Literatura

[La Tana Zurda]  Aún me embarga una profunda tristeza y nostalgia por no haber podido despedir en Lima a mi gran hermano del alma, José Antonio Mazzotti. Sin embargo, me siento orgullosa y reconfortada por la forma en que su familia y amigos cercanos en Lima le brindaron un adiós a la altura de lo que él hubiera querido. Fue una despedida que resonó con su espíritu: una chalana, que había sido previamente bautizada por su dueño con el nombre de su madre, Rosa Elvira, surcando las aguas del mar en la Costa Verde, con una puesta de sol y de lluvia que parecían invocar la presencia de los Incas, al reflejarse en los colores del arco iris. La imagen, mágica y espléndida, se desplegó en la mañana del sábado 4 de enero, un día que quedará grabado en mi memoria como una despedida que, a su manera, encapsuló la esencia de lo que José Antonio fue: inmenso, luminoso, indomable.

Quince personas, todas cercanas a José Antonio, salieron de su casa en La Aurora en Miraflores y se dirigieron en tres autos hacia el muelle de Chorrillos en la Costa Verde.

Llevaban consigo las cenizas de nuestro gran poeta, rumbo al Cementerio Marino, mientras un pájaro blanco los acompañaba en su viaje silencioso. En el aire, sonaban las notas de una canción que su viuda, Bárbara Corbett de Mazzotti, y su buen amigo, el poeta Manuel Liendo habían seleccionado para esa ocasión, las canciones favoritas de José Antonio: “Amigo” de Roberto Carlos y “Wish You Were Here”, de Pink Floyd, temas emblemáticos de la época en que José Antonio y Bárbara compartían su tiempo universitario. La melodía resonaba como un himno de despedida, como un suspiro nostálgico que rememoraba aquellos días dorados, mientras el paisaje urbano de Lima se desvanecía lentamente tras ellos.

En un instante de profunda intimidad, y mientras aún sostenía el sobre que contenía las cenizas de nuestro querido poeta, Bárbara hizo un llamado solemne. Uno por uno, los presentes se despidieron, abrazando ese sobre de cartón biodegradable que simbolizaba el cuerpo de José Antonio, arrojado ahora al vasto mar que tantas veces lo inspiró. Manuel Liendo, testigo de aquel acto tan significativo, compartió con nosotros el momento exacto: “Bárbara arrojó al mar el sobre, un intenso sol cayó sobre el mar y sobre nosotros. Un calmo Océano Pacífico, que hacía tan solo unos días había estado encrespado, recibía la enorme vastedad de nuestro querido hermano”. Fue un gesto de despedida que evocó no solo la grandeza de su ser, sino también la inmensidad de su legado, que se diluía en el océano, pero que jamás se perdería.

Así, con una ceremonia tan sencilla como profunda, le dieron el adiós que él merecía, un adiós acorde con la magnitud de su figura. José Antonio Mazzotti fue, sin lugar a dudas, uno de los más grandes poetas, académicos e investigadores que el Perú haya dado. Su obra brilló no solo en el ámbito de la poesía, sino también en la crítica literaria, en sus estudios sobre el Inca Garcilaso de la Vega y en su conocimiento profundo de la poesía mundial. Publicó más de una docena de poemarios y recibió premios y reconocimientos tanto a nivel nacional como internacional. Un hombre cuya huella era imposible de borrar, quien dejó una marca indeleble en cada disciplina que tocó.

Lo irónico, sin embargo, es que, en su propia tierra, Perú, muy pocos recuerdan o valoran adecuadamente su enorme aporte. A veces, resulta hasta cómico ver cómo los vacíos y las omisiones resaltan aún más la presencia de los grandes olvidados (destaco aquí el risible e inestable “olvido” de Pera en su reciente “In Memoriam. Literatos, artistas y promotores culturales fallecidos en 2024” de su suficientemente computado Vallejo and Company, con lo que demostró magistralmente algo que se hace palpable cada vez más para los autores y editores de, entre otros países, Chile, Argentina y España). No pueden callar la grandeza del intelecto de Mazzotti, ni la creatividad con la que diseñó e impulsó eventos culturales de gran magnitud. Es realmente grotesco cómo aquellos que siempre se presentan como advenedizos, dispuestos a traicionar por un poco de protagonismo, parecen ignorar la verdadera esencia de quienes realmente dejaron una huella profunda. Pero el hecho de que “algunes” alucinen ningunearlo solo resalta aún más su enorme valor, su capacidad para transformar y para seguir presente a pesar de todo.

José Antonio Mazzotti, una y mil veces, ¡siempre presente! Porque su legado es intocable, y sus palabras seguirán vibrando, no solo en las aguas que rodean la Costa Verde, sino en cada rincón del alma que lo conoció.

