[La Tana Zurda]  En el marco del III Encuentro Internacional Vallejiano “Espergesia 2025”, organizado por la Universidad César Vallejo en su campus de Trujillo el pasado 14 de abril, el Dr. Luis Abanto Rojas, un destacado docente e investigador peruano radicado en Canadá, presentó una ponencia (difundida paralelamente por redes sociales) que ha generado gran interés en el ámbito académico y cultural. Abanto Rojas, actual director del Departamento de Lenguas y Literaturas Modernas en la Universidad de Ottawa, destaca por su impulso a las humanidades digitales y su apuesta por renovar los enfoques pedagógicos en la educación universitaria. En su conferencia titulada “César Vallejo: humanidades digitales y nuevos modelos de construcción del conocimiento en la educación superior” propuso un enfoque innovador para revitalizar la enseñanza de la obra del autor de Hacia el reino de los Sciris, integrando herramientas digitales y un modelo participativo que busca empoderar a los estudiantes como creadores de conocimiento. Su propuesta, que combina tecnología y pedagogía crítica, resulta especialmente pertinente para repensar el legado de Vallejo en el siglo XXI.

Abanto Rojas comenzó su exposición revisando la presencia del poeta peruano en los programas universitarios de Canadá y Estados Unidos antes de la era digital. Según el académico, la obra del autor de Los heraldos negros ha sido incorporada en antologías y manuales ampliamente utilizados en cursos de pregrado, como Literatura de la América hispánica: antología e historia (1971) de Frederick Sparks Stimson y Voces de Hispanoamérica (1988) de Raquel Chang-Rodríguez y Malva E. Filer. Sin embargo, el profesor señaló que estas selecciones, que incluyen poemas emblemáticos como los de Trilce o “Piedra negra sobre una piedra blanca”, reflejan un proceso de canonización mediado por la industria editorial y las universidades norteamericanas, que a menudo priorizan perspectivas eurocéntricas e históricas, dejando de lado enfoques más críticos y descolonizadores.

El Dr. Abanto Rojas destacó cómo las editoriales comerciales, como Harper & Row, Wiley y Cengage, han jugado un rol crucial en la estandarización de contenidos literarios. Estas empresas no solo han definido qué poemas de Vallejo se estudian, sino que también han funcionalizado su obra, utilizándola como herramienta para enseñar gramática o vocabulario en manuales de español como lengua extranjera, en lugar de profundizar en su potencial crítico y transformador. “Lo que me ha llamado la atención en mis años de docencia es que un currículo universitario sea dictado por una industria externa a la academia”, afirmó el profesor, subrayando cómo estas antologías refuerzan jerarquías estéticas y políticas que marginan voces indígenas, afrodescendientes o disidentes.

La pandemia de 2020, según Abanto Rojas, evidenció las limitaciones de esta dependencia editorial. La imposibilidad de acceder a libros físicos y la transición al entorno virtual obligaron a los docentes a replantear sus prácticas pedagógicas. Fue entonces cuando el académico comenzó a cuestionar la autoridad de los manuales: “¿Por qué les concedemos legitimidad para estructurar un plan curricular?”, se preguntó. Este momento de crisis llevó a Abanto Rojas y a otros docentes a transformar su rol, pasando de ser transmisores de conocimiento a convertirse en curadores e investigadores pedagógicos que generan materiales propios y situados, utilizando recursos digitales abiertos.

La propuesta más innovadora de Abanto Rojas radica en el uso de las humanidades digitales para revitalizar el estudio de Vallejo. Inspirado por el concepto de “cultura participativa” del estudioso estadounidense Henry Jenkins, el académico peruano aboga por un modelo educativo donde los estudiantes no solo consuman conocimiento, sino que lo produzcan y lo compartan. En lugar de exámenes finales tradicionales, que fomentan la memorización a corto plazo, propone que los estudiantes participen en proyectos colectivos con impacto real, como la creación de un archivo digital de la obra de Vallejo en plataformas como Omeka. Este enfoque, que redefine el aula como un “laboratorio cívico”, busca empoderar a los estudiantes como agentes activos de interpretación y difusión cultural, promoviendo una pedagogía crítica y socialmente comprometida.

Durante su conferencia, Abanto Rojas también compartió cómo implementó estos cambios en su propia práctica docente. Entre las estrategias adoptadas están la desvinculación del manual único, el uso de herramientas tecnológicas como H5P y Google Docs, y la creación de comunidades de práctica donde los estudiantes colaboran en proyectos significativos. Este viraje metodológico, enfatizó, no busca eliminar los libros de texto, sino descentralizarlos como la única fuente de conocimiento, abriendo espacio a una enseñanza más inclusiva y participativa.

El académico concluyó su ponencia con un llamado a una “curaduría crítica y digital” que democratice el acceso al conocimiento y cuestione los criterios tradicionales de legitimación cultural. “Enseñar a Vallejo no significa simplemente transmitir un conjunto de poemas consagrados, sino activar su obra como espacio de memoria, interrogación del presente y formación de una ciudadanía crítica”, afirmó. Su visión resuena con el espíritu del evento “Espergesia 2025”, que no solo homenajeó al poeta, sino que también sirvió como un espacio de reflexión sobre cómo su legado puede seguir inspirando a las nuevas generaciones.

