El 23 de enero de 1822 el General Don José de San Martín instituyó la “Orden del Sol” para reconocer a las mujeres que se habían distinguido por sus contribuciones a la gesta independentista. Fueron condecoradas en total 193 mujeres con el grado de Caballeresas del Sol y el decreto acordado señalaba:
Las Patriotas que más se hayan distinguido por su adhesión a la independencia del Perú, usarán el distintivo de una BANDA DE SEDA BICOLOR BLANCA Y ENCARNADA que baje del hombro izquierdo al costado derecho, donde se enlazarán con una pequeña borla de oro con las armas del Estado en el anverso y esta inscripción en el reverso: “AL PATRIOTISMO DE LAS MÁS SENSIBLES”
Este fue el primer y único reconocimiento hasta la primera mitad del siglo XX que de manera oficial la naciente República del Perú le confirió a las patriotas en recompensa a sus hazañas y sacrificios. Entre las premiadas se encontraron valerosas mujeres que realizaron labores de espionaje, logística, acciones armadas y algunas que empeñaron sus bienes para apoyar la causa patriótica.
Las acciones en las que se involucraron trastocaron los roles tradicionales de madres, esposas e hijas, así como sus ámbitos de acción que traspasaron de lo doméstico a lo público. A pesar de ello, sus hazañas fueron interpretadas desde el contexto social y político del patriarcado, en el que las mujeres eran sujetos subordinados en su relación con un otro, es decir, en tanto; esposas, madres o hijas.
Un fragmento de la argumentación del decreto señalaba lo siguiente:
“El sexo más sensible naturalmente debe ser el más patriota; el carácter tierno de sus relaciones en la sociedad, ligándolo más al país en que nace, predispone doblemente en su favor todas las inclinaciones. Las que tienen nombres expresión de madres, esposas e hijas no pueden menos que interesarse con ardor en la suerte de los que son su objeto.
El bello sexo del Perú, cuyos delicados sentimientos revelan sus atractivos no podía dejar de distinguirse por su decidido patriotismo al contemplar que bajo el régimen de bronce que no han precedido, sus caras relaciones en general sólo servían para hacerle sufrir mayor número de sinsabores de parte de los agentes de un gobierno que a todos hacía desgraciados a su turno…”
Las patriotas condecoradas fueron mujeres que arriesgaron sus vidas en campos de batalla o formando parte de las complejas redes de información y espionaje a través de las cuáles se logró adelantar los pasos del ejercito realista. Un ejemplo de ello es Manuela Sáenz quien participó activamente de las batallas de Pichincha y Ayacucho o Rosa Campusano y Brígida Silva de Ochoa quienes organizaron importantes corredores de información, entrando a peligrosas prisiones como la del Real Felipe.
Los valientes actos que protagonizaron fueron cubiertos por la aparente naturaleza de lo “bello”, lo “delicado” y lo “tierno”, un corset que fue enterrando progresivamente sus roles históricos en el tiempo y en un horizonte de sentido patriarcal y machista que terminó por hacerlas desaparecer.
Casi un siglo después, durante el centenario de la independencia, el Presidente Leguía deslizó que la condecoración concedida por San Martín le fue otorgada a varias mujeres que no lo ameritaban, sobre ello señaló lo siguiente: “se distribuyó con más galantería que discreción, haciéndola extensiva a las más bellas y amables damas, lo que dio motivo a murmuraciones mujeriles que no se han apagado todavía”, agregó refiriéndose a Manuela Sáenz que “vegetaba por su escandalosa conducta, sumida en plena excomunión social”.
Cabe preguntarse a casi 200 años de ese primer reconocimiento el por qué no somos capaces de recordar y reconocer sus nombres y sus hazañas a diferencia de las de los héroes varones. Cabe preguntarse también el por qué ese reconocimiento no se transformó en una conmemoración anual como tantas fechas que nos recuerdan los protagonismos masculinos.
A 200 años de esa primera y bien intencionada condecoración, toca hacer el intento de exhumar esas 193 historias de coraje, es tiempo de leerlas y reinterpretarlas desde el presente, de restituirles la agencia de quienes decidieron formar parte de la construcción de una nación con autonomía e integridad.
Es este Bicentenario una oportunidad para reconocer en ellas el coraje que tuvieron en dar batalla a algo más grande que una guerra, pues ellas lucharon contra un sistema, un sentido común y un horizonte cultural. Estoy segura que hoy en día, la banda bicolor que tuvieron como condecoración llevaría la frase: “Al patriotismo de las más rebeldes”