Catolicismo

[El dedo en la llaga] El MVC, o Movimiento de Vida Cristiana, fundado en 1985 por Luis Fernando Figari y aprobado en 1994 como asociación internacional de fieles de derecho pontificio por el ahora extinto Pontificio Consejo para los Laicos. Desde septiembre de 2016 hasta su supresión en enero de 2025, el MVC dependió del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida. De las asociaciones fundadas por Luis Fernando Figari, todas ellas suprimidas por la Santa Sede por falta de carisma fundacional, el MVC era la más numerosa, pues para pertenecer al MVC el único requisito era participar de sus actividades, repartidas en diferentes grupos asociados: Agrupaciones Marianas, Familia de Nazaret (para parejas de esposos), Betania (para mujeres adultas), Emaús (para varones adultos), Simeón y Ana (para personas de edad avanzada), iniciativas de acción social como Solidaridad en Marcha,  Pan para mi Hermano, Christ in the City, y otras asociaciones diversas.

Poco se ha sabido de abusos cometidos en el MVC, pues durante un tiempo, después de la publicación del libro reportaje “Mitad monjes, mitad soldados” de Pedro Salinas y Paola Ugaz en octubre de 2015, se creyó que los abusos se restringían al Sodalicio de Vida Cristiana, una sociedad de vida apostólica integrada por laicos consagrados y sacerdotes que vivían en comunidades pequeñas. Sin embargo, en febrero de 2016 me llegó el testimonio de un exmiembro del MVC, que detallaba abusos cometidos en su mayoría por emevecistas. La víctima no quería en ese momento perjudicar al MVC haciendo público su testimonio, no obstante los abusos sufridos. Pero dado que el MVC ha sido suprimido junto con el Sodalicio de Vida Cristiana, ese reparo carece actualmente de objeto. Se respeta el deseo de la víctima, proveniente de un estrato social de clase media baja, de permanecer anónima. Asimismo, para evitar que se la identifique, se han cambiado los nombres de la mayoría de las personas implicadas en esta historia. Los lugares mencionados son todos localidades ubicadas dentro de Lima metropolitana. 

* * *

Tuve una gran excusa, en mi caso, para no adquirir el libro “Mitad monjes, mitad soldados”: la cuestión económica. Además —esto era lo más importante—, consideraba que lo “poco” revelado del libro en los medios me bastaba para iniciar y culminar un proceso de sanación interior. Pero casualmente lo vi en Lince en versión pirata y creo que también, por la vergüenza de verlo expuesto, lo adquirí. Mis disculpas a Pedro Salinas y a todos los implicados en la edición.

Todos los testimonios apuntan a lo mismo. Incluso el único testimonio positivo trata de un sistema que procuró el sometimiento, que atentó contra la libertad, hizo daño y perjudicó en el tiempo la vida de muchas personas, siendo las primeras víctimas los mismos miembros. Y aunque hubo diferencias respecto al MVC, ¿acaso no hubo también victimas allí?

En 1994, cuando yo 15 años de edad y ya tenía dos años de agrupado mariano, conocí en la Urbanización Apolo al P. Antonio Santarsiero, quien llegaría a ser obispo de Huacho, en ese entonces rector del seminario “Casa de San José”. Yo iba a rezar de vez en cuando a la capilla que tenían allí. Él conocía a Germán Doig. Conversamos varias veces, incluso me propuso crear una agrupación con los acólitos (menores que yo), además de ver lo de mi vocación religiosa, pues desde niño he tenido una inquietud religiosa, y no sabría decir si en ese entonces era por una cuestión intelectual, espiritual o quizá psicológica, ya que no he vivido con mi padre y siempre esperaba que regresara a casa.

En esa época yo iba al Centro Apostólico San Juan Apóstol en La Victoria. Emocionado por lo de formar una agrupación, se lo comenté a César Salazar y él, a su vez, a Humberto del Castillo, quien opinó que no era algo prudente. César me lo dijo y asumí que tenía que dejar las cosas tal como estaban. No volví a ir a la capilla. Antes busqué a JQ, quien hacía poco había dejado de ser mi animador, y le conté sobre el P. Santarsiero y lo de mi inquietud religiosa. Me dijo que yo era muy joven y que no me preocupara todavía.

