televisiva de entretenimiento, junto con la prensa, fueron diseñadas para convencernos de nuestra postura respecto de esa guerra: la Rusia estalinista era el origen de todos los males y los argumentos de las series y películas pusieron la evidencia. Los rusos eran espías, científicos lava cerebros, soldados, bailadores de ballet, boxeadores, que mostraban convincentemente que Rusia era el enemigo que todos debíamos vencer. 

El año 1978, el Partido Comunista Chino comenzó con las reformas para crear una economía socialista de mercado, alejándose cada vez más del comunismo. Pero en Perú Abimael Guzmán con su lectura del Maoísmo y justamente, su rechazo a la reforma china, nos hizo vivir la versión terrorista del comunismo. Para él, debía ser sangriento. Los años de la dura guerra entre el Estado y Sendero Luminoso, alimentaron en nuestra cultura el rechazo al comunismo. Alberto Fujimori, muy sagaz, se encargó de montar su fama como el vencedor de Sendero. De esta manera, en el Perú todo lo que no fuera Fujimorista se convirtió en terrorista. 

El año 1989 cayó el muro de Berlín y de pronto el orden mundial pareció vivir una temporada de bienestar: el capitalismo estaba dispuesto a terminar con la pobreza, cerrar brechas con programas sociales y acoger a las minorías incorporando la diversidad como nueva forma de convivencia. La única presión venía de los países musulmanes y su control del petróleo. Pero en América, el comunismo no había sido vencido, quedaban Cuba y Venezuela. Hugo Chávez y luego Nicolás Maduro representaban el demonio más cercano. Y cuando se agravó la diáspora venezolana por las duras medidas de Donald Trump, la descuidada apertura del Perú a migrantes con antecedentes delictivos, alimentó el encono contra el comunismo. Ya no era necesaria una campaña de cine y televisión, bastaban las redes sociales. Las ideologías de la conspiración cobraron suficiente protagonismo como para convencer a todo un continente a qué debíamos temer.

Mientras tanto, en Rusia Vladimir Putin la estaba pasando muy bien desde que tomó el poder al finalizar el siglo XX. Fortaleció a un poderoso sector de la oligarquía, reemplazó a la Unión Soviética con la Federación de Rusia y si bien económicamente no anda tan bien por las medidas de Europa contra la invasión de Ucrania, sigue teniendo el mayor arsenal de armas nucleares del mundo. 

¿Por qué se habla de un nuevo orden mundial? Porque de pronto, sus formas burdas de gobernar, persiguiendo poblaciones y recuperando territorios, han hecho de Rusia un modelo de capitalismo federativo que le ha interesado en demasía a Donald Trump y que al seguirlo ha dejado boquiabierto al mundo entero. El antes país enemigo es ahora el principal aliado. Tendremos entonces que aprender que Rusia ya no es comunista, sino capitalista oligarca, como Trump y Elon Musk. Que sus enemigos son las economías que pueden hoy desafiar a esa alianza ruso estadounidense; y que de todas, Unión Europea, Canadá, México, China es la primera potencia económica actual. Principal mercado y principal exportadora en el mundo entero. 

Este nuevo orden, comienza con Trump imponiendo aranceles del 20% a China, 25% al resto, rompiendo tratados de comercio, sin anunciar cómo se enfrentará el impacto en los precios de los productos chinos en su país. ¿Putin se atreverá a desafiar a China? En Perú, China es nuestro primer mercado para la exportación e importamos muchísimos de sus productos. Tenemos además una gran colonia china y con ella, una de nuestras principales cocinas. Hoy, cada vez son más los colegios que enseñan chino mandarín. El puerto automatizado de Chancay ha sido resultado de un acertado acuerdo entre China y la minería peruana. Pero nuestra gobernante, interesada en aliarse con Trump, hasta ahora no responde cómo el Estado peruano va a afrontar el retiro de la ayuda humanitaria de Estados Unidos en el Perú. Sus intereses y preocupaciones son otras, vinculadas a las investigaciones a las que ella y su gabinente están sometidos por sus componendas. El Congreso está dedicado a tomar leyes contra las minorías de la población (en eso sí se acerca al nuevo orden que buscan Putin y Trump), pero su meta es legislar para favorecer a delincuentes y empresarios ilegales. ¿Así es como vamos a responder a un oleaje que no sabemos hacia qué nuevo orden nos va a llevar?

