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Daniel Parodi Revoredo, autor en Sudaca - Periodismo libre y en profundidad

Recién la Municipalidad de Lima Metropolitana ha planteado la demolición del parque-escultura EL OJO QUE LLORA, de la artista plástica Lika Mutal, que constituye un lugar de la memoria que recuerda a las víctimas de la época de la violencia en el Perú, que unos llaman lucha contra la subversión y otros conflicto armado interno. 

Desde luego, en este espacio rechazamos la medida desde la premisa de que los lugares de la memoria deben ser preservados al margen de su significado, pues refieren un evento del pasado que genera un recuerdo y una reflexión al mismo tiempo, ya sea para honrar a sus protagonistas,  para discutirlos y eventualmente desaprobarlos. Los paradigmas cambian constantemente. Lo que una época constituía norma o costumbre súbitamente deja de serlo en otra y así desde los inicios de la civilización. Entonces no se trata de eliminar el pasado: no se puede. Se trata de resignificarlo o de mirarlo, interpretarlo y discutirlo con otros ojos, los del presente, para así comprender que el curso de la historia siempre ha venido acompañado por el cambio.

Cuando visité Berlín, el conjunto monumental que más llamó mi atención fue el parque dedicado al soldado ruso, que se ubica en lo que, durante la Guerra Fría, fue Berlín Oriental. Este memorial, erigido por los propios rusos cuando ocuparon Alemania celebra hasta hoy la toma de la capital del Tercer Reich durante la Segunda Guerra Mundial, en la Batalla de Berlín de inicios de 1945. Sin embargo, no puede dejar de evocar, al mismo tiempo, los atroces abusos cometidos por los soldados rusos, entre ellos la sistemática violación de mujeres alemanas como injustificable revancha por los análogos abusos nazis durante la Operación Barbarroja, 1941-1942. 

Alemanes y rusos, al final de la Guerra Fría, cuando los segundos desocuparon tierras germánicas, acordaron que el monumento debía mantenerse en su lugar. Y allí está, recordando a los alemanes quienes fueron sus vencedores, sus invasores y sus verdugos, pero también trayendo al presente las terribles consecuencias que le trajo al mundo entero el régimen nacionalsocialista. 

En 2021, sucedió lo contrario en New York, cuando su ayuntamiento retiró de su sala de sesiones la estatua del prócer Tomás Jefferson. El retiro se produjo en el contexto del movimiento Black Lives Matter (las vidas de los negros importan) debido al brutal asesinato del ciudadano afroamericano George Floyd a manos de un policía local. Jefferson independizó USA pero, al mismo tiempo, fue propietario de más de 600 esclavos, actividad legal y normalizada en el siglo XVIII, cuando se produjo la gesta emancipadora de la potencia del norte.

La estatua, de aprox. dos metros de alto, no fue desechada, sino “trasladada a la Sociedad Histórica de Nueva York, que ha aceptado el préstamo, con el fin de «proteger el trabajo artístico y proporcionar las oportunidades de exhibirla en un contexto educativo e histórico»”**. Otros monumentos no corrieron con la misma suerte. Un caso emblemático es el del rey Leopoldo II de Bélgica, quien lideró la colonización de El Congo con la que se llevó la vida y libertad de millones de congoleses. Leopoldo II no actuó en el vacío, sino en un periodo histórico denominado neocolonialismo en el que las emergentes potencias industriales europeas convirtieron toda el África y parte del Asia en sus colonias políticas, administrativas y económicas. Entonces se produjeron toda clase de execrables abusos en contra de la población local. 

Los últimos años, decenas de monumentos y cuadros que representan al controversial rey han sido destruidos o vandalizados, los que han podido salvarse han sido transferidos al Museo Real de África Central. Su director,  Guido Gryseels, espera que su museo no se convierta en un cementerio de obras de arte alusivas al viejo y colonialista monarca. 

Un monumento, busto, estatua, pintura o escultura con contenido histórico no deben comprenderse necesariamente como un reconocimiento o condecoración al evento o personaje que evocan. Nuestra lógica debe ser que la interpretación presente del pasado es siempre cambiante.  Además de constituir obras de arte -y el arte debe ser preservado- estos lugares nos recuerdan lo sucedido, con lo que tiene de bueno y de malo, mientras que paradigmas y significados van cambiando. Pero al pasado no lo podemos destruir, por más que queramos. Así por ejemplo, Auschwitz, el espeluznante campo de exterminio nazi se preserva porque tiene un mensaje que darle al presente, acerca de lo que no debe suceder nunca más, y así en cada caso. 

Los contenidos de las placas conmemorativas que explican una obra de arte o monumento, estatua, etc., sí que pueden cambiar, pueden contener disclaimers, el presente tiene todo el derecho de resignificar un lugar de la memoria conforme a los valores vigentes. Eventualmente se le puede cambiar de lugar, como la estatua de Jefferson, si ocupa uno socialmente muy discutido. Pero de lo que se trata es de explicar, compartir, resignificar, hacer docencia con el pasado. Al pasado no se puede destruir, hacerlo es a la sociedad lo que la amnesia a la memoria humana.  

Recordemos a los pobladores del tórrido Macondo, en Cien Años de Soledad de Gabriel García Márquez, absolutamente desorientados, inconscientes de sus propios nombres pues olvidaron quienes eran y de dónde provenían. El presente fue concebido por el pasado ¿se les puede separar?

*Tomado del título de la película argentina del mismo nombre, véase: https://www.youtube.com/watch?reload=9&v=hKa8U-8vsfU

**Véase: 

https://www.nytimes.com/es/2020/06/22/espanol/mundo/estatuas-protestas.html  

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El ojo que llora, estatua, Lika Mutal, Lugar de la Memoria, victimas del conflicto

La noche del 29 de septiembre de 2023 falleció en Islay, Perú, el exvicepresidente del Congreso Hernando Guerra García. El político de Fuerza Popular sufrió una descompensación. Su seguro de salud era de los mejores pero la cobertura solo alcanzaba a Lima y algunas capitales regionales. Guerra García, indefenso en una provincia ni tan remota ni tan lejana, se convirtió súbitamente en un peruano de a pie y murió como tal: sin servicios de salud que lo amparen. 

