«Fragilidad blanca», ¡qué feo concepto! ¡qué denostador y agresivo! pero también qué normalizado. Curioso que lo lea en una página radical que, al mismo tiempo que niega el racismo inverso aludiendo el «privilegio blanco”, sostiene la bandera del antirracismo. Luego, resulta que soy caucásico. Entonces lo que digo solo puede resultar absolutamente incorrecto. Pero resulta además que en la academia nadie más se anima a hablar de estas cosas. Solo lo hacen quienes se sitúan en la acera del frente de la intransitable calle de la polarización ideológica contemporánea, qué pena.

No voy a discutir esta vez la tesis que niega el racismo inverso apelando a una manida reinterpretación de las teorías crítica y decolonial (esto en el caso de los más versados, pues los demás solo descalifican y atacan). Será que quiero un día tranquilo. Pero hubo un tiempo en que consensuamos privilegiar al individuo sobre la raza, la clase, el género, y, a partir de esta premisa, desarrollamos derechos para transitar el camino hacia la igualdad.

Entonces ya no sé si estamos construyendo sobre nuevas teorías o si estamos buscando cobijo en viejos espacios redimidos. Recordemos que antes de la Independencia fuimos una sociedad de castas y que, en dicha sociedad, fuimos primero indios, negros, blancos, mestizos, mulatos y un largo etc. para solo mucho después intentar, fracasando en el intento, constituirnos en individuos sujetos de derechos, lo digo una vez más. 

Me pregunto si de verdad es posible que la ruta para combatir el racismo, estructural o no, pueda ser el constituirnos en una sociedad fragmentada en categorías raciales, una en la que se intenta combatir la discriminación racial declarándole la guerra del odio al presunto discriminador que todos nos imaginamos en la cabeza. Y ese presunto discriminador puede no tener todos los rostros, pero sí tiene muchos rostros. Su historia personal, su recorrido individual no importan. Ni siquiera importa si eventualmente combatió el racismo como ninguno. Porque en la antigua sociedad de castas colonial (casi) no había movilidad social y ahora se pretende que en esta sociedad, posmoderna y post-racista, tampoco exista la movilidad social. 

Y la verdad es que no. Ni me estoy sumando a la derecha que blande cruces de Borgoña ante la estatua de mármol de Cristóbal Colón en el paseo limeño que le rinde homenaje, ni estoy negando la existencia del racismo estructural. Cómo negarlo si lo veo a diario, si lo constato a diario, si, como “varón blanco dominante” y una larga fila de epítetos preconcebidos que me han asignado quienes no me conocen, no pudiese darme cuenta de que existieron, existen y aparentemente seguirán existiendo dos bandos, al menos dos bandos, definitivamente dos bandos. Y no es solo en el Perú, es en todo Occidente. Y puedo ver, con prístina claridad, que en USA mataron a George Floyd pero no les hicieron nada a los supremacistas blancos que tomaron el Capitolio cuando perdió Donald Trump. 

La realidad hace a la teoría o la teoría hace a la realidad. Los derechos humanos, universales que condenan la discriminación racial sin preguntarse quién parten de ideales, de deseos compartidos. Tal vez pasó mucho tiempo y hubo quienes se cansaron de esperar, quienes comprendieron que, sin pasar a la acción, como en su momento lo hicieron Martin Luther King y Malcolm X, las cosas iban a seguir igual y es que, efectivamente, así ha sido. 

Pero muchos blancos y latinos se plegaron a los afrodescendientes en Selma en 1965. Entonces me pregunto si estamos cancelando la posibilidad de una gran alianza humana en contra del racismo, y si no la estaremos canjeando por una guerra de razas que casi obliga a tomar partido, salvo claro, que hayas estudiado lo suficiente, que defiendas una plaza docente en una universidad de prestigio, o que te sobre el sentido común. 

No sé si me cancelarán por escribir estas líneas. Lo cierto es que cada vez me alejo más de la corrección política sin por ello acercarme a la derecha, y lo cierto es que cada vez me importa menos y cada vez me siento mejor. Soy de quienes todavía creen que la solución debe ser democrática, debe ser ciudadana, republicana, debe ser solidaria. Creo que estas utopías todavía merecen la pena precisamente porque no creo en el odio como bandera de lucha, ni en el fanatismo como grito de guerra. 

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Un día me llamaron “varón, blanco, patriarcal, dominante y cis-heterosexual”. Definirme así desliza la idea de que existen condiciones de nacimiento que te perseguirán hasta el final de tus días y que nada de lo que hagas podrá cambiarlas. Curioso, porque las teorías que categorizan de este modo a algunas personas son las mismas que proponen que la sexualidad constituye un constructo social. Entonces ¿somos seres biológicos en unos aspectos y constructos socioculturales en otros?

Esta introducción me invita a comentar el abrumador triunfo obtenido en Francia por la izquierda populista de Jean-Luc Melenchón, desde la mirada de la batalla cultural. La victoria de la izquierda, consolidada por el segundo lugar de los liberales de Emmanuel Macron, deja fuera de juego, en la nueva Asamblea Nacional, a la ultraderechista Marine Le Pen. Por supuesto,  me alegra la doble buena noticia de la última semana europea: triunfo laborista en Inglaterra y de la Izquierda populista en Francia: la ultraderecha retrocede y con ella sus pulsiones más radicales que exhiben toques fascistas y xenófobos cada vez menos solapados. 

Yo fui formado en una izquierda socialdemócrata y de bienestar que hoy muchos califican de obsoleta y boomer. En todo caso, me dota de una libertad muy mía y que aprecio. Esta libertad me releva de la obligación de sumarme a la trinchera de alguna de las posturas extremas que hoy se enfrentan en la arena política. Esto no equivale a la evasión, ni a la neutralidad. 

La batalla cultural es una pulsión abyecta y totalitaria. Hasta ahora, el peor legado del siglo XXI. Se trata, apenas,  de un pseudo paradigma. No trata de las ideas que confronta, sino de los métodos de lucha que utiliza. Las dictaduras del siglo XX controlaban estados y, desde siniestros ministerios del interior, desaparecían físicamente a sus opositores a través de la tortura, la ejecución extrajudicial y, en los casos “menos severos”, el presidio y el destierro.

Gracias a las TIC nos hemos sofisticado. El daño material casi nunca es necesario, sin embargo,  no se atenúa la capacidad de menoscabar brutalmente la condición del ser humano.  Otros tiempos, al recuperar la libertad, los presos y perseguidos políticos se veían revestidos de un aura de legitimidad. La prisión, el exilio, la vida a salto de mata, la clandestinidad, eran valorados como cicatrices que solo puede dejar una vida consagrada a la lucha por la libertad, la justicia social, la igualdad y la democracia.

Hoy la represión es distinta. Contiene la perversa crueldad de matar a un individuo antes de producir su muerte biológica, de enfrentarlo a la tortura psicológica del abandono y el rechazo más absolutos, vaciados de ningún contenido, de confrontarlo día a día con una soledad irreversible, con la orfandad perpetua, condenado por el mero crimen de pensar o ser “distinto”. 