Tags:

Despedida, fraternidad, Literatura, poeta

[La Tana Zurda] El libro más importante en el Perú de 2024 es  Memorias: El poder de la ilusión (Axiara Editions, 2024) de Eduardo González Viaña, una obra publicada en Estados Unidos por la Academia Norteamericana de la Lengua Española y en el Perú por el Fondo Editorial de la UCV.

El libro ha sido comentado y aplaudido de esa forma por personalidades de disciplinas diversas como el diplomático y excanciller Manuel Rodríguez Cuadros; embajadora Marcela Pérez Silva, de la Asociación Amigos de Mariátegui; José Carlos Vilcapoma, de la Universidad Nacional Agraria La Molina; José Manuel Camacho, de la Universidad de Sevilla), y Joel Acuña, de la Universidad César Vallejo), entre otros.

Además, por el psicoanalista Max Hernández, los juristas Ronald Gamarra y Julio Arbizu González y los comunicadores Herbert Mujica, Edwin Sarmiento, Alonso Rabi Do Carmo y Gabriel Ruiz Ortega. Por fin, por el extrañado poeta y profesor universitario José Antonio Mazzotti.

Una lectura inolvidable ha sido Memorias: El poder de la ilusión (Axiara Editions, 2024), un texto que combina innovación, profundidad y una sensibilidad única para capturar lo sublime dentro de lo cotidiano. Este libro, con su capacidad para ser tan honesto como esperanzador, no solo toca el corazón del lector, sino que también ofrece una reflexión sabia sobre el poder de la memoria y la ilusión. 

Escribir una autobiografía es un trabajo arduo y difícil porque, si bien hay hechos infatigables que suceden, incidentes inesperados y acciones muchas veces no cómodas, las emociones y nuestros sentimientos se validan cuando regresamos a ese tiempo que en algún momento significó el más bello éxito. Es ahí cuando la ilusión se pone en relieve y permite que uno se distancie y vea cómo la memoria recuerda optimistamente el momento en el que se vivió. Este ejercicio no solo exige un compromiso con la verdad, sino también una capacidad para recrear un tiempo que ya no existe. Así, se entrelazan el pasado y el presente en una danza constante entre lo vivido y lo recordado.  De esa manera se compone el último libro biográfico de nuestro querido escritor Eduardo González Viaña (Chepén, 1941): Memorias: El poder de la ilusión (Axiara Editions, 2024). Esta obra se erige como un testimonio de vida y una invitación a reflexionar sobre cómo la memoria y la ilusión pueden construir una narrativa llena de humanidad y esperanza.

Con un poema del autor brasileño Darcy Ribeiro (1922-1997) como epígrafe, el tono del texto se deja percibir humanamente, impregnado de empatía hacia los menos beneficiados de la tierra. Esta elección no es casual; expresa el compromiso de González Viaña con la justicia social y su profunda sensibilidad hacia las luchas de los marginados. La solidaridad con lo justo y equitativo, el apoyo incansable de ser la voz de aquellos que no tienen espacios en algunas comunidades, constituyen pilares fundamentales de su vida y obra. El libro está configurado por diez partes que destacan la vida cronológica de nuestro estimado narrador, permitiendo al lector adentrarse en las etapas claves de su existencia. Cada una de estas partes está marcada por momentos de lucha, aprendizaje y creación, ofreciendo un mapa emocional que guía al lector a través de las complejidades de su experiencia personal, literaria y profesional.

Después de haber dedicado varias obras a héroes históricos y culturales como Ramón Castilla, Inca Garcilaso de la Vega, José María Arguedas y César Vallejo, en este libro autobiográfico González Viaña nos dedica sus memorias y su historia, enfocándose en su vida como creador. Este giro hacia lo autobiográfico revela no solo su trayectoria como escritor, sino también su compromiso político, social e ideológico a través de sus escritos. Estas memorias son más que un repaso cronológico de su vida; son una exploración profunda de cómo las palabras y las ideas han sido su herramienta para intervenir en el mundo. Cada página muestra la interacción entre el individuo y el contexto histórico, resaltando cómo las grandes figuras que ha narrado también moldearon su pensamiento y su ética. Así, González Viaña nos muestra que la vida del escritor está íntimamente ligada a los ideales que defiende y a las causas que abraza.

Entre líneas, se puede ver el amor y la devoción hacia el acto de escribir, una actividad que para González Viaña no es solo un medio de expresión, sino una forma de vida. Su escritura es un testimonio de su pasión por las letras y de su talento para convertir toda palabra en una ilusión de la memoria. Este amor por las palabras no es un simple ejercicio estético; es una afirmación de la capacidad del lenguaje para resistir, transformar y redimir. A través de su obra, el autor nos invita a recordar que la literatura tiene el poder de trascender las barreras del tiempo y las limitaciones del espacio, conectándonos con lo más profundo de nuestra humanidad. 

