El poeta Roger Santivánez continúa, en Camarada bailarina. Memorias de una generación derrotada (2024) el camino iniciado en El sentido de la soledad. Memorias (2022), un camino de reconstrucción autobiográfica individual, pero que no descuida sus implicancias colectivas. Hay que recordar que Santiváñez atraviesa dos generaciones, la del 70, cuya práctica poética está imbricada con el activismo y la participación política y la del 80, en la que el poeta mantiene presencia en el debate social a través del grupo Kloaca, fundado por él y Mariela Dreyfus. Por esos años, los 70, grupos como Hora Zero –-al que Santiváñez perteneció– asumen la tarea poética y creativa como medio expresivo de sus críticas a la sociedad peruana de entonces y lo hacen a través de intervenciones que han dejado clara huella histórica a través de manifiestos y ese vitalismo exultante que impregnaron a la poesía, sacándola de los circuitos académicos para alcanzar otros ámbitos sociales.

Ese contexto es importante. La década del setenta está marcada por un gobierno militar que había iniciado en 1968 con el golpe de Velasco y se prolongaría hasta 1980, año del regreso a la democracia con el segundo gobierno de Fernando Belaunde. Año, también, del inicio de la actividad pública del grupo terrorista Sendero Luminoso y de una espiral de violencia de todos los actores involucrados en el conflicto, ola que azotó al país por más de una década. Sendero Luminoso quebró las reglas de la convivencia democrática y se propuso aniquilar a ese aparato que llamaban “estado burgués”. El Estado, si bien hizo uso de su legítimo derecho a defenderse, no fue ajeno a excesos absolutamente cuestionables, tanto como los cometidos por los propios terroristas.

Santivánez filtra estos años bajo una mirada singular. Desde su actividad como periodista, su rol como poeta y gestor cultural y sus vínculos con muchos protagonistas de estos turbulentos años, Santiváñez teje un relato en el que se imbrican lo privado (la subjetividad individual en una época convulsa, extremadamente tensa de nuestra historia) y lo público (el testimonio acerca de hechos y personas cuyas vidas se vieron envueltas de diversas maneras en el conflicto). Una advertencia del propio autor nos alerta en relación con la fiabilidad del relato, porque a veces la memoria nada en aguas ficticias y puede proyectar más deseos que verdades. Se agradece por supuesto esta aclaración, que invita a los lectores a compulsar libremente los hechos relatados. Dice Santiváñez: “En el proceso de este ejercicio de memoria, iba interrogando al pasado y –por supuesto– modificándolo eventualmente; percatándome de que –-a ratos– eran memorias de un pasado ficticio” (p.11).

De manera que durante la lectura es necesario cribar el relato, cernirlo, dejar en la malla el cascajo y permitir que el tramado más fino y verdadero quede en la retina. No puedo dudar, de ninguna manera, de la importancia testimonial de este libro, porque recordar con honestidad no puede ser nunca un acto banal. Sí puedo, en cambio ofrecer alguna observación. Por ejemplo, noto que el título ofrece más de lo que da, en el sentido de que, puestas en balanza, las apariciones de la “camarada bailarina”, la controvertida Maritza Garrido Lecca, son pocas y acaso eso explique que su carácter revelador se vea un tanto menoscabado. Los mejores momentos de este viaje memorioso se asocian más al testimonio del autor en sí mismo: su furor por la escritura de poesía, su incursión en el laberinto de las drogas y los horrores que le tocó expectar. Dejo para el final el subtítulo del libro, acertado, pero incompleto, porque el derrotado fue un país entero, derrota que hasta hoy nos pesa. Derrota no militar, sino una más profunda, una que hasta hoy pone en jaque nuestra viabilidad como país. Lectura necesaria la de este libro, como necesarios serán los acuerdos o desacuerdos que surjan después de agotar sus páginas.

Roger Santiváñez. Camarada bailarina. Memorias de una generación derrotada. Lima: Random House, 2024.

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El legado de un artista no está constituido únicamente por la obra material que deja al término de su paso terrenal. Hay que sumar también sus palabras, su voz, registro fiel de su trayectoria vital, de las ideas y sentimientos que la sostuvieron.

Las palabras de Chabuca, segunda edición significativamente ampliada, va en esa dirección: recoger, palabra a palabra, la otra vida de Chabuca Granda, esa que tejió en decenas de entrevistas e intervenciones escénicas.

Alberto Rincón Effio ofrece en esta compilación un mosaico de enorme valor. Se incluye de todo, desde noticias de prensa que anuncian su llegada a algún país hasta entrevistas rápidas y breves, sin olvidar sustanciosas conversaciones, como aquella con Joaquín Serrano para Radio Televisión Española, o ese otro diálogo cargado de pathos, muy cerca ya de su final, con César Hildebrandt.  