Paulatinamente, hemos convertido al individuo en un invertebrado kafkiano que finalmente se eliminará a sí mismo antes de enfrentar un día más al gran hermano de la cancelación y a ese otro, su gemelo idéntico, que sataniza la diversidad sexual. Se me vino a la memoria la visita del consiglieri Tom Hagen a Frank Pentangelli, en su confinamiento con el FBI, cuando el astuto abogado le propuso al mafioso de la vieja escuela su propia muerte a cambio del bienestar de su familia (Godfather II). Recién tomé conciencia de lo mucho que se nos adelantó la cosa nostra.

La guerra de hoy no la producen las ideas sino los métodos, el lenguaje, que no es lo mismo que los ideales y la doctrina. La relación entre ideas y métodos está por estudiarse. Las ideologías fascista y comunista presentaban absoluta sinergia con sus métodos de acción política. Si la revolución socialista planteaba la toma violenta del poder para derribar la burguesía y establecer la sociedad sin clases, los métodos solo podían ser consecuentes con las premisas ideológicas. Luego, si el fascismo colocaba a la nación por encima de todo y el nazismo a la raza, cualquier manifestación contraria a estas premisas debía ser exterminada.

Me pregunto si pasa lo mismo con la batalla cultural. Me pregunto si el vehículo mediático, académico y de las redes sociales ha iniciado una guerra que, en algún momento, incluirá misiles de verdad con un poder de destrucción que nunca antes conoció la humanidad. Pero me pregunto también si, dado que nos encontramos aún dentro de los límites del lenguaje -convertido en impía descalificación- será posible aún tender los primeros puentes, y luego de dos décadas asesinándonos en el ciberespacio, podremos entablar las primeras negociaciones de paz y acercar a las partes para establecer consensos mínimos dentro de un renovado marco democrático. 

Por eso hoy son cruciales el victorioso Melenchón, el Macron en sus reductos y la Le Pen que cedió posiciones luego de mucho avanzar ¿Podrá la terre de la liberté et la fraternité trazar una ruta que nos sustraiga de este corrosivo e inacabado paradigma de la confrontación? Francia tiene la palabra.

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Hace pocos años, algunos voceros de la derecha peruana equipararon la institución de la asamblea constituyente con el poder absoluto debido a que supuestamente atentaba contra la división de los poderes del Estado. El contexto en el que se expresaron estas ideas era otro: gobernaba el Perú Pedro Castillo, y la pretendida nueva Constitución levantaba banderas de la izquierda radical que llevó al chotano a Palacio de Gobierno. 

Sin embargo, esta definición de asamblea constituyente, cuyo fruto es una Carta Magna (Contrato Social que organiza al Estado) solo puede interpretarse como un oxímoron perverso. El patricio político Víctor Raúl Haya de la Torre no negaba el poder conferido por el pueblo a dicha asamblea, pero la entendía como el fruto indiscutido y legítimo de la soberanía popular, la matriz de la democracia, lo contrario a una dictadura.

Los últimos días, la urgencia de una nueva Constitución ha remecido nuestra agenda política. Ha pasado poco tiempo, pero mucha agua ha corrido bajo el puente. Unos cuestionan la Carta del 93, la consideran ilegítima por dotar de un “marco de legalidad” a la dictadura que encarnó Alberto Fujimori. 

Otras posturas, sin embargo, han ido más allá y recrean la idea de la existencia de una Constitución de 2023-2024 que, en el efecto y en la praxis, ha destruido la división de poderes en el Perú. Asimismo, se cuestiona la aprobación por el Congreso de un paquete de reformas constitucionales que socaban, en lo más básico, el aludido equilibrio de poderes, factor determinante y fundamental de la democracia.  A esto se le suma la aprobación de leyes y decretos que favorecen a poderes fácticos e, inclusive, limitan la actuación de la justicia en la lucha contra la delincuencia1. 

Al respecto, han asomado varias propuestas: Antauro Humala y Alfonso López Chau coinciden en la vuelta a la Constitución de 1979. Sin embargo, para el primero lo más destacable de ella es que contiene la figura de la pena de muerte, que para el líder nacionalista resulta fundamental para combatir la traición a la patria y algunas modalidades de corrupción y del crimen organizado. A su turno, López Chau coloca el consenso político de un amplio sector democrático por delante de la asamblea constituyente y de la nueva Constitución, a la que podrían incorporársele aspectos de la de 1979, como, por ejemplo, su brillante preámbulo. 

Lo que entiende el líder de Ahora Nación es que ante la grave crisis institucional por la que atraviesa el país, hace falta un diálogo que involucre a la derecha, centro e izquierda democráticos. De allí la posibilidad y necesidad de una nueva Carta Magna que sea el fruto del consenso de las partes, y de allí también su reiterada referencia a la Constitución de 1979 pues fue la ruta de salida de una implacable dictadura militar y fue firmada por liberales de derecha, centroderechistas, centroizquierdista y hasta por marxistas. En suma, un auténtico contrato social.

Nunca fui adepto a nuevas constituciones. Creo, más bien, en el gradualismo y la reforma constitucional. En otras palabras, las constituciones, y la de 1993 no es la excepción, poseen los mecanismos para ser reformadas y esta fórmula siempre me ha parecido mejor que las reiteradas “refundaciones republicanas”. 

Sin embargo, la inefable realidad peruana me ha conducido hacia un obligado replanteamiento. Ocurre que el artículo 206 de la Constitución de 1993 (que permite la modificación del texto constitucional con el respaldo de 2/3 del número legal de congresistas  (87) en doble votación) ha sido prostituido con tanta reiteración por la actual representación congresal que ha dado lugar a la referida carta del 2024. Como hemos señalado, esta ha cooptado el Tribunal Constitucional, los poderes electorales, la JNJ, varias potestades del Presidente de la República, entre otras. 

De esta manera, el riesgo que evocamos al principio de estas líneas, en el que a través de una asamblea constituyente podía imponerse la agenda de un sector político específico con claras tendencias autoritarias, se ha superado largamente: ya se ha instituido un régimen autoritario en el país, ya colapsó nuestra democracia.  

¡Ay, Perú! de tantas noches tormentosas, se lamentaba Jorge Basadre. La propuesta de un gran pacto nacional y democrático se cae de madura, la de una refundación republicana auténtica también y, por consiguiente, la de una nueva Constitución que enrumbe el camino. Ojo con los enemigos, son enormes, poderosos, le llevan siglos de ventaja a una nación a la que no se le ha permitido nacer hasta ahora. Nunca la historia presenció una gestación tan larga y dolorosa. Pero Basadre, al contemplar el problema, también contempló la posibilidad. Sigamos su ejemplo. 

1.- Léase Francke, Pedro. La Constitución de facto del 2023. Hildebrandt en sus trece, Lima, 14 de junio de 2024. 

