Cultura Patriótica

[EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS]  Días complicados, harto trabajo, emociones que van y que vienen, como el hombre común de la canción de Piero, el cantautor argentino, ese hombre “que viene y que va”. Somos un país futbolero que se sitúa en un mundo tan igual y al mismo tiempo tan distinto al de 1989, cuando se cayó el Muro de Berlín y cambiamos súbitamente de paradigma.

Somos parecidos al mundo de la Guerra Fría porque, al igual que con ella, subsisten gobiernos democráticos y dictatoriales en América Latina; pero diferentes porque, tras Berlín, parecieron consolidarse los derechos universales, al punto que, muy optimistamente, el filósofo alemán Jürgen Habermas escribió que habíamos recuperado los derechos del hombre de la Revolución Francesa de 1789, los que nos fueron sustraídos por el nacionalismo del siglo XIX, por la cuota de sangre que la nación -ese feroz artefacto cultural decimonónico[i]– le exigió a sus ciudadanos. De allí las guerras, entre todas las dos guerras mundiales, durante la primera mitad del siglo XX, cuyo recuerdo, inclusive hoy, estremece al mundo.

Lo cierto es que la recuperación de los derechos de 1789, apuntalados, además, por la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, se diluyó mientras la década de 1990 se devaneaba zambullida en el neoliberalismo económico y poco preocupada por fortalecer las instituciones sobre las cuales la democracia se construye. Y llegamos al punto en que algunas fronteras, que resultaban del antiguo sentido común democrático, fueron atravesadas con total desparpajo e impunidad.

Esta arremetida, sin duda autoritaria, aunque situada en el marco de la convivencia democrática, provino, primero, del progresismo radical, a través de una vertiginosa transición que no puedo definir sino como paradójica.  Entonces ya no se podía decir, ni pensar nada, fuera de dichos derechos, llevados hasta su máxima expresión paroxística. La ola penetró en el lenguaje. Debías y debes cuidar qué es lo que dices, cómo lo dices, qué palabras utilizas porque el diccionario de la RAE fue súbitamente reemplazado por otro, jacobino y cancelatorio.

Y del lenguaje, se pasó a otras esferas de la vida social y cultural. La propia historia fue motivo de un ataque feroz. Yo fui formado en el entendido de que cada sociedad, cada tiempo, cada época tiene sus propios paradigmas, y que había que interpretarlos, comprenderlos, había que decodificarlos para que el presente pudiese disfrutar y conocer cómo pensaban nuestros ancestros hace décadas o siglos. Pero esto cambió: la historia, el pasado y la tradición podían ser muy reaccionarios y una amenaza para los derechos fundamentales, en plena eclosión de sus vanguardias más radicales.

Entonces había que cambiar la historia, lo que es peor, había que borrarla, había que ocultarla, había que silenciarla. Y el tribunal del pasado, entendido como paradigma histórico positivista, que tanto molestaba al maestro Marc Bloch, se convirtió en el tribunal del progresismo radical y es así como resultaron condenados al escarnio público muchos personajes históricos que actuaron en el pretérito de acuerdo con la mentalidad entonces vigente, y que ignoraban que siglos después serían condenados por vivir en conformidad con su propia normalidad.

Y el tema se llevó a la literatura, hay que reescribir a Agatha Christie, dijeron, la misma editora de la célebre escritora de misterio estuvo muy de acuerdo con la idea. Hay que quitarle a las obras de Christie comentarios sexistas, racistas o que no calcen con eso que hoy se denomina “corrección política”. Además, de esa manera los libros podrán venderse más, alumbrados por un aura plural y contemporánea; y evitar, al mismo tiempo, el escarnio público en medios de comunicación y redes sociales.

A Pedro Gallese se le está exigiendo ser un intelectual de izquierda, que conoce y aplica todos los criterios de la “corrección política”, pero Gallese es un futbolista y no hay que ser demasiado perspicaz para conocer el mundo cultural de la mayoría de sus colegas peruanos. De esta manera, el golero de la selección ha sido súbitamente convertido en un reaccionario ultraderechista por acceder a un saludo protocolar con la cuestionada presidenta Dina Boluarte. En realidad, sería larguísimo enumerar la lista de deportistas que han tenido que pasar por las horcas caudinas de saludar a presidentes autoritarios o impopulares (hasta el Papa Francisco, aunque con cara de pocos amigos). En cambio, la lista de quienes dijeron no, es bastante corta. Se me viene a la memoria el valiente desplante de Carlos Cazcely al dictador Augusto Pinochet en 1974.

En todo caso, la mayor polémica se ha desatado alrededor del gesto de Gallese, ese de arrebatarle el celular al joven hincha del astro argentino Leonel Messi, que invadió la cancha para abrazarlo, y arrojarlo al campo de juego. El tema me parece más sencillo que digno de excesivos análisis sociopolíticos. Gallese seguía compitiendo, es decir, estaba trabajando, y, aunque perdiendo, mantenía en alto su vergüenza deportiva y por ello se indigna con el joven hincha. Gallese declaró luego que la defensa de los colores del Perú merece más respeto y se le ha criticado también por la noción de patria, nación o nacionalismo que maneja.

En realidad, la noción tradicional de patria vinculada a la selección -principalmente la de fútbol- a los colores de la bandera, a los símbolos patrios, héroes de las guerras etc. es la mismo, mal que nos pese, en la que fuimos formados todos los peruanos y peruanas. A estos elementos se le han agregado luego la gastronomía, la pluriculturalidad, el folklore, los sitios arqueológicos etc. Queda claro que no estoy señalando que esta sea mi noción de patria o de nación. Lo que indico es que tanto la educación escolar, los medios de comunicación, las propagandas televisivas y pésimas pero populares películas como “Hasta que nos volvamos a encontrar” reproducen una idea de peruanidad probablemente simplista y superficial, pero que es el resultado de décadas de políticas culturales del Estado vaciadas de mejores contenidos y de un proyecto nacional que tienda puentes y desarrolle las nociones de solidaridad e igualdad entre todos los peruanos y peruanas.

Dentro de esta perspectiva, lo que no podemos hacer es convertir a Pedro Gallese en el “chivo expiatorio” de agendas ideológicas específicas, ni de proyectos políticos inconclusos y que muchos, entre ellos el suscrito, luchamos por obtener, como quien persigue una utopía que deberá concretarse algún día. Hasta que eso no ocurra, la selección peruana de fútbol, de la mano de Ricardo Gareca, fue un factor positivo de unidad y Gallese, en el campo de juego, ha defendido como un gigante esa esencia que parece que estamos perdiendo tan rápido como perdimos a la SUNEDU y al proyecto de mejorar, pero en serio, el nivel de la educación superior en el Perú. Pensemos en cómo hacer para transformar nuestras instituciones educativas y respetemos, al mismo tiempo, a un deportista que defiende la valla peruana con toda la gallardía del héroe antiguo, al que, aunque hoy no se le quiera tanto, ha cumplido y cumple el rol de mantenernos unidos y unidas, aunque sea apenas.

 

[i] Relativo al siglo XIX

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Cambios Políticos, Cultura Patriótica, Gallese, valores
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