kegare

Tres días. Tokio. Llevo tan poco tiempo en esta ciudad, pero parece que hubieran pasado semanas por lo mucho que he visto y aprendido. Desde que pisé este lugar mi cerebro sólo ha estado sobreestimulado por la cantidad de cosas nuevas. Mires donde mires, todo es distinto. Muchos me advertían sobre el choque cultural y yo también lo pensaba, tenía miedo de que al estar en un lugar completamente distinto me viese en una situación abrumadora, pero ha sido todo lo contrario. Más que un choque cultural ha sido un saludo entre culturas, sea darse la mano o una reverencia. Es como estar en otro planeta. Por mucho tiempo comencé a sentir que el mundo se iba achicando, pero no podía estar más equivocado.

Solo he estado en una ciudad de oriente y ya me di cuenta de que el mundo tiene demasiado por ofrecer. El primer día estaba un poco confundido y me perdía, pero nunca había estado en un país tan gentil y amable. A todas las personas que le he preguntado por indicaciones me guían con una sonrisa. La mayoría no habla inglés así que a veces me ayudan al punto de acompañarme para dirigirme por el camino correcto. Es sorprendente. A diferencia de las grandes ciudades de occidente como Nueva York, Londres o Berlín, donde a la gente parece no importarle en lo absoluto el otro y es como si vieran el ayudar como una debilidad. Lo curioso es que, en nuestra zona del mundo, con mayoría católica, donde una de las principales bases es ayudar al prójimo, a nadie le interesas. Lo peor es que muchos admiran eso de las grandes ciudades. A mí me parece un símbolo de debilidad e inseguridad. 

En el vuelo de venida tuve una parada en Munich. Estaba perdido y cuando encontré mi puerta de embarque me acerqué al counter y le pregunté al encargado si estaba en el lugar correcto. No me contestó. Le volví a preguntar y me respondió: Sí, acaso no ves la pantalla arriba. Me dio tanta cólera que le respondí: Acaso tanto te cuesta abrir la boca para hablar. Después me calmé y me fui a sentar porque en los aeropuertos nunca se sabe. Igual pensaba, mientras lo miraba feo, que ojalá algún día vaya a Perú y le roben. Sí, soy un poco rencoroso.  No es la primera vez que me tratan mal en ese país y una vez me arrestaron, pero esa es otra historia. El punto es que, en contraste con el trato de ese alemán barbudo y desagradable, en Tokio, y me imagino que en todo Japón, el tacto y respeto de las personas está a otro nivel. Ante esto lo mejor que se puede hacer es responder con el mismo respeto y seguir sus reglas, que tienen toda la coherencia existente para que las cosas funcionen y nadie se vea afectado. 

Como mencioné, la cantidad de información que he recibido es tanta que voy a tener que omitir o dejar situaciones para contar después. Una de las cosas que más me impactó es la limpieza. Todo está impecable. Por curiosidad entre a uno de los baños en una estación de metro y, también, estaba totalmente limpio. Esto no se debe a que hay una limpieza constante, sino que culturalmente, la higiene personal y el no contaminar esta incrustado en la sociedad. Si alguien tiene basura, la guarda en su bolsillo o mochila hasta encontrar un tacho de basura. Para esto hay un tacho para cada tipo de basura ya que el reciclaje es de suma importancia acá. También, está prohibido fumar en la vía pública y hay zonas de fumadores por todos lados. La cultura de limpieza no se limita a la contaminación física, por ejemplo, en los trenes del metro no se puede hablar por teléfono o ver videos con volumen para no molestar a los demás. El uso de mascarillas acá no tiene nada que ver con el covid, sino con la consideración hacia los demás. Si alguien esta ligeramente resfriado o presenta pocos síntomas, las utilizan para evitar esparcir un posible virus que contagie a los demás.

