[Migrante al paso] ¿Alguna vez viste el color de la felicidad?

Enredaderas entre mis pestañas. Buganvillias brillantes al sol. Pequeños pasos y jadeos sonando en las escaleras. Cuadros me rodean, ahora que no hay televisor, se aprecian más. 55 kilos de energía canina me despiertan entre lamidas y rascadas. Una vez que se echa encima ya sólo queda despertarse. La señora Elena solía subirme leche chocolatada caliente y panes con huevo.  10 de la mañana, el momento mágico. Bajar las escaleras se hace pesado. Agua a la cara. Una sentada relajada al medio del sofá que da al jardín de piedras. Mete gol gana y mundialitos llenan la imagen de sombras sonrientes. Muchos perros desde tiempos inmemoriales se encargaron de que un buen pasto jamás creciera. Entre las macetas que han crecido de las cenizas de esos cuadrúpedos y el ambiente donde demasiado ha sucedido. Pollos a la brasa en exceso. Siempre en compañía. Todos los que se divirtieron acá se difuminan con el viento. Sol y frío. Después de limpiar mis lentes logré verlo tenuemente. El color de mi ánima, mi espíritu, corazón y psique. El de la felicidad y mucho más. Cada idea dándole pinceladas finas y vaporosas.  

Mis emociones jugando a las escondidas rondaban por ahí. De las flores que brotaban de las enredaderas, millones de recuerdos asomaban la cabeza.

A la vista. 

Francisco Tafur 

Atisbos de una existencia después de la muerte, donde todas mis mascotas. que estuvieron esperando mi llegada, corren directo hacia mí en un descampado. Algo así de cálido. Mis pensamientos estaban pintando y ese cuadro era un retrato de mí.  Mi amabilidad, insolencia, cortesía y compleja bondad. Hoy día pienso bien de mí. No quiero volverme un viejo amargado. Poder entrar en un conflicto y reírme de la rabia de los demás. Burlón, cachoso y si me odian, bienvenidos sean.  Jamás escribiré para complacer a seguidores o gente que quiera que diga lo que ellos favorecen.  Que me consideren un payaso, no me importa. 

Ahora que me quedo unos días donde mis padres, y mi hermano viene de visita, no hay espacio para política, defensa de la democracia. Qué aburrido. Mi único sueño es que todos puedan comer y tener las mismas oportunidades, pero creo que no es posible con las aproximaciones actuales. Frente a la gente que atesoro, esos conceptos no son más que nimiedades. Incluso pachotadas hipócritas que la gente está obsesionada con controlar. Definitivamente en esos temas no está la belleza ni el goce de vivir. Pienso en el capítulo de las moscas en Así Hablo Zaratustra. Me presto a que me malinterpreten, háganlo. 

—Mamá, siempre pensé que los raros eran las otras familias, pero ahora me doy cuenta de que los raros somos nosotros— recuerdo que se lo dije cuando era niño mientras comíamos en la misma cocina de siempre. 

—Prefiero viajar a comprarme un carrazo.

—Aún te falta toda la vida y si no haces nada, no pasa nada tampoco.

—Si no te has dado cuenta de que eras un huevón, es que todavía lo eres.

—La vida es como un juego de RPG, tienes que ir subiendo skills.

—Gordo, ya despierta oye, son las 12. 

—Viajar es como leerte 15 libros.

Este tipo de frases se escuchaban entre los pasadizos y cuartos de la casa y hasta ahora rondan en mi cabeza. En mi casa se trató a nuestros amigos como familia. Desde donde escribo se vivió de todo. Inicialmente, cuarto de juegos. Cuarto de ping pong, taller de arte de mi hermano, juergas adolescentes, risas, peleas. De todo. 

De niños las pijamadas eran brutales, 6 o 7 pequeños enviciados en algún videojuego, incontables pichangas callejeras, en ese momento no había carros en la cuadra. Y por supuesto, nuestra versión de cucurucho, el cucurucho de la muerte. Cuarto cerrado, todo oscuro, uno con el cubrecama tapándolo hasta los pies, los otros con almohadas de ataque. Si estaban a punto de atraparte reventábamos entre todos al pobre que era el cucurucho en ese momento. Me sorprende que nadie haya salido noqueado, un buen almohadazo se siente como una piedra. Se prendía la luz de pronto y mi madre asomaba la cabeza molesta por el ruido. Uno trepado encima del televisor, otro escondido en el closet, otros cubriéndose, pero siempre uno tirado en el piso todo cubierto y golpeado. Era para matarse de risa. Los fantasmas de nuestro grupo, que se sigue manteniendo unido, corretean por ahí. Es mágico en realidad, poder mantener amigos desde la infancia. 

Estoy a unos días de volver a viajar y cada vez se siente extraño, da un poco de ansiedad que te hace pensar, erróneamente, que lo que dejas atrás desaparece y no hay dónde volver. Igualmente, la emoción de una nueva aventura te hace pensar, erróneamente, que tus problemas también se van a quedar atrás. Es mentira, esa maleta siempre está incluida en el vuelo. No como algo malo, estando solo, viendo paisajes, conociendo historias, idiomas y costumbres, trabajas con todo lo que cargas y suele terminar bien. Con un progreso personal y algún nuevo proyecto en mente. Me gusta pasar siempre los últimos días en la ciudad viendo amigos y comiendo con mi familia. Lo veo como recargar energías para poder desconectarme un rato. Igual, en esta época le puedo ver la cara a cualquier persona que quiera con un botón de mi celular y eso es de mi agrado. En la actualidad soy un aventurero, pero tal vez, antiguamente no hubiera podido. Tal vez, o hubiera podido treparme a un barco para darle la vuelta al mundo o caminar para encontrar nuevas rutas, antes no se viajaba con seguro ni comunicación. Me despido temporalmente de mi lugar para expandir mi propio mundo. Regresaré, y siempre con algo nuevo que contar. 

 

[Migrante al paso] 2 am. Viendo Fullmetal Alchemist. Gritos desaforados. A pocos metros, pero varios de altura. Nunca había sentido el estar cerca y a la vez lejos, tanto como enese momento. Una moto, caja de Rappi, dos personas. Uno se bajó, sólo me quedó hacer escandalo pisos arriba. Ni mis gritos ni los suyos, llamaron la atención de algún transeúnte. Qué se puede esperar de un país de cobardes, que celebra muertes como si se tratara de una comedia. La gente tiembla ante el primer atisbo de peligro. Está bien tener miedo, pero el pánico es negativo. Tu mente se nubla y las decisiones tomadas suelen ser erróneas. En un lugar donde el terror se asoma en cada rincón, las personas ya se resignaron. Creen que no pueden hacer nada y ayudar a alguien les suena ridículo. No es por generalizar, pero si seguimos así caminaremos solo entre miserables y presencias diminutas. Llaméinmediatamente a portería, pensé en tirarles algo, hace 10 años hubiera saltado, cuando volví a asomarme ya era demasiado tarde. Le robaron la cartera a una pobre chica, a plena vista, tan normal como ver un carro pasar por la pista. Sentí impotencia. No tenemos un arquetipo de héroe o de valentía en nuestro inconsciente colectivo. No hay un Rey Mono con su báculo, ni un Winston Churchill con su temple. Ni en ficción, ni en la realidad. Cáceres y Grau ya no forman parte de nuestra memoria.

