6 de enero

El llamado al ataque lo había hecho Trump unas horas antes. Stop the Steal (Para el Robo) gritaba la turba de miles de neofascistas, como los Proud Boys (Chicos Orgullosos), cuando tomaron el Capitolio hace exactamente un año. Armados con martillos, picos y sprays con químicos, estaban decididos a cancelar la confirmación del triunfo de Joe Biden por el Congreso. 

Los pocos policías que resguardaban el Congreso fueron rápidamente superados. Por la noche la Guardia Nacional logró retomar el control. La violencia dejó cinco muertos y decenas de heridos, pero las secuelas psicológicas se expusieron a los días y meses, cuando cuatro de los policías que respondieron al ataque se suicidaron. Trump tuvo una derrota inicial, pero estuvo muy cerca de quebrar el orden constitucional. 

Los demócratas y progres liberales crearon la narrativa que Trump era un tonto, mentiroso y corrupto, pero no ha funcionado. El neofascismo esta imponiendo su relato al seguir generando dudas sobre el sistema electoral estadounidense. Hace unos días, el programa político Meet the Press de NBC reveló que hay un aumento de medios de comunicación de extrema derecha y que han conseguido que 4 de 5 republicanos crean que las elecciones de 2020 fueron fraudulentas. Otras encuestas revelan que el 64% de estadounidenses cree que el sistema democrático está en crisis.

A pesar de cancelar las acciones de conmemoración por la insurrección del 6 de enero y consciente de aún no contar con la correlación de fuerzas necesarias, Trump sigue apostando a una estrategia de mediano y largo plazo que apuntan a las elecciones del 2024. Una manera de validar las siguientes elecciones es teniendo a ultraconservadores como secretarios estatales, por lo que está movilizando a sus candidatos para esas posiciones en Georgia y Pennsylvania y otros estados donde lo resultados son ajustados. 

Hasta ahora la lucha política se está dando por el espacio electoral. Los conservadores se han ido aún más a la derecha y han ganado espacio en las ultimas elecciones regionales y locales. En Nueva York la extrema derecha ha logrado ganar más representantes, quitándoles espacio a algunos republicanos moderados y demócratas conservadores. Inermes, los demócratas se muestran más preocupados por salvar un sistema democrático obsoleto, corrupto y elitista, remendar el capitalismo y continuar con los gastos millonarios de la industria armamentista, encaprichados en su “guerra anti-rusa”. 

La narrativa anti-fascista de avergonzar a Trump por “haber introducido el fascismo en EEUU”, tampoco ha funcionado por completo. Invisibilizando el capitalismo racial, los demócratas pretenden ocultar la historia fascista de EEUU, una nación fundada como una democracia blanca supremacista e imperialista, despojando a los pueblos indígenas de sus tierras con políticas genocidas y estableciendo la esclavitud de negros africanos. En 1865, la esclavitud fue reemplazada por las leyes fascistas de Jim Crow, que legalizaron la segregación racial y que le dieron a Hitler la idea de institucionalizar el racismo y la persecución del pueblo judío en Alemania.

Mientras los demócratas esperan qué hacer, la comisión del Congreso, presidida por el demócrata Bennie Thompson, y conformada por siete demócratas y dos republicanos, está investigando los episodios del 6 de enero. Hace días se ha ido compartiendo información, mientras hacen un llamado para interrogar a congresistas republicanos sospechosos de apoyar la insurrección, como los miembros del ultraconservador Freedom Caucus.

Un punto importante es la confirmación de la oposición del Pentágono a Trump el 6 de enero, que, sumado a las acciones del FBI y la CIA durante su administración, demuestran que estas instituciones siguen siendo controladas por el sistema neoliberal imperialista, sostenido tanto por los demócratas neoliberales y republicanos “moderados”. El FBI, por ejemplo, ha jugado en paralelo con los demócratas, infiltrando la campaña de Trump para crear el sentimiento anti-ruso (Russiagate), así como la persecución de la CIA contra Assange, la cual empezó con Obama en el 2009. Esto significa que la incipiente democracia estadounidense le sigue siendo funcional a las clases dominantes. Con una izquierda debilitada, no parecen aún necesitar a un neofascista en el poder.  

La pregunta que se hacen los analistas es si Biden es lo suficientemente fuerte para tomar medidas contra los responsables de la insurrección del 6 de enero. Si lo hace justificará la narrativa neofascista de que el sistema es una tiranía corrupta. Si Biden y los liberales no toman ninguna acción ejemplificadora, Trump y las fuerzas neofascistas continuarán construyendo sus bases e imponiendo su narrativa en medio de la desilusión de un sistema político y económico que ya no da para más. 

No olvidemos que el gestionar el establishment como su único interés, llevó a la derrota demócrata, el triunfo de Trump y el avance neofascista en el 2015. La amenaza neofascista es global y responde a la crisis capitalista con un discurso abiertamente anti-inmigrante, racista y anti-derechos. Al igual que el avance del fascismo en el Perú, votar no es suficiente para enfrentar al fascismo. Necesitamos una estrategia de masas y con un proyecto más grande que el electoral.

 

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6 de enero, insurrección, Joe Biden, Presidente de los Estados Unidos, Stop the Steal
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