Si revisamos viejos periódicos de tan sólo cincuenta años atrás, las fotografías de presidentes rodeados de sus ministros nos mostraban un mundo totalmente masculino. Era en aquel entonces, lo natural. Veinte años antes, en Perú, las mujeres tampoco votábamos y era normal que las más pobres no supieran leer ni escribir. Todo ello estaba legislado o vetado en la norma para facilitarlo. Por esos mismos años, también era normal (estaba normado) que en el sur de Estados Unidos las personas afrodescendientes no compartieron los mismos espacios públicos con las personas blancas, incluidos buses, escuelas o la universidad.

Existe otra acepción de lo normal en una sociedad, ya noentendida como lo normado por escrito, con principios,reglas y leyes, sino como lo acostumbrado: una forma más “ejemplar” que siguen las personas, imitando y modelandosus hábitos, siguiendo las conductas aprobadas odesaprobadas por su sociedad. De esta normalización se suele hacer cargo la escuela, el gobierno, las religiones. También podemos ir más allá e imaginar la normalización como parte de nuestra condición animal vinculada a la supervivencia: sea donde estemos y como estemos, nuestra especie se tendrá que adaptar. Así, la normalización formaría parte del complejo proceso etológico o de comportamiento de la población estudiada por la Biología. Para las Ciencias Sociales, la normalización se produce cuando una sociedad o un gran sector de la población acepta o tolera actos violentos y los convierte en parte de la vida cotidiana. Buen ejemplo de ello fue cuando durante la guerra contra Sendero Luminoso, normalizamos la falta de luz eléctrica. La canción más popular de aquel entonces, llegó a ser una que hasta ahora canturreamos, “un elefante/ se balanceaba/ sobre una torre derrumbada… Frente a la amenaza del terrorismo senderista que buscaba mantenernos en la oscuridad para cometer sus abusos y ajusticiamientos, creció el mercado de velas, reemplazado después por los grupos electrógenos, necesarios también para la distribución del agua potable, los servicios sanitarios y muchos otros. Mientras tanto, Alan García imponía normas económicas que nos llevaron a la escasez de alimentos y a una inflación de mil por ciento anual. Con el Perú en quiebra, incapaz de pagar deudas internas y peor aún la externa, normalizamos la leche en polvo y las colas para conseguir alimentos, la emisión de billetes de corta duración con más y más ceros, los cúmulos de basura en las vías públicas y hasta tener un carnet del partido aprista. Naturalizamos vivir bajo toque de queda y soportamos la corrupción de los dólares MUC. Convivimos en las ciudades de la costa y más aún en Lima con cientos de miles de vendedores ambulantes y con pocos buses reventando de gente. Muchos se preguntan cómo conseguimos hacerlo. Simple y llanamente, se normalizó.

Se tornó natural enterarnos de las matanzas que los gobiernos y Sendero Luminoso cometían; fue común tener un amigo o familiar desaparecido y vivir con el vidrio de las ventanas protegido por cintas adhesivas para disminuir el impacto de las explosiones. Normalizamos nuestra convivencia con Vladimiro Montesinos y el Congreso Constituyente. Con los comedores populares y las combis. Con visionar en la televisión al presidente del país después de su divorcio, habitando con sus hijos el Cuartel General del Ejército.

La peor consecuencia de vivir bajo amenaza, sea de guerra, de alimentación, de vivienda, de odio, de corrupción es que tarde o muy temprano lo normalizaremos. Ahora el mundo se encuentra bajo grandes amenazas desatadas por Donald Trump y su gobierno en Estados Unidos. Amenaza con anexarse los territorios poblados o no que le convengan para susfuentes de energía. Ha arranchado del subempleo a los latinos y nos ha lanzado detrás de un muro. Y ha desnormalizado (en los dos sentidos del término) las políticas para reducir las brechas que separan a las minorías por género y raza.