La triste muerte de Nano me ha recordado algunos pasajes de la novela 1984 de Orwell. Aquella distopía transcurre en una sociedad dividida en dos: la vinculada con el Estado, que se beneficia de sus prebendas pero al mismo tiempo es vigilada al milímetro por un omnipotente sistema de inteligencia y reprimida con monstruosas torturas; y el pueblo llano, al que su pobreza e insignificancia sitúan fuera de la esfera del poder. Por ello, la pareja protagonista se refugia en ese ignorado paraje para así respirar un halo de libertad.  

He meditado sobre dos recientes artículos, uno de Alberto Vergara y el otro de Javier Díaz Albertini. Vergara plantea el caos, no hay instituciones, no hay ley, no hay representatividad, vivimos en un sálvese quien pueda. Díaz Albertini añade algo más: a nadie le importa, hemos perdido hasta la empatía. 

En una mirada de corta duración es posible sostener que los últimos años hemos trocado la crisis de la legalidad y del Estado por su absoluta desconexión de la realidad cotidiana. Podría decir más: la coyuntura iniciada en 2016 por el enfrentamiento entre los poderes ejecutivo y legislativo, y el posterior destape de los cuellos blancos demolieron las ruinas sobre las que yacía una bicentenaria república nonata. Este escenario generó una situación inesperada, que algunos interpretan como una transformación estructural y otros como una nueva coyuntura: a los intereses ilícitos, y sus representantes en la política, no les quedó más remedio que mostrarse como tales, de allí el nuevo rostro adolescente de nuestra política y nuestro país, parafraseando a Luis Alberto Sánchez y Carlos Contreras. 

Sin embargo, desde la larga duración me pregunto: ¿hay motivo para sorprenderse? ¿alguna vez instituimos un orden constitucional que funcione como tal? Es posible que ahora estemos aún peor pero cuando Vergara refiere la dicotomía entre crisis y equilibrio crítico no señala el advenimiento de una circunstancia nueva sino un estado de cosas permanente. En el Perú nunca fuimos lo que algunos creen que recientemente dejamos de ser. Enorme oxímoron, salvo que comencemos a preguntarnos cómo se construye una república que nunca existió.

Los trabajos de Cristóbal Aljovín acerca de nuestros inicios republicanos son reveladores: no hubo república, lo que sí hubo fue una anárquica combinación entre la nueva institucionalidad y la praxis cotidiana que permitió la revitalización de la vieja relación casuística colonial entre sociedad y Estado. De esta manera, la percepción del Erario Público como botín y de la función pública como enriquecimiento ilícito anteceden a la fundación política del país. Está en la costumbre hace quinientos años. Por eso, la otra pregunta que se suma a la ecuación es la misma de 1821: ¿cómo se construye una república donde la sociedad es consuetudinariamente antirrepublicana?

Carmen Mc Evoy desentrañó la maquinaria política de Ramón Castilla a mediados del siglo XIX: la presenta como una cadena de dones y contradones. El clientelismo en su máxima expresión, yo te doy, tu me das, y todo sale del Estado, de sus recursos, de sus contribuyentes, del tonto que vive de su trabajo y el vivo que vive del tonto, etc.  El siglo XX fue una feria de exuberantes dictadores civiles y militares, el uno más tórrido que el otro. Todos gobernaron sin la molestia de instituciones que fiscalicen la farra fiscal. Hoy ya contamos con “democracias” sin fiscalización, pero a nadie le importa. 

Al fin y al cabo, quizá las últimas dos décadas sí hayamos construido un nuevo sistema, uno que engrana acabadamente costumbre y política. ¡Al fin terminamos el trabajo! ¡Pensar que tomó 200 años! Hasta 2016 mantuvimos un atisbo de pudor republicano. Ahora que matamos al pudor, solo queda el matrimonio por conveniencia que contrajeron la sociedad y el Estado en el siglo XVI y que se reproduce más vigoroso que nunca. 

¿Todo acabará en un inesperado divorcio? Admirarse de un antiquísimo matrimonio para constatar que sus nocturnos ritos amatorios siguen siendo los mismos de siempre no le sirvió de mucho ni a Mariátegui, ni a Sánchez, ni a todos los que vinieron después. ¿Cómo se rompe una relación tóxica de quinientos años? ¿qué pacto conyugal viene después de la ruptura? Ahora tenemos a Orwell y sus distopías solo que con inteligencia -y respiración- artificial. Si queremos pensar y resolver al Perú -¿no será este otro oxímoron?- la mirada diacrónica es indispensable. 

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Islay, Nano, Nano Guerra García

El pasado sábado 10 de marzo, el presidente chileno Gabriel Boric fue entrevistado por el Diario El País de España. Este diálogo encontró al joven mandatario en el mediodía de su gestión, luego de despertar enormes expectativas por representar el encumbramiento de una nueva generación de la izquierda latinoamericana. Sin embargo, la frustrada constitución, los conflictos sociales, el álgido debate político, y la cuestión de la inseguridad ciudadana, novísima en el vecino país, nos muestran a un mandatario más reflexivo y autocrítico, pero siempre optimista. 

1.Son cuatro las lecciones que Boric le deja a la región y, principalmente, a sus izquierdas. La primera tiene que ver con la vuelta a la tolerancia política, a la recuperación del diálogo y el talante democráticos. Se destaca su autocritica, enunciada en su discurso de homenaje pronunciado durante las exequias al trágicamente fallecido presidente Sebastián Piñera. Entonces dijo Boric que sus invectivas fueron más allá de lo razonable, al comparar al desaparecido mandatario con el dictador Augusto Pinochet. Admitió que  “comparar al presidente Piñera, con quien tuve muchas diferencias, con lo que fue la dictadura, banaliza lo que fue la dictadura”.

