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El abogado César Nakazaki argumenta que, para que exista pertenencia a una organización criminal terrorista, esta debe estar activa en la actualidad y tener como objetivo usar la violencia para generar terror en la población o para tomar el poder político, como lo hizo Sendero Luminoso con sus atentados. “Movadef no ha realizado actos violentos ni ha planificado atentados; de hecho, intentaron inscribirse como partido político y fueron rechazados”, subraya.

Por otro lado, el periodista César Hildebrandt sostiene que Movadef ha sido un intento de crear una organización política electoral que ha renunciado a la lucha armada, en la que muchos de sus fundadores participaron en décadas pasadas. Apunta que Movadef «no tiene armas, no tiene vocación de actuar, no tiene un programa terrorista», por lo que no existe ninguna razón que justifique su encarcelamiento. Por el contrario, señala lo errado de cerrar el paso “a la conversión de una organización terrorista en un movimiento político avanzado”, brindándoles la condición de “terrorista perpetuo” a pesar de la ruta que elijan como organización. 

Años atrás, cuando se realizaron las primeras detenciones por Perseo, el periodista Gustavo Gorriti, tras revisar los fundamentos policiales, concluyó: “¿Existe alguna prueba, luego de todas las investigaciones, de que estos jóvenes desorientados estén siendo organizados hacia la violencia, de que se los esté preparando para la insurrección? Ninguna. No la hay en ninguno de los documentos que justifican esa operación”.

Desde distintos sectores políticos, tres personajes, cada uno reconocido en su medio, coinciden en un punto: condenar a los integrantes de Movadef en el juicio del caso Perseo sería un grave error del sistema judicial peruano, ya que no existen pruebas, razones ni sentido para hacerlo. 

Nosotros iniciamos este texto apoyándonos en sus dichos debido a que en los últimos tiempos se ha naturalizado invalidar a las personas que se animan a presentar argumentos que, de alguna manera, no favorezcan la quema en la hoguera de cada ex senderista que ha dejado las armas. La intención no es invalidarlos a ellos —aunque tal vez no sería posible hacerlo, sino destacar expresiones que han sido invisibilizadas, de personas que cuentan con cierto capital social para expresar sus ideas sin miedo a ser alcanzados por el “virus terrorista”. 

Si se ha logrado el cometido y estas líneas aun poseen validez para quien las esté leyendo, intentaremos desarrollar un tema sobre el que se ha impuesto una condena al silencio, a pesar de ser de gran relevancia.

El caso Perseo 

El caso Perseo, que intenta condenar a los miembros del Movimiento por Amnistía y Derechos Fundamentales (Movadef), es crucial para el Estado de derecho y la calidad de la democracia en el Perú. En contraposición a la narrativa dominante, considero que una sentencia absolutoria sería un avance en el fortalecimiento de la democracia.

Es erróneo pensar que el juicio solo afecta a los procesados de Movadef. Más allá de que un Estado democrático no puede condenar sin pruebas, este caso tiene implicaciones más profundas. Validar los argumentos de la Policía y la Fiscalía implicaría aceptar que aún es posible el resurgimiento de la subversión y que existen grupos que la promueven, una lógica que sirve para criminalizar movimientos sociales que cuestionan el sistema vigente. Este mecanismo ha sido utilizado en diversos conflictos sociales, tanto por quienes defienden el medio ambiente como por aquellos que demandan una nueva constitución, acusándolos de estar vinculados a antiguos grupos subversivos. La estrategia en mención, conocida como «terruqueo», se basa en acusaciones sin pruebas. Una absolución en el caso Perseo desactivaría esa amenaza constante y permitiría abordar los conflictos sociales de manera distinta, debilitando la base del terruqueo.

