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[Música Maestro] Esta semana de vacías cumbres multilaterales, necesarias protestas ciudadanas y delincuencias desbordadas, es el turno de la salsa, el género que junto con el bolero son solo dos de los mejores ejemplos de la excelencia musical latina, en épocas del balbuceante reggaetón y ese híbrido multiforme que, bajo el rótulo engañoso de latin-pop, deja pasar todas las pequeñeces y vulgaridades de Shakira, Bad Bunny y afines. Para bailar en cualquier época del año, y para recordar lo bien que sonaba la música latina en otros tiempos, estos cuatro ejemplos son solo la punta del iceberg de todo lo que estamos perdiendo.

WILLIE COLÓN – TIEMPO PA’ MATAR (Fania Records, 1984)

Este álbum vendría a ser el número treinta de la extensísima discografía del director de orquesta, compositor, trombonista, productor y cantante nuyoricano Willie Colón (74), y el séptimo como solista. Además, es el último disco que produjo para la escudería FaniaRecords, que tanto impulso recibió gracias a su talento y capacidad para ir abriendo el camino de la salsa con grandes intérpretes y autores como Héctor Lavoe (1943-1993) y Rubén Blades (76).

Colón compensa su poco privilegiada voz -tuvo que asumir el rol de cantante en su orquesta tras la acre separación de Blades- con una impresionante creatividad como compositor y arreglista, desarrollando una carrera marcada por la innovación en un género que estaba condenado a un desarrollo más repetitivo, con pocas posibilidades de evolución, tras la asonada salsera nacida en los discos producidos por Jerry Masucci (1934-1997) y Johnny Pacheco (1935-2021) durante la década de los setenta, en los que Colón fue protagonista. Para mediados de la década siguiente, la salsa ya estaba dando muestras de esa crisis, con tendencias más ligeras como la salsa sensual, mientras que el latin-jazz, por su parte, cerraba su círculo a unas élites de músicos, oyentes y asistentes a conciertos dispuestos a sofisticar todavía más el sonido de lo caribeño.

Este álbum presenta tres covers. El más famoso de ellos fue Gitana, una canción escrita en 1979 por el cantaor español José Manuel Ortega Heredia «Manzanita» (1956-2004), para su primer disco, Poco ruido y mucho duende (1978). Willie Colón pone al servicio de esta cautivadora melodía todos sus poderes como arreglista y se aseguró la inmortalidad con una canción ajena que hizo suya, quizás la más popular de su catálogo solista, que hasta ahora tiene alta rotación en radios salseras. Además de los cambios de ritmo y giros, destaca el bajo de Salvador Cuevas (1955-2017), uno de sus más cercanos colaboradores y músico principal de Fania.

Los otros dos covers son Noche de los enmascarados, una de las primeras composiciones escritas en 1967 por el astro brasileño Chico Buarque; y Voló, una jocosa crónica de inmigrantes escrita por el poeta y músico portorriqueño Rafael Hernández Marín (1891-1965). Con este álbum, Willie Colón confirmó su vocación por las fusiones, incorporando elementos de rock, jazz, música flamenca y bossa nova a sus composiciones salseras, con profundas descargas, bombas y sones, todo enmarcado en su contundente ensamble de percusiones múltiples, trombones, flautas y coros femeninos, además del uso de una sección de cuerdas de treinta músicos que le da aires sumamente elegantes a las canciones que conforman el disco.

Colón compuso cinco de las ocho canciones de Tiempo pa’ matar, entre las que destacan la balada/bossa nova Serenata y el tema-título, que aparece como un resumen de su vida artística, caracterizada por esa asociación entre los músicos de salsa y las mafias, imagen que él ayudó a consolidar en sus primeras producciones con Lavoe al frente del micrófono. En la salsa Falta de consideración -que también muestra toques brasileños en el segundo puente- la letra parece referirse al pleito con Blades, quien le habría respondido con su éxito Camaleón de 1987.