La propuesta de Abanto Rojas resulta particularmente pertinente en un momento en que las humanidades enfrentan retos frente a la digitalización y la globalización. Al integrar a los estudiantes en la construcción colectiva del conocimiento, su enfoque no solo preserva la memoria cultural de Vallejo, sino que también la proyecta hacia un futuro donde la educación se entrelace con el compromiso social. Como señaló el profesor, este no es solo un proyecto académico, sino “una apuesta ética” por transformar la universidad, la literatura y la sociedad misma. En el marco de “Espergesia 2025”, su ponencia dejó una huella clara: el legado de César Vallejo sigue vivo, y su potencial transformador está más vigente que nunca.

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César Vallejo, enfoque descolonizador, Luis Abanto, memoria cultural

[La Tana Zurda] Se nos fue nuestro Nobel. El Domingo de Ramos 13 de abril de 2025, Mario Vargas Llosa, el Marqués, dejó este mundo a los 89 años, cerrando un capítulo fundamental en la historia de las letras latinoamericanas. No puedo negar la agilidad de palabra, la versatilidad de relato y la soltura de discurso que manejaba este gigante de la literatura. Su pluma, afilada y evocadora, no solo marcó una época, sino que redefinió la narrativa de nuestra región, consolidándolo como una figura clave del Boom latinoamericano en la década de los sesenta. Vargas Llosa fue un hacedor de historias enredadas, un arquitecto de tramas cuyos desenlaces, muchas veces nefastos, reflejaban las contradicciones y crudezas de la vida cotidiana.

Sus personajes, ambiguos y profundamente humanos, habitaban mundos distantes donde luchaban por comprender su identidad. A través de ellos, Vargas Llosa exploró las complejidades del ser: desde el joven burgués Zavalita enfrentándose a un Perú fracturado y en pleno desborde popular en Conversación en La Catedral, hasta las pasiones y desilusiones amorosas y radiofónicas de La tía Julia y el escribidor. Su obra dio voz a seres que, en su diversidad, encarnaban las tensiones de una América Latina marcada por la desigualdad, la búsqueda de raíces y el anhelo de reconocimiento. En este sentido, Vargas Llosa no solo heredó la tradición de narradores como José María Arguedas o Rosario Castellanos, quienes con orgullo retrataron las raíces indígenas y mestizas de la región, sino que las proyectó al mundo entero, universalizando nuestras historias sin perder su esencia.

Como señalé en columnas anteriores, el Marqués tuvo una relación compleja con el mestizaje cultural. En su momento, cuestioné su reticencia a reconocerse plenamente como un mestizo cultural, a pesar de que su obra, paradójicamente, celebraba esa diversidad. Sin embargo, hoy, frente a su partida, prefiero destacar cómo su literatura logró tender puentes entre lo local y lo global, exportando las raíces latinoamericanas a un público universal. Obras como La ciudad y los perros o La guerra del fin del mundo no solo retrataron las luchas internas de nuestras sociedades, sino que resonaron con lectores de todos los continentes, demostrando que las historias de unos cadetes adolescentes en un colegio militar limeño o de un profeta en el sertão brasileño podían ser profundamente humanas y atemporales.

Vargas Llosa también fue un narrador de la libertad, un tema que impregnó tanto su obra como su vida. Aunque en su etapa final sus posturas políticas —como su apoyo a Keiko Fujimori— generaron controversia y desconcertaron a algunos lectores que esperaban una mayor coherencia con su trayectoria crítica frente a la corrupción del poder, su narrativa nunca dejó de expresar un espíritu comprometido con la justicia y la emancipación. Más allá de las decisiones personales que pudieron generar controversia, sus novelas —impregnadas de una aguda crítica social que denuncia diversos males sociales como la trata de personas, el bullying, la extorsión o el sicariato, junto a un sincero amor por la libertad individual, como se aprecia en obras como La casa verde, Los cachorros, El héroe discreto, Cinco esquinas y Le dedico mi silencio—, exploran las luchas humanas por la dignidad, a menudo con desenlaces no siempre felices para los personajes, revelando así la complejidad y las contradicciones en la búsqueda de libertad y justicia.

Hoy, al despedir al Marqués, celebro al escritor que nos enseñó a mirar nuestra realidad con ojos críticos y apasionados. Su legado, referente inmortal de creatividad e imaginación, continuará iluminando a generaciones futuras. Gracias, Mario Vargas Llosa, por las historias, por los personajes, por las verdades incómodas que nos legaste. Tu obra seguirá recordándonos que la literatura, como tú mismo dijiste desde jovencito, es un fuego que no se apaga. Y eso, en sí mismo, ya constituye una herencia imborrable. Descanse en paz.

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fallecimiento, influencia, narrativa del Boom, premio nobel

[La Tana Zurda]Guillermo Gutiérrez Lymha (Lima, 1962 – 2025), figura emblemática de la contracultura poética peruana, ha partido. A inicios de la década de 1980 fundó el Movimiento Kloaka y en el presente siglo publicó dos poemarios fundamentales: los poemas en prosa La muerte de Raúl Romero (2006) y los cuatro extensos poemas de Infierno iluminado (2022). Y con su partida, queda flotando en el aire una última confesión que me enviara por Messenger el 1ero de enero de 2024, donde plasmó, con crudeza y desgarro, el peso insoportable de la soledad, la ruina emocional, y el fracaso no solo personal sino generacional.