Hace pocos días escuché a un precandidato presidencial disertar acerca de   Mariátegui, Haya, Belaúnde (Víctor Andrés) y Basadre. Tiempo que no escuchaba a un político hablar en términos ideológicos. ¿Qué tienen en común los cuatro pensadores antes señalados?: todos propusieron proyectos nacionales. Mariátegui desde un socialismo peruano, que no debías ser ni calco, ni copia; Haya desde un antimperialismo continental que negociara de igual a igual con los yanquis para obtener de ellos capitales y tecnología para impulsar nuestro propio desarrollo. Basadre, cuya referencia critican algunos que preferirían ser citados ellos mismos, defendió la promesa republicana, la modernidad, la sociedad de iguales, aquella que propugna el bien común. Víctor Andrés aportó la veta socialcristiana pues quién puede negar que somos un país cuya ecuación nacional debe incluir la pasión religiosa de casi todos.

Estoy hablando del Dr. Alfonso López Chau, actual rector de la UNI. Recién leí una columna suya, en la que plantea algunos conceptos fundamentales. Uno de ellos es la cultura de la corrupción. La aritmética es sencilla, sin probidad, sin políticos que entiendan su oficio como un servicio, sin líderes utópicos que imaginen el Perú del mañana como hicieron los cuatro pensadores mencionados al principio, el futuro solo será peor que nuestro presente, y no me imagino los dantescos escenarios que podrían abrirse paso en un mañana así.

Alrededor de la figura de López Chau se está formando un movimiento de centro izquierda social, cuya manifiesta vocación es realizarle una profunda profilaxis a la función pública. Al rector de la UNI, quien aún no oficializa su participación en nuestra política, lo siguen los jóvenes universitarios que enfrentaron el terror estatal de diciembre y enero de 2022. Es un hombre mayor, rodeado de una nueva generación de estudiantes y profesionales que está a punto de coronar la inexpugnable cima de la transversalidad, en un país pensado para dividirse y subdividirse, y así hasta el infinito. Por eso se le están sumando colectivos de las más diversas procedencias.

Habrá que seguir de cerca este proyecto. La cháchara del diagnóstico repetitivo y previsible, más allá del verbo florido, no nos sirve de nada. Hace tiempo que nos merecemos algo mejor, mucho mejor en realidad. Mucho mejor de lo que tenemos, de aquella pauperización política hedionda que dispersa el voto hasta límites liliputienses.

Y también nos merecemos propuestas. Por ello, a la referida dispersión, López Chau antepone la iniciativa de un sistema de partidos dividido en tres grandes organizaciones: una de derecha, una de centro y una de izquierda democráticas que confronten, pero también que dialoguen y alcancen consensos para enrumbarnos hacia el desarrollo del Perú. Consolidar la nación recuperando la democracia y las instituciones republicanas parece ser laconsigna.

Veremos pues si se nos viene un milagro cívico, un amanecer democrático en un país, como diría el gran tacneño Jorge Basadre, de tantas noches tormentosas. ¿Será cierto?

Fuente foto: ipsnoticias.net

La batalla cultural contemporánea se desarrolla en diversos escenarios. Uno, predilecto, fundamental, es la escuela, la palabra escrita, el manual escolar. Escuchaba un discurso de Pablo Iglesias, líder de Podemos, movimiento progresista radical español, en el que le responde al también radical y libertario presidente de Argentina Javier Milei. Solo se desprende una conclusión: la batalla se ha convertido en guerra, se expande por todas las latitudes, los bandos no van a dialogar, se enfrentarán, al menos, hasta que cambie de nuevo el mundo. La democracia, el disenso, el consenso, la aceptación de la posición mayoritaria por parte de la minoritaria a nadie le importa, y es hora de que vuelva a importarnos porque una guerra se sabe comenzar pero nunca se sabe dónde ni como termina. 

Enfoque de género, conflicto armado, aborto, conflicto social, dictadura, educación social integral son seis de las palabras o proposiciones que la exministra Mirian Ponce quiere sacar de los manuales escolares peruanos. Seis palabras que señalan seis tópicos que están en el centro de nuestra peruanísima y particular versión de la batalla cultural. 

Soy un ciudadano cuestionador de los excesos del libertarismo conservador y del progresismo woke. Será que no me gusta la guerra, que así como no me gustó Pinochet, finalmente tampoco me gustaron los totalitarismos socialistas. Encontré a la democracia y al republicanismo como sistemas sinérgicos, absolutamente imperfectos y corruptibles pero que, al mismo tiempo, funcionan bien en ciertas latitudes, y podrían servirnos a nosotros. 

Lo principal: me creí eso de los derechos fundamentales, se lo digo a Milei, tanto como se lo digo a quienes los rechazan por todo lo contrario, porque su universalidad les parece una imposición patriarcal capitalista que invisibiliza la diversidad. Los derechos, es verdad, deben tomar en cuenta contextos culturales, pero al mismo tiempo deben defendernos a todos y, de acuerdo con cada sociedad, favorecerán naturalmente más a quienes más los necesiten. Pero si dejamos de partir del principio de la igualdad del ciudadano frente a su par podemos ingresar en un despeñadero sin salida donde cualquiera tendrá que responder a una voluntad que, siendo distinta a la del colectivo, se pretenderá absoluta, arbitraria y punitiva. 

Sobre los conceptos que se quiere vetar de los manuales. Comencemos por el más sencillo: la dictadura. En el Perú no somos una democracia auténtica por dos motivos; uno, la corrupción; el otro, la dictadura, y este es un problema histórico: nuestro siglo XX fue un siglo de dictaduras. Solo podemos denunciarlas sin descanso si queremos construir aquí algo parecido a un régimen basado en las leyes y sus instituciones, administrado por personas que quieran y defiendan esas leyes y esas instituciones. De lo contrario no hay punto de partida, prevalecen el caos y la anomia. 

El enfoque de género está en medio de la batalla cultural. Si esta batalla se desató es porque hubo excesos de ambos lados que generaron dos bandos irreconciliables o porque hubo dos bandos irreconciliables que cometieron disparatados excesos.  El orden no interesa. ¿Quién establece el bien? ¿quién señala el mal? ¿qué filósofo contemporáneo admitiría que existe una única verdad salvo la que está escrita en los textos sagrados? Pero la democracia es laica, le pertenece al ciudadano, la administra el ciudadano. Jesús lo tuvo bastante claro “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.  

Pasa lo mismo con Conflicto Armado Interno. Ese concepto es oficial, es internacional, es el que corresponde. El presidente de Ecuador Daniel Noboa lo invocó para combatir el terrorismo que súbitamente se desbocó en su país hace unos meses “declaro Conflicto Armado Interno para combatir el terrorismo”. Así pueden parafrasearse sus palabras. Distinta es la premisa que algunos desprenden de la nomenclatura Conflicto Armado Interno en el Perú: “hubo dos bandos, militares y terroristas, y el pueblo estaba al medio siendo la víctima indistinta de ambos”. Esta premisa, bien popularizada en nuestro progresismo, es la que rechazan con furia los sectores conservadores y periféricos a las fuerzas armadas. De nuevo ¿qué hacer? ¿cuál es la mejor postura? ¿Cómo podemos acercarnos a un concepto tan relativizado por la filosofía como la verdad?