Esta autocrítica ofrece mucho en el plano metatextual. En el mundo, y en América Latina, ya no dialogamos, ya no intercambiamos posturas, no creemos en la quimera del bien común, ni nos guiamos por el sentido común democrático. La república democrática se ha convertido en un marco formal en la que se desenvuelven acciones, contenidos y formas autoritarias absolutamente aberrantes. Esto sucede tanto a la derecha como a la izquierda. 

2. Una segunda lección que nos deja Boric es el llamado a la moderación de la izquierda. Por ello considera imprescindible “para que avancen las ideas progresistas de justicia social e igualdad que la izquierda y la centroizquierda trabajen unidas”. El mandatario chileno ha cuestionado las agendas maximalistas de la izquierda radical, contrastándolas con lo posible y con la voluntad de la mayoría de los chilenos.

Para Boric, la aplastante derrota del proyecto constitucional de la izquierda en el referéndum del 4 de septiembre de 2022 convoca a hacer política sin fanatismos. Este llamado contiene otro aún más relevante. En Chile ya existe una derecha extrema plenamente constituida, liderada por José Antonio Kast, quien alcanzó la segunda vuelta en las últimas presidenciales. 

En tal sentido, el fenómeno de polarización política que es representado por Donald Trump a nivel mundial, por Jair Bolsonaro en Brasil,  Javier Milei en Argentina, entre otros, ha sembrado sus raíces también en Chile. Para Boric, la salida no es combatir el radicalismo con más radicalismo, sino recuperar la sustancia de la democracia y la deliberación, el concepto de representación plenamente identificado con las demandas del pueblo quien legitima dicha representación. 

3. Aunque Boric no descarta la justa batalla cultural de las mujeres y de las disidencias, encuentra que otra enseñanza legada por el rechazo a los recientes proyectos constitucionales -uno de la izquierda y el otro de la derecha- es la urgencia de atender las agendas económica, social y de la seguridad. Para Boric, la derrota del 4 de setiembre de 2022 ha motivado un impostergable cambio de prioridades, tanto como la exigencia de un reencuentro “con el sentido común del pueblo”. Por ello coloca su énfasis en la mejora material de la calidad de vida de los chilenos y en lograr que los servicios y prestaciones del Estado se sitúen mucho más al alcance de las grandes mayorías.

4. Una cuarta y última lección que nos deja Boric apunta a la condena de la izquierda a todo autoritarismo y violación de los derechos humanos vengan de donde vengan.  A diferencia de otros mandatarios progresistas de la región, el chileno ha condenado las dictaduras y violación de derechos humanos en Cuba, Nicaragua y Venezuela. También lo ha hecho para los casos de El Salvador, de la invasión rusa a Ucrania y de las abominaciones sionistas en Gaza. De lo que se trata, dice Boric, es de colocar los derechos humanos por encima de cualquier color político, lo mismo que la lucha contra la corrupción.

Sobre este último flagelo, el mandatario chileno respondió a la pregunta sobre el caso Convenios, que implicó en investigaciones a su cercano aliado Giorgio Jackson, quien fue separado de su cargo. Ha dicho Boric que las consideraciones de carácter personal deben dejarse de lado en estas circunstancias y que “el ejercicio de la presidencia siempre tiene una dimensión de soledad reflexiva”

 

¿Cuántas veces vimos en el Perú a activistas pseudo-democráticos de izquierda volcarse a favor de Hugo Chávez? Este controvertido viraje motivó algunas reflexiones en el libro Demócratas Precarios de Eduardo Dargent. En sus páginas evoca cómo sus compañeros de lucha contra el régimen fujimorista se convirtieron, súbitamente, en entusiastas defensores de la dictadura chavista. Sucedió lo mismo con políticos de izquierda investigados por corrupción y casi justificados por sus adherentes, como si la corrupción fuese punible solo al provenir del contrincante y en el bando contrario sucede exactamente lo mismo. 

Me quedo con la siguiente idea: tras dos durísimos años al frente del Estado chileno, Gabriel Boric ha constatado que sólo los contenidos y las formas deliberativas de la democracia pueden garantizar una ruta transitable hacia consensos sociales, políticos y económicos imprescindibles para alcanzar el desarrollo y garantizar el bienestar. Adoptar posturas deliberativas y democráticas desde la izquierda podría no obtener una reacción análoga desde la extrema derecha. En cambio, podría aislarla y dejarla sola gritando, descalificando y denostando.

Por ello, para izquierdas y derechas democráticas que comparten la vocación del bien común, recuperar las formas del republicanismo, actualizadas a las exigencias del siglo XXI, podría sustanciar la arena política y dirigir la deliberación hacia un cambio de paradigma: uno más constructivo y alejado del esencialismo y la radicalidad. 

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Boric, Chile, Pinochet

Por mucho tiempo me definí progresista y por mucho tiempo lo fui. Cuando me interesé en la política, hace ya 4 décadas, ser progresista implicaba defender la justicia social. Creíamos que la riqueza debía distribuirse mejor e invertirse mejor. Los progresistas nos llamábamos así porque no éramos comunistas, no nos terminaba de cerrar eso de la dictadura del proletario o del partido único, éramos, si se quiere, más franceses. Es decir, creímos en la libertad, en la igualdad y en la fraternidad.

Entonces no pretendíamos la absoluta igualdad socioeconómica como planteaban los marxistas, creíamos, más bien que no debía haber pobres, o los menos posibles, que el Estado debía encargarse de eso, más que subvencionando, brindando servicios de calidad. Para nadie es un secreto que una buena educación y un buen servicio de salud, más que un gasto, es una inversión con enorme valor agregado y con mucho dinero que revertirá luego en el desarrollo humano y en la propia sociedad. Lo mismo la infraestructura, el transporte terrestre, vial y ferroviario, pero no solo el transporte, sino la base tecnológica para aventurarnos en el desarrollo a través de la industria, las comunicaciones y otros rubros.  