Para dimensionar el riesgo que enfrenta la democracia, basta con revisar las declaraciones del exjefe de la Dircote, Max Anhuamán, quien sostiene que organizaciones populares como la CNUL y Conulp son “organismos de fachada”, en alusión a las estructuras de «organismos generados» de Sendero Luminoso. De igual manera, hace pocos días el presidente del Consejo de Ministros Gustavo Adrianzén sostuvo que Movadef estaría detrás del paro de transportistas. Se trata de la típica estrategia del terruqueo que busca invalidar cualquier demanda del grupo que es blanco de esta. Aquella estrategia hasta ahora no ha podido trascender, salvo casos muy específicos, a una abierta criminalización. Esto es así porque si bien en el imaginario colectivo se ha llegado a instaurar la idea de que hablar de “Movadef” es hablar de “Sendero Luminoso” y en consecuencia, de “actos de terrorismo” que deben ser detenidos por el Estado, aquella equivalencia aún no ha sido aceptada legalmente. Una sentencia que afirme que Movadef es una organización terrorista per sé significaría la criminalización de colectivos que suelen ser relacionados, o que efectivamente lo están, con esta agrupación, a pesar de no haber cometido ningún delito. 

El terrorismo y la condición perpetua 

El Movimiento por Amnistía y Derechos Fundamentales (Movadef), a pesar de su conexión ideológica con Sendero Luminoso, a partir del Pensamiento Gonzalo, no ha incitado a la violencia ni a la insurgencia armada. Su objetivo principal es la participación política y la solicitud de amnistía para quienes han sido condenados por terrorismo. Aunque su discurso pueda ser polémico, y genere rechazo en una parte de la sociedad, no constituye un delito. Acusar a Movadef de ser una «fachada» del terrorismo sin pruebas de acciones delictivas específicas no justifica su criminalización.

En el caso de Perseo, no hay evidencia de que los miembros de Movadef hayan cometido actos terroristas; los cargos se basan en afinidades ideológicas y no en acciones violentas. No obstante, un punto controvertido es la mención del «Pensamiento Gonzalo» en sus documentos, que algunos consideran como un argumento fundamental para condenar a los procesados. Sin embargo, César Nakazaki aclara que “hablar del «pensamiento Gonzalo» no es un problema en sí mismo, a menos que se utilice para incitar a la violencia”.

Gustavo Gorriti, coincide en este punto: “El llamado “pensamiento Gonzalo” posterior a las negociaciones con Montesinos y sus asesores, no tiene nada que ver con lo que antes pasaba como tal. Abimael Guzmán consiguió parar intelectualmente de cabeza a su organización, persuadirla de la necesidad de creer en y defender posiciones que antes hubieran resultado anatema. El otrora ardiente enemigo del revisionismo terminó revisando todo”.

Otro aspecto controvertido es el de la pertenencia a una organización terrorista. La acusación establece una equivalencia simplista entre Movadef y Sendero Luminoso, asumiendo que todos los miembros de la primera son automáticamente terroristas. Sin embargo, esta afirmación ignora la complejidad del caso y la necesidad de pruebas concretas para vincular a un individuo con actos terroristas. Además, la definición de «pertenencia a una organización terrorista» es un tema jurídico complejo que requiere un análisis cuidadoso.

¿Qué significa pertenecer a una organización terrorista? César Nakazaki sostiene lo siguiente: » Lo que convierte al terrorismo en un crimen es la decisión de cometer delitos para generar terror, y para hablar de pertenencia a una organización terrorista, debe haber una organización actualmente cometiendo esos delitos”, lo cual obviamente no existe en la actualidad ni en perspectiva.

Acusar de terrorismo sin pruebas concretas viola el principio de presunción de inocencia, un pilar fundamental en cualquier sistema de justicia. Criminalizar ideas disidentes no solo instrumentaliza el sistema penal, sino que también contradice los principios de reintegración y justicia restaurativa. De acuerdo con el jurista italiano Luigi Ferrajoli, «el derecho penal no puede ser un derecho de enemigos, sino un derecho de ciudadanos».

Uno de los aspectos más graves en el caso Perseo es la idea del «terrorismo perpetuo», que sostiene que las personas que alguna vez formaron parte o simpatizaron con una organización subversiva lo serán de por vida. Este enfoque es jurídicamente insostenible y contradice los principios de reintegración del derecho penal.

El sistema jurídico peruano y el derecho internacional establecen que una persona que ha cumplido su condena o ha dejado de participar en actividades delictivas debe tener la oportunidad de reintegrarse a la sociedad. Catalogar a estas personas como «terroristas perpetuos» contradice los principios de justicia restaurativa y fomenta la radicalización al crear una dinámica de exclusión permanente.