Hace poco se habló de que se buscaba acallar la memoria histórica a propósito del veto que ciertos sectores quisieron imponer a la película “La Piel Más Profunda”. He sostenido que la misma no es ni proterruca, ni nada que se le parezca. Al contrario, es una obra de arte y narra la difícil relación que entabla una joven mujer andina expatriada, con su pasado, que la lleva a reencontrarse con su padre, un senderista y asesino que purga condena en la carcel. Pero no es una sola memoria, una sola memoria es un concepto orwelliano a estas alturas. La posmodernidad hizo trizas los relatos únicos, la posverdad es una cuña de cinismo de la que saldremos, tarde o temprano, la posdemocracia la vivimos día a día, y en medio de todo esto, siguen proliferando memorias y discursos, unos después de los otros, al gusto de cada quien. 

Creo que lo que buscan los militares es ser escuchados también, contar su historia. Pero su formación castrense les impide expresarse en esos términos, solo saben sonar a voz de mando y carecen de buenos interlocutores. Recién el LUM homenajeó al exalcalde aprista de Chepén Pedro Cáceres Becerra, tras 24 años de ser asesinado por Sendero. Me pareció una buena noticia, hace años me pregunté en una columna ¿dónde están las salas dedicadas a víctimas militares y de los partidos políticos durante el periodo de la violencia, en el LUM? Faltaba eso, hoy se está corrigiendo, un LUM de varias voces, es mejor que un LUM de una sola voz.

El día que aprendamos a escuchar varias voces, luego aprenderemos lo que desgraciadamente hemos olvidado, a conversar, a intercambiar ideas, a respetar a las mayorías sin pisotear a las minorías y a defender los valores democráticos. Hay quienes hablan de “reeducar”, yo comenzaría por enseñar democracia y republicanismo. Sin consensos básicos, el Perú no va a ninguna parte. 

Considero a Víctor Raúl Haya de la Torre un personaje entrañable. Por esta razón la Constitución de 1979, que representa su testamento político, me resulta especialmente afín, tanto como ejemplificadora la calidad de los representantes que la redactaron, la docencia de sus debates, las lecciones de política, ideología e historia vertidas en cada discurso pronunciado. La Constitución del 93, en cambio,  proviene de una dictadura y por eso, al margen de sus contenidos, o en virtud de algunos de ellos, genera fuertes resistencias.

Más allá de eso, desde siempre en el Perú ha existido el imaginario de “la Constitución Providencial”. En otras palabras, cada cierto tiempo se elevan voces clamando por una nueva Carta Magna. Una a través de la cual el Perú renacerá siendo otro distinto: moderno, republicano, con instituciones de una solidez nórdica, con una sociedad armónica y solidaria, amante del bien común, que repentinamente dejó de ver al Estado como la ocasión del propio enriquecimiento en desmedro de la colectividad. Pero soñamos, desvariamos, alucinamos: en las actuales circunstancias ninguna nueva Constitución variará absolutamente nada.  

El otro imaginario que acompaña a “La constitución providencial” es “el momento constituyente”. ¿Dónde se inventaron esa? Sé que la expresión se utiliza en varias latitudes y que ha motivado alguna producción teórica y unos cuantos foros, pero la única conclusión seria es que tal “momento constituyente” sólo puede desprenderse del sentido común, a lo más del análisis de cierta coyuntura. Pero no es posible establecer sobre bases empíricas que existe un “momento constituyente”. Este no es más que una intuición, se desenvuelve en el terreno de la especulación, no existe una realidad que podamos denominar “momento constituyente” 

¿Qué pasa en el Perú?

En la última década hemos pasado de la fragmentación social y la crisis institucional a la desintegración más absoluta debido al vertiginoso avance de incontenibles virus, encabezados por el más nocivo del todos: la corrupción. Este es el átomo que se desagrega en múltiples moléculas: copamiento institucional, pésimos servicios del Estado, imparable drenaje de recursos públicos a manos privadas, diversas modalidades del crimen organizado y un largo etc. 

¿En una sociedad con estas características creemos ver un “momento constituyente”? Entiendo la lógica:  “estamos tan mal que necesitamos una nueva Constitución”. Pero el razonamiento me resulta absolutamente errado: una Constitución concebida en el fango solo podrá hundirse en él, fundirse con él, convertirse en su simbiosis, en su más funcional sinergia. 

En el Perú no hay clase política, no una de verdad, y la gestión del Estado hiede en el moho impuro que la reviste. Por ello, el punto de partida, si es que existe uno, es la creación de una clase política con mínimos requisitos morales y formales para iniciar la reconstrucción de la institucionalidad el país. Esa misma clase política establecerá las pautas para avanzar algunos pasos indispensables en dirección hacia la mejor gestión del Estado y de sus recursos. 

Solo entonces podremos ver al país, podremos observarlo, podremos comprenderlo a cabalidad pues lograremos algún mínimo control sobre él -control entendido como gobierno- y podremos implementar las reformas constitucionales indispensables -para lo cual la Carta Magna actual presenta los mecanismos- para consolidar dicho sistema político -clase política- y dicha gestión del Estado, en sus niveles nacional, regional y provincial. Y solo entonces podremos alcanzar un diagnóstico más certero respecto de la necesidad de una nueva Carta Magna en el Perú u optar por la constante reforma de la actual -esto quiere decir gradualismo- más allá de la ojeriza que pudiese generarnos la Constitución de 1993. 

Habría más que decir, colocar sobre el tapate la discusión del Contrato Social, traer a colación a Jean Jacques Rousseau y otros tantos teóricos de la política y del Estado. Pero en estas líneas he querido establecer una base: un edificio se construye después de los cimientos, no al contrario. Una Constitución, salvo si se trata de la fundacional, de la primera -ojalá en nuestro país la primera hubiese sido la única con adendas, como en USA- necesita una base sobre la cual poder enraizarse en la realidad. Esa base no existe en el Perú, la sustituye el imperio del lumpen y el patrimonialismo, los que han creado un fétido pantano en cuyas profundidades yacen ya once constituciones republicanas. ¿Cuántas más queremos echar al cementerio de la historia? 

Los años veinte fueron un decenio de contenidos, qué duda cabe. Fueron tiempos de ideologías, de encarnizados debates entre diversas cosmovisiones del mundo que pretendían abarcarlo todo. Pero a las aparentes certezas de estas cosmovisiones se les interpusieron corrientes filosóficas relativistas que exigían, lo menos, adecuar el dogma a cada realidad. ¿Qué hacer? ¿cómo aplicarlos? 

Esa herencia la dejaron los marxistas originales. Marx y Engels vaticinaron su propio “fin de la historia” pero discreparon en los caminos, en las circunstancias, en las condiciones. Lenin, y después la Comintern, le metieron más candela al fogón: la revolución y la praxis revolucionaria debían adaptarse a cada realidad. La inquietud se trasladó al Continente Americano, ¿qué hacer con América Latina? ¿cómo conducirla hacia la revolución? 