No es solo un testimonio. Es un poema en bruto, no escrito en versos sino en lágrimas, en rabia, en desesperanza. En ese mensaje íntimo, Guillermo me decía -como quien lanza una botella al mar desde el último escalón de la vida- que se sentía un muerto civil, atrapado en una casa ahogada de malas vibras, olvidado por los demás y traicionado incluso por la utopía contracultural que abrazó en los años ochenta. Había en él una herida que no cerraba: la relación con su madre, una convivencia marcada por el desgaste, el deber, la culpa y el amor imposible de expresar en medio del colapso diario. La muerte de ella fue su quiebre definitivo. La culpa lo carcomía, no tanto por lo que hizo, sino por lo que no pudo evitar. Lo que relata de esos días -cuidarla, limpiarla, escucharla gritar, y luego verla morir en soledad- es un pasaje brutal, casi bíblico, de un hombre que lo dio todo sin saber cómo 

darlo bien, y terminó roto por no poder más.

Él no pedía glorias, ni homenajes, ni fama. Pedía algo más sencillo y más esencial: un saludo, una escucha, una oportunidad de trabajo, un poco de dignidad. Pero le fue negado. El silencio del entorno -salvo unas pocas manos amigas- fue ensordecedor. No lo derrumbó una enfermedad o un enemigo; lo mató la indiferencia, el abandono, la sensación de ser prescindible en un mundo donde incluso sus libros ya no parecían servir. En su mensaje también hay un dolor generacional: la contracultura que lo impulsó como joven poeta, ese movimiento rebelde que se atrevió a gritarle a la dictadura del conformismo, según él, se diluyó en caricaturas y oportunismos. Se sintió traicionado por esa historia también.

Guillermo se autodefinió como un “ultracolino” -un término que no necesita explicación porque duele solo al leerlo-. Vivía con dos perritos que lo salvaban del abismo y con una biblioteca que ya no podía vender sin perderse a sí mismo. La tentación del suicidio estaba ahí, agazapada, pero resistía. ¿Qué lo sostenía? Tal vez ese resto de dignidad de quien no quería “llorarles”, ni rogar, ni convertirse en una caricatura del mártir.

Lo que ocurrió con Guillermo Gutiérrez fue mucho más que una simple tristeza; fue la culminación de una serie de injusticias que, según sus propias palabras expresadas un día antes de su fallecimiento a su amigo Miguel Rivera, no eran casualidades. Conocido en los últimos años como el Tío Factos en el canal de streaming La Roro Network, Gutiérrez se ganó el cariño de una nueva audiencia gracias a su estilo único: una mezcla de crítica aguda, ironía y ácida reflexión. Sin embargo, el destino de su programa cambió abruptamente cuando la cadena decidió maniobrar los horarios y días de emisión de manera inconsistente, justificándose con razones empresariales que para él eran torpes y sin fundamento. Según Gutiérrez, empezaron a mover el programa de horario, colocando en su lugar partidos sin relevancia, con el pretexto de “relevancia deportiva”, además de promover programas más superficiales y sin contenido de valor. Esto, en su opinión, era parte de una estrategia empresarial que priorizaba el show sobre el contenido genuino y la lealtad a quienes realmente aportaban algo a la cultura. 

Su última aparición, un episodio lleno de entusiasmo y opinión trasmitido el pasado 19 de marzo, fue opacada por una serie de cambios de horario y falta de comunicación, que dificultaron que la audiencia pudiera seguir su trabajo. Para él, lo que estaba en juego era mucho más que la cancelación de un programa: era una lucha por el respeto y la lealtad en un medio cada vez más dominado por los intereses comerciales. Al final, lamentó que las injusticias fueran minimizadas por la indiferencia de la gente, dejando que los troles y la superficialidad prevalecieran sobre aquellos que realmente valoraban su trabajo. Esto le provocó un profundo desgaste emocional, que, aunque no lo sumió en pánico o ansiedad, sí le causó una angustia que solo podía aliviar compartiendo su dolor en la calle con la gente, vendiendo libros y conversando sobre la vida. A pesar de todo, se mostró decidido a no dejarse vencer por la humillación, y con un espíritu desafiante, expresó que, aunque no tuviera nada, seguiría luchando hasta el final, pues la batalla no era solo suya, sino de quienes realmente apreciaban su programa.

Hoy, al rendirle este tributo, no solo debemos hablar del poeta, del militante de la palabra, del luchador cultural. Debemos recordar al hombre que escribió con el corazón en carne viva, que no tuvo miedo de decir que estaba destruido, que pidió ayuda sin rodeos, que gritó sin metáforas.

Nos queda la deuda de haberlo escuchado tarde o de no haberlo escuchado nunca. Nos deja una voz que fue literatura viviente, incluso en su desesperación. Y aunque él decía haber fracasado, hay una verdad en su palabra que nos sobrevive. Y eso, a fin de cuentas, también es poesía.

Descansa, Guillermo. Que no repitamos el olvido de tu grito.