Mi primer animador estuvo discerniendo tres años en una “casa” para ser consagrado emevecista o sodálite. Cabe mencionar que no era ni blanco, ni alto ni tenía plata. Mis referentes eran también Miguel Saravia, Santiago Garcés y Francisco Almonte, el primero por ser alguien cercano, el segundo por ser radical y el tercero, porque me parecía místico. Por lo mismo, yo quería ser consagrado del MVC, sin saber que en realidad las cosas no estaban definidas. Esperaba con ansias terminar la educación secundaria y empezar a discernir en aquellas “casas”.

En 1996, ya con 17 años le comunico a LFLL, mi animador en ese tiempo, que quería discernir. Se alegró, se lo comunicó supongo que a VP, quien quería que yo fuera sodálite, y fue éste último, no mi animador, quien me dijo que la instancia en el MVC para el tema de discernimiento era Miguel Saravia. Yo esperaba un cambio de grupo, no porque quisiera separarme de mis hermanos de agrupación, sino porque me parecía lo adecuado, pues ninguno más quería renunciar a ser casado, por decirlo de algún modo, y después ir a vivir a una de esas “casas”.

Empecé a conversar con Miguel. Al año siguiente ingresé al Instituto Superior Pedagógico Catequético (ISPEC) para ser profesor de religión. También empiezo a hacer apostolado, primero en la parroquia y luego en un barrio. Es allí donde me presentan a quien ahora es mi esposa. Pasados unos meses, nos hicimos enamorados. Yo lo veía como algo también querido por Dios, pues sólo conversaba con Miguel y me encontré con ella haciendo apostolado.

Sucedió que hubo en mi casa un problema grave y mi madre ya no pudo seguir ayudándome a pagar las pensiones del ISPEC, de modo que tuve que retirarme. José Pablo del Nogal, quien era entonces mi nuevo animador, iba a vender libros de la editorial Vida y Espiritualidad (VE) al ISPEC. Al enterarse de mi salida, habla con Alan Patroni, quien entonces era director del instituto, y éste ofrece ayudarme. Yo tenía buenas notas y también era delegado del salón, y creo que le caía bien a la Hna. Julia, directora de estudios del ISPEC. José Pablo del Nogal me avisa y me dice que regrese y vaya al ISPEC, Alan Patroni incluso era mi profesor. Al tercer día me llama la secretaria donde la Hna. Julia y ésta me reclama gritándome que por qué estaba allí si yo mismo había pedido mi retiro (pues fue a ella a quien le había contado del grave problema en mi casa) y además que quién se cree el sodali (así llamaba a los sodálites y José Pablo del Nogal usaba barba [aunque era sólo emevecista]), que aquí mando yo y ni siquiera el cardenal se puede meter. Sorprendido y triste, me retiré. Se lo conté a José Pablo y se molestó, así que volví otro día a hablar con el mismo Patroni. Él, con un poco de vergüenza o malestar, me dijo que no podía hacer nada y que las cosas dependían de la Hna. Julia. José Pablo le dijo a todos los de mi agrupación que yo era un quedado, que la monja me puso mala cara y que yo me fui. Esta fue la primera vez de muchas que él manifestó un prejuicio hacia mí.

Al poco tiempo me encuentro con el P. Santarsiero en la parroquia. Habían pasado tres años desde nuestra ultima conversación. Así que en la sacristía, después de Misa, nos pusimos a conversar y me da trabajo en el seminario. Tuve una fuerte experiencia de oración, pues el trato era que me presentara una hora antes para rezar. Le conté lo del ISPEC y también que tenía enamorada. Conversé mucho con él y otra vez me propuso lo del discernimiento. Yo no sabía qué decidir, qué hacer y se lo preguntaba a Dios. ¿Y el MVC? Porque yo creía que Él me había llamado al Movimiento. Y así pasaron los días y algunas semanas, hasta que decidí terminar con mi enamorada y luego conversar con mi animador José Pablo. Éste me dijo que el Padre me estaba manipulando, ofreciéndome cosas y que tú te tienes que quedar con nosotros, que Dios te ha llamado aquí, etcétera, etcétera. Así que el Padre era el malo de la película, e incluso le envié una carta perdonándolo por haberme manipulado.

