Luis Eduardo García

Se equivocan quienes ven en el periodismo una práctica distanciada de la literatura. Por supuesto, no me refiero a la frialdad desangelada con que se redactan noticias; hablo de esas ocasiones en las que los periodistas tienen la oportunidad de mirar la realidad con ojos distintos a la funcionalidad noticiosa, cuando pueden ver más allá de las recetas, las pirámides invertidas o cualquier técnica mecánica de redacción.

En esas ocasiones, digo, el buen periodismo y la buena literatura son difíciles de distinguir y carecen de límites precisos, pues se alimentan mutuamente: el periodismo ofrece una ventana al mundo real, al mundo fáctico; la literatura añade estilo, capacidad de reflexión, sutileza e ironía que exceden al mero relato noticioso. Dicho con una metáfora gastronómica, el periodismo pone los ingredientes, la literatura ofrece distintas posibilidades de sazón.

Por eso leer libros como El placer traidor. Crónicas elegidas, del escritor y periodista piurano Luis Eduardo García resulta gratificante. Para nadie es un misterio que la crónica ha renacido en América Latina y que en los últimos treinta años, entre perfiles, relatos de vario calibre y una escritura que en general tiende a reflexionar sobre la experiencia y la existencia, se ha honrado una tradición uno de cuyos orígenes nos remite, sin dudas ni murmuraciones, a lo mejor de nuestro modernismo, ese largo viaje que va de Darío a Valdelomar.

Luis Eduardo García sigue ese camino. Los textos que conforman este libro no solo son testigos de una dilatada carrera en el periodismo, son también un conjunto de vivencias que son tamizadas por un estilo en el que destacan un sereno brillo verbal y el necesario impulso que empuja al cronista a contar historias, que eso, no debe olvidarse, es también el periodismo.

El placer traidor tiene además un rasgo esencial: sus textos han logrado autonomía, han vencido la tiranía de las coyunturas que provocaron su escritura y lo han logrado porque uno, como lector, se reconoce y se identifica con lo dicho en ellos. García sabe que a la crónica nada le es ajeno y por eso recorre, examina y narra asuntos diversos y filtrados por la vivencia personal, lo que explica que gran parte de estos relatos utilicen la primera persona.

Es relevante también notar cuán consciente de su oficio es García. En las palabras previas, escribe: “Toda pasión engendra su propio mal. Y toda felicidad anuncia la llegada de su propia desdicha. El periodismo es eso: gozo y felicidad, riesgo y destrucción. Es como cuando un diabético desea un chocolate o un cardíaco sube a las alturas. Hace daño, pero gusta. Estresa, pero da placer. El periodismo es humano porque es una contradicción” (p.11).

Con finura y agudeza, García nos lleva de la mano a recorrer el territorio de su Placer traidor. Una vez dentro de él, el lector se encontrará frente a un salón de espejos y en cada uno de ellos se dará de bruces con temas distintos: la lectura, la voraz vocación por la escritura, la enfermedad, el oficio de enseñar, el pulso de lo cotidiano. Sus textos parten de lo real, pero establecen vecindad con la literatura, logro indudable de su lenguaje.

Cuando especula o divaga, compite con el ensayo, pero habría que decir, a favor de la crónica, que su horizonte comunicativo suele ser más cálido, de ahí que el tono académico no convenga al cronista, sino más bien el relato desnudo y vivo de las cosas, de las ocurrencias (domésticas, estéticas o intelectuales) que afectan la vida cada día.

Un texto como “El placer anacrónico”, escrito para la tribuna de los bibliómanos quienes, a pesar de los avances tecnológicos, seguimos alimentando la venerable costumbre de acumular libros. Cito un fragmento de esta confesión libresca: “Hay sin duda una especie de nostalgia que mueve a los cuarentones como yo a visitar regularmente librerías formales y de viejo para agenciarse materiales de lectura. Soy un migrante como todos los de mi edad y aunque puedo leer diarios y revistas en la pantalla de una computadora, soy incapaz de meterle diente a un libro completo bajo formato digital. Soy hijo de mi tiempo, no lo dudo” (p.26).

Para terminar, permite lector que esgrima una vez más otro latiguillo gastronómico: la mesa está servida. El placer y la traición son todo tuyos.

 

El placer traidor. Crónicas elegidas. Trujillo: Infolectura, 2021.

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Literatura, Luis Eduardo García, Periodismo
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