Creímos en los derechos de la mujer, defendíamos la igualdad, deplorábamos el machismo y acompañábamos las marchas feministas. El tema LGTBIQ era solo LGTB entonces, apenas aparecía, pero desde el progresismo también apoyábamos esta agenda cultural. Seguro manteníamos, sin darnos cuenta, muchos prejuicios heredados de las generaciones anteriores. Nos antecedían apenas los Hippies que fueron absolutamente liberales pero también las generaciones anteriores a ellos y más en el Perú. Nuestros padres y madres eran buenos, entrañables, pero seguro eran machistas sin darse cuenta, al menos para ojos contemporáneos. Entonces nos encontrábamos en una transición. Existía la familia patriarcal, con el padre trabajador y sustento económico del hogar y la madre ama de casa. Pero al mismo tiempo, el propio capitalismo y la ampliación de la educación superior, comenzaron a crear hogares igualitarios en donde padre y madre trabajaban, y luego, además, compartían las tareas del hogar. 

En el debate político, también la izquierda que participaba de la democracia mostraba vocación por el diálogo. A todos nos gustaba debatir, intercambiar ideas. En la universidad había debates antes de las elecciones gremiales, hablaba el uno, hablaba la otra. “Bajaban” los grupos políticos a las secciones, de diferentes tendencias, los estudiantes preguntaban, los activistas respondían, convocaban. Y se trataba de tiempos en donde lo que estaba en juego era nada menos el sistema político económico y social que debía regirnos, pues los marxistas querían socialismo y el socialismo -no la socialdemocracia- es la transición hacia el comunismo. El tema es que nadie te mandaba a callar, ni te “fusilaba” por pensar diferente, salvo Sendero, claro está.

Por todo lo dicho me cuesta aceptar las formas de hacer política que nos impone la realidad contemporánea. De pronto debo haberme convertido en un dinosaurio del Cretácico. Las razones sobran: defiendo el diálogo, la tolerancia, me opongo a la cultura de la cancelación, a la dictadura de lo políticamente correcto, a la rama radical del feminismo que usa las redes sociales como una hoguera sin verificar responsabilidades. Giambattista Vico lo señaló claramente y Friedrich Nietzsche lo ratificó: todo vuelve, nada es realmente original, corsi e ricorsi: la cacería de brujas nunca se fue del todo, siempre volvió cada cierto tiempo, como sucedió con las tropelías y los impunes ajusticiamientos de los nazis en la noche de los cristales rotos el 9 de noviembre de 1938. Hay una pulsión totalitaria en la especie, la refrenamos, pero vuelve a aparecer.

También soy Cretácico porque defiendo la democracia, así como la vigencia de la Constitución y de los derechos humanos universales que consagró la ONU en 1948. Pero defiendo todos los derechos contenidos en dicha carta y también los que se han conquistado después. No voy por ahí seleccionando y jerarquizando unos sobre otros, o pisoteando unos para consolidar otros, ni limitándolos, creyendo que su restricción y el incremento de la punición serán más efectivos que sus garantías. Hace cuarenta años no me gustaba el jacobinismo, de cualquier tinte o color político, tampoco me gusta ahora. 

Como ser humano contemporáneo deploro la esclavitud, la de los griegos, la africana y las terribles formas de esclavitud sexual que han proliferado a la vista y sapiencia de un Occidente que mantiene intacta su vocación por los holocaustos, antes que por combatir flagelos que afectan principalmente a niños y mujeres. Sin embargo, también soy historiador, fui formado en la comprensión del pasado en sus propios términos, a mí no me formaron como un juez del pasado que utiliza en sus sentencias los códices de justicia del tiempo presente. Por eso, me parece torpe cancelar a Thomas Jefferson por haber sido propietario de esclavos en el siglo XVIII. Junto con mi condena a cualquier forma de esclavitud,  sé que Jefferson no era un hombre de estos tiempos, como no lo fueron ni siquiera mis padres, ni mis desaparecidas abuelas, cuya forma de ver el mundo he descifrado, desgraciadamente, bastante después de que partieran. ¿Se trata de condenarlas por vivir conforme a los paradigmas de su tiempo? ¿acaso se escoge la época en la que se vive?

No he hablado de la derecha contemporánea en estas líneas, que peca de las mismas intolerancias que le he señalado al progresismo actual. Seguiré creyendo en la justicia social, en los derechos de todos y todas pero siempre en democracia, siempre en un ágora en la que se confrontan ideas y se adopta, como decisión, aquello que manda la mayoría. Soy un demócrata y no me dan los cambios paradigmáticos para renunciar a serlo. Desde esa mirada -que he actualizado a la luz de los derechos y conceptos que han ido poblando el espacio público las últimas décadas- seguiré el camino de la libertad, la tolerancia y la DEFENSA DE TODOS LOS DERECHOS FUNDAMENTALES. 

No sé si seré retro o vintage. Pero creo que la batalla por la defensa de todos los derechos fundamentales en democracia es una batalla por librar y un espacio político por poblar y ocupar para romper la nociva dicotomía de extremismos de derecha y de izquierda que se ha apoderado de la discusión pública hasta casi obligarnos a tomar partido. 

Por eso hoy no se habla con las palabras, o las palabras suenan a balazos pues su intención es desaparecer al otro, biológica o socialmente. Construyamos una tercera vía democrática contemporánea, derrotemos todo extremismo y, sobre todo, derrotemos el miedo: que nadie te prohíba la libertad de decir lo que piensas sin temer consecuencias por hacerlo, reivindiquemos la libertad de expresión, sin difamar ni violentar la dignidad humana, como un derecho fundamental consagrado en todas las constituciones de Occidente. Si acaso esto le importa a alguien todavía.

“A ti, la torre; y porque no salgas de ella nunca, hasta morir has de estar allí con guardas; que el traidor no es menester siendo la traición pasada” 

(Pedro Calderón de la Barca, La Vida Es Sueño)

Siempre que se habla del controversial Eudocio Ravines, importante político del siglo XX, se resalta que fue un tránsfuga que se pasó del comunismo al anticomunismo. Empeora el relato que junto a José Carlos Mariátegui haya militado en el Partido Socialista del Perú fundado en 1928. Su cercanía con el amauta y fundar seguidamente el Partido Comunista del Perú en 1930 agravan el pecado de su posterior vinculación con la oligarquía en la década de los cuarenta. 