En su obra “En busca de las penas perdidas”,  el jurista argentino Zaffaroni critica las penas que deshumanizan y excluyen a los individuos de la sociedad, argumentando que el objetivo del sistema penal debe ser la reintegración social y no la exclusión.

Condenar a los miembros de Movadef sin pruebas de actos violentos debilita la democracia peruana al mostrar intolerancia hacia ideas radicales, incluso dentro de la legalidad, erosionando el respeto por la diversidad ideológica. Castigar opiniones disidentes sin evidencia genera un clima de miedo y autocensura, lo que socava el pluralismo y la vitalidad democrática, como señala Ronald Dworkin al afirmar que la libertad de expresión protege, sobre todo, a las ideas minoritarias.

El caso Perseo es una prueba importante para la democracia peruana. Sentar un precedente de condena en este caso sería un retroceso. El verdadero triunfo sobre la subversión es la consolidación de una democracia fuerte que respete los derechos de todos, incluso de aquellos con los que no estamos de acuerdo.

Absolver en el caso Perseo simbolizaría la victoria definitiva del Estado sobre quienes fueron sus enemigos en décadas pasadas, porque estos, como tales, ya no existen.

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El caso Gorriti pone de manifiesto una vez más la ojeriza que desde el Congreso y un sector de la magistratura (que incluye a jueces y fiscales) se tiene contra la libertad de expresión.

No es admisible, bajo ningún punto de vista -aun si llegamos a considerar que eventualmente Gorriti por momentos se pudo haber excedido en su rol periodístico- que un fiscal, como Alcides Chinchay, pretenda exigirle la entrega de sus celulares, levantarle el secreto de las comunicaciones y, bajo ese pretexto, romper el secreto de las fuentes, que es sagrado profesionalmente y constitucionalmente consagrado en nuestra Carta Magna.

El periodismo de investigación en el Perú se vería seriamente mellado si prospera este atropello contra Gorriti. Ya ningún periodista de investigación, que trabaja con fuentes de toda índole (personas honorables y no tanto, sin distinción), podrá hacer su trabajo con garantías, si un fiscal tiene la potestad de, dado un caso, exigirle que revele sus fuentes con el subterfugio de la incautación de sus celulares.

Gorriti tuvo una gran virtud y eso le permitió sacar ventaja en el caso Lava Jato. Apenas estalló el caso en Brasil y dado que comprometía a empresas que operaban en el Perú, se abocó a tejer una red de informantes y fuentes en el lugar de origen, que luego le permitieron adelantarse a los hechos y marcar pautas de seguimiento que otros medios o periodistas no teníamos.

¿Puede estar sujeto a investigación un periodista? Sí, sin duda. Los periodistas no tenemos corona y nos allanamos a cualquier pesquisa judicial, pero lo que no es dable es que, por ese afán, se vulnere el derecho constitucional a la reserva de las fuentes. Eso violenta la esencia del quehacer periodístico.

El fiscal Alcides Chinchay, suponiendo que ha actuado de buena fe, debe retrotraer esa orden y continuar su investigación en términos normales. Debe respetar el derecho a la libertad profesional de los hombres de prensa. La solidaridad con Gustavo Gorriti excede, en esa medida, cualquier malquerencia periodística que, claro está, pueda haber cultivado a lo largo de su ejemplar carrera periodística. Hasta sus enemigos en el ramo periodístico no pueden avalar una vulneración tan brutal a la esencia del buen periodismo, como la que se pretende perpetrar.

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En el año 63 a.C., el senador romano Marco Tulio Cicerón, en sus recordadas Catilinarias, denunció la conspiración de Lucio Sergio Catilina para derrocar la República, salvando a Roma del golpe de Estado. Pero no por mucho tiempo. Años después, se destruiría la República cuando Julio César se hizo nombrar dictador perpetuo. Marco Antonio, un aliado de Julio César, ordenó el asesinato de Cicerón, quien había criticado con dureza el creciente poder de César. Aunque su muerte no fue la causa de la caída de la República, privó a Roma de un firme defensor de la democracia romana.  Algunos le criticaban a Cicerón no tener bandera, porque podía estar respaldado por los populares en un momento o por la aristocracia en otro. No entendían que su bandera era la República.