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fallecimiento, frustración, movimiento kloaka, poeta, tributo

[La Tana Zurda] El argumento del lapsus ha sido históricamente un salvavidas para quienes enfrentan el escrutinio público. Desde políticos hasta intelectuales, muchos han apelado a un desliz involuntario para justificar olvidos, omisiones o formulaciones desafortunadas. Sin embargo, este recurso pierde fuerza cuando se usa para disculpar no solo errores espontáneos en el habla, sino también en textos escritos que han pasado por un proceso de redacción y edición. Si bien el lapsus puede revelar conflictos inconscientes, también puede convertirse en una coartada conveniente para evadir responsabilidades.

El caso se vuelve aún más cuestionable cuando lo que se defiende como un lapsus no es una declaración oral, sino un artículo publicado en una página web. A diferencia de la palabra hablada, que desaparece en el aire, un texto digital puede ser editado, corregido o al menos acompañado por una nota aclaratoria. La naturaleza flexible del contenido en línea hace que el argumento del lapsus resulte menos convincente, pues no hay una limitación material que impida enmendar el supuesto error. En estos casos, la permanencia de una omisión o de un planteamiento problemático sugiere no tanto un descuido involuntario, sino una decisión consciente de no corregirlo.

El lapsus freudiano, entendido como una revelación del inconsciente, podría aplicarse con cierta lógica a un desliz oral. Pero cuando se trata de una omisión en un texto publicado digitalmente, la explicación se vuelve más difícil de sostener. La posibilidad de revisión constante en el entorno digital demuestra que lo que se mantiene sin cambios no es producto de un olvido, sino de una elección.

El argumento del lapsus, entonces, no puede convertirse en una coartada universal. Si bien es cierto que la memoria es frágil y el error humano es inevitable, también lo es que las plataformas digitales permiten la corrección y el matiz. Disculpar omisiones bajo la excusa de un lapsus cuando existe la posibilidad de corregirlas no solo debilita la credibilidad del emisor, sino que también revela una falta de compromiso con la búsqueda de la verdad. En un mundo donde la información se mueve rápidamente y los archivos digitales pueden actualizarse en cualquier momento, la verdadera responsabilidad no está en reconocer un lapsus, sino en tomar acción para enmendarlo.  Más aún, cuando el argumento del lapsus se emplea para encubrir omisiones en discursos culturales o históricos, la cuestión se torna más grave. La falta de disposición para rectificar errores, sumada a la manipulación de la narrativa y a estrategias evasivas, debilita la confianza en el diálogo intelectual y la transparencia informativa. En un contexto en el que la pluralidad cultural y la heterogeneidad del país deben ser atendidas con responsabilidad, es fundamental que quienes participan en la construcción del relato público asuman con seriedad la tarea de representar con justicia y rigor la complejidad de nuestra escena cultural. Que no nos quieran vender un lapsus cuando en realidad es una pera envenenada.

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excusas, lapsus, Memoria, olvido

[La Tana Zurda] Con A dónde volver (Revuelta, 2024), Andrea Cabel (Lima, 1982) nos ofrece no solo una recopilación de su trabajo poético, sino “una reordenación selectiva de su obra en cuatro apartados”, como bien señala el recordado Eduardo Chirinos en la nota introductoria. Esta reunión de poemas, organizada en secciones que atraviesan su trayectoria, nos permite comprender la evolución de su voz, el desarrollo de sus obsesiones y la manera en que su escritura ha ido destilando su esencia a lo largo de los años. Más que una simple compilación, el libro sugiere una relectura, una recomposición de su imaginario y de los temas que la han acompañado en su exploración lírica.

Desde Las falsas actitudes del agua (2006), su primer poemario, hasta sus textos más recientes e inéditos, Cabel ha construido un lenguaje que es, a la vez, íntimo y abismal, de una cadencia fragmentaria y musical, donde la memoria, el dolor y la identidad se entrelazan en una constante búsqueda. Su poesía se caracteriza por la superposición de imágenes de alto impacto sensorial, por la fragmentación del verso y por la cadencia rítmica que juega entre el susurro y el grito contenido.

En A dónde volver, el lector se enfrenta a una estructura dividida en cuatro partes: “Retratos”, “La eternidad de una esquirla”, “Fruta partida” y “A dónde volver”. Estos segmentos funcionan como ventanas que permiten atisbar distintos momentos y preocupaciones de la poeta. En “Retratos”, por ejemplo, encontramos un tono confesional, en el que la voz poética se interroga sobre la construcción de la identidad y la figura del otro, mientras que en “La eternidad de una esquirla”, la exploración del tiempo y la herida de la pérdida marcan los versos. “Fruta partida” se presenta como un espacio de intersección entre el cuerpo y el lenguaje, entre lo tangible y lo simbólico. Finalmente, “A dónde volver” cierra el volumen con un tono que oscila entre la incertidumbre y la revelación, como si el libro mismo fuera una pregunta abierta sobre el destino de la poeta y su obra.

El lenguaje de Andrea Cabel es el de una poeta que se sitúa en el borde de la enunciación: su palabra es un equilibrio entre la imagen poderosa y la sensación de fragilidad que la rodea. Su poética se alimenta de lo efímero, de lo quebrado, de los resquicios en los que la memoria se instala y se disuelve a la vez. A través de su obra, Cabel ha construido un imaginario donde la ausencia es presencia, donde el lenguaje busca capturar lo inasible y donde el cuerpo es un territorio en constante mutación. Es interesante notar cómo la estructura del libro rompe la linealidad temporal de su producción y ofrece, en su lugar, una especie de mapa emocional y simbólico. En este sentido, A dónde volver no es solo un recorrido por su poesía, sino una propuesta de lectura que desafía la idea de un progreso poético lineal. Cada sección es una variación sobre un mismo tema, cada poema una puerta a una habitación distinta de la misma casa en ruinas.