Para El diablo, Colón hace uso de su ingenioso sentido del humor, con una canción en ritmo de bomba. Callejón sin salida, la última de las canciones firmadas por el trombonista, es un cha-cha-chá combinado con reggae e intermedio salsero. Grabaron este disco los siguientes músicos: Willie Colón (voz, trombón, percusión, dirección musical y arreglos), Jorge Dalto (piano), Salvador Cuevas (bajo), Marc Quiñones, Martín Martínez, Édgar Reyes, José Mangual Jr., Milton Cardona (bongós, congas), Nicky Marrero (timbales), Johnny Almendra (batería), Mauricio Smith (flauta, saxo tenor), John Purcell (saxo soprano), Leopoldo Pineda, Luis López, Dan Reagan, QuilvioCabrera (trombones), Lewis Kahn (violín), Graciela Carriquí, Sylvia Villegas, Victoria Villegas (coros).

ORQUESTA INMENSIDAD – ALEGRÍA (Bárbaro Records, 1983)

Dicen los entendidos que este disco contiene la primera salsa sensual», un subgénero que es resultado de la conversión de baladas enarreglos salseros y que se apoderó de las preferencias del público latinoamericano, con la inclusión de canciones de letras melosas, sugerentes y sus giros sonoros livianos, sosos. El tema en cuestión esLo siento mi amor, una balada de 1978 compuesta por el español Manuel Alejandro y entonada por su compatriota Rocío Jurado, con su vozarrón y su boca pintada, para escándalo de las señoras de la época.

Sin embargo, aunque el tema cumple con esas características, no fue la razón del éxito que tuvo esta segunda producción de la Orquesta Inmensidad, creada en Miami y producida por Johnny Pacheco para el sello Bárbaro Records, subsidiario de Fania, en momentos en que la otrora máquina de compleja música latina dirigida por Jerry Masuccise encontraba, como decimos los peruanos, de capa caída.

Alegría, título de este LP de 1983, presenta a un joven cantante de poca experiencia pero harto pedigrí salsero: el hermano menor de Rubén Blades, Roberto, quien se metió al bolsillo a las muchachas con una versión ligera del estilo vocal de su célebre hermano, pero sin un atisbo del brillo del compositor de clásicos como Plástico o Pedro Navaja. La orquesta tiene un sonido bastante convincente, con dinámicos arreglos para metales y fuerte presencia del trombón, herencia de las legendarias producciones de Willie Colón y sus pares, pero un ataque menos complejo para alejar a la salsa de la actitud barrial, representante de los sectores populares menos favorecidos, para hacerla más atractiva a la nueva juventud pop que estaba cada vez más metida en el «American way of life«.

A pesar de eso, temas como Renacer o Traigo alegría buscan crear conexión con el clásico orgullo latino, pero terminan ahogadas por el resto de canciones que hablan de cosas más ligeras como Es amor, En cada cosa o el bolero Mírame, todos en clave romántica y liviana. El disco produjo un superéxito que hasta hoy es el más solicitado en las presentaciones de Roberto Blades, que a trancas y barrancas se hizo finalmente de un nombre propio en el universo salsero, aunque siempre bajo la sombra de su hermano, talentoso y comprometido socialmente con los problemas de América Latina y del mundo.

Me estoy refiriendo a Lágrimas, una canción diferente, con arreglos creativos y muy diversos escritos por Douglas Keith, uno de los trompetistas de la orquesta, de letra y estribillo pegajosos y una sensacional cadencia que combina profundas percusiones y brillantes trompetas y trombones, que dejan la sensación de ser hasta tres canciones en una, por los vertiginosos giros que da en sus casi siete minutos de duración. Al ser Lágrimas la primera canción del álbum, crea en los oyentes un nivel alto de expectativas que se cae de inmediato con las otras siete pistas, que no poseen la misma calidad.

Dicho eso, Alegría es un disco que se deja escuchar y que contiene algunos momentos simpáticos, a la distancia, y todavía superiores a lo que vendría después en la salsa, años de oscuridad dominados por la infame salsa erótica de finales de los ochenta en adelante. El disco termina con otro cover, el tema Señora, compuesto por el mexicano Víctor Yturbe y que fuera muy popular en 1981 en la versión que grabaran los españoles Rumba Tres, para su disco Quisiera ser bandolero.

