Rafaella Carrà

Tres días de exequias en Italia, sentidos adioses de famosos colegas (Julio Iglesias, Raphael, Laura Pausini) y un inusitado homenaje durante una de las semifinales de la Eurocopa 2020 son solo tres botones de muestra de la imborrable huella que dejó la cantante, actriz y conductora de televisión Rafaella Carrà (Bologna, 1943), fallecida el martes de la semana pasada, a los 78 años. En la previa del partido Italia vs. España (su país natal y su segunda patria), el calentamiento de ambos equipos tuvo como música de fondo el tema A far l’amore comincia tu, más conocida entre nosotros por su versión en español, En el amor todo es empezar. En cuanto al funeral, se llevó a cabo el viernes en la iglesia Santa Maria de Ara Coeli de Roma, donde tuvo su última residencia. El anuncio de su muerte lo hizo el coreógrafo Sergio Japino, quien fuera su segunda pareja y cercano colaborador hasta sus últimos días. La causa: un fulminante cáncer al pulmón que venía padeciendo, en secreto, desde hace algún tiempo.

Reconocida por sus letras desenfadadas, su estampa de gimnasta y esa enérgica forma de sacudir la cabeza, con aquel flamígero cabello entre rubio y platinado, con cerquillo beatlesco, Raffaella Maria Roberta Pelloni (su verdadero nombre) fue el prototipo de ese, a veces incomprensible y, otras veces, terriblemente mal usado concepto de «vedette». Pero además de las coreografías de vaudeville y el elenco de bailarines siempre dispuesto a cargarla hasta seis veces por canción, su discurso artístico fue una abierta confrontación con la cucufatería de su tiempo.

Y, aunque actualmente su propuesta, vista en bloque, no sea capaz de moverle el piso a nadie si la comparamos con el vulgar libertinaje de las «divas» de hoy (por momentos luce hasta infantil e inofensiva), no puede negarse su naturaleza pionera en esto de sacarle la lengua a los convencionalismos y romper el molde de la cantante/actriz sufrida y dependiente. Recordando cómo mi madre, una sencilla y conservadora ama de casa que había nacido dos años después que ella, disfrutaba de sus canciones, cuando estas eran moneda corriente en radio y televisión, y cuánto admiraba -sin decirlo- esa actitud liberada y suelta de huesos frente a la sociedad, puedo imaginar fácilmente el profundo impacto que tuvo Rafaella Carrà en toda su generación y en las posteriores.

Aunque su formación artística comenzó a través del ballet y el cine -estudió danza y actuó en varias películas italianas épicas sobre hechos religiosos y leyendas de civilizaciones antiguas (Roma, Grecia) durante los años sesenta- fue como cantante que se hizo realmente conocida a inicios de la década siguiente, en su país, con un estilo que destacaba por su elegante y pícara sensualidad. En 1971, su primer single Tuca tuca causó sensación en la televisión italiana con un video que fue criticado hasta por el Vaticano porque la joven de 28 años aparecía “mostrando el ombligo”. Algunos años después lanzó una nueva versión, con un divertido video en el que alborota a varios señores por la calle. En estos clips, disponibles en YouTube, se aprecia ya la base de lo que vendría después, esa llamarada de personalidad escénica que la catapultó al estrellato.

Musicalmente hablando, lo que hizo Rafaella Carrà -de la mano de Gianni Boncompagni, su primera pareja, productor y compositor de casi todos sus éxitos entre 1971 y 1985- se inscribe en la onda del disco con sabor europeo, con bajos sintetizados a lo Giorgio Moroder (su célebre compatriota, productor de Donna Summer), fondos orquestales y ritmos que se alimentaban de diversas fuentes y géneros de raíz latina, elementos que le dieron a su discografía un aire inconfundible en un tiempo en que era difícil destacar, en medio de opciones musicales tan buenas como diversas. En esa época era muy común que artistas europeos, en especial italianos, lanzaran sus producciones en español -también lo hicieron, con enorme éxito, de otros países como Demis Roussos (Grecia), Charles Aznavour (Armenia/Francia), Abba (Suecia)- y, en ese sentido, Rafaella Carrà no se quedó atrás, uniéndose a la larga tradición de artistas bilingües con carreras altamente aceptadas por el público hispanohablante.