José Pablo no se lo consultó a nadie, lo decidió en el momento en el que nos encontramos. El Padre fue prudente al decirme lo siguiente: “Si no es tu vocación, aquí lo vas a descubrir y el estudio te va a quedar. Si estudias bien, también podrías ir a Italia”. Incluso después de contarle de la grave situación de mi casa, hizo a un lado su propuesta inicial y me dijo con cierta pena y empatía: “Conozco al embajador… puedes viajar a Italia, trabajar y ayudar a tu familia”. A decir verdad, no le puse atención a esto, pues mi prioridad era saber dónde quería Dios que me quedara. Cuando el Padre me acompañó a mi casa para conversar con mi madre, no la encontramos. Ahora que recuerdo, en el MVC a mí jamás me preguntaron ni siquiera de refilón por mi familia.

De modo que dejé al Padre y seguí en el MVC. No regresé durante casi dos meses con mi chica y en aquel tiempo —antes de regresar con ella— las cosas siguieron igual: esperé a que me dijeran que converse con un sacerdote sodálite o algún consagrado, o que pasara a algún grupo de discernimiento, y nada. Regresé con ella y decidí formarme para el matrimonio. Así que busqué material para estudiarlo y a ella busqué involucrarla en el MVC, pero no se sentía a gusto, de modo que se dedicó a la parroquia. Ella me llevó algunas veces a la casa que las Misioneras de la Caridad de la Madre Teresa de Calcuta tienen en La Parada. Con Óscar Alvarado fui varias veces al Hospital del Niño.

Lo que encontré fueron los folletos que editó VE [Vida y Espiritualidad] con la Conferencia Episcopal Peruana. El de Luis Fernando Figari se agotó. Aún así lo pude leer, al igual que el de Pedro Morandé, y lo que fue para mí como el descubrimiento del fuego por el tema de la fenomenología (que me acompaña hasta el día de hoy pero ésa es otra historia) fue el folleto de Alfredo García Quesada. Por decirlo de alguna manera, consideraban las cosas desde la cúspide de la estructura humana sin considerar la afectividad y sus reacciones, así como la sensualidad y la necesaria y posible reorientación de estas dos esferas de las que también se compone el hombre. A pesar de mi esfuerzo, considerando todo lo que un emevecista normalmente hacía, no pude evitar las reacciones. Más aún cuando lo único que había aprendido o recibido respecto al tema se reducía a “la guerra contra la lujuria la ganan los cobardes, los que huyen”. No me excuso, pero también estaba el desconcierto y el voluntarismo, el no saber qué hacer, pues sí nos queríamos, hubo amor entre nosotros (yo y mi enamorada) en todas sus dimensiones. Rezar más, leer más, más ejercicio…. Después de más de un año, pasó lo que no quería.

Luego de aquella primera experiencia busqué a VP. Su comentario al verme y escucharme sobre lo sucedido fue: “Tranquilo, mis hermanos le dan duro”. Si bien yo le tenía respeto a aquella agrupación mayor, lo que me dijo no redujo para nada mi turbación y sentimiento de culpa. José Pablo del Nogal, cuando se enteró, me dijo: “¡Ah, ya te la cachaste!” Me puso un ultimátum. “Si vuelve a pasar, la dejas”. Miguel Saravia no estaba de acuerdo con esto último, pero me dijo algo aún más perturbador: “Tienes que entender que las relaciones sexuales entre los no casados es una especie de masturbación de a dos”.

Fue en el año 1999 cuando se creó el Instituto Superior Pedagógico Nuestra Señora de la Reconciliación [bajo gestión del Sodalicio de Vida Cristiana]. Allí me encontraba, el mejor año de mi vida en cuánto al estudio, cuando José Pablo me planteó: “O la dejas, o te vas”. Para sorpresa de todos, me fui por primera vez de la agrupación. Pensé: “Otra vez no le voy a hacer caso”, creyendo también que iba a poder solo con un problema que no sabía como resolver. Y de repente ocurrió lo del embarazo.

A aquellos que me trataron con indiferencia o rencor, que me cerraron puertas y me juzgaron, empezando por mis hermanos de agrupación, que luego ante situaciones similares lograron evitar los embarazos, pues la prudencia tuvo forma de condones y pastillas, los seguí estimando y respetando.

Durante varios años pedí apoyo moral para casarme y se me decía que no. Muchas veces se me presentaba el siguiente dialogo con mi enamorada:

Ella: Tú me amas.

Yo: Yo te amo.

