Como colofón de una columna escrita ayer respecto del inmenso potencial turístico del país, varias personas me enviaron comentarios respecto de uno de los puntos destacados, como era el de la calidad gastronómica del Perú como punto de interés de los visitantes extranjeros.

En ese sentido, hay algunas cosas que, efectivamente, debemos acotar. En cuanto a la calidad de la oferta, es indudable. La cocina criolla tiene suficiente variedad para conquistar los paladares extranjeros, aun cuando algunos platos les resulten hostiles. Mi escalafón personal: primero, la comida arequipeña, luego la limeña, después, cerca, la norteña y, finalmente, la amazónica, que brilla, pero con oferta muy limitada. La comida andina, lamentablemente, no tiene consonancia con la portentosa riqueza cultural de los Andes peruanos.

Es bueno, además, que la oferta no se limite a los restaurantes de alta gama (donde competimos con éxito a nivel mundial), sino que uno halle joyas del buen sabor a precios asequibles e, inclusive, en mercados populares.

Pero la anotación que se me hacía, con razón, se refería a la ausencia en el Perú de buenos restaurantes de comida internacional. Fuera de la comida italiana, china o japonesa, que, en la práctica, dadas las migraciones seculares, son referentes nacionales, no hay, casi, bandejas internacionales.

No hay buenos restaurantes de comida india, árabe, judía, armenia, georgiana, turca, francesa, ni siquiera española (¿dónde ir a comer una buena paella?), para mencionar el tipo de restaurantes que uno encuentra en las principales ciudades del mundo. Sin ir muy lejos, Buenos Aires, Bogotá, México, Sao Paulo y hasta Santiago albergan restaurantes que ofrecen comida internacional. En Lima y el Perú, salvo algunos huariques en Cusco, no se hallan.

Somos muy ombliguistas en nuestro paladar y no nos abrimos a comidas de otros lares. Y ello, claro está, al no haber demanda, se refleja en la casi nula oferta restaurantera que existe al respecto. Y eso desmerece al país como destino gastronómico, colocándolo un nivel por debajo del de otras naciones que sí tienen una vigorosa presencial comercial de lugares gastronómicos diversos.

Nos emocionamos con razón cuando se expone el triunfo de la cocina peruana en el mundo (hay países como Chile donde ya se ha incorporado a la comida de casa), pero no celebramos, como se debiera, la apertura de restaurantes que amplíen el paladar nacional, haciéndolo salir de su zona de confort (hace poco conversaba con un propietario chino de un extraordinario, pero no tan conocido local de la avenida Aviación, y le sorprendía cómo los comensales peruanos suelen pedir siempre lo mismo, lo que representa apenas el 5% de la oferta gastronómica de esa cocina).

Si nos abrimos al mundo gastronómico, mejoraremos la oferta local, destinada hoy a la fusión. Así afirmaremos mejor la calidad del Perú como destino del buen comer.

Tags:

Chifa, comida andina, Gastronomía peruana

Nuestro país mantiene la condición de “régimen híbrido” (régimen político donde confluyen rasgos autoritarios con democráticos), según el  Index 2023 elaborado por la Unidad de Inteligencia de The Economist. El 2022 se explicaba por los arrestos golpistas de Castillo. Esta última calificación ya concierne exclusivamente a la gestión de Boluarte.

Pesa mucho en la calificación la respuesta autoritaria del régimen a las protestas de enero del año pasado, pero queda claro que hay un desmadre institucional terrible en el país, que perjudica nuestra calificación. Autoritarismo en el Ejecutivo, mediocridad y corrupción en el Congreso, ineficacia y abusos en el Ministerio Público y el Poder Judicial (véase nomás su creciente irrespeto por la libertad de prensa).

Y de hecho, aunque no figura entre los indicadores que se toman en cuenta, la crisis económica, la corrupción y la inseguridad atentan contra la buena marcha de la democracia porque aniquila la convivencia ciudadana.

La pobreza creciente alienta el despotismo populista de quienes la sufren y la inseguridad es un cáncer terrible. Vivir con miedo es tan dañino como pasar hambre, acaba de escribir Antonio Muñóz Molina en El País. Y cita a Simone Weil cuando señala que “La seguridad es una de las necesidades esenciales del alma”. El Estado, que parece tan fuerte, puede derrumbarse de golpe, y la consecuencia no es la liberación de los oprimidos, sino el triunfo de los poderosos y los criminales, agrega.

Si a ello le sumamos la metástasis corrupta que ha tomado el organismo nacional, se entenderá que en criterios como “funcionamiento del gobierno”, “participación política” y “cultura política” salgamos pésimamente rankeados.