Este comportamiento para la limpieza no es gratuito. En el colegio, desde primaria hasta secundaria, limpiar es parte del horario escolar. En el hogar, cada uno limpia lo que ensucia y, por ejemplo, dejan su calzado en la puerta para mantener el piso pulcro. Todo esto se remonta a la introducción del budismo zen que considera a las tareas diarias como limpiar y cocinar como ejercicios espirituales, tan importantes como la meditación. Es por esto que cuando llegaron los europeos hace siglos los lugareños se veían horrorizados con la falta de cuidado de los forasteros. Incluso antes del budismo, las raíces sintoístas tienen como núcleo la limpieza. El término kegare alude a la impureza y suciedad que puede afectar a la sociedad completa, por eso existen múltiples ritos de purificación para protegerse. Hay costumbres descabelladas para nosotros como llevar carros a santuarios sintoístas para ser purificados por sacerdotes.

Dejando atrás la admirable característica de la puridad, otra gran sorpresa fue el funcionamiento excelente de su sistema de transporte público. Al comienzo es difícil porque no se entiende el idioma y las estaciones son multitudinarias, pero es fácil acostumbrarse ya que todo está señalizado a la perfección. Todas las líneas están traducidas a letras, colores y números; de esta manera, en un solo día ya puedes moverte cómodamente por toda la ciudad. Incluso en las horas pico que los metros se rebasan de personas y los vagones parecen que van a explotar, incluso en esas condiciones se mantiene el respeto. He visto a niños y niñas pequeñas moverse solas por las estaciones sin miedo y tranquilos. Tokio es la ciudad más poblada del mundo con 37 millones de habitantes solo en el área metropolitana y la red de metro es la más extensa existente, cuenta con 290 estaciones. Para darse una idea, en Manhattan cuentan con 147 estaciones. 

Es admirable cómo en esta ciudad donde la modernidad supera los estándares mundiales aún se mantienen intactas las costumbres milenarias. Un ejemplo que presencié fue en el templo Senso Ji. Entre rascacielos, en el distrito de Asakusa, está uno de los templos más importantes. Es precioso. Te quedas hipnotizado con las edificaciones rojas y las estatuas de la puerta Kaminarimon que te da acceso al templo. No solo eso, mientras paseas es común encontrarte con pequeños santuarios que están distribuidos a lo largo de toda la ciudad. En esta enorme ciudad es normal encontrar estos lugares de reverencia y devoción. Existen estatuas que rinden honor a personajes o hechos dignos de admiración. En el distrito de Shibuya, fui a pasear y encontré el famoso cruce peatonal conocido por la cantidad de personas que lo usan. Se calcula que en un solo cruce pueden haber más de 3 mil personas a la vez. En el 2012 un estudio estimó que por semana entre 1.5 y 2 millones de personas cruzaban por ahí. Ahora debe ser más. A un costado de todo este alboroto se encuentra la estatua del famoso perro akita, Hachiko. Un símbolo de lealtad en Japón, no contaré su historia para quienes no han visto la película y porque solo de pensarla se me llenan los ojos de lágrimas al ser un amante de los perros. 

Estas son solo las primeras impresiones que he tenido de Tokio. Solo bastaron 3 días para enamorarme de esta ciudad, podría vivir tranquilamente acá. Vale la pena mencionar que es el primer lugar en el que he estado donde no he extrañado la comida peruana, la comida japonesa es deliciosa. No he hablado del palacio imperial, de los parques repletos de árboles de sákura, varios santuarios y templos que he visitado, museos y vida nocturna. Esta es una introducción a las crónicas por venir. Simplemente me parecía necesario contar estas experiencias y aprendizajes que incluso me hacen pensar que occidente fue mal construido. Aun me quedan 5 días en esta ciudad y un mes y medio en el país. Sin lugar a duda, la persona que salió de Perú y la que regresará van a ser diferentes. En poco tiempo me he dado cuenta de lo equivocado que he estado sobre ciertos aspectos de la vida y la espiritualidad. La única conclusión segura que tengo es que regresaré y más de una vez. Teniendo como meta aprender el idioma en los siguientes años. 

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