Además, esta obra autobiográfica nos lleva a entender cómo la escritura puede ser un refugio frente a las adversidades y una herramienta para la esperanza. El enfoque de González Viaña sobre la memoria y la ilusión va más allá de la mera evocación personal; se convierte en un puente que une generaciones y contextos. Al relatar su vida, el autor no solo comparte sus experiencias, sino que también construye un diálogo con los lectores, especialmente aquellos que buscan en la literatura un espacio para encontrar sus propias voces. 

Este libro, entonces, se convierte en un testimonio colectivo, donde las historias individuales se entrelazan con las luchas y sueños de una comunidad más amplia.  Por otro lado, la autobiografía también sirve como una afirmación del poder transformador del arte y la narrativa. González Viaña nos muestra cómo la literatura puede ser un espacio de resistencia frente a la injusticia, un medio para preservar las tradiciones y un acto de amor hacia quienes han sido silenciados. En este sentido, Memorias: El poder de la ilusión no es solo un recuento personal, sino una invitación a repensar el papel de la cultura en la construcción de un mundo más justo. El libro de González Viaña es, en última instancia, una celebración de la vida y de la capacidad del ser humano para imaginar y construir nuevas realidades. Con su tono melancólico y optimista, y mirada de acertados guiños pícaros, el autor nos recuerda que incluso en los momentos más difíciles, la memoria y la ilusión pueden ser fuentes de fortaleza y creatividad. Así, Memorias: El poder de la ilusión se erige como una obra imprescindible para quienes desean comprender cómo la literatura y la vida pueden entrelazarse en una búsqueda constante de significado y trascendencia.

Tags:

Cultura, ilusión, Literatura, Memorias, narrador

La semana pasada, visité a unos amigos de improvisto. Me reciben con pizza casera y sonrisas, pero la alegría decae un poco cuando comenzamos a hablar sobre la situación del país. Sabiamente, Lara —una amiga— introduce el tema de la literatura como para salir de lo político. ¿Qué tal va la literatura?, pero mi desazón responde que terrible, que no logro escribir a pesar de que lo literario me persigue. Hasta los taxis me recuerdan a ella. Se sorprende y explico que he vuelto pedir taxis, ya que el auto está abandonado en el taller por falta de dinero para recogerlo. La cuestión es que en la última semana me han tocado dos conductores inolvidablemente literarios. El primero me recoge de Salaverry y se llama Orestes. No es la primera vez que escucho un nombre griego en nuestras calles, pero aún no me explico el origen de este tipo de predilección. Envalentonado le pregunto al conductor por el origen de su nombre. ‘Me lo puso mi papá’, me indica sonriente y agrega que desconoce toda referencia al origen del mismo. Contento de que elogie su nombre me explica que de niño lo molestaban en el colegio por llamarse así. Es un clásico de la tragedia griega, le digo. Orestes venga a su padre Agamenón. En complicidad con su hermana Electra, asesinan a su madre Clitemnestra y a su amante Egisto, pues fueron ellos quienes acabaron con Agamenón para hacerse del poder. Orestes es perseguido por las Furias por su crimen, pero finalmente queda absuelto por la justicia de Atenea. Es —le explico— un representante de la reflexión en torno a la justicia para la Grecia clásica. Asombrado y ya por terminar la carrera, Orestes me dice que ahora le gusta más su nombre y que buscará la historia. Antes de bajar, le hago una última pregunta: ¿Nunca le preguntó a su padre por qué le puso ese nombre? Nunca lo conocí —responde— se desentendió de mí al nacer…

En la mesa se ríen, pero aún falta la mejor. Ayer, saliendo de la feria de arte pido un taxi para continuar con la fiesta. Vamos varias cervezas, pero no las suficientes como para leer mal el nombre del taxista que acaba de aceptar mi solicitud. John Milton llegará en 5 minutos me indica la aplicación. Imposible, les enseño a las amigas que me acompañan. No puede ser que después de Orestes uno de los poetas más grandes de la humanidad nos vaya a recoger. Esta vez, el conductor es muy alegre y nos anima con rock en español. Ya en confianza procedo a preguntarle si, en efecto, se llama John Milton. Sí, me responde, primer nombre John y segundo Milton. John porque su padre se llamaba Juan y Milton por el cantante brasileño Milton Nascimento, que le gustaba mucho a su madre. No conoce nada acerca del autor del Paraíso perdido ni de los magníficos dibujos del infierno de Dante. No tenía idea, me dice, pero lo voy a buscar si usted dice que es tan bueno y volvemos al rock en español hasta que nos deja en la fiesta. ‘Realmente te persigue la literatura, a mí me tocan nombres de los más normales’. Reímos y acabamos las pizzas. Nos tenemos que mover porque hemos quedado con otros amigos en ir a La Oficina a escucha música criolla. Es tarde y ordeno un taxi.

