En el Perú, de cara a las elecciones del 2026, es imperativo que la centroderecha se una. La fragmentación de fuerzas en el espectro político derecho ha sido la causa de continuos fracasos en las últimas contiendas. La historia del país, marcada por el colapso de gobiernos que no lograron consolidar un proyecto de nación, exige que las fuerzas democráticas de centroderecha se agrupen, dejando atrás disputas internas que solo benefician a los radicalismos.
La amenaza populista, esa sombra que avanza con promesas de soluciones fáciles a los problemas complejos, es el principal reto. En los últimos años, la izquierda radical ha logrado capitalizar el descontento popular, imponiendo un discurso que apela a los sentimientos y no a la razón. Solo una centroderecha sólida, cohesionada y capaz de articular una visión de futuro clara, podrá ofrecer una alternativa viable frente a esa marea de demagogia.
Lo mismo sucede respecto del fujimorismo y la derecha radical, dos fuerzas que abrevan del miedo a la inseguridad ciudadana y que apelarán, qué duda cabe, al populismo punitivo como herramienta de convicción ciudadana.
Ya la fragmentación en las elecciones pasadas permitió que los más extremistas se beneficien de un sistema electoral que favorece la dispersión de votos. Y eran cuatro agrupaciones de derecha, ahora que serán más de treinta el fenómeno se multiplicará. La centroderecha tiene la responsabilidad histórica de evitar que el país siga siendo presa de esta dinámica. El Perú necesita un proyecto que garantice estabilidad política y económica.
El desafío es grande, pero no insuperable. La unidad en la centroderecha es la única manera de frenar el avance de los populismos, de defender los valores democráticos y de ofrecerle al Perú un horizonte de progreso real, sin caer en los cantos de sirena de los que proponen recetas sin fundamento. Una centroderecha unificada es la clave para evitar que el país se deslice hacia la polarización y el caos.