infancia

[EN UN LUGAR DE LA MANCHA]  Los niños como personajes en la literatura peruana no han tenido mucha fortuna que digamos, pero, en el fondo, todo es según el color del cristal con que se mire. Recordaré aquí algunos ejemplos. Empecemos por el satanizado “Paco Yunque”, de César Vallejo, interpretado desde ciertos radicalismos de derecha como el símbolo del resentimiento y la derrota. Sin embargo, “considerando en frío, imparcialmente”, como diría su autor en un célebre poema, ¿no terminan revelando las amargas lágrimas de Paco Yunque la continuidad histórica de la desigualdad en nuestro país?

“Warma Kuyay” (“Amor de niño”) es un cuento de José María Arguedas que tiene indudable sabor autobiográfico, pero más allá de esa circunstancia, ubica a los lectores en el meollo latifundista, ese mundo terrible fundado en el abuso. Ernesto (notar por favor la coincidencia en el nombre con el protagonista de Los ríos profundos) se enamora de una indígena, la bella Justina, pero ella prefiere a Kutu, un joven y diestro novillero que trabaja para el hacendado, llamado Don Froylán. El amor no correspondido, la ingenuidad de Ernesto, se enmarcan en el contexto de la hacienda y sus implicancias. Ernesto termina viajando a una ciudad de la costa, donde se sentirá “como un animal de los llanos fríos trasladado al desierto”. Ernesto, vale la pena anotar esto, pertenece a la familia del hacendado, por lo que su amor por Justina transparenta las distancias sociales y la separación tajante de clases existente en ese mundo.

En “El trompo”, cuento de José Diez Canseco, el personaje central, Chupitos, no solamente es víctima de un hogar disfuncional, donde impera más la violencia que el afecto, sino también debe enfrentar la pérdida de un objeto muy preciado: un trompo “de naranjo purito”. El trompo es por cierto un objeto lúdico, pero lleno de contenido simbólico: representa la virilidad, el machismo impulsado por el padre de Chupitos, un hombre cruel y que ve en la mujer a un ser destinado a su servicio.

Julián Huanay, en su extraordinaria y olvidada novela corta El retoño, nos cuenta la conmovedora historia de Juanito Rumi, un niño que decide abandonar su pueblo natal, en la sierra central, para migrar a Lima, pasando mil peripecias. Durante el viaje, Rumi (nombre ya conocido por ser la comunidad que protagoniza El mundo es ancho y ajeno, la novela de Ciro Alegría) es enganchado en una hacienda algodonera sin que él supiera nada y cuando finalmente llega a Lima, ciudad sobre la que ha escuchado relatos de maravilla, enferma y es internado en un hospital. Al ser dado de alta, Juanito reflexiona: “Tenía hambre. También tenía miedo a la gran ciudad desconocida que se alzaba frente a mí. Así, con muchas dudas y grandes temores, me quedé, de pie, en el umbral de la puerta del Hospital Dos de Mayo”.

Esteban, el protagonista de “El niño de Junto al Cielo”, relato de Enrique Congrains, sufre también una dura experiencia citadina. Por azar un día se encuentra una libra (diez soles de hoy) y Pedro, a quien acaba de conocer en una calle del centro, lo convence de hacer un negocio. Pedro desparece con el billete y Esteban queda profundamente decepcionado de su experiencia en Lima, el “monstruo de mil cabezas”, como suele llamar a la capital. Como dice el final del relato, “(…) ya nada importaba. Dejó el muro, mordisqueó una galleta y, desolado, se dirigió a tomar el tranvía”. Ironía aparte para “Junto al Cielo”, que designa el lugar que ocupan las viviendas ubicadas en la parte alta del cerro San Cosme.