Recién cuando llega veo el nombre. Sócrates. Esta vez el taxista sí conoce la historia del nombre. Mi amiga Lara no lo puede creer. ‘Eres tú me dice’. Sin duda, le digo, Lima es una ciudad cada vez más literaria…

Tags:

clásico, Lima, Literatura, Memoria, nombres, taxis

Es cierto que los discursos autobiográficos han recibido muchos cuestionamientos en relación con su valor referencial. Independientemente de la pertinencia o no de esas observaciones críticas, es casi imposible discutir la fascinación que ejercen géneros como la memoria, la autobiografía o el diario entre muchos lectores. Campo de revelaciones sorprendentes o polémicas, estos géneros descorren el velo que oculta o enmascara la vida pública de un autor. En todo caso, hay textos que tienen ese poder. En el Perú, la aparición de La tentación del fracaso (1992-95), el diario de Julio Ramón Ribeyro o El pez en el agua (1993), las memorias de Vargas Llosa, textos que en su momento despertaron apetencias lectoras y críticas que habría sido difícil provocar de otras maneras. 

En el contexto latinoamericano, una reciente edición de la Universidad Diego Portales, a cargo de Cecilia García Huidobro, nos pone en contacto nuevamente con la escritura autobiográfica. Se trata de los diarios de José Donoso, escritor chileno protagonista del boom latinoamericano y autor de una de sus novelas más emblemáticas: El obsceno pájaro de la noche (1970). Donoso pertenece por derecho propio a ese brillante núcleo de novelistas latinoamericanos y es justo reconocer que, entre ellos, fue el único en recoger su testimonio personal en un libro imprescindible para entender algunos aspectos de la intimidad del movimiento literario: Historia personal del boom (1972). 

Un diario es algo más que un registro de vivencias cotidianas. Los diarios de escritor tienen una amplísima gama temática y son la mayor parte del tiempo un campo de reflexión, de comentario de lecturas, una manera de fijar en el tiempo el proceso mismo de la escritura. En esos elementos radica su valor, pero nada sería igual si estas “fotografías” de la cocina del escritor no vinieran acompañadas de confidencias de diverso calibre que, bien leídas, abonan en favor de un conocimiento más preciso de la personalidad y el temperamento de su creador.

Los dos volúmenes que han aparecido se reparten un arco temporal de treinta años. Diarios tempranos. Donoso in progress. 1950-1965 y Diarios centrales. A season in hell. 1966-1980, este último de reciente publicación, dan cuenta del proceso literario y personal de Donoso. Ambos volúmenes comparten apuntes muy precisos sobre cada novela y el progreso de cada proyecto creativo del escritor. Esta, que sería en apariencia la parte de mayor interés para los lectores, viene acompañada de otra serie de anotaciones en las que Donoso revela su torturada existencia, entre una esposa con problemas de alcoholismo, el vínculo tóxico con su hija y, para no olvidarse de él mismo, una homosexualidad que reprimió con todas sus fuerzas. 

La hija del escritor, Pilar Donoso, publicó en 2010 Correr el tupido velo, basado en una revisión de los diarios de su padre (entonces no conocidos) y otros documentos del archivo paterno que adelantaron, en parte, algunos de los secretos de la vida del autor chileno. A la luz de la aparición del segundo volumen de sus diarios, será muy provechoso leer en paralelo ambos libros, que desde ya nos ofrecen una rica intertextualidad. 

El subtítulo de los llamados “Diarios centrales” no es en modo alguno gratuito. Una temporada en el infierno, como manda el manual de traducción, refleja eso: años de enorme potencia creativa y al mismo tiempo, de profundo pesar existencial, de cuitas, tribulaciones, desdichas y dudas de diverso calibre que transparentaban un temperamento tortuoso, dado al sentimiento de la infelicidad. 

Pero no nos desviemos de lo literario. Hay un pasaje de mucho interés (bueno, hay demasiados diría) que escojo para mostrar un ejemplo del sorprendente contenido de estos diarios. Es una anotación hecha en Zaragoza, el 6 de agosto de 1971 y corresponde a la escritura de Historia personal del boom. En esa entrada se lee: “La idea del boom, como comercial de nuevo, y posible. Algunas ideas afloran, parecen interesantes, pero tengo, sobre todo, que ponerme a trabajar duro para pescar el significado de todo esto que quiero hacer. Incluir, donde sea, mucha anécdota personal. Por desgracia tiene que ser anécdota personal, qué le vamos a hacer” (p.209). Seguidamente, Donoso plantea enumera los temas que irá tratando en este libro, que será finalmente Historia personal del boom. Podríamos deducir que por exigencia editorial le habrían pedido abandonar toda pretensión académica o ensayística y adoptar una mirada más cercana a la crónica. No podría asegurar lo que afirmo, pero fue una buena decisión: Historia personal del boom es un libro entrañable que, comparado al tormento que retrata en sus diarios, nos permite ver a un Donoso liberado de sus fantasmas e incluso feliz. 