Durante la polémica entre Víctor Raúl Haya de la Torre y José Carlos Mariátegui, el célebre trujillano corrió a la izquierda del también célebre moqueguano. Pero el amauta corrió con la Internacional Comunista, mientras que el fundador del APRA en contra de ella: por eso la historia registró a Haya como al revisionista. Lo cierto es para 1928 ninguno de ambos lo fue, al punto que el Haya de 1928, inclusive en su versión indoamericana del marxismo, se inspira en sus fuentes originales:  Karl Marx, Friedrich Engels y Vladimir Lenin.  

El marxismo indoamericano de Víctor Raúl es centrado, aterrizado, interpretado pero ortodoxo al fin y al cabo. Se enfoca más en establecer la estrategia adecuada para sacar adelante una revolución en concreto, continental, situada a la vuelta de la esquina, que anhelaba con impaciencia iniciar y liderar. El no entendió la revolución como la estación final, definitiva, consagratoria, de un proceso interior del trabajador proletario, que integra su ser al socialismo, como al mito espiritual que lo eleva a su estado más puro:  la conciencia de clase. Estas eran las ideas de Mariátegui, muy influenciado por Henry Bergson y George Sorel. 

Para el Haya de 1928, como para el propio Lenin, la cuestión, que no descuidaba la discusión teórica, debía perseguir una meta concreta:  la conquista del poder para luego construir la patria proletaria posiblemente incorporando varios de los tópicos que demandaron la atención e inspiraron notablemente la producción intelectual de Mariátegui. Pero no había tanto que esperar, ni tanto que lucubrar. Al principio,  la cuestión medular es el poder. Y de estos planteamientos no puede colegirse que la interpretación hayista sobre el marxismo y la revolución deban colocarse en un estadio epistemológico inferior al del amauta1.  

Si Mariátegui voló libre a través del marxismo fue por su formación italiana, que resultó de su designación a Génova como agente de propaganda de la dictadura de Augusto B. Leguía, para la que escribió sus célebres “cartas de Italia” que se publicaron en Lima, en el diario La Razón, entonces ya adepto al Oncenio2. Tras esta experiencia, Mariátegui se volcó íntegro a su Defensa del Marxismo* que giró en torno al debate europeo occidental suscitado por la publicación en 1898 del célebre artículo La crisis científica y filosófica del marxismo contemporáneo, de Tomás Masaryk, posteriormente fundador de la república checoslovaca. Las valiosas obras de Antonio Gramsci, Benito Croce, Antonio Labriola y George Sorel enriquecen este debate del que Mariátegui se nutre y participa como el gran intelectual que fue al punto de señalar, en 1928, que dicha crisis fue una invención del susodicho Masaryk3.  

Ideológica y programáticamente, Haya fue un marxista más centrado pues se avocó a encontrar la fórmula precisa para América Latina, su revolución y su transición al socialismo. En este aspecto fue insuperable, no hay otro El Antimperialismo y el APRA4 escrito para aplicarse a la región en aquellos tiempos.  Los rusos, a su turno, no parecen tampoco haberse visto demasiado influenciados por el debate marxista-occidental. De hecho, Lenin tenía un mal concepto sobre George Sorel a quien calificó en su materialismo y empirio-criticismo de 1908, de confusionista bien conocido. 

Pero si el Haya marxista fue más ortodoxo que Mariátegui en el plano ideológico, en el plano político al fundador del APRA le importó poco menos que dos cominos convertirse en instrumento de los rusos. Para él, la revolución indoamericana no ameritaba la sumisión a Moscú. Además, deploró la estalinización, conocida oficialmente como bolchevización, que verticalizó y centralizó todos los canales de decisión de la URSS y la Internacional Comunista: la entendió como la muerte de Lenin después de la muerte de Lenin. 

Haya es un marxista que parte de las fuentes originales y que aterriza en la propuesta de un modelo de Estado de transición hacia el socialismo en Indoamérica, así como en un Plan Insurreccional para llevarlo a cabo. Mariátegui es un marxista muy inspirado, cosmopolita, como recientemente lo ha llamado Martín Bergel5, nutrido de diferentes fuentes que giran alrededor de un debate intelectual que agitó a las izquierdas occidentales. Un marxista, que, finalmente, también sabe aterrizar con éxito a la realidad a través de sus celebérrimos 7 Ensayos de interpretación de la realidad peruana, publicado por entregas en la revista Amauta el 1928 y que ha sido motivo de centenares de nuevas ediciones en diversos idiomas. Los marxismos de Haya y de Mariátegui no eran opuestos, no eran contradictorios, sencillamente eran diferentes. Esto se vincula de manera casi directa con quién era, qué hacía, qué buscaba y cuáles eran las utopías que iluminaban el camino de cada uno de nuestros personajes.

Mariátegui murió el 16 de abril de 1930 en el auge de su marxismo heterodoxo6. Luego de un tiempo de veto estalinista, que también tuvo que padecer el amauta, solo que, cual Cid Campeador, después de muerto, se redescubren su obra y trayectoria y proliferan cientos de estudios interesados en descifrar qué clase de marxista era el intelectual moqueguano.

El caso de Haya es distinto. En 1931 abraza la socialdemocracia desde una mirada aprista, ya en 1928 había roto definitivamente con la Comintern o viceversa. De allí resultó en un paria de todo el comunismo mundial, y, en tanto que tal, catalogado de revisionista, nacional-imperialista, demo-burgués etc. Por ello, la mayoría de los estudios, incluso contemporáneos, reproducen las imágenes que sobre él supo difundir la Comintern en tiempos de la polémica y se ha descuidado un análisis más sistemático y riguroso de su estación marxista.  

Como dijimos en nuestra nota anterior, sí hubo un Haya marxista que en estas líneas, y en nuestra nota pasada, hemos reseñado brevemente. También hubo, a posteriori, un Haya anticomunista, desde que entiende que el cambio debe realizarse en democracia y señala al comunismo como uno de sus peores enemigos, más en los tiempos de José Stalin.

Entre las estaciones en las que se detiene Haya de la Torre, la marxista es fundamental, no sólo por ser la primera, sino porque probablemente fue con aquella que nos legó su corpus ideológico y doctrinal más brillante y trascendental. Por eso han llegado los tiempos de dejar atrás una pugna política-ideológica revitalizada en los años setenta del siglo pasado pero que carece de toda motivación en estos tiempos de post Guerra Fría y de auge de los estudios culturales.  

La Guerra Fría terminó. Al igual que Mariátegui, Haya es patrimonio del Perú, también debe serlo para nuestra intelligentzia. Su aporte al marxismo continental merece rigurosos estudios, mejores investigaciones históricas y las más profundas reflexiones filosóficas7. 

