[El dedo en la llaga] Salir del clóset suele ser un acto individual por el cual una persona declara abierta y voluntariamente su orientación sexual y/o identidad de género, diversa a la orientación sexual más frecuente: la orientación heterosexual. Las personas que optan por dar este paso adoptan muchas veces una postura valiente a contracorriente de opiniones prejuiciadas en las sociedades en las que viven y suelen sufrir consecuencias indeseables a raíz de esta decisión.

Sin embargo, también hay países donde ha habido avances notables en el reconocimiento de los derechos de las personas no heterosexuales. Uno de ellos es Alemania, donde se han dado incluso las salidas de clóset colectivas —ya no tanto personales— más numerosas de la historia.

El 5 de febrero de 2021 la iniciativa #ActOut publicó en el suplemento del Süddeutsche Zeitung, uno de los periódicos más importantes e influyentes de Alemania, un manifiesto que a la vez constituía una salida del clóset de 185 actores y actrices que se declaraban gays, lesbianas, bisexuales, transgénero, queer, intersexuales o no binarios.

El manifiesto #ActOut comienza con una autoafirmación:

«¡Aquí estamos y somos muches!Nosotres somos actores y nos identificamos como lesbianas, gays, bisexuales, transgénero, queer, intersexuales y no binarios. Hasta hoy no podíamos ser totalmente transparentes sobre nuestra vida privada sin temer consecuencias en nuestra vida profesional. Muches tenemos la experiencia en la que agentes, jefes de reparto, colegas, productores, redactores, directores, entre otres, nos aconsejaron mantener nuestra orientación sexual, identidad y género en secreto para no poner así en riesgo nuestras carreras.

Esta narrativa llega a su final».El motivo principal del manifiesto son las experiencias negativas que muchos actores y actrices han tenido durante sus carreras en relación con su propia identidad u orientación sexual o con su identidad de género. Por eso el manifiesto subraya lo siguiente:

«Hasta ahora se suponía que cuando nosotres hablamos abiertamente sobre ciertas facetas de nuestra identidad, concretamente nuestra identidad sexual así como nuestra identidad de género, automáticamente perdemos la capacidad de interpretar ciertas figuras o relaciones. Como si la representación de estos roles fuese inconciliable con nuestra capacidad de personificar la complejidad y credibilidad necesaria de los mismos.

¡Esta supuesta incompatibilidad no existe!

Somos actores. No tenemos que ser las figuras que interpretamos. Nosotres actuamos, como si fuésemos esas figuras — ésa es nuestra profesión».

Los firmantes indican que no podían hablar abiertamente sobre su vida privada en el entorno laboral sin temer repercusiones profesionales. Y a eso había que ponerle punto final.

Lo que no se sabía entonces es que esta iniciativa inspiraría otra, menos numerosa pero más audaz y riesgosa. Y sorprendente, porque tuvo lugar precisamente en la Iglesia católica alemana. Se trata de la iniciativa #OutInChurch – Por una Iglesia sin miedo.

El 24 de enero de 2022, 125 personas no heterosexuales que trabajan profesionalmente o como voluntarios en la Iglesia Católica en Alemania, tanto laicos como clérigos, salieron conjuntamente del clóset y se reconocieron públicamente como lesbianas, gays, bisexuales, transgénero, intersexuales o no binarias, con el objetivo de «contribuir a la renovación de la credibilidad y la solidaridad hacia lo humano de la Iglesia Católica». Simultáneamente, se propaló un documental en la televisión (Wie Gott uns schufComo Dios nos creó) y se abrió una petición en línea con demandas relacionadas con el derecho laboral de la Iglesia católica alemana. Al mismo tiempo, la iniciativa publicó un manifiesto detallado en 14 idiomas en Internet. Además de las 125 personas mencionadas, firmaron el manifiesto 35 asociaciones e iniciativas católicas, entre ellas el Comité Central de los Católicos Alemanes (Zentralkomitee der deutschen Katholiken – ZdK). Para mediados de febrero, más de 70 organizaciones se habían unido a la iniciativa.

El manifiesto #OutInChurch – Por una Iglesia sin miedo —a semejanza del manifiesto #ActOut—comienza con una autoafirmación:

«Nosotros, que somos empleados, voluntarios, potenciales y antiguos colaboradores de la Iglesia católica romana. Trabajamos y nos comprometemos, entre otras cosas, en la educación escolar y universitaria, en la catequesis y la educación, en el cuidado [de ancianos y enfermos] y su tratamiento, en la administración y organización, en el trabajo social y caritativo, como músicos de iglesia, en la dirección de la iglesia y en la pastoral. Nos identificamos, entre otros, como lesbianas, gays, bisexuales, transexuales, intersexuales, queer y no binarios. […] Todos hemos sido siempre parte de la Iglesia y hoy la modelamos y y le damos forma. La mayoría de nosotros ha tenido múltiples experiencias de discriminación y exclusión, incluso en la Iglesia».

El manifiesto menciona algunas citas homófobas de documentos oficiales de la Iglesia —los aludidos «fracasarían en cuanto a su humanidad»— y toma posición:

«Exigimos una corrección de las declaraciones doctrinales que son contrarias a los derechos humanos, especialmente en vista de la responsabilidad mundial de la iglesia hacia los derechos humanos de las personas LGBTIQ+. Y exigimos un cambio en el derecho laboral discriminatorio de la Iglesia, incluida la eliminación de todas las formulaciones degradantes y excluyentes en la normativa básica del servicio eclesiástico».

Se hace referencia a la normativa básica del servicio eclesiástico católico en Alemania, que menciona como contrarias a la obligación de lealtad a la doctrina y moral católicas ciertas transgresiones sexuales y permite el despido de los supuestos infractores por estos motivos. Esta normativa es la base legal para unos 90,000 empleados que trabajan para la Iglesia católica y 700,000 empleados en su organización benéfica Caritas. En total, alrededor de 1.3 millones de personas trabajan en Alemania para las iglesias cristianas y sus instituciones. El manifiesto señala al respecto:

«Hasta ahora, muchos de nosotros no pueden manifestarse abiertamente sobre su identidad de género y/o su orientación sexual en su entorno laboral o eclesiástico, sin temer consecuencias laborales que pueden llevar hasta la aniquilación de la subsistencia profesional. […] Se ha establecido así un sistema de silencio, doble moral y falta de honestidad».

Dos de las principales demandas de la iniciativa son las siguientes:

«La orientación sexual o la identidad de género, así como la declaración de la misma, o el establecimiento de una relación o matrimonio no heterosexual, nunca deben considerarse como una violación de la lealtad y, en consecuencia, como un obstáculo para la contratación o como un motivo de despido. Las personas LGBTIQ+ deben tener acceso libre a todas las profesiones pastorales. Además, la Iglesia debe expresar en sus ritos y celebraciones que las personas LGBTIQ+, ya sea que vivan solas o en pareja, son bendecidas por Dios y que su amor produce frutos diversos. Esto incluye, al menos, la bendición de parejas del mismo sexo que soliciten tal bendición».

La solidaridad es la principal motivación que guía a los firmantes del manifiesto:

«Hacemos esto por nosotros mismos y lo hacemos en solidaridad con otras personas LGBTIQ+ en la Iglesia católica romana, que todavía no tienen, o ya no tienen, la fuerza para hacerlo. También lo hacemos por la Iglesia. Porque estamos convencidos de que sólo actuando con veracidad y honestidad puede cumplir con el propósito para el cual la Iglesia debería existir: proclamar el mensaje alegre y liberador de Jesús. Una Iglesia que en su núcleo lleva la discriminación y la exclusión de minorías sexuales y de género, debe preguntarse si realmente puede considerarse fundamentada en Jesucristo».

El manifiesto termina con un llamado a las autoridades eclesiásticas:

«Con este manifiesto, defendemos una convivencia y colaboración libres y basadas en el reconocimiento de la dignidad de todos en nuestra Iglesia. Por eso invitamos a todos, especialmente a los responsables y líderes de la Iglesia, a apoyar este manifiesto».

Los firmantes del manifiesto eran conscientes de que corrían el riesgo de ser despedidos o separados de sus funciones. Sin embargo, eso no ocurrió. 

A finales de enero, el Südwestrundfunk (SWR), una cadena de radio y televisión de los estados de Renania-Palatinado y Baden-Wurtemberg, contactó a los 27 obispados de Alemania para conocer su postura: 22 de ellos declararon que no considerarían tomar medidas contra los participantes de la iniciativa #OutInChurch; los obispados de Augsburgo y Colonia respondieron de manera evasiva, y 3 no respondieron. Puede afirmarse que, en general, la mayoría de los obispos alemanes manifestaron su apoyo a la iniciativa.

 
A mediados de febrero, once vicarios generales de diócesis alemanas (Berlín, Essen, Hamburgo, Hildesheim, Limburgo, Magdeburgo, Münster, Paderborn, Espira y Tréveris, así como el vicario general militar de Alemania) publicaron una carta abierta dirigida al presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, el obispo de Limburgo Georg Bätzing. En esta carta, exigieron que no se tomaran represalias laborales contra los empleados queer de la Iglesia Católica, incluso en ocupaciones vinculadas al anuncio del Evangelio, como el personal pastoral o los profesores de religión. Varios obispados ya habían emitido declaraciones similares o informado a sus empleados de que no tomarían medidas en su contra. Otros obispados anunciaron que, en el futuro, no despedirían a empleados debido a su identidad de género u orientación sexual o en caso de volverse a casar tras un divorcio. Estas declaraciones no se quedaron solamente en palabras, sino que llevaron a una reforma del derecho laboral de la Iglesia católica alemana aprobada con voto mayoritario en la asamblea del episcopado alemán y hecha oficial el 22 de noviembre de 2022. La causal de despido de empleados católicos debido a un matrimonio tras un divorcio o una relación entre personas del mismo sexo quedó eliminada. El «núcleo de la vida privada, especialmente la vida en pareja y la esfera íntima» ya no serán objeto de evaluación legal respecto al orden laboral.

El 1 de enero de 2023 entró en vigor la versión liberalizada de la normativa básica en el derecho laboral eclesiástico en 21 de los 27 obispados. Los otros 6 obispados anunciaron que adoptarían la nueva normativa básica durante el primer trimestre de 2023.

Mientras tanto, la iniciativa #OutInChurch ha seguido creciendo y reúne actualmente a más de 650 miembros. Hasta ahora los logros son parciales, pues no se ha conseguido que la Iglesia católica inicie un proceso para reformar su moral sexual y la adapte a las exigencias que se desprenden de los conocimientos científicos, psicológicos y sociológicos, y de los derechos humanos que deben ser respetados en toda persona. Y probablemente no se avance nada en este campo, pues la moral sexual católica, tal como está planteada hoy, sigue sirviendo de instrumento para mantener dominadas las conciencias de los fieles.

