[Migrante al paso] ¿Alguna vez viste el color de la felicidad?
Enredaderas entre mis pestañas. Buganvillias brillantes al sol. Pequeños pasos y jadeos sonando en las escaleras. Cuadros me rodean, ahora que no hay televisor, se aprecian más. 55 kilos de energía canina me despiertan entre lamidas y rascadas. Una vez que se echa encima ya sólo queda despertarse. La señora Elena solía subirme leche chocolatada caliente y panes con huevo. 10 de la mañana, el momento mágico. Bajar las escaleras se hace pesado. Agua a la cara. Una sentada relajada al medio del sofá que da al jardín de piedras. Mete gol gana y mundialitos llenan la imagen de sombras sonrientes. Muchos perros desde tiempos inmemoriales se encargaron de que un buen pasto jamás creciera. Entre las macetas que han crecido de las cenizas de esos cuadrúpedos y el ambiente donde demasiado ha sucedido. Pollos a la brasa en exceso. Siempre en compañía. Todos los que se divirtieron acá se difuminan con el viento. Sol y frío. Después de limpiar mis lentes logré verlo tenuemente. El color de mi ánima, mi espíritu, corazón y psique. El de la felicidad y mucho más. Cada idea dándole pinceladas finas y vaporosas.
Mis emociones jugando a las escondidas rondaban por ahí. De las flores que brotaban de las enredaderas, millones de recuerdos asomaban la cabeza.
A la vista.
Atisbos de una existencia después de la muerte, donde todas mis mascotas. que estuvieron esperando mi llegada, corren directo hacia mí en un descampado. Algo así de cálido. Mis pensamientos estaban pintando y ese cuadro era un retrato de mí. Mi amabilidad, insolencia, cortesía y compleja bondad. Hoy día pienso bien de mí. No quiero volverme un viejo amargado. Poder entrar en un conflicto y reírme de la rabia de los demás. Burlón, cachoso y si me odian, bienvenidos sean. Jamás escribiré para complacer a seguidores o gente que quiera que diga lo que ellos favorecen. Que me consideren un payaso, no me importa.
Ahora que me quedo unos días donde mis padres, y mi hermano viene de visita, no hay espacio para política, defensa de la democracia. Qué aburrido. Mi único sueño es que todos puedan comer y tener las mismas oportunidades, pero creo que no es posible con las aproximaciones actuales. Frente a la gente que atesoro, esos conceptos no son más que nimiedades. Incluso pachotadas hipócritas que la gente está obsesionada con controlar. Definitivamente en esos temas no está la belleza ni el goce de vivir. Pienso en el capítulo de las moscas en Así Hablo Zaratustra. Me presto a que me malinterpreten, háganlo.
—Mamá, siempre pensé que los raros eran las otras familias, pero ahora me doy cuenta de que los raros somos nosotros— recuerdo que se lo dije cuando era niño mientras comíamos en la misma cocina de siempre.
—Prefiero viajar a comprarme un carrazo.
—Aún te falta toda la vida y si no haces nada, no pasa nada tampoco.
—Si no te has dado cuenta de que eras un huevón, es que todavía lo eres.
—La vida es como un juego de RPG, tienes que ir subiendo skills.
—Gordo, ya despierta oye, son las 12.
—Viajar es como leerte 15 libros.
Este tipo de frases se escuchaban entre los pasadizos y cuartos de la casa y hasta ahora rondan en mi cabeza. En mi casa se trató a nuestros amigos como familia. Desde donde escribo se vivió de todo. Inicialmente, cuarto de juegos. Cuarto de ping pong, taller de arte de mi hermano, juergas adolescentes, risas, peleas. De todo.
De niños las pijamadas eran brutales, 6 o 7 pequeños enviciados en algún videojuego, incontables pichangas callejeras, en ese momento no había carros en la cuadra. Y por supuesto, nuestra versión de cucurucho, el cucurucho de la muerte. Cuarto cerrado, todo oscuro, uno con el cubrecama tapándolo hasta los pies, los otros con almohadas de ataque. Si estaban a punto de atraparte reventábamos entre todos al pobre que era el cucurucho en ese momento. Me sorprende que nadie haya salido noqueado, un buen almohadazo se siente como una piedra. Se prendía la luz de pronto y mi madre asomaba la cabeza molesta por el ruido. Uno trepado encima del televisor, otro escondido en el closet, otros cubriéndose, pero siempre uno tirado en el piso todo cubierto y golpeado. Era para matarse de risa. Los fantasmas de nuestro grupo, que se sigue manteniendo unido, corretean por ahí. Es mágico en realidad, poder mantener amigos desde la infancia.
Estoy a unos días de volver a viajar y cada vez se siente extraño, da un poco de ansiedad que te hace pensar, erróneamente, que lo que dejas atrás desaparece y no hay dónde volver. Igualmente, la emoción de una nueva aventura te hace pensar, erróneamente, que tus problemas también se van a quedar atrás. Es mentira, esa maleta siempre está incluida en el vuelo. No como algo malo, estando solo, viendo paisajes, conociendo historias, idiomas y costumbres, trabajas con todo lo que cargas y suele terminar bien. Con un progreso personal y algún nuevo proyecto en mente. Me gusta pasar siempre los últimos días en la ciudad viendo amigos y comiendo con mi familia. Lo veo como recargar energías para poder desconectarme un rato. Igual, en esta época le puedo ver la cara a cualquier persona que quiera con un botón de mi celular y eso es de mi agrado. En la actualidad soy un aventurero, pero tal vez, antiguamente no hubiera podido. Tal vez, o hubiera podido treparme a un barco para darle la vuelta al mundo o caminar para encontrar nuevas rutas, antes no se viajaba con seguro ni comunicación. Me despido temporalmente de mi lugar para expandir mi propio mundo. Regresaré, y siempre con algo nuevo que contar.