Todo abona el terreno en el que se siembra el mito para recuperar la dimensión humana de la poeta y la compositora, una artista de sensibilidad exquisita, cierto, pero que no olvidó sus conexiones profundas con el mundo que la aristocracia de la cual provenía había olvidado: allí está doña Victoria Angulo, humilde y digna señora afroperuana que inspira “La flor de la canela”; allí está Mauro Mina, el legendario boxeador chinchano retratado en “Puño de oro”. 

La lectura de los diálogos y apariciones en prensa de Chabuca Granda son también una línea de tiempo que va marcando los cambios en su propio quehacer musical. Una muestra de conciencia artística y de reflexión musical. ¿Importa ahora si es criolla o no? No, porque lo trascendió. Ella conocía muy bien el mundo de Pinglo, como se deja notar en una amplia conversación con Pablo de Magdalengoitia, otro recordado personaje. 

Al mismo tiempo, en otras entrevistas y reportes es capaz de explicar con soltura y claridad sus procesos de exploración musical, su acercamiento a las sonoridades afroperuanas y el empleo de armonías más modernas, que instalaban su música en un contexto más amplio que el puramente limeño. Uno de esos casos sería el de las canciones que dedica a Javier Heraud, o un tema ya clásico como “Cardo o ceniza”, en cuyas letras la poesía transpira intensamente.

Las palabras de Chabuca será de consulta obligatoria para quien quiera penetrar en el universo que fundó la compositora con su música y, por supuesto, con sus palabras.  Palabras como estas, en respuesta a César Hildebrandt:

“¿Qué es ser peruana para ti, Chabuca?

–Bueno, ahora es un sufrimiento… Te lo digo en serio… Y si sigo hablando –no me dejes hablar mucho– te diré que ser peruana es tener una angina como la que tengo, es tener algo malo y crónico, un doro de siempre… ¿Qué es ser peruano? De repente es no creer” (p.393). 

Las palabras de Chabuca. Alberto Rincón Effio. Lima, Biblioteca Abraham Valdelomar: 2024. 

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García Higueras tiene como hipótesis de trabajo la idea de que Porras, en el trabajo periodístico que se analiza aquí, tuvo como objeto iluminar “hechos y personajes de la historia del Perú en siglo XIX con el fin de contribuir a una mejor comprensión de los orígenes y de su evolución como nación independiente” (p.7). Propósito, como se ve, nada menor.

El libro se abre con un completo esbozo biográfico de Porras que va pasando revista a sus principales facetas, desde la infancia hasta su designación como Canciller de la República en el año 1958. El segundo capítulo ubica a nuestro notable personaje en el contexto de su generación, que se desarrolla entre conflictos como la Primera Guerra Mundial, la Revolución Mexicana y la Revolución Rusa, mientras en el escenario local se comenzará a vivir el fin de ese período que Burga y Flores Galindo denominaron “República aristocrática”.

Esta generación, analizada en el tercer capítulo, que recibió el nombre de “Generación del Centenario” (en alusión a 1921, primer centenario de la Independencia del Perú), nucleó a muy importantes figuras del ámbito académico e intelectual como Guillermo Luna Cartland, Ricardo Vegas García y Jorge Basadre, por mencionar tres nombres. En relación con los miembros de este distinguido grupo, García Higueras deja una observación interesante: “en el aspecto social, sus integrantes no provenían mayoritariamente de la oligarquía. Este hecho tendría influencia en la visión del país y en la postura anticivilista que caracterizó sus acciones políticas” (p.87).

Este rasgo sería fundamental y marcaría el derrotero de orientaciones ideológicas de diverso grado de radicalidad, aunque dentro de cauces democráticos, como dejan notar los escritos de otros miembros de esta notable generación: Luis E. Valcárcel, Jorge Guillermo Leguía, José León Barandiarán, Luis Alberto Sánchez, Antenor Orrego, Mariano Iberico y Alberto Ulloa entre los más destacados. Observa nuevamente García Higueras que la actividad de esta generación “no estuvo circunscrita a Lima. Se observa en ciudades como Arequipa, Cusco y Trujillo, la formación de círculos literarios de prolongada actividad. En los espacios regionales hubo mayor protagonismo de los intelectuales, hecho derivado de la expansión educativa en el país” (p.88).

Hay que mencionar también que esta generación, como señala el autor, se encuentra en un cruce de caminos en el que se dan cita el liberalismo, representado por Ricardo Palma, y el anarquismo radical que encarnó González Prada. La prédica liberal y la impronta socialista dominan la discusión política y la confrontación de ideas y, en el caso de Porras, el periodismo fue un vehículo precioso para tal fin.