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[El dedo en la llaga] Apulia es una árida región del sureste de Italia, a orilla del Mar Adriático, de anchas llanuras y onduladas colinas. Allí se encuentra el pueblo de San Giovanni Rotondo, una pintoresca localidad de poco más de 27,000 habitantes, recordada por haber sido el lugar de residencia entre 1916 y 1968 de San Pío de Pietrelcina (1887-1968) —más conocido como el Padre Pío—, un sacerdote capuchino que llevaba en su cuerpo los estigmas de Cristo, al cual se le atribuían curaciones milagrosas y que tenía el don de ver los pecados de aquellos que se acercaban a él para confesarse sacramentalmente.

Pero actualmente sería el lugar de residencia de alguien mucho menos santo, a saber, Luis Fernando Figari, fundador del Sodalicio de Vida Cristiana, quien, como señala un decreto del Dicasterio para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica del 9 de agosto de 2024 —que lleva la firma del mismo Papa Francisco además de las firmas de oficio— ha sido expulsado de la institución que él mismo fundó. Sin embargo, este decreto presenta muchas ambigüedades.

Se señala que la expulsión se efectúa «por causa de circunstancias distintas de las previstas en el can. 695 y can. 696», por lo cual quedan excluidos «el descuido habitual de las obligaciones de la vida consagrada; las reiteradas violaciones de los vínculos sagrados; la desobediencia pertinaz a los mandatos legítimos de los Superiores en materia grave; el escándalo grave causado por su conducta culpable; la defensa o difusión pertinaz de doctrinas condenadas por el magisterio de la Iglesia; la adhesión pública a ideologías contaminadas de materialismo o ateísmo» (can. 696).

El canon 695 señala «los delitos de los que se trata en los cc. 1397, 1398 y 1395» como posibles motivos de expulsión. Los delitos señalados en el canon 1397 no son evidentemente aplicables a Figari, pues se refieren a «quien comete homicidio, o rapta o retiene a un ser humano con violencia o fraude, o lo mutila o lo hiere gravemente» o a «quien procura el aborto», pero sí podrían aplicarse delitos señalados en el canon 1395 —el «que, con violencia, amenazas o abuso de su autoridad, comete un delito contra el sexto mandamiento del Decálogo u obliga a alguien a realizar o sufrir actos sexuales»— o en el canon 1398 —el «que comete un delito contra el sexto mandamiento del Decálogo con un menor o con una persona que habitualmente tiene un uso imperfecto de la razón o a la que el derecho reconoce igual tutela»—.

Sin embargo, cómo señala el decreto de expulsión, no son éstos los motivos que fundamentan la medida sino circunstancias distintas, «en cualquier caso incompatibles y por tanto inaceptables en un miembro de una institución de la Iglesia».

¿Se indica cuáles son esas circunstancias? Por ningún lado. Es decir, no sabemos cuál es el verdadero motivo de la expulsión, pero se deja en claro que no es por los abusos sexuales cometidos.

Una interpretación plausible de este proceder sería que en 2017, cuando Figari fue sancionado por primera vez por el Vaticano, no había una norma en el Código Derecho Canónico que permitiera sancionarlo por un delito grave, dado que este tipo de delitos —incluidos los abusos sexuales— se castigaban sólo cuando eran cometidos por clérigos. Y Figari no lo es: es un laico. Consagrado, pero laico al fin y al cabo. Inimputable, por así decirlo.

Esto ha cambiado con las reformas del derecho eclesiástico introducidas por el Papa Francisco en los años 2021 y 2022, de modo que ahora un miembro de un instituto de vida consagrada puede ser sancionado por esos delitos. Sin embargo, esas nuevas leyes no se pueden aplicar retroactivamente a Figari. Ésta es la razón por la que no habría sido expulsado por abusos sexuales, sino por algún otro delito que el Vaticano ha indagado y encontrado para sancionarlo.

El segundo motivo es «por causa de escándalo y grave daño al bien de la Iglesia y de cada uno de los fieles». Como de costumbre, la Iglesia está protegiendo su imagen y omitiendo cualquier mención de las víctimas. Si los delitos de Figari hubieran permanecido en secreto, este motivo de expulsión no aplicaría, pues no habría escándalo. Téngase en cuenta que la justicia no es una prioridad para el derecho eclesiástico, sino “la salvación de las almas”, aunque se tengan que cometer injusticias en el camino.

Por otra parte, queda claro que se trata de una decisión del Papa Francisco, expresada en una carta del 6 de agosto de 2024 al dicasterio en cuestión. La decisión se toma pro bono Ecclesia, por el bien de la Iglesia. ¿Por qué se requería una intervención del Papa Francisco? Simplemente porque quien tenía la potestad —otorgada por la ley eclesiástica— de expulsar a Figari —a saber, el Superior mayor del instituto— nunca lo hizo. De este modo, Eduardo Regal, Alessandro Moroni y José David Correa, superiores generales del Sodalicio después de la dimisión de Figari en diciembre de 2010, tienen responsabilidad en no haber tomado las medidas del caso y haber protegido a un miserable que tiene en su haber delitos graves.

No queda claro cuál será la situación de Figari de ahora en adelante. El decreto no lo aclara. ¿Seguirá viviendo en San Giovanni Rotondo u otra localidad italiana con todos los gastos pagados por el Sodalicio? ¿Se le seguirá prohibiendo hablar con los medios? ¿Y qué pasará con todos aquellos que lo protegieron y encubrieron, comenzando por las autoridades del Sodalicio?

Por otra parte, ¿es esto un paso más hacia la supresión del Sodalicio? ¿O se trata de una operación quirúrgica que buscará rescatar la institución, aduciendo que el tumor ya ha sido extirpado y que todo el cuerpo restante está sano? Esperamos que sea lo primero, pues el Sodalicio sin Figari en su conducción ha seguido cometiendo diversos abusos, siendo el principal el maltrato de las víctimas y la falta de una reparación simbólica y pecuniaria justa y adecuada.

Una muestra de este maltrato es el “Comunicado sobre la expulsión de Luis Fernando Figari del Sodalicio de Vida Cristiana” del 14 de agosto de 2024, firmado por José David Correa, el actual Superior General. Se trata de un comunicado lleno de mentiras y omisiones. Dice que «las autoridades del Sodalicio hemos colaborado estrechamente con la Santa Sede en la búsqueda de la verdad y la justicia», cuando en realidad lo que hizo el Sodalicio desde un principio es aplicar una estrategia de control de daños, obstaculizando que toda la verdad sobre las víctimas salga a la luz, persiguiendo judicialmente a los periodistas que destaparon el escándalo directamente —mediante querellas interpuestas por Mons. José Antonio Eguren— o a través de terceros, mintiendo descaradamente en la Fiscalía, moviendo influencias en el Ministerio Público a través del Estudio de Abogados Hauyón & Hauyón a fin de que se archiven las denuncias contra miembros y exmiembros del Sodalicio y se mantengan abiertos las denuncias interpuestas contra los periodistas Pedro Salinas, Paola Ugaz y Daniel Yovera. Se ha de suponer que la “colaboración” con la Santa Sede ha ido en la misma línea, haciendo necesarias las intervenciones de Mons. Charles Scicluna y Mons. Jordi Bertomeu para que comience a haber justicia y se reconozca a varias víctimas deliberadamente ignoradas, además de reconocer lo insuficiente y ofensivo de las reparaciones ofrecidas por el Sodalicio a las 67 víctimas que hasta ahora han admitido oficialmente.

También miente José David Correa cuando dice lo siguiente:

«En 2019, la V Asamblea General del Sodalicio en Brasil expresó el pedido de perdón institucional a todas las víctimas que han sufrido algún tipo de abuso de parte de Luis Fernando Figari y me encargó, como Superior General, que examine la pertinencia de iniciar un proceso canónico para su expulsión. Después de mucha reflexión y diálogo, en diciembre de 2019 solicité a la Santa Sede la expulsión del Sr. Figari».

El pedido de perdón institucional fue puramente declarativo —pues en ese entonces nunca se comunicaron personalmente con las víctimas para pedirles perdón— y tampoco tuvo ningún efecto en las reparaciones. Por otra parte, recién nos venimos a enterar que habían decidido la expulsión de Figari. ¿Por qué no lo comunicaron en su momento? ¿Por qué no hicieron efectiva la expulsión ellos mismos, considerando que el Superior mayor de un instituto, después de haber consultado a su consejo, tiene la facultad de expulsar a un miembro, sin tener que pedirle permiso previo a la Santa Sede?

No satisfecho con mentir descaradamente, José David Correa nos relata el siguiente cuento de hadas:

«El Sodalicio cuenta con una Oficina de Escucha y Asistencia, que desde el año 2016 recibe a personas que han sido víctimas de diversos tipos de abuso por miembros y ex-miembros del Sodalicio desarrollando procesos de reparación».

El informe sobre abusos del Sodalicio de los expertos Ian Elliott, Kathleen McChesney y Monica Applewhite de febrero de 2017 señalaba como completada la siguiente recomendación:

«Publicar la información de contacto de la persona que recibirá los reportes de abuso en varios medios y en el sitio web del SCV».

Hasta el 4 de noviembre de 2019, cuando me comuniqué telefónicamente con la Oficina de Comunicaciones del Sodalicio para preguntar por estos datos —pues no se hallaban en el sitio web del Sodalicio ni en ningún otro medio— no había manera de contactar esta oficina. El 7 de noviembre me respondieron y ¡oh maravilla! apareció un link en el sitio web con el título de “Ambientes seguros”, indicando la dirección de correo electrónico con la cual se podía uno comunicar para reportar casos de abusos. Sin embargo, no había dirección física ni número telefónico, pues esta oficina no dispondría propiamente de un local. Además, no se tiene conocimiento de que el Sodalicio haya admitido posteriormente más casos de abusos que los que reconoció oficialmente cuando se publicó el informe de los expertos internacionales.

Por todo lo dicho resulta ofensiva y alejada de la verdad una frase como:

«Reconocemos profundamente el dolor de las víctimas y reiteramos nuestra solidaridad con ellas».

Quisiera concluir con una frase del comunicado capaz de suscitar una sonrisa irónica en cualquiera:

«Como hemos declarado anteriormente, Luis Fernando Figari es el fundador histórico del Sodalicio de Vida Cristiana, pero no es un referente espiritual para nuestra comunidad ni para la Familia Sodálite».

Y si Figari no es un referente espiritual, ¿por qué siguen manteniendo en pie la misma ideología inculcada por el fundador? ¿Por qué muchos de los textos que escriben algunos sodálites podrían haber sido escritos por el mismo Figari, pues contienen su misma doctrina y su mismo estilo? ¿Por qué el supuesto carisma que dicen tener es el mismo que inculcó Figari a sus incondicionales seguidores?