Esta es solo una de las muchas sorpresas que el lector irá encontrando en su viaje por estos quince años de vida. Si, como se dice por ahí, el libro de Pilar Donoso y la publicación de estos diarios, motivaron un regreso a explorar la obra del chileno, pues, nunca se pagó mejor precio por volver los ojos a una obra notable. 

José Donoso. Diarios centrales. A Season in Hell. 1966-1980. Edición de Cecilia García Huidobro. Santiago de Chile: Universidad Diego Portales, 2023. 

Tags:

jose donoso, Literatura

[EN UN LUGAR DE LA MANCHA]

UNO

Toda literatura es intertextual. Los textos forman secretas o explícitas cadenas de alusiones que se activan en la memoria, desde el inconsciente o desde la intención expresa de aludir, parodiar o reescribir.

Una de las obras cumbre en este ámbito es sin duda Don Quijote, de Cervantes, que construye no solo un muestrario de los géneros narrativos de su tiempo (novela bizantina o pastoril, por ejemplo) sino además se da maña para crear una novela cuyo centro es un vasto sistema de vasos comunicantes con diversas tradiciones que le precedieron, desde los antiguos romances que daban cuenta de las fortunas y pesares de diversos héroes populares hasta las novelas de caballería, pasando por lo cantares de gesta.

Cervantes exhibe la destreza de un mago para citar, parodiar y reescribir una amplia gama de géneros narrativos, mas aun para crear un personaje único en su especie, lector transmutado en actor de sus propios delirios de caballero andante.

Una reciente novela del mexicano David Toscana, titulada El peso de vivir en la tierra, tiene un espíritu indudablemente quijotesco. O cervantino, que para el caso viene a ser casi lo mismo. Nicolás, un oficinista mexicano a inicios de la década del 70 sigue con interés obsceno la carrera espacial soviética y es, además, un hombre atrapado placenteramente en la trama de varias grandes novelas rusas, a cuyas escenas y personajes apelará sin descanso para explicar su presente.

Su conversión y la alteración que ella supone del principio de realidad es inapelable: Nicolás adopta el nombre de Nikolai. El inicio es aleccionador. Un compañero de oficina le pregunta si se ha enterado de la muerte de Jim Morrison, el líder de The Doors. Nicolas-Nikolai recibe la pregunta con elegante indiferencia y replicó: “¿Supiste que murió Iván Ilich? El compañero quedó en silencio. Entonces le preguntó si sabía que había asesinado a Fiódor Pávlovich Karamazov o que Ana Karenina se había suicidado…”.

Deliciosa confusión de planos. Desde ese momento Nikolai, como un Quijano del espacio, trata de realizar un viaje al espacio con su pareja y un amigo, un ebrio habitual. La vida de Nikolai transcurre en un cotejo permanente con sus lecturas de Gogol, Dostoievski, Pasternak, Bunin, Bulgakov y otros maestros de esa gran literatura. Homenaje a Cervantes, pero también actualización de un clásico, invitación a una lectura trascendente en medio de un mar de banalidades.

DOS

Un avión que se estrella todos los días es el título del reciente libro de poemas de Gastón Agurto. Un título desacralizador, por cierto, pues establece una analogía con la escritura poética como una aventura condenada al fracaso o, cuando menos, como una actividad cuyas promesas no se cumplirán.

La lectura de los poemas que forman este libro confirman ese ánimo sarcástico y “antipoético” (lo que corresponda aquí a Nicanor Parra) que habita en sus páginas. El lenguaje evoca al mejor registro coloquial (registro que ojo, no es propiedad privativa de los 60), ese capaz de tejer imágenes con palabras del día a día, añadiendo indudables cuotas de ironía y ludismo.

Punto importante como rasgo constante de estos poemas es su articulación narrativa. Una anécdota, personal o no, provee la materia inicial para desarrollar una poesía que sin renegar de cierto lirismo, se aleja al menos de sus modales más convencionales, para construir textos que nunca o casi nunca resultan predecibles.

“Acto de magia” es, para mi gusto, uno de los poemas más emblemáticos del libro, pues en él parecen concentrarse los rasgos más notorios de la poética de Agurto: narratividad, ánimo contestatario ante los discursos “oficiales”, el trabajo de integrar otra voz en el poema y el cuestionamiento transgresor de las normas que rigen los hábitos sociales.

Muchas veces este cuestionamiento desemboca en la aparición del humor, bajo distintas formas: finas ironías, en algunos casos, crudas sátiras en otros, incluso giros inesperados que irrumpen en un verso, provocando un gesto de sorpresa y, según cada quien, alguna sonrisa que no esconde su profundo desencanto. Un libro refrescante y singular. Dejo aquí el poema “Acto de magia”, sutil recuerdo del Cisneros de Comentarios reales.