Integraron la Orquesta Inmensidad: Roberto Blades (voz), Raúl Gallimore (voz, piano, arreglos en todos los temas, excepto Lágrimas), Manuel Patiño (bajo), Alex León (timbal), Alvaro León (bongós), Rigoberto Herrera (congas), Douglas Keith (trompeta, arreglos en Lágrimas), Juan Carlos Cabrera y Rick Hoffman (trompetas), Humberto La Voy y James Warren (trombones).

MANNY OQUENDO Y SU CONJUNTO LIBRE – CON SALSA… CON SABOR (Salsoul Records, 1976)

La salsa clásica fue monopolizada por Fania Records, el sello del norteamericano Jerry Masucci y el dominicano Johnny Pacheco que lanzó al estrellato mundial a los grandes nombres del estilo como Willie Colón, Ismael Miranda, Ray Barretto, Rubén Blades, Héctor Lavoe, etcétera. Pero eso no significa que solo de allí salieran salseros notables. A ese grupo de no afiliados a la Fania pertenece el timbalero y bongocero neoyorquino José Manuel Oquendo (1931-2009), Manny para los amigos, que en 1976 lanzó su primer disco como solista con su recientemente formado Conjunto Libre.

Manny Oquendo, de padres portorriqueños, fue un músico intuitivo que creció escuchando el inmenso bagaje musical de sus padres y se inició en las percusiones apadrinado por dos gigantes del latin-jazz y la salsa de todos los tiempos: Tito Puente (1923-2000), el Rey del Timbal; y Eddie Palmieri (87), pianista y director de Orquesta La Perfecta, con quienes trabajó en las décadas de los cincuenta y sesenta.

Oquendo conforma el Conjunto Libre junto a los hermanos Jerry y Andy González (percusionista y bajista respectivamente) y, apoyado por el sello Salsoul de los hermanos Cayre, lanzó este disco titulado Con salsa… con sabor, en 1976. El álbum posee una enorme personalidad marcada por el erudito trabajo como arreglista de Manny, quien ordena elementos del jazz, la rumba y la salsa -de vida relativamente corta en ese tiempo- para generar un producto 100% bailable que era, a la vez, una prueba de fuego para quien se sometía a su escucha.

Así, el inicio con el clásico boricua Lamento borincano -una de las canciones populares más cantadas de la historia- es rotundo, con la voz de Héctor Alomar invocando a los espíritus de toda una generación de vocalistas caribeños y un fabuloso solo de cuatro de Nelson González. Las descargas son realmente duras, si uno escucha temas como Saoco o No critiques, ejemplos de lo que era el sonido de esa salsa que iba por un camino sinuoso, en medio de la elegancia y el sabor callejero inherente a sus orígenes.

Oquendo y su Conjunto Libre que, en los ochenta y noventa sería conocido simplemente como Libre, ensaya también una incursión en el bolero, en el cover de Risque, una composición del brasileño AryBarroso (1903-1964), con ciertos aires de jazz que también se aprecian en Donna Lee/A gozar y bailar. Donna Lee es, por supuesto, el standard del saxofonista Charlie Parker (1920-1955), que aquí sirve de introducción para una canción de mucho ritmo y potencia al momento de la coda, perfecta para cualquier fiesta que se respete.

Además este tema cuenta con la participación especial del flautista Dave Valentín, en una de sus primeras grabaciones profesionales. El piano está a cargo de otro famoso portorriqueño, Oscar Hernández, que se convertiría en uno de los principales productores y músicos de sesión de salsa y latin-jazz, además de ser integrante de Seis del Solar -el grupo ochentero que acompañó a Rubén Blades- y, años después, fundador de la hoy prestigiosa The Spanish Harlem Orchestra. Andy González, bajista y productor de gran prestigio en los Estados Unidos, aseguró además la participación de grandes sesionistas como Ronnie Cuber (saxo), Milton Cardona (congas), Mike Lawrence (trompeta) y Barry Rogers (trombón). Conjunto Libre hace salsa que es solo para conocedores.

OSCAR D’LEÓN – CON DULZURA (Top Hits Records, 1983)

El décimo primer álbum del salsero venezolano Óscar D’León (81, nombre verdadero Óscar Emilio León Simoza) como solista, al frente de su propia orquesta, se inscribe en el terreno de la salsa clásica con fuertes raíces en el son, el guaguancó, el cha-cha-chá y otros ritmos afrocubanos que dieron forma a la salsa como género masivamente popular.

