UNO
Empecé a ver futbol en 1974, y a escucharlo como hincha –por la radio – a partir del año siguiente. En esos tiempos no había ESPN, Fox Sports y menos You Tube. La radio era la estrella, ni siquiera la tv le quitaba el cetro. En ciertas ocasiones la tv transmitía partidos del torneo local o internacional, generalmente los domingos. Para lo demás, la radio se encargaba de transmitirlo todo, de ahí la importancia de gente como Pocho Rospigliosi.
Pocho era dueño de una radio llamada “El Sol”, la cual contaba con un programa deportivo estrella llamado “Ovación” (“Un Perú en sintonía”, era el slogan) y una revista homónima. Dicha emisora transmitía la mayor parte de los partidos del fútbol local. Debo haber pasado de 1975 hasta 1985 pegado a la radio escuchando sus opiniones acerca de tal o cual partido. Igualmente se encargaba de otros deportes. Al término de los eventos deportivos tenía programada música: argentina y criolla. Incluso había un programa para Beatlemaniaticos. Estando en el último año del colegio, fui a dicha radio a hacer una entrevista para el pequeño diario que sacábamos en el cole. Realmente no tenía nada de extraordinario la radio. Estaba en un edificio, construido en los años cincuenta, y contaba con un ascensor, cuyas puertas tenían la inquietante costumbre de abrirse antes de tiempo.
DOS
Pocho era pequeño y gordo; caucásico y con alopecia. Conocía y entrevistaba, con aplomo y solvencia, a ídolos de la talla de Pele, Maradona o Cubillas entre otros. A toditos los conocía PR. Tenía la técnica de hacer de la entrevista una charla amical. Él no era relator, fungía de comentarista, el cual daba su opinión en medio del partido. Ojo, que no era el mejor en aquella función. El más sobresaliente, en Radio el Sol, era Enrique Valdez (el chileno). Nunca me perdía sus comentarios sabrosos, punzantes y claros; aun lo recuerdo perfectamente. Pero Pocho era el dueño del circo, cuando hizo su programa dominical, por televisión llamado “Gigante Deportivo” (duraba 4 horas creo), insólitamente para mí, don Enrique no formaba parte del elenco.
El que siempre estaba era Micky, su hijo, el cual tenía un año más que yo. Lo odiaba. Escuchaba sus declaraciones vacuas e incluso bizarras con respecto a un hecho o acción de un partido. Encima su viejo le seguía dando pelota para que siga comentando. Siempre que hablaba, trataba de encontrarle el punto negativo o denostarlo por lo simplón de sus comentarios. Al tiempo me di cuenta que era envidia. Visto en retrospectiva Micky, era un niño de solo 15 años, con las limitaciones lógicas de un pendex comparado con los otros integrantes del staff. Pero mi encono estaba justificado en ese momento, mientras él estaba en el gramado viendo el partido en directo, yo trataba de sintonizar, lo mejor posible, con la antenita que tenía mí pequeña y amada, radio a transistores, en mi cuarto, las acciones del juego. A veces, me paraba encima de mi cama para sintonizar mejor el partido. Años después me lo encontré. Fui a entrevistar a El Veco, famoso periodista uruguayo, y me lo topé en el ascensor de la radio. Al instante lo reconocí, me di la vuelta y no le di ni cinco de bolilla, él tampoco, dicho sea de paso, me la dio.
TRES
Al tiempo, estando ya en Asunción, me enteré de su quijotesco accionar contra la mafia de Delfino y Burga y veía sus intervenciones televisivas. Había mejorado muchísimo, era otro y con una solvencia que era la secuela lógica de una personalidad interesante.
Recuerdo que la revista Ovación se vendía como pan caliente en los setenta y ochenta. Toda la fanaticada del balón la comprábamos compulsivamente (bueno, mi viejo me la compraba). Debo de ser justo, a excepción de la columna de Pocho y de ciertos invitados (por ejemplo, Mr Huifa), la calidad de los restantes escritos era pobres, de muy bajo nivel. En cierta ocasión, supe que el gordo no corregía sus escritos, los pasaba inmediatamente a impresión. Ahora las fotos y demás datos estadísticos eran buenos, muy buenos.
Comprar el diario “El Comercio” y leer la gran cobertura dedicada a los mundiales de fútbol era religión para mí. Vivimos con él los hechos más trascendentes del deporte nacional. En 1988 falleció. No vivió el declive del fútbol peruano y sus secuelas. Yo no volví a sintonizar por radio ni partidos de fútbol, ni música. Ahora cuando veo mi cuñado Nelson escuchar por radio, los avatares del juego de su querido club, me entra cierta nostalgia de adolescencia y los recuerdos de aquellos años se atropellan. Esbozo una ligera sonrisa recordando a Pocho Rospigliosi y su troupe.