Marampata

[AGENDA PAÍS] Como peruanos orgullosos de nuestro legado, mi esposa y yo siempre tuvimos el plan de conocer Choquequirao, ciudadela del último inca, localizada a 3100 m s. n. m. en el Cusco, en el límite con Apurímac. Así que, aprovechando vacaciones, nos enrumbamos hacia la ciudad imperial a la cual llegamos vía aérea a principios de la tarde. Como a mí me choca un poco el primer día en altura, decidimos tomarnos el resto de la jornada con tranquilidad, pasear un poco y comer ligero.

Al día siguiente, y como aclimatación a la caminata que nos llevaría a Choquequirao, visitamos el valle sur donde conocimos una imponente y poco promocionada obra de ingeniería hidráulica inca llamada Tipón, la ciudadela Huari de Pikillaqta y la iglesia barroca de Andahuaylillas. Todo listo entonces y a dormir temprano porque nos recogen a las 5 de la mañana para empezar nuestra aventura camino a Choquequirao.

El tour que tomamos consistió en 4 días de caminata ida y vuelta, sin embargo, en este relato, recomiendo acomodar la ruta a 5 días, tanto para balancear el esfuerzo físico como para disfrutar más en la ciudadela de Choquequirao.

A las 5 a. m. en punto, nuestro guía Paul pasó por nosotros y nos enrumbamos por la carretera hacia Abancay. En la ruta, aprovechamos para visitar las ruinas de Saywite, donde se encuentra la piedra del mismo nombre, la cual tiene grabadas distintas costumbres de la vida de nuestros ancestros, así como habitaciones, andenes y figuras antropomorfas. Una réplica de esta piedra se puede ver en la av. Camino Real de San Isidro en Lima, esquina con Pezet. Luego de más o menos 5 horas, llegamos a Capuliyoc, que es desde donde se inicia la caminata a Choquequirao.

En ese lugar nos esperaba nuestro arriero Ronaldinho, un muchacho muy simpático que nos acompañó todo del trayecto, poniendo las mochilas encima de una mula y con un caballo de emergencia, en caso se requiera. Como también hay caminantes solitarios, una muchacha de Ayacucho, Edith, también con la ilusión de llegar a Choquequirao, se unió al grupo y nos acompañó todo el trayecto.

Luego de registrarnos en el módulo del Ministerio de Cultura empezamos los 7 km, todos de bajada, que nos llevarían a nuestro primer destino, Chiquisca, caserío a unos 2000 m s. n. m. en ceja de selva, condiciones que permiten cultivar tanto bananos y paltos como maíz. Llegamos a eso de las 2 de la tarde después de unas 3 horas y media de caminata, con algunas picaduras de mosquitos, incipientes ampollas y una inoportuna picadura de avispa en el brazo de mi esposa que el alcohol a 95 grados pudo rápidamente atenuar.

En Chiquisca nos alojamos en unas habitaciones que los pobladores de la zona han acomodado para los visitantes, pero también se puede acampar y se ofrece además alimentación. La sopa de olluco, de campeonato. La vista desde Chiquisca, a media montaña, permite ver tanto el cañon del Apurimac, su río, la frondosa vegetación de la zona y nevados eternos que nos vigilan y protegen a la vez. Aprovechamos la tarde para reponer energías, una buena ducha fría y a dormir, ya que, al día siguiente, muy temprano, continuaría la aventura.

Antes de las 6 a.m. iniciamos nuevamente la caminata, primero continuando la bajada del día anterior por poco menos de una hora (2 km) hasta llegar a la Playa Rosalina, desde la cual se cruza un puente para pasar de Apurímac al Cusco. Aun cuando muchos turistas acampan allí por haber amplios espacios y la comodidad de los escasos 1400 m s. n. m., la batería de mosquitos que aprovecha el agua y el calor de la zona es impresionante. Harto repelente es más que necesario.

