Mercaderes de la Duda

A mediados de los cincuentas, ya era claro para la comunidad científica que el tabaco perjudicaba la salud. Muchos estudios, incluyendo algunos financiados (y diligentemente ocultados) por las propias compañías de tabaco, mostraban una relación causal entre fumar o estar en contacto con un fumador, y contraer cáncer, sobre todo cáncer de pulmón. Las compañías de tabaco usaron sus recursos millonarios para promocionar el puñado de estudios que divergía del consenso. Por ejemplo, promocionaron el trabajo de un genetista que pensaba que todos los cánceres eran hereditarios. Era un outsider realmente convencido de que ni el tabaco ni ningún otro factor ambiental podría causar cáncer, pero su trabajo fue promocionado como si fuera “uno de los lados” de un supuesto debate que dividía a la comunidad científica. Técnicamente, esto no cae bajo la categoría de fraude científico. Por el contrario, la estrategia consistía en explotar la incertidumbre natural que acompaña a las conclusiones científicas para dar la impresión de que la actitud correcta era seguir esperando por más resultados antes de tomar medidas de salud pública contra el consumo del tabaco. La estrategia funcionó.  Tal como documentan Naomi Oreskes y Erik Conway en su libro Mercaderes de la Duda (publicado en el 2010), la idea de que no se sabía si el tabaco era dañino se mantuvo en el imaginario estadounidense, y mundial, hasta mediados de los noventa.

La llamada ‘estrategia del tabaco’ — generar la impresión de que existen fuertes dudas en la comunidad científica acerca de un tema, cuando en realidad lo que hay es un consenso casi generalizado– se ha aplicado, literalmente por las mismas personas, a varios otros temas, incluyendo el calentamiento global: explotan una condición normal del conocimiento científico (la ausencia de certezas absolutas) para manipular a la opinión pública, generando la impresión de que la actitud correcta es no tomar posición sobre algunos temas cruciales.

Algo parecido hemos experimentado en el Perú en los dos últimos meses. En vez de entrevistar a alguno de los muchos especialistas que podían dar muy buenas razones de por qué no había indicios de fraude, la prensa amiga (léase: lambiscona) del fujimorismo se limitó a entrevistar a unos cuantos que sí veían estos indicios (supongo que no todos mentían). Incluso se resaltó el único análisis real que podría llevar a pensar en la posibilidad de un fraude (el de Ragi Burhum), y no las decenas de análisis, también serios, que mostraban que no había razones para pensar en esta posibilidad, entre los que destaca el de Ipsos. Más allá de los errores del análisis de Burhum que ya han sido discutidos a profundidad, es un análisis honesto que simplemente diverge del consenso, y que debería discutirse académicamente. La prensa fujimorista destacó ese estudio como ‘una prueba más’ del fraude, y muchos ciudadanos comunes se dejaron impresionar: pues claro, si incluso los especialistas están divididos, deberíamos seguir esperando hasta que se aclare el tema. Es decir, ya que existe un estudio que me da la razón, y es el único que he leído, entonces hay esperar a que se investigue más. Así, la pereza intelectual se disfraza de ecuanimidad.

Todo esto me hace recordar a ese gol de Ruidíaz a Brasil en la Copa América del 2016. Recuerdo que discutía con un amigo sobre si había sido con la mano o no. Él me mostró un video en el que el ángulo no permitía decidir si había sido con el brazo o el muslo. Yo le mostré una de las repeticiones en las que se veía claramente que el gol había sido con el brazo. “Bueno”, me dijo mi amigo, “es cuestión de perspectiva”.

* Manuel Barrantes es profesor de filosofía en California State University Sacramento. Su área de especialización es la filosofía de la ciencia, y sus áreas de competencia incluyen la ética de la tecnología y la filosofía de las matemáticas. Obtuvo su doctorado y maestría en filosofía en la Universidad de Virginia, y su bachillerato y licenciatura en la PUCP.

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