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1 Augusto Ruiz Zevallos, en un sugerente artículo recientemente publicado (2023) sostiene que Por la Emancipación de América Latina es compilada por Haya en 1927 con la intención de convertirlo en un libro para la revolución. Creemos que este análisis, al que dedica la mitad de su reflexión, debió seguirles la pista a los siguientes pasos de Haya en ese sentido, a la escritura en México de El Antimperialismo y el APRA, así como a la puesta en marcha del Plan de México, que resulta la concreción del proyecto revolucionario que Haya anunciase en su recordado libro de 1927. Sin embargo, el artículo de Ruíz Zevallos da súbitamente un giro en sentido contrario e intenta desmontar el proyecto revolucionario de Haya desde que este tuviese que enfrentar a Mariátegui en la célebre polémica. Ruiz Zevallos realiza este ejercicio a través de una bastante forzada crítica a mi artículo LIMA NO RESPONDÍA. El fracaso del plan insurreccional planteado en México explicado en carta de Víctor Raúl Haya de la Torre a Wilfredo Rozas, fechada el 22 de septiembre de 1929. Investigaciones Históricas. Época Moderna Y Contemporánea, #42, 2022. 

https://revistas.uva.es/index.php/invehisto/article/view/6914  

En su réplica, Ruíz Zevallos sostiene, entre otros tópicos, que Haya se sitúa epistemológicamente por debajo de Mariátegui. Al final, este inesperado giro en el trabajo de Ruíz Zevallos, que, a nuestro entender debió ser sinérgico al nuestro, lo lleva a ofrecer conclusiones contradictorias y poco comprensibles. Ruiz Zevallos, Augusto. Un libro para la revolución. Por la emancipación de América Latina y el Plan Político del joven Haya de la Torre, 1923–1927 En Revista del Instituto Seminario de Historia Rural Andina # 11, 2023.

2La designación de José Carlos Mariátegui como agente de propaganda del régimen dictatorial de Leguía es hasta hoy polémica. Sus seguidores sostienen que se trató de un exilio disimulado que le permitió evitar la cárcel y ampliar, como efectivamente lo hizo, su bagaje intelectual. Es positivamente cierto que hoy no disfrutaríamos de lo más fundamental de la obra de Mariátegui sin su experiencia europea. Nosotros nos hemos limitado a señalar el motivo del viaje de Mariátegui a Europa. No emitiremos ningún juicio de valor. 

3Mariátegui refiere y cuestiona las tesis de Marasyk respecto de la crisis del marxismo en el #17 de la Revista Amauta publicada en 1928. 

4Escrito en 1928, El Antimperialismo y el APRA recién pudo publicarse en Chile en 1936, a través de la Editorial Ercilla. Es posible que Haya modificase el texto original considerando su adhesión a las ideas socialdemócratas desde una mirada aprista a partir de 1931. Sin embargo, el texto mantiene la propuesta de un marxismo adaptado a la realidad latinoamericana. 

5 Bergel, Martín. El socialismo cosmopolita de José Carlos Mariátegui. En Nueva Sociedad #293, 2021.

6 Del marxismo heterodoxo de José Carlos Mariátegui se ocupó, la década pasada, Sosa, Paula. José Carlos Mariátegui. Lecturas heterodoxas del marxismo desde el tercer mundo. Jornadas Nacionales de Investigación en Ciencias Sociales de la Universidad de Cuyo, 2016. 

7 Actualmente asistimos a una saludable renovación temática de los estudios acerca de la historia del APRA gracias al enfoque de las historias intelectual y conceptual. En este nuevo ambiente, la inclusión de estudios más acuciosos sobre las diferentes estaciones ideológicas de Haya de la Torre es tarea pendiente y fundamental.

*Al hablar de Defensa del Marxismo jugamos con el nombre con que el amauta denominó su última compilación publicada en vida. No obstante, en el artículo referimos de manera puntual la encomiable lucha de Mariátegui en defensa de la vigencia del marxismo frente a los cuestionamientos que recibió en su tiempo desde corrientes relativistas y otras más.  

Las posturas ideológicas de Haya de la Torre han generado un interminable debate, que deviene inútil cuando se sugiere que por abrazar el marxismo al comenzar su trayectoria, debió mantenerse siempre dentro de sus cauces. En el Perú estamos llenos de pregoneros del dogma inamovible, de guardianes celosos de doctrinas pasadas, de relojeros del ayer intentando que las manecillas de la historia giren en sentido inverso para retornar a utopías que jamás existieron

A todos ellos se los llevó la fábula, se los llevó rápido o se los llevará pronto. A Haya no, porque Haya comprendió al tiempo, comprendió al espacio y comprendió la historicidad. Cuando el leninismo se convirtió en estalinismo -léase la dictadura más larga, sangrienta y represiva de la historia- Víctor Raúl buscó mejores rumbos para América Latina, felizmente. Y no tuvo que esperar a que Karl Popper publicara La Sociedad Abierta en 1945. Víctor Raúl se le adelantó una década con su Sinopsis filosófica del aprismo. Pero no importa: si la academia no lo valida entonces no existe, como no existe la realidad española cuando no aparece publicada en la edición matutina del diario El País.

Pero sí hubo un Haya marxista, que coincidió casi exactamente con la trayectoria socialista de José Carlos Mariátegui. Ambos tuvieron una feliz y valiente coincidencia: a los dos les parecía que el marxismo debía adaptarse a la realidad local. Por eso la Internacional Comunista los botó a patadas a ambos. Primero a Haya en 1927 y después a Mariátegui en 1929, aunque luego Rabines limó asperezas entre el Partido Socialista del amauta y la Internacional a cambio de cambiarle el nombre a Comunista y someterlo sumisamente a sus designios.  

Un marxista en formación 

Perú hablemos del Haya marxista. A diferencia de su palpable desinterés por los bienes materiales, sus planes no eran para nada austeros. Sus viajes al interior del país, en 1917 y 1920, y a Argentina, Uruguay y Chile en 1922 lo convencieron de que había nacido para liderar la revolución latinoamericana. Víctor Raúl era demasiado líder, demasiado magnético, demasiado convincente y estas demasías resultaron a la postre un arma de doble filo. Un hombre, un ser humano y un líder pueden lograr muchas cosas, pero no basta la mera voluntad para cambiar los destinos de un continente.

Haya estudió la revolución mexicana, estudió la revolución rusa, estudió la teoría marxista en las mejores escuelas de Londres; se tomó muy en serio su formación para convertirse en ese líder cuyo destino manifiesto era la unidad de América Latina. Víctor Raúl miró a la Comintern, entendió que nadie podía ofrecerle mayores apoyos que los rusos. Ese fue el objetivo principal de su viaje a la Meca del comunismo y entonces las cosas comenzaron a complicarse. Viejos y duchos revolucionarios, los jerarcas soviéticos se admiraron del talento del impetuoso joven peruano pero notaron también su voluntarismo. Aprobaron sus planteamientos sobre América Latina pero apuntaron que aún no existía el partido para pasar de inmediato de la teoría a la praxis.  

Pero Haya no quería esperar. Sentía que ya estaba listo. Era el jinete sobre un veloz caballo de carrera que se desplazaba a todo galope con rumbo a la revolución. Nada ni nadie lo iba a parar y así decidió continuar su camino sin los rusos. 

