Inca Garcilaso de la Vega

La obra narrativa de Eduardo González Viaña (1941) tiene uno de sus ejes en la representación de personajes populares. Dos de sus títulos más conocidos son Don Tuno, el señor de los cuerpos astrales (2009), extensa y mágica conversación con el chamán Eduardo Calderón Palomino, y Habla, Sampedro (1979), libros que plantean, por su talante testimonial, una aproximación a la antropología. En la misma vertiente, impregnada de fe popular y pensamiento prodigioso, está la novela Sarita Colonia viene volando (1990); en tanto, Los sueños de América (2000) y El corrido de Dante (2006) se cuentan ya entre los   clásicos de la literatura de/sobre inmigrantes a los Estados Unidos.

No son estos los únicos ámbitos en los que González Viaña ha desplegado sus artes de narrador. En su producción literaria hay varias novelas de corte historiográfico. Mencionaré entre ellas Vallejo en los infiernos (2007), exploración de uno de los episodios más dolorosos de la vida de César Vallejo: su injusto encarcelamiento; El largo camino de Castilla (2020), esbozo épico de la vida de Ramón Castilla, primer presidente peruano de prosapia aimara y este año apareció ¡Kutimuy Garcilaso! (¡Regresa, Garcilaso!), un retrato histórico con resortes imaginarios del Inca Garcilaso de la Vega del que me ocuparé en las líneas que siguen.

 No es la primera vez que la figura del Inca Garcilaso es tematizada en la ficción o en sus bordes. El crítico Enrique Cortez señala algunos antecedentes importantes: “Retrato de Garcilaso” (1958), de Luis Loayza; Diario del Inca Garcilaso (1562-1616), de Francisco Carrillo y la novela Podres secretos, de Miguel Gutiérrez, ambos títulos aparecidos en 1996. A este corpus breve, sumaría ahora el poema que Tulio Mora le dedica al Inca en su Cementerio general, cuyos versos finales cito aquí: “Ya han traspuesto el cerco del olvido / los que escombraron en mi alma, mientras mi libro / es el poema que reta transparente / las miserias del tiempo y sus cronistas, / la belleza que derrota a la verdad. / otros hombres lo devoran en sus noches preocupadas / y lo citan cuando suben al cadalso. / Y es el sueño que aún espanta a los gobiernos”. 

La novela de González Viaña tiene desde ya un reto difícil, habida cuenta de los vacíos que rodean la biografía de Garcilaso. La ficción autoriza, no sin riesgo, que esos vacíos sean llenados con licencias de la imaginación, siempre que no se afecte la coherencia de la narración ni la integridad del personaje. González Viaña cumple cabalmente, creo, con esa licencia. La escena inicial da a entender que la “Historia” será convertida en metáfora y, por tanto, su caudal simbólico será mucho mayor. Las líneas iniciales son, en ese sentido, claves: “Había una luna grande posada en el centro del cielo, pero esas lunas llaman a la tormenta, y, debido a eso, el barco se estaba hundiendo. Quizá no iba a encontrar fondo alguno porque, a veces, el océano no lo tiene. Desde la proa, Garcilaso asomó el rostro y se dijo asustado que el mar es lo único que existe dentro y fuera del universo cuando uno se va de su tierra para siempre” (p.31).

El inicio de la narración se centra en un momento clave de la vida de Garcilaso: su travesía hacia España, donde intentará hacer valer la condición nobiliaria que le correspondía, cosa que por cierto no lograría. Sin saberlo acaso, Garcilaso (Gómez Suárez de Figueroa hasta su rebautizo) ya representaba la figura del indiano, la misma que Alejo Carpentier escenificó en toda su complejidad cultural y llevó a un punto climático en su breve y magnífica nouvelle titulada Concierto barroco (1974). El retrato de la infancia de Garcilaso que ensaya González Viaña no está exento de encantamiento: la relación con su caballo, Salinillas, atento a las frases leídas por su amo. El final cierra el viaje vital y simbólico del personaje, con un coro de sabor alegórico: “Y fue entonces cuando tomó forma aquel murmullo bajito hasta crecer y hacerse un coro inmenso de voces que resonó con los apus: ¡Kutimuy Garcilaso! ¡Padre nuestro regresa! / Pajarinmi ripuchkani / Perlaschallay / Tutatutamanta / Perlaschallay / Pajarinmi ripuchkani / Perlaschallay / Tutatutamanta / Perlaschallay” (p.380).

La capa de datos históricos va complementándose con la imaginación. La infancia de Garcilaso, la relación con su madre, el matrimonio con su padre, el viaje a España, son hechos conocidos y documentados con cierto grado de certeza. Pero no es ahí donde la ficción juega sus cartas sino, por mencionar un ejemplo, en una escena en la que Garcilaso conversa con su padre difunto y con su caballo Salinillas. La imaginación y la invención dialogan, pues, con la historia. Y no se trata de ningún pecado: la canción que cita el final corresponde a un huayno ayacuchano anónimo, grabado por primera vez en 1930: “Adiós pueblo de Ayacucho”. Viaje de siglos en la siempre escurridiza y problemática pregunta por la identidad peruana, una de cuyas posibles respuestas está en la figura del propio Garcilaso, qué duda cabe, un fantasma de nuestros días. 