República de Panamá con 28 de Julio. Cómo van chicos un desconocido se apoya en la ventana del piloto con una pistola extremadamente grande. En una pestañeada, otro ya se había sentado en el asiento trasero. Una punzada constante empujaba mis costillas sobre mi casaca favorita. Ahora eran los dos adentro. Las dos pistolas apuntando al copiloto, yo.Nunca olvidare el metal helado en mi frente.Agachamos la cabeza, seguimos las instrucciones, llaves al jardín. Mi ex se reía, los nervios nunca te hacen reaccionar como esperas. Porque las dos armas para mí, mejor así. Celulares. Billeteras. Mochilas.

Ya, cierren los ojos, después de unos minutos recojan la llave  

Aguanta, y esa casaca dijo el otro, en mi cabeza pensaba: por favor llévense el carro de mi ex, pero no mi casaca. Fue la última vez que la vi. A la casaca. Pedimos ayuda a unos policías, pero en esta ciudad donde todos se creen bravos, más suerte tienes rezando que con los oficiales.

Pensando en eso, la corrupción y el deterioro, de los que he dado ejemplos, está impregnada en todo nuestro sistema. La justicia es un chiste que no da risa. De por sí nunca creí en ella, y si existiera, estaría fuera del aparato civil. Es solo una medida creada por nosotros sin tomar en cuenta el cambio. Un invento, como que los cero grados de temperatura en realidad sean cero. No creo que exista un juez que actúe correctamente si su familia está en peligro (en ese caso debería renunciar con la cabeza en alto). No creo que exista un juez que no se venda por unos miseros millones. Lamentable. Si es tan fácil corromper a la encarnación de la ley, cómo puede existir la justicia. Sin embargo, son necesarios estos seres pretenciosos que juegan por unas horas a ser dios.

Francisco Tafur

Entonces, qué hacemos en esta realidad que nos presentan como estructurada y funcional. Algunos historiadores aburridos, obsesionados con arrancar lo increíble de la humanidad, representan a los piratas como unos degenerados, sanguinarios y proveedores de tragedias. Es cierto, pero no todos. La respuesta está en por qué todos los pequeños quieren ser piratas. Al igual de por qué Batman es el superhéroe más querido. Ambos trabajan fuera de la ley, porque dan por seguro que la normativa siempre esta desfasada de la actualidad. No solo el goce de hacer de tu vida un sinfín de aventuras innecesarias, pero divertidas. Lo ideal seria darse cuenta de que la ley no es natural, en ningún momento, y vivir bajo tu propio compás. Tu propia moral, tu propio código, tus propios valores. Hay momentos en que, si sigues el camino correcto, no eres más que un cómplice o, peor, un cobarde.

Cuentan la historia de mi abuelito, nunca lo conocí, que ante un abuso familiar de parte de un esposo, mi abuelo decidió darle una buena lección violenta al señor escoria. No vayan a juzgar la violencia a la ligera, porque si no la conoces dudo que sepas de quéeres capaz. Sin caer en la ingenuidad, a veces la violencia sí se soluciona con más violencia. He pasado largos años pensando en un posible ciclo de dominancia sin opresión, y si yo no encuentro la respuesta espero que otro lo haga. Antes que algo terrible ocurra, como cederle la implementación de justicia a una inteligencia artificial. Mientras se peleaban, la señora con el ojo morado comenzó a golpear a mi abuelo en defensa de su abusador. A ese punto, ser víctima está implantado en nuestro cerebro. Ya conocemos las razones, pero hay que ver más allá.

Themis dejó caer la balanza, pero la espada la sujeta firmemente. Adolescentes. Mi hermano, yo, y unos amigos, fumando los primeros tronchos en nuestro conocido malecón escondido de barranco. Cuatroserenazgos en bicicleta haciendo escándalo. Que me detenga un sereno se me hace equivalente a que un turista me detenga para pedir direcciones. Éramos unos niños, pero sabíamos responder a los golpes. Nos amedrentaban. Nos reíamos. 4 motos de policía, haciendo más escándalo. Todos gordos intentando arrestarnos. 3 motos más. Toda la seguridad del distrito estaba enfocada en 5 adolescentes fumones.  2 policías encubiertos, mostrándonos sus pistolas sostenidas en el pantalón. Casi 2 horas. El guardia del lugar, quien nos conoce desde niños, nos defendió y bajo el criterio de que era propiedad privada pudimos huir.

Al día siguiente: Noticiero. 1 violación en callejones barranquinos. 3 robos armados reportados.

En eso estamos ensartados, en un sistema de justicia miope, con astigmatismo y legañas de sobra. 

Prefiero ser un pirata.

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[Migrante al paso] 

¿CÓMO QUIERES MORIR?

No lo sé, pero quiero poder decidir eso. Me gustaría parado y con los ojos abiertos. Con los hombros relajados. Erguido. La cabeza en alto. Con eso me basta. Que no exista peso que me venza. El día que mi mirada pierda el fuego, es porque ya morí. Sólo los cobardes no pueden mirar a los ojos a sus propios errores y lamentos. Los valientes mueren sonriendo. Los libres le escogen a carcajadas. Un último partido. El último día de la juventud es la muerte. Tengan claro esto, estaremos solos. La mejor compañía, en el mejor de los casos. Encuéntrame sonriendo por lo sorprendente de un paisaje o mirando a los seres que amo o amaré. Como tu amigo. Un viejo conocido. Que tus palabras me acaricien hasta quedarme dormido. 

Noche de tormenta. Rayos y lluvia intensa. Piso 26. Buenos Aires. Aburrido hasta el cansancio. Insomnio diario. Uno que otro pan. Sumergía mis pies en el agua helada. La pileta, como le dicen, tenía olas por el viento. El cielo rugía. Nada me dice que no, salvo lo obvio. 28 años. 3 de la madrugada. La vista era espectacular. Sentía a la inmensidad dando martillazos contra el diminuto yunque que somos nosotros, Después de semanas de sentirme muerto, estuve más vivo que nunca. Sin polo, sumergido. Flotando. La oscuridad iluminada por grietas eléctricas. Podía caerme a mí. No importaba. Estaba vivo, más que nunca, estaba volando. 

No había sustancias de por medio, solo un poco de locura por no dormir.