En lo que casi nadie repara es en que la militancia política de Ravines comenzó en el APRA, de la que también fue fundador. Haya de la Torre lo consideraba su hombre de confianza pero en febrero de 1927, en las sobremesas del Congreso Antimperialista de Bruselas, Ravines es captado por la Comintern(1) y se convierte en su agente. A su turno, Haya rompió con la IC a mediados de ese año.

Ravines nunca le confesó a Haya que se había vuelto agente soviético. Al contrario, le hizo creer que seguía militando en el APRA. Por ello conmueve leer las cartas que este le escribe confiado, contándole que iba a iniciar una revolución en el Perú al margen de la IC. Haya no sabía que le estaba mostrando sus cartas al enemigo. 

Ya durante la polémica con Mariátegui, Víctor Raúl sigue creyendo en la fidelidad de Ravines. En la intimidad de la correspondencia ataca duramente al amauta y alude su precaria salud. Por estas expresiones fue muy criticado por la izquierda debido a que Ravines entregó las cartas nada menos que a Mariátegui y cincuenta años después fueron publicadas por el recordado historiador Alberto Flores Galindo. 

Han pasado cien años de la felonía de Ravines contra Haya pero a nadie le importa. Al contrario, se le valora positivamente pues, al fin y al cabo, apoyó a Mariátegui. La traición de Ravines solo se cuestiona cuando abandona el comunismo para servir a la oligarquía.   

Haya, Mariátegui, Ravines: narrativas historiográficas

La realidad no puede ser distinta a su narración, mucho más si se trata del pasado. Entonces la realidad no existe: solo existen relatos que dan cuenta de ella. En su trayectoria, Haya presenta más elementos discutibles que Mariátegui porque la vida del amauta se apagó temprano el 16 de abril de 1930 en plena efervescencia de su socialismo heterodoxo, cosmopolita y a la vez local. Haya siguió su camino hasta 1979, abandonó el marxismo en 1931, y de allí transitó por varias etapas que, según la lectura de la izquierda, constituyen una claudicación a su ideología primigenia. 

En este relato, escrito por “los vencedores”, la izquierda triunfó largamente sobre el APRA. La versión más difundida sobre la trayectoria de Haya y su partido la escribieron sus rivales políticos. Por eso mismo, Eudocio Ravines es un traidor frente al comunismo pero no frente a Haya y su partido. 

En los actuales tiempos, la política y la historia -aunque se relacionan gracias a la nueva historia política – han seguido cada una su camino. El historiador ya no se guía -o no debería- por su ideología como lo hacía en el siglo XX. Por ello es momento de revisar estas viejas narrativas que siguen presentando a Mariátegui como el bueno del cuento y a Haya como el malo, en un esquema maniqueo y epistemológicamente superado.  

Dentro de este esquema, la traición selectiva de Ravines requiere de urgente revisión porque los historiadores ya no establecemos quienes son los héroes y villanos del pasado. Además, es preciso no heredarle a las nuevas generaciones los sesgos ideológicos y antipatías de quienes todavía se guían por enfoques que se cayeron a pedazos junto con el muro de Berlín en 1989.  

1.- Comintern, Internacional e IC son sinónimos, refieren a la Internacional Comunista fundada en Rusia en 1919, cuya misión fue organizar y nuclear a todos los partidos comunistas del mundo. 

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Eudocio Ravines, Haya de la Torre, José Carlos Mariategui

La rivalidad Perú-Chile es casi una tradición binacional. Se atenúa en ciertos momentos, se agrava en otros, pero parece que seguirá siendo tal mientras nuestros gobernantes no tomen la decisión de hacer algo al respecto que incluya la formación del futuro ciudadano. Pero estamos en tiempos de redes sociales y esta nueva realidad tiende a cambiar sustancialmente el estado de la cuestión. Los enfrentamientos entre nacionalidades se producen más entre peruanos y venezolanos, eventualmente entre peruanos y ecuatorianos, y por razones muy diferentes a las guerras del pasado.

La rivalidad entre peruanos y venezolanos remite a la migración de la población llanera al Perú y su adaptación a la sociedad de acogida. Recordemos algo, las redes, como antes el imaginario, no discriminan, no establecen distingos, no separan al polvo de la paja. Al contrario: generalizan. De esta manera, en X se atrincheran los nacionalismos de uno y otro país y se dicen de todo. Por cierto, la denostación y el insulto encabezan las vanguardias de uno y uno bando. 

Recientemente, se ha destacado en estas guerras ciberespaciales la cuestión culinaria. Así para los venezolanos,  la comida peruana no sería tan exquisita como, es verdad y hay que admitirlo, cacareamos los peruanos, y los picarones no serían otra cosa más que una modalidad de donuts. A su turno, en encarnizados debates, los ecuatorianos le disputan al Perú la paternidad del ceviche, nuestro plato de bandera, no sé si antes o después del también cacareado Lomo saltado. Ciertamente, hay discusiones menos banales que estas, en las que foristas peruanos de las redes tildan de delincuencial a la migración venezolana mientras que esta responde denunciando que es maltratada en el Perú. 

Creo que hay una premisa de sentido común a considerar en primer lugar: la generalización no le hace bien a nadie. Ni todos los venezolanos en el Perú – o en Chile- son delincuentes ni mucho menos; ni todos los peruanos tratan mal a los venezolanos. Creo, sí, que faltan políticas para promover este novedoso vínculo binacional, que se expresa en una multitudinaria migración de venezolanos al Perú para la cual, en realidad, nadie estaba preparado, ni tenía mayores referentes previos. Y hay que hacerlo, como hay que combatir a la delincuencia venga de donde venga, así como hay que promover la integración social y cultural entre los diferentes pueblos que constituyen el Perú de hoy, incluido el pueblo venezolano. 