Ya se ha perdido la esperanza de que el gobierno de Boluarte haga algo para revertir la pendiente declinante. Por más que haga dos buenos cambios ministeriales, el maquillaje no basta. Y lo peor es que su medianía alentará la irrupción de candidatos populistas el 2026, más aún si se tiene en cuenta la punible irresponsabilidad de los sectores democráticos para aglomerarse y evitar que el Perú siga la espiral autoritaria de otros regímenes de la región.

La del estribo: dos recomendaciones librescas. Primera, Cómo salir de la crisis política, de la politóloga Milagros Campos. Toca un tema de enorme actualidad y sensible vigencia. Analiza el problema y propone salidas. Segunda, Trilogía, de Jon Fosse, último premio Nobel. Prosa aguda y certera, de aparente sequedad, pero poderosa y rica. Una voz narrativa distinta.

Tags:

Boluarte, democracia debil, regimen hibrido

La derecha cada vez cree menos en la democracia y la izquierda cada vez menos en el mercado, se aprecia en el panorama político peruano. El capitalismo democrático, única vía sostenible de desarrollo, sufre, por ello, en el Perú, de ausencia de representación política

Es lamentable que hallamos llegado a un escenario donde las tendencias radicales autoritarias de ambas orillas ideológicas hayan sido ganadas por el pensamiento disruptivo antiliberal.

Particularmente lamentable es que la izquierda haya involucionado de modo tan acelerado. Si de la derecha hay que lamentar su bukelismo exacerbado (Bukele se ha convertido en su referente máximo), de la izquierda casi nada bueno queda por rescatar.

Su retroceso histórico transita no solo por lo económico, donde se aleja cada vez más de la aceptación de la economía de mercado como lecho rocoso sobre el cual erigir una estrategia redistributiva o social (como vemos en Chile o Uruguay), sino también en lo político.

La desgracia que sufren países como Venezuela (donde acaban de sacar de carrera a la lideresa opositora Corina Machado) o Nicaragua, no merece por parte de nuestra izquierda local ni un oblícuo pronunciamiento. Es sonoro su silencio y pone de manifiesto su debilitado compromiso con las formas democráticas.

Por eso es que subleva que se le esté dejando la cancha libre para ser protagonista en las elecciones del 2026. De un eventual triunfo de la izquierda no queda nada bueno por esperar. Por el contrario, nos asomaríamos a un abismo peor que aquel al que nos condujo el desgraciado régimen de Castillo.

No solo nos asomaríamos al desastre económico, al que las fórmulas estatistas y antimercado conducen, con la consecuente recesión y aumento de la pobreza, sino que veríamos a la democracia en serio riesgo de ser avasallada por el populismo autoritario que nuestra izquierda ve cada vez con mayor simpatía.

La democracia es una pelotudez y el mercado un ente demoníaco. Así se resume lo que plantea la izquierda realmente existente en el Perú. Y esta izquierda, gracias a la defección de la derecha liberal, crece día a día, cosechando el inmenso descontento popular con el orden establecido.

Tags:

derecha peruana, izquierda peruana

[PIE DERECHO]  “De acuerdo con Lorenzo Eguren, en los últimos 30 años el Estado invirtió US$6,321 millones en Olmos, Chavimochic, Pasto Grande, Majes-Siguas, Jequetepeque-Zaña y Chira-Piura, que han añadido más de 200.000 hectáreas de tierras en la costa. De esta cantidad, el Estado solo recuperó US$462 millones (el 7% de lo invertido)”, señala Humberto Campodónico en su último artículo.

Ratifica lo que venimos diciendo hace tiempo: las irrigaciones son un caso de hipermercantilismo supremo, en el que se destinan ingentes recursos públicos para subsidiar una actividad económica privada en particular. En el caso mencionado, a los grandes grupos empresariales agrícolas, que aprovechan muy bien este regalito estatal.

Propuse que se establecieran unidades agrícolas más pequeñas para generar una red de medianos empresarios agrícolas. Se me dijo que eso no era rentable, por el costo técnico de disponer las tomas de agua. Bueno, pues, que las subsidie el Estado, como ya subsidia toda la operación.

En otros países, son unidades pequeñas y medianas las que componen el grueso de la actividad agroexportadora, formando consorcios absolutamente rentables. Algo así podría lograrse en estos proyectos de irrigación obteniendo un beneficio social inmensamente superior al que hoy se logra, al entregarle estas tierras subsidiadas a megagrupos inversores.