Ojeras hasta el suelo.

Mojadas. 

Después de todo, igual va a morir.

No estoy preparado. 

2 veces por semana. 6 años. A distancia y en cercanía.

Se volvió mi amigo.

Ya no está. 

Ahora estaba abandonado y desatado. Un animal acorralado por la muerte de alguien que fue un desconocido. Un profesional, cuya asistencia pagaba mi familia. Mis enormes manos y brazos parecían tener la capacidad de destruirlo de un abrazo, uno que deseaba con toda mi alma dar. Intenta hacerlo sonriendo, le dije cuando me preguntó. Me temblaban las piernas. Manos sudadas. Quien metió la mano al abismo para sacarme ahora solo podía sostenerse con esfuerzo y yo no podía hacer nada. Nunca hablaré de esa última conversación. Lo que ya dije es suficiente. Poner esto en palabras me ha costado meses y aún lo siento precipitado. 

Le debo vivir plenamente.

Le debo disfrutar.

Le debo la sorpresa.

Muchos dicen que un psicoanalista es como un espejo, pero no es del todo verdad. Es otra persona, con sus propios problemas y traumas. Entre tantas conversaciones se filtra información privada que tal vez no debería recibir, pero es imposible que no suceda en una relación de dos personas. Después de una primera despedida no sabía cómo reaccionar. Recibí un mensaje. El malestar que lo agobiaba se había desacelerado, pero no detenido. Sabiendo que el final era inminente, decidí tener unos cuantos meses más de sesiones. Nunca me mostró miedo. Su preocupación por mi bienestar continuaba y la mía por la suya aumentaba.  Hace poco en un avión, como de costumbre, me pongo a revisar todas las fotos y videos de mi teléfono para entretenerme. Apareció su rostro, sano y con cachetes, hablándome. Me contaba que se había ido el internet y una sesión de hace mucho no pudo continuar. Sonreí, siempre va a ser un lindo recuerdo, pero trágico y triste. La hoz del encapuchado no discrimina entre el bueno y el malo, el que se lo merece y el que no. Me parecía injusto que le haya sucedido, pero no hay justicia en la muerte. Me salían lágrimas, imposibles de detener, las ocultaba viendo por la ventana. Aun soy un debilucho que le da vergüenza mostrar su tristeza. 

Francisco Tafur 

Después de meses por videollamada, regresé a mi ciudad y lo vi por última vez. Una semana antes de que se presencia se desvaneciera. Me abrió la puerta y tuve que contener la impresión. Los pómulos hundidos, probablemente 20 kilos menos, tuve que medir mi fuerza al darnos la mano. Nos despedimos con un abrazo incómodo, lo sentía pequeño y en esa incomodidad quería que por una vez él apoye su cabeza sobre mis hombros y se deje llevar. Algo que no ocurrió ya que nunca rompió el código de su profesión. Hasta el último día su mirada se mantuvo curiosa, con ganas de aprender más. Al salir me detuve a mirar su bien cuidado jardín por una última vez. Abrí la reja y me trepé a mi carro sin mirar atrás. Me estacioné donde pude, las manos me temblaban y no podía prestarle atención al camino. Retomé el camino escuchando soundtracks épicos, recordando a mis perros que ya no están, la infancia que ya dejé y el futuro no ocupaba espacio en mis pensamientos. Mi mente lo bloqueó. Recién después de algunas semanas sus palabras y rostro invadían mis sueños. Me despertaba en la madrugada y me prendía un cigarro en el silencio de esas horas. A veces volvía a dormir, en otras esperaba el amanecer. 

He querido contactar a su familia para agradecerle, pero no sé si sea lo correcto. Tal vez sólo es una excusa por el miedo que me da hacerlo. No sé dónde está enterrado, ni siquiera si lo está. Me gustaría visitarlo y tomarme una coca cola a su costado, pero siento que no tengo la fuerza. Solo sé que ya no puedo darme el lujo de deprimirme, se lo debo. El me enseñó a que esos bajones sean mas cortos y llevaderos. Me enseñó a pedir ayuda. Me enseñó a caminar solo. A pelear por mis sueños y defender el de los demás. Soy yo gracias a él. La diferencia entre vivir y sobrevivir la entendí con su muerte. Una crónica queda corta para escribir lo que siento, sólo me nació intentarlo. Se me cayó el traje de poeta moribundo y ahora tengo ganas de salvar al mundo. En lo que puedo. Los mil senderos que se abrieron frente a mí están ahí inmóviles, sólo falta recorrerlos. Se fue un gran amigo, mi guía, al único que puedo llamar profesor. Pero me dejó un mensaje y planeo tenerlo siempre en mente y vivir bajo esa brújula. Muchas gracias, prometo devolver el favor con mi esfuerzo poco pulido y mi ambición utópica. 

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¿CÓMO QUIERES MORIR?

No lo sé, pero quiero poder decidir eso. Me gustaría parado y con los ojos abiertos. Con los hombros relajados. Erguido. La cabeza en alto. Con eso me basta. Que no exista peso que me venza. El día que mi mirada pierda el fuego, es porque ya morí. Sólo los cobardes no pueden mirar a los ojos a sus propios errores y lamentos. Los valientes mueren sonriendo. Los libres le escogen a carcajadas. Un últimopartido. El último día de la juventud es la muerte. Tengan claro esto, estaremos solos. La mejor compañía, en el mejor de los casos. Encuéntrame sonriendo por lo sorprendente de un paisaje o mirando a los seres que amo o amaré. Como tu amigo. Un viejo conocido. Que tus palabras me acaricien hasta quedarme dormido.

Noche de tormenta. Rayos y lluvia intensa. Piso 26. Buenos Aires. Aburrido hasta el cansancio. Insomnio diario. Uno que otro pan. Sumergía mis pies en el agua helada. La pileta, como le dicen, tenía olas por el viento. El cielo rugía. Nada me dice que no, salvo lo obvio. 28 años. 3 de la madrugada. La vista era espectacular. Sentía a la inmensidad dando martillazos contra el diminuto yunque que somos nosotros, Después de semanas de sentirme muerto, estuve más vivo que nunca. Sin polo, sumergido. Flotando. La oscuridad iluminada por grietas eléctricas. Podía caerme a mí. No importaba. Estaba vivo, más que nunca, estaba volando.

No había sustancias de por medio, solo un poco de locura por no dormir.

Ojeras hasta el suelo.

Mojadas.

Después de todo, igual va a morir.

No estoy preparado.

2 veces por semana. 6 años. A distancia y en cercanía.

Se volvió mi amigo.

Ya no está.

