La intención de voto por Keiko Fujimori no se debe a ella, se debe a su padre y la buena imagen mayoritaria que ha dejado en la población. Pero la lideresa de Fuerza Popular no ha hecho mérito alguno para encabezar las encuestas y, por el contrario, ya constituye causa nacional impedir que vuelva a pasar a la segunda vuelta.

Por lo pronto, si algo bueno ha tenido su complicidad gubernativa con el régimen de Dina Boluarte es que ya podemos anticipar cómo sería un gobierno del keikismo: una sumatoria de mercantilismo, autoritarismo y conservadurismo. Yendo a contrapelo de la herencia paterna, Keiko Fujimori ha destruido el fujimorismo original convirtiéndolo en un remedo pueril.

De liberal ni un pelo: lo suyo es mercantilismo puro, crudo, descarado. Normas y leyes hechas para favorecer a grupos de poder, como las AFP, a cambio del apoyo recibido en su financiamiento electoral. Y lo mismo sucedería con todos los que se acercaron a apoyarla económicamente en sus campañas.

Autoritarismo a carta cabal. Normas que pretenden socavar el Estado de Derecho y romper la separación de poderes, leyes para cooptar los organismos electorales, reformas que destruyen la vigencia de democráticos movimientos regionales. En este sentido, sí ha respetado la herencia de su progenitor.

Conservadora hasta la patología. Ha destruido la reforma universitaria y educativa, porque la considera liberal o caviar, entendiendo por ello, que se han admitido criterios básicos de actualidad como las políticas de género.

Un gobierno de Keiko Fujimori sería como el de Dina Boluarte, con alguna mejoría leve en cuadros tecnocráticos. Y, claro está, no es precisamente eso lo que el Perú necesita en estos momentos para salir de la profunda crisis en la que se halla.

 

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Fuerza Popular, Keiko

Ya nada que haga la presidenta Boluarte -considerando sus tremendas limitaciones- la hará remontar los altísimos índices de desaprobación que exhibe de modo creciente. Datum le otorga 92% de desaprobación y apenas 5% de aprobación (de 20 personas solo la aprueba una) e Ipsos le da 92% de desaprobación (igual que Datum), pero apenas 4% de aprobación (cae de 6 a 4%, un tercio menos en un mes).

La presidenta se desgañita diciendo que hay una suerte de terrorismo mediático que la golpea y que esa es la causa de sus cifras desaprobatorias. Es verdad que la mayoría de medios no le tiene simpatía alguna, pero está probado también que ya la prensa no influye en la sociedad como antes. Las causas de su situación son otras.

No hay una sola política pública que se precie de serlo a carta cabal, no hay una sola entidad estatalque haya mejorado desde que asumió el poder, no hay casi ministerio respetable, no hay obra pública relevante (se tiene que colgar de la inversión privada, como Chancay o el aeropuerto), no hay perdón sincero y reparación judicial por la enorme cantidad de muertos con laque estrenó su gobierno (al contrario, algunos ministros y el Premier siguen hablando de terrorismo subversivo detrás de la algarada).

A ello se suma la sumatoria de escándalos (Rólex, Cerrón, patinazos verbales recurrentes), que contribuyen a desdibujar la investidura presidencial, no haciéndola respetable.

Lo peor es que nada de eso va a cambiar, si no es para peor. Normalmente, en una situación de crisis semejante (agravada ahora con el resurgimiento de la protesta social en varios frentes), uno acude a cambios ministeriales radicales para refrescar el ambiente, pero ya se anticipa que -como ocurrió con el último- seríapara peor y no para mejorar.

Y que no se haga la desentendida de este desastre la izquierda, porque si tenemos a Dina Boluarte sentada en Palacio es porque ganó Pedro Castillo con el apoyo de toda la izquierda, inclusive la moderada. Lo único que cabe agradecer es que interrumpió el itinerario estatista y golpista de Castillo, pero fuera de ello Boluarte no tiene mérito que exhibir y las encuestas son el fiel reflejo de semejante estado de cosas.

La próxima semana, a partir del 21 de octubre, empieza la huelga general indefinida del Sutep, que, sin proponérselo, puede ser el catalizador que integre las protestas y paros que han empezado con los transportistas y que amenazan con escalar.

La protesta social alcanza niveles de intensidad política, es capaz de mover la aguja del tablero gubernativo, cuando abarca diversos sectores, es efectivamente nacional, y no tiene final previsto. Eso puede ocurrir a partir del 21 y harían bien los gremios sociales en buscar ponerse de acuerdo para ampliar las plataformas y no solo hablar de las extorsiones o del incumplimiento del régimen de ciertos acuerdos educativos.

Si a ello se le suman inteligentemente los actores principales de la clase política opositora, el resultado puede ser sísmico para el régimen, haciéndole sentir que su basamento en Fuerza Popular y Alianza para el Progreso solo le sirve para tener paz con el Congreso.