A decir verdad, el único pensamiento admitido en el Sodalicio desde sus inicios fue el de Figari. Nunca hubo lugar para una pensamiento o doctrina distintos. Sin Figari, el Sodalicio no es nada. No tiene ideología, espiritualidad ni carisma, pues todo lo que había quedado de eso después del destierro de Figari en Italia se basaba sobre lo que este les había inculcado a sus leales discípulos. El siguiente paso lógico sería que el Sodalicio fuera suprimido.

Llegó la hora de bajar el telón. Y que el último apague la luz.

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[El dedo en la llaga] En el año 2023 se publicó Alemania el libro “Machtmissbrauch im pastoralen Dienst – Erfahrungen von Gemeinde- und Pastoralreferent:innen” (Herder), que puede traducirse como “Abuso de poder en el servicio pastoral – Experiencias de agentes pastorales”, el cual refleja los resultados de una encuesta en la que participaron 936 agentes pastorales de los cerca de 7,500 que hay en Alemania.

Hay que precisar que en Alemania la de agente pastoral es una profesión remunerada regida por leyes, que se ha hecho cada vez más necesaria debido al descenso de las vocaciones sacerdotales. Se trata de laicos y laicas que asumen laboralmente funciones pastorales que no son exclusivas de los sacerdotes y obispos.

Los agentes pastorales son de dos tipos: referentes pastorales y referentes de comunidad, que pueden ser tanto hombres como mujeres. Los referentes pastorales suelen tener un diploma o un máster en teología católica y una formación eclesiástica, generalmente intradiocesana. Los referentes de comunidad suelen tener un título universitario en pedagogía religiosa o teología práctica. Las áreas de trabajo y los perfiles de actividad se superponen en gran medida; sin embargo, la formación académica marca la diferencia.

Referentes de comunidad sólo hay en Alemania, mientras que referentes pastorales existen en Alemania, Austria, Suiza y los Países Bajos. Trabajan en la pastoral de una parroquia, una asociación de parroquias, un decanato u otra unidad pastoral. Por lo general, están subordinados a un párroco o a un decano. Además, pueden trabajar en áreas específicas como la pastoral hospitalaria y de hogares de ancianos, la pastoral universitaria, el sistema educativo, la educación de adultos, el trabajo juvenil, la administración eclesiástica, etc.

Un problema frecuente son las cláusulas de lealtad en los contratos de trabajo, que requieren de los agentes pastorales que lleven una vida conforme a los valores y principios de la Iglesia católica. En otras palabras, cualquier discrepancia con esos valores podría ser motivo de despido. Y esto también abre la puerta a abusos de poder, pues son los superiores jerárquicos de los agentes pastorales, en su mayoría clérigos, quiénes deciden qué hechos o conductas infringen la obligación de lealtad.

Pero lo que revela la encuesta, encargada por la Asociación Federal de Agentes Pastorales de Alemania (Bundesverband der Gemeindereferent*innen Deutschlands e.V.) va más allá de eso y presenta resultados estremecedores y preocupantes. A la pregunta «¿Ha tenido usted personalmente experiencias en el ámbito laboral que haya percibido como abusivas y/o como abuso de poder?», 70% responden con SÍ, 24% con NO y 6% con NO SABE. Cuando se desglosa la respuesta según el sexo de los participantes, con SÍ responden 60% de los hombres y 75% de las mujeres.

Cuando se pregunta por el tipo de abusos sufridos, un 72% señala el menosprecio u obstaculización de las propias competencias profesionales, 54% señala minusvaloración por no tener el sacramento del orden sacerdotal, el 44% señala bullying de parte de los superiores jerárquicos. Otros abusos mencionados son la inobservancia de derechos laborales, minusvaloración en razón de la identidad sexual (generalmente femenina), coerción de la libertad de opinión, insultos, acoso sexual verbal, minusvaloración debido al estilo de vida.

Cuando se pregunta quién comete mayormente los abusos, la respuesta en un 88% de los casos señala al sacerdote que ocupa el puesto de superior jerárquico inmediato del agente pastoral, aunque también se señalan a otras personas dentro de la estructura jerárquica eclesiástica con mucho menores porcentajes.

Cuando se pregunta por las consecuencias de los abusos sufridos, el 72% de los afectados señalan estrés psicológico o enfermedad mental; un 62%, insomnio; un 41%, angustia o ansiedad. Aunque también hay, en menor grado, afectados que adquieren enfermedades corporales, problemas familiares y sufren de ataques de pánico.

El informe presenta también ocho testimonios narrados, cuyos autores prefieren mantener el anonimato. He elegido uno para que se vea a qué extremos puede llegar el abuso de poder en la Iglesia católica.

Hace más de 30 años me casé y quería vivir una vida como esposo y padre de varios hijos. Cuando el más pequeño de nuestros cuatro hijos comenzó a ir al jardín de infancia, mi entonces esposa inició una relación sentimental con un sacerdote. Ella quedó embarazada, pero perdió al bebé. No pude consolarla en su duelo, simplemente no me era emocionalmente posible. Nos separamos y poco después fui llamado donde el vicario general. El sacerdote en cuestión ocupaba una posición destacada, y se me exigió que mantuviera todo el asunto en secreto. Sólo cumpliendo con esta condición se me permitió vivir en un pequeño apartamento cerca de mis hijos. Dado que dos de los niños tienen discapacidades, era necesario que me ocupara de muchas cosas. La indicación clara fue que si le decía a alguien por qué me había separado de mi esposa, sería trasladado a otra zona de la diócesis. También se me dio a entender que probablemente era culpa mía, que yo tenía una incapacidad relacional y que mi esposa había seducido al sacerdote. El sacerdote en sí fue protegido, y no pasaron dos años antes de que fuera reducido al estado laical, aunque aún se le permitió obtener un doctorado y hacer carrera. Es posible que esto haya estado vinculado al hecho de que era compañero de estudios de un clérigo en la dirección diocesana. En el moneto en que él dejó el sacerdocio, yo me encontraba muy mal psicológicamente. Y luego me enteré de que los representantes del empleador habían declarado abiertamente que todo el asunto giraba en torno a mi esposa y a mí. Yo había mantenido la obligación de mantener secreto, pero para la otra parte no se aplicaba. Me sentí traicionado. Había perdido tanto y al mismo tiempo se me transmitía que yo no estaba bien, que no encajaba en el sistema Iglesia.

Durante el tiempo de la separación, el obispo visitó nuestra parroquia debido a una confirmación, y en un receso vino a mi pequeño apartamento, donde a veces tenía que acomodar a todos mis hijos. Él vio cómo vivía yo, pero no dijo nada. Solo preguntó si me había reconciliado con mi esposa o si podría reconciliarme. Ninguna palabra sobre que él sabía lo difícil que era todo para mí. Ninguna pregunta sobre lo que podría ayudarme. Ninguna compasión. Hoy en día, en una situación así, hablaría con franqueza, pero en aquel entonces no me atreví. El sacerdote que era mi superior jerárquico en ese momento vivía en una relación sentimental con una mujer, y cuando se le iba a trasladar en secreto, intentó instrumentalizar a sus seguidores en la parroquia para quedarse. Tuve que hablar con él para evitar una división en la comunidad. Él fue protegido, como se protegía a los sacerdotes. Yo no recibí ninguna protección. Se me impuso que no podía iniciar una nueva relación sentimental. Tuve relaciones sentimentales, pero siempre en secreto, siempre tenía que ingeniármelas. Era como un virus que brotaba una y otra vez y me hacía sufrir, sintiendo que, tal como soy y como vivo, nunca podría volver a formar parte de todo eso en plenitud.

Aproximadamente 20 años después de la separación, finalmente nos divorciamos. Habíamos esperado tanto tiempo debido a razones financieras. Un año después, comencé una relación con mi actual pareja. Ella también trabajaba para la Iglesia católica. De nuevo tuvimos que ingeniárnoslas. Más de 10 años después, compramos una casa juntos. Tuvimos que cumplir con la condición de que debían ser dos apartamentos separados. Tuve que presentar al obispado un certificado de separación de viviendas en una misma edificación. Mi superior en el trabajo tuvo que visitarme y preguntarme: “¿Realmente vives en la planta alta?” Si alguien me preguntaba cómo habían sido mis vacaciones, tenía que contarlo como si me hubiera ido solo de viaje. Y aún así, el sentimiento predominante no era la ira por este trato, sino el sentimiento de estar de alguna manera equivocado. Desde joven me habían inculcado las normas sexuales de la Iglesia. No las había seguido, pero no en libertad, sino siempre acompañado de una mala conciencia.

Y luego llegó “#OutinChurch” [una iniciativa en la cual, el 24 de enero de 2022, 125 personas vinculadas a la Iglesia católica —incluidos algunos sacerdotes— salieron públicamente del clóset]. ¡Tantos aspectos que los afectados mencionaron también se aplicaban a mí! Muchas cosas salieron a la superficie cuando empecé a enfrentar esto. Caí en una depresión y estuve de baja por enfermedad durante un largo período, incluso más allá de la fase realmente difícil.

El derecho laboral eclesiástico en sí mismo causa un gran daño —no solo a las personas con identidad de género diversa, sino también a vidas como la mía—. Y estoy seguro de que no soy el único. Detrás de ese derecho se encuentran ideas espirituales y hasta enseñanzas escatológicas que ponen estas normativas por encima exageradamente. Se supone que deben protegerme y ayudarme a llevar una vida agradable a Dios. No sólo el derecho en sí es problemático, sino también su manejo, especialmente el uso de un doble rasero. Se protege a los sacerdotes y se afirma que una ruptura del celibato no afecta el derecho divino, mientras que divorciarse y volverse a casar, sí lo afecta. Lo peor de todo es la justificación de las normas sobre la base de una supuesta voluntad divina reconocida por la dirección de la Iglesia. Este elemento me muestra que también en las normas legales puede haber abuso espiritual.

¿Qué fue lo que me destruyó tanto? Eso es algo que una y otra vez me he preguntado. Creo que estoy muy cerca de encontrar la respuesta.

Problemas similares pueden haber también en otras latitudes donde se halla presente la Iglesia católica y cuenta con colaboradores remunerados o voluntarios, pues la raíz del problema estaría en un verticalismo que favorece el abuso de poder. Ya me lo decía en los años 90 un adherente sodálite (persona casada con vínculo institucional con el Sodalicio de Vida Cristiana), que alguna vez trabajó en una de las tantas empresas del Sodalicio: “Puedes colaborar apostólicamente con ellos, pero nunca trabajes para ellos”.