Ahora estaba abandonado y desatado. Un animal acorralado por la muerte de alguien que fue un desconocido. Un profesional, cuya asistencia pagaba mi familia. Mis enormes manos y brazos parecían tener la capacidad de destruirlo de un abrazo, uno que deseaba con toda mi alma dar. Intenta hacerlo sonriendo, le dije cuando me preguntó. Me temblaban las piernas. Manos sudadas. Quien metió la mano al abismo para sacarme ahora solo podía sostenerse con esfuerzo y yo no podía hacer nada. Nunca hablaré de esa última conversación. Lo que ya dije es suficiente. Poner esto en palabras me ha costado meses y aún lo siento precipitado.

Le debo vivir plenamente.

Le debo disfrutar.

Le debo la sorpresa.

Muchos dicen que un psicoanalista es como un espejo, pero no es del todo verdad. Es otra persona, con sus propios problemas y traumas. Entre tantas conversaciones se filtra información privada que tal vez no debería recibir, pero es imposible que no suceda en una relación de dos personas. Después de una primera despedida no sabía cómo reaccionar. Recibí un mensaje. El malestar que lo agobiaba se había desacelerado, pero no detenido. Sabiendo que el final era inminente, decidí tener unos cuantos meses más de sesiones. Nunca me mostró miedo. Su preocupación por mi bienestar continuaba y la mía por la suya aumentaba.  Hace poco en un avión, como de costumbre, me pongo a revisar todas las fotos y videos de mi teléfono para entretenerme. Apareció su rostro, sano y con cachetes, hablándome. Me contaba que se había ido el internet y una sesión de hace mucho no pudo continuar. Sonreí, siempre va a ser un lindo recuerdo, pero trágico y triste. La hoz del encapuchado no discrimina entre el bueno y el malo, el que se lo merece y el que no. Me parecía injusto que le haya sucedido, pero no hay justicia en la muerte. Me salían lágrimas, imposibles de detener, las ocultaba viendo por la ventana. Aun soy un debilucho que le da vergüenza mostrar su tristeza.

Después de meses por videollamada, regresé a mi ciudad y lo vi por última vez. Una semana antes de que se presencia se desvaneciera. Me abrió la puerta y tuve que contener la impresión. Los pómulos hundidos, probablemente 20 kilos menos, tuve que medir mi fuerza al darnos la mano. Nos despedimos con un abrazo incómodo, lo sentía pequeño y en esa incomodidad quería que por una vez él apoye su cabeza sobre mis hombros y se deje llevar. Algo que no ocurrió ya que nunca rompió el código de su profesión. Hasta el último día su mirada se mantuvo curiosa, con ganas de aprender más. Al salir me detuve a mirar su bien cuidado jardín por una últimavez. Abrí la reja y me trepé a mi carro sin mirar atrás. Me estacioné donde pude, las manos me temblaban y no podía prestarle atención al camino. Retomé el camino escuchando soundtracks épicos, recordando a mis perros que ya no están, la infancia que ya dejé y el futuro no ocupaba espacio en mis pensamientos. Mi mente lo bloqueó. Recién después de algunas semanas sus palabras y rostro invadían mis sueños. Me despertaba en la madrugada y me prendía un cigarro en el silencio de esas horas. A veces volvía a dormir, en otras esperaba el amanecer.

He querido contactar a su familia para agradecerle, pero no sé si sea lo correcto. Tal vez sólo es una excusa por el miedo que me da hacerlo. No sé dónde está enterrado, ni siquiera si lo está. Me gustaría visitarlo y tomarme una coca cola a su costado, pero siento que no tengo la fuerza. Solo sé que ya no puedo darme el lujo de deprimirme, se lo debo. El me enseñó a que esos bajones sean mas cortos y llevaderos. Me enseñó a pedir ayuda. Me enseñó a caminar solo. A pelear por mis sueños y defender el de los demás. Soy yo gracias a él. La diferencia entre vivir y sobrevivir la entendí con su muerte. Una crónica queda corta para escribir lo que siento, sólo me nació intentarlo. Se me cayó el traje de poeta moribundo y ahora tengo ganas de salvar al mundo. En lo que puedo. Los mil senderos que se abrieron frente a mí están ahí inmóviles, sólo falta recorrerlos. Se fue un gran amigo, mi guía, al único que puedo llamar profesor. Pero me dejó un mensaje y planeo tenerlo siempre en mente y vivir bajo esa brújula. Muchas gracias, prometo devolver el favor con mi esfuerzo poco pulido y mi ambición utópica.

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—¿Crees en Dios? – relajado, como quien pregunta qué tal. Mi primo menor con bigote esperaba la respuesta. Parecía que se comía los cigarros. No lo veía hace mucho.

—Pregunta rara, mmm no lo sé, diría que soy ateo, pero a qué te refieres- me rio.

Ojos entrecerrados, me hacía el dormido. Se escuchaban los cortos pasos de mi pequeña abuela. Ahora me toca a mí, pensaba. En nombre del padre, del hijo y del espíritu santo. Sus suaves y heladas manos persignaban mi frente rozándola.  Sentía protección y el calor óptimo para dormir como sobre una nube. Lo imaginaba como una persona gigante y demasiado poderosa, y sobre todo, me cuidaba. Los sueños y deseos determinan nuestra realidad, era fácil sentirme predilecto. Fueron pocas esas noches que nos pasábamos a su casa para pasar la noche. En todas se repitió el rito.

—Supongo que es lo perfecto y, por lo tanto, inalcanzable, no vale la pena ni pensarlo. ¿No crees? —cruzó las piernas mientras me prendo mi primer cigarro. Mi billetera, al frente, guarda una estampa de San Expedito, para la buena suerte. Me lo regalómi abuela, y ahí la guardo. El ateo con santería. Las cosas fueron cambiando con el tiempo, pero diría que mi casa es atea, por lo menos agnóstica, sin embargo, tiene una patrona y es la Virgen de Guadalupe.

—¿Crees que está adentro de todos nosotros? —entusiasmado como reciente estudiante de filosofíaque es.

Aquellos días de CEPREPUCP, donde estudia él, fue bastante gracioso, no sabía si contarle mi secreto. Era demasiado irresponsable en esa época. No sécómo mis padres no me cachetearon. Las primeras semanas me senté atrás, no conversé con nadie y me leí todo El señor de los anillos. Cuando lo terminé, también acabó mi interés para entrar a esas aulas tétricas, con asientos incomodos.

—Sí, es todo, el universo, yo, tú y también la nada, está en todos y a la vez no— recordando la frase de una serie, le contestaba.

Cuando entraba a ese preuniversitario, no pasaban 5 minutos para salir por la puerta que conectaba a la universidad. Me iba donde mi hermano que estaba en la facultad de arte o iba donde algún otro amigo del colegio. Eran momentos en el que me reía de quienes buscaban propósito. Casi se lo digo para romper el tema de dios. Pero mi tío me mata. Nunca terminé en esa universidad, y creo que está bien dejar cosas sin acabar; de vez en cuando.

