Salman Rushdie

Y así como en el texto cervantino el juego de las identidades resulta crucial, en el de Rushdie no es un detalle menor. Por ejemplo, el propio Rushdie se incorpora al mundo ficticio bajo la máscara de una improbable Salma R (reencarnación de Dulcinea), a quien Quijote le envía una esquela amorosa que dice, entre otras cosas: “Es usted mi Grial y ésta es mi búsqueda. Inclino la cabeza ante su belleza. Soy y seré siempre su caballero”. 

No hace falta recordar la intensidad con que Don Quijote reclama a Dulcinea en una carta que es realmente de antología, donde quedan frases para la eternidad, como el pasaje donde brilla la exclamación: “¡oh bella ingrata, amada enemiga mía!”.

Borges señalaba que una de las claves de lectura de Don Quijote radicaba en su capacidad de contraponer “a un mundo imaginario poético, un mundo real prosaico”. Esta afirmación está plenamente representada en la misiva de Quijote a Salma R: está escrita en una caligrafía exquisita, pero sobre un papel burdo y ordinario. El propio Borges intentaba imaginar, como dice en sus propias palabras, “a un novelista de nuestro tiempo que destacara con sentido paródico las estaciones de aprovisionamiento de nafta”. Ese novelista es, sin duda, Salman Rushdie quien, con una parodia brillante, mantiene viva la llama de uno de los mejores libros que se hayan escrito jamás y nos devuelve un caballero que, a punta de idealismo y de una imaginación enajenada, nos enrostra algunas miserias del prosaico y cruento mundo de hoy. 

Salman Rushdie. Quijote. Traducción de Javier Calvo. Bogotá: Seix Barral, 2020.

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