Luego ¿qué pasa con la rivalidad con Chile? En los últimos años esta se ha limitado al fútbol, donde los partidos entre las selecciones de ambos países constituye el Clásico del Pacífico. Sin embargo las voces que llegan del vecino son más bien positivas en lo referente a nuestra migración. Los peruanos que migraron al vecino del sur en las décadas de 1980 y 1990, luego de atravesar por un difícil periodo de adaptación, se han establecido                              bien, principalmente en la ciudad de Santiago. Al nivel del imaginario, e inclusive de las redes -las que también generan poderosos imaginarios- la buena relación entre peruanos y chilenos en la capital del país vecino tiende a mejorar la relación bilateral porque genera voces positivas en un escenario en el que siempre se difundieron únicamente narrativas de confrontación. 

¿Será suficiente la integración peruano-chilena generada por la migración peruana en Santiago para modificar la rivalidad entre nuestros dos países? Yo sigo pensando que no y que hace falta hablar sin miedo y sin prejuicios de aquella guerra, de aquel evento doloroso del pasado porque, en el inconciente, constituye la matriz de la rivalidad. Se trata de resignificar, de reconciliar, no se trata de restituir las cosas a como eran antes de 1879 ni mucho menos. Se trata de una política de gestos en la cual la migración peruana en Santiago, así como el importante intercambio comercial entre tacneños y ariqueños jugarán, que duda cabe, un rol muy importante. 

La historia está llena de carambolas. Hoy se insuflan, lo cual es una lástima, las rivalidades de chilenos y peruanos contra venezolanos y viceversa. Al mismo tiempo, esta situación tiende a disminuir la rivalidad entre el Perú y Chile y abre la posibilidad de crear escenarios de integración y reconciliación bilaterales inéditos. Los problemas hay que afrontarlos todos. Imaginarios, redes sociales, van dándole forma a la percepción que tenemos de nosotros mismos y de los otros. Estas percepciones, a su vez, se manifiestan en las relaciones internaciones, por eso resulta tan importante tenerlas en cuenta e incluirlas en la política pública.  

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Chile, migracion venezonala, nacionalismo, Venezuela

Me volví un apasionado de la política cuando era un púber de doce años de edad y cursaba primero de secundaria, allá por 1980. El contexto eran las elecciones generales y la recuperación de la democracia 12 años después del golpe del general Juan Velasco Alvarado, del 3 de octubre de 1968. ¿Qué me volvió un apasionado de la política? Escuchar hablar a los políticos. Había, sin embargo, un problema, todos, o casi todos, eran hombres, los tiempos de la participación política de la mujer habían comenzado pero no se habían consolidado todavía. 

Recuerdo, sin embargo, una entrevista a la intelectual y literata Magda Portal, contando su separación del APRA: “Haya de la Torre dio un carpetazo en la mesa como diciendo no hay discusión y yo de allí deduje que ese era un partido machista”. Pero luego escuché al propio Haya levantar por primera vez los derechos de la mujer como un objetivo inaplazable para la nueva Carta Magna de 1979, en su discurso de instalación de la Asamblea Constituyente de 1978. 

Podían diferir, diferían, pero vaya cómo diferían, algunos de esos testimonios han quedado grabados en entrevistas subidas a la plataforma youtube, otros están publicados en libros de memorias, los más no dejaron registro. Hay uno en el que Hildebrandt logra reunir, en el mismo programa, a Luis Alberto Sánchez, Ramiro Prialé, Armando Villanueva y Andrés Townsend. Aquella vez se usó un recurso técnico poco conocido entonces: Villanueva participó virtualmente, desde casa, los demás asistieron presencialmente. Pero lo central es que Villanueva y Townsend eran antagonistas en una pugna intestina al interior del APRA que nunca se había visto hasta entonces en la historia del viejo partido de Alfonso Ugarte. ¡Y vaya conversación! la confrontación convertida en placer estético. 

Queda también en youtube, la entrevista de Alfonso Baella Tuesta, un incisivo periodista “de derechas”, a la plancha de Izquierda Unida, encabezada por Alfonso Barrantes Lingán, esto ya en 1985. Vaya nivel de entrevistador y entrevistado, se dijeron de todo pero sonaba a poesía, con todos sus efectos, el ritmo, la metáfora y el símil, la exquisita ironía, el humor fino, la puya elegante y, por supuesto, la pasión por el país, por la propia cosmovisión del mundo enfrentada con otra pero con lealtad.

Los cuadros del PPC eran docentes de la política, además de Luis Bedoya Reyes, allí estaban Roberto Ramírez del Villar, Mario Polar, Ernesto Alayza Grundy. En AP, además de la oratoria cadenciosa de Fernando Belaúnde, destacaba la tenacidad de Manuel Ulloa, defendiéndose como una fiera enjaulada, en el Congreso, en su rol de primer ministro interpelado. Uno a uno derrotó a sus contrincantes; su arma principal: el argumento, pero también, la entonación, la gestualidad, la seguridad en si mismo. Las mujeres fueron apareciendo, recuerdo a Hilda Urizar en el APRA, una intelectual sin duda, daba gusto escucharla intervenir en los fueros parlamentarios, y más encendida y popular a Mercedes Gonzáles, del mismo partido, con su discurso antimperialista. 

En todo lo dicho hay algo importante, en la mayoría de los casos el motivo del debate era el país en general, o sectorialmente. Se discutía cómo solucionar sus grandes problemas y sacarlo adelante a través de una visión de país determinada. No faltaban los escándalos, ni la corrupción, pero lo central en esa generación de políticos era encontrar el mejor modelo de desarrollo para nuestra sociedad.

Desde 2006, la última vez que resultó elegido congresista por el Partido Aprista Peruano, el magistral constitucionalista Javier Valle Riestra dedicó su labor a buscar infructuosamente sacar adelante una ley que permitiese a los congresistas renunciar a su cargo. El tribuno se aburría con la representación parlamentaria 2006-2011 y lo digo sin alusiones, ni ofensas personales hacia nadie. Quería invertir el tiempo de sus entonces pasados setenta años en algo que pudiese resultar más productivo y útil que perder el tiempo en aquella cháchara. 