Eduardo González Viaña. ¡Kutimuy, Garcilaso! Lima: Fondo Editorial de la Universidad César Vallejo, 2021.

Kutimuy,  Garcilaso

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Alonso Rabí Do Carmo es profesor ordinario de la Universidad de Lima, donde imparte cursos de Lengua, Literatura y Periodismo. Estudió Literatura en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y obtuvo el Doctorado en Literatura Latinoamericana por la Universidad de Colorado. Ejerce el periodismo desde 1989.

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La última entrega del prolífico narrador Eduardo González Viaña está construida entre la ficción y la historia de un personaje sumamente importante para nosotros los peruanos, sobre todo en este contexto que vivimos, nuestro Bicentenario de la Independencia y la fundación de la república. En esta ocasión, la novela se centra en la gran figura del primer mestizo, el Inca Garcilaso de la Vega.

Mencionar lo que representa el Inca es afirmar nuestra condición de mestizos y migrantes, una situación que a él le pudo traer muchos problemas en la época en que vivió, pero por el gran apoyo y sabiduría de su madre incaica y una herencia monetaria que le deja su padre español, opta por dejar Cuzco e irse a buscar su futuro en el Viejo Mundo como se lo había dispuesto su padre.

Kutimuy, Garcilaso es la obra donde González Viaña (el gran novelista de la migración latina a los EEUU) plasma la vida del Inca, usando magistralmente una voz narrativa en tercera persona. El relato empieza in medias res…. para girar hacia la posible tragedia en medio de una tormenta cerca de Lisboa, lo que le permite al personaje evocar su pasado inca, la grandeza de su señorío, su propia niñez cuzqueña cuando era llamado Gomes Suárez de Figueroa. Al no ser una narración lineal, la novela utiliza giros en el tiempo para enaltecer la niñez del Inca y darnos un bagaje entre ficticio e histórico de lo que fue “el ombligo del mundo” en esos días. Asimismo, el relato narra las aventuras, anécdotas, reflexiones y travesías que le acontecen al Inca en su trayectoria hacia el Viejo Mundo y durante su larga estancia en España (56 años, la mayor parte de su vida) desde 1560.

El discurso entonces se configura a través de un lenguaje común, regional y actual, pero echando mano de fragmentos de los Comentarios reales del propio Inca Garcilaso de la Vega, de concilios y de documentos de archivo para abrir un diálogo con estos textos y afinar la verosimilitud del relato. Asimismo, notamos la presencia del quechua en ciertos términos y apelativos, pero también en cantos que se producen en fiestas como la del Taqui Onqoy en la década de 1560. El Inca Garcilaso recuerda su pasado constantemente porque esas imágenes siempre son duraderas, sobre todo si están ligadas a alguna historia de amor. Las descripciones son totalmente puntuales y en detalle, lo que permite al lector transportarse a nuestra sierra peruana, al Océano Pacífico y el Atlántico y también al Viejo Continente.

La relación de Garcilaso con su padre al principio de la novela es fundamental para entender por qué el Inca va a España, pero también para mostrar la relación y una situación tan compleja. Esa relación genera en Garcilaso una gran fortaleza y le brinda profundidad a su propia condición de mestizo, ya que además de ser letrado, también frecuenta ámbitos y acciones propias de los colonos, pero siempre arraigándose a sus raíces incas. Por ejemplo, Garcilaso aprende a montar a caballo desde muy joven y es por medio de la compañía de “Salinillas”, su rocín, que Garcilaso empieza a dar vislumbres de una personalidad imbricada entre la inca y la española, ya que llega a preguntarse si el caballo tenía alma. Es realmente un acierto configurar a nuestro Inca tan humano, tan pegado a sus raíces y tan tenaz en sus determinaciones.

Kutimuy, Garcilaso nos brinda una visión esperanzadora de nuestro país a través de la imaginación del pasado, al marcar un regreso al mestizaje, a Garcilaso propiamente tal. Volver a una nación que, aunque fragmentada, está viva en un mejor ambiente de confraternidad para así crecer como comunidad y celebrar un Bicentenario donde todos nuestros valores y nuestras raíces indígenas sean nuevamente evaluados bajo una luz más fresca y democrática.

Kutimuy, Garcilaso es un viaje y un regreso, pero no al Tahuantinsuyo, aunque sí al legado de nuestra más grande e importante figura literaria, el primer mestizo de nuestro suelo y el primero en ir a reclamar y a dejar muy en alto el nombre de lo que ahora conocemos como nuestro Perú. Y todo contado con una prosa deliciosa que captura de arranque al lector.

Vale la pena leer esta novela, ya en las prensas del Fondo Editorial de la Universidad César Vallejo. Y que regrese Garcilaso, que buena falta nos hace.

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