“Los gallinazos sin plumas” es uno de los textos más emblemáticos de Julio Ramón Ribeyro. En él, dos niños, Efraín y Enrique, son cruelmente explotados por su abuelo, el viejo don Santos. Ellos viven en una casucha en uno de los acantilados de la capital y dedican sus días a buscar en los basurales cercanos comida para Pascual, el cerdo que don Santos cría con cariño digno de mejor causa. El relato es espeluznante. Uno de los niños recoge un perro de la calle, lo que irrita a don Santos, que finalmente lo entrega a las fauces del voraz artiodáctilo. El relato termina con el propio don Santos siendo devorado por Pascual, situación que aprovechan para huir. Efraín y Enrique se liberan,  así,  del ominoso trato del abuelo pero enfrentan ahora un peligro mucho mayor: la ciudad, que “abría ante ellos su gigantesca mandíbula”, mientras “desde el chiquero llegaba el rumor de una batalla”.

Hay que decir que no todo tiene un sesgo negativo o violento. Un hermoso relato, también de Julio Ramón Ribeyro, titulado “Por las azoteas” muestra la infancia como un periodo de descubrimientos y experiencias trascendentes, incluso podríamos decir formativas. En la relación que se da entre un niño de diez años y un enigmático anciano que, según la madre del niño, “está marcado”. Hay entre ambos una complicidad lúdica, algo que el niño parece no encontrar en su hogar y eso le resulta muy seductor. La muerte del anciano, “rey de los gatos”, provoca en el niño una honda tristeza, un acendrado sentimiento de soledad.

Este recuento termina aquí, pero volveré sobre el tema. Gracias lector por tu compañía.

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Análisis Literario, infancia, Literatura peruana, Paco Yunque

[MIGRANTE DE PASO]Me tuvieron que criar entre algodones según mi madre. Era demasiado sensible ante el ambiente y fácilmente me ahogaba en pensamientos y sentimientos creados por mi propia cabeza. Creaba escenarios disruptivos ante nimiedades. En mis primeros años ya era grande. Siempre contamos la anécdota de que cuando nací, un pequeño salió corriendo y gritando: ¡Mamá, ha nacido un bebé gigante! Pesaba casi 5 kilos.

Sólo me podía cargar mi familia, mi hermano con esfuerzo por el peso, y, Marilú, mi nana. Cualquier otra persona que intentaba cargarme recibía rechazo de los cachetes y ojos grandes. “Ño” fue mi primera palabra. De bebé desarrollé un cariño especial por Mari, quien correspondía a todos mis caprichos. Mis padres le pagaron los estudios y ella salió adelante como una campeona. Cuando recién estaba estudiando practicaba sus cortes de pelo con mi hermano y yo. Después, cada vez que venía a la casa de visita, con morochas o triángulos, yo sentía que había llegado una heroína. Actualmente, es una mujer mega exitosa, no sólo por sus logros económicos sino también por la hermosa familia que ahora tiene. Hasta el día de hoy sólo me siento cómodo si ella me corta el poco pelo que me queda. Conversamos y reímos con anécdotas. Si alguna vez necesito un consejo de vida se lo pediré. Su aptitud de sobreviviente se asemeja a la de una tigresa en la jungla.

Ya de niño, desde kínder hasta sexto grado de primaria, una familia entera compartía casa con la mía. Mis padres se aseguraron de que quien trabaje en la casa tenga planilla y seguro como si fuera una empresa. No había diferencia entre las comidas y en gran parte mi crié en la cocina. Mis padres trabajaban hasta tarde. Era una relación totalmente distinta a la que veía en casas ajenas de familias privilegiadas como la mía. Por esa razón particular nunca me llevé bien con ellos, ahora más grande entiendo que eran hogares que creían que la servidumbre seguía existiendo y tenían complejo de hacendado. Me generaba rechazo.

Manuelita, que para mí tenía 100 años; Elena por quien sentía un gran amor; Julián, el desgraciado de su esposo; Carla y Juan Carlos, los hijos con quienes jugábamos todos los días. Era una familia disfuncional por el maltrato del padre. Mis padres lo notaron después, mi hermano no confiaba en ese desagradable ser, pero como siempre fue de tener enamoradas pasaba las tardes con ellas o hablando por teléfono. Yo me gané con varias anécdotas que no debí presenciar a esa edad.