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El 26 de mayo de 2023 fue presentada en el Festival de Cannes la película francesa “L‘Abbé Pierre – Une vie de combats”, un biopic dirigido por Frédéric Tellier que narra la historia del sacerdote católico Henri Grouès (1912-2007), más conocido como el Abbé Pierre. Este ambicioso film con un presupuesto estimado de 15 millones de dólares busca abarcar la biografía entera de un personaje icónico no sólo para la Iglesia católica gala, sino también para la nación francesa, pues fue distinguido por el Estado francés en el año 2004 con la Gran Cruz de la Legión de Honor en reconocimiento a su labor.

¿Qué labor? Durante la Segunda Guerra Mundial se unió a la Resistencia francesa y ayudó a muchos judíos y políticos perseguidos a escapar a Suiza, España y Argelia, suministrándoles documentos de identidad y salvoconductos falsificados. Con frecuencia era el mismo Abbé Pierre —sobrenombre que utilizó entonces para ocultar su verdadera identidad— quien guiaba a los fugitivos a España a través de los Pirineos o a Suiza a través de las montañas de Chamonix.

Desde su sede en la ciudad de Grenoble en el sureste de Francia, creó el primer refugio para acoger a aquellos que buscaban evadir el Servicio de Trabajo Obligatorio impuesto por el régimen colaboracionista de Vichy en la Francia ocupada al mando del mariscal Philippe Pétain, que cooperaba con el régimen nazi de Alemania. 

El mismo Abbé Pierre relataría posteriormente:

«Comencé por ayudar a esconderse en refugios de la montaña a jóvenes a los que querían mandar forzados a trabajar a las fábricas alemanas. No sólo fueron los nazis, sino los gendarmes del gobierno colaborador de Vichy los que llegaban con los camiones para llevar por la fuerza a la gente […] Personalmente no maté a nadie, pero participé con todas mis energías en crear la red que permitía abastecer de alimentos, medicamentos y municiones a los grupos armados de la Resistencia que comenzaron a operar en las montañas de Grenoble».

Pero por lo que más se le recuerda al Abbé Pierre es por la fundación del movimiento Emaús, destinado a aliviar el sufrimiento y las necesidades de los más pobres, sobre todo aquellos que vivían en las calles y les faltaba lo necesario: alimento, vestido y vivienda. En 1947 el Abbé Pierre alquila una casa deteriorada en Neuilly-Plaisance, 14 km al este de París, la reconstruye y abre un albergue juvenil internacional al que da el nombre de Emaús, como símbolo de la esperanza renovada. En 1949 invita a Georges Legay, un asesino y expresidiario con intenciones suicidas, a construir alojamientos para las familias sin techo. 

«Conocí a Georges, que había tenido una vida terrible y sólo pensaba en suicidarse, entonces le dije: “Eres libre de suicidarte si quieres, pero antes de hacerlo ¿por qué no me ayudas a montar una casa para los desesperados, para la gente sin techo, sin trabajo?”»

El Abbé Pierre quiso que desde su origen Emaús fuera un movimiento abierto a todas las nacionalidades y orígenes étnicos, sin distinción alguna por motivo de las convicciones políticas, espirituales o religiosas de sus integrantes y de las personas a las que acoge.

En un momento, a falta de financiamiento, el Abbé Pierre comenzó a mendigar por las calles de París, y los otros miembros del grupo propusieron que todos se dedicaran a buscar en la basura para recuperar y vender todo aquello que todavía fuera útil, lo cual hizo que fueran conocidos como los Traperos de Emaús.

El 1 de febrero de 1954 el Abate Pierre irrumpió por sorpresa en Radio Luxemburgo y consiguió que le permitieran hablar en directo, con un discurso en el que proclamó “la insurrección de la bondad”:

«Una mujer acaba de morir congelada esta madrugada en la acera del bulevar de Sebastopol, manteniendo aún aferrada a su mano la notificación judicial de expulsión de su domicilio. No podemos aceptar que sigan muriendo personas como ella. Cada noche son más de 2000 personas soportando el hielo, sin techo, sin pan, más de uno casi desnudo; para esta misma noche es necesario reunir 5000 mantas, 300 grandes tiendas de campaña, 200 ollas. Venid los que podáis con camiones para ayudar al reparto. […] Al Hotel Rochester, calle Le Boétie 92. Imploro, frente a los hermanos que mueren de miseria, aumente en nosotros el amor para hacer desaparecer esta lacra. ¡Que tanto dolor despierte el alma maravillosa de Francia!»

De esta manera, generó una ola de donaciones que alcanzaron los mil millones de francos para aliviar las necesidades de los más menesterosos.

Desde entonces fueron surgiendo en diferentes países asociaciones que imitaban el ejemplo del Abbé Pierre, tomándolo como modelo. En 1969, en Berna (Suiza) setenta grupos provenientes de veinte países adoptaron el Manifiesto Universal del Movimiento Emaús, y decidieron crear una secretaría internacional de enlace. En 1971 el movimiento adoptó el nombre de Emaús Internacional. En el preámbulo del manifiesto mencionado se empieza diciendo:

«Nuestro nombre, Emaús, es el de una localidad de Palestina donde unos desesperados volvieron a encontrar la esperanza. Este nombre evoca en todos, creyentes o no, nuestra común convicción de que solo el amor puede unirnos y hacernos avanzar juntos».

Sobre la presencia del movimiento en el Perú, la página oficial de Emaús Internacional relata lo siguiente:

“En 1959 hay en Lima un sacerdote francés llamado Gérard Protain que ayuda a los traperos —vecinos de barrios desfavorecidos— a organizarse y cooperar entre ellos. Con su duro e ingrato trabajo en el vertedero de El Montón, consiguen sobrevivir y ayudar a otras personas aún más pobres, construyendo viviendas humildes y guarderías para niños abandonados. En 1961, esta comunidad se fusiona con los Amigos de Emaús en lo que pasa a llamarse Emaús del Perú, que recibe voluntarios extranjeros que contribuyen al funcionamiento de las guarderías».

Actualmente existen en el Perú siete organizaciones miembros de Emaús Internacional, cuatro de ellas activas en Lima: Cuna Nazareth y Emaús San Agustín, con locales en Chorrillos; Emaús Solidaridad y Apoyo, en Villa María del Triunfo, y Emaús Villa El Salvador. Las otras tres son Emaús Piura, Emaús Lambayeque y Emaús Trujillo.

La obra social a favor de los pobres del Abbé Pierre es innegable. Sin embargo, medio año después del estreno oficial de su película biográfica en Francia en noviembre de 2023, donde es presentado como un héroe de los tiempos modernos, han aparecido sombras que empañan considerablemente su figura. No se trata de las confesiones que hizo en 2005, dos años antes de su muerte, a la cadena France 3, donde admitió que en su vida cedió al sexo de manera pasajera, en relaciones efímeras, y que nunca permitió que el deseo sexual se arraigara y tomara el lugar y la disponibilidad que él había elegido para servir a Dios.

«Fue una experiencia insatisfactoria puesto que el placer implica un compromiso de duración. El compromiso que tenía con la Iglesia me impedía todo tipo de obligación», confesó.

Aún así, defendió que el celibato no debía ser obligatorio y reivindicaba que se pudiera ordenar a hombres casados. Hasta aquí ningún problema serio.

Lo que sí resulta problemático y devastador es lo que este miércoles 17 de julio acaban de comunicar oficialmente Emaús Internacional y Emaús Francia: que el Abbé Pierre abusó de por lo menos siete mujeres entre la década de 1970 y el año 2005, una de ellas menor de edad (16-17 años) en el momento de los hechos. Lo cual cierne dudas sobre si las relaciones sexuales efímeras que mantuvo el religioso en vida fueron de mutuo consentimiento o en un contexto de abuso sexual, o si hay más víctimas, pues quienes podrían haberlo sido antes de la década de los 70, deben tener una edad muy avanzada o haber fallecido.

“La noche de las estrellas fugaces” es el título que el controvertido cineasta español Jesús Franco quiso darle a su película surrealista de corte erótico-macabro de 1973 —estrenada como “Christina, princesa del erotismo” y reestrenada años más tarde, con escenas añadidas rodadas por el cineasta francés Jean Rollin, con el título de “Una virgen entre los muertos vivientes”—. En la versión original del director, la joven Christina, tras la muerte de su padre, viaja hacia la mansión en una zona rural que le tocaría como herencia y donde aún viven familiares suyos a los que no conoce, deviniendo la trama en una experiencia onírica y surrealista a más no poder donde la familia muestra un comportamiento extraño y parece ocultar secretos y depravaciones inconfesables, y cuyos integrantes estarían todos muertos y confabulados para arrastrar a Christina hacia la locura y la muerte concebida como un estanque de desesperanza.

La Iglesia católica parece estar viviendo su noche de las estrellas fugaces, con figuras que brillan un momento en el firmamento, como el Abbé Pierre, la Madre Teresa de Calcula, el P. Josef Kentenich —fundador del Movimiento Apostólico de Schönstatt—, el P. Josemaría Escrivá de Balaguer —fundador del Opus Dei—, o el laico Germán Doig del Sodalicio de Vida Cristiana, sólo por mencionar a algunos, para que luego se descubra que ellos o sus familias espirituales esconden, detrás de fachadas de santidad, abusos de diversos tipos y depravaciones que han llevado a más de uno a problemas de salud mental y a perder toda fe y esperanza. Y muchas autoridades eclesiásticas siguen sosteniendo que se trata de casos individuales, cuanto todo apunta a que es la estructura misma de la Iglesia la que favorece que se cometan y encubran abusos espirituales, psicológicos, físicos, laborales, económicos y, con menor frecuencia, como punta del iceberg, abusos sexuales.

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[EL DEDO EN LA LLAGA] Los abusos sexuales en perjuicio de niñas y adolescentes de las etnias awajún y wampi por parte de maestros de escuela, ¿se pueden considerar “prácticas culturales”, como han insinuado el Ministro de Educación Morgan Quero, la Ministra de la Mujer Ángela Hernández y el Presidente del Consejo de Ministros Gustavo Adrianzén? ¿Están tan deshumanizados que no han tomado conciencia de las trágicas consecuencias de por vida que puede tener un abuso sexual, sobre todo cuando se da en una relación asimétrica donde no puede haber un consentimiento plenamente libre de parte del menor frente a quien ostenta autoridad? ¿No será que señores y señoras como los mencionados han vivido rodeados de tantas otras “prácticas culturales” en torno al sexo, que ya no son capaces de distinguir entre la paja y el trigo, relativizando y banalizando el tema de la sexualidad humana, tema sobre el cual no se habla abiertamente con seriedad en un país donde anteriormente a 1996 apenas hubo educación sexual en los programas educativos del Estado peruano? Esa ignorancia parece ahora pasarles factura.

