(1967-1971)
Una de las ventajas de ver las series americanas, en los años setenta y ochenta, es que las transmitían 3 a 5 años, después de estrenada o después de canceladas. Bueno, creo que había otra ventaja: El doblaje. En la serie, en mención, habría que indicar que el doblaje era perfecto (tics y manera de hablar). De forma tal, que sería un sacrilegio para nosotros (los latinos) ver y escucharlos -a estos personajes- con otras voces. Imposible. En la actualidad eso no sucede ni a patadas. Las series (gracias a la globalización) se estrenan al mismo tiempo que en los EE.UU. e incluso puedes verla en las plataformas, en su idioma original; con subtítulos, lógicamente.
El Gran Chaparral marca una tendencia de finales de los sesenta: Grabar en escenarios naturales; así como John Ford usaba el Monument Valley, como escenario, siendo incluso un protagonista más, de sus películas; “El Chaparral”, fue filmada en los desiertos de Arizona.
El argumento es simple: La familia Cannon se establece en el rancho “El Chaparral”, ubicado en el desierto de Sonora (actual Arizona), y, como los colonos de ese tiempo, luchan, a brazo partido, contra la naturaleza y los indios, por su rancho y su supervivencia.
El creador de la serie David Dortort, era el mismo que producía la sobrevalorada “Bonanza”, que tenía un éxito arrollador y que duró más de una década en el aire. Ahora comparándolas a ambas había notables diferencias: los personajes del desierto de Arizona no eran los héroes típicos del Oeste. Como si podríamos decir de los Cartwright. Muy por el contrario, los protagonistas de “El Gran Chaparral” demostraban su densa humanidad. Por ejemplo: el tío Buck y Manolito -geniales tanto Cameron Mitchell como Henry Darrow- eran putañeros y borrachos de primera. Hedonistas y lúdicos cada vez que podían. Al igual, que el resto de los vaqueros que trabajaban para John Cannon: Los leales y laburadores Sam y Joe, la dignidad enhiesta de Vaquero y un inolvidable Pedro (imperdible su actuación en el capítulo “El Muro de fuego”). La primera parada obligada, para ellos, era la cantina del pueblo y si había pelea, decían presente. John por su parte, era un vaquero duro, incluso torpe con su hijo Blue y su nueva esposa Victoria. Poco proclive al romanticismo y a la sensiblería. Lo cual es lógico, ya que era un hombre que sufrió y vivió la Guerra Civil. Toda la educación que recibió se la dio el Ejército. Era producto de su entorno.
Victoria (la argentina Linda Cristal) es uno de los personajes centrales y no decepciona en absoluto. Es la que balancea la cofradía testicular de la serie. Ama a John, pero es plagueona o es capaz de dar su opinión en forma pertinaz, sea intrincado o no el asunto. A su hermano Manolito lo ama, pero eso no evita que lo rezongue, cada tanto. Y hablando de Manolo, él evita todo compromiso, desea ser libre de las ataduras del matrimonio y huye de las responsabilidades del rancho de los Montoya, que por derecho le corresponde, y se conforma con ser un vaquero más en “El Chaparral”. Ah, y es habitué de las prostitutas del pueblo: Perlita y Conchita. A la única mujer que ama es a Victoria (ver capítulos “Sin Ningún Problema” y “El Diario de la Muerte”). Mientras Buck Cannon, es el tío más querible de la historia del Oeste, capaz de noquear a su sobrino para evitar que este arriesgue su vida o tenerle fidelidad perruna a su hermano mayor y ser servicial con Victoria. Con Manolito son compadres (ver el capítulo “Amigos y Socios”). No es difícil verle con un final parecido al de Tom Doniphon, en el clásico “El hombre que mató a Liberty Valance”.
Una mención aparte merece Frank Silvera, el patriarca Montoya, actor de teatro y conocido con el apodo de “El hombre de las mil caras”, lo cual nos da a entender su histrionismo. Sus intervenciones son legendarias, su picardía y dotes para la comedia ensalzan la serie (ver los capítulos “El León Duerme” y “Mi casa su casa”).
Siempre espere que “TCM”, el canal de cable, pasara mi serie favorita de los setenta. Sin embargo, para mi sorpresa fue gracias a You Tube, donde encontré la serie con sus temporadas completas. Dícese, en tiempos pretéritos, que un director firmaba su mayoría de edad, cuando filmaba un western. Nosotros los televidentes podemos decir que ver un western (con una duración de 4 temporadas) nos galvaniza y humaniza. Algo tan necesario, en los tiempos, agitados, que vivimos.