Uno de los aspectos más destacados del libro es su capacidad para transmitir la soledad como una experiencia universal, sin caer en el sentimentalismo. Cabel logra hacer de la pérdida un lugar desde donde se escribe, pero también desde donde se reinventa la propia existencia. En este sentido, su poesía dialoga con una tradición de voces femeninas que han encontrado en el lenguaje una forma de resistencia y de autoconstrucción. Otro punto fuerte de su poética es la relación entre lo íntimo y lo cósmico: sus imágenes fluctúan entre lo microscópico y lo inmenso, entre el temblor de un cuerpo y la vastedad del universo. Sus versos sugieren que la experiencia humana no es más que un punto en la inmensidad del tiempo, pero que ese punto es suficiente para construir un mundo.

“¿A dónde volver?”. Esa es la pregunta que atraviesa todo el libro, y que la autora deja sin respuesta definitiva. Tal vez volver sea un gesto imposible, un deseo inalcanzable, pero la poesía de Cabel sugiere que el único retorno posible es a la palabra, a los poemas mismos, a ese espacio donde la memoria y la imaginación convergen. Su escritura es, en última instancia, un intento de fijar lo fugaz, de hacer tangible lo inasible, de darle forma a la ausencia. Este libro, más que un cierre o una retrospectiva, es una reafirmación de la poética de Andrea Cabel: una poesía que se mueve entre la sombra y la luz, entre la herida y la cicatriz, entre el abandono y la esperanza.

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identidad, Memoria, poesía, Viaje

[La Tana Zurda] En el Perú de nuestros primeros días del año, la indiferencia hacia ciertos artistas y escritores se manifiesta en dos frentes desconcertantes: por un lado, el gobierno de Dina Boluarte; por otro, la actividad cultural del escritor y crítico Mario Pera, quien expresa sus inquietudes a través de un espacio literario y cultural virtual. En ambos casos, la ausencia de reconocimiento hacia figuras clave de nuestra cultura parece no ser producto de la casualidad, sino más bien de una actitud deliberada que pone de manifiesto un desdén por las voces disidentes.

Por un lado, el gobierno ha sido responsable de actos flagrantes de olvido hacia importantes figuras literarias. La exclusión del escritor Nicolás Yerovi del velatorio oficial, bajo el pretexto de “requisitos formales”, es un claro ejemplo. Este escritor, humorista gráfico y crítico corrosivo, quien con sus palabras desmanteló las estructuras del poder, fue ignorado por el Ministerio de Cultura, que, alegando que Yerovi no formaba parte de su catálogo de artistas, negó el homenaje público a una de las figuras más importantes de la cultura nacional. Yerovi, quien falleció el pasado 19 de enero, fue víctima de un desaire que va más allá de un simple error administrativo; es una señal de que aquellos que se muestran críticos del poder, como él, no tienen cabida en un sistema que premia la lealtad y castiga la contraposición.

Por otro lado, el caso de Mario Pera refleja un comportamiento igualmente ominoso, pero de una naturaleza más sutil. En su recuento anual sobre los escritores y artistas fallecidos, Pera cometió la inexplicable omisión de mencionar al poeta y académico José Antonio Mazzotti, quien murió el 5 de septiembre de 2024. Cuando la omisión fue señalada por sus lectores, Pera optó por una excusa vacía y un silencio incómodo, sin aclarar ni rectificar el olvido. Este gesto no solo evidencia una falta de rigor profesional, sino también una invisibilización deliberada que recuerda la actitud del gobierno ante figuras incómodas: no se menciona lo que no conviene.

En la omisión de Pera, al igual que en el desaire del gobierno, hay una coincidencia inquietante: el desprecio por lo que representa la verdadera libertad de pensamiento y expresión. La narrativa que ambos, Pera y el gobierno, promueven, aunque desde ángulos distintos, comparten un trasfondo similar: el intento de minimizar la importancia de aquellos que, con su trabajo y sus ideas, se oponen a la narrativa oficial o hegemónica. A través de la negligencia, el silencio y el olvido, tanto el gobierno como Mario Pera demuestran una clara muestra de desdén hacia la memoria de aquellos que han dejado un legado cultural invaluable.

El maltrato hacia Rafael Dumett y los ganadores del Premio Nacional de Literatura 2024 también se suma a este patrón de indiferencia institucional. A pesar de que el jurado lo reconoció como el mejor novelista del año, Dumett no ha recibido el homenaje público que le corresponde. Su crítica abierta al gobierno, a la que el propio autor y muchos otros han señalado como causa de esta omisión, es un recordatorio más de cómo el poder político prefiere invisibilizar a quienes lo desafían. La falta de fecha para la ceremonia oficial de premiación, que ha dejado al autor, quien reside en los Estados Unidos, sin la posibilidad de organizar su viaje, es solo otro de los actos que evidencian una intencionalidad detrás de la desidia gubernamental.