Si a quienes alientan este tipo de esfuerzo estatal, este gran subsidio no les importa, en aras de la mejora de un sector privilegiado, pues entonces, que no se hagan ascos en apoyar la ley de promoción de la industria que la Sociedad Nacional de Industrias viene promoviendo y que tantas críticas ha merecido. Al final de cuentas, los industriales no tienen por qué ser menos que los agroexportadores.

Desde un punto de vista ortodoxo liberal, no debería haber privilegios para nadie y debería dejarse al mercado actuar libremente. Pero eso no sucede en el Perú (por ejemplo, mientras existan las AFP de contribución obligatoria no habrá libre mercado en el país) y, todo lo contrario, con el tiempo se ha ido perforando el modelo económico liberal que parcialmente se había instaurado a mediados de los 90.

Beneficios para todos o para nadie. La segunda opción es la correcta, sobre todo en un país donde el Estado es débil e ineficiente, en alguna medida por falta de recursos. A quienes saltan hasta el techo, con razón, por el despilfarro de la refinería de Talara, quisiera escucharlos haciendo lo mismo con el impresionante apoyo estatal a actividades productivas privadas, como la reseñada al inicio de este artículo.

 

Tags:

Humberto Campodónico, Inversiones Estatales, Irrigaciones, Modelo económico

[PIE DERECHO] Sí hay un conflicto de interés en el hecho de que los congresistas actuales aprueben una reforma constitucional que permita la reelección congresal inmediata y eso los beneficie a ellos, como me señala Carlos Anderson, quien votó en contra por esa razón, pero en este tema, el bien superior supera cualquier atingencia formal menor.

La bicameralidad es superior a la unicameralidad. Bien diseñada -esperemos que lo haga en adelante el Congreso, tiene tiempo para ello- es un salto de calidad institucional política y ya lo apreciaremos en el futuro. Pero requiere reformas consecutivas: la realización de las primarias, la renovación por tercios o mitades, la puesta en marcha de un diseño institucional representativo distinto al distrito nacional, etcétera. Si no se hace ello, como bien ha dicho el constitucionalista Luciano López, solo se estaría reproduciendo la mediocridad.

De paso, nos parece una gran noticia que el Congreso vigente empiece a emprender reformas en lugar de dedicarse al oficio ruin de destruir la institucionalidad democrática del país (esperemos que no insista con su intento de descabezar la Junta Nacional de Justicia) o a dar muestras impunes de inmoralidad (niños, mochasueldos, viajeros irresponsables, etc.).

Si completara la reforma política y desplegase al menos una más -sugiero la de la regionalización- y reactivara la función fiscalizadora puesta de manifiesto esta semana con la justificada censura al ministro del Interior, Vicente Romero, ya habríase producido un upgrade congresal significativo.

El Congreso es una entidad desprestigiada acá y en las democracias de todo el planeta. Como alguna vez me dijo el excongresista Daniel Abugattás, “al día siguiente de haber juramentado, ya la gente me mentaba la madre en la calle”. Eso es inevitable, en gran medida, pero al menos se puede lograr tasas de legitimidad si se abocase a tareas que le importen a la ciudadanía.

No lo veremos ahora, nos queda claro. Este es un Parlamento infiltrado por las mafias delictivas, políticas y empresariales, y más que deberse al pueblo, la mayoría de congresistas se debe a ellas. Pero, quizás sin ser plenamente conscientes de lo que han hecho, con la aprobación de la bicameralidad y la reelección, han dado un paso virtuoso para la mejora institucional de la democracia peruana. Y eso hay que aplaudirlo.

La del estribo: si hay una persona que merece mi admiración es Mario Vargas Llosa. Por su brillantez intelectual, su entereza moral, su impresionante capacidad de trabajo y sinfín de otras virtudes que sería larguísimo enumerar. Como lector de todos sus libros, solo queda lamentar que haya decidido renunciar, por razones atendibles, a la escritura de novelas, pero se despide con una pieza magistral, Le dedico mi silencio, donde, a propósito del vals criollo, nos da una lección de peruanidad. Hay que respetar esa decisión. Quiero recomendar dos reportajes. Uno es el último capítulo -se supone- de la serie Una vida en palabras, una conversación entre nuestro novelista y su hijo, Álvaro, donde hablan de la última novela. El otro es un viaje que realiza con sus tres hijos (Álvaro, Morgana y Gonzalo) a Puerto Eten, lugar clave para entender la vida del protagonista de la novela mencionada. Documentales imperdibles. Ambos en Youtube.