Aunque resulte sorprendente, la centroderecha debería sumarse a la protesta y apoyar el paro. Así sea por conveniencia política, este sector debiera tener claro ya hace rato que mientras más perdure Dina Boluarte mejor les va a ir a los candidatos radicales populistas, tanto de izquierda como de derecha, y ellos, por el contrario, serán subsumidos por la vorágine polarizante que el ahondamiento de la crisis va a generar.

No pinta bien la cosa para el 2026. No surge hasta ahora un líder convocante, que se encarame sobre el resto, convoque la unidad nacional y aglutine fuerzas dispares en favor de una refundación republicana y liberal. Quizás esta coyuntura de protesta social sirva para medir la talla de quienes aspiran a ocupar ese lugar, aunque hasta el momento el mutis es total (hasta la Confiep se ha pronunciado y no los partidos ni los líderes de la centroderecha).

Quien se ponga de perfil en esta coyuntura, en la que el pueblo se pronuncia en las calles, perderá toda capacidad de convocatoria futura. A ver si lo piensan un poco y se ponen las pilas.

La del estribo: una vez más gratitud a Alonso Cueto, quien en su club del libro nos manda a leer obras extraordinarias. Este mes tocó en suerte Eugenia Grandet, de Honoré de Balzac. Y en el teatro, vamos con expectativa a ver Brotherhood, obra argentina de la dramaturga y directora Anahí Ribeiro. Va en la Alianza Francesa desde el 15 de octubre hasta el 1 de noviembre. Entradas en Joinnus.

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huelga, paro nacional, Sutep

La pregunta que suelen hacerme en las charlas de análisis de coyuntura que brindo regularmente, sobre todo, a directorios empresariales o gremiales, es si Dina Boluarte dura o no hasta el 28 de julio del 2026.

Hasta hace una semana señalaba que por el lado del Congreso no veía ninguna posibilidad de vacancia por iniciativa propia (no sé qué tiene que ver julio del 2025 y que el Ejecutivo ya no los pueda disolver para que los congresistas recién se animen a evaluar esa posibilidad), y que la calle sí era una opción política potente, capaz de tumbársela, pero que inexplicablemente andaba silente y resignada, al parecer, al desastre gubernativo vigente.

Parecía como si la explosión violenta de finales del 2021 e inicios del 2022 hubiese generado una suerte de trauma colectivo, que inhibía toda protesta y cohibía a la población de reiniciar esa vía, dada la violencia que esa protesta expuso, tanto desde la población protestante como de las fuerzas represivas.

Inesperadamente, un hecho vinculado a la inseguridad ciudadana ha despertado al pueblo. Y sumado a la tozudez patológica del Congreso, se puede encender la chispa -si no lo ha hecho ya- de protestas mayores, ya no solo vinculadas a la derogatoria de determinada ley sino de rechazo al establishment conformado por el pacto lesivo del Ejecutivo y el Congreso.

Hay algunos analistas que señalan que la protesta se ha pervertido porque la izquierda se ha querido aupar. Por el contrario, la izquierda ha hecho lo que corresponde, encaramarse en el sentimiento popular y si lo logra habrá ganado una gran batalla política.

Lo que sorprende, más bien, es el silencio de los diversos líderes de la centroderecha liberal, a quienes la protesta y la plebe parecen repelerles y ni siquiera se han pronunciado en estos días sobre los hechos que ahora sí amenazan con escalar hasta un grado impensado.

La centroderecha le tiene fobia al desorden social (por eso muchos gremios empresariales toleraban a Dina Boluarte en la medida que había cierta paz social), pero si quiere hacer política va a tener que aprender que no se puede hacerla lejos de los sentimientos populares, callejeros, más aún si son espontáneos y sin agenda política ideológica. Es allí donde se debe estar.

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paro nacional

Es tarea fundamental de la centroderecha -si quiere pasar a la segunda vuelta- derrotar a Keiko Fujimori. Ella encabeza las preferencias electorales (Ipsos le da 10% antes de la muerte de Alberto Fujimori y ésta la va a beneficiar políticamente) y es la rival a derrotar, junto con la izquierda radical.

La propia encuesta de Ipsos nos da algunas pistas. Preguntada la ciudadanía sobre los hechos más negativos en la historia de Alberto Fujimori, destaca en primer lugar la corrupción (37%), las violaciones a los derechos humanos (35%) y su alianza con Vladimiro Montesinos (30%).

Hay varios factores que pueden ayudar a la campaña anti Keiko. Primero, el inicio del juicio por el caso cocteles. Personalmente pienso que se va a caer, que es un absurdo, pero va durar hasta la campaña electoral y la va a golpear (la aprobación histórica a Keiko empezó a caer con su proceso penal). Y otro elemento significativo es que Montesinos saldrá libre antes de las elecciones, trayendo al presente lo más ominoso de la década de los 90.