El uso profuso de secciones de cuerdas hace recordar a algunas producciones de Fania Records y Willie Colón, mientras que la habilidad para el soneo y la improvisación del llamado “Faraón de la Salsa” está aquí en su mejor momento, con una serie de llamadas creativas y salidas rápidas a momentos específicos de las intrincadas secciones instrumentales arregladas por él mismo.

Autodidacta en la interpretación del contrabajo, Óscar D’León se caracterizó siempre por su carisma sobre el escenario, su potente y aguda voz, que podía también alcanzar registros muy graves y solfeos de complejidad intuitiva, y una permanente disposición a la picardía y el sentido del humor, con canciones que pasaron a ser consideradas clásicas de la salsa en la década de los ochenta, justo antes de que el estilo se vulgarizara con referencias a encuentros sexuales de todo tipo, romances ligeros y baladas transformadas en salsa que reemplazaron en gran medida a las composiciones originales con sabor a Cuba.

Los grandes éxitos de este LP titulado Con dulzura, en cuya carátula vemos al cantante atravesando a machetazos lo que parece ser un campo de caña de azúcar, son, por supuesto, Calculadora y Desde que te fuiste. La primera es un cha-cha-chá extremadamente pegajoso y humorístico, en el que un hombre reprocha a su mujer el ser una calculadora humana. Los coros, intencionalmente nasales, repiten el estribillo infantil “dos-y-dos-son-cuatro-cuatro-y-dos-son-seis” de manera compulsiva, bromista y maniática. Por su parte, la segunda es una fina salsa en la que el cantante intercala dos líneas melódicas diferentes a manera de canon –estilo de la música clásica en el que se superponen unas letras a otras- un recurso que también usó, por ejemplo, Willie Colón en su éxito noventero Idilio.

En ambas, el trabajo de las cuerdas es excelente, pues provee a estas dos composiciones –de Richard Egües y Don Felo, respectivamente- de un sonido elegante, perfecto para bailes de salón. El resto del álbum es bastante regular, con temas como Mi novia (escrito por el mismo Óscar D’León) y Melao de caña, un tema fundamental de la música afrocubana, compuesto originalmente en 1952 por la educadora y poeta Mercedes Pedroso.

En la contracarátula de la edición en vinilo se puede leer una dedicatoria “a la memoria de los maestros Ñico Saquito, Rafael Cortijo y Rafael Lay, director de la Orquesta Aragón”, artistas de la edad de oro de la música rítmica producida en Cuba, a quienes el cantante considera guías permanentes de su trabajo. Lamentablemente, el sonido elegante y tributario a los pioneros de la música latina que impuso Óscar D’León en estos primeros esfuerzos solistas, tras su salida de las orquestas Dimensión Latina y La Crítica, que lideró en los setenta, se fue diluyendo y el repertorio del llamado «sonero del mundo» terminó cayendo presa en las tendencias modernas, menos respetuosas de este acervo. Con dulzura es uno de los mejores trabajos de León en esta época.

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«Gracias Rubén… Gracias Willy… ¡Conciencia, familia!»… se escucha mientras se acercan los últimos compases del tema-título de Siembra (Fania Records, 1978), cerrando un álbum que, hasta el día de hoy, mantiene el rótulo de «disco de salsa más vendido de todos los tiempos». El agradecimiento mutuo de los dos principales responsables de aquel logro artístico, pronunciado con dulces tonos de voz, expresa la satisfacción por haber concretado un proyecto que costó mucho, en términos de lo que significa defender una propuesta controversial frente a las clásicas dudas de quienes prefieren que los artistas populares no muestren actitudes críticas ante lo que pasa ni difundan mensajes de cierta profundidad, pues eso es peligroso: pueden hacer pensar a la gente en lugar de distraerla.

¿Qué pasó para que las celebraciones del aniversario número 45 de tan trascendental disco de música latina se hayan visto empañadas por la polémica? ¿Por qué no pudimos ver sobre el escenario al extraordinario cantante y letrista panameño junto al talentosísimo arreglista, productor y trombonista nacido en New York de padres boricuas, como ocurrió en los primeros ochenta y como volvió a pasar en el 2003, cuando se cumplió un cuarto de siglo de aquella grabación?