Tags:

Bicameralidad, Institucionalidad, Legitimidad, Reelección congresal

[PIE DERECHO] Uno de los deseos del año ha sido que la derecha y el centro se logren aglomerar y presentar máximo dos o tres candidaturas el 2026 o cuando se produzcan las elecciones generales. No parece ser ése, sin embargo, el ánimo de sus protagonistas, quienes parecen creer que es mejor ir cada uno por separado y recién en la segunda vuelta apoyar al que pase a ella.

Es un escenario de alto riesgo. Es verdad que esa perspectiva sí podría lograr un mayor número de congresistas del perfil ideológico señalado, pero atomizaría el voto presidencial hasta niveles equivalentes, en el mejor de los casos, a los del 2016.

Bajo tal circunstancia y teniendo en cuenta la potente vocación antiestablishment de la ciudadanía -según reflejan todas las encuestas que ya preguntan por preferencias electorales-, podría ocurrir tranquilamente que sean dos candidatos disruptivos radicales los que pasen a la jornada definitoria.

Si se toma en cuenta, además, que los dos candidatos de derecha que junto a Keiko Fujimori disputaron el pase en la anterior jornada -Rafael López Aliaga y Hernando de Soto- no gozan hoy del mismo predicamento, la eventualidad de que ocurra el escenario indeseado de dos candidatos de izquierda en la segunda vuelta crece en posibilidades.

Debería existir, además, una tendencia natural al agrupamiento. La diferencia ideológica entre muchos de los candidatos de centro o de derecha que asoman en el horizonte es mínima. Tranquilamente deberían haber sido partícipes de la misma agrupación. Es absurdo que vayan por separado a una contienda.

El Perú no puede correr el riesgo de que se repita el fenómeno Castillo, quien con poco más de un año de gestión arruinó el país y sus efectos aún se sienten hasta hoy. Sería calamitoso que el 2026 triunfe un candidato de la izquierda retrógada que nos ha tocado en suerte.

Es imperativo el llamado a la conjunción de esfuerzos por parte de los sectores ideológicos que al menos coinciden en defender el modelo de una economía de mercado y el sistema democrático formal como lechos rocosos de la sociedad peruana.

Debe tenerse en cuenta, además, que adicionalmente a competir contra el ánimo disruptivo de un sector importante de la población, se enfrentará la adversa situación de tener un gobierno de derecha terriblemente mediocre como el de Dina Boluarte y que puede ser una piedra atada al cuello de dicho sector.

Tags:

Candidatos Radicales, elecciones 2026, Fragmentacion del Voto, Unidad Política

Así como los fallidos estados de emergencia distritales fueron un rotundo fracaso en la lucha contra las bandas delictivas que operan impunemente en todo el territorio nacional, lo dispuesto respecto del cierre de las tribunas populares de la U y Alianza Lima, a propósito de serios incidentes callejeros ocurrido entre barras bravas de ambos clubes, no va a servir absolutamente para nada.

Todos los días muere algún hincha identificado con ambos u otros clubes en enfrentamientos barriales por el predominio de la zona, y, que se sepa, la no asistencia al estadio no tiene racionalmente ningún sentido de escarmiento preventivo al respecto.

El premier Otárola, de la mano de las dirigencias deportivas, está haciendo demagogia al respecto. ¿Qué va a hacer cuando la violencia callejera continúe? ¿Impedir para siempre la asistencia del público a los estadios, cuando estáfehacientemente comprobado que no es en dichos recintos que ocurren esos actos violentistas? ¿Y cuándo ello, como es previsible, tampoco haga que desaparezcan los enfrentamientos callejeros? ¿Va a suprimir el campeonato? A ese nivel de absurdo escala el zafarrancho mental de quienes son los llamados s gobernar el país.

La policía sabe quiénes son los cabecillas de las barras bravas y si no lo supiera bastaría una labor de inteligencia y de infiltración para averiguarlo rápidamente. Ese es el camino a seguir para lograr que la paz vuelva a ser identificada con el deporte que más multitudes arrastra en el país.

La conclusión más terrible luego de analizar la medida tomada, es que el gobierno no tiene ni la más peregrina idea de cómo amainar el terrible problema social y político de la inseguridad ciudadana y mantiene en el cargo de ministro del Interior a un personaje incompetente para siquiera avizorar una luz de salida del oscuro túnel en el que nos encontramos.

La delincuencia creciente va a tener impacto político el 2026. El populismo punitivo, el autoritarismo, los antisistema disruptivos, gozarán de activos electorales gracias a la medianía del actual régimen para atender el que la ciudadanía ya identifica como el principal problema que la agobia, por encima de la corrupción o de la crisis económica.

Nota: esta columna se tomará unos días de merecidas vacaciones.

