Preservación cultural

[EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS] Apenas ayer, la reconocida intelectual Irma del Águila, a través de su columna dominical, nos dio una buena nueva:  la película peruana KINRA había ganado el Astor Piazzolla de Oro en el festival de cine de Mar de Plata, evento muy prestigioso a nivel internacional.  Para la académica, el galardón obtenido por la ópera prima del director Marco Panatonic -de guion en quechua- no solo contradice los malos augurios del congresista Alejandro Cavero, quien ha señalado que el cine peruano es de baja calidad e interés, sino que pone sobre el tapete el controversial proyecto de su colega Adriana Tudela quien viene promoviendo en el Congreso Nacional, un proyecto cuya intención es disminuir drásticamente el apoyo del Estado al cine nacional.

El trasfondo de esta circunstancia es una guerra ideológica, la misma que se viene librando en el mundo, pero en su versión nacional. Vivimos una edad centrífuga, tanto a la derecha, ultraconservadora y adversa al diálogo democrático, como a la izquierda, desde su postura progresista radical, como marxista extremista. En este caso en particular, la que se ha expresado es la derecha peruana, o ultraderecha para ser más precisos, porque por derecha sigo evocando un sector liberal en lo económico y en lo político, lo que implica también la defensa de los derechos fundamentales, si acaso esa tendencia aún es representada por alguien en el Perú.

¿Qué hay detrás de Kinra?

Detrás de la cinta Kinra se discute un modelo de sociedad, o un modelo de inclusión democrática, de acuerdo como los describe Norbert Bilbeny en su texto Modelos de Inclusión Democrática (2002). En este artículo, Bilbeny propone cuatro modelos de inclusión democrática que van desde la segregación, que felizmente casi ya no existe, la agregación, en donde una sociedad puede admitir diversas culturas, pero otorgándoles concesiones a cada una en la legislación para que, en mayor o menor medida, se mantengan separadas; la asimilación, que es monocultural, pues la cultura dominante y sus leyes deben ser acatadas e incorporadas por grupos que eventualmente proceden de otros acervos culturales y, finalmente, la integración, en la que se busca que los diferentes componentes culturales de una sociedad dialoguen entre sí y compartan sus características. Este modelo parece más adecuado, aunque es cierto que con él se pueden perder valores autóctonos sacrificados en pro de una convivencia común.

La praxis supera siempre los esquemas a los que queremos reducir la realidad. Por ello, los cuatro modelos de inclusión democrática antes descritos difícilmente se presentan en estado puro. Lo que suele ofrecer la realidad es combinaciones entre estos. Por otro lado, es preciso también señalar que cada país presenta una realidad distinta por lo que la mejor política a aplicar depende de la sociedad que es objeto de estudio.

Según datos proporcionados por el diario El Peruano en 2021, 4´380,088 de peruanos, el 16.3 % de la población, tiene como lengua materna una originaria, es decir, distinta al español. Asimismo, en el Perú se habla más de 80 lenguas originarias, todas ellas vinculadas a culturas y tradiciones ancestrales. Si le damos al tema una mirada histórica, lo que debería sorprender no es que más de 3 de cada 20 peruanos tenga como materna a una lengua originaria, sino, al contrario, que solo queden 16.3 % de peruanos en dicha condición.

Me explico, hace solo cinco o seis décadas la mayoría de los peruanos hablaba lenguas originarias, en nuestra región andina se hablaba el quechua o el aimara. Eventualmente sus ciudades más importantes eran apenas bilingües y allí pararíamos de contar. Otro tanto, las etnias rurales de la Amazonía. Entonces, a lo que realmente asistimos es a un proceso sistemático de disminución de hablantes de lenguas originarias lo que evidencia el abandono del mundo rural por parte del Estado, no solo en lo que se refiere a los servicios básicos que debe brindar, sino a políticas culturales que promuevan, en tanto que patrimonio inmemorial, la conservación de nuestras lenguas originarias.

Una política en sentido inverso de su conservación solo puede catalogarse de segregacionista, cuando no de asimilacionista. El primer caso es inaceptable per se, el segundo lo es en un país como el nuestro, cuya historia nos habla de pueblos aborígenes sometidos al dominio español en el siglo XVI y que, hasta hoy, mantienen vigentes sus lenguas originarias, prácticamente sin apoyo del Estado.

Es verdad que el proceso de migración masiva de la segunda mitad del siglo XX contribuyó, mucho, y de manera espontánea, a la expansión del español por todo el país. El migrante comprendió que, en un país en cuyas ciudades costeras predominaba la lengua española, y que lo hacía desde una abierta postura de discriminación hacia el otro, aprender la lengua local constituía un mecanismo básico de adaptación y de supervivencia. Por eso no les trasmitió a sus hijos sus lenguas originarias y por ello estas se fueron perdiendo.

Pero estamos en 2023, ya hay políticas estatales -aunque insuficientes- de conservación y difusión de las lenguas originarias, inclusive en la escuela y en algunos organismos públicos. De hecho, la constitución de 1993 establece en su título acerca de los derechos fundamentales, en su artículo 19, lo siguiente:

Toda persona tiene derecho:

A su identidad étnica y cultural. El Estado reconoce y protege la pluralidad étnica y cultural de La Nación. Todo peruano tiene derecho a usar su propio idioma ante cualquier autoridad mediante un intérprete.

Asimismo, de acuerdo con el título acerca de los derechos sociales y económicos de todo peruano, el artículo 17 sostiene que El Estado (…) fomenta la educación bilingüe e intercultural, según las características de cada zona. Preserva las diversas manifestaciones culturales y lingüísticas del país. Promueve la integración nacional.

Es una pena pues (aunque democráticamente estén en su derecho. Con perdones, pero jamás abdicaré en mi defensa de la libertad de opinión y, en general, de todos los derechos fundamentales que derechas e izquierdas están tan dados a vulnerar en estos tiempos) que, a estas alturas del Bicentenario de la Independencia, algunos congresistas parezcan desconocer no solo lo más fundamental de nuestro texto constitucional, sino lo más fundamental de aquello en lo que consiste la nacionalidad peruana, si acaso existe, pluricultural a más no poder, inclusive desde antes de que a Francisco Pizarro se le ocurriese desembarcar en estas tierras.

Bien con Kinra, bien por un triunfo que es del quechua no en oposición al español -cuidado con los maniqueísmos- sino en su lucha por obtener un lugar junto al español, tanto en el nivel del habla y de la enseñanza, como en el de culturas que hace mucho deberíamos compartir y dialogar en el espacio armónico de una nación consciente de su historia, y, por lo tanto, de sí misma.

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Inclusión democrática, KINRA, Lenguas originarias, Preservación cultural
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