Después de un breve descanso iniciamos el ascenso hacia Marampata, caserío a 2900 m s.n.m., que sería nuestra base para la segunda noche. Desde la Playa Rosalina hasta Marampata, todo es subida, en un zigzag interminable de 5 km luchando contra el sol, los mosquitos y la sed. De allí que la hidratación en todo el camino es vital, no solamente es necesario llevar mucha agua sino también energizantes en polvo (para mezclarlos con agua) o las gomitas que comen los maratonistas.

Cuando llegamos a Marampata fue un gran alivio, 5 horas de pura pierna con un par de paradas para descansar, la más importante en Santa Rosa Alta donde se puede usar el baño, asearse y comprar refrescos o agua. En Marampata dejamos nuestras cosas, comimos una nutritiva sopita de quinua y con las mismas continuamos la caminata para llegar a Choquequirao.

Decía al comienzo de esta crónica que nuestra recomendación es que la caminata se haga en 5 días en vez de 4, por ello que, en este segundo día, es mejor no continuar a Choquequirao sino descansar en Marampata y al día siguiente (el día 3) salir temprano a Choquequirao, pasar todo el día y regresar para nuevamente dormir en Marampata.

Nosotros no lo hicimos así, sino que continuamos hacia Choquequirao el segundo día, lo que supuso otros 3 km de subidas y bajadas, pero con la recompensa de que 2 horas después ya estábamos ingresando en esta ciudadela inca. Lo primero que divisamos fue el descubrimiento de nuevos andenes, que por su cantidad hacen suponer que hubo una población importante en esa época. Ya entrando a la ciudadela, se bordea unos andenes de piedra perfectamente construidos que nos dirigen hacia la plaza principal.

Allí, en la plaza principal de Choquequirao, se siente la misma energía que en Machu Picchu, aquella inexplicable que te llena el alma de regocijo y los ojos de un puñado de lágrimas. En esta plaza, uno se encuentra en la cima de la ciudadela, con vista a los cuatro puntos cardinales, teniendo a la espalda un complejo de habitaciones de la nobleza inca y al frente, lo que sería un templo de adoración.

El plan era visitar la cima y regresar al día siguiente para conocer la parte oeste, donde se encuentran otros andenes con 24 representaciones de llamas en piedra blanca, pero nos llegó el segundo aire y decidimos hacerlo esa misma tarde. Qué emoción tan grande ver a las llamitas en piedra, las 24 mirando hacia el norte y una de ellas, mamá llama, con su hijita llama al costado.

Ya se acababa la tarde, era momento de empezar el retorno a Marampata porque se venía la noche. El regreso fue retador, casi todo de noche y realmente cansados, pero valió la pena el esfuerzo, nos esperaba una buena ducha caliente, una rica cena preparada por Michael, el dueño del hospedaje y una cama cómoda donde descansar.

El tercer día, ya sin apuro, emprendimos la caminata de regreso por el mismo camino, tuvimos incluso tiempo de refrescarnos en el río Apurímac hasta llegar a Chiquisca, donde nuevamente pernoctamos. Al día siguiente, muy temprano (para que no nos pegue el sol), partimos nuevamente, esta vez de subida por 5 horas más, para terminar esta aventura donde comenzamos, en Capuliyoc.

En este hermoso trayecto a Choquequirao nos acompañaron siempre los Apus, (que nos protegieron todo el camino), los amaneceres y atardeceres de intensos colores, el cielo estrellado repleto de constelaciones que casi podíamos tocar y la amabilidad y generosidad de nuestra gente, a la cual, con profundo cariño, le retornamos nuestro respeto y gratitud.

Ya pronto vendrá el teleférico, planificado para el 2026, se hará más fácil acceder a Choquequirao y mi esposa y yo, con unos años más, regresaremos con nuestros nietos para ver qué otras maravillas se habrán develado en esta ciudadela inca. Pero estos 4 días de caminata por los senderos de ceja de selva del cañón del Apurímac quedarán por siempre en nuestra memoria y en nuestros corazones. ¡Gracias Perú!

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Apurímac, Apus, Capuliyoc, Chiquisca, Choquequirao, Marampata
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