sociología

Anoche Canal N presentó un panel supuestamente conformado por expertos para discutir la situación del Perú respecto de la pandemia. Entre los invitados se encontraban el doctor Magno Santillana, quien, como reporta Salud con Lupa, es miembro del grupo anticientífico Organización Mundial para la Vida (OMV), que promueve el dióxido de cloro y está en contra de las vacunas. 

Darle tribuna a este señor es un error. Estamos en medio de una emergencia sanitaria, y difundir puntos de vista como los suyos contribuye a generar desinformación, y esto a su vez tiene consecuencias negativas directas. 

Cierto estilo de sociología filosófica mediocre ha hecho que la gente le tenga miedo a la palabra ‘verdad’, y ahora creen que lo correcto es decir que ‘todos tienen su verdad’. Este eslogan/cliché que inicialmente denotaba apertura de mente ha devenido en la bandera de los obstinados por excelencia: ya que yo tengo mi propia verdad, nada que tú me digas me va a hacer cambiar de opinión, y si yo creo que el dióxido de cloro funciona, pues ya está, funciona para mí.  

Un periodista serio no invita a un terraplanista a discutir con un astrónomo ‘para que el público saque sus propias conclusiones’. Si el periodista es serio, entonces a) tiene muy claro que la tierra no es plana, y b) invita a personas que puedan explicar por qué la tierra no es plana. No hay que tener miedo de decir que la tierra no es plana, así como no hay que tener miedo de decir que las vacunas funcionan. 

Ahora bien, frente a esto uno podría responder que no es que el periodista no creyera en las vacunas, sino que su razonamiento fue algo así como que la mejor manera de aclarar un mito es haciéndolo explícito: al invitar a una persona como Santillana se les da la oportunidad a los expertos de verdad de explicar con detalle por qué las ideas de Santillana no tienen sustento alguno. Es decir, la razón para invitar a Santillana sería exponer la precariedad de sus argumentos, y de esta manera ayudar a que las personas que fueron persuadidas por él rectifiquen su error. En ese sentido, Santillana sería un simple objeto pedagógico, un pallasín, un títere, una piñata cuyo único objetivo es estar ahí para ser demolido. 

Esto, lamentablemente, no funciona así. El señor Santillana no va a dejar nunca que lo traten como piñata, se va a defender y entonces va a intentar ensuciar la discusión con mentiras, o medias verdades, e interrupciones. 

¿Pero qué hacer entonces, si queremos ayudar a aclarar las confusiones del público? Es muy sencillo. El periodista mismo debe leer las tonterías de Santillana, resumirlas en preguntas concretas, y hacérselas él mismo a un científico serio, y no parar de preguntar hasta que no considere que las explicaciones han quedado claras para todos. No hay ningún problema en discutir ideas, por más absurdas o extravagantes que sean. Es más, dado que estas ideas son compartidas por un grupo significativo de la población, es en cierto modo un deber el ayudar a aclararlas. Pero lo que no se puede hacer es contribuir a que personas no calificadas o abiertamente mentirosas utilicen la señal abierta para difundir tonterías. 


* Manuel Barrantes es profesor de filosofía en California State University Sacramento. Su área de especialización es la filosofía de la ciencia, y sus áreas de competencia incluyen la ética de la tecnología y la filosofía de las matemáticas. 

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Mientras la derecha o el centro no logren capitalizar una votación importante en las zonas andinas del país, es improbable que se alcen con el triunfo electoral en el futuro o, si lo logran, probablemente sea con un nivel de contestación en esa zona del país que prontamente generaría cuotas de ingobernabilidad.

Hoy vemos que a pesar de los groseros errores cometidos por el gobierno, la cuestionada designación de un Premier impresentable como Bellido, la rechazada presencia dominante de Vladimir Cerrón, la impugnada cercanía de elementos vinculados a Sendero Luminoso, las designaciones cuestionadas de funcionarios públicos, la profusión de ministros incompetentes y un Presidente dubitativo, indeciso e inaparente, las zonas andinas del país le siguen brindando su respaldo.

Según Ipsos, si bien en Lima desaprueba al gobierno el 62%, en el centro lo aprueba el 49% y en el sur el 57%. Según Datum, en Lima lo aprueba apenas el 29%, pero en el centro el 55% y en el sur el 58%. Datum pregunta también sobre la percepción de la capacidad de Castillo para gobernar: en Lima solo el 22% estima que está capacitado, en el centro lo cree el 45% y en el sur el 49%. Para CPI, el 62.4% de Lima desaprueba a Castillo, pero en la sierra y centro sur lo respalda la abrumadora cifra del 64.4%.

Por cierto, Castillo no es que haya hecho nada en particular para conquistar tamaños niveles de aprobación en esas regiones del país. Es la inercia del voto de la segunda vuelta (donde, inclusive, obtuvo cifras más altas de votación: el centro político de las zonas andinas parece haberse ido desprendiendo del respaldo al Presidente), pero pesan también razones identitarias que la derecha parece incapaz de responder o contestar.

Sociológicamente hablando, regiones como Puno o Junín ya dejaron de ser predominantemente agrarias para pasar a ser eminentemente comerciales. Son poblaciones comerciantes, capitalistas, negociantes, y si se pudiese establecer una correlación entre la actividad económica y la perspectiva ideológica deberían inclinarse mayoritariamente por la derecha antes que por la izquierda, como suelen hacer.

A la postre, cuando el desarrollo económico genere en las zonas andinas peruanas los mismos niveles de integración a los beneficios del mercado que se ven en el resto del país, ese fenómeno de derechización ocurrirá (véase, por ello, la votación de las zonas populares de Lima y la costa norte), pero mientras ello no ocurra, la derecha tiene allí un desafío político que afrontar. No tendrá viabilidad electoral futura si no hace suyo el mundo andino.

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