— Ya cálmate, ja, ja, ja, no te obsesiones ni con dios, ni con la justicia, ni con la verdad —ya había acumulado unas cuantas Coca Colas— Sé libre nomás, no se puede por completo, el límite está en el espacio del otro.

—Yo creo que la libertad está sobrevalorada, solo se puede ser libre si todos llegamos a un consenso y tenemos el mismo ideal de justicia— detrás de su rostro adulto podía notar una infantilidad curiosa, aún tiene 19, inteligente, mantiene esperanzas que yo ya perdí.

—Sería hermoso, pero creo que es imposible, nadie comparte el mismo ideal sobre un mismo concepto —lo decía queriendo estar convencido de lo contrario. Pero en realidad no creo que la justicia exista

—Ahora joven, dígame sus pecados — qué situación más horrible, estaba hablando contra una madera y quién sabe estaba detrás. Mientras pensaba —me peleo con mi hermano, le he mentido a mis padres y digo lisuras como mierda— se me escapó, los dos nos comenzamos a reír. Solo me mandó un Padre Nuestro y un Ave María, por honesto.  Me acerqué al gigantesco cuerpo crucificado, me agaché, cerré los ojos, junté las manos y comencé a pensar en quéjuego de Playstation jugar después. Nunca me aprendí los rezos. Poco a poco fui dejando de creer, inicialmente por imitación a mi padre y luego lo fui racionalizando. Pasá a ser un niño ateo que era problemático con los profesores de religión. —Pero profesora, el vaticano es corrupto— cómo sabes me respondió —me lo dijo mi padre —. Me mandaron a la dirección. Era lindo ser rebelde sin causa. Fue en esa época que remplacé la figura de dios por la de libertad, y dediqué mi devoción a ella.  Después de todo es igual de inalcanzable que todo lo que signifique lo divino.

Francisco Tafur—¿No lo crees posible verdad? — mi primo,mirándome de reojo.

—La verdad que no, en una revolución hay millones de causas, la forma de ver la justicia es infinita, por eso son ideales. Si te basas en que todos llegaremos al mismo concepto, definitivamente me parece imposible. Pero me gusta, qué aburrido sería que todos sigamos al pie de la letra los derechos humanos, lo más cercano a unanimidad sobre eltema; el progreso consiste en romperlos. Pero tienes razón, sería un mundo más pacifico. La diferencia es que yo no creo que todos seamos buenos por naturaleza, todos tenemos algo malo y algo bueno, ahí está el infinito potencial humano —la conversación ya me había capturado. Es difícil pensar lo que no quieres creer.

Regresaba de Londres, y ya había desarrollado cierto desprecio por los sacerdotes, curas o monjas. Una vez nos vimos estancados por una procesión y un amigo un poco loco salió por la ventana a gritar:¡Satanás! ¡Satanás! A manera de juego, pero se pasó de la raya. Igual me maté de risa. Mientras cruzaba la parte de seguridad se me cayó el pasaporte sin darme cuenta. Una mano me coje el hombro: toma. Era un señor vestido de sacerdote. Todo el vuelo pensé en eso. Un cura me salvó el pellejo. Yo los ponía en calidad de políticos, como personas en las que no puedes depositar confianza. Lo sigo pensando, pero fue un golpe a mi norma. No pondría a mis hijos, que no tengo, en manos de ninguno de ellos. Pero es verdad que no todos son unos desadaptados. Es una profesión complicada.

—En fin, no crees qué ya lo estamos creando, a dios—sonrío.

—¿A qué te refieres? Eso no tiene sentido.

Intercambiamos noticias sobre la inteligencia artificial, algún día seremos dirigidos por este ente aun desconocido, la justicia y moral será determinada por eso. La libertad acabará con aplausos de progreso.

—Así es, primero lo pensamos, luego lo teorizamos y ahora, como nuestra inteligencia rebasa nuestra sabiduría, lo estamos creando. Una tecnología que nos supera y tal vez nos ponga en nuestro lugar. Perdamos el título de superiores — mientras lo digorecuerdo matrix y Asimov.

—Felizmente nos dedicamos a pensar, ja, ja, ja.

Cabeza rapada. Una reverencia serena. Mirada directa a los ojos. Ceño fruncido, sin furia. Nada en la mente, pura concentración, solo la impronta de aquellos héroes de infancia. Un pequeño guerrero en túnica blanca. Tres rounds. Golpe recto. Bloqueo impecable y una patada giratoria al estómago. Solo un ligero contacto. Esa es la esencia del arte marcial que alguna vez hice mío. Las medallas doradas colgaban de mi cuello mientras miraba hacia abajo. En la cima del podio. No existe manera que me olvide de ese momento, era la cima de mi destreza. Dentro de todo era violencia, pero manejada correctamente. Es innegable la violencia humana, todos tenemos ese impulso agresivo que muchas veces nos lleva a cometer patanerías. Ese niño no pasaba de 12 años, y tenía más claro que todos somos nuestras decisiones, somos nuestra propia causa y efecto. Eso era lo que me habían enseñado. Los años nublaron esa sabiduría, se perdió toda técnica, toda maniobra, todo control. En ese estado un pequeño desbalance puede desatar una tormenta prepotente. Veintes recientes, un periodo donde parecía imposible no estar en problemas. Sentía que mi propósito era pelear, me gustaba, pero me había alejado demasiado de mis ideales alrededor de la violencia.

Desde los inicios de las artes marciales, sólo se puede masterizar si se tiene control pleno de la mente. Es demasiado fácil ceder a la belicosidad en una situación tan polarizada, liosa y turbia en la que nos encontramos. La coyuntura es un enredo. Se respira abatimiento emocional. Una sociedad ahíta, va a explotar. Siempre ha existido, pero pienso en el combate, ahora de madrugada escuchando Oasis con la emoción totalmente abrigada. En esta paz mi contemplación fue invadida por la idea de la violencia. Hace unas semanas comencé a entrenar nuevamente. Me siento bien, me siento fuerte, ligero, y quiero evitar peleas a toda costa. Volví a experimentar lo que es tener un sensei, el respeto hacia tu maestro y, en estos extraños casos, si quieres aprender, su palabra importa más que la propia. Es un gran amigo, muchos años, dedicó su vida a ser profesor de Muay Thai, enseñar artes marciales me parece de las profesiones más respetables. Enseñan un camino de paz mediante el control del daño. Saber herir y ser herido te permiten maniobrar con tus impulsos. Dentro de la clase es mi superior, fuera somos amigos iguales. No ha pasado mucho tiempo, pero siento el apaciguamiento y la autoridad de mi mirada reestablecida. 