A Gustavo Gorriti también lo quieren eliminar, pero de forma más sofisticada. No es que la humanidad haya avanzado al punto de rechazar el asesinato, ni que a sus adversarios les falte voluntad para usarlo. Prefieren una opción más letal y trascendente: la destrucción de su reputación, credibilidad e influencia. Que sirva de lección para desalentar a cualquiera que amenace la consolidación de su poder e intereses.

Gorriti no es infalible, pero creo que tiene cierta obsesión con serlo. La influencia que tiene dentro de la sociedad no la ha adquirido en cócteles de embajadas ni en lobbies de empresas. Sus investigaciones hablan por sí mismas y no recuerdo que se haya desmentido ningún caso importante en el que haya trabajado. A diferencia de otros que pomposamente se presentan como periodistas de investigación, Gorriti  no es una mesa de partes de aquellos que buscan a la prensa para filtrar denuncias que perjudiquen a sus oponentes políticos. La práctica de IDL-Reporteros se basa  en la búsqueda exhaustiva de la verdad, la verificación de datos y la exposición rigurosa de los hechos. No sé a quién le escuché decir que el periodismo de investigación era la mejor política anticorrupción, en el caso de Gorriti se corrobora.

Por supuesto, no siempre se puede estar completamente de acuerdo con él. A veces, uno desearía que pusiera énfasis en otras causas o que coincidiera más con nuestras ideas. Sin embargo, Gustavo  tiene una visión muy clara de las prioridades del país y actúa en coherencia con ese pensamiento. Incluso en los matices discrepantes, uno puede confiar en que está frente a una persona íntegra. Que si no toma la  postura que uno desearía, se puede tener la seguridad de que no es por cobardía ni mucho menos por buscar un beneficio personal, sino por convicción.

La contribución de Gustavo Gorriti no se limita a la revelación de los grandes casos de corrupción, sino que también ha llevado a cabo una de las investigaciones más serias sobre Sendero Luminoso.

Durante años, he intentado leer todo lo que se ha publicado sobre el conflicto armado interno, y mi apreciación es bastante severa: la mayoría carece de rigor, profundidad y presenta errores graves. Incluso connotados intelectuales se extravían en subjetividades y pierden prolijidad. En contraste, el libro de Gorriti Sendero Luminoso: historia de una guerra milenaria  destaca por su análisis meticuloso y exhaustivo, incluso con la información limitada disponible en 1989.

Existen quienes sienten recelo hacia Gustavo Gorriti y son en cierto grado condescendientes con la campaña de desprestigio emprendida por medios de la ultraderecha como Willax, Expreso y La Razón. Dicen, muy independientes ellos,  que es necesario investigar a todos y dejan un margen de credibilidad a imputaciones falaces. El instinto más elemental en política nos dice que quienes vienen por Gorriti, vienen por todos. La persona con la que se han obsesionado estos medios es un personaje que han creado de manera deliberada para poder hacer viables sus planes. 

No es el primer caso en que en Perú, con fines subalternos, se inventan enemigos terribles. Algunos se prestan a este juego buscando distanciarse de la figura fabricada, pero con ello solo refuerzan la narrativa de la ultraderecha.

Los enemigos de Gustavo Gorriti no tienen idea de lo que él realmente piensa. La caricatura que han hecho de él, es la de un hombre obsesionado con el fujimorismo que solo quiere ver a Alberto Fujimori pudrirse en prisión. Nada más lejos de la realidad. Gorriti, conocedor de la historia y sus dinámicas, sabe lo nocivo que es empantanarse en procesos eternos. Puede ser más bien pragmático en ese tema , siempre y cuando cualquier perdón esté precedido de un compromiso auténtico con los valores democráticos.

No importa cuán distante te encuentres de las ideas y posiciones de Gorriti, él es solo un pretexto para acabar con el periodismo independiente, la democracia, la libertad de expresión y el derecho de la ciudadanía a fiscalizar el poder. Necesitan desacreditarlo para proteger los intereses de un sector mafioso que ha tomado control del país. Por eso, mi defensa de Gustavo Gorriti es sin ambages  y sin concesiones a la ultraderecha, no solo por un afecto personal,  que  lo tengo, sino porque acá nos estamos jugando el futuro del país en las próximas décadas.

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