Por alguna extraña razón que aun no entiendo nunca dije ni una palabra, me mantenía mudo. Recuerdo a Juan Carlos con el puño levantado amenazando a su padre con pegarle. Yo saqué fuerzas, tal vez por mi entrenamiento karateka, para detener el conflicto midiendo menos de un metro y medio. Resulta que Julián era sacavueltero, pegalón, borracho y policía. Manchó la imagen de esa profesión que tenía engrandecida por mi abuelo, que nunca conocí, pero también fue policía.  Hasta ahora la palabra “policía” en lugar de darme seguridad me da desconfianza.

Hubo muchas experiencias desagradables, pero mis recuerdos son de un ambiente amoroso y divertido que pasé con ellos. Los quería y moldeé mi personalidad en ese entorno. Un fin de semana llegó Elena con el ojo morado. Mi padre no soporta las injusticias y nos protegía ante cualquier posible daño. Es de armas tomar. Tuve la ventaja de nunca verlo agachar la cabeza cuando era necesario defenderse y de sí hacerlo cuando lo ameritaba. Tras la muerte de uno de sus hermanos se distanció, no conozco los detalles, pero el recuerdo de verlo pedirme perdón es de las memorias que más atesoro. Ante la cara golpeada de Elena dio un ultimátum. Ellos podían quedarse todo lo que querían, pero Julián no volvería a pisar la casa.

Fue un domingo cultural donde íbamos en familia a museos o a conocer distintos lugares. Esta vez fue un largo camino hacia Chincha para conocer la historia de La Melchorita. Yo recuerdo el camino lacrimógeno y extraño. No llegaba a comprender bien, pero era lo suficientemente susceptible para percibir lo que pasaba. Después del largo día llegamos de vuelta a la casa. Yo corrí hacia el cuarto de Elena y ya no había nada, ni el más pequeño rastro de su existencia. No hubo despedida, fue una desaparición por completo. Mi vida dio un vuelco sin retorno y ya de grande, gracias a terapia, me di cuenta de lo fundamental que fue ese momento para mi desarrollo. Era niño y un pedazo de mi vida había sido extirpado, en ese momento todo se reducía a que habían escogido a Julián sobre mí. Sentí por primera vez el abandono y de manera brutal.

Mi vida escolar medida en notas se vio afectada y la pregunta estúpida de una profesora que me hizo elegir entre mis calificaciones y mis amigos detonaron una rebeldía y disidencia en la que renací y determinaron lo que soy hoy. La vida era equivalente a un sinfín de oportunidades y la muerte era la eliminación determinante de ellas. ¿Por qué tengo que ir al colegio? ¿Debo estudiar para después ir a la universidad? ¿Luego trabajar en algo que no me gusta y morir? ¿Como una gallina sacrificada porque ya no pone huevos? Le saqué el dedo medio a esa solicitud impuesta por el caos que llamamos orden o mundo. No era lo mío. Viví bajo la ilusión de que yo iba a decidir mi propia muerte. Detestaba cualquier sistema moral o de vida externo que me querían imponer. Hice de mis palabras puñetes que impacten a quien sea que quisiera normalizarme. Entendí el beneficio de no encajar y que la vida es más que estudio y dinero. Opté por un camino de cuestionamientos y contemplación.

Ya en secundaria comenzó a llevarme al colegio John, quien me enseñó que no todo es juego y diversión, y Luis, que para mí es el mejor cocinero, me enseñó a defenderme de quien sea y como sea. Tras innumerables pichangas, noches de PlayStation y conversaciones sobre la vida se volvieron mis hermanos y nunca dejarán de serlo. Yo no era jefe de nadie y siempre se mantuvo una relación de igualdad. Agradezco el ambiente que se creó en mi hogar y no haber caído en las creencias ridículas de otras familias.

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[MIGRANTE DE PASO] Crecí entre perros y recuerdo a cada uno de ellos como si siguieran a mi lado. Fueron parte de mi desarrollo y sus apariciones en sueños son algo normal. Siempre protegiéndome. De niño sólo podía ir al parque de la esquina si me acompañaba Max. Era un pastor alemán gigante y con un hocico más grande que mi cabeza. En mi memoria está como un personaje mayor que cuidaba de mí. A diferencia de los perros que tuve después donde el rol estaba invertido.