El marxismo de Haya y sus enemigos

Los planteamientos de Haya no fueron menos marxistas que los de la Comintern. Su ímpetu revolucionario lo llevó a superar en radicalidad a los moscovitas. La Comintern creía en la revolución en dos etapas: la primera demo-burguesa y recién la segunda socialista. 

En cambio, en 1928, Haya lanzó el Esquema del Plan de México, proyecto revolucionario para derrocar al dictador Leguía y que prácticamente postula la dictadura del proletariado. ¿Y por qué Haya no lo llamó socialismo entonces? Porque pensaba que la revolución debía exportarse al resto de América Latina pues al imperialismo yanqui solo se le podía derrotar en bloque. Mientras tanto, había que actuar a la defensiva, nacionalizar y socializar la producción, gobernar el país verticalmente. Es el Estado Antimperialista modelo que Haya explica en el sétimo capítulo de El Antimperialismo y el APRA.

Y el caballo de Haya seguía cabalgando en dirección de la revolución pero al margen de la Comintern. Ese fue el pecado original, la imperdonable herejía que lo convirtió en blanco del comunismo internacional y de sus lugartenientes latinoamericanos. Entonces lo acusaron de nacionalista, de desviacionista demo-burgués,  de apóstata por incluir a las clases medias en la revolución. Curioso, una somera mirada a las conclusiones del V y el VI Congreso de la Internacional* (1924 y 1928) demuestran que dichas alianzas las proponía la propia Comintern. El problema era político: lo que estaba en juego no era Marx sino el control de la izquierda continental. 

Esta encarnizada confrontación, de la que forma parte la polémica con Mariátegui, casi destruye al APRA y al propio Víctor Raúl. Exiliado a Berlín a fines de 1928, Haya está a miles de millas del escenario de las hostilidades. El terreno queda a merced de sus enemigos. La Comintern, con Julio Antonio Mella en México y José Carlos Mariátegui en el Perú, como disciplinados portaestandartes, golpean una y otra vez al APRA, reclutan a sus cuadros, confunden a sus bases. La meta: la total destrucción de la organización cuyo líder languidecía al otro lado del Atlántico. En Lima, el dictador Leguía se frotaba las manos. Divide et impera. 

Haya tras Stalin

En su segundo periplo europeo, Haya comprendió que no había socialismo soviético y menos socialismo latinoamericano digitado desde Moscú. Sólo había estalinismo, “bolchevización”, absoluta verticalidad, obsecuente sumisión y mecánica repetición de fórmulas importadas.  Entonces tornó su mirada hacia la socialdemocracia, la de Eduard Bernstein, esa que planteaba un socialismo sin marxismo, en democracia. La que sostenía que las organizaciones obreras y campesinas podían alcanzar la “utopía comunista” sin acabar con el capitalismo sino negociando con él, presionándolo, invadiéndolo,  interviniéndolo para elevar el nivel de vida de obreros y campesinos como nunca pudieron ni la URSS de Stalin, ni mucho menos la China de Mao. 

Víctor Raúl, visionario, le atinó una vez más a la hora de la historia. Desde 1931 le planteó a la militancia del Partido Aprista Peruano conceptos como el de Democracia Funcional en la línea de la internacional socialdemócrata (llamada también socialista). Al mismo tiempo, siguió teorizando acerca de la unión latinoamericana, desde su original mirada aprista. 

Conclusión: el legado marxista de Haya de la Torre

Hubo un Haya marxista que se gestó el 7 de mayo de 1924, cuando compartió con las juventudes mexicanas la bandera de un enorme y emancipador movimiento continental que nunca llegó a realizarse. Este Víctor Raúl dejó una literatura inestimable, cuyas máximas expresiones las constituyen Wath is the APRA (1926), Por la emancipación de América Latina (1927), El Antimperialismo y el APRA (1928) y el Esquema del Plan de México (1928). 

Aunque no mantuvo estas posturas hasta el final de su trayectoria, Víctor Raúl Haya de la Torre es el primer marxista de América. Nadie como él nos legó una doctrina, un modelo de Estado y un plan insurreccional marxistas, basados en sus rigurosos estudios de los textos fundamentales de Karl Marx, Friedrich Engels y Vladimir Lenin, los que adaptó de manera brillante a la realidad continental. 

Una trayectoria política de 60 años necesariamente se divide en etapas. Lástima que algunos no lo entiendan y quieran encerrar a los grandes ideólogos en campos de concentración intelectual, que aprisionan la libertad de pensamiento como aprisionaron y apagaron la vida de millones de seres humanos aquellos Gulags en los que José Stalin purgó a todo aquel que, en su imaginación, amenazaba su ilimitado poder. 

A 100 años de la fundación del APRA, no olvidemos al Haya marxista, y a su obra, que constituye un aporte fundamental a la filosofía política latinoamericana. 

* El V Congreso de la Internacional Comunista apoyó abiertamente la conformación de frentes multiclasistas para derrotar al enemigo imperialistas en las colonias, bajo la estrategia denominada “a las masas” la que se difundió desde el III Congreso realizado en 1921. A su turno, el VI Congreso lanzó la estrategia “clase contra clase” impulsó el liderazgo del proletariado en la revolución y advirtió que las alianzas con las clases medias debían ser supervisadas pues sus miembros podían a convertirse en cuadros revolucionarios o contrarrevolucionarios. En todo caso, no descartó de plano la participación de estos sectores en la revolución. 

Foto de centro: Haya vestido a la usanza de un militante bolchevique, Moscú 1924

Foto de fondo: Portada de revista aprista Indoamérica, publicada en México, 1928

Bibliografía:

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BERGEL, Martín, La travesía iniciática: Haya de la Torre en el cono Sur. en BERGEL, Martín. La desmesura revolucionaria. Cultura y política en los orígenes del APRA. Lima, La siniestra, 2019. 

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FLORES GALINDO, Alberto, La Agonía de Mariátegui, La Polémica con la Komintern. Lima, DESCO, 1980. 

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HAYA DE LA TORRE, Víctor Raúl, “What is the APRA”, en The Labour Monthly, (Diciembre,1926).

HAYA DE LA TORRE, Víctor Raúl, “Sobre el papel de las clases medias en la lucha por la independencia económica de América Latina”, en Revista Amauta, 9 (Mayo,1927).

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HAYA DE LA TORRE, Víctor Raúl, Por la emancipación de América Latina. Artículos, mensajes, discursos (1923-1927), Buenos Aires, M. Gleizer Editor, 1932 

INTERNACIONAL COMUNISTA. VI congreso de la Internacional Comunista, primera parte, tesis, manifiestos y resoluciones, México, ediciones pasado y presente, 1975

JEIFETS, Lazar; JEIFETS, Víctor, “Haya de la Torre, la Comintern y el Perú: Acercamientos y desencuentros”, en Pacarina del Sur [En línea], año 4, núm. 16, julio-septiembre, 2013.

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MELGAR BAO, Ricardo. Haya de la Torre y Julio Antonio Mella en México. El exilio y sus querellas. Buenos Aires, ediciones del CCC, 2013

MELLA, Julio Antonio. Qué es el ARPA. Lima, Editorial Educación, 1975.