Así como el gobierno se empeña en dejar de lado las figuras que podrían incomodar su estabilidad, Mario Pera, desde su particular trinchera cultural, opta por borrar la huella de ciertos autores que no se alinean con su visión del mundo. En ambos casos, no solo se trata de un reconocimiento o de un premio que no llega; se trata de una falta de respeto que refleja la imposibilidad de convivir con las críticas y la disidencia en un entorno democrático.

La historia de Yerovi, Dumett, Mazzotti y otros artistas y escritores desatendidos no es solo la historia de un gobierno incapaz de manejar la crítica o de un crítico cultural que se olvida de sus propios deberes. Es la historia de un país que se niega a honrar a quienes, con su trabajo, han contribuido y contribuyen a la construcción de una identidad cultural que no se ajusta a las conveniencias del poder político ni a las afinidades de una élite intelectual que, en lugar de reconocer la diversidad de voces, opta por olvidar deliberadamente a quienes no coinciden con sus propios intereses.

Por ello, los olvidos de Dina Boluarte y Mario Pera no son accidentes. Son señales claras de un modelo que prefiere borrar la historia en lugar de celebrarla en su totalidad. Como ciudadanos y como lectores, debemos recordar que un país que olvida a sus artistas y sus pensadores es un país que se olvida a sí mismo.

 

 

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Cultura, festival, omisiones, premios

[La Tana Zurda] Esta semana se llevará a cabo el primer Festival Yana Runa, un evento cultural único en su tipo que fusiona la riqueza musical afro-peruana con los sonidos ancestrales andinos. Esta propuesta, organizada por el Centro Cultural Amador Ballumbrosio bajo la dirección de Miguel Ballumbrosio, busca celebrar el talento nacional y destacar la diversidad cultural del Perú. Este encuentro no es solo una muestra artística, sino también un homenaje al mestizaje y a las raíces compartidas de nuestra identidad como país.

Del viernes 24 al domingo 26 de enero, el festival ofrecerá una programación variada que incluye presentaciones musicales, talleres, clases y convivios culturales. Estas actividades no solo invitan a disfrutar de la música, sino también a reflexionar y dialogar sobre su importancia como vehículo de memoria histórica y construcción comunitaria. Cada día contará con un programa diseñado para que los participantes puedan interactuar con los artistas y aprender directamente de ellos, fortaleciendo así el vínculo entre público, profesores invitados y creadores.

Además de disfrutar de espectáculos de alta calidad, los asistentes tendrán la oportunidad de participar en sesiones de danza, cajón, violín y zapateo, lideradas por miembros de la emblemática familia Ballumbrosio, guardianes y difusores de la tradición afroperuana. Lucy Ballumbrosio, miembro clave del equipo organizador, comenta: “Estamos emocionados de construir juntos este festival que hará brillar a El Carmen. ¡Creemos que superará todas nuestras expectativas! ¡Únete a nosotros en el primer festival hecho por carmelitanos, para los carmelitanos!”

Entre los artistas invitados destacan “La Picante”, Renata Flores Rivera, “Herencia Criolla”, “Kayfex”, “Cosa Nuestra”, “Del Pueblo y del Barrio” y, por supuesto, la “Familia Ballumbrosio”. Esta selección de talentos promete una experiencia inolvidable que resalta la riqueza musical tanto de la herencia afroperuana como de la tradición andina, mostrando además el potencial de sus fusiones. La interacción de estos estilos no solo es una apuesta artística, sino una afirmación del mestizaje como una de las vías de exploración de la cultura peruana.

Este proyecto, liderado por Miguel Ballumbrosio y respaldado por su gran equipo, representa un esfuerzo significativo por revalorar y proyectar el patrimonio cultural hacia nuevos horizontes. En un mundo donde la globalización amenaza con homogeneizar las expresiones artísticas, iniciativas como el Festival Yana Runa demuestran que es posible abrazar nuestras raíces mientras se crean nuevas formas de diálogo cultural.

Es fundamental reconocer el impacto social y cultural de eventos como este, que no solo celebran la música, sino que también fortalecen la identidad y la memoria colectiva de comunidades como El Carmen, un lugar profundamente ligado a la historia afroperuana. Proyectos de esta índole merecen apoyo y patrocinio para garantizar su continuidad y expansión.

Así que este fin de semana, todas las miradas están puestas en Chincha. No solo por la música, sino por la reivindicación de un legado que sigue vivo en cada zapateo, cada cajón y cada nota que resuena desde el corazón del Perú. ¡Vamo’ pa’ Chincha, familia! Este es un llamado a celebrar lo que somos, a reconocer nuestra diversidad y a encontrar en ella una razón para seguir creando juntos.

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Cultura, festival, fusión, Música

[La Tana Zurda]  Aún me embarga una profunda tristeza y nostalgia por no haber podido despedir en Lima a mi gran hermano del alma, José Antonio Mazzotti. Sin embargo, me siento orgullosa y reconfortada por la forma en que su familia y amigos cercanos en Lima le brindaron un adiós a la altura de lo que él hubiera querido. Fue una despedida que resonó con su espíritu: una chalana, que había sido previamente bautizada por su dueño con el nombre de su madre, Rosa Elvira, surcando las aguas del mar en la Costa Verde, con una puesta de sol y de lluvia que parecían invocar la presencia de los Incas, al reflejarse en los colores del arco iris. La imagen, mágica y espléndida, se desplegó en la mañana del sábado 4 de enero, un día que quedará grabado en mi memoria como una despedida que, a su manera, encapsuló la esencia de lo que José Antonio fue: inmenso, luminoso, indomable.