Las respuestas no son sencillas, por supuesto, porque las desavenencias personales y legales entre ambos iconos de la salsa tiene casi la misma edad que el disco que acaba de reactivarlas. La última pelea -parafraseando el título en inglés de aquella producción de 1982- entre Willie Colón (73) y Rubén Blades (75) se produjo hace menos de veinte días, tras conocerse el Premio Grammy a Mejor Álbum Tropical Latino que Rubén recibió por Siembra: 45 Aniversario (En vivo en el Coliseo de Puerto Rico, 14 de mayo 2022), grabado con la solvente orquesta de Roberto Delgado.

En cierto modo, los dos músicos tienen algo de razón -y de responsabilidad- en el entuerto que los separa. Por un lado, es justo que Blades, en pleno uso de sus derechos de autor, decida interpretar en vivo y, por primera vez, completo y en su secuencia original, el disco que consolidó sus dotes de cantautor y comercializar ese concierto para conmemorar su lanzamiento hace 45 años. Después de todo, seis de las siete canciones que conforman el álbum le pertenecen, en letra y música. Y también es justo que los organizadores del Grammy den visibilidad el acontecimiento, concediéndole un galardón para que, de pasada, las nuevas generaciones se enteren de su existencia y le hagan quizás un espacio entre las paparruchadas reggaetoneras que llenan sus iPads.

En la otra orilla, también es justo que Willie Colón exprese su malestar por no haber sido invitado a esa fiesta, de la que fue una de las columnas fundacionales. El reproche va tanto para Rubén -por no bajar la guardia y no llamarlo para participar- y a los Premios Grammy por dar la estatuilla, a sabiendas de que él no estuvo considerado en el cartel. Por lo demás, el lamentable alejamiento entre ambos artistas tuvo su origen, precisamente, en algo que pasó después de aquella presentación del 2003, en que unieron sus fuerzas por última vez, para celebrar los 25 años del Siembra.

En esa ocasión, Willie Colón enjuició al panameño el año 2007 por más de cien mil dólares, por supuesto incumplimiento de contrato tras el concierto que ofrecieron cuatro años antes, en mayo del 2003, en el Estadio Hiram Bithorn (San Juan, Puerto Rico). Blades, en su defensa, aseguró que el responsable de esa estafa no había sido él sino Roberto Morgalo, representante de la compañía Martínez, Morgalo & Associates Inc., organizadora y promotora del show. Y que él había sido también una de las víctimas de tan abultado robo.

Como decíamos, Willie inició las acciones legales pero, poco tiempo después, retiró la denuncia. Esto desató la ira de Rubén quien declaró públicamente que esa movida de su antiguo camarada había sido producto de un acuerdo económico privado con Morgalo, cuyos detalles eran desconocidos para él. «No puedo trabajar nunca más con alguien así» manifestó Rubén en esa ocasión, visiblemente mortificado por la que según su punto de vista había sido una traicionera negociación realizada por Colón (ver detalles aquí). Como dice en Plástico, una de las canciones del disco homenajeado, “se ven las caras, pero nunca el corazón”. 

Aunque Rubén y Willie ya habían mostrado ciertas grietas en su relación tras el LP The last fight (1982), por temas estrictamente artísticos, no fueron lo suficientemente graves. De hecho, se juntaron en 1995 para grabar el decente Tras la tormenta (Sony Music), que incluyó éxitos como Talento de televisión, Como un huracán y un emotivo Homenaje a Héctor Lavoe. Pero la discordia gestada en el periodo 2003-2007 sí puso punto final a esta otrora entrañable y productiva amistad. Hasta aquí la historia de la pelea. 

Una semana después de la 66ta. edición de los Premios Grammy, Willie Colón lanzó, en su canal de YouTube, un video de siete minutos en el que hace serias reflexiones y cuestionamientos a las políticas de “la Academia”. En la última parte, considera doloroso que se entregue un premio a “un clon de mi trabajo realizado sin mi participación”. En su queja, no menciona una sola vez el nombre de Rubén Blades y asegura que el LP Siembra fue un trabajo suyo, nunca fue reconocido en su momento y que ahora, debido a los favoritismos, sesgos y desconocimiento de la historia de la música latina que Colón señala, refiriéndose a los que deciden quién recibe Grammys y quién no (algo en lo que tiene mucha razón, por cierto), “otros artistas se benefician sin merecerlo”.