Si la centroderecha golpea allí, en ese flanco, podrá afectar la candidatura de Keiko Fujimori y,si no hacerla descender, por lo menos evitar que suba por el envión de la muerte de su progenitor. Si además logra consolidar alguna alianza potente -discúlpese la cargosería con el tema-, podría colocar a un candidato en la segunda vuelta que enfrente a la izquierda radical, o a la propia Keiko Fujimori, asegurándose, en ambos casos -es lo más probable-, el triunfo final.

Cualquier estrategia de marketing electoral de los candidatos de centroderecha deberá incluir un vector antikeikista obligadamente. No van a trasvasar sus votos a favor suyo (la matriz de transferencia del fujimorismo es variada), pero ya dependerá de quienes sean candidatos atraer su propio caudal. Lo importante es impedir que Keiko se dispare y se asegure el pase a la jornada definitoria.

Por naturaleza ideológica, la centroderecha es más anticomunista que antifujimorista, pero la cifra de su éxito electoral dependerá de que sepa balancear ambas campañas al mismo tiempo y con la misma intensidad.

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Keiko Fujimori-Rafael López Aliaga

Más allá del balance contable que se haga respecto del acatamiento del paro o la magnitud de las marchas, lo cierto es que la protesta convocada hoy contra el gobierno posee una tremenda potencia política.

Rompe el dique de contención que inexplicablemente nos mostraba un país silente y sumiso frente a las tropelías de un Ejecutivo y un Congreso que no cesan en demoler la separación de poderes y el orden institucional democrático, pero que -y ese es el motivo de la protesta- no acompañaba su diligencia destructora en acciones efectivas contra los problemas reales que aquejan a los ciudadanos, como la inseguridad ciudadana y la corrupción.

Y es el punto de partida de una serie de protestas ya convocadas, entre ellas una que amenaza con ser contundente como es la huelga general indefinida del Sutep, y que podría significar un parteaguas político en el país.

Llamaba la atención que un Ejecutivo y un Congreso con tasas de desaprobación históricas no merecieran agitación callejera. Pues ya empezó y de ahora en adelante solo cabe esperar una espiral de crecimiento de la protesta. Enhorabuena, ante la apatía de la clase política opositora o los gremios formales más reconocidos.

Si no es el Congreso -cuestión casi imposible de que ocurra- solo la calle puede tumbarse a este régimen. Y ojalá crezca la protesta al punto de lograr la vacancia o renuncia presidencial y el adelanto de elecciones. El daño que le está produciendo al país la alianza ladina del Ejecutivo y el Legislativo es inmenso y va a tener un impacto electoral gigantesco si no se hace nada o no se le pone coto.

Es más, no importa si no se logra el objetivo (cabe mencionar que no es parte de la plataforma de hoy que se vayan todos); ya es bastante que la ciudadanía se movilice espontáneamente y exprese políticamente su malestar respecto del statu quo. Le hace bien al país, a la sociedad, a la democracia, al devenir electoral. La calle hace lo correcto en pronunciarse por fin respecto de un régimen mediocre, inoperante y antidemocrático.

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movilización, paro nacional, protestas

Según las encuestas, la mayoría de ciudadanos se autoidentifica de centro. Me parece, sin embargo, una definición engañosa, porque puede no decir nada, es decir no reflejar una postura ideológica alejada de las posiciones de derecha e izquierda tradicionales, sino simplemente esconder una indefinición.

En cualquier caso, hay un listado de personajes que habitan ese espacio y que, al parecer, pretenden tener protagonismo en estas elecciones, yendo a contrapelo de la polarización que parece que va a primar en la contienda, en beneficio de las posturas más definidas de derecha o izquierda.

Se puede mencionar entre sus inquilinos, a Jorge Nieto, Marianella Ledesma, Alfredo Barnechea, Francisco Sagasti, César Acuña, Martín Vizcarra, Flor Pablo, Marisol Pérez Tello, Mesías Guevara y Susel Paredes, entre otros tantos que todavía están por aparecer en el firmamento.

La verdad es que la segmentación ideológica es arbitraria y difusa, porque bien podrían distinguirse en la lista personajes más cercanos a la izquierda que a la derecha y a la inversa, que mejor harían en sumarse al esfuerzo que desde algunos sectores ya se están haciendo para aglutinar proyectos.

Salvo César Acuña, quien, aunque quiera, no va a encontrar nadie que quiera aliarse con él (salvo que sea Podemos o algún estropajo partidario de ese rango), o Martín Vizcarra, quien carga encima suyo severos cuestionamientos de corrupción que lo hacen inalienable (aunque sea, en los hechos, quien más posibilidades tendría si logra levantar la inhabilitación que pesa contra él), el resto es perfectamente sumable a una alianza más amplia.