Dicen las encuestas que la mitad de su país celebra sus decretos y normas amenazantes y es que gracias a ellas es que finalmente se puede visibilizar la ansiada normalidadcon la que siempre se aplaud el invasionismo, se grita el racismo, se criminaliza a los latinos y se condena la homosexualidad. Una mitad que en sintonía con la Biología, está lista para adaptarse y defender a su especie, y que siente, como todo animal, que ha de estar con el más fuerte.

Desde los tiempos de Para leer al Pato Donald (1972), de Ariel Dorfman y Armand Mattelart, el estudio de las historietas nos ha acercado al diverso manejo de la heroicidad y del sentido del humor en las sociedad actuales. Pensemos en las historietas europeas más populares: Mortadelo y Filemón, Tin Tin, Obelix y Asterix, las obras de Moebius o de Milo Manara, en ellas sus héroes resaltan por cierto ingenio singular, considerado característico de su cultura o incluso, productor de su cultura. Esta riqueza del cómic para la comprensión de una sociedad es probable que lo deba a su origen costumbrista, rasgo que parece haber condicionado su devenir. Pensemos ahora en las historietas estadounidenses, esas plenas de superhéroes (diurnos y nocturnos) que también salen en el cine y que nos acompañan en tal ola de merchandising (que inunda no solo la casa sino también el colegio con los útiles escolares): son tan súper sus héroes que hasta libran voluptuosas batallas en galaxias cruzadas por naves espaciales. Donde esté el villano, no se detendrán hasta conseguir la gloria de su país.

Quienes escucharon el discurso de Donald Trump deben haber notado que se utilizó al superhéroe como recurso retórico: el será el Superpresidente que llevará a Estados Unidos a su Edad de Oro. A poco de comenzar su discurso, Trump se presenta como el hombre al que Dios salvó, desviando la bala a su oreja y otorgándole así la vida para salvar a Estados Unidos. El público (de notoria mayoría blanco, por cierto) se pone de pie y lo aplaude. Desde ese momento, su heroicidad quedó establecida a la manera del héroe salvador de una nación, elegido previamente por Dios. Como las profecías de Nayib Bukele que lo proclamaron presidente o Nicolás Maduro que recibió el mensaje de Hugo Chávez a través de un pajarillo, Trump ha sido escogido y ahora lo verán. 

En su discurso, estructura la Edad de Oro a partir de un irónico anhelo: se apropia del sueño (1963) de Martin Luther King Jr., el principal héroe político norteamericano que lideró la lucha contra el racismo; un racismo que hasta el día de hoy practican tanto Trump como sus votantes, sobre todo en las zonas de mayor pobreza en su país. Trump toma el deseo de justicia, libertad e igualdad como los objetivos que reitera una y otra vez en su discurso, enumerándolos cada vez que anunciaba medidas que planteaban lo contrario: retirar la diversidad de género del ámbito público de Estados Unidos o alzar el muro en la frontera con México. 

Así comienza su Edad de oro, viejo recurso mitológico digno de un salvador ungido por Dios, dado que remite a una visión cíclica del tiempo. Esta sostiene que tras un periodo de declive y decadencia (palabras que usó Trump para describir el estado actual de su país) se retorna a los tiempos del paraíso. Por eso la resumió como aquella (y repite) en la que habrá justicia, libertad, igualdad porque podrán apropiarse de los territorios petrolíferos del mundo que les provoque, porque podrán continuar contaminando con la producción de carros a gasolina, porque libres de competencia de mano de obra barata podrán ejercer la discriminación y apelar a Dios cuando tengan alguna duda. Tan heroico será el logro de Donald Trump, que conseguirá territorios en otras partes de nuestra galaxia, y la prueba será que antes de morir, habrá dejado la bandera de su país en el planeta Marte. Ya verá China.  