Sería bueno refrescarles la memoria sobre algunas “prácticas culturales” de la sociedad limeña en la cual crecí y que ahora serían consideradas abusos, e incluso hasta delitos. Una sociedad limeña conservadora que, en cuestiones de sexualidad, siempre ha estado muy lejos del ideal de decencia que ella misma proclamaba. Como decía una tía abuela mía refiriéndose a la Lima antigua, «la mujer tiene que estar contenta con ser la catedral, aunque el marido tenga muchas parroquias». O como alguna vez me dijo mi padre, no obstante un hombre bueno, la única vez en que mencionó algo sobre sexualidad: “Hay mujeres para casarse y mujeres para lo otro”.

¿Es una práctica cultural que un profesor peruano de geografía, contratado en el colegio alemán, se ponga al lado de la escalera para poder mirar debajo de las faldas de las alumnas cuando éstas sube corriendo a la planta alta una vez terminado el recreo? Se trata de una práctica que nunca tuvo consecuencias para este docente, por lo menos mientras yo estudié en ese colegio

El cineasta español Eloy de la Iglesia retrató en 1983 en su película “El pico” —término con el que se designa en España el pinchazo con una jeringa de heroína— el descenso del hijo de una familia católica conservadora de Bilbao en el infierno de las drogas. El padre, un comandante de la Guardia Civil, le hace un regalo insólito a su hijo por su cumpleaños: lo lleva a un burdel de lujo para que se inicie en el sexo con una prostituta refinada. Le dice a su hijo que su padre había hecho lo mismo con él. Práctica cultural que también se daba en algunos casos en la Lima que conocí de adolescente, lo cual aparece también escenificado en la película peruana “No se lo digas a nadie” (1998) de Francisco J. Lombardi. Sólo que esta vez la ocasión para esta recompensa es la graduación escolar del protagonista.

¿Es una práctica cultural lo que se escuchaba y se veía de los hombres maduros que rondaban en sus automóviles las inmediaciones del Parque Kennedy en Miraflores para recoger a algún muchacho con el cual tendrían una noche de placer? ¿Es una práctica cultural que un hombre mayor aborde a un muchacho de quince años de edad para invitarlo, en tiempos en los que no había Internet, a ver pornografía en su departamento? Cómo me ocurrió a mí en el año 1978 cuando salía un domingo del desaparecido Colegio Marcelino Champagnat, en cuya capilla el Sodalicio celebraba sus misas dominicales. El sudoroso cuarentón huyó cuando lo llamé “pervertido” a gritos. ¿O debí aceptar la invitación y ver lo que pasaba después, pues podría tratarse solamente de una inocente práctica cultural?

¿Es también una práctica cultural que las empleadas domésticas fueran utilizadas en ocasiones como conejillos de indias para la iniciación sexual de los hijos varones de la casa? ¿Han habido jamás denuncias por hechos como éstos?

¿Es una práctica cultural que la iniciación sexual se realice a través de relaciones incestuosas, mayormente entre primos? ¿O que la familia sea uno de los lugares más peligrosos para la integridad sexual de los menores, pues allí ocurren una gran parte de los abusos, donde el abusador puede ser el padre, el padrastro, el tío, el primo o inclusos familiares de sexo femenino?

El problema es similar en Alemania. Hay y han habido prácticas sexuales ocultas durante un tiempo en que no se hablaba abiertamente de de esos temas. Y eso se puede graficar a través del caso del pseudodocumental “Schulmädchen-Report” —en traducción literal “Reporte de colegialas”, aunque en español se conoce como “Las colegialas se confiesan”—, basado en un libro homónino de Günther Hunold, publicado ese mismo año, que presentaba entrevistas con doce chicas y mujeres jóvenes de entre 14 y 20 años sobre su sexualidad. “Schulmädchen-Report” tuvo más de 6 millones de espectadores en Alemania, y seguirían doce secuelas, mostrando el interés y la curiosidad que había sobre la sexualidad, una especie de “terra incognita” en esa época. Sin embargo, no sólo algunas escenas que involucraban a menores de edad o que relativizaban la violación y el incesto eran cuestionables —motivo por el cual las versiones completas de los filmes están actualmente censuradas en Alemania—, sino que el mismo reclutamiento de la jóvenes mujeres que aparecen en los filmes tienen apariencia de “prácticas culturales”. Las jóvenes actrices, generalmente desconocidas, que interpretaban a las “colegialas” del título, no eran las “niñas de escuelas secundarias y superiores, y sus amigos” que aparecían en los carteles de la película como “participantes”, sino principalmente vendedoras de tiendas por departamentos de entre 16 y 19 años, a quienes se les ofrecía una paga diaria de 500 marcos (en comparación con un salario mensual aproximado de 600 a 800 marcos en la tienda).

Regresando a Lima, también existe en muchos una visión ambigua de la violación y no hay plena conciencia de que se trate de una vulneración del derecho a la autodeterminación sexual y a la libertad de las personas involucradas. Como decía una padre de familia que tenía un hijo sodálite: «Cuando la violación es inminente, relájate y disfruta». El placer nunca justifica ni redime un acto que es manifestación de violencia, y que en el futuro puede traer consecuencias nefastas en la vida de una persona, incluyendo en algunos casos el suicidio.

Antes de llamar “prácticas culturales” a hechos de violencia sexual que han sido debidamente denunciados, los ministros de Estado deberían volver sus ojos hacia las “prácticas culturales” que todavía subsisten en una Lima que ellos consideran más desarrollada que las localidades de los pueblos amazónicos. Antes que mirar la paja en el ojo ajeno, hay que mirar la viga en el propio ojo y comenzar por casa. Sería un primer paso para combatir la plaga de los abusos sexuales sin minimizarlos ni relativizarlos.

El cine nació como una atracción de feria. La posibilidad de captar imágenes en movimiento y proyectarlas ante un público, gracias al invento del cinematógrafo por obra de los hermanos Lumière, fue aprovechado por éstos para montar un negocio rentable mediante cortos que no llegaban al minuto y que mostraban escenas de la vida cotidiana: trabajadores saliendo de una fábrica, la llegada de un tren a una estación ferroviaria, bañistas lanzándose al mar desde un muelle, obreros demoliendo un muro, por mencionar algunos ejemplos. Los hermanos Lumière no vieron entonces el potencial que tenía su invento, llegando a afirmar que «el cine es una invención sin ningún futuro».

En ese entonces no se imaginaban que habían dado inicio a lo luego que se conocería como el Séptimo Arte, una expresión cultural que sirve no sólo para retratar documentalmente la realidad, sino también para contar historias ficticias —ancladas en la realidad o en la fantasía—, para expresar ideas y sentimientos, para experimentar con imágenes, para enriquecer la condición humana. «El cine debe ser más grande que la vida», ha dicho una vez el cineasta español Álex de la Iglesia.

Por cierto, no me refiero a ese cine comercial que sigue siendo atracción de feria, buscando atraer espectadores a través de tramas banales, efectos especiales que fungen de golosina para los ojos y cuyo único fin es el entretenimiento de las masas y las ganancias de los productores.

El creador del lengua cinematográfico propiamente dicho fue David Wark Griffith (1875-1948), quien no se limitó a grabar teatro filmado con cámara fija, sino que aplicó para entonces nuevas técnicas —entre ellas, movimiento de cámara, ángulos diversos y la edición del film tal como se conoce hasta ahora— en su película “El nacimiento de una nación” (“The Birth of a Nation”, 1915). Narrando la historia de dos familias en el contexto de la Guerra de Secesión y las consecuencias posteriores, Griffith plasma una obra de aires épicos, pero a la vez polémica, pues defiende el supremacismo blanco y justifica el racismo. El retrato heroico del Ku Klux Klan que presenta Griffith en su película sirvió para el renacimiento de esta nefasta institución en los Estados Unidos del siglo XX. Curiosamente, el lenguaje cinematográfico tal como lo conocemos nació de la mano de una propuesta política cuestionable, precursora del fascismo.

Pero también hay obras del cine que van en la dirección contraria. Tomemos el ejemplo de Fritz Lang (1890-1976), autor de varias obras maestras del cine mudo y sonoro. Su film mudo de ciencia-ficción “Metropolis” (1927) fue la primera de las pocas películas que han sido recogidas para su conservación en el programa Memoria del Mundo de la UNESCO. Pero fueron sus dos primeras películas sonoras las que sufrirían posteriormente censura durante el régimen nazi, debido a su trasfondo político.

En “M” (1931) Lang describe el ambiente de paranoia en una ciudad —que parece ser Berlín— debido a las acciones de un escurridizo asesino de niños, cuya identidad nadie sabe, lo cual hace que todos sospechen de todos. En su búsqueda del asesino, la policía realiza frecuentemente redadas, realizando muchas veces detenciones arbitrarias y abusando de su poder. El crimen organizado, cuyas actividades delictivas se ven amenazadas por las continuas redadas de la policía, decide también por su parte unirse a la búsqueda del asesino con el fin de eliminarlo, para lo cual recurre a la asociación de mendigos, a los cuales remunera por sus servicios. En la escena final, cuando el asesino Hans Beckert es capturado por miembros del crimen organizado, habrá una pantomima de juicio en un sótano, donde los cabecillas de la mafia harán de jueces que ya tienen la decisión tomada (pena de muerte) antes de que comience el juicio e independientemente de lo que diga la defensa del acusado. Una clara referencia al nazismo que estaba tomando fuerza en esos últimos años de la República de Weimar, a lo cual se suma al abuso de autoridad de las fuerzas policiales que representan al Estado. La película de Lang también reflexiona sobre lo que el pueblo está dispuesto a entregar por un poco de seguridad: su apoyo al crimen organizado y su libertad. Como ocurrió efectivamente cuando a Hitler le fue concedido el puesto de canciller en la agonizante democracia alemana de 1933.

La otra película sonora de Lang, “El testamento del Dr. Mabuse” (“Das Testament des Dr. Mabuse”, 1933), es una secuela de la película muda en dos partes “El doctor Mabuse” (“Dr. Mabuse der Spieler”, 1922), también dirigida por Lang, que pretendió ser un cuadro de los tiempos de la República de Weimar. El Dr. Mabuse, una mente criminal que quiere dominar el mundo a través del terror, no es sólo una representación del poder del mal, fruto de una psique sociopática, sino que es símbolo de todos los factores negativos de la sociedad alemana después de la Primera Guerra Mundial. El dinero falso sin valor creado por Mabuse refleja al marco alemán casi sin valor durante la hiperinflación a causa de la impresión excesiva de dinero por parte de la República de Weimar para pagar las reparaciones de guerra. Los vaivenes del mercado de valores, las salas de juego, la delincuencia desenfrenada y las miserables condiciones de vida de los pobres que se muestran en en el film son reflejo de la situación en Alemania en ese momento.

