Emilio Adolfo Westphalen

Confieso que los epistolarios ejercen sobre mí una intensa fascinación: son puertas que se abren a una intimidad desconocida, pero cuyos entresijos anhelo con curiosidad de entomólogo y fervor afiebrado.

El género epistolar, que forma parte de los diversos discursos en que se puede dividir lo autobiográfico, tiene características únicas, sobre todo en el marco de su propia escritura, que coincide plenamente con el mundo representado a través de ella. Es decir, en la carta, como en el diario, el tiempo de la escritura y el tiempo de la representación suelen fundirse.

En la carta hay cierta prisa, acaso no haya mucho tiempo para meditar, su naturaleza puede llegar a ser más impulsiva o espontánea y las posibilidades de editarlas antes del envío no tan frecuentes. Por eso tendemos a pensar que en las cartas primaría un principio de veracidad, aunque sus garantías sean igualmente discutibles que las de un libro de memorias o una autobiografía.

Anoto todo esto porque el Fondo de Cultura Económica y Casa de la Literatura Peruana han editado un precioso volumen titulado Eternidad de la noche y que contiene las cartas que enviara César Moro a Emilio Adolfo Westphalen a lo largo de dieciséis años que transcurren entre 1936 y 1955.

Moro y Westphalen tuvieron una intensa amistad, mediada seguramente por el surrealismo, estética en la que Moro militó y de la que Westphalen fue sin duda un atento seguidor, al punto de evidenciar, en su poesía, más de una huella del ideario surreal. Moro y Westphalen representan dos figuras fundacionales de la lírica moderna en el Perú, dos cumbres expresivas y artísticas.

Moro, militante surrealista, aceptado sin reservas en el círculo de André Breton, organizador de exposiciones y activista; Westphalen, poeta de expresión siempre límpida y de imágenes que navegan entre lo onírico y lo irónico, lúcido y visionario ensayista literario (fue el primero en hablar de El zorro de arriba, el zorro de abajo, de Arguedas). Las epístolas de Moro revelan no solo un universo afectivo, sino también una suerte de hermandad que seguramente las respuestas ausentes de Westphalen podrían confirmar sin dejar resquicio de duda.

Estas cartas sin duda se enmarcan en dos motivos centrales: la urgencia y la confesión. No se trata de ámbitos separados, sino de motivos profundamente imbricados. A la urgencia de Moro por sobrevivir, se suma la sensación terrible de una existencia sin sentido, mal aderezada por la depresión y acosada por fantasmas como la soledad, la melancolía, el desamparo y la desesperación.

El 29 de enero de 1941 Moro escribe: “Mañana tengo que mudarme, de modo que te pido que dirijas toda la correspondencia, de ahora en adelante, al liceo. De seguro no me quedaré mucho tiempo adonde voy a vivir, puesto que el ambiente allí es repugnante. Todo me cae encima en estos momentos; todas las penas, todos los problemas. Si estuvieras al tanto de la mitad de lo que me ocurre, de la horrible angustia en que me encuentro, no entenderías cómo hago para seguir viviendo. Igual no creo que a esto se le pueda llamar vivir” (p.179). Líneas más adelante añade: “Si no te escribiera, ya habría muerto” (p.180).

Temas diversos aparecen en una secuencia siempre sorpresiva: el amor entre Moro y Antonio; las profundas decepciones que a veces suscita esta relación; proyectos creativos, publicaciones, traducciones, algunas que llegan a buen puerto y otras que quedan en el umbral del olvido; las carencias, sobre todo económicas que ensombrecen a Moro y lo que permite adivinar más de una epístola: la incondicionalidad tácita de Westphalen. Nada define una amistad verdadera como una lealtad a prueba de cualquier sombra. Impecable edición para un libro fecundo en emociones y desgarramientos.

 

Eternidad de la noche. Cartas de César Moro a Emilio Adolfo Westphalen (1939-1955). Traducción, compilación y notas de Inés Westphalen. Colección Tierra Firme. Lima: Fondo de Cultura Económica, Ministerio de Educación y Casa de La Literatura Peruana, 2020.

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