El ingreso de personajes como Susel Paredes, Alfonso López Chau o Jorge Nieto a las arenas presidenciales, es saludable y debe ser visto con alegría por parte de quienes creen en el capitalismo democrático como única opción potable para el futuro nacional.

Los mencionados forman parte de una centroizquierda sensata, que reconoce las bondades de una economía social de mercado y sobre ese lecho rocoso construye una opción de Estado social que se distingue de la derecha liberal en su énfasis en la salud y educación públicas, y en políticas de asistencia más amplias.

El país necesita de una izquierda democrática y liberal, en el sentido amplio del término. La izquierda tradicional peruana -incluyendo a Verónika Mendoza- se ha apartado de esos cánones y hoy profesa un radicalismo antimercado que la torna altamente nociva para el bienestar nacional.

La izquierda que da pie a esta columna, se distingue, además, de la típica izquierda llamada caviar en el Perú, cuyo sectarismo, intolerancia y espíritu excluyente de cuerpo, ha hecho que segane a pulso el repudio nacional, no solo de la derecha más rancia sino también, inclusive, de la izquierda clásica.

El mejor ejemplo es el de Francisco Sagasti -injustamente vapuleado por la derecha- que hizo un gobierno sensato, que fue capaz de convocar a un economista ortodoxo como Waldo Mendoza, y que condujo un gobierno abierto a todas las líneas políticas siempre y cuando cumplieran ciertos mínimos requisitos tecnocráticos.

Es la izquierda española, escandinava, uruguaya, chilena (hasta Boric ha tenido que ajustar sus propósitos refundacionales a golpe de realidad), la que triunfa y logra objetivos caros a su ideología, cuando entiende que el libre mercado es una fuerza que juega a su favor y no en contra.

A ello parecía conducirse Verónika Mendoza y su grupo, pero el régimen de Castillo desnudó su esencial falsía y terminó acomodándose en un régimen nefasto en términos políticos, económicos y sociales, que destruyó al país en poco más de año y medio. Hoy, Mendoza y compañía hacen gala de un radicalismo que ya no la coloca en la centroizquierda en la que en algún momento pareció instalarse.

La derecha debe mirar sin ojerizas ni prejuicios el surgimiento de una izquierda moderna, con la cual eventualmente alternarse en el manejo del poder. Ojalá la crisis actual de los partidos dé origen al surgimiento de esa tendencia ideológica.

Unas declaraciones al paso -primicia del programa de Milagros Leiva- del expresidente Alberto Fujimori han alborotado el cotarro y generado decenas de interpretaciones alrededor del fujimorismo.

Más allá de su terrible gazapo sobre Vladimiro Montesinos, qué ha dicho Fujimori: que hay un pacto con el gobierno y que no es certera la candidatura de Keiko Fujimori el 2026. Lo primero ya se sabía, por evidente, y sobre lo segundo sí hay pan por rebanar, porque o postula Keiko o el fujimorismo va en alianza con otros partidos y cede la candidatura presidencial, lo que bien merece una discusión.

Por supuesto, la primicia vale oro. Es la primera vez que el fundador de la dinastía Fujimori se pronuncia sobre temas políticos y es natural que cause el revuelo causado, pero a la vez pone de relieve la orfandad de noticias que en el ámbito político existen.

No sabemos en qué anda la treintena de candidatos a la Presidencia para el 2026. ¿Alguien los escucha o ve? ¿Alguno marca la cancha, rompe los cánones tradicionales o establece parámetros que generen discusión? Obviamente, el impacto de unas palabras dichas por Alberto Fujimori será incomparable, pero no es menor el asombro respecto de la nula presencia política del resto de actores.

Claro, la agenda mediática está hoy centrada en las revelaciones de Jaime Villanueva y en menor medida en el caso de Martín Vizcarra, pero un candidato político que se quiera perfilar no le puede sacar el poto a la jeringa y también debe pronunciarse sobre estos temas, más aún si, como vemos, comportan reflexiones sobre qué hacer con el Ministerio Público, la Junta Nacional de Justicia y el sistema judicial en su conjunto.

A este paso, llegaremos a las próximas elecciones con la misma incertidumbre de siempre, con candidatos sorpresivos que suben y bajan en las encuestas, por azar del humor popular, sin un basamento construido a lo largo de los años que aún restan para la campaña. Hasta en eso, Alberto Fujimori les ha dado una lección de sapiencia. En esta coyuntura hay que hacer política desde ya y no esperar los meses finales para recién comenzar a hacerlo. No hay pan para mayo.

Tags:

Alberto Fujimori, elecciones 2026, Jaime Villanueva
x