Blades, por supuesto, respondió. En su web www.rubenblades.com, publicó un artículo, dos días después del video de Colón, titulado Con respecto a Siembra: 45 Aniversario, grabado en PR, en 2022, en el que expone sus puntos de vista y reitera, en varias ocasiones, su gratitud y reconocimiento a las importantes contribuciones de Willie Colón en la producción, dirección de ensayos, grabación, selección de arreglistas, músicos y demás, dejando claramente establecido que sin su experiencia, talento y conocimientos, el álbum original Siembra “no hubiese provocado la atención y el impacto que tuvo”. Y defiende el premio recibido por considerarlo “una reivindicación de la decisión de crear y presentar canciones basadas en historias, nuestras vivencias, nuestra realidad urbana y existencial, sin huirle a los temas políticos o a las escenas difíciles”.

Y es que de eso se trata Siembra. Las letras que elaboró Rubén Blades para el disco no hicieron más que confirmar su perfil de cantautor capaz de lanzar mensajes relevantes, con fuertes dosis de ironía y humor popular, en un contexto de música para bailar. Esto ya lo venía construyendo desde sus primeras grabaciones con las orquestas de Ray Barretto y Pete “El Conde” Rodríguez y, especialmente, en su primera colaboración con Willie Colón, Metiendo mano! (1977), con composiciones como Pablo Pueblo, Fue varón o Pueblo. Pero fue en Siembra donde Rubén, entonces de 30 años, mostró en formato más amplio su talento para contar historias, gracias al apoyo absoluto de Johnny Pacheco y Jerry Massucci, los mandamases de Fania Records. La grabación estuvo dirigida por Willie Colón y, como ingeniero de sonido, el recordado Jon Fausty -fallecido en septiembre del año pasado a los 74 años- a quien el intérprete y compositor de Gitana reivindica en su reacción contra los Grammy. 

Los primeros treinta y cinco segundos del álbum son una alucinante interacción entre el bajista Salvador Cuevas y el baterista Brian Brake, en clave de disco, con elegantes coros y violines de fondo, para luego convertirse en un muscular ritmo de salsa/bomba con fuertes percusiones y vertiginosas cuerdas. La denuncia al consumismo, la discriminación y las arengas integradoras de Plástico hacen gala de brillo retórico, agudeza crítica y simplicidad para lanzar sus dardos, hoy más vigentes que nunca. Lamentablemente todavía vemos por ahí a parejas formadas por chicas “que no le hablan a nadie si no es su igual a menos que sea fulano de tal” y chicos que “por tema de conversación discuten qué marca de carro es mejor” que van “diciendo a su hijo de cinco años: no juegues con niños de color extraño. Y, por supuesto, aquello de los “edificios cancerosos y corazón de oropel donde en vez de un sol amanece un dólar” (nótese la referencia a la moneda peruana) puede aplicarse a Lima o a cualquier otra megalópolis.

Después de Buscando guayaba, una cadenciosa descarga salsera que es una metáfora para describir la búsqueda de pareja e introduce en el coro un término que casi nadie usa –“mendó”, que según el mismo Rubén significa “salero”- viene el tema que hizo de Blades una superestrella: Pedro Navaja. La historia del matón que termina sucumbiendo por “un balazo como un cañón” mientras acuchillaba a una prostituta en una oscura calle de New York contiene elementos de categoría cinemática, tanto así que inspiró una película mexicana, en 1984, protagonizada por Andrés García y Maribel Guardia. 

La calidad narrativa de Pedro Navaja ha sido motivo de estudios y múltiples reconocimientos, así como sus arreglos musicales. Después de una introducción a toda orquesta, el tema inicia solo con voz y percusiones y, a medida que avanza, se van incorporando los demás instrumentos y las tonalidades van en ascenso, hasta alcanzar un intenso ensamble con momentos de brillo y destreza, pasando de sonidos pop a coqueteos con el jazz. El trompetista portorriqueño Luis “Perico” Ortiz (75) fue el arreglista principal tanto de este tema como de Plástico, con colaboración cercana de Willie Colón. 