Quince personas, todas cercanas a José Antonio, salieron de su casa en La Aurora en Miraflores y se dirigieron en tres autos hacia el muelle de Chorrillos en la Costa Verde.

Llevaban consigo las cenizas de nuestro gran poeta, rumbo al Cementerio Marino, mientras un pájaro blanco los acompañaba en su viaje silencioso. En el aire, sonaban las notas de una canción que su viuda, Bárbara Corbett de Mazzotti, y su buen amigo, el poeta Manuel Liendo habían seleccionado para esa ocasión, las canciones favoritas de José Antonio: “Amigo” de Roberto Carlos y “Wish You Were Here”, de Pink Floyd, temas emblemáticos de la época en que José Antonio y Bárbara compartían su tiempo universitario. La melodía resonaba como un himno de despedida, como un suspiro nostálgico que rememoraba aquellos días dorados, mientras el paisaje urbano de Lima se desvanecía lentamente tras ellos.

En un instante de profunda intimidad, y mientras aún sostenía el sobre que contenía las cenizas de nuestro querido poeta, Bárbara hizo un llamado solemne. Uno por uno, los presentes se despidieron, abrazando ese sobre de cartón biodegradable que simbolizaba el cuerpo de José Antonio, arrojado ahora al vasto mar que tantas veces lo inspiró. Manuel Liendo, testigo de aquel acto tan significativo, compartió con nosotros el momento exacto: “Bárbara arrojó al mar el sobre, un intenso sol cayó sobre el mar y sobre nosotros. Un calmo Océano Pacífico, que hacía tan solo unos días había estado encrespado, recibía la enorme vastedad de nuestro querido hermano”. Fue un gesto de despedida que evocó no solo la grandeza de su ser, sino también la inmensidad de su legado, que se diluía en el océano, pero que jamás se perdería.

Así, con una ceremonia tan sencilla como profunda, le dieron el adiós que él merecía, un adiós acorde con la magnitud de su figura. José Antonio Mazzotti fue, sin lugar a dudas, uno de los más grandes poetas, académicos e investigadores que el Perú haya dado. Su obra brilló no solo en el ámbito de la poesía, sino también en la crítica literaria, en sus estudios sobre el Inca Garcilaso de la Vega y en su conocimiento profundo de la poesía mundial. Publicó más de una docena de poemarios y recibió premios y reconocimientos tanto a nivel nacional como internacional. Un hombre cuya huella era imposible de borrar, quien dejó una marca indeleble en cada disciplina que tocó.

Lo irónico, sin embargo, es que, en su propia tierra, Perú, muy pocos recuerdan o valoran adecuadamente su enorme aporte. A veces, resulta hasta cómico ver cómo los vacíos y las omisiones resaltan aún más la presencia de los grandes olvidados (destaco aquí el risible e inestable “olvido” de Pera en su reciente “In Memoriam. Literatos, artistas y promotores culturales fallecidos en 2024” de su suficientemente computado Vallejo and Company, con lo que demostró magistralmente algo que se hace palpable cada vez más para los autores y editores de, entre otros países, Chile, Argentina y España). No pueden callar la grandeza del intelecto de Mazzotti, ni la creatividad con la que diseñó e impulsó eventos culturales de gran magnitud. Es realmente grotesco cómo aquellos que siempre se presentan como advenedizos, dispuestos a traicionar por un poco de protagonismo, parecen ignorar la verdadera esencia de quienes realmente dejaron una huella profunda. Pero el hecho de que “algunes” alucinen ningunearlo solo resalta aún más su enorme valor, su capacidad para transformar y para seguir presente a pesar de todo.

José Antonio Mazzotti, una y mil veces, ¡siempre presente! Porque su legado es intocable, y sus palabras seguirán vibrando, no solo en las aguas que rodean la Costa Verde, sino en cada rincón del alma que lo conoció.

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Despedida, fraternidad, Literatura, poeta

[La Tana Zurda] El libro más importante en el Perú de 2024 es  Memorias: El poder de la ilusión (Axiara Editions, 2024) de Eduardo González Viaña, una obra publicada en Estados Unidos por la Academia Norteamericana de la Lengua Española y en el Perú por el Fondo Editorial de la UCV.

El libro ha sido comentado y aplaudido de esa forma por personalidades de disciplinas diversas como el diplomático y excanciller Manuel Rodríguez Cuadros; embajadora Marcela Pérez Silva, de la Asociación Amigos de Mariátegui; José Carlos Vilcapoma, de la Universidad Nacional Agraria La Molina; José Manuel Camacho, de la Universidad de Sevilla), y Joel Acuña, de la Universidad César Vallejo), entre otros.

Además, por el psicoanalista Max Hernández, los juristas Ronald Gamarra y Julio Arbizu González y los comunicadores Herbert Mujica, Edwin Sarmiento, Alonso Rabi Do Carmo y Gabriel Ruiz Ortega. Por fin, por el extrañado poeta y profesor universitario José Antonio Mazzotti.

