Ojalá que al final del apretado conteo de votos -va a demorar algunos días en saberse el resultado final- pierda Donald Trump, el líder global de la derecha extrema de la que se ha convertido en estandarte el republicanismo norteamericano y que tantos congéneres reproduce en el mundo.
A pesar de que América Latina siempre la ha pasado mejor cuando han gobernado los republicanos y sea verdad que los conflictos bélicos suelen ser estimulados por quienes puertas hacia adentro son más liberales, como los demócratas, en esta coyuntura planetaria es mucho más que eso lo que está en juego.
El capitalismo corporativo, ese sistema en el que el mercado libre es una quimera y está pervertido por grupos de poder, es una amenaza mundial y un obstáculo al advenimiento de una auténtica sociedad liberal, en la que son la libre competencia y la igualdad de oportunidades las que signan el éxito o el fracaso de los agentes económicos.
Trump se ha convertido en el símbolo de ese capitalismo. Sus maneras chambonas, vulgares y denigrantes no son otra cosa que la mejor expresión de esa obscenidad capitalista que representa y a la que hay que combatir en todos los frentes.
La mayoría norteamericana es anti Trump no cabe duda. Si se votase como acá, ya podríamos asegurar que Joe Biden es el próximo presidente de los Estados Unidos, pero la endiablada trama electoral de la primera democracia del mundo, hace que aún se mantengan niveles de incertidumbre respecto del desenlace final.
Los admiradores del trumpismo en el Perú, al igual que su ícono gringo, se amparan en obsesiones antiglobalistas, vocación clasista y enjuagues clericales. No hay que perderlos de vista. Así como ocurrió con Trump, esa derecha prospera y crece cuando la sociedad confía en que su carácter rudimentario y obtuso hará que la ciudadanía se espante. En medio del descuido cívico, anidan y se reproducen. En el libramiento de esta campaña mundial contra la derecha bruta y achorada sería un hito importante una derrota en las urnas de su macho alfa.