Lo perjudicial es que de mantenerse en pie sus candidaturas sumarán aún más a la fragmentación del espectro que va del centro a la derecha. Casi todos los mencionados, por no decir todos, sostienen posturas ideológicas que no difieren mucho de las que proponen, por ejemplo, los candidatos de Libertad Popular o del PPC.

Por ello, igual que decimos respecto de la centroderecha, de este sector debemos decir lo mismo. La tugurización electoral solo va a beneficiar a Fuerza Popular y a la izquierda radical, y acrecienta el peligro de tener que definir una segunda vuelta entre Antauro Humala y Keiko Fujimori.

Solo el narcisismo exacerbado de sus protagonistas explica la inutilidad bajo la que se conducen hasta ahora los esfuerzos tímidos para producir un gran frente de centroderecha, que sea capaz de pasar a la segunda vuelta y allí derrotar o a Keiko Fujimori o al representante de la izquierda radical que termine por descollar.

El “síndrome Castillo” se ha apoderado de las mentes de sus líderes, que creen que la ruleta política, el sube y baja habitual de los tramos finales de las elecciones en el Perú hará que a alguno de ellos le sonría la fortuna y logre el triunfo anhelado (se recuerda que una semana antes de la primera vuelta, quien pasaba a la segunda vuelta por la izquierda no era Castillo sino Lescano).

En ese trance, resulta casi imposible hallar una salida, porque nadie quiere dar su brazo a torcer o si lo hace es imponiendo condiciones máximas, como asegurarse para sí la candidatura presidencial, cuestión que, obviamente, el resto no acepta planteada tan arbitrariamente.

Dificulta el proceso el hecho de que se agregue un punto porcentual de la votación por cada agrupación aliada, a las alianzas electorales, para que sus integrantes no pierdan la inscripción. Ello debería ser modificado por el Congreso y,además, permitir eventualmente que haya alianzas congresales y no presidenciales, que podría ayudar a evitar esta disputa de egos (al final las elecciones en primera vuelta serían una suerte de primarias presidenciales).

Es de vida o muerte que el Perú no se conduzca al escenario final de una disputa entre Antauro Humala y Keiko Fujimori (y tener, de mi lado, que volver a votar por Fuerza Popular ante la alternativa del desastre mayúsculo y desquiciado del etnocacerismo). Una opción así no asegurará que el quinquenio que se estrene el 2026 sea uno de refundación liberal y republicana, que con tanta urgencia necesitamos como país bicentenario.

 

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Antauro Humala, derecha peruana, Keiko Fujimori

No basta ser empresario para ser liberal. Comprender cómo funciona la economía puede generar también hábitos mercantilistas, es decir la búsqueda de privilegios estatales que distorsionen la libre competencia.

De ello hemos tenido en abundancia en los últimos lustros -recuérdese la enorme resistencia a las reformas liberalizadoras de los 90 por parte de los principales gremios empresariales del país-, aunque debe reconocerse que en el empresariado formal es una práctica cada vez menos extendida (salvo, por supuesto, en empresas corruptas que rompen la libre competencia al amañarla tramposamente).

El problema que se aprecia en el país es que un sector significativo del nuevo empresariado, el que surge del mundo informal, arrastra consigo una serie de mañanas mercantilistas tremendas. Hay un nuevo mercantilismo: el de las economías informales/ilegales que tienen mucha más influencia en las autoridades (por las buenas o las malas) que el empresariado formal. Véase las prórrogas al Reinfo (y lo difícil que le resultan a las mineras formales obtener sus permisos: años!!); mírese cómo patalean las desarrolladoras formales en todos los distritos (son chantajeadas por alcaldes) versus lo que ocurre en invasiones en la periferia que luego son legalizadas; atiéndase el caso de las universidades truchas o el de los transportistas informales que consiguen hasta apoyo legislativo a sus respectivos quehaceres.

No es casual que ese sector empresarial, en lugar de inclinarse políticamente por la derecha, como uno naturalmente tendería a pensar, dada su condición de empresarios privados, haya terminado apoyando a Pedro Castillo el 2021 y financiado inclusive la asonada de fines del 2022 y comienzos del 2023 luego de la caída del funesto Atila chotano. Castillo les ofrecía las prebendas que el sistema formal no les abría.

Es un problema grande porque lo que normalmente sucede es que esos empresarios informales a la postre terminan formalizándose ya que sus escalas les impiden seguir siendo informales, pero traen consigo un equipaje ideológico que no ayuda a que el sector empresarial sea un motor liberal, sino que resucitan viejas prácticas mañosas y destructivas de cualquier economía de mercado. Un problema más a atender de los tantos que ya tiene nuestro atribulado país.

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