 Acto de magia

Nos quedamos pensando en los héroes
que se quedan dentro, después que cierran el cajón.

Deben estar quietos, con su sus uniformes de gala
y la barba recién afeitada, en medio de un avispero de voces.

En el cementerio hay un ángel de piedra
y otro con el brazo roto jugando a las apuestas.

Uno comenta sin prisa:
“Empezarán a olvidarlo después de la tercera palada”.

Una vez enterrados, los ataúdes caen sin cesar
en un hueco oscuro y húmedo, sin fondo.

Pero los héroes ya no están ahí. La Tierra
está llena de ataúdes vacíos cayendo persistentemente.

 

David Toscana. El peso de vivir en la Tierra. Alfaguara: 2023.

Gastón Agurto: Un avión se estrella todos los días. Santo Oficio, 2023.

Tags:

David Toscana, Don Quijote, Gastón Agurto, Literatura

[PIE DERECHO]  En estas fechas comienzan las elucubraciones de quién podría ser el peruano que mejor ejemplifique el año. De arranque, debe decirse que ninguna autoridad política, económica, empresarial, judicial lo merece.

Sí, en cambio, una persona ilustre con la que el país ha guardado siempre una relación ambigua de amor-odio, nuestro escritor Mario Vargas Llosa, que este año ha recibido el alto honor de ser admitido en la Academia Francesa, pero que, más allá de honores a los que ha estado acostumbrado toda su trayectoria, ha decidido poner fin a su carrera de una manera digna y propia, como siempre ha sido su línea de vida.

Vargas Llosa ha renunciado a escribir más novelas, a redactar sus columnas periodísticas quincenales y a conceder entrevistas. Consciente del paso del tiempo, reposará seguramente ensimismado en el mayor de sus placeres, la lectura, y en culminar el libro de ensayos que ha anunciado sobre Jean Paul Sartre (si hubiera podido imaginar el cierre redondo de su ciclo vital, no lo podría haber hecho mejor que rindiendo homenaje a su paradigma de juventud).

Vargas Llosa ha llevado una vida ejemplar. Celoso de su propia consecuencia ha sido capaz de enfrentar grandes adversarios en aras de sus convicciones, empezando con su enfrentamiento al establishment cultural de izquierda cuando decidió denunciar, antes que nadie, las tropelías dictatoriales del régimen de Fidel Castro, en Cuba.

Nos ha demostrado -y ojalá los jóvenes estudien su vida- que las pasiones vitales acompañadas de una inmensa vocación de trabajo y dedicación, puede hacer realidad los sueños más difíciles (aún hoy, es una temeridad querer ser escritor en el Perú). Es realmente digno de admiración.

Su vida es una gran aventura intelectual, preñada de compromisos, desvelos y actitudes valientes para defender sus convicciones. En ristre, sin cálculos subalternos, se ha comprometido con las causas de la modernidad de su tiempo y siempre lo ha hecho sin medir otra cosa que no sea la consecuencia con su verdad.

Este año, que marca su retiro, el país le debe rendir homenaje a uno de sus hijos más ilustres y que hasta el final de sus días (léase la extraordinaria novela Le dedico mi silencio) no ha cejado en rendirle tributo a su patria natal, a pesar de ser ciudadano del mundo, en el cabal sentido del término.

Tags:

Compromiso, Homenaje, Literatura, Mario Vargas Llosa, retiro

[EN UN LUGAR DE LA MANCHA] Supongo que a estas alturas es poco probable que alguien quiera reivindicar la actualidad de Balzac, Tolstoi o Dostoievski. Sin embargo, nadie que reclame un conocimiento aceptable del realismo en la novela occidental podrá ignorar esos nombres y, sobre todo, los libros producidos por esos autores. Es decir, constituyen un legado, como legado serán, si no son ya, novelas como La ciudad y los perros, La casa verde, Conversación en La Catedral o La guerra del fin del mundo.

Pero en estos días impera la costumbre de denostar para quedar bien con las audiencias, sedientas de sangre e insultos. El elogio a una obra significativa universalmente está mal visto. Lo tachan a uno de complaciente, acrítico y no sé qué otras idioteces más. Las opiniones políticas de Vargas Llosa probablemente le han jugado mal, pero, realmente, exigiendo al máximo el sentido común, ¿qué tienen que ver esas opiniones con la calidad indiscutible de cuatro novelas que ya son historia?

Tampoco se trata de promover la imitación, que hoy goza de nulo valor. Lo importante es el estudio de la obra, sus secretos estructurales, sus magias, sus atributos técnicos, las capas de sentido en las que nuestra conciencia lectora puede encontrar agua donde nadar. Escribir al modo de Vallejo o Adán no asombraría particularmente a nadie, valdría más tener una comprensión amplia y suficiente de sus mundos creativos. La escritura es o debería ser un territorio personal, permeable a las influencias, claro, pero con ciertos límites.