Y el público se pone una y otra vez de pie, para aplaudir el discurso que los lectores de Marvel o DC quizá no se habían dado cuenta, pero ahora que lo leen, por algo les había parecido tan familiar…  

Esta semana el Congreso aprobó el proyecto de ley que restituye el permiso a las empresas privadas para financiar partidos políticos. Después del caso Lava Jato, esta ley se había prohibido. Pero hoy, el Congreso no sólo la ha restituido, sino que le ha hecho cambios de oscuro manejo como casi duplicar el monto de financiamiento que podía ser donado al partido en la ley anterior. Y más bien, sobre los fondos del Estado, ha establecido que estos pueden ser utilizados para costear la defensa legal del partido cuando sea necesaria (¡con la cantidad de congresistas y partidos políticos denunciados!).

Cuando este proyecto, ya en manos de la presidenta, sea promulgado, habrá establecido que los partidos podrán convertirse en importantes centros de inversión privada. De esta manera, Perú se suma a la tendencia continental encabezada por Estados Unidos, de dejar la presidencia en manos de empresarios, reforzando un indiscutible orden oligárquico que se pensó había sido superado, pero que retornó a controlar gobiernos y parlamentos de muchísimos países del mundo entero. Un giro de tuerca más a nuestro sistema de representación política.

La última Constitución peruana vigente, a la que el Congreso retorna la firma de Alberto Fujimori (como si su historial de muerte y corrupción fuera motivo de orgullo), ya había afectado el carácter de los partidos políticos del país. En los últimos veinte años, los partidos se convirtieron en espacios alquilados por distintos grupos, líderes de sectores económicos informales e ilegales de todas las regiones, con ansias de controlar y producir una legislación que los proteja y favorezca. Sin embargo, la presidencia aún conservaba cierta referencia simbólica e ideológica de mayor trascendencia: Keiko Fujimori o Hernando de Soto, Verónica Mendoza o Ollanta Humalaparecían ser representantes de un proyecto compartido con un buen sector de la población. Incluso Pedro Castillo, a pesar de ser una figura que no se veía con la formación profesional necesaria para gobernar, tuvo un poder simbólico tan importante que ganó las elecciones. Quizá César Acuña pueda considerarse el primer empresario candidato que abiertamente representaba un sector económico informal; pero si parecía ser su prioridad conseguir congresistas más que ser presidente de la República, hoy las reglas de juego han cambiado.

Quedó en el siglo pasado el modelo con el que se fundaron los principales partidos peruanos: el Partido Socialista, el Aprista, Acción Popular. Iniciativas provocadas por jóvenes profesionales, docentes, intelectuales, trabajadorespara mejorar el país. Las agrupaciones actuales, que manipulan la información y la publicidad para triunfar en las elecciones, no necesitan afiliados. Sólo votos para dedicarse a disminuir la legislación regulatoria y protectora de la población y nuestros ecosistemas, abriendo la cancha al empresario y consiguiendo que el Congreso peruano se parezca más a una cámara de comercio que a la generadora de la legislación que rige un país.

Este desplazamiento de la gestión estatal hacia los intereses de los empresarios es un proceso que se está dando en diversos países de la región: Argentina, Estados Unidos o El Salvador cuentan con presidentes que se han propuesto la reducción del Estado con énfasis en la desregulación de las inversiones privadas y las acciones empresariales, sobre todo cuando se tratan de proyectos extractivistas, sea minería, gas o petróleo. Desde esta perspectiva, vemos que desde la mirada empresarial, la presidencia otorga un control del territorio y la cesión de este a los intereses más atractivos para el gobernante. En el caso de presidentes como Donald Trump, que tiene a su cargo no solo un país, sino también un gran número de convenientes territorios en las diversas regiones del mundo que están bajo su control, desde antes de ocupar formalmente el cargo, ya anuncia apropiarse de Canadá, cambiar el nombre del Golfo de México por otro Americano,  adueñarse de Groenlandia y pedir que le devuelvan el canal de Panamá. Una mirada apetitosa, tras grandes extensiones ricas en petróleo y minería.