El tercer capítulo alude a la precocidad periodística de Porras (a los quince años dirige el quincenario Alma Latina) que según Sánchez y refiere García Higueras, era “el terror de profesores adocenados” (p.137). Porras colaboró intensamente en publicaciones como Variedades y Mundial, de suma importancia en su época. García Higueras anota que hay una diferencia entre las colaboraciones enviadas por Porras a cada una de estas dos revistas. Los textos de Mundial eran de corte histórico, mientras los de Variedadeseran de ánimo mas bien divulgativo (p.182). El capítulo cuarto analiza, en cambio, su papel como ensayista histórico y literario, donde cristalizó aportes sustanciales. El quinto examina el desempeño y la experiencia de Porras como diplomático y Canciller, donde dejó imborrable huella.

En suma, García Higueras acomete aquí un acercamiento a la figura de Porras desde su actividad periodística, literaria e histórica. En el canon intelectual peruano Porras tiene un lugar central y quizá libros como el que comentamos aquí abran nuevas puertas al estudio de un personaje muy relevante de nuestra historia intelectual. Solo recordar que Porras, junto a Georgette Philippart, da a conocer Poemas humanos de Vallejo en una edición hoy inhallable, nos da una idea de la talla de Porras. Lectura imperdible para cualquier interesado en él.

El joven Raúl Porras Barrenechea: Periodismo, historia y literatura (1915-1930). Gabriel García Higueras. Lima, Editorial Universitaria, Universidad Ricardo Palma: 2024.

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En el arte pictórico, el aguafuerte es una técnica que busca crear un efecto de relieve en ciertas superficies del soporte, protegiéndolas de la corrosión producida por la aplicación de ácidos o sustancias similares. De esta manera, partes de una obra serán más visibles o notorias que otras, sin que por ello se sacrifique, necesariamente, la totalidad de la pieza.

En literatura el aguafuerte parece establecer unas coordenadas analógicas con su pariente en planchas de metal, pues ciertos segmentos del texto podrán hacerse notar con más intensidad (relieve, digamos) que otras, ya que, al ser una combinación de ensayo breve, crónica y relato personal, uno puede encontrar porciones de texto más brillantes y sugerentes, sin perjuicio del texto global.

En medio de su hibridez, el aguafuerte tiene una tradición interesante en América Latina, destacando el argentino Roberto Arlt (autor de la magnífica novela El juguete rabioso, 1926), uno de sus más consumados cultores. En Arlt, hay que señalarlo, el aguafuerte fue sobre todo un conjunto de experiencias de viaje que luego se trasvasan al relato. Casi podríamos afirmar que Arlt viaja para escribir.

Sin embargo, en ese camino, aparecen otros rasgos que marcan al aguafuerte como subgénero: la pintura de impresiones y sensaciones personales frente al entorno, la agilidad argumental, la observación social y sus contrastes íntimos, desde la reflexión hasta la memoria o el apunte histórico o literario, en el contexto de una especie de melancolía gozosa y personal. 

Mucho de esto hay en Arlt, pero también en el trabajo de un escritor peruano, Carlos Schwalb, quien ha entregado hace poco más de un año a sus lectores un volumen con un título muy explícito: Aguafuertes. Los textos de Schwalb privilegian la reflexión y una suerte de mirada interior que va sumergiendo al lector en la intimidad de la voz narrativa. Esto ocurre en el contexto de un hábil tejido textual, con un lenguaje preciso y que, en más de una ocasión, se acerca a un ánimo poético. 

El texto inaugural de este libro resulta muy sintomático. Si habíamos mencionado la posibilidad de una analogía entre la práctica plástica del aguafuerte y su manifestación en la escritura, este texto que sirve de pórtico nos ofrece toda una poética partiendo de la relación entre el sujeto y un instrumento que materializa lo textual: el lapicero. En la página 15 se lee: “Personalmente, no me bastan los libros para encausar mis energías creativas. Si no hay cuadernos y lapiceros a mi alcance, para mí es igual que nada. Así como los alambres de cobre son excelentes conductores de la energía eléctrica, los lapiceros son excelentes conductores de la energía anímica. Una casa con una biblioteca bien surtida me lleva a suponer que su dueño posee una fecunda vida interior, pero una casa con lapiceros me revela que esa vida se halla en estado de ebullición, como un horno a presión que necesita una válvula de escape para no estallar”.