¿Entonces, de dónde viene esa urgencia cancelatoria? ¿Dónde se origina esa infantil soberbia de descalificar autores que durante décadas han dado grandes lecciones en el ejercicio de una vocación cada vez peor entendida? Bajo esa lógica, ya deberíamos haber enterrado el pasado y cremado a Homero, a Cervantes, a Borges, a García Márquez. ¿Por qué? Porque no consideramos la idea de legado. Porque decir “ya fueron” está de moda.

Yo soy profesor de literatura. Y estoy cada vez menos interesado en dejar de estudiar los verdaderos hitos de nuestra tradición que seguir la ola frívola y el cuestionable deporte de mascullar contra todo salvo contra lo que sí me parece. Entender a fondo un arte, una literatura, significa también ponerse por encima del gusto, revisar contextos, sopesar la recepción de los textos en diversos momentos históricos e ir registrando las variaciones de la práctica lectora.

Me preocupa poco o casi nada que sobre la última novela de Vargas Llosa caigan rayos y centellas. Quizá las merezca, quizá no. Pero perder la oportunidad de examinar el conjunto de una obra y su significación por apedrear una novela me parece, sin más una tontería, una lectura sin propósito. Por supuesto soy respetuoso del hecho de que cada quien lee como le da la gana y construye sus propios horizontes. No pienso entrar en esa discusión. Enorgullecerse de leer poco y mal, esquivando el legado, en cambio, es una frecuente aberración, una máscara más de la banalidad de nuestros días. Y de eso sí reniego.

Tags:

Crítica Literaria, legado literario., Literatura, Mario Vargas Llosa, Novela contemporánea

[DETECTIVE SALVAJE] En 1944, Anthony Burgess era un diplomático británico que ejercía sus funciones en Malasia. La guerra le quedaba lejos. Su esposa, en cambio, estaba en Londres cuando un apagón sumió a la ciudad en la penumbra. Estaba embarazada, sola y e incomunicada. Tarde en la noche, un grupo de soldados estadounidenses desertores entraron a su departamento. La mujer fue golpeada y violada. Perdió a su hijo. Burgess se enteró de la tragedia a la distancia. En plena guerra, no era fácil regresar a su país.

El trauma y el gusto por la literatura distópica sembraron una semilla en el escritor. Leía a Orwell, a Huxley, a Zamiatin, y observaba a la sociedad londinense de la postguerra. La naranja mecánica narra las aventuras violentas de cuatro jóvenes colegiales, quienes, liderados por Alex, encuentran un retorcido placer en violentar sin motivo a personas inocentes. De alguna forma, son como niños que descubren la violencia partiendo por la mitad a una lombriz, o arranchándole las alas a una mosca.

La banda de Alex semeja a los Teddy Boys, una personalidad juvenil que vio su auge en Inglaterra después de la Segunda Guerra Mundial. Vestían como los dandis de la antigüedad, adoraban el rock and roll, echaban por la borda los modales y llevaban una vida callejera. Era el desenfreno después de la opresión.

La naranja mecánica es una mezcla de todos estos elementos: la violencia injustificada, ya no bélica sino doméstica; las modas extravagantes, una juventud que ha perdido la sensibilidad por la vida. La escena trágica que sobrevivió la esposa del autor, Llewela Jones, está reproducida en una de las escenas del libro, cuando la banda de Alex entra a la casa de un escritor, atacan y violan a su esposa.

La literatura, entre sus tantas metamorfosis, en los momentos más oscuros suele ponerse la sotana, alzar una cruz y practicar exorcismos en los poseídos. A veces, el demonio abandona el cuerpo; otras, se replica sobre las páginas sin liberar al autor. Es el caso de la norteamericana Sylvia Plath. Sus poemas representaban la autodestrucción, el no pertenecer a un entorno materialista y artificial. Todo se hace claro en su única novela, La campana de cristal. Esther, la protagonista, está becada en una buena universidad, es aspirante a escritora y debe ser internada en el hospital psiquiátrico por su depresión e intento de suicidio. La experiencia de Plath coincide. Excepto por el final: si bien la protagonista se recupera y encuentra fuerzas para vivir, Plath se suicidó antes de que el libro se publicara.

A veces, las letras son más amables. Lo fueron con Mario Vargas Llosa, quien vivió el calvario del Colegio Militar Leoncio Prado para reproducirlo en La ciudad y los perros. El motivo por el que estuvo dos años en ese internado frente al mar también es relevante: a su padre le disgustaba su inclinación por la literatura. La consideraba femenina, y pensó que el antídoto era una estricta educación militar. Como Alberto, uno de sus personajes, Vargas Llosa reforzó su lado literario en contraposición a la barbarie. Las igualdades entre la vida del autor y la de los colegiales del libro son evidentes.