Sumada la libertad que Marc Zuckerberg ha añadido a las únicas redes que aún regulaban la información agresiva, falsa y distorsionada, con esta nueva ley, las elecciones que nos esperan el 2026 pondrán en escena un carnaval de mentiras e intereses económicos que debemos prepararnos a enfrentar.

 

Constantino fue el emperador romano que cambió la historia del mundo al llevar al cristianismo al poder. Era el siglo IV y el territorio del imperio era tan vasto que abarcaba culturas y tradiciones de pensamiento muy diversas. Como consecuencia, apenas arribaron al poder, los cristianos se dividieron en dos grandes bandos: los romanos que creían en la Trinidad, es decir que Padre, Hijo y Espíritu Santo tenían la misma naturaleza, y los arrianos, los seguidores de Arrio, que consideraban que Jesús tenía una naturaleza distinta, de cierta forma menos que la del Padre. La fecha de nacimiento que proponía cada bando tenía por tanto un significado político.

Dado que Constantino se la tenía jurada al obispo de Roma, el papa Liberio, poco antes de ser desterrado, impuso la postura romana y decretó el 25 de diciembre como la fecha del nacimiento de Jesús. La fecha fue acatada por todo el imperio y un par de siglos más tarde, ya dividido el territorio romano, en la mitad ortodoxa de Oriente se empezó a celebrar el nacimiento con un banquete para los allegados. Primero en Constantinopla, luego en Antioquía, después en Egipto. La Navidad no era entonces una fiesta de regalo para niños o meramente familiar. Durante la Edad Media, se trataba eso sí de una fiesta de camaradería. Buen ejemplo de ello fue lo ocurrido con San Francisco (el joven rico que se desprendió de sus bienes para vivir en pobreza cristiana) en el siglo XIII. El fraile partió de Asís hacia el Oriente como parte de las Cruzadas, soñando convertir musulmanes. Al retornar con logros de otro tipo (digamos) se dio con que durante su ausencia, sus frailes se habían peleado entre sí y cundía la desorganización. Como parte de las estrategias para recomponer su Orden, montó el primer nacimiento, el pesebre, cosa que todos los frailes se acercarían a celebrar el nacimiento del Dios que los mantendría unidos en la pobreza. 

Cuando España impuso la celebración de la Navidad en el Perú, al banquete y al nacimiento, le habían agregado procesiones, bailes y obras de teatro al estilo aún medieval y popular. Luego fueron reapropiadas por nuestras poblaciones originarias. Como en España los regalos y el festejo llegaba a su momento más álgido en la Bajada de Reyes, por eso hay muchas comunidades y pueblos peruanos que hasta hoy celebran más el 6 de enero que la fiesta de diciembre. 

Históricamente, el protagonismo de los niños en la Navidad coincide con el uso del árbol. Sea o no una tradición precristiana, lo cierto es que recién cuando las ciudades empezaron a crecer y a crecer, llevar el árbol a la casa a fines del siglo XVIII se convirtió en Alemania una manera de celebrar la fiesta regalando a los niños. Conforme las modernas naciones empezaron a reconocer a la infancia como un momento de la vida que requería cuidado y atención, el árbol se fue expandiendo y popularizando, de forma que hoy es un ícono que para muchos ha reemplazado al nacimiento medieval. Cuando la tradición de Europa pasó a Estados Unidos, la cultura capitalista introdujo las compras navideñas mediante el personaje de Santa Claus sentado a conversar con niños en las grandes tiendas comerciales. Esa celebración, si bien está centrada en los niños, trae problemas y frustración para quienes viven en condiciones de pobreza. En nuestro país sabemos que la quinta parte de nuestros niños carecen de recursos básicos. En Navidad, instituciones y familias consiguen al menos un regalo para los niños más cercanos. Pero en muy pocas ocasiones conseguimos que el regalo sea un cambio de verdad: alimentación de calidad en sus casas y escuelas, ministros que los protegen, docentes que los respetan y fortalecen, entornos solidarios para que puedan dar rienda suelta a sus sueños, sus alegrías. Asegurar una buena Navidad, parece que tarde o temprano pasará por lo político.

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