Luisa García Tellez

“A veces voy al lado de la carpa y grito su nombre. Al menos para que sepa que estoy aquí y esté más tranquila”, dice Rocío Inza. Su novia, Milagros Barreto, cumple una semana sentada en una silla de ruedas del Hospital de Emergencias de Villa El Salvador (HEVES), uno de los más grandes de Lima Sur. Desde que ingresó, a las 10 de la noche del 4 de abril, no ha podido verla. Y tampoco lleva consigo un celular, porque está prohibido.

Cuando Milagros llegó a una saturación de 76, ambas decidieron que debían correr a un hospital. Allí la conectaron a un balón de oxígeno y le indicaron que tenía comprometido el 70% de los pulmones. Una vez al día, una doctora llama por WhatsApp a Rocío para contarle sobre Milagros. Hoy le dijo que su saturación está en 96. “Pero a veces baja y sube. Estoy insistiendo para que me digan la verdad”. No poder verla le causa desconfianza.

En estos días Rocío le ha mandado cartas escritas a mano, que aprovecha para colocar en la bolsa de ropa que le entrega al personal médico interdiariamente. “Ayer me pidieron papel y lápiz, y se los puse en la bolsa; pero no me escribió de regreso. Eso me preocupa”, dice. Es media mañana y el sol le pega con fuerza a los familiares de pacientes Covid-19. Son unos 20. Algunos se agolpan en la puerta principal del hospital a la espera de que perifoneen los apellidos de su familiar.

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Solo unos metros la separan de la carpa donde el personal médico del HEVES atiende su novia, pero desde hace una semana no ha vuelto a verla. Foto: Luisa García.

Rocío esperaba encontrar un mensaje en la bolsa con ropa usada que le devolvieron hace 10 minutos, pero no ha recibido nada. La misma impaciencia se nota en los gestos del resto de personas que esperan noticias sobre sus seres queridos. Otros se cobijan debajo de un toldo, a unos metros, y un par acampa en el pasto. Nadie parece preocupado por llegar a su local de votación.

¿Pensaría usted en ir a votar con la preocupación de que su pareja pueda empeorar en ese interín? Rocío no deja de mirar hacia la carpa, por entre las rejas. Espera que alguien deje la entrada entreabierta y le permita ver a Milagros unos momentos.

“Estar acá es horrible, todos los días veo cómo personas llegan con fiebre o dificultad para respirar. El día que entró mi pareja, vi entrar hasta diez más luego. No solo personas mayores, sino jóvenes también”, cuenta. “Su recuperación es lenta. Está luchando, estamos orando cada día”.

Lima Centro, 11 de abril, 11:30 a.m.

Jorge (usamos un seudónimo a su pedido), de 35 años, traslada a su esposa a la Clínica Internacional de San Borja. Los síntomas son claros: dolor en la espalda y dificultad para respirar. Más temprano, ella no tuvo fuerzas para ir a su local de votación.

La Clínica Internacional es el centro de salud donde la esposa de Jorge suele atenderse vía su plan EPS. Aún no tiene certeza de si su seguro cubrirá todo. Adentro, un toldo le da sombra a alrededor de 15 personas en sillas distanciadas. Todos tienen síntomas respiratorios. Los familiares no pueden acompañarlos. A solo unos pasos, la tranquilidad de los votantes a las afueras del colegio particular Santa Rosa de Lima contrasta con la preocupación de los familiares que rondan la clínica.

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Entrada reservada para pacientes Covid. Foto: Luisa García.

La batería del celular de Jorge está por acabarse, pero alcanza a recibir un mensaje de su esposa: acaba de pasar triaje y ha regresado a su asiento por indicación del personal médico. Se toma unos segundos para enviar otro mensaje: es un aviso a su hermana para alertarle de que probablemente luego tenga que ir al Hospital Guillermo Almenara. Su abuela paterna también está internada allí por Covid-19. Tiene ochenta años y ha estado evolucionando bien. Es posible que le den de alta en unas horas, pero él no sabe cuántas le quedan a las afueras de la Clínica Internacional.

El sábado 3 de abril por la noche, al llamarla por teléfono, Jorge había notado que su abuela se agitaba al hablar y que tosía. Fue a su casa y le midió la saturación. Marcaba 85. Debido a su urgente necesidad de oxígeno, no fue fácil conseguir que la ingresen a un hospital. Jorge relata que en el Uldarico Rocca Fernández, de EsSalud, en Villa El Salvador, no tenían el gas medicinal. Tampoco en el Edgardo Rebagliati. “Dejarla acá es maldad”, cuenta que allí le dijo un médico, luego de advertirle que solo podrían tenerla sentada en el patio.

Casi a media noche y en un tercer intento, el Almenara aceptó recibirla. No tenían cama, solo una silla de ruedas, pero sí contaban con oxígeno. Y no hubo cama para ella recién hasta hace tres noches. El nieto subraya su agradecimiento al personal médico porque hoy su saturación ya está normalizada. “Ella pensaba que iba a ir, la iban a revisar y que regresaría a casa ese mismo día. Debe haber sido duro para ella”, comenta.

Lima Norte, 11 de abril, 9:30 a.m.

Rita Palacios acaba de salir de su casa en Los Olivos. Tiene 33 años y es licenciada en enfermería. Siete pacientes Covid-19 la esperan en distintos puntos de Lima Norte. Aunque aún no lo sabe, el llamado desesperado de una hija por la baja saturación de su madre le impedirá votar. Todavía tiene previsto hacerlo por la tarde. Son las elecciones presidenciales del Bicentenario, pero la pandemia ha alcanzado uno de sus picos: tan solo hace dos días el Ministerio de Salud reportó 384 fallecidos confirmados, cifra máxima hasta la fecha.

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Rita Palacios coordina al personal de enfermería del área de Emergencias del Centro Materno Infantil Juan Pablo II, en Los Olivos; en sus días libres atiende a pacientes Covid a domicilio. Foto: Archivo personal.

De momento, Comas es su primera parada. La urbanización se llama El Retablo. Allí la espera un paciente de 67 años, luego atenderá otra de 49 en el mismo distrito y uno último en su turno de la mañana, en Pro. Su labor: enseñarle a la familia cómo manejar un balón de oxígeno, así como la aplicación de otros tratamientos previamente recetados por un médico. “A veces me piden quedarme 12 horas, pero yo les indico que no puedo por el tema de la exposición [al virus]. Estar tantas horas en un solo lugar es un poco más complicado”, explica.

“Ha sido un día terrible”, dice a las 5.40 p.m., camino a atender al primer paciente de su turno de la tarde. Aún no ha votado, ni lo hará. “Ahora me estoy yendo a San Miguel, de ahí voy a José Granda, luego a Independencia. Y de allí debo regresar a Comas, [El] Retablo. Pronostico terminar a las 11.30 de la noche”, cuenta a Sudaca. «Hubo un paciente que ya no pude aceptar. Querían que les ayude a conectar el oxígeno. Les dije que podía ayudarles vía videollamada». Las elecciones ocurren en otra realidad. Una que no es la suya. Tampoco la de los pacientes que ve.

 

Fotocomposición de portada por Leyla López.

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Covid-19, Elecciones 2021, Luisa García Tellez, Oxígeno
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