Una lectura inolvidable ha sido Memorias: El poder de la ilusión (Axiara Editions, 2024), un texto que combina innovación, profundidad y una sensibilidad única para capturar lo sublime dentro de lo cotidiano. Este libro, con su capacidad para ser tan honesto como esperanzador, no solo toca el corazón del lector, sino que también ofrece una reflexión sabia sobre el poder de la memoria y la ilusión. 

Escribir una autobiografía es un trabajo arduo y difícil porque, si bien hay hechos infatigables que suceden, incidentes inesperados y acciones muchas veces no cómodas, las emociones y nuestros sentimientos se validan cuando regresamos a ese tiempo que en algún momento significó el más bello éxito. Es ahí cuando la ilusión se pone en relieve y permite que uno se distancie y vea cómo la memoria recuerda optimistamente el momento en el que se vivió. Este ejercicio no solo exige un compromiso con la verdad, sino también una capacidad para recrear un tiempo que ya no existe. Así, se entrelazan el pasado y el presente en una danza constante entre lo vivido y lo recordado.  De esa manera se compone el último libro biográfico de nuestro querido escritor Eduardo González Viaña (Chepén, 1941): Memorias: El poder de la ilusión (Axiara Editions, 2024). Esta obra se erige como un testimonio de vida y una invitación a reflexionar sobre cómo la memoria y la ilusión pueden construir una narrativa llena de humanidad y esperanza.

Con un poema del autor brasileño Darcy Ribeiro (1922-1997) como epígrafe, el tono del texto se deja percibir humanamente, impregnado de empatía hacia los menos beneficiados de la tierra. Esta elección no es casual; expresa el compromiso de González Viaña con la justicia social y su profunda sensibilidad hacia las luchas de los marginados. La solidaridad con lo justo y equitativo, el apoyo incansable de ser la voz de aquellos que no tienen espacios en algunas comunidades, constituyen pilares fundamentales de su vida y obra. El libro está configurado por diez partes que destacan la vida cronológica de nuestro estimado narrador, permitiendo al lector adentrarse en las etapas claves de su existencia. Cada una de estas partes está marcada por momentos de lucha, aprendizaje y creación, ofreciendo un mapa emocional que guía al lector a través de las complejidades de su experiencia personal, literaria y profesional.

Después de haber dedicado varias obras a héroes históricos y culturales como Ramón Castilla, Inca Garcilaso de la Vega, José María Arguedas y César Vallejo, en este libro autobiográfico González Viaña nos dedica sus memorias y su historia, enfocándose en su vida como creador. Este giro hacia lo autobiográfico revela no solo su trayectoria como escritor, sino también su compromiso político, social e ideológico a través de sus escritos. Estas memorias son más que un repaso cronológico de su vida; son una exploración profunda de cómo las palabras y las ideas han sido su herramienta para intervenir en el mundo. Cada página muestra la interacción entre el individuo y el contexto histórico, resaltando cómo las grandes figuras que ha narrado también moldearon su pensamiento y su ética. Así, González Viaña nos muestra que la vida del escritor está íntimamente ligada a los ideales que defiende y a las causas que abraza.

Entre líneas, se puede ver el amor y la devoción hacia el acto de escribir, una actividad que para González Viaña no es solo un medio de expresión, sino una forma de vida. Su escritura es un testimonio de su pasión por las letras y de su talento para convertir toda palabra en una ilusión de la memoria. Este amor por las palabras no es un simple ejercicio estético; es una afirmación de la capacidad del lenguaje para resistir, transformar y redimir. A través de su obra, el autor nos invita a recordar que la literatura tiene el poder de trascender las barreras del tiempo y las limitaciones del espacio, conectándonos con lo más profundo de nuestra humanidad. 

Además, esta obra autobiográfica nos lleva a entender cómo la escritura puede ser un refugio frente a las adversidades y una herramienta para la esperanza. El enfoque de González Viaña sobre la memoria y la ilusión va más allá de la mera evocación personal; se convierte en un puente que une generaciones y contextos. Al relatar su vida, el autor no solo comparte sus experiencias, sino que también construye un diálogo con los lectores, especialmente aquellos que buscan en la literatura un espacio para encontrar sus propias voces. 

Este libro, entonces, se convierte en un testimonio colectivo, donde las historias individuales se entrelazan con las luchas y sueños de una comunidad más amplia.  Por otro lado, la autobiografía también sirve como una afirmación del poder transformador del arte y la narrativa. González Viaña nos muestra cómo la literatura puede ser un espacio de resistencia frente a la injusticia, un medio para preservar las tradiciones y un acto de amor hacia quienes han sido silenciados. En este sentido, Memorias: El poder de la ilusión no es solo un recuento personal, sino una invitación a repensar el papel de la cultura en la construcción de un mundo más justo. El libro de González Viaña es, en última instancia, una celebración de la vida y de la capacidad del ser humano para imaginar y construir nuevas realidades. Con su tono melancólico y optimista, y mirada de acertados guiños pícaros, el autor nos recuerda que incluso en los momentos más difíciles, la memoria y la ilusión pueden ser fuentes de fortaleza y creatividad. Así, Memorias: El poder de la ilusión se erige como una obra imprescindible para quienes desean comprender cómo la literatura y la vida pueden entrelazarse en una búsqueda constante de significado y trascendencia.

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Cultura, ilusión, Literatura, Memorias, narrador
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