Una mano femenina apoyaba una botella helada de vodka sobre mi ojo izquierdo, no recuerdo quien era. Esa etapa juvenil y salvaje hay demasiado olvidado. De quienes son esos rostros monstruosos, porque están encima. Tranquilo, tu mano no tiene nada, escuchaba a alguien decir. Me tiemblan las piernas. Lentes perdidos. Solo siluetas vibrantes. Embriagado. Me empujaron por las escaleras, uno lo traje conmigo. Un nudillo explotó. Ya no sabía ni qué hora era, solo quería dormir, estaba exhausto y, sobre todo, asustado. Así fue una noche escandalosa y decisiva por ahí en un antro de Barranco, ya pasó mucho tiempo. Mi última pelea. Desde el instante que abrí los ojos, al día siguiente, se marcó por mucho tiempo una estampa despersonalizada. Había cruzado una línea que no debo cruzar jamás, 1.80 metros. Quién sabe el daño que le pude haber hecho a alguien si no era el piso lo que recibía el golpe. Temía por mi integridad. Fue duro retomar los límites. El miedo a mí mismo predominó prolongadamente, se reflejaba en otras cosas. Ahora ya soy más adulto y esperó no verme en ese estado desmedido de nuevo. No me arrepiento, un puñete en la cara te enseña que no eres de cristal, pero, por favor, nunca más.

Francisco Tafur

Hace unos días me tome unas cervezas en La Noche de Barranco y fue inevitable pensar en el viral momento en que insultaron, botaron e incluso le tiraron un vaso de vidrio a la congresista Patricia Chirinos, que tuvo que irse. Entiendo el desprecio, incluso los reclamos verbales que para mí ya son un poco pasados de la raya. Pero cuando hay tumulto es fácil ponerte violento y arremeter contra lo que sea. Puedo asegurar que la mitad de la gente que pifiaba no sabía ni quién era la señora. Veía el chop de cerveza y pensaba que si eso le cae en la cabeza a alguien le puede hacer daño severo. En fin, se comportaron casi al mismo nivel que la resistencia que tanto odiamos. Todos parecen estar esperando la más mínima chispa para encenderse. Todo esto sería evitable si se conociera la propia capacidad de violencia, hay mucha gente con miopía introspectiva. No me excluyo, pero ahora que he vuelto a entrenar deportes de contacto tengo la visión un poco más clara. En mi opinión debería ser materia escolar un arte marcial, dentro de educación física o algo por el estilo. 

Ya es hora de darnos cuenta de que cada uno se debe enfocar en lo suyo y no meterse con los demás. Dejar de alimentar las fobias por lo que no se entiende. De lo contrario el mundo solo va a ir cuesta abajo. He experimentado las dos caras de la moneda. El control y el descontrol. El primero es mucho más efectivo, pragmático y pacifico. El mundo está lleno de vocaciones, la mía probablemente sea escribir. Hay personas que nacieron para pelear y es ahí donde encuentran las ganas de vivir. Felizmente, en la actualidad, hay múltiples medios para seguir esa vocación sin hacerle daño a nadie, todo de manera deportiva. Es distinto un ojo morado en la calle que uno por hacer sparring. Tal vez, al final de todo, la paz está en el mismo espectro que la violencia y es fundamental explorarlo. Siempre es el último recurso, sólo para situaciones que no suelen ocurrir ni en una vida entera. 

[Migrante al paso] Niños saltando, riendo, todos maniacos alrededor de una cabeza de jabalí. Clavada en una estaca, ensangrentado, podrida, cada vez atrayendo más moscas. Ese libro fue el que me recibió al entrar al mundo de la lectura. Esos pequeños atrapados en una isla, sin rastro de autoridad, y su comportamiento, representaban a lo que sería un mundo sin estado o gobierno. A pesar de que se estableció uno con jerarquía de fuerza y locura.  Poniendo al pobre Piggy y Ralph como los outsiders y perseguidos en la etapa final, sin embargo, nunca enfocan la capacidad de rebeldía que se requiere para eso. Era parte del plan lector de primero de secundaria. Nunca me voy a olvidar, sin embargo, desde ese momento la interpretación del libro de William Golding ha ido mutando. Qué tan cercana es la organización de poder del libro al de la vida real, en teoría controlada y ordenada. Últimamente solo veo caos por todos lados. Tal vez más que de una lección se trataba de un reflejo. Entre el consenso en cuanto a la interpretación suele estar muy alejado de lo que la historia realmente significa. Es como una paradoja que pone al límite nuestro lenguaje y damos cuenta del límite de nuestro pensamiento actual. Algo así sucede con el mensaje de una ficción. En fin, en ese momento épico en que cerré el libro por última vez, hace muchos años, mi indagación por la rebeldía aumentó. 

El mito de Ícaro. Qué pasa si no te quieren decir que no vueles muy cerca al sol porque te vas a quemar, qué pasa si de verdad es vuela y anda cuesta arriba hasta que colapses. Hay muchos Ícaros en la historia y no todos son malos, diría que, al contrario. Sin embargo, el consenso es de fábula, te da la lección. No vueles alto. Me gusta más la otra. Vivir al límite hasta que tus alas se derritan. Un rebelde es el personaje mitológico, desafió el cielo hasta no poder más, sin seguir lo que decían las multitudes. Lo accidental, lo que se sale de la norma, lo que contrarresta a la hipótesis. Ahí se encuentra la verdadera disidencia, en no seguir a nadie. Desde ese punto de vista, una rebelión no está formada por rebeldes, son otros más del montón. Ahí nace mi creencia de que unos pocos pueden generar más cambio que masas de personas. Pero qué tanto se puede estirar este hilo antes de romperse. El extremo sería que el más rebelde es quien se retira de la sociedad y avanza por el exterior. De repente el rebelde pierde su esencia cuando tiene una causa. Si hay muchos en la misma corriente, tal vez algo estoy haciendo mal. Las tendencias te ciegan dando por seguro que te abren la mente. Son movimientos hipócritas. 

Jesús era un rebelde. Buda también. Sin embargo, probablemente sus seguidores no tanto. En Siddhartha de Hermann Hesse, quien luego llegaría a la iluminación, se negó a seguir los entrenamientos ascéticos, le dijo a Buda directamente que no lo iba a seguir, le costó separarse de su amigo, y se hundía en los lugares más oscuros de la humanidad. Qué sería de la literatura sin estos personajes contrariados. Qué aburrida la historia de alguien que sólo se deja llevar, como una piedra hundiéndose en el océano. Sin lucha ni conflicto; con un camino predeterminado, amargadamente aceptado. Prefiero tener una vida un poco más desadaptada, donde siempre está la duda sobre el límite moral. Este límite es tal vez el más grande que tiene la humanidad, si rompes una regla, sientes cómo la culpa te inunda y te trae abajo. Muchas veces innecesariamente. Porque no dar el 100 por ciento o más, quién dice que no se puede ir hasta el 120 o 150. Finalmente, quien puso las reglas acaso es un maestro divino que puede hechizar a todos dentro de un mismo flujo. Es imposible, pero la presión y el qué dirán pesan mucho en esta época. La gente tiene miedo de poner los pies sobre la mesa. Periodistas que le cedieron la tutela a su público, por todos lados. Abogados que defienden violadores porque es lo que dice la ley. El desfase está clarísimo.  La ley siempre avanza más lento. 