La vida militar ha sido un manantial para esta clase de literatura, en la que el trauma es el motor y la memoria la gasolina. En este caso, no hay mejor referente que Ernest HemingwayAdiós a las armas lo confirma. El autor, estadounidense de robusta constitución, fue voluntario para la Cruz Roja durante la Gran Guerra. Sirvió de conductor de ambulancia en las líneas italianas. En el frente, e igual que el personaje de la novela, Frederic, que también venía de Estados Unidos y manejaba ambulancias para el ejército italiano, Hemingway fue herido en la pierna por el impacto de un mortero austriaco.

Son ejemplos de literatura inevitable, que nace de un germen ajeno al artístico, que no sueña con aplausos, que se engendra casi por cuenta propia. Cabe un paralelo más siniestro: son los sacrificios sangrientos que, como los dioses de la antigüedad, el libro ha cobrado.

Tags:

Hemingway, La naranja mecánica, Literatura, Mario Vargas Llosa

[EN UN LUGAR DE LA MANCHA] Yo recuerdo con gratitud mis primeras lecturas de Vargas Llosa porque al igual que otros autores –como Arguedas o Ribeyro– me enseñó, en imborrables lecciones, a acercarme al Perú con ojo crítico, señalar un derrotero para encauzar el cuestionamiento de un orden social muchas veces asimétrico, violento, injusto y, lo peor de todo, sin mucha posibilidad de cambio o mejora.

Leer novelas como La ciudad y los perros (1963) o La casa verde (1965) al borde de terminar el colegio, fueron una experiencia deslumbrante que luego, en la universidad, se repetiría solo para confirmar el extraordinario tejido narrativo y la rigurosa técnica empleada en su construcción: un nuevo realismo se abría paso, sin maniqueísmos, mostrando la crudeza y la ambigüedad del mundo social.

Conversación en La Catedral (1969) completaba esta primera parte de su novelística, dejando una estela de escepticismo y amargura, concentrada en la célebre pregunta de su personaje, Zavalita: ¿cuándo se había jodido el Perú? Pregunta que parece acompañarnos muchos años antes de que Zavalita apareciera sobre la faz de una página.

Luego vendrían Pantaleón y las visitadoras (1973) y La tía julia y el escribidor (1977). En la primera, hay un deslizamiento de la idea de la escritura como deber inclaudicable, rayano en el fanatismo, y, en clave cómica, el propio Vargas Llosa parecía burlarse traviesamente de algunas de las ideas que expuso en “La literatura es fuego” el famoso discurso que pronunció en 1967, con ocasión de recibir el premio Rómulo Gallegos.

En la segunda, el novelista trabaja con materiales de “poco prestigio” literario, como las radionovelas, un importante género de ficción masiva, pero que se aprovechaba muy bien para explorar todo un universo de relaciones entre lo ficticio y lo real, además de plantear cuestiones autobiográficas que volverían a resonar muchos años después en El pez en el agua (1993) su libro de memorias.

De todo el período posterior a La guerra del fin del mundo (1981) uno de los puntos más altos de su obra novelística, destacaría en lo personal La fiesta del chivo (2000) y El sueño del celta (2010). No se me malentienda. No descarto novelas como Historia de Mayta (1984), Lituma en los Andes (1993) –ambas despertaron ardorosas disputas políticas– u obras de decidido tono menor como ¿Quién mató a Palomino Molero? (1986) o Elogio de la madrastra (1988), pero siendo francos no me despertaron tanto interés.

Vargas Llosa, único peruano que ostenta el Premio Nobel, ha escrito cientos de artículos periodísticos dedicados a la política y a la literatura, dos de sus temas principales. Incursionó también en el teatro, logrando obras sugerentes como La señorita de Tacna (1981) o Kathie y el hipopótamo (1983). Una nouvelle, paradigmática, Los cachorros (1967), el cuentario Los jefes (1959) y ensayos de gran calado como Historia de un deicidio (1971), La orgía perpetua (1975), La verdad de las mentiras (1990) o La utopía arcaica (1996) conforman una obra de ribetes magníficos. Discutible, sí, en muchos aspectos, pero de inocultable valor.

No sé si le será grata la idea del retiro, tampoco su motivo central. Justo es el descanso para quien ha hecho tanto. Ahora miro hacia mi estante y veo, en perfecto orden, los libros de Mario Vargas Llosa. Sé que al paso del tiempo, ese nombre seguirá brillando y seguirá siendo, como desde el primer día en que me cruce con sus libros, una invitación a la pasión de leer y pensar.

Tags:

Crítica Literaria, legado literario., Literatura, Mario Vargas Llosa
Página 1 de 8 1 2 3 4 5 6 7 8
x