Ella: Y si me amas, ¿por qué no te casas conmigo?

Yo: Tú no entiendes….

Y se generaban los conflictos externos e internos.

Por ese entonces, el Centro Apostólico San Juan Apóstol alquiló después del año 2000 por segunda vez una casa en Balconcillo. Yo la cuidaba. Me lo permitió Roberto Gálvez, coordinador del Centro y el último animador de agrupación que tuve. Me instalé allí antes de la inauguración. La casa estaba sucia y ocupada con muebles viejos. En el último piso había un palomar. Aparte del polvo y del olor a excremento de palomas, creía yo que eran éstas las que hacían ruidos en la madrugada. Pero se trataba de una rata, que fue descubierta y matada por Homero Álvarez después de limpiar, pocos minutos después que Iván Torres me preguntara que cómo había pasado las noches y yo le hablara de los ruidos de las palomas en la madrugada. Algunas veces cortaron la luz eléctrica, una vez el agua y por varios días. Lo más incomodo fue cuando cambiaron la cerradura y no me avisaron, y estuve hasta muy tarde tratando de abrir la puerta para entrar a descansar.

En una oportunidad trajeron una botella de ácido muriático y la dejaron en el baño. Llegué en la noche y la vi, la cogí y pensé en matarme de una vez y acabar así con todo. Hacía tiempo que padecía de una depresión. Mi vida en ese tiempo era triste y no le veía salida. Me sentía mal, las culpas me pesaban demasiado, me creía un traidor, traidor al llamado que el Señor me había hecho y un fracasado. Ciro Beltrán, quien conversaba conmigo, me llegó a decir que yo padecía una especie de SIDA espiritual, porque mis defensas estaban bajas. Mis hermanos de agrupación me trataban mal, especialmente uno. El motivo era que yo ya tenía un hijo. Mi enamorada salió embarazada después de dos años de relación.

Tomé la botella de ácido y la abrí. Hacía poco Ciro Beltrán me había regalado un par de anteojos con lentes de resinas. Me acerqué al wáter y eché el ácido sobre los lentes. Al ver lo que ocurrió, me arrepentí de lo que pretendía hacer.

Por una discusión que tuvimos, Ciro ya percibía que yo estaba mal, y me envío a hablar con Santino Moreno. No sabía cómo contarle las cosas, pues yo mismo no consideraba la pena, la angustia, el dolor de años respecto también al Plan de Dios para mí. Y le conté de mi supuesta homosexualidad, enquistada por el temor de mi madre desde que tengo memoria y de la amenaza de mi novia, porque había salido embarazada otra vez y decía que iba a abortar, ya que no nos casábamos. Aun así, conversar con Santino me alejó de aquella idea del suicidio.

Al poco tiempo me fui, experimentando todo lo que implica haber participado durante años, añorando volver y lamentándome, pero quedarme en mi agrupación era ya insoportable para mí.

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Abusos, Catolicismo, Iglesia católica, movimiento de vida cristiana, sodalicio de vida cristiana, suicidio

[El dedo en la llaga] José Luis Pérez Guadalupe (nacido el 8 de abril de 1965 en Chiclayo, capital de la región Lambayeque en el Perú) es todo un personaje. Tiene títulos académicos de licenciado y magíster en Sagrada Teología (Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima), licenciado en Ciencias Sociales (Pontificia Universidad Gregoriana de Roma), licenciado en Educación (Pontificia Universidad Católica del Perú), maestría en Criminología (Universidad del País Vasco), maestría en Antropología (Pontificia Universidad Católica del Perú), doctor en Ciencias Políticas y Sociología (Universidad de Deusto, del País Vasco). A partir de 1986 se desempeñó como agente de pastoral carcelaria en el Establecimiento Penitenciario de Lurigancho. Esta experiencia lo llevó a realizar investigaciones en el campo penitenciario y criminológico, que tuvieron como resultado que en el año 2011 le fuera confiada la presidencia del Instituto Nacional Penitenciario (INPE), que desempeñó hasta febrero de 2015, cuando fue nombrado Ministro del Interior en el gobierno de Ollanta Humala, culminando este encargo en julio de 2016.

Pero también fue uno de aquellos a los que el Sodalicio les declaró personalmente la guerra, declarándolo enemigo de la institución, ya desde aquellos años en la década de los 80 en que era un simple estudiante de teología, al igual que yo, en la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima. Era conocido coloquialmente como “el Diablo” entre nosotros sodálites.