Resulta que el 2001 recuperamos la democracia pero no la política, no la aristotélica ciertamente. Y desde 2016 en adelante terminamos de destruir los ya ruinosos restos de lo que fue una clase política brillante. Alguna vez me constituí en defensor de los políticos ochenteros, de la generación que brilló desde 1978 en adelante, algunos de los cuales habían iniciado sus carreras políticas ya tiempos atrás. 

Señalé que el terrorismo, la aguda crisis económica, el déficit fiscal, la deuda externa,  el fenómeno del niño de 1983 y una transición demográfica que desbordaba absolutamente la capacidad del Estado hubiesen resultado imposibles para cualquiera. Qué pena que no se presentaron otras condiciones históricas como las que se advinieron desde 1990 con la caída del socialismo real. Así pues, como gran paradoja, vemos que los sindicados como responsables de una debacle fueron, en varios casos, parte de una clase política a la que hoy no alcanzamos ni en un sueño de opio.

Hoy nos peleamos por los dichos de un colaborador eficaz, con destemplados gritos que avalan o refutan sus declaraciones.  A su alrededor se enfrentan dos bandos avezados e irreconciliables, en una encarnizada pelea callejera que los tiempos de la virtualidad han trasladado a la jungla de las redes sociales. Mañana serán los dichos de otro, el nuevo destape, y así sucesivamente, hasta olvidarnos por completo de que nuestra política alguna vez se trató del país y de cómo sacarlo adelante. ¿Es que no podemos ofrecerle más que esto al Perú? Pensar que un día me gustó la política porque me sonaba a poesía.  

  1. Debate entre Armando Villanueva y Andrés Townsend, programa de César Hildebrandt, participan Luis Alberto Sánchez y Ramiro Prialé. Se debate la doctrina aprista. 1980

https://www.youtube.com/watch?v=aglRIiHkISs

  1. Alfonso Baella Tuesta entrevista a Alfonso Barrantes Lingan, el modelo socialista de izquierda Unida. 1985 

https://www.youtube.com/watch?v=tUdO9mAsf18

  1. Luis Bedoya Reyes, defiende sus tesis liberales en mitin en el Callao. 1979

https://www.youtube.com/watch?v=V5WbdxBEiek

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Apra, Barrantes, Velasco Alvarado

“Santa Cruz propicio

Trae cadena aciaga

El bravo peruano

Humille la frente;

Que triunfe insolente

El gran Ciudadano.

Nuestro cuello oprima

Feroz el verdugo.

Cuzco besa el yugo

Humíllate Lima.

Así nos conviene.

Torrón, ton, ton, ton!

Que viene, que viene

El Cholo jetón!”

(Manuel A. Segura)

Corría el año 1836 y el dramaturgo Manuel Asencio Segura luchaba en el ejército del general limeño Felipe Salaverry quien finalmente fue derrotado en 1836 por las fuerzas del General boliviano Andrés de Santa Cruz. Tras la derrota, Segura siguió el combate con lo que tenía a mano: su pluma. Con ella escribió los versos del epígrafe de esta nota y muchos otros más en contra del fundador de la Confederación Perú-Boliviana. 

Los versos de Segura son explícitos en menciones clasistas y racistas que eran comunes en las élites blancas de entonces y parodian al líder confederado que se atrevía de manera insolente a invadir el Perú, cosa a la que un Cholo jetón no debía aspirar en una sociedad que todavía se miraba a sí misma conforme a castas raciales y títulos nobiliarios. A ese nivel, la sombra del régimen hispano se ceñía aún sobre el Perú. Sin embargo, lo que quiero resaltar es el desparpajo y la explícita mofa que el poema satírico de Segura lanza contra el caudillo boliviano que, por ese entonces , imponía con mano de hierro su autoridad en el Perú. 

No sólo las sátiras en prosa o verso, también las caricaturas que denuncian los vicios políticos de nuestra sociedad nos han acompañado desde que nos fundamos como república. La nula capacidad de autocrítica de nuestra clase política e instituciones para denunciar y menos aún corregir sus propios vicios, fue suplida por las armas del humor con las que avezados periodistas y creativos dibujantes dispararon sin piedad ráfagas de poemas y caricaturas contra quienes tenían en sus manos la administración del Estado y los destinos del país.   

 

Por ejemplo, a mediados del siglo XIX, el litógrafo francés León Williez representó la sangría del erario público durante el gobierno de José Rufino Echenique. En su imaginativa obra titulada ¡Qué mamada!  un soldado intenta infructuosamente evitar que este insaciable caudillo militar ordeñe las arcas del Estado, simbolizadas en una famélica vaca. 

En 1905, el periodista y dramaturgo Leonidas Yerovi fundó el pasquín satírico Monos y Monadas, que continuó su nieto Nicolás setenta años después. Como es obvio, los estilos de uno y otro varían harto por las décadas que los separan, pero la sátira política es un elemento común en ambas, destacándose las caricaturas que ridiculizan o denuncian malas prácticas de los políticos o malas costumbres de la sociedad. 

No quería dejar pasar un personaje que marcó mi pubertad. Me refiero a Luis Felipe Angell, Sofocleto, quien, a inicios de 1980 -cuando el general Francisco Morales Bermúdez aún regía los destinos del país- publicó un diario de sátira política titulado Don Sofo, hipercrítico de la desfalleciente dictadura militar. El número más esperado era el del lunes, pues en este aparecía “El huevón de la semana”, “condecoración” otorgada a algún político que había suscitado recientes controversias. Héctor Cornejo Chávez, Luis Bedoya Reyes, Armando Villanueva del Campo, Fernando Belaúnde Terry y hasta el propio dictador en ejercicio llegaron a ostentar esta bizarra distinción. 

Y bueno, todo esto para llegar al gran Carlos Tovar, “Carlín”. Con “Carlín” he visto pasar, con una sonrisa en la boca, periodos trágicos de la historia del Perú. Su historieta que más me hizo reír fue una dedicada al querido y recordado conductor televiso Pablo de Madalengoitia. 

