Análisis Literario

[EN UN LUGAR DE LA MANCHA]  Los niños como personajes en la literatura peruana no han tenido mucha fortuna que digamos, pero, en el fondo, todo es según el color del cristal con que se mire. Recordaré aquí algunos ejemplos. Empecemos por el satanizado “Paco Yunque”, de César Vallejo, interpretado desde ciertos radicalismos de derecha como el símbolo del resentimiento y la derrota. Sin embargo, “considerando en frío, imparcialmente”, como diría su autor en un célebre poema, ¿no terminan revelando las amargas lágrimas de Paco Yunque la continuidad histórica de la desigualdad en nuestro país?

“Warma Kuyay” (“Amor de niño”) es un cuento de José María Arguedas que tiene indudable sabor autobiográfico, pero más allá de esa circunstancia, ubica a los lectores en el meollo latifundista, ese mundo terrible fundado en el abuso. Ernesto (notar por favor la coincidencia en el nombre con el protagonista de Los ríos profundos) se enamora de una indígena, la bella Justina, pero ella prefiere a Kutu, un joven y diestro novillero que trabaja para el hacendado, llamado Don Froylán. El amor no correspondido, la ingenuidad de Ernesto, se enmarcan en el contexto de la hacienda y sus implicancias. Ernesto termina viajando a una ciudad de la costa, donde se sentirá “como un animal de los llanos fríos trasladado al desierto”. Ernesto, vale la pena anotar esto, pertenece a la familia del hacendado, por lo que su amor por Justina transparenta las distancias sociales y la separación tajante de clases existente en ese mundo.

En “El trompo”, cuento de José Diez Canseco, el personaje central, Chupitos, no solamente es víctima de un hogar disfuncional, donde impera más la violencia que el afecto, sino también debe enfrentar la pérdida de un objeto muy preciado: un trompo “de naranjo purito”. El trompo es por cierto un objeto lúdico, pero lleno de contenido simbólico: representa la virilidad, el machismo impulsado por el padre de Chupitos, un hombre cruel y que ve en la mujer a un ser destinado a su servicio.

Julián Huanay, en su extraordinaria y olvidada novela corta El retoño, nos cuenta la conmovedora historia de Juanito Rumi, un niño que decide abandonar su pueblo natal, en la sierra central, para migrar a Lima, pasando mil peripecias. Durante el viaje, Rumi (nombre ya conocido por ser la comunidad que protagoniza El mundo es ancho y ajeno, la novela de Ciro Alegría) es enganchado en una hacienda algodonera sin que él supiera nada y cuando finalmente llega a Lima, ciudad sobre la que ha escuchado relatos de maravilla, enferma y es internado en un hospital. Al ser dado de alta, Juanito reflexiona: “Tenía hambre. También tenía miedo a la gran ciudad desconocida que se alzaba frente a mí. Así, con muchas dudas y grandes temores, me quedé, de pie, en el umbral de la puerta del Hospital Dos de Mayo”.

Esteban, el protagonista de “El niño de Junto al Cielo”, relato de Enrique Congrains, sufre también una dura experiencia citadina. Por azar un día se encuentra una libra (diez soles de hoy) y Pedro, a quien acaba de conocer en una calle del centro, lo convence de hacer un negocio. Pedro desparece con el billete y Esteban queda profundamente decepcionado de su experiencia en Lima, el “monstruo de mil cabezas”, como suele llamar a la capital. Como dice el final del relato, “(…) ya nada importaba. Dejó el muro, mordisqueó una galleta y, desolado, se dirigió a tomar el tranvía”. Ironía aparte para “Junto al Cielo”, que designa el lugar que ocupan las viviendas ubicadas en la parte alta del cerro San Cosme.

“Los gallinazos sin plumas” es uno de los textos más emblemáticos de Julio Ramón Ribeyro. En él, dos niños, Efraín y Enrique, son cruelmente explotados por su abuelo, el viejo don Santos. Ellos viven en una casucha en uno de los acantilados de la capital y dedican sus días a buscar en los basurales cercanos comida para Pascual, el cerdo que don Santos cría con cariño digno de mejor causa. El relato es espeluznante. Uno de los niños recoge un perro de la calle, lo que irrita a don Santos, que finalmente lo entrega a las fauces del voraz artiodáctilo. El relato termina con el propio don Santos siendo devorado por Pascual, situación que aprovechan para huir. Efraín y Enrique se liberan,  así,  del ominoso trato del abuelo pero enfrentan ahora un peligro mucho mayor: la ciudad, que “abría ante ellos su gigantesca mandíbula”, mientras “desde el chiquero llegaba el rumor de una batalla”.

Hay que decir que no todo tiene un sesgo negativo o violento. Un hermoso relato, también de Julio Ramón Ribeyro, titulado “Por las azoteas” muestra la infancia como un periodo de descubrimientos y experiencias trascendentes, incluso podríamos decir formativas. En la relación que se da entre un niño de diez años y un enigmático anciano que, según la madre del niño, “está marcado”. Hay entre ambos una complicidad lúdica, algo que el niño parece no encontrar en su hogar y eso le resulta muy seductor. La muerte del anciano, “rey de los gatos”, provoca en el niño una honda tristeza, un acendrado sentimiento de soledad.

Este recuento termina aquí, pero volveré sobre el tema. Gracias lector por tu compañía.

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Análisis Literario, infancia, Literatura peruana, Paco Yunque
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