Además, los efectos incluidos al final -el locutor de radio, las circulinas- y los creativos soneos de Blades en la coda hacen de Pedro Navaja un viaje sonoro lleno de imágenes vívidas y referencias a la cultura popular, desde refranes hasta menciones a Franz Kafka o el clásico de Broadway, West Side Story, en el mantra “I like to live in America”. Y, como buen creador de frases, Blades introduce en el imaginario colectivo latinoamericano una que resume el misterio de lo impredecible, aplicable a cualquier situación: “la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida”.

El sonido de Willie Colón es omnipresente en todo el disco, por supuesto. Allí está su batallón de trombones, integrado por Leopoldo Pineda, José Rodríguez, Ángel “Papo” Vásquez, Sam Burtis y él mismo, haciendo solos en varias canciones. También está su voz en los coros, aunque no tan presente como en Según el color, del álbum anterior, la espectacular Tiburón o Madame Kalalú (ambas del LP Canciones del solar de los aburridos, 1981). Y su orquesta, con la que venía trabajando durante toda la época en que su cantante fue Héctor Lavoe (1967-1975), en la que brillan Joe “Professor” Torres (piano), Salvador Cuevas (bajo), y los percusionistas José Mangual Jr. (bongos, maracas), Eddie Montalvo (tumbadora) y Jimmy Delgado (timbales).  

María Lionza, dedicada a una divinidad popular venezolana, es el único tema arreglado al 100% por Willie Colón, con esos aires misteriosos y tribales que caracterizan muchas de sus obras. Sus requiebros de cumbia y bomba se redondean con una descarga final de fuerza telúrica. Cierran el álbum original un tema un poco más convencional, Dime, descrita por Blades como “una canción de amor parecida a lo de Oscar D’ León”; Ojos, del boricua Johnny Ortiz; y, por supuesto, Siembra, con esas elegantes olas de cuerdas tan características que adornan las producciones de Willie Colón -¿se acuerdan de Chinacubana o Sin poderte hablar, del álbum Solo (1979)?- tan cercanas a las sensibilidades pop de Barry White y Burt Bacharach. Así, las frases de Plástico –“estudia, trabaja y sé gente primero, ahí está la salvación”- se unen a las de Siembra –“Olvida las apariencias, diferencias de color y utiliza la conciencia pa’ hacer un mundo mejor” dándole a Siembra un trasfondo conceptual orientado a mensajes universales: buena educación, equidad, integración, orgullo latino, esperanza. 

En el concierto del 2022 en Puerto Rico, Rubén Blades canta los siete temas de Siembra en la misma tonalidad, algo que él mismo considera una bendición, dada su avanzada edad. Lo acompaña la orquesta de su compatriota, el bajista Roberto Delgado, que viene girando junto a él, en estudios de grabación y conciertos, desde hace más de dos décadas. La orquesta interpreta con exactitud los arreglos originales, con una que otra variación. Por ejemplo, el “solo de boca” que hace Rubén en Buscando guayaba –“porque el guitarrista no vino” bromea Blades en la versión original- es reemplazado por un solo de piano. Y, aunque los coros no tienen el sabor a calle que le dieron en los legendarios estudios nuyoricanos de la Fania el cuarteto integrado por Rubén, Willie, José Mangual Jr. y Adalberto Santiago, las canciones conservan esa picardía y ritmo que las hizo tan famosas.

Blades, al final del concierto que recibió el Grammy a Mejor Álbum Tropical Latino este año, menciona a Willie Colón y “a todas las personas que hicieron posible el disco” e incluye otros dos temas que grabara con su ex amigo, Ligia Elena, la historia de la niña rubia que se escapa con un trompetista negro causando espantos en la alta sociedad -que estuvo originalmente pensada para ser incluida en Siembra y finalmente salió en Canciones del solar de los aburridos (1981)- y El cazangero, la primera composición de Rubén grabada con la orquesta de Willie, para The good, the bad and the ugly (Fania Records, 1975), el noveno del trombonista. Al parecer, ello no habría sido suficiente para Colón quien, en su video, expresa sentirse desilusionado por nunca haber recibido un Grammy en 57 años de carrera discográfica, generando un nuevo capítulo en esta pelea que lamentablemente, parece no tener fin.  

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