Teníamos alrededor de 10 años, mi primer amigo y yo, cuando vivimos uno de los recuerdos que más atesoro y está implantado en mí. Hasta el día de hoy recordamos esta historia con cariño. Al igual que mi hermano y yo, él también tenía alma canina, de hecho, su apodo es “cachorro”.

Después de largas noches de videojuegos compartía cama con Max. Miles de historias, peleas en la calle y consuelos convierten una amistad en hermandad y dura para toda la vida. Tengo la bendición de estar rodeado de amigos de ese nivel. Hay muchas personas que nunca llegan a conocer la verdadera naturaleza de estos vínculos. No suelo llevarme bien con ellos.

Por un alma caninaFuimos al parque con Max, nuestras cabezas lo superaban en altura por pocos centímetros. Un borracho que habrá tenido 20 años, en ese momento lo vimos cómo alguien adulto en su totalidad, nos gritó: ¡Ese es el perro que ladra todas las mañanas! (era mentira porque nunca lo paseábamos tan temprano). Después del grito abusivo le dio una patada en la cabeza. Inmediatamente el pastor alemán se puso frente a nosotros y parecía convertirse en lobo, dejando su domesticidad atrás. Su pelaje dorado se erizo, retrajo las encías y mostró los enormes colmillos que lo caracterizaban. Nosotros, los de alma canina, no solemos tenerle miedo al conflicto, pero éramos niños y no podíamos defendernos efectivamente. Soltamos la correa sin pensarlo dos veces. La enorme bestia saltó hacia el tipo desagradable y lo tumbó al piso sin morderlo. Solo lo sometió con su peso y presencia amenazante que lo mantenía en el suelo.

-¡Max! -Bastó una llamada para que regrese a su estado natural y deje al borracho levantarse. El susto lo obligó al tipo a alejarse, como con la cola entre las patas.

Como todo buen perro, él tenía en el ADN el deber de proteger a los niños. Hay algo heroico detrás de toda gran mascota. El adorable e imponente pastor se aseguraba que mi hermano y padres estén bien antes de irse a dormir a los pies de mi cama. Aun cuando envejeció y sus patas traseras se habían debilitado, ponía todo su esfuerzo para subir las escaleras y cumplir con su rutina protectora. Por más que insistiéramos en que durmiese en el primer piso no lo iba a hacer. En sus últimos meses teníamos que cargarlo.

Un día, al regresar del colegio, su enorme figura no estaba esperándonos en la puerta. Algo iba mal. Encontramos que un mantón cubría el cuerpo lobezno al costado de un hueco que habían hecho en el jardín. Hasta hoy su cuerpo descansa ahí. Aun de niño imaginaba cómo seguía protegiéndonos. El típico apetito voraz post colegio había desaparecido. Comía con lágrimas silenciosas. Intenté hacerme el fuerte sin lograrlo. Todavía puedo escuchar el sonido de un golpe desesperanzado de mi hermano a una madera en la pared. Por más que era algo invariable, éramos muy chicos para aceptar la muerte de un ser querido. Vinieron unas semanas con los pies fríos, sin ladridos bulliciosos y con pensamientos que por primera vez eran invadidos por la muerte. Al final seguimos viviendo con la fiereza que nos había contagiado Max.

Las personas caninas tienen esta característica. Nunca olvidaremos las lecciones que nuestras queridas mascotas nos dieron. Mi hermano y yo compartimos, ahora mayores, la idea de que los niños se tienen que defender con un cuchillo entre los dientes, como lo hacía Max. No sólo por ficciones que ponen a la infancia como el verdadero rey de la sociedad (Naruto) y una educación excelente de mis padres y abuela, que nos sigue defendiendo. Más importante que las notas y el colegio estaba nuestro bienestar junto con siempre defendernos de quien sea y de ayudar a quienes no pueden hacerlo. Actualmente existe una obsesión por logros académicos, por medir el éxito en dinero y determinar el valor de una persona según esos factores. Yo le atribuyo a esa visión repugnante la culpa de ser una sociedad sin sabiduría, ensimismada y poca empática.

Se subestiman los beneficios de crecer con uno o varios perros. Son fundamentales para contrarrestar lo mencionado antes. Está comprobado que es beneficioso para el desarrollo emocional ya que cuentas con una fuente de apoyo y amor incondicional. También aumenta el sentido de responsabilidad al darse uno cuenta de que todo animal doméstico requiere de cuidados. Para los pequeños también fomenta el desarrollo cognitivo como las habilidades de comunicación, trabajo en equipo y la empatía. Por último, tiene beneficios fisiológicos, como mejorar el sistema inmune.Por un alma canina

Está claro que si tienes una mascota es para que sea parte de la familia. Existe un sinfín de personas que las tiene para estar encerradas, para cuidar la casa y peor aún para pelear. Un sinfín de gente que no merece el cariño de un animal. Seres humanos despreciables. Estas acciones llenan a los perros de ansiedad y miedo. Los convierte en animales incontrolables y peligrosos. Siempre es culpa del dueño y no del animal.

Después de meses sin mascotas la casa se sentía vacía. Los ánimos familiares habían disminuido y mis padres tomaron la decisión de tener nuevamente perros. Lo mejor que pudieron hacer para que sus hijos recuperen el ímpetu diario, no había desaparecido, pero fue un impulso anímico.  Esta vez fueron dos. Primero llegó Apu, un boxer marrón. Unas semanas después Quipu, un siberiano husky que enamoraba, por su belleza, a quien sea que se lo cruce.

Junto con ellos también hubo gran aprendizaje. Ver cómo se van estableciendo las dinámicas de comportamiento entre ellos te enseña mucho. Incluso desarrollas una visión “científica” al analizar cómo funcionan en grupo. Ya de adolescente las noches de videojuegos continuaban, pero también había fiestas y visitas de personas que no eran parte de mi círculo cercano. Desarrollé la particular costumbre de tener una primera impresión de las personas según su trato a los perros. Aprendí a diferenciar entre miedo y antipatía.  Las personas que juegan con los perros y sonríen al verlos suelen tener una visión de la vida optimista y lúdica. Los perros responden a esto dando cariño y cercanía.

Nunca se llegó a establecer una jerarquía entre Apu y Quipu. Lamentablemente nuestro boxer tenía una enfermedad genética no detectada que lo llevó a una muerte prematura. Esta vez el bajón emocional también afectó al otro perro. Los siberianos tienen una naturaleza de manada y de cuidado. Se domesticaron prácticamente solos porque se metían instintivamente a las casas acechadas por heladas intensas y calentaban a los bebes y niños. De esa manera, se creó un vínculo estrecho entre ellos y los humanos.

Quipu ya no quería comer porque había perdido a su compañero. Recibimos una lección sobre la mente animal. Los perros no sólo tienen sentimientos, sino que muestran sistemas de emociones complejas. En parte por ser mamíferos y contar con estructuras cerebrales similares a nosotros. Acudimos al veterinario para buscar una solución a la depresión canina. Efectivamente existe y los síntomas son similares a la de los humanos. La respuesta estaba en tener más perros.Quipu

Mi hermano y yo queríamos otro pastor alemán y mi madre quería un perro pequeño. Ante las discusiones optamos por tener dos perros más.  Brego, por el caballo de Aragorn en El Señor de los Anillos, fue el pastor alemán. El otro, Gruñón, por su carácter, un Jack Russell. Quipu recuperó el apetito y desde un inicio se estableció como el perro alfa de la manada. Hubo una diferencia en él, esta vez mantuvo una postura dominante y de líder. Es increíble notar los intercambios de energía que ocurren diariamente entre los perros. Extrañamente los tres comían del mismo plato sin pelearse, cuando hay varios perros estas conductas son establecidas por el alfa.

Gruñón creció más de lo normal y se volvió un Jack Russell enorme. Eso lo ayudó a mantener su posición entre los otros dos, que eran significativamente más grandes. El y Quipu siguen viviendo, ya viejos, en la casa de mis padres. Gruñón está canoso y gordo, incluso tuvo que tomar pastillas para el colesterol en un momento. Quipu de 14 años ahorra energía durmiendo constantemente y se mantiene gracias a un tratamiento de rayos láser y acupuntura. Siguen felices bajo el cuidado de mis padres.pitbull

Luego de años llegó un cuarto perro. Maui que supuestamente era un pitbull normal, pero llegó a crecer hasta pesar 55 kilos, claramente no era normal para la raza. Con él noté los prejuicios que existe hacia este tipo de perros. Cuando lo paseaba la gente cruzaba la vereda e incluso cuando otros perros lo han atacado y él se ha mantenido tranquilo he escuchado a personas gritar “que maten a ese perro”. Yo respondía sin asco a los ataques. Entre mis perros y esta gente desagradable los prefiero a ellos.

Brego, el pastor alemán, estaba un poco loco, pero no era violento. A veces parecía desconectarse y ladraba descontroladamente. Durmió conmigo hasta su ultimo día. Vivió largos años y por fin entendí lo que habían vivido mis padres con Max. Pedí permiso en mi trabajo para estar con él en el momento que lo harían dormir para siempre. A pesar del sufrimiento de su enfermedad no se iba a quedar tranquilo sin que estemos ahí. Con mi mano acariciándolo se fue quedando dormido. Cerró los ojos para no abrirlos de nuevo. Ya adulto quería quedarme con él y salir del lugar donde estaba ha sido de las cosas más difíciles que he vivido. Supongo que la edad no importa ante eventos tristes. La reacción fue distinta, pero la emoción similar.

Ser conocidos como el mejor amigo del humano no es casualidad. Los lobos, antepasados de todos los perros, se unieron naturalmente a los humanos para comer de las sobras. Al final terminaron trabajando juntos. La historia entre las dos especies se remonta a más de 40 mil años. Ahora nos acompañan cotidianamente. Todos deberíamos cuidar de ellos y es importante fomentar el desarrollo de los niños trabajando con perros y otros animales. En algún momento, la crueldad animal se va a detener. La clave está en pensar en los animales de alta inteligencia como personas no humanas.

 

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[BATALLAS PERDIDAS] La escena descrita  es una estampa muy común en nuestros días. La pantalla se ha convertido en la niñera de la era digital. Incluso hay portacelulares diseñados para los coches de bebé. Unos se colocan en la baranda para que el pequeño pueda ver la pantalla y otros permiten a los padres manejar el cochecito mientras usan el celular.

El uso de pantallas en los niños es un tema que ha generado mucha controversia en los últimos años. Y a pesar de que por sus características el debate puede ser bastante fundado por uno y otro lado, no está exento de pasiones: los digitallovers versus los digitalhater. En el medio, por supuesto, los moderados calmando las aguas: “el problema no es la tecnología, sino cómo se usa y los límites que se le ponen”, suelen sentenciar con el tono del más elemental sentido común.

Hace unos días circuló la noticia de que en Suecia, un país que había avanzado mucho  en la digitalización de la educación, se han detectado algunas deficiencias en el aprendizaje de los alumnos y se ha decidido volver a dar más protagonismo a los libros físicos. Después de consultar a 60 organismos de investigación, incluido el Instituto Karolinska, llegaron  a la conclusión de que la digitalización no beneficia del todo el aprendizaje de los niños y tiene consecuencias negativas para la adquisición de conocimientos. La ministra de Educación de ese país consideró que se implementó demasiado rápido sin tener en cuenta los impactos en la infancia sueca. Esto no significa que se hayan deshecho de la tecnología en las aulas, pero sí han decidido darse un tiempo antes de continuar con su adopción, hasta contar con mayores evidencias.

Suecia no es el único país  en que se ha puesto en cuestión las bondades de la digitalización. En Francia, Italia y Holanda han prohibido o limitado los teléfonos móviles en las aulas, para evitar la distracción y la dependencia de los jóvenes a la tecnología. En Chile se ha sugerido reducir el tiempo de pantalla durante las clases en línea, para favorecer el bienestar de los estudiantes y en  China se han impuesto regulaciones para controlar el tiempo de pantalla y de videojuegos de los estudiantes, por motivos de salud visual y mental.

Las restricciones al uso de pantallas que algunos países están implementando se fundamentan en investigaciones recientes que han hallado una relación inversa entre el tiempo que los niños pasan frente a estos dispositivos y su desempeño intelectual. Sin embargo, un estudio realizado en 2019 por un equipo de investigadores de la Universidad de Calgary, en Canadá, fue el primero en establecer una correlación directa entre estas variables, al  demostrar que el uso de pantallas en los primeros años de vida puede afectar negativamente el desarrollo infantil en varias áreas. El estudio se basa en datos de 2.400 niños canadienses que fueron evaluados a los tres y cinco años, y muestra que las pantallas pueden interferir con el aprendizaje de habilidades físicas, sociales y comunicativas.

Los defensores del estado de cosas sobre la digitalización argumentan que las pantallas pueden tener beneficios educativos, culturales y lúdicos si se usan de forma adecuada y supervisada. También, consideran que es imposible aislar a los niños de la realidad digital en la que vivimos y que es mejor enseñarles a usar las pantallas con criterio y responsabilidad.

En un mundo ideal, esta sería la opción más razonable, pero en la realidad es impracticable. ¿Cómo puede un niño usar un celular de manera supervisada y adecuada? Seamos honestos: el aparato, más bien, suele ser el recurso más cómodo para los padres con falta de tiempo que buscan mantenerlos supuestamente tranquilos, sin exponerlos a riesgos. Los defensores del uso de celulares en niños de temprana edad ignoran el potencial adictivo que tienen los dispositivos electrónicos. El diseño de los videojuegos y las redes sociales estimula la liberación de dopamina, una sustancia que produce placer y recompensa en el cerebro. Esto puede generar una dependencia de las pantallas que dificulta el control del tiempo y la frecuencia de uso.

Ante el discurso de las supuestas bondades que nos pueden ofrecer, se podría retrucar: ¿es indispensable el celular para conseguir los objetivos educativos, culturales y lúdicos? ¿No pueden alcanzarse por otros medios? Quienes defienden este uso también parecen obviar que el día tiene 24 horas y el tiempo que se destina a la pantalla es tiempo que se le resta a otras actividades. Por otro lado, es muy difícil competir con ese mundo fantástico que ofrecen los celulares. Los padres que han tenido a sus niños desde muy pequeños enganchados a este aparato pueden dar fe de lo difícil que es, luego, despegarlos.

Este texto no pretende ser una catilinaria contra la tecnología ni proponer su total eliminación de las aulas, ya que eso sería, por supuesto, retrógrado. Sin embargo, sí busca proponer a los padres considerar una moratoria en el uso de pantallas durante los primeros años de vida de los niños y niñas. Esta idea no es nueva, pues desde hace tiempo la Organización Mundial de la Salud y la Asociación de Pediatras de Estados Unidos ha recomendado evitar el uso de pantallas desde el nacimiento hasta los dos años, y limitar su uso a una hora diaria desde los dos hasta los cinco años.

No es imposible, créanme, ni implica ninguna tragedia para los niños. Al contrario, puede aportar beneficios significativos a su desarrollo. Debemos empezar por cuestionar ciertas ideas que algunos asumen como verdades absolutas: «Los niños pequeños no pueden prescindir de los celulares». Eso no tiene nada de científico, es solo una creencia.

Durante los primeros años, el cerebro de un niño experimenta un rápido crecimiento y desarrollo, y las interacciones con el mundo real son fundamentales para estimular su imaginación, creatividad y habilidades sociales. Para cuando sea indispensable usar estos dispositivos, el niño estará mucho mejor preparado.

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