En septiembre de 1992 la Conferencia Episcopal Peruana le publicó el libro ¿Por qué se van los católicos? El problema de la “migración religiosa” de los católicos a las llamadas “sectas”. Este libro, si bien se centraba en lo que Pérez Guadalupe llama Nuevos Movimientos Religiosos (NMR), en su mayoría de impronta evangélica, también incluía en una parte una crítica a ciertos movimientos católicos —entre ellos la Renovación Carismática Católica, el Camino Neocatecumenal y el Sodalitium Christianae Vitae— por sus características sectarias, o más bien, elitistas.

La crítica al Sodalicio no era por abusos cometidos —de los cuales no se sabría públicamente nada hasta que el año 2000 José Enrique Escardó escribiera una serie de artículos en la revista Gente, dando a conocer por primera vez abusos que él mismo había sufrido en la institución—. Pérez Guadalupe, sin considerar al Sodalicio necesariamente como algo malo, resaltaba —en el marco de una crítica general que incluía a otros movimientos católicos— su carácter exclusivista y elitista, que no se compaginaba con la esencia de lo que es católico.

He aquí lo que decía:

«Es innegable que en las últimas décadas nuestra Iglesia católica ha experimentado una efervescencia laical manifestada fundamentalmente en la aparición de diversos grupos y movimientos apostólicos. Estos grupos, que definitivamente son una bendición para nuestra Iglesia, también tienen, como todo grupo humano, sus originalidades y excesos. Algunas personas están viendo en algunos de estos grupos rasgos sectarios muy parecidos al de los grupos no católicos; algunos autores inclusive comienzan a hablar de ‘sectas católicas’».

En una sustanciosa nota a pie de página precisaba este concepto:

«Aunque la definición de ‘secta’ en la actualidad es un problema todavía no resuelto, personalmente creo que podemos llamar ‘secta’ (o actitud sectaria) a todo grupo religioso que se cree el único que ha recibido la revelación de Dios y el único que va a ser salvado por él. En este sentido me parece que no podemos hablar de ‘sectas católicas’ sino más bien de ‘élites católicas’; entiendo por ‘élite’ (o actitud elitista) a todo grupo religioso que cree ser el mejor intérprete de la revelación de Dios, y cree que su forma de vivir la religión y practicarla es la mejor. Queda claro que en mi opinión la actitud sectaria es la que cree ser la ‘única’; y la ‘actitud elitista’ es la que cree ser, no la única, pero sí la ‘mejor’. En este sentido, según mi opinión, es más exacto hablar al interior de nuestra Iglesia de ‘Élites Católicas’ que de ‘Sectas Católicas’. Cabe indicar que, cuando digo ‘Élites Católicas’, no quiero decir que sean realmente élites, sino que se creen élites. En este sentido tomo el término como una ‘actitud’ (elitista) y no como una realidad».

Pero donde llegaba la crítica más aguda y punzante de este pequeño libro era en el siguiente texto:

«Los movimientos apostólicos que han logrado cohesionar e integrar la experiencia personal y la experiencia comunitaria son los que precisamente tienen más desarrollo pastoral, por ejemplo: la Renovación Carismática Católica, las comunidades neocatecumenales, Sodalitium Christianae Vitae, etc. Pero en estos 3 grupos mencionados justamente por su cohesión comunitaria, hay un peligro inminente de que surja un espíritu exclusivista y de superioridad sobre el resto de católicos».

Y en nota a pie de página desarrollaba aún más esta idea:

«Uno de los rasgos más patentes de este sentimiento de superioridad y exclusivismo es su ‘sentimiento de intocabilidad’; muchas veces los miembros de estos grupos se creen los intocables, y creen que su grupo es intocable. No se les puede hacer ninguna alusión y menos una crítica. Muchas veces se creen, no parte de la Iglesia, sino la (verdadera) Iglesia, llegando inclusive algunos carismáticos a decir que la Renovación Carismática no es un movimiento de la Iglesia, la “la Iglesia en movimiento” y algunos neocatecúmenos dicen que ellos no son un movimiento de la Iglesia, sino “el camino de salvación”. Estas mismas características también se pueden apreciar en algunas facciones del Opus Dei».