Todos tenemos una temporada nietzscheana, obsesionados con Así habló Zaratustra, por más de no entender casi nada. Me incluyo. Es prácticamente un manual para liberarte por completo de las ataduras mundanas basado en la no doctrina, sin embargo, si la sigues o siguen muchos, pierde su capacidad única y recae justamente en lo que niega en un inicio. Me pregunto si será posible vivir sin seguir nada, no lo creo, pero sí te puedes aproximar. No sé cómo, pero lo creo posible. Cuando estudié a los filósofos contractualistas, me preguntaba qué tan distanciado está el pacto social inicial al actual, y qué tanto se ha adaptado. En teoría, Hobbes, Rousseau, Locke y demás remontan el momento del contrato, bajo condiciones distintas, a las primeras interacciones humanas. Estado Natural le llaman, por supuesto son sacadas de la nada y muy generalizadas. Quién sabrá nuestro comportamiento natural antes de cederle parte nuestra a un estado, se lo inventaron por completo. Ya se notan las irregularidades entre la norma y lo que sucede en realidad. Toda la vida me he sentido rebelde, últimamente ya no lo sé. El concepto en sí en estos momentos me parece platónico. Inalcanzable. Pero nos encanta vivir así, por lo menos a algunos. Se vienen tiempos hostiles, pero retadores y posiblemente fructíferos. Cuándo se romperá el hilo que nosotros los supuestos rebeldes queremos romper.  

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[Migrante al paso] Casi tres años. Regresos esporádicos, navidad y esas cosas. Salvo uno que otro capricho necesario. Los aviones y trenes ya no me causan sorpresa. El goce sícontinúa. La belleza peculiar de las nubes probablemente jamás deje de encantarme, en el sentido literario. Al verlo sientes una quimera emocional entre lo diminuto del individuo y lo infinito de la humanidad. Eres un insecto en mitad del cielo, el progreso te permite volar. He sido mucho tiempo un extranjero, explorando tierras y lenguas desconocidas, planeo serlo con mayor frecuencia. Existe una connotación negativa de lo foráneo, tal vez es así en mi caso debido a ser de una nación producto de la colonización. Ahora mi asociación ha dado un vuelco. Hay algo placentero en implantarte en terreno desconocido. Como un espantapájaros en un campo de maíz. Cada cierto tiempo te encuentras a personas espantapájaros y no como algo malo. Nadie te conoce y no conoces a nadie. Tu propio ser es el único referente de identidad.

Es fácil sentirse ganador arrimándote al equipo campeón. Pero este mundo no está hecho de clubes de fútbol. En el primer recorrido de una calle sólo puedes arrimarte hacia adentro, es lógicamente imposible, pero me gusta. Después de todo, en ese momento, tus pensamientos son lo único que conoces. En tu mente tienes que sentir confianza maradoniana y la calma para sentirte natural del lugar, por más que no sepas ni que hay más allá de la esquina. Por ahí camina un espantapájaros que no quiere camuflarse, orgulloso de ser ciudadano de la nada. Todo te agarra por sorpresa; están todas las señales, solo tienes que saltar donde va a caer el rayo. Nosotros, hombres de paja, estamos hechos de material sensible. Sientes que te prendes en llamas. Todos los sentidos se encienden. Caminas con el ritmo del beat de cada estimulo. Electrizante. Todas las neuronas del sistema nervioso fluyendo a gran velocidad. Pura sinapsis.

Amsterdam. Sin año. Saliendo de un coffee shop, preparado para un paseo inmersivo entre canales y calles angostas. Cuidado con las bicicletas. Después que casi me atropellen, paré en una bodega, agitando mi casaca negra, eufórico y con audífonos. La chica tatuada me dijo: buen estilo, mientras me daba la bolsa. Ya tenía a mis acompañantes más leales, cigarros y coca cola. Un par de sonrisas y un rostro más que nunca más veré. Metro a metro la ciudad se apagó. Ya era de madrugada, pero estaba en una de mis noches de insomnio, una de las buenas. Los locales cerrados. Me senté al borde de un canal y uní la silueta del espantapájaros al reflejo de los pequeños edificios antiguos, esta vez con el pelo largo y alborotado. No tienes por qué voltear. Nadie te llama.

¡Ves esta rama rota!, me dice Jack emocionado, tratando de explicarme que por ahí había pasado un conejo. Un viejo que vive tranquilo, sólo le gusta el golf y caminar por el bosque. Tenía la paciencia en sus venas. Me quedaba en su casa, con su esposa y otro chico noruego. 2 meses en Kelowna. Un pueblo remoto en mitad de los bosques canadienses. ¿Qué hacía ahí a los 17?, pregúntenle a mi madre. Y no se preocupen, no tienen por qué saber que es Kelowna, no la conocen ni sus pobladores.

Esta vez ahí estaba el espantapájaros, supuestamente debería ser estático, pero andaba por ahí caminando entre robles, pinos y algo inesperado. Supuestamente debía ir a un instituto escolar. En una de las aburridas sesiones de golf, le propuse al viejo Jack limpiar el segundo piso de la casa a cambio de que me den la libertad de hacer lo que me la gana. Su bigote blanco parecía que se le iba a salir de la risa. Finalmente, aceptó. Es así como me vi envuelto en sus excursiones boscosas. Esas sí eran divertidas. Era un gran maestro, con una familia excelente, sabio, progresista para su edad, pero había un problema. En cuestión a excursiones era el peor. Yo le ponía toda mi confianza, pero a 30 metros, un oso marrón caminaba campante. Congelado es poco comparado a como estaba. Soy un chico Discovery Chanel, sabía que si estábamos en su territorio era mejor rendirse ante la muerte. Estaba entre escaparme o ahorcar al anciano. Fue aterrador y majestuoso, estábamos en manos de la naturaleza al cien por ciento. Conejo, me dijo, casi hace que nos mate un oso. Pobre espantapájaros.