La acción se desarrolla en apenas cinco imágenes. En la primera, Madalengoitia lee una noticia pero no se le alcanza a entender por encontrarse con algunas copas de más. En la segunda, observa atónito a la cámara pues se da cuenta de que ha dicho cualquier cosa. En la tercera lo intenta de nuevo pero fracasa estrepitosamente; en la cuarta, boquiabierto, constata su reiterado traspié. Finalmente, en la quinta, acierta con el texto y lee el titular con una sonrisa entre eufórica y triunfal. 

En su época de protesta, un verso de Piero, el cantautor argentino, retrata a un coronel decretando la prohibición de la esperanza. Sin negar la importante función que cumplen las fuerzas armadas y policiales en la sociedad, está claro que la esperanza no se puede prohibir*, así como tampoco se puede prohibir el humor, la sátira, la libertad de ser sarcástico con la realidad, con la de uno mismo,  con la de los demás.

En estos días no hay que pertenecer a una institución castrense para proferir exabruptos autoritarios, como la inopinada carta notarial que la PNP le ha enviado a “Carlín”. Estamos en tiempos de corrección política y de prohibición, de censura, de cancelación y de destrucción del contrario. Ya no se trata del color político, de la posición político-ideológica, ni se necesitan cartas notariales. Para apagar una voz bastan y sobran las redes sociales. Al final de cuentas, todos proceden igual en tiempos en que los valores democráticos y los derechos fundamentales no son más que una ilusión. Para recuperarlos requerimos a nuestros grandes caricaturistas. 

La defensa de la sátira política y de Carlos Tovar “Carlín” nos recuerdan el sagrado valor de la libertad humana, tan colmada de humor y de espontaneidad como lo estamos nosotros mismos. Si la seguimos limitando ¿qué nos quitarán mañana? ¿el derecho a reír? ¿a ser felices? ¿o el de morir en el intento? 

*En 1976, la dictadura militar argentina encabezada por el general Jorge Rafael Videla prohibió la canción titulada “Zamba de la Esperanza”, que popularizó el recordado cantante folklórico argentino Jorge Cafrune. La mención a la esperanza en el verso de Piero puede referir esta prohibición, pero se le suele interpretar tanto en su relación con el evento específico, como de manera más amplia, entendiéndose a la esperanza como un valor humano. 

El fallo pronunciado por el Juez Peter Tomka en Ámsterdam, Holanda, sobrecogió a peruanos y chilenos la mañana del 27 de enero de 2014. Nuestro agente ante la Corte, el embajador Allan Wagner Tizón, lo describió como una montaña rusa, pues por momentos daba la impresión de que ganábamos y por momentos parecía lo contrario. Finalmente, el Fallo nos otorgó 50 mil de los 66 mil kilómetros cuadrados en disputa, lo que representa, en toda la historia del Perú, la única vez en la que nuestra área geográfica ha aumentado. Tomemos en cuenta, como referencia, que 50 mil kilómetros son poco más de tres veces la superficie de la región Tacna y casi equivalen a la extensión de la región Arequipa.  

Pero el Fallo de la Haya es una victoria que puede y debe interpretarse de otra manera. Desde Torre Tagle la consigna fue clara: había que defender la postura ante la Corte y, en simultáneo, fortalecer las buenas relaciones con el vecino, que no se entendiese el litigio como una guerra o ajuste de cuentas histórico, sino como la resolución pacífica de una controversia a través de las herramientas del derecho internacional. Visto así, todo el procedimiento, y la manera de llevarse a cabo, podían sentar no solamente un precedente, sino también un parteaguas: un momento en la historia desde el cual el Perú y Chile hicieron las cosas distintas, para mejor, apuntando a que la interrelación socioeconómica existente, se fortalezca a través de la confianza mutua y la integración entre sus pueblos. 

Hoy, el proceso que siguió el Estado Peruano en la CIJ hasta conocer el Fallo voltea a mirarnos e interpela a nuestro presente. Tres gobiernos estuvieron involucrados en la lucha por el mar: el de Alejandro Toledo -con la participación del canciller Manuel Rodríguez Cuadros- que sentó las bases para el litigio; el de Alan García -con la participación el canciller José Antonio García Belaúnde- que presentó la demanda y logró un decisivo acuerdo fronterizo por intercambio de notas con Ecuador en 2011, que partió de una gestión personal del exmandatario, fundamental para nuestra causa pues gracias a este el vecino del norte se abstuvo de participar; y, finalmente, el de Ollanta Humala -con la participación del canciller Rafael Roncagliolo- que gestionó la unificación del Perú a través de la prensa, independientemente de posturas políticas e ideológicas, y que manejó de manera impecable la fase final del litigio, así como  la fase inmediata posterior cuando la Sentencia se aplicó*. En esta última circunstancia, las armadas del Perú y Chile demarcaron de manera conjunta la nueva frontera marítima en marzo de 2014, apenas dos meses después de que la Sentencia fuese anunciada. De esta manera,  ambos países ratificaron, en las instancias finales del proceso, su vocación de integración y de resolver la controversia dentro de los márgenes del derecho internacional.  

Recuerdo el día del fallo, cuando me paseaba por los canales de televisión, al igual que tantos otros voceros oficiosos de las más diversas tendencias, explicándole al Perú lo que estaba sucediendo, y una periodista chilena me comentó: en el Perú pregunto y todos me responden lo mismo, en Chile pregunto y cada quién se va por su lado. Sin pretender una crítica al vecino en una fecha que algún día debemos conmemorar juntos, quiero resaltar lo que el Litigio nos dio y hemos perdido después: la política de Estado y la unidad nacional en pro de grandes metas para el beneficio de toda la sociedad. ¿Por qué solo cuando se trata de Chile? ¿por qué no hacerlo por nosotros mismos, para promover el progreso material y espiritual del país? Hace 10 años Torre Tagle dio el ejemplo, es hora de continuarlo.  

* Ciertamente, hubo muchas más personalidades e inclusive más cancilleres involucrados en el proceso. Enumerarlos a todos y todas, implicaría tomarme casi todo el espacio de la presente nota y el riesgo de omitir a alguno. A todos ellos la gratitud del país entero.

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