La conclusión a la que llegaba era demoledora:

«Este sentimiento de identificación más grupal que eclesial, llega a un grado realmente inadmisible cuando lo encontramos en algunos sacerdotes: ya no son sacerdotes de la Iglesia, sino de su movimiento. Si llegan a ser párrocos, la cosa se vuelve inaudita, ya que desgraciadamente formarán parroquias carismáticas, o neocatecúmenas, o sodálites, pero ya no parroquias católicas.

Hasta aquí podemos ver que ese espíritu ‘sectario’ o ‘elitista’ que vemos en los grupos no católicos, es un fenómeno hasta cierto punto normal y comprensible, pero de ninguna manera aceptable».

En ese entonces Pérez Guadalupe no sospechaba que iba a suceder con su libro lo que él mismo había escrito en él: «No se les puede hacer ninguna alusión y menos una crítica». Pues de inmediato la maquinaria sodálite se puso en marcha para acallar el texto. Los sacerdotes sodálites José Antonio Eguren y Jaime Baertl movieron sus influencias eclesiásticas. El Vicario General del Sodalicio, Germán Doig, afirmó que la presentación del libro, suscrita por el obispo auxiliar de Lima Mons. Oscar Alzamora, no podía haber sido redactada por él. En otras palabras, que esa presentación era una falsificación, no obstante que el mismo Mons. Alzamora afirmó después qué él sí la había escrito, pues el libro no contenía ningún error doctrinal. Finalmente, el libro fue retirado de los estantes en el local de la Conferencia Episcopal Peruana y vetada su venta.

¿Quién consumó esta censura? Pues nada menos que Mons. Miguel Cabrejos, quien entonces era obispo auxiliar de Lima y secretario general de la Conferencia Episcopal Peruana. El mismo que llegaría ser presidente de la Conferencia Episcopal Peruana y presidente del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM). El mismo que se limitaría a emitir comunicados tibios sobre el Sodalicio, sin organizar ninguna atención pastoral a las víctimas. El mismo que diría falsamente que la Conferencia Episcopal Peruana bajo su mandato había repetido que el Sodalicio no tenía carisma fundacional, como declaró sin vergüenza alguna al diario La República en una entrevista publicada el 22 de enero de este año:

«Un segundo punto muy importante, que no es nada nuevo, es que a partir de la constatación de la falta de un carisma fundacional, y esto la Conferencia Episcopal lo viene repitiendo años y años atrás; entonces, frente a la falta de un carisma fundacional con el señor Luis Fernando Figari y, además de eso hemos escuchado las causas, los pormenores y las consecuencias de este acontecimiento para las diócesis del Perú y de la decisión del Papa Francisco, que ya es conocida, de suprimir dicha sociedad de vida apostólica».

Posteriormente, de 1999 a 2011, Pérez Guadalupe fue director de la Comisión Diocesana de Pastoral Social de la Diócesis de Chosica (al este de la arquidiócesis de Lima) y del Instituto de Teología Pastoral Fray Martín, colaborando con el obispo Mons. Norberto Strotmann. Fue en el año 2000, cuando yo aún mantenía vínculos con el Sodalicio, que Pérez Guadalupe me invitó participar como docente del Curso de Teología a Distancia, dirigido principalmente a catequistas y profesores de religión de provincias. Acepté gustosamente, y fue allí donde tuve una experiencia de la Iglesia como Pueblo de Dios como nunca antes la había tenido, lo cual contribuyó a mi proceso de desintoxicación de la mentalidad sodálite, que culminaría recién en el año 2008.

En las conclusiones de su libro censurado, Pérez Guadalupe escribía lo siguiente:

«Aunque yo personalmente prefiero no utilizar el término ‘sectas católicas’ sino más bien el de ‘élites católicas’ (indicando con esto la actitud grupal de superioridad frente al resto de católicos), es indiscutible que cada vez aumenta el número de autores católicos que no sólo han comenzado a hablar de actitudes sectarias dentro de la Iglesia sino que inclusive llaman ‘sectas’ a nuestros Movimientos Apostólicos. Es indudable que hay algunos grupos al interior de la Iglesia que están creando problemas justamente por su actitud cerrada y exclusivista. Habría que investigar aquí, hasta qué punto estos grupos están formando pequeñas iglesias al interior de la católica, o hasta qué punto estos grupos, moderadