sectas

[El dedo en la llaga] José Luis Pérez Guadalupe (nacido el 8 de abril de 1965 en Chiclayo, capital de la región Lambayeque en el Perú) es todo un personaje. Tiene títulos académicos de licenciado y magíster en Sagrada Teología (Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima), licenciado en Ciencias Sociales (Pontificia Universidad Gregoriana de Roma), licenciado en Educación (Pontificia Universidad Católica del Perú), maestría en Criminología (Universidad del País Vasco), maestría en Antropología (Pontificia Universidad Católica del Perú), doctor en Ciencias Políticas y Sociología (Universidad de Deusto, del País Vasco). A partir de 1986 se desempeñó como agente de pastoral carcelaria en el Establecimiento Penitenciario de Lurigancho. Esta experiencia lo llevó a realizar investigaciones en el campo penitenciario y criminológico, que tuvieron como resultado que en el año 2011 le fuera confiada la presidencia del Instituto Nacional Penitenciario (INPE), que desempeñó hasta febrero de 2015, cuando fue nombrado Ministro del Interior en el gobierno de Ollanta Humala, culminando este encargo en julio de 2016.

Pero también fue uno de aquellos a los que el Sodalicio les declaró personalmente la guerra, declarándolo enemigo de la institución, ya desde aquellos años en la década de los 80 en que era un simple estudiante de teología, al igual que yo, en la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima. Era conocido coloquialmente como “el Diablo” entre nosotros sodálites.

En septiembre de 1992 la Conferencia Episcopal Peruana le publicó el libro ¿Por qué se van los católicos? El problema de la “migración religiosa” de los católicos a las llamadas “sectas”. Este libro, si bien se centraba en lo que Pérez Guadalupe llama Nuevos Movimientos Religiosos (NMR), en su mayoría de impronta evangélica, también incluía en una parte una crítica a ciertos movimientos católicos —entre ellos la Renovación Carismática Católica, el Camino Neocatecumenal y el Sodalitium Christianae Vitae— por sus características sectarias, o más bien, elitistas.

La crítica al Sodalicio no era por abusos cometidos —de los cuales no se sabría públicamente nada hasta que el año 2000 José Enrique Escardó escribiera una serie de artículos en la revista Gente, dando a conocer por primera vez abusos que él mismo había sufrido en la institución—. Pérez Guadalupe, sin considerar al Sodalicio necesariamente como algo malo, resaltaba —en el marco de una crítica general que incluía a otros movimientos católicos— su carácter exclusivista y elitista, que no se compaginaba con la esencia de lo que es católico.

He aquí lo que decía:

«Es innegable que en las últimas décadas nuestra Iglesia católica ha experimentado una efervescencia laical manifestada fundamentalmente en la aparición de diversos grupos y movimientos apostólicos. Estos grupos, que definitivamente son una bendición para nuestra Iglesia, también tienen, como todo grupo humano, sus originalidades y excesos. Algunas personas están viendo en algunos de estos grupos rasgos sectarios muy parecidos al de los grupos no católicos; algunos autores inclusive comienzan a hablar de ‘sectas católicas’».

En una sustanciosa nota a pie de página precisaba este concepto:

«Aunque la definición de ‘secta’ en la actualidad es un problema todavía no resuelto, personalmente creo que podemos llamar ‘secta’ (o actitud sectaria) a todo grupo religioso que se cree el único que ha recibido la revelación de Dios y el único que va a ser salvado por él. En este sentido me parece que no podemos hablar de ‘sectas católicas’ sino más bien de ‘élites católicas’; entiendo por ‘élite’ (o actitud elitista) a todo grupo religioso que cree ser el mejor intérprete de la revelación de Dios, y cree que su forma de vivir la religión y practicarla es la mejor. Queda claro que en mi opinión la actitud sectaria es la que cree ser la ‘única’; y la ‘actitud elitista’ es la que cree ser, no la única, pero sí la ‘mejor’. En este sentido, según mi opinión, es más exacto hablar al interior de nuestra Iglesia de ‘Élites Católicas’ que de ‘Sectas Católicas’. Cabe indicar que, cuando digo ‘Élites Católicas’, no quiero decir que sean realmente élites, sino que se creen élites. En este sentido tomo el término como una ‘actitud’ (elitista) y no como una realidad».

Pero donde llegaba la crítica más aguda y punzante de este pequeño libro era en el siguiente texto:

«Los movimientos apostólicos que han logrado cohesionar e integrar la experiencia personal y la experiencia comunitaria son los que precisamente tienen más desarrollo pastoral, por ejemplo: la Renovación Carismática Católica, las comunidades neocatecumenales, Sodalitium Christianae Vitae, etc. Pero en estos 3 grupos mencionados justamente por su cohesión comunitaria, hay un peligro inminente de que surja un espíritu exclusivista y de superioridad sobre el resto de católicos».

Y en nota a pie de página desarrollaba aún más esta idea:

«Uno de los rasgos más patentes de este sentimiento de superioridad y exclusivismo es su ‘sentimiento de intocabilidad’; muchas veces los miembros de estos grupos se creen los intocables, y creen que su grupo es intocable. No se les puede hacer ninguna alusión y menos una crítica. Muchas veces se creen, no parte de la Iglesia, sino la (verdadera) Iglesia, llegando inclusive algunos carismáticos a decir que la Renovación Carismática no es un movimiento de la Iglesia, la “la Iglesia en movimiento” y algunos neocatecúmenos dicen que ellos no son un movimiento de la Iglesia, sino “el camino de salvación”. Estas mismas características también se pueden apreciar en algunas facciones del Opus Dei».

La conclusión a la que llegaba era demoledora:

«Este sentimiento de identificación más grupal que eclesial, llega a un grado realmente inadmisible cuando lo encontramos en algunos sacerdotes: ya no son sacerdotes de la Iglesia, sino de su movimiento. Si llegan a ser párrocos, la cosa se vuelve inaudita, ya que desgraciadamente formarán parroquias carismáticas, o neocatecúmenas, o sodálites, pero ya no parroquias católicas.

Hasta aquí podemos ver que ese espíritu ‘sectario’ o ‘elitista’ que vemos en los grupos no católicos, es un fenómeno hasta cierto punto normal y comprensible, pero de ninguna manera aceptable».

En ese entonces Pérez Guadalupe no sospechaba que iba a suceder con su libro lo que él mismo había escrito en él: «No se les puede hacer ninguna alusión y menos una crítica». Pues de inmediato la maquinaria sodálite se puso en marcha para acallar el texto. Los sacerdotes sodálites José Antonio Eguren y Jaime Baertl movieron sus influencias eclesiásticas. El Vicario General del Sodalicio, Germán Doig, afirmó que la presentación del libro, suscrita por el obispo auxiliar de Lima Mons. Oscar Alzamora, no podía haber sido redactada por él. En otras palabras, que esa presentación era una falsificación, no obstante que el mismo Mons. Alzamora afirmó después qué él sí la había escrito, pues el libro no contenía ningún error doctrinal. Finalmente, el libro fue retirado de los estantes en el local de la Conferencia Episcopal Peruana y vetada su venta.

¿Quién consumó esta censura? Pues nada menos que Mons. Miguel Cabrejos, quien entonces era obispo auxiliar de Lima y secretario general de la Conferencia Episcopal Peruana. El mismo que llegaría ser presidente de la Conferencia Episcopal Peruana y presidente del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM). El mismo que se limitaría a emitir comunicados tibios sobre el Sodalicio, sin organizar ninguna atención pastoral a las víctimas. El mismo que diría falsamente que la Conferencia Episcopal Peruana bajo su mandato había repetido que el Sodalicio no tenía carisma fundacional, como declaró sin vergüenza alguna al diario La República en una entrevista publicada el 22 de enero de este año:

«Un segundo punto muy importante, que no es nada nuevo, es que a partir de la constatación de la falta de un carisma fundacional, y esto la Conferencia Episcopal lo viene repitiendo años y años atrás; entonces, frente a la falta de un carisma fundacional con el señor Luis Fernando Figari y, además de eso hemos escuchado las causas, los pormenores y las consecuencias de este acontecimiento para las diócesis del Perú y de la decisión del Papa Francisco, que ya es conocida, de suprimir dicha sociedad de vida apostólica».

Posteriormente, de 1999 a 2011, Pérez Guadalupe fue director de la Comisión Diocesana de Pastoral Social de la Diócesis de Chosica (al este de la arquidiócesis de Lima) y del Instituto de Teología Pastoral Fray Martín, colaborando con el obispo Mons. Norberto Strotmann. Fue en el año 2000, cuando yo aún mantenía vínculos con el Sodalicio, que Pérez Guadalupe me invitó participar como docente del Curso de Teología a Distancia, dirigido principalmente a catequistas y profesores de religión de provincias. Acepté gustosamente, y fue allí donde tuve una experiencia de la Iglesia como Pueblo de Dios como nunca antes la había tenido, lo cual contribuyó a mi proceso de desintoxicación de la mentalidad sodálite, que culminaría recién en el año 2008.

En las conclusiones de su libro censurado, Pérez Guadalupe escribía lo siguiente:

«Aunque yo personalmente prefiero no utilizar el término ‘sectas católicas’ sino más bien el de ‘élites católicas’ (indicando con esto la actitud grupal de superioridad frente al resto de católicos), es indiscutible que cada vez aumenta el número de autores católicos que no sólo han comenzado a hablar de actitudes sectarias dentro de la Iglesia sino que inclusive llaman ‘sectas’ a nuestros Movimientos Apostólicos. Es indudable que hay algunos grupos al interior de la Iglesia que están creando problemas justamente por su actitud cerrada y exclusivista. Habría que investigar aquí, hasta qué punto estos grupos están formando pequeñas iglesias al interior de la católica, o hasta qué punto estos grupos, moderadamente, son el futuro de nuestra pastoral católica».

Aunque tardíamente, las investigaciones ya se están haciendo o se han hecho parcialmente. Y las palabras de Perez Guadalupe resultaron proféticas: los grupos con actitudes cerradas y exclusivistas, como el Sodalicio, resultaron ser menos católicos de lo que se pensaba.

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Catolicismo, censura, elitismo, Iglesia católica, sectas, sodalicio de vida cristiana

Hace 55 años, en febrero de 1968, los Beatles —junto con sus esposas y asistentes— llegaron a la India para participar en un curso de meditación trascendental en el ashram del gurú Maharishi Mahesh Yogi, lo cual impulsaría en la banda una ola de composición creativa que nos ha dejado como legado unas 30 canciones, 18 de las cuales fueron incluidas en el álbum blanco “The Beatles”, obra maestra del rock.

Ringo Starr regresaría a Inglaterra sólo diez después, aburrido ante lo que le parecía un campamento familiar. Paul McCartney se iría después de un mes de estadía debido a que tenía otros compromisos comerciales. John Lennon y George Harrison permanecerían cerca de seis semanas, dejando repentinamente el ashram tras desacuerdos financieros con el Maharishi, a lo cual se sumaron rumores del comportamiento inadecuado que éste tenía con algunas de sus discípulas. Incluso se habló de un intento de abuso sexual de la actriz Mia Farrow, que también se encontraba allí.

 

Como consecuencia, Lennon escribiría una de las canciones más polémicas de los Beatles, originalmente intitulada “Maharishi”, pero que luego —a fin de evitar controversias y problemas en su difusión comercial— fue renombrada como “Sexy Sadie”, convirtiendo al personaje al que está dedicado en una mujer y quitándole algo de la mordiente que originalmente tenía.

Estos son algunos extractos de esta canción:

Sexy Sadie, what have you done?

You made a fool of everyone

You made a fool of everyone

Sexy Sadie, oh, what have you done?

Sexy Sadie, you broke the rules

(Sexy Sadie, ¿qué has hecho?

Le tomaste el pelo a todos

Le tomaste el pelo a todos

Sexy Sadie, oh, ¿qué has hecho?

Sexy Sadie, rompiste las reglas)

Sexy Sadie, how did you know?

The world was waiting just for you

The world was waiting just for you

Sexy Sadie, oh, how did you know?

Sexy Sadie, you’ll get yours yet

However big you think you are

However big you think you are

Sexy Sadie, oh, you’ll get yours yet

We gave her everything we owned just to sit at her table

(Sexy Sadie, ¿cómo lo supiste?

El mundo te esperaba sólo a ti

El mundo te esperaba sólo a ti

Sexy Sadie, oh, ¿cómo lo supiste?

Sexy Sadie, aún recibirás lo tuyo

Por muy grande que creas que eres

Por muy grande que creas que eres

Sexy Sadie, oh, aún recibirás lo tuyo

Le dimos todo lo que teníamos solo para sentarnos a su mesa)

Tras esta experiencia, Lennon se convertiría en un crítico mordaz de las religiones organizadas desde una postura humanista atea, mientras que McCartney optaría por una espiritualidad deísta en privado y sin publicidad, mientras que Starr y Harrison —sobre todo este último— mantendrían en público y en privado una admiración por las religiones védica e hinduista de la India.

Las prácticas abusivas de la organización de la Meditación Trascendental, fundada por el Maharishi Mahesh Yogi, serían develadas posteriormente en el documental “David Wants to Fly” (2010) del cineasta alemán David Sieveking, quien, llevado por su admiración hacia el renombrado director de cine David Lynch —uno de los promotores de la Meditación Trascendental— recibiría autorización para hacer un documental sobre el grupo para finalmente descubrir prácticas sectarias y —cómo no, por supuesto— un gran negocio de millones dólares a su sombra.

Harrison se reconciliaría posteriormente con el Maharishi, y McCartney y Starr participaron en 2009 en un concierto de la Fundación David Lynch para recaudar fondos para la Meditación Trascendental. Tanto Harrison como McCartney consideraron que lo que se dijo sobre el Maharishi fueron simplemente rumores no corroborados, y creyeron en su inocencia.

Sin embargo, lo que describe Lennon en su canción encaja perfectamente dentro de lo que se conoce como “abuso espiritual”, el humus donde se incuban los demás abusos en organizaciones que pretenden darle un sentido último a la vida de sus integrantes.

Curiosamente, no fue en un contexto arreligioso donde tal vez se haya usado por primera vez este término, sino en el ámbito cristiano en los Estados Unidos. En 1991 apareció publicado el libro “The Subtle Power of Spiritual Abuse” (“El sutil poder del abuso espiritual”). Sus autores son David Johnson, pastor evangélico de la Iglesia de la Puerta Abierta (The Church of the Open Door), y Jeff VanVonderen, conferencista y consultor especializados en temas de adicción, iglesia y bienestar familiar. Se trata de un libro escrito por cristianos para cristianos.

Queda claro desde un principio que la religión no es el problema, sino el uso abusivo que hacen de ella algunos líderes y consejeros espirituales con puestos de responsabilidad en las iglesias cristianas, si bien lo que dicen podría aplicarse también a organizaciones fuera del ámbito cristiano. Y dentro de esa lógica, sustentándose en citas bíblicas —sobre todo del Nuevo Testamento—, muestran cómo en una vivencia auténtica del mensaje cristiano original y su ética no hay lugar para los abusos espirituales que se constatan en las iglesias cristianas.

La definición que dan ambos autores es la siguiente:

«El abuso espiritual es el maltrato de una persona que necesita ayuda, apoyo o un mayor empoderamiento espiritual, con el resultado de debilitar, socavar o disminuir ese empoderamiento espiritual».

En otras palabras, el abuso espiritual daña profundamente a las personas que lo sufren, pues afecta su núcleo más íntimo, aquél que lo vincula con la trascendencia y le da sentido a su vida.

Los autores señalan siete características de los sistemas abusivos espirituales y detallan los efectos sobre las víctimas de estas relaciones basadas en la vergüenza (o humillación), cosa que ellos designan como “impotencia aprendida”.

1. Postura de poder (de los líderes), que tiene como consecuencia una imagen distorsionada de Dios; alto nivel de ansiedad basado en otras personas o circunstancias externas; un deseo exagerado de complacer a los demás; una alta necesidad de ser castigado o pagar por errores para sentirse bien; ignorar tu «radar» porque estás siendo «demasiado crítico»; alta necesidad de estructura; dificultad para decir «no»; permitir que otros se aprovechen de ti.

2. Preocupación por el rendimiento, que lleva al perfeccionismo, o rendirte sin intentarlo; hacer sólo aquellas cosas en las que eres bueno; falta de autodisciplina; no poder admitir errores ni cometerlos; visión de Dios como más preocupado por cómo actúas que por quién eres; no poder descansar cuando estás cansado; no poder divertirte sin sentirte culpable; alta necesidad de aprobación de los demás; sentido de vergüenza o autojustificación; ser exigente con los demás; eres duro con tus hijos, o no esperas lo suficiente de ellos; visión negativa de uno mismo, incluso odio hacia uno mismo; autocrítica negativa; avergonzar a los demás; habilidades defensivas (culpar, racionalizar, minimizar, mentir); dificultad para perdonarse a uno mismo; dificultad para aceptar la gracia y el perdón de Dios; sentirse egoísta por tener necesidades; preocupación excesiva por rescatar a otros de las consecuencias de sus comportamientos.

3. Reglas tácitas (no expresas), que lleva a tener un gran «radar», o la habilidad para coger la tensión en situaciones y relaciones; capacidad para descifrar los mensajes ambiguos de los demás; decir las cosas en código en lugar de decir las cosas directamente; hablar de las personas en lugar de hablar con ellas; esperar que los demás conozcan tu código; interpretar otros significados en lo que dicen las personas.

4. Falta de equilibrio, que deviene un una alta necesidad de controlar los pensamientos, sentimientos y comportamientos de los demás; estar desconectado de los propios sentimientos, necesidades y pensamientos; suponer qué es normal; enfermedades relacionadas con el estrés; permitir continuamente que personas no seguras se acerquen; formas extremas de negación, incluso delirio.

5. Paranoia, que lleva a la sensación de que si algo está mal o te molesta, tú debes haberlo causado; la sensación de que si hay un problema, tú debes resolverlo; sentir que nadie más te entiende; sentirse amenazado por opiniones que difieren de las tuyas; temer tomar riesgos saludables; desconfiar o tener miedo de los demás; establecer límites que mantienen alejadas a las personas seguras; sentimientos de culpa cuando no has hecho nada malo; dificultad para confiar en las personas.

6. Lealtad fuera de lugar, que conduce a la necesidad obsesiva de tener la razón; ser crítico con los demás; interrogar a los demás con intensidad; mente cerrada; miedo a ser abandonado; posesivo en las relaciones.

7. Código de silencio, que te convierte en puramente autoanalítico; rebelándose contra la estructura; sentirse solo; llevar una doble vida; ser intermediario de mensajes para las personas; incapacidad para pedir ayuda.

Quienes hemos pasado por el Sodalicio de Vida Cristiana hemos experimentado muchos de estos síntomas, lo cual demuestra que estábamos inmersos en un sistema espiritual abusivo, que en algunos ha llevado a echar por la borda todo tipo de creencia y práctica religiosa en bloque (incluso las manifestaciones auténticas), mientras que otros hemos tenido que reconstruir nuestro sistema espiritual y nuestra relación con la trascendencia dentro de otras coordenadas. Ambas han sido estrategias de supervivencia, que —según el caso— nos han permitido encontrar nuevamente el verdadero rostro de nuestra humanidad. Lo triste del asunto es que no todos lo logran, y los efectos deshumanizadores del sistema sodálite, producidos por el abuso espiritual, persisten en ellos.

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