Ya en mi ciudad, yendo a visitar mis amigos, no recuerdo el camino. Solo llegué a sus casas por instinto. Como si hubiera perdido la capacidad de pertenecer. Así estuve las primeras semanas. Ya no recordaba las calles ni las personas de siempre. Un extranjero en su propia ciudad. Poco a poco las estacas de madera se transformaban en una estructura ósea y mi interior hecho de paja se convertía en carne y órganos. El espantapájaros se transformó en humano nuevamente. Otra vez uno más del montón, no sabía cómo comportarme. Desconocía en qué trinchera acurrucarme. Sin poder distinguir si era la soledad de siempre o mi propia transformación me obligaba a estar solo. Tal vez todos los viajeros somos huérfanos de nación y territorio. Pero no es así, quiero demasiado a mi país cayéndose a pedazos. Cuando pasas mucho tiempo apreciando el exterior te olvidas de que en algún momento tienes que quererte nuevamente. Al final todos mueren solos, pero prefiero enfocarme en la vida. Recién hace unos días, mientras escribía lo recordé. Quiero vivir acompañado, rodeado de gente que quiero y admiro, no abandonado por mi propio idealismo. Quiero vivir libre como un espantapájaros ambulante, pero la libertad es poderosa y solo quiero encontrar la manera de que ésta no excluya el vivir rodeado de otras personas. A pesar de todo, vuelvo a partir en un mes y esta vez quiero que mi regreso sea acogedor sin sentirme rechazado.

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[Migrante al paso] A tres cuadras de mi casa de siempre, entre cuatro paredes aún desconocidas. Me acechan fantasmas, problemas muertos que pensé que ya había dejado atrás. La última vez que me mudé fue a otro país, donde no tenía amigos y los desconocidos no me daban refugio. Quería escapar, volar de mi ciudad y analizarme desde mi propia soledad. Me di cuenta tarde que eso no es posible, por lo menos para mí. Todavía soy un niño, que en este cuerpo de adulto no se puede cuidar ni a sí mismo. Ese lugar que ni después de años pude llamar hogar, viene por mí. Me quiere cazar como a un conejo indefenso. Es verdad que ni en todos los libros y carreras truncadas aprendí tanto como en esa aventura. Gané herramientas, pero ahora dudo que sean las suficientes. Quiero conquistar el mundo, pero no puedo poner mi bandera ni en un pequeño departamento.   Las lágrimas que dejé estampadas en aquel país me acompañan, aunque no las desee. Aun no comprendo como convertirlas en aliadas. Felizmente, el niño encarcelado en este hombre alto y grande sigue siendo engreído. Lo quiere todo y no está acostumbrado a perder. Cuando mi mente se desbalancea, eventualmente saca las garras y colmillos para defender a este gigante descuidado. 

Ahora desde mi ventana veo los árboles viejos que resguardan Pedro de Osma, los mismos que me recibían al regresar del colegio para almorzar junto a mis perros. Estos guardianes de madera viva son sólo espectadores de un molde que no aguanta mis emociones desbordadas. En esta carrera interna siempre quiero que le gane el niño valiente al adulto melancólico. Me acostumbré a superar así mis problemas con el efecto secundario de no conocer el espacio entre los dos, finalmente somos el mismo. Diez años que parecen meses. Siempre con música en los oídos, siempre con libros como barrera, siempre poniendo a los demás sobre mí mismo, ya estoy cansado. Solo es un pequeño paso que tengo que dar, uno que llevo mi vida entera sin dar. Tal vez no quiero aceptar que mis caprichos eran incorrectos. En lo más profundo no sé aceptar una derrota, pero es necesario poder hacerlo, de lo contrario el peso va a ser demasiado. Esta vez quiero que mis paredes sean amigables y pueda protegerme en ellas. 

Francisco Tafur

Fui a comer en la semana con mi tío. Entre carnes que ambos disfrutamos, le decía que sentía que no podía levantarme de mi cama. Que todo el día parecía de noche. Me engañaba a mí mismo haciéndome el fuerte, tontamente, porque la sabiduría con la que estaba conversando me comía de pies a cabeza. Me dijo que fui bendecido con una inteligencia que no escogí y que no tenía por qué deprimirme, después de todo, la vida es mucho más simple de lo que parece y somos nosotros los que la volvemos complicada. No sé si percibieron mi debilidad, pero sin querer, él y su pareja, a quien considero un amigo, me dieron las palabras que necesitaba en ese momento. Pude reírme a carcajadas, unas que llevaba días sin escuchar. No lo veía hace mucho, pero es de esas personas que pueden pasar años y cuando nos veamos la relación se va a mantener igual. Había envejecido ligeramente, siempre fiel a su buen estilo y con la cabeza en alto. Sus ojos mantienen el fuego para quemar el mundo, esa llama que admiraba de niño y lo sigo haciendo.  Me dieron a entender que yo también la poseo, pero no existe fuego sin oxígeno. Si no me permito estos espacios y analizar mis sentimientos eventualmente me voy a apagar. No tiene nada de malo sentirse mal y no hay nada bueno en aparentar estar bien siempre.  Después de tres horas y abrazos de despedida, me subí a mi carro y manejé rockeando por el camino. Resulta que mi estilo descuidado también es único y alto. Después de mucho tiempo el pequeño y el grande se dieron la mano y conversaron: juntos vamos a salir de ésta nos dijimos. 

Las paredes que se estaban llenando de espinas nuevamente se alisaron. Recuperé el pulso y el hambre de más. Quiero viajar de nuevo y comerme el planeta entero. Morder del cuello a todo lo que me acecha para hacerlo mío. Digerirlo. No es un impulso frenético como me ocurre normalmente, ahora tengo que mantener la calma cuesta arriba. Sin correr, la prisa es mi enemiga y el apuro me abruma. Llegó el momento de dar ese pequeño paso. Solo tengo que poner algunos asuntos en orden antes de lanzarme al océano de oportunidades. Calmado para no ahogarme. Es hora de motivar la furia que requiero para vivir sin temblar. En estos momentos que la realidad en el mundo parece distorsionada tengo que poder sonreír mientras camino por sus callejones. Mi deseo egoísta por un mundo donde todos puedan comer hasta llenarse, solo es posible si yo también estoy dentro. Después de todo, eso soy: un soñador. Puedo vivir debajo de un puente y alimentarme de alimañas, pero no puedo vivir sin sueños. Tal vez por eso me encanta dormir, quién sabe. 

No pretendo secar mis lágrimas, no soy un muerto viviente. No planeo borrar mis errores, después de todo son parte de mí. He sido herido y también he hecho daño. Sería un cobarde si no lo acepto. Le pido perdón a quienes lastimé, pero no crean ni por un momento que los perdones que no di me van a detener. Voy a avanzar, aunque eso implique arrastrarme. Tengo dos piernas fuertes para hacerlo. Caminaré, sin despedirme de nadie y sin parar. Ya logré que el pequeño y el gigante se den la mano una vez y planeo que lo vuelvan a hacer muchas veces más. Este es mi camino y no necesito el permiso de nadie para dar pasos por mi sendero. Es una nueva etapa. La única promesa que tengo es hacer de este nuevo hogar una cuna de nuevas ideas y no una cámara de torturas.  

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