Antes de convertirse en personalidad de las televisiones italiana y española, Rafaella Carrà tomó por asalto las pistas de baile con canciones que, a pesar de los años transcurridos, siguen sonando frescas y vigentes. Desde la rumba española (Fiesta, 1977), el musical al estilo cabaret (Caliente, caliente, 1981 o la mencionada En el amor todo es empezar, 1976) o los guiños de samba brasilera en la controversial 53-53-456 (1976, que también grabó como 03-03-456 para evitar confusiones con un teléfono real en Argentina), la música de Rafaella Carrà era perfecta para el baile, la alegría y el desacato. Grabadas originalmente en italiano, todas tuvieron su versión en castellano, a través de las grabaciones que lanzó con el sello español Hispavox (distribuido por la multinacional Sony). Psicodélica en Rumores (1974), pícara en Pedro o romántica en Yo no sé vivir sin ti (ambas de 1980), Carrà no se guardaba nada en sus discos, con interpretaciones intensas y auténticas, las mismas que hacían juego con su carisma y simpatía.

Pero si hay una canción que identifica a Rafaella Carrà y su rol libertario es la desinhibida Hay que venir al sur (1978), cuya primera versión en español causó tal revuelo que se vio en la necesidad de grabar una segunda, más moderada, como un gesto de consideración hacia los públicos centro y sudamericanos, no tan acostumbrados a escuchar letras que incitaban a las mujeres a «buscarse otro más bueno» cuando un hombre las dejaba. Otras como la infantil Mamá dame 100 pesetas (1981) o la divertida Lucas (1978) también tocan temas controvertidos como las ansias de irse de casa o la homosexualidad, respectivamente, pero definitivamente, aquel coro que dice «para hacer bien el amor hay que venir al sur…» es hasta ahora su más claro grito de emancipación femenina.

Esta cadena de éxitos radiales la llevó por el mundo entero, pero fue en España y América Latina donde alcanzó inmensos niveles de popularidad. Visitó nuestro país en varias ocasiones entre 1979 y 1982. En tiempos en que los grandes conciertos eran inimaginables en el Perú, la presentación de Rafaella Carrà en el Coliseo Amauta, ante 15,000 personas, en 1981, fue uno de los eventos más sorprendentes de aquella época. Muchos años después, en 2005, volvió pero solo como turista, para visitar Machu Picchu.

Poseedora de un natural atractivo mediterráneo, sin aspavientos ni grotescas cirugías plásticas, Rafaella Carrà ponía especial cuidado en sus vestuarios, siempre sofisticados y sugerentes pero sin llegar a los exhibicionismos baratos de hoy. Tenía un brillo y elegancia que encandiló a hombres, mujeres y más allá, pues se convirtió en icono de la comunidad gay (en esas épocas no se hablaba de «LGTBI» ni nada por el estilo) De hecho, recuerdo haber escuchado, siendo yo un niño, el rumor de que “la Carrá” era un hombre travestido. Esta por supuesto, es una más de esas absurdas leyendas urbanas de la música, como las que afirmaban la muerte de Paul McCartney, la vida secreta de Elvis Presley después de 1977 o los mensajes satánicos de ciertos discos si los escuchabas al revés. Hay ecos de Rafaella Carrà a ambos lados del espectro artístico: desde la norteamericana Madonna y la española Alaska; hasta la argentina Susana Giménez o la peruana Gisela Valcárcel, tienen en sus apariencias algo de la italiana, ya sea por auténtica influencia en el caso de las mencionadas cantantes, o burda imitación en el de estas dos conductoras de televisión sudamericanas, provenientes del submundo del vedettismo y el humor de baja estofa.

Sus programas de televisión, en Italia, Argentina y España, impusieron ese estilo alegre, conversador y cercano al público que sería copiado hasta la saciedad. En paralelo mantuvo su carrera musical, aunque con menor presencia en las radios. Sus trabajos musicales más recientes incluyen una participación como jurado/coach en la versión italiana del reality La Voz y álbumes como Replay (2013) y Ogni volta che è Natale (2018) de canciones navideñas. El 2020 apareció Grande Rafaella, recopilación doble que, por primera vez, contiene todos sus grandes éxitos, lanzada como soporte de la película Explota explota, del español Nacho Álvarez, sobre su vida.

Rafaella Carrà nunca se casó y solo se le conoció dos relaciones (Gianni Boncompagni y Sergio Japino), largas y que, luego de concluidas, se convirtieron en estrechas amistades, lo cual podría hacer contraste con su imagen pública, siempre abierta a probar muchas experiencias como dice su canción emblema. Tampoco tuvo hijos. Quienes la conocieron de cerca la describen como una mujer, espontánea, de carácter fuerte, amable e inteligente. La artista, fanática del Juventus y de sólidas convicciones socialistas, será recordada siempre por los dos continentes que la vieron sobre los escenarios derrochando libertad, energía y buena música.

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