En “El testamento del Dr. Mabuse”, éste, recluido en el asilo psiquiátrico del Dr. Baum, escribe sus planes criminales, que extrañamente van siendo ejecutados por una banda criminal. Cuando el inspector Lohmann —el mismo que aparece en “M”, la anterior película de Lang— consigue seguirle la pista al Dr. Mabuse, éste fallece repentinamente, pero su espíritu sigue ejerciendo su poder hipnótico y realizando sus planes a través del Dr. Baum —quien admira a Mabuse como si si tratase de un genio— y de otros miembros del hampa. El objetivo de Mabuse en la película consiste en establecer un “reinado del crimen”, a lograrse mediante la intimidación y el terror hacia la población. También se aborda el tema del método de trabajo burocrático y dividido en tareas de la «organización», en la que casi nadie cuestiona el sentido de sus actos criminales individuales —por ejemplo, el asesinato de testigos—. El método principal para la transmisión de órdenes dentro de la organización son medios técnicos anónimos como notas, teléfonos y altavoces. Lang afirmó en 1943, en una nota que escribió para una proyección de la película en Nueva York, que ésta debía entenderse como una alusión crítica a los nacionalsocialistas, cuyo líder Adolf Hitler había escrito su obra programática “Mi lucha” (“Mein Kampf”) en prisión. Según Lang, a los criminales se les habían puesto en la boca consignas y creencias del naciente estado nazi.

Joseph Goebbels, Ministro de Propaganda del Tercer Reich, anotó sobre esta película en su diario: «Muy emocionante. Pero no se puede aprobar. Instrucción para el crimen». La película fue prohibida el 29 de marzo de 1933.

“M” también había sido prohibida poco después de que los nazis tomaran el poder, no obstante lo que Joseph Goebbels había anotado en su diario, interpretando mal obra: «Por la noche, vi con Magda la película ‘M’ de Fritz Lang. ¡Fabulosa! Contra el sentimentalismo humanitario. ¡A favor de la pena de muerte! Bien hecha. Lang será nuestro director algún día. Es creativo». Sueño que nunca se cumplió, pues poco después de la prohibición de la película sobre Mabuse, Lang huyó a París y al año siguiente migro a los Estados Unidos para rodar películas para la Metro-Goldwyn-Mayer. Peter Lorre, el intérprete del asesino en “M”, ya había huido anteriormente debido a a su ascendencia judía.

Era evidente que Goebbels terminó comprendiendo la crítica velada al nazismo que encerraban ambas películas, por lo cual su prohibición —en un régimen que no permitía la libertad de expresión— era una medida que se desprendía necesariamente de su ideología autoritaria

Goebbels dirigió la producción cinematográfica alemana de la época nazi, que incluyó algunas películas de propaganda política, pero en su mayoría productos comerciales de consumo mayoritario, que tenían tan buena calidad como ligereza y banalidad, rodados por directores mediocres que no tuvieron ningún problema en agachar la cabeza ante el poder dominante del fascismo alemán. Son películas que hubieran podido competir con lo que producía Hollywood en ese momento (dramas, comedias, musicales), pero que difícilmente despertaban la reflexión y más bien conducían a la satisfacción con una vida burguesa sin ninguna crítica al estado de las cosas y sin mayores horizontes.

¿Qué tiene esto que ver con la recientemente aprobada ley de cine de Adriana Tudela, congresista de Avanza País, quien ha dicho: «Lo que se ha establecido en la nueva ley es una cláusula que es sumamente razonable y de sentido común, que establece que el Estado no debe financiar proyectos cinematográficos que tengan publicidad, que puedan favorecer partidos o movimientos políticos, ni que atenten contra principios constitucionales del Estado de derecho»? Al igual que Goebbels durante el el Tercer Reich, propone que el Estado examine los guiones y determine si éstos cumplen con las condiciones indicadas, lo cual se presta a interpretaciones subjetivas y a la denegación de financiamiento para proyectos cinematográficos que sean críticos del Estado peruano y de sus instituciones. En otras palabras, una forma velada de censura, contraria a los principios democráticos y a la libertad de expresión. Parecería que Tudela sólo quiere que cuenten con posibilidades de realización los proyectos cinematográficos que exalten al Estado peruano y a los líderes de la derecha, que puedan ser utilizados con fines turísticos o que cuenten con temáticas inocuas pero grandes posibilidades comerciales para satisfacción de la mentalidad burguesa limeña.

Lo que sí está fuera de toda duda es que Adriana Tudela no sabe nada de cine como arte y que el arte auténtico nunca ha sido puramente decorativo, sino que siempre ha tenido un carácter subversivo, que invita al cambio y a comprometerse por una humanidad mejor, libre y sin cadenas mentales ni espirituales.

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No todo es malo en el Sodalicio, dicen algunos. Hay mucho de bueno en él, sobre todo en la vida comunitaria. No lo puedo negar. La razón por la que permanecí tantos años en la institución fue por los momentos de felicidad allí experimentados, que ayudaban a soportar los abusos que uno tenía que sufrir. No hay otra manera de explicar el atractivo que ejercía el Sodalicio sobre jóvenes y adolescentes, siendo quizás ésa la razón por la que la institución sigue contando con tantos defensores acérrimos y miembros cautivos.

En honor a la verdad, tengo que reconocer que era más frecuente ver a Figari sonriente que con rostro adusto; que Germán Doig, por lo general, siempre tuvo un trato respetuoso y cordial hacia mí; que las mejores Navidades de mi vida las pasé en las comunidades sodálites; que los momentos comunitarios, aunque a veces podían ser duros e invasivos de la privacidad de las conciencias, solían ser momentos de gozo compartido, de risas joviales y alegría contagiosa.

No extraña que la canción “Vivir entre hermanos” del grupo Takillakkta, una versión rimada y musicalizada del Salmo 133, se haya convertido en el Sodalicio prácticamente en un himno que ensalza la vida comunitaria:

Reunidos todos juntos / al calor de la hermandad / de cristianos combatientes, / amigos de la verdad, / muy alegres celebramos/y con el salmo cantamos:

Es cosa linda entre hermanos / el vivir en buena unión / como frasco de loción / derramado en abundancia / que llena con su fragancia / el poncho del viejo Aarón.

Sin embargo, toda esta felicidad sodálite tenía un precio muy alto, un costo humano cuyo valor no se llegaba a conocer hasta que aparecían las primeras grietas en ese muro de ensueño, y que tuvieron trágicas consecuencias de por vida para muchos de los que tomamos la decisión de separarnos de la institución. Pues lo que uno entregaba era su libertad, su proyecto de vida, sus oportunidades de desarrollo personal, su futuro, su pensamiento y su conciencia para poder gozar de esa felicidad que terminaba despojándolo a uno de su propia identidad. Era sólo una quimera, un canto de sirena que terminaba estrellándolo a uno contra las rocas de un mar proceloso y desconocido.

No se trata de un fenómeno nuevo. Algo semejante describe el escritor y periodista Sebastian Haffner (1907-1999) —cuyo verdadero nombre era Raimund Pretzel— en un su libro “Historia de un alemán. Los recuerdos 1914-1933” (“Geschichte eines Deutschen: Die Erinnerungen 1914-1933”, BestBook, Stuttgart/München 2004), terminado en 1939 pero publicado póstumamente.

Por consejo de su padre, Haffner había iniciado estudios en derecho. Una vez que Hitler llega al poder, como abogado en formación (pasante) tuvo que participar en el otoño de 1933 en una capacitación “ideológica” y entrenamiento militar en el campamento de pasantes de Jüterbog (Brandenburgo). Lo que describe en su libro sobre la “camaradería” de los participantes en el campamento apenas se diferencia de la “vida comunitaria” de los sodálites de las casas de formación y de comunidad.

«Gemí y traté con todas mis fuerzas de no seguir pensando. Me di cuenta de que estaba completamente atrapado. Nunca debí haber ido al campamento. Ahora estaba atrapado en la trampa de la camaradería.

Durante el día no había tiempo para pensar ni oportunidad para ser “yo”. Durante el día, la camaradería era una dicha. Sin duda alguna, florece una especie de dicha en tales “campamentos”, precisamente la dicha de la camaradería. Era una dicha correr juntos por el campo en la mañana, estar desnudos bajo los cálidos chorros en el cuarto de duchas, compartir juntos los paquetes que de vez en cuando llegaban de casa, compartir juntos la responsabilidad de algo que uno u otro había hecho, ayudarse unos a otros en mil pequeñeces y apoyarse mutuamente, confiar absolutamente el uno en el otro en todos los asuntos del día, tener batallas y peleas infantiles juntos, no diferenciarse en nada el uno del otro, nadar en una gran corriente de confianza y familiaridad ruda y segura… ¿Quién puede negar que todo eso es felicidad? ¿Quién puede negar que en el carácter humano hay algo que justamente anhela esto y que en la vida civil, normal y pacífica, rara vez obtiene  merecido reconocimiento?»

Con tono implacable, Haffner concluye por experiencia que «precisamente esta dicha, precisamente esta camaradería, puede convertirse en uno de los medios más terribles de deshumanización».

¿Se puede medir el valor de esta camaradería por el gozo que proporciona? Nuestro autor tiene sus dudas:

«El hecho de que haga feliz por un tiempo, no cambia nada en lo más mínimo. Corrompe y deprava al ser humano como ningún alcohol u opio lo hace. Lo incapacita para una vida propia, responsable y civilizada».

Los siguientes fragmentos también se pueden aplicar a lo que es el sentimiento comunitario en las comunidades sodálites. Si no supiéramos que está describiendo prácticas del nazismo, podríamos creer que está pintando un cuadro de lo que ocurre ad intra en el Sodalicio.

«La camaradería, para empezar por lo más central, elimina por completo el sentido de la responsabilidad personal, tanto en el sentido civil como, peor aún, en el religioso. La persona que vive en la camaradería está exenta de toda preocupación por la existencia, de toda dureza en la lucha por la vida. Tiene su campamento en el cuartel, tiene su comida y su uniforme. Su rutina diaria está prescrita de hora en hora. No necesita preocuparse lo más mínimo. Ya no está bajo la dura ley de “cada uno por sí mismo”, sino bajo la generosa y suave de “todos para uno”. Es una de las mentiras más irritantes que las leyes de la camaradería sean más duras que las de la vida civil individual. Son, más bien, de una blandura debilitante y solo se justifican para los soldados en la guerra real, para el hombre que debe morir: el pathos de la muerte es lo único que permite y soporta esta dispensa enorme de la responsabilidad de la vida. Y se sabe cuán incapaces son a menudo incluso los guerreros valientes que han vivido demasiado tiempo en el blando cojín de la camaradería para volver a encontrar su lugar en la dureza de la vida civil».