PARODI REVOREDO, Daniel, “Lima no respondía. El fracaso del plan insurreccional planteado en México explicado en carta de Víctor Raúl Haya de la Torre a Wilfredo Rozas, fechada 22 de septiembre de 1929”. En Revista Investigaciones Históricas, dic. 2022. 

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PLANAS, pedro y VALLENAS, Hugo. Haya de la Torre en su espacio y en su tiempo. Aportes para una contextualización del pensamiento de Haya de la Torre. Lima, Ediciones HV, 2010. 

ROJAS, Rafael. Haya, Mella y la división originaria. Telar 20 (enero-junio, 2018), pp. 45-67. 

VALLENAS, Hugo, “Haya de la Torre: político de realidades” en Concurso Latinoamericano de Ensayo Vida y Obra de Haya de la Torre, Lima, Instituto Víctor Raúl Haya de la Torre, 2006. T.II. 

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Apra, haya marxista

El APRA no se fundó oficialmente el 7 de mayo de 1924. Como sucede con diversas organizaciones políticas y hasta con países, sus procesos constitutivos son complejos y no es fácil establecer la fecha exacta de su instauración pues no existe una que resulte definitiva. Sucede así con las independencias del Perú y Chile. En nuestro caso elegimos el 28 de julio de 1821 debido a las proclamaciones de San Martín en Lima, pero la emancipación solo se logró tras la victoria de Ayacucho el 9 de diciembre de 1824. Chile celebra el primer grito, la instauración de la Junta de Gobierno de Santiago el 18 de septiembre de 1810, a pesar de que entonces sus miembros no habían siquiera decidido abrazar la causa independentista. 

Un elemento común a estos casos es que las fechas fundacionales se deciden a posteriori y con un afán instrumental. Hacen falta unas efemérides, una celebración, una conmemoración anual que marca el inicio de algo, y si no está suficientemente clara la fecha se tiende a seleccionar uno entre varios eventos posibles. 

En esas estuvo Haya de la Torre entre los años 1925 y 1926. Repasemos la historia. Si algo tenía claro Víctor Raúl al desembarcar en México en 1924, luego de ser exiliado del Perú por el presidente Augusto Leguía en octubre de 1923, es que quería liderar la revolución latinoamericana contra el imperialismo, en un contexto en el que ya existían redes políticas y diversas ligas que se aglutinaban en torno a esta meta. 

En Moscú, donde permaneció entre junio y octubre de 1924, Haya inició su formación marxista, participó, entre otros eventos, del V Congreso de la Internacional Comunista, tomó buena nota de sus conclusiones y comenzó a buscar el apoyo de los jerarcas de la revolución soviética a su propio proyecto revolucionario. El intercambio referido se agudiza en el año 1925, encontrándose Haya en Londres, pero finalmente la IC presentará varios reparos a su Plan Insurreccional a través del suizo Edgard Wood, también conocido como camarada Stinner y especialista en asuntos de América Latina. El primero: no contar con una organización para llevarlo a cabo. El segundo: el mayor interés conmiteriano en la promoción de revoluciones en los países de la Europa Occidental. 

Eventualmente, las conversaciones pudieron continuar, pues el diálogo no se rompió del todo, pero Haya tomó la crucial decisión de llevar a cabo su proyecto al margen de la Comintern. Desde entonces la labor fue titánica. Se formaron células apristas en París, México, Buenos Aires, La Paz, La Habana, Santiago, Lima y algunas provincias del Perú. El modelo no fue otro más que el de la propia Comintern, entendida como un partido político mundial con secciones en los diferentes países del mundo. Así por ejemplo, desde 1930, el Partido Comunista del Perú sería la sección peruana de la Internacional Comunista, bajo el liderazgo de Eudocio Ravines. 

Es en medio de estos trajines que Haya elige el 7 de mayo de 1924 como la fecha fundacional del APRA, o de La APRA, como se le llamaba durante sus primeros años. ¿Por qué el 7 de mayo de 1924? Porque en dicha fecha se inauguró la Primera Liga Antimperialista Panamericana en México, y en ella Haya entregó a las juventudes la bandera roja con el mapa de Indoamérica trazado en amarillo. Se trataba de la germinación de un proyecto de unión continental aún en ciernes y al que Haya se avocó de inmediato. Como hemos señalado, a los pocos días zarpó hacia Europa con destino a la URSS, la Meca del Comunismo Mundial, en busca de apoyos para revolucionar todo el continente desde Río Bravo a Tierra de Fuego y así insertarlo en un periodo de transición hacia el socialismo. 

El derrotero elegido por Haya lo colocó necesariamente en el terreno de las contiendas políticas e ideológicas. El solo hecho de formar un movimiento continental de izquierda, alternativo a la Comintern, fuera de sus cauces, y con postulados que competían en radicalidad con los esgrimidos por los Congresos de la IC, inició una guerra sin cuartel cuyo mayor teatro de operaciones -no el único- fue México. La Comintern era mucho más poderosa que la APRA. Esta, más bien, era endeble y embrionaria.  Julio Antonio Mella, primero, y decisivamente José Carlos Mariátegui después, se encargaron de definir la confrontación a favor de los rusos. La célebre polémica Haya-Mariátegui tiene por telón de fondo la cruda disputa entre la Comintern y el APRA.

Las narrativas historiográficas

En el plano de las narrativas historiográficas, la elección del 7 de mayo de 1924 como fecha fundacional del APRA ha motivado ácidas críticas en contra de su fundador. Se señala que la selección de unas efemérides para su partido-alianza es un acto de manipulación de la historia, cuando no una mentira. 

Nosotros vemos este acontecimiento, que se genera en la voluntad de Haya de otorgarle un origen a su proyecto político, como algo natural y que se explica en el propio proceso formativo de esta organización germinal, que resulta de un proceso muy complejo. Para validarlo, Haya y los demás líderes del movimiento requerían unas efemérides y el 7 de mayo de 1924, elegido por las razones que ya hemos esgrimido, nos parece un acierto al punto que logró enclavarse en la narrativa que refiere al APRA hasta el día de hoy. En otras palabras, también se trata de política. 

La fecha de la fundación del APRA contiene una dimensión instrumental pero sucede lo mismo con la mayoría de efemérides. Distinto fue el caso de la fundación del Partido Aprista Peruano, el 20 de septiembre de 1930 en Lima, como resultado de una reunión de militantes cuya expresa finalidad era crearlo. Dato curioso, Haya no estuvo presente esta vez por continuar aún en la agitación de su exilio europeo.  

A partir de la fundación del PAP en 1930, declina el partido-frente continental y se fortalece el partido de masas peruano. Comienza una segunda etapa en la historia del APRA, la del Partido Aprista Peruano.  

* Este artículo inicia una saga de relatos cortos que presentaremos semanalmente sobre la historia del APRA, con énfasis en su periodo fundacional e internacional (1924 – 1930) debido a la conmemoración del centenario del APRA (1924-2024).

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