Exquisitez sin alambicamientos innecesarios, ironía, inventiva. ¿Para qué? Para descubrir esas zonas insólitas de lo cotidiano, zonas que normalmente nos nubla la rutina. Schwalb descorre, con sus aguafuertes, aquello que normalmente no vemos. “Mi amigo el poeta”, por ejemplo, es uno de los textos más interesantes del libro. Este aguafuerte suma elementos fantásticos y de relato extraño; añade humor y configura una singular alegoría del poeta y su libertad creadora. El poeta personaje de este texto es alguien que va perdiendo paulatinamente contacto con el suelo y en algún momento el narrador informa que “baila como si levitara” (p. 53). Sus sueños tienen un mayor sentido de realidad que su propia existencia, que es más bien pesadillesca, pues cada vez va elevándose más sobre la tierra. Mención aparte: Me dejó la impresión de estar frente a un velado homenaje al Licenciado Vidriera, uno de los grandes enajenados de la literatura. 

Cada aguafuerte de Schwalb nos reserva un giro sorpresivo. Partiendo siempre de una situación cotidiana (una visita, la llegada a un lugar, la observación del paisaje o de cualquier otro objeto del entorno) dan pie a una “intervención” maquinada desde la rica subjetividad del narrador, que nos va guiando en este arte de descubrir el asombro allí donde pensábamos que solo había aire o humo. Estos aguafuertes transitan caminos imprevistos, tienden puentes entre la realidad y su distorsión a través de lo fantástico o del enrarecimiento de la percepción de la realidad. Su lectura consiente un encuentro con esos secretos que revelan profundas verdades sobre la vida. 

Carlos Schwalb. Aguafuertes. Lima: Garamond, 2024. 

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Escribir sobre el padre es escribir sobre uno mismo. Sobre la coartada sutil de contar la vida de otro, se yergue una autobiografía vicaria, pues el padre es un espejo que, aunque no queramos, nos devuelve tarde o temprano la mirada.

Hay una cierta recurrencia en escribir sobre el padre como un acto de vindicación. La figura paterna ha despertado odios, rencores, miedos y toda una gama de sentimientos oscuros que de vez en cuando son interrumpidos por una construcción luminosa o proactiva.

Cuando Kafka escribe Carta al padre (1919), un emblemático texto en la tradición de la demonización paterna, se construye a sí mismo como un sujeto opacado por el peso de un progenitor cruel y tiránico: el omnipotente Herman Kafka. Baste recordar que en el inicio se menciona el miedo paralizante que inspira su figura y la poca certeza de que esa escritura logre, finalmente, su cometido catártico.

En el ámbito latinoamericano, tendríamos que contar al Mario Vargas Llosa de El pez en el agua (1993), revelador y pormenorizado libro de memorias de dos períodos de la vida del escritor: su infancia y juventud hasta el año 1957 y su actuación política, que comenzó a mediados de los años 80 con la formación del Fredemo para oponerse a la estatización de la banca de Alan García y culmina en 1990, con su derrota electoral en segunda vuelta frente al candidato sorpresa Alberto Fujimori.

Muchos lectores recordamos aquel conmovedor capítulo titulado “Ese señor que era mi papá”, en el que después de romperse el mito familiar el padre reaparece y es la figura que encarna la violencia, el trato cruel, la disciplina feroz, el maltrato y otros golpes que en definitiva sellaron la infancia del escritor y marcaron su existencia de manera indeleble. Las escenas que describen el tormento de convivir con el padre solo inspiran terror y compasión por lo que el propio Vargas Llosa llamó una experiencia comparable con lo carcelario.

¿La representación del padre, entonces, ha sido siempre esta? ¿Se trata acaso de un arquetipo del mal, incapaz de despertar ninguna admiración? Aunque no hayamos agotado las referencias, podemos decir que afortunadamente no. Hay otras imágenes del padre que se tejen desde la orilla opuesta. Y propongo como ejemplo un libro de la mexicana Margo Glantz, Las genealogías (1981) que constituye en principio una memoria familiar, pero acaba por inclinarse intensamente sobre su padre, un judío de origen ucraniano que se había instalado en México.

En el libro de Glantz el padre es retratado con pinceladas librescas. Lector, artista, hombre de gran inventiva y persona decisiva en la vocación literaria de la escritora. Sus atributos son radicalmente distintos a los que exhiben el padre kafkiano y el Vargasllosiano.