«…la camaradería ineludiblemente fija el nivel intelectual en el escalón más bajo, en el último nivel accesible. No tolera discusión; la discusión, en el compuesto químico de la camaradería, inmediatamente toma el color de queja y disputa, y es un pecado mortal. En la camaradería no prosperan los pensamientos, sino solo las ideas colectivas de la forma más primitiva, y éstas son inevitables; quien quiera escapar de ellas, se colocaría fuera de la camaradería».

«Era notorio cómo la camaradería activamente desintegraba todos los elementos de individualidad y civilización. El ámbito más importante de la vida individual que no se integra fácilmente en la camaradería es el amor. Pues bien, la camaradería tiene su arma contra eso: el chiste grosero. Todas las noches en la cama, después de la última ronda, se contaban chistes groseros con una especie de ritual. Esto forma parte del programa de hierro de toda camaradería masculina. Y nada es más erróneo que la opinión de algunos autores que ven en ello una salida para la sexualidad insatisfecha, una satisfacción sustitutiva y cosas por el estilo. Estos chistes no resultaban estimulantes ni lascivos; al contrario, su propósito era hacer que el amor pareciera lo más desagradable posible, acercándolo a la digestión y convirtiéndolo en objeto de burla. Los hombres que recitaban versos obscenos y usaban palabras vulgares para referirse a partes del cuerpo femenino, negaban así que alguna vez habían sido tiernos, enamorados, sinceros, que se habían esforzado por ser atractivos y habían usado palabras dulces para las mismas partes del cuerpo… Se mostraban rudamente por encima de tales dulzuras civilizadas».

Curiosamente, se trata de experiencias que yo mismo he vivido de manera muy similar en el Sodalicio de Vida Cristina. Las conclusiones de Haffner son demoledoras:

«…la tan alabada, inofensiva y bella camaradería masculina tiene algo verdaderamente demoníaco, profundamente peligroso. Los nazis sabían muy bien lo que hacían al imponerla como forma de vida normal sobre todo un pueblo. Y los alemanes, con su escasa aptitud para la vida individual y la felicidad individual, estaban terriblemente dispuestos a aceptarla, tan dispuestos y ávidos de cambiar los delicados, crecidos y aromáticos frutos de la peligrosa libertad por el embriagador fruto, cómodamente disponible a la mano, opíparo y jugoso de una camaradería general, indiscriminada y degradante…»

«Es como estar bajo un hechizo. Uno vive en un mundo de sueños y embriaguez. Se es tan dichoso en él y, al mismo tiempo, tan terriblemente minusvalorado. Tan satisfecho consigo mismo, y al mismo tiempo tan ilimitadamente horrible. Tan orgulloso, y tan sumamente vil e infrahumano. Uno cree estar caminando en las cumbres, pero se está arrastrando en la ciénaga. Mientras dure el hechizo, casi no hay remedio que valga contra él…»

Es ésta la felicidad que se ha vivido en el Sodalicio, cuyos efectos embriagadores se asemejan como copia al carbón a los de la camaradería nazi, la cual actúa —según Haffner— como un veneno: «los venenos pueden hacer feliz, el cuerpo y el alma pueden anhelar venenos, y los venenos pueden ser curativos e indispensables en su lugar. Sin embargo, siguen siendo venenos». Un veneno que la mayoría de los sodálites siguen dispuestos a tomar, ciegos al lado de oscuro de su felicidad sectaria.

Como limeño de nacimiento perteneciente a una clase media acomodada, crecí en los años 60 y 70 del siglo pasado en un ambiente donde se consideraba la homosexualidad, la transexualidad y otras formas de identidad sexual diversas a la binaria tradicional (hombre-mujer) como perversiones propias de personas con problemas de salud mental. Curiosamente, coincidía con la época en que la Asociación Estadounidense de Psiquiatría retiraba la homosexualidad de su manual de trastornos mentales en 1973, paso que seguiría la Organización Mundial de la Salud (OMS) en el año 1990. Con la transexualidad se haría lo mismo recién en el año 2019, cuando la OMS publica una actualización de su Clasificación Internacional de Enfermedades, la CIE-11.

Sin embargo, en el Perú parece que estos datos, basados en los actuales avances de las ciencias médicas y psiquiátricas, parecen no haber llegado a conocimiento de los responsables del Poder Ejecutivo, y en concreto del Ministerio de Salud, lo cual se refleja en el “Decreto Supremo N° 009-2024-SA que modifica el Decreto Supremo N° 023-2021-SA, que aprueba la actualización del Plan Esencial de Aseguramiento en Salud – PEAS”, de fecha 9 de mayo de 2024 y firmado por Dina Boluarte (Presidenta de la República),  José Arista (Ministro de Economía y Finanzas) y César Vásquez (Ministro de Salud).

Tomando como referencia el ahora obsoleto CIE-10, señalan como enfermedades mentales identidades de género que ningún especialista que se respete consideraría ahora como trastornos relativos a la salud mental. Dice el documento:

B) CONDICIONES ASEGURABLES DE LA PERSONA CON ENFERMEDAD: 

(…)

153. Persona con problema de salud mental

(…)

b) Diagnósticos CIE-10

(…)

F64.0 Transexualismo

F64.1 Transvestismo de rol dual

F64.2 Trastorno de la identidad de género en la niñez

F64.8 Otros trastornos de la identidad de género

F64.9 Trastorno de la identidad de género, no especificado

(…)

F65.1 Transvestismo fetichista

(…)

F66.1 Orientación sexual egodistónica

(…)

No está en discusión que las personas con identidades de género diversas tengan derecho a acceder al Plan Esencial de Aseguramiento en Salud (PEAS). Lo que resulta cuestionable es que se considere la condición sexual de estas personas como una enfermedad, lo cual abriría la puerta a tratamientos arbitrarios e innecesarios, unido a discriminación social y laboral. La cual ya existe de hecho en la sociedad peruana, pero que no tiene por qué ser afianzado conceptual y legalmente por parte de las más altas autoridades del país.

En el trasfondo parece estar la enseñanza de muchas iglesias cristianas —entre ellas la Iglesia católica— que siguen considerando cualquier orientación sexual que se aparte de la heterosexualidad pura como una anormalidad, aun cuando bajo el pontificado del Papa Francisco se haya dado cabida a una mayor tolerancia hacia las personas de sexualidad diversa, como dice un documento vaticano del 8 de abril de 2024:

«La Iglesia desea, ante todo, “reiterar que toda persona, independientemente de su tendencia sexual, ha de ser respetada en su dignidad y acogida con respeto, procurando evitar ‘todo signo de discriminación injusta’, y particularmente cualquier forma de agresión y violencia”. Por ello, hay que denunciar como contrario a la dignidad humana que en algunos lugares se encarcele, torture e incluso prive del bien de la vida, a no pocas personas, únicamente por su orientación sexual» (Declaración del Dicasterio para la Doctrina de la Fe “Dignitas infinita sobre la dignidad humana”, 08.04.2024).

Sin embargo, el mismo documento rechaza lo que denomina la teoría de género, argumentando que ésta «pretende negar la mayor diferencia posible entre los seres vivos: la diferencia sexual. Esta diferencia constitutiva no sólo es la mayor imaginable, sino también la más bella y la más poderosa: logra, en la pareja varón-mujer, la reciprocidad más admirable y es, por tanto, la fuente de ese milagro que nunca deja de asombrarnos que es la llegada de nuevos seres humanos al mundo».

Aunque no se mencione explícitamente, esta doctrina se sustentaría en un texto bíblico (Génesis 1, 27) que dice:

«Y creó Dios al hombre a su imagen,

a imagen de Dios lo creó;

varón y hembra los creó».

Sin embargo, no sólo no se toma en cuenta que los textos bíblicos deben ser entendidos e interpretados según el contexto en que fueron escritos, sino también que, como continuamente se ha repetido para salvaguardar la verdad de la Biblia, ésta no se puede tomar como sustento y prueba de cuestiones científicas, incluidas las biológicas. Los estudios de género, basados en investigaciones médicas y biológicas, han llegado la conclusión de que las sexualidad humana es mucho más compleja que la reducción al binomio hombre-mujer, y comprende no sólo elementos biológicos, sino también psicológicos y sociales. Y contrariamente a lo que dice el texto vaticano, no existe en los estudios de género la pretensión de negar la diferencia sexual, sino más bien de reconocer la compleja multiplicidad de las identidades y orientaciones sexuales, que no se reduce a solamente dos colores, sino que abarca metafóricamente todos los colores del arco iris.

Sobre la pretensión de negar teorías y hechos científicos referentes a las identidades sexuales humanas sobre la base de textos bíblicos, se puede citar lo que declaró la teóloga católica austriaca Ilse Müllner (1966- ), catedrática de teología bíblica en el Instituto de Teología Católica de la Universidad de Kassel (Alemania), en una entrevista publicada el 16 de octubre de 2018 en el portal katholisch.de:

«…de la Biblia no se puede deducir en absoluto cómo debe posicionarse hoy en día una persona cristiana en relación con el tema de la homosexualidad. Primero, porque la Biblia no dice nada sobre la homosexualidad tal como la entendemos hoy. Y segundo, porque los actos sexuales que se describen en ella siempre deben ser considerados dentro de su respectivo contexto cultural y socio-histórico. Las concepciones de una pareja homosexual no existían en ese entonces. De esto se habla recién desde principios del siglo XIX. […]

No se pueden utilizar estos pasajes en contra de la homosexualidad tal como se entiende hoy en día, ya que no tratan sobre una relación amorosa duradera entre personas del mismo sexo. Esto se debe saber antes de utilizar tales citas para argumentar. En Levítico se rechaza cuando un hombre se acuesta con otro hombre como con una mujer. Con esto se describe el coito anal entre hombres. Pero no se trata de una relación homosexual. Se trata de un acto sexual que se condena porque no se considera beneficioso para la comunidad. Esto se hace evidente en el contexto, donde también se rechaza, entre otras cosas, el coito con una mujer menstruante, es decir, no fértil en ese momento. En la literatura narrativa, a menudo se hace referencia a Génesis 19. Aquí se pretende humillar a los invitados que llegan a la ciudad de Sodoma, de ahí el término sodomía, mediante el acto sexual. Nuevamente, no se trata de relaciones homosexuales. En cambio, se pretende que los hombres sean violados por un grupo de otros hombres. Se trata de violencia xenófoba. En este pasaje bíblico, se pone de manifiesto la relación entre sexualidad y poder. Este vínculo es algo con lo que debemos lidiar, especialmente en relación con el escándalo de abusos. […]

…en la antigüedad, un acto sexual entre hombres estaba definido por una relación de poder. No se trataba de una relación de igualdad, sino de demostrar quién era poderoso y rico y quién dominaba sexualmente al otro como si fuera un esclavo. Aquí se habla del hombre adulto y del muchacho, del superior y del inferior. La sexualidad también puede convertirse en un arma de guerra, algo que conocemos hasta el día de hoy. Pablo se opuso a esta práctica antigua de una sexualidad basada en el poder entre hombres en su Carta a los Romanos. Por eso condena el coito entre hombres como “contra la naturaleza”. Lo que se puede aprender del estudio de los textos bíblicos es que no se trata de juzgar actos sexuales individuales, sino que la sexualidad siempre se vive en relación y en el contexto de las comunidades, es decir, tiene funciones sociales».