Un reciente libro de Juan Villoro me hace volver sobre el tema del padre. Bajo el título La figura del mundo (2023) Villoro recrea diversas etapas de la vida de su padre. La imagen resultante aquí no es el miedo de Kafka, ni el rencor de Vargas Llosa ni la delectación de Glantz. Villoro parece haber elegido un lugar en medio de dos orillas, un lugar que le permite reflexionar lúcida y desapasionadamente sobre su padre, Luis Villoro Toranzo, filósofo nacido en Cataluña, avecindado luego en México, donde desempeñó una notoria carrera intelectual, académica y política, donde destacó por su simpatía con el movimiento zapatista de Chiapas.

Hay pasajes en los que se mezcla la experiencia libresca y el recuerdo familiar, dos cosas que Villoro enlaza con sapiencia narrativa: “En la novela de caballerías Tirant Lo Blanc, un hijo es abofeteado repentinamente por su padre. No hay causa aparente para ello. El hijo pregunta por qué ha sido golpeado. “Para que no olvides este momento”, responde, pedagógico, el agresor. Las heridas fijan la memoria. Mi padre no recurrió a un método violento. No tuvo que hacerlo. Sus reacciones emocionales eran tan escasas que no puedo olvidar su único llanto” (p.51-52).

En otras ocasiones el recuerdo es más directo, inclusive más vivencial y por qué no, cotidiano: “No fue mi maestro en las aulas porque ya lo era en la vida. Nos encontrábamos de vez en cuando en el campus y en la cafetería, donde él remataba la comida con un Gansito. A pesar de su sencillez de trato, su aire ausente y su caminar seguro imponían respeto. Saludaba de lejos a muchas personas, sin reconocerlas del todo, paro casi nadie lo abordaba” (p.122).

En el capítulo 7, acaso uno de los momentos más interesantes de esta exploración biográfica y memoriosa, Villoro vuelve la mitrada a lo libresco, narrando la manera en que su padre se deshizo de su biblioteca. Villoro recuerda a Benjamin, Musil y Virginia Woolf en relación con los libros, rememorando que su padre donó su biblioteca a una universidad en Michoacán, en un gesto que interpreta como desprendimiento y búsqueda de confort, pues “las posesiones le incomodaban como solo pueden incomodarle a quien las percibe como un sobrante” (p.181).

En suma, Villoro se acerca a la figura del padre no con reverencia, sino con la pretensión de mirar equilibradamente el pasado. A pesar del fracaso matrimonial descrito en el libro, por ejemplo, no se despiertan rencores en el narrador, sino el deseo de entender y desentrañar los complejos hilos de la personalidad de un intelectual y activista político como fue su padre. El título es por eso deliciosamente engañoso: La figura del mundo no es el padre, sino aquello que sembró en el hijo.

Juan Villoro. La figura del mundo. México: RandomHouse, 2023.

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Un destacado siquiatra, Francisco Alarco Larrabure decide visitar al poeta Martín Adán entre 1984 y 1985, en la habitación que ocupaba en el asilo Canevaro. Después de cada visita, Alarco escribía el reporte del encuentro e incorporaba reconstrucciones de los diálogos y conversaciones que mantuvo con Adán durante esas visitas. 

Este material, valioso y singular, pues combina un acercamiento personal y admirado del siquiatra –quien no era ajeno a intereses literarios, entre ellos, la obra del propio Adán– con un registro que pone en acción un encuentro entre el diálogo, la memoria y la descripción del mal que aqueja al poeta –la depresión– ha sido editado y puesto en valor por Andrés Piñeiro. 

Andrés Piñeiro es un devoto estudioso de la obra de Martín Adán. A él debemos valiosos volúmenes que compilan las cartas y entrevistas del poeta, así como un estudio titulado La herética de Martín Adán (2017), donde examina las relaciones de la poesía de Adán con ciertos aspectos del universo ideológico cristiano. Incluyo en la nómina un trabajo aun por publicarse: Desventura en extramares. Conciencia desgarrada en la poética de Martín Adán. 

Sobre Martín Adán pesan varios mitos, entre ellos uno que le atribuye haber sido un hombre mentalmente perturbado, algo que se descarta fácilmente leyendo los fragmentos de las conversaciones con Alarco y las propias notas que dan contexto a estos encuentros. Lo cierto, en todo caso, fue un alcoholismo galopante, razón principal de sus muchos internamientos en hospitales y sanatorios.

Aunque los diálogos son reconstrucciones posteriores, basadas en las notas que iba tomando Alarco, en la voz de Adán, claramente diferenciada de la de su interlocutor, hay matices que delatan al poeta: la agudeza, la ironía, la observación socarrona sobre personas y cosas, además de un temperamento marcadamente conservador (rasgo muy suyo) en muchas de sus opiniones.

Por otro lado, a lo largo del volumen se detectan temas recurrentes, casi una obsesión, especialmente con algunos personajes: Luis Alberto Sánchez (a quien acusa constantemente de difundir con maledicencia su alcoholismo), Ventura García Calderón, José Carlos Mariátegui, a quienes vuelve reiteradamente. 

En conjunto, el volumen puede leerse como una entrevista siempre parcial y discontinua. Cada visita incluye algunas preguntas que pueden ir construyendo el fresco existencial de un poeta prácticamente aislado del mundo social, aunque con contactos muy rígidamente seleccionados. Aparte de Alarco, uno de sus visitantes a Canevaro era el librero Juan Mejía Baca, gran amigo de Adán y una suerte de albacea de su obra.

Las respuestas de Adán son, por decir lo menos, curiosas. Muestran a la vez lucidez y dispersión. A lo largo del libro el lector se encontrará con pasajes en los que una respuesta va matizada con interpolaciones de otros asuntos:

“—¿Por qué te atrajo tanto José Carlos Mariátegui?, le pregunto.

—Porque era de izquierda –me responde–. Los niños se masturban, es lo más natural debido a sus impulsos. Todos acuden a las putas, no por deseos sexuales sino por curiosidad. La relación humana es vil, como un pedo. Nunca me habló de Luis Alberto Sánchez, que es tan fácil de criticar. Mariátegui fue mejor periodista que Sánchez. Éste escribió veintitrés tomos de literatura peruana, periodísticamente. La historia del Perú es absurda. El Perú tiene territorios difíciles, tiene mestizos y hasta indios que no saben el castellano. Incalculablemente es diferente a lo que saben Luis Alberto Sánchez, Francisco García Calderón o José de la Riva Agüero. La clase media no sabe nada de nada” (p. 132).

Estas conversaciones constituyen, pues, el derrotero del último año de vida del poeta. Se muestra a un hombre lúcido, por momentos disperso y muy contradictorio. Humano, demasiado humano, es aquí el rostro de Adán. Un material de primera mano a la espera de quienes se aventuren en una futura y esperada biografía del poeta. 

Martín Adán. Conversaciones con Francisco Alarco Larrabure. Andrés Piñeiro (editor). Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú, 2024.

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Una feria de libros nunca puede ser una mala noticia. Primero porque se trata de un evento que tiene como protagonistas al libro y la lectura y eso, querido lector, no puede sino tener consecuencias positivas. En segundo lugar porque es una ocasión para presentar novedades bibliográficas y escuchar a exponentes de la literatura peruana de diversas generaciones. Y tercero, porque se trata, una vez más, de poner en evidencia un valioso activo: la diversidad bibliográfica de nuestro país. Por último, hay numerosas editoriales extranjeras invitadas, una razón más para asistir.

Mañana sábado 14 y el domingo 15 tendrá lugar la segunda edición de FIN 2024, Jornadas Editoriales de Fin de Año, como ya se dijo, una oportunidad para empaparse del trabajo de algunas editoriales independientes y escuchar a los autores invitados. El ingreso por supuesto es libre, el local es amistoso con las mascotas, habrá un espacio de comidas y, claro, presentaciones, recitales y conversatorios.

En esta edición participan las siguientes editoriales: Álbum del Universo Bakterial, Fiesta Pagana, Glifos, Intemezzo, La Balanza Taller Editorial, Librería Inestable, Personaje Secundario, Máquina Purísima, Estarcido (Lima) y Atmosféricas (Valparaíso), Bisturí 10 (Santiago de Chile), Cardboard House Press (Providence), Ediciones Sin Fin (Barcelona), El Laboratorio y Parque Vacío (Arequipa), Lumpérica (Poitiers), Nebliplateada (Buenos Aires), Nuevos Clásicos (La Paz) y Salto de Mata (México).

Una nutrida representación de editores animará esta edición de FIN. Las actividades del sábado y el domingo congregan a destacados poetas, escritores y críticos peruanos y extranjeros. Entre ellos la poeta mexicana Tania Favela, los poetas Jorge Frisancho y Róger Santivañez, Victoria Guerrero, Rocío Silva Santisteban, Javier Torres Seoane, Guillermo Nugent, Miluska Benavides, Luis Alberto Castillo, Alexis Iparraguirre, Javier García Liendo, Teresa Cabrera y Juan Luis Dammert, por mencionar a algunos.

Si bien algunas mesas dan pie a presentación de libros y novedades editoriales, en otras se reflexiona sobre ese oficio maravilloso, invisible a los ojos del lector, que es la edición de libros y todo lo que rodea a esta actividad. Cecilia Podestá y Arturo Higa, entre otros editores peruanos, compartirán su valiosa experiencia como editores, mas bien creadores editoriales, con el público asistente.

Entonces ya lo sabe: Sábado 14 y domingo 15, de 2:45 a 10:30 pm en Unión Central, Calle Héroes de Tarapacá 177, Lima. Más información sobre el programa siguiendo este link:

https://www.instagram.com/unioncentral.lima/p/DDfNy6fRvbc/?img_index=1

No se la pierda.

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Hay vidas tan rocambolescas y aventureras que uno se pregunta si se trata de existencias reales o imaginarias. A veces la trayectoria de un hombre de carne y hueso puede igualarse a las peripecias del héroe más libresco que quepa soñar. El hecho de que vidas de esa naturaleza sean reales añade no solo más verosimilitud al relato que las contiene, sino además pone alerta a nuestros sentidos de una manera diferente a cómo lo harían, por ejemplo, Odiseo en su fabuloso retorno a Ítaca o Jan Valjean, el gran personaje de Los miserables. 

Jacobo Hurwitz Zender fue un peruano real, protagonista de una biografía en la que los elementos esenciales fueron el secreto, el movimiento, la zozobra, la acción, los desplazamientos, las urgencias, es decir, una existencia excepcional. Esa debe haber sido la razón por la cual Hugo Coya, un experimentado escritor y periodista, debió sentirse atraído por este personaje y emprendiera el pormenorizado relato de este peruano de origen judío que figura en la lista de espías más influyentes en la historia de América Latina. 

Coya dispone su relato de manera inteligente, en episodios que respetan cierta linealidad combinados con saltos al pasado que van desarrollando, a modo de rompecabezas, la intrincada trayectoria vital de Hurwitz. A estas alturas, querido lector, debe usted estarse preguntando quién era este señor. Permítame alcanzarle algunos datos. Nació en Lima en 1901, y ocupó el penúltimo lugar entre once hermanos descendientes de Natasius Hurwitz y Augusta Zender, dos inmigrantes judío alemanes. 

Si podemos pensar que el sentido de la aventura está en los genes, pues, consideremos que el padre de Jacobo combatió nada menos que en la célebre Guerra de Secesión norteamericana, del lado de los norteños. Jacobo ingresó a la Universidad de San Marcos en 1918 y tenía inclinaciones literarias, prueba de ello es un libro de poemas suyo, titulado De la fuente del silencio, aparecido en 1924 y que recibiera un auspicioso comentario de José Carlos Mariátegui. Durante el tiempo que estuvo en San Marcos opera en él una transformación y va abandonando paulatinamente los dictados de sus creencias hebreas y, en su lugar, asoma la atractiva faz de un laico que abraza ideas marxistas y participa de los debates de su tiempo. 

En 1924 ya es visto como un comunista radical y un operador político peligroso. Augusto B. Leguía ordena su deportación y recala en Cuba donde, aparentemente, comenzarían sus actividades como espía y orquestador de complots políticos, que alcanzarían un punto climático en el intento de asesinato del presidente de México Pascual Ortiz Rubio, precisamente el punto en el que Coya fija el inicio de su cautivante narración. 

La disposición de los capítulos pretende abarcar un amplio arco temporal, mayormente situado en diversos momentos de la década de 1930 (que corresponde al atentado y a su prisión en una remota cárcel mexicana), con saltos al pasado que recrean otros episodios importantes de la vida Hurwitz, como los inicios de un vínculo con Mariátegui, el conocimiento de Haya de la Torre y, como nota de contexto, haberse enterado del sonado escándalo de la bailarina rusa Nora Rouskaya en el Presbítero Maestro, que despeinó a más de una encopetada dama limeña. Corresponde a cada lector colaborar en el ordenamiento temporal, algo que, en este caso concreto, se hace con placer. 

La carcelería sufrida por Hurwitz en México es uno de los segmentos más interesantes del libro. Y no solamente porque allí, en la cruenta prisión de Islas Marías fuera salvajemente torturado, sino también porque en ese lugar surge la entrañable amistad entre el peruano y otro gran personaje, el mexicano José Revueltas, escritor y activista político, acusado de ser el instigador de los hechos ocurridos en 1968 en la Plaza de Tlatelolco.

La narración, además, plantea un recorrido que empieza, digamos, en el cenit de la existencia de Hurwitz y termina en 1973, con su muerte, que queda retratada en el inicio del capítulo 38: “Su cuerpo naufraga en un charco de sangre. Las ruedas que giraron bruscamente para esquivar un perro surgido en medio de la noche han ocasionado la volcadura del automóvil en que se encontraba. Sin cinturón de seguridad que lo contuviera, Jacobo ha sido expulsado del vehículo y permanece tendido sobre el empedrado de una calle del centro” (p.325). 

Con un lenguaje preciso y una rigurosa investigación detrás, Hugo Coya nos obsequia la imperdible biografía de un peruano inverosímil que, sin embargo, fue más real que cualquiera de nosotros. Con esos materiales, el autor reconstruye una biografía útil para entender los avatares de una época irrepetible en nuestra historia. 

Hugo Coya. El espía continental. Lima: Planeta, 2024.

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Si los géneros autobiográficos son problemáticos eso se debe a una buena razón: Lenguaje y memoria, en ese contexto, no tienen un límite preciso con el artificio. La vida convertida en relato supone elecciones y en esas elecciones, consciente o inconscientemente se está construyendo una imagen. ¿Esto invalida la lectura de memorias, diarios y otras especies? No. Y no tendría por qué hacerlo. Al contrario, es una incitación pensar que lo que se lee es verdad fáctica sabiendo que en realidad la frontera con lo ficticio es apenas visible. Parece contradictorio, pero ese es uno de los secretos mejor guardados de este tipo de textos. Los textos autobiográficos normalmente no adjuntan documentos que garanticen su veracidad; es la sola mención del género lo que provoca en el lector la asociación con un relato, a primera vista, sincero.

Estas ideas han ido apareciendo, como en una suerte de borrador mental, mientras recorría y no sin cierta fascinación las páginas de El poder de la ilusión, libro de memorias de Eduardo González Viaña aparecido este año. Desde el título nos enfrentamos a una ambigüedad que resumo en tres preguntas: ¿es la memoria un mecanismo ilusorio? ¿Recordamos lo que recordamos en el mismo orden y con la misma precisión en el momento en que ese torrente de experiencias se convierte en lenguaje? ¿Quién asegura que cada palabra tiene su lugar asegurado en cada fragmento del pasado que se relata?

Más allá de las razonables dudas que nos puedan plantear los textos de la familia autobiográfica, hurgar a través de la lectura en la memoria de los otros es un hábito literario que no ha dejado de generar interés. Ahora bien, ¿en qué consiste El poder de la ilusión? Una suma de recuerdos personales, familiares y literarios que van dando forma a la imagen del escritor que al parecer González Viaña ha querido ser: una suerte de aventurero, políticamente comprometido y cercano a distintas modulaciones del lenguaje popular, como se puede deducir de libros suyos como Sarita Colonia viene volando (1990), El corrido de Dante (2008) o Don Tuno, el señor de los cuerpos astrales(2009).

El poder de la ilusión ofrece un extenso recorrido por la experiencia y la trayectoria vital de su autor. La ilusión podría ser, en ese sentido, varias cosas: la estructuratemporal del relato, la coherencia en la secuencia de los fragmentos que lo componen, la legitimidad de cada recuerdo, aunque la mediación del lenguaje haga su trabajo quiérase o no. “El castigo se ha cumplido. No he vuelto a residir en el pueblo de mi infancia y he pasado más de la mitad de mi edad fuera de la patria. Todo el tiempo me he dedicado a criar y amansar estos recuerdos”, se lee en el primer fragmento de esta memoria. “Criar” y “amansar”, dos verbos que dicen mucho. Una de las acepciones de criar indica producir algo, originar. Por extensión, criar equivale a escribir. En tanto, “amansar” se vincula con el acto de domesticar, que acaso podría contarse como una alusión a la corrección de la escritura, al proceso de enmendar o regenerar lo escrito. Nada es gratuito, pues, en el lenguaje, en las palabras que se eligen.

Hay una escena arquetípica en las memorias de un escritor: la escena de lectura. Conmueve la historia del abuelo que lee junto al bisoño nieto La divina comedia, uno de los libros mayores de nuestro firmamento. Cito: “Entonces, don Guillermo Viaña me tomó de la mano y me condujo hacia los largos muros de su biblioteca. Recuerdo que pasé junto al retrato de Napoleón Bonaparte, quien era su ídolo. Se encaramó hasta el más alto de los estantes y extrajo de allí un tesoro: La divina comedia en edición bilingüe: castellano y toscano. –La he leído dos veces, pero me falta leerla con mi nieto, y aquí estaremos juntos todo el tiempo que sea necesario. “Todo el tiempo” fueron, más o menos, dos años en los que yo escapaba del puerto de Pacasmayo y enrumbaba a Chepén para leer en voz alta, sentado junto a mi abuelo que se estaba volviendo miope, y que me obligaba a leer también en italiano” (p.46).

La memoria está servida y en plato hondo. Que te sea de provecho, lector.

Eduardo González Viaña. El poder de la ilusión. Fondo Editorial UCV, 2024.

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