Y que la sexualidad cumple funciones sociales y no depende de una función reproductiva exclusivamente en el marco de una familia tradicional es algo que no logra ver con claridad hasta ahora la cúpula clerical de la Iglesia católica. Pareciera que en su moral la sexualidad estuviera marcada con el sello de la impureza y la suciedad moral, la perversión y el desenfreno, el pecado y la culpa, de los cuales se redime sólo si el fin de reproducción de la especie está de una u otra manera presente en un contexto familiar legitimado por el matrimonio. Por eso mismo, no faltan las voces, particularmente en Alemania, que exigen una reforma de la moral sexual católica, más acorde con los descubrimientos de la ciencia, la experiencia cotidiana de las personas y la condición humana.

Al clasificar determinadas identidades sexuales como enfermedades o desviaciones, muchas iglesias cristianas y el Estado peruano demuestran que los enfermos no son las personas con identidad sexual diversa, sino ellos mismos. Y en este caso parecería que se trata de una enfermedad cancerígena incurable, que ha hecho metástasis en varios sectores de la sociedad peruana.

El trecho en carretera desde el pueblo de Lambsheim (Renania-Palatinado) —donde actualmente resido— hasta la ciudad de Dortmund (Renania del Norte-Westfalia) es de unos 330 kilómetros, pero el pasado sábado 27 de abril valía la pena hacer ese recorrido de entre tres y cuatro horas. Pues en Dortmund, en un evento organizado por las Misiones Católicas de Habla Española, iba a dar una conferencia —“Sanando las heridas espirituales provocadas por el maltrato”— el sacerdote español Luis Alfonso Zamorano (nacido en 1974), miembro de la Fraternidad Misionera Verbum Dei.

Para mayor detalle, el P. Zamorano realizó labor pastoral en Chile durante veinte años y es magíster en acompañamiento psico-espiritual por la Universidad Alberto Hurtado de los jesuitas, con sede en Santiago de Chile. También es autor de un informe sobre las Siervas del Plan de Dios, la comunidad de monjas fundada por Luis Fernando Figari, detallando en ese informe los graves abusos que se cometieron en perjuicio de muchas de sus integrantes, similares a los abusos que muchos experimentamos en el Sodalicio de Vida Cristiana. Según lo dicho por el P. Zamorano en su conferencia en Dortmund, de esta comunidad se habrían retirado unas cincuenta monjas, veinticinco de las cuales sufrirían de fibromialgia, «una enfermedad crónica que se caracteriza por dolor musculoesquelético generalizado, con una exagerada hipersensibilidad […] en múltiples áreas corporales y puntos predefinidos […], sin alteraciones orgánicas demostrables” (Wikipedia en español). Lo cual confirmaría lo que muchos sospechábamos: que la espiritualidad sodálite sería un caldo de cultivo de muchas enfermedades, sobre todo psíquicas y psicosomáticas.

Para muchos de los asistentes, en su mayoría jóvenes católicos residentes en Alemania y provenientes de varios países de Latinoamérica, lo que escucharon del P. Zamorano fue algo novedoso. Si bien para mí nada de lo que dijo fue algo que yo ya no supiera, lo que sí me sorprendió es escuchar por primera vez de labios de un cura católico una exposición tan detallada y estructurada sobre la temática de los abusos en la iglesia católica, sin intentar una justificación sembrada de excusas encubridoras, atribuyendo el problema a unas cuantas manzanas podridas, como ya hemos escuchado en varias ocasiones de clérigos desde los más altos niveles hasta de quienes ostentan poca autoridad, manteniendo la creencia en la santidad de un sistema eclesiástico que, tal como existe en la actualidad, propicia que se cometan abusos.

El P. Zamorano fue deconstruyendo varios de los mitos que existen sobre los abusos en la Iglesia:

– que el abuso sexual es lo mismo que violación, cuando en realidad abarca una amplia gama de acciones, muchas de las cuales pueden darse sin que haya habido contacto físico entre el abusador y su víctima;

– que los niños olvidan rápidamente lo sucedido, sobre todo si se trató solamente de tocamientos, cuando en realidad bastan unos cuantos segundos para marcar un antes y un después en toda una vida;

– que sólo los varones menores de edad sufren abusos, cuando en realidad también hay muchos abusos en perjuicio de niñas;

– que el abusador suele ser una persona extraña o ajena a la víctima, cuando en realidad forma parte del entorno cercano de la víctima, es una persona de confianza y suele despertar la simpatía de quienes le conocen;

– que el abusador es una persona con trastornos psicológicos o con una sociopatía, cuando en realidad esto no tiene que ser cierto, y el abusador suele ser la mayoría de las veces una persona considerada normal pero con carencias afectivas;

– que la homosexualidad de algunos clérigos y religiosos tendría una relación directa con los abusos, cuando en realidad no existe esa relación, pues eso sería como atribuirle a la heterosexualidad la existencia de tantas violaciones de mujeres;

– que la justicia y reparación son menos importantes que la sanación espiritual y psicológica y, por lo tanto, las víctimas no deberían necesariamente exigirlas y deberían contentarse con poder dar vuelta a la página, cuando en realidad la justicia y reparación forman parte importante del proceso de sanación;

– que las víctimas, sobre todo en contextos cristianos, deben perdonar a sus agresores para lograr la paz interior, cuando en realidad el perdón no puede ser exigido como requisito a ninguna víctima, pues se trata de una decisión autónoma que ésta tomará o no, si lo considera necesario y se encuentra preparada para hacerlo, resaltando además que el perdón no significa de ninguna manera renunciar ni a la justicia ni a la memoria de lo sucedido.

Respecto a este último punto, señaló que el tema del perdón suele ser manipulado para revictimizar a los afectados por abusos, sobre todo cuando éstos, con todo derecho, no están todavía dispuestos a perdonar.

Pero tal vez lo mas interesante es que el P. Zamorano incidió en que a cualquier abuso le precede un abuso espiritual, utilizando el abusador no sólo la autoridad y el ascendiente que le da su investidura religiosa para perpetrar el delito, sino también la misma religión como justificación de sus actos. «Las víctimas llegan a creer que Dios es cómplice del abuso», ha declarado una vez el P. Zamorano. Y por eso mismo, para muchos el proceso de sanación pasa por un rechazo de toda creencia religiosa.

Luis Alfonso Zamorano ha plasmado sus reflexiones e investigaciones en dos libros:

“Ya no te llamarán ‘abandonada’: Acompañamiento psico-espiritual a supervivientes de abuso sexual (2019)” y “Te llamarán ‘mi favorita’: Sanando la herida espiritual provocada por los abusos” (2024), ambos publicados por la editorial católica española PPC.

Como también es cantautor, el P. Zamorano terminó su ponencia cantando, acompañado de su guitarra, una canción sobre el tema de sanación de las heridas, compuesta por él mismo. Como yo también lo soy, le hice llegar vía WhatsApp una grabación casera con una canción que compuse hace más de un lustro y que lleva el título de “Sobreviviente”.

Esta canción —hecha de la carne, hueso y sangre de mi propia biografía, como otras muchas que he compuesto— adquirió un significado especial para mí durante el encuentro efectuado en septiembre de 2023 en Roma, organizado por Ending Clergy Abuse, una asociación internacional de víctimas de abuso eclesial. Había en ese encuentro sobrevivientes de abusos originarios de países de los cinco continentes, creyentes y no creyentes, personas de diversa orientación sexual (heterosexuales, homosexuales, transgénero), todos comprometidos en acabar con el abuso que el sistema eclesiástico favorece y permite. Las manifestaciones pidiendo “tolerancia cero” para los abusadores y encubridores que los protegen las efectuamos cerca del Vaticano, con cobertura de la prensa internacional. En otro momento quienes hablábamos español tuvimos una reunión aparte en el hotel, al final de la cual canté mi canción “Sobreviviente” a viva voz, poniendo en ella alma, corazón y vida. Terminada mi interpretación, había lágrimas en la mayoría de los ojos y comprendí lo que también me escribió el P. Zamorano después de escucharla: «es un tema potente».

He aquí la letra de esta canción mía:

SOBREVIVIENTE

Autor y compositor: Martin Scheuch

adiós infancia querida / que ya no revivirás / ahogada por la inmundicia / de quien fingía bondad

adiós juventud perdida / que ya nunca gozarás / de los delirios de savia nueva / descubriendo la vida / ventura que fue encerrada / secuestrada / aprisionada / enrejada en su corazón

jamás te rendiste en tu guerra / sobreviviente / jamás sometiste tu esfera / sobreviviente / aunque estrías severas / surquen tu alma y cantera / pero no tu madera / sobreviviente

quisiste alcanzar una estrella / sobreviviente / quisiste alumbrar primaveras / sobreviviente / restañando las mellas / en tu huella señera / izarás tu bandera / sobreviviente

adiós inocencia mordida / por fauce tan criminal / el colmillo de la insolencia / fachada de santidad

adiós libertad herida / soñando volver a volar / en la frescura de la insurgencia / sin temor ni obediencia / fraguando una firme entraña / liberada / germinada / emancipada de la sumisión

jamás te rendiste en tu guerra / sobreviviente / jamás sometiste tu esfera / sobreviviente / aunque estrías severas / surquen tu alma y cantera / pero no tu madera / sobreviviente

quisiste alcanzar una estrella / sobreviviente / quisiste alumbrar primaveras / sobreviviente / restañando las mellas / en tu huella señera / izarás tu bandera / sobreviviente

cuerda valiente / piedra sangrante / rueda sufriente / vena doliente

voz inquietante / sol renaciente / luz transparente / sobreviviente

Para terminar, quiero citar unas declaraciones que el mismo P. Zamorano le hizo en marzo de 2019 al periódico digital español Público:

«El abuso sexual es el Everest de todos los traumas. No lo digo yo, sino el pianista James Rhodes, y te puedo asegurar que lo he constatado. Es como un bombazo en el aparato psíquico del menor con consecuencias impredecibles. Fíjate que los psiquiatras para describir las consecuencias psicológicas que sufren estas víctimas usan el término de estrés post traumático, el mismo que se da a los supervivientes de las guerras. Los abusados son auténticos supervivientes, es una hazaña seguir adelante después de algo así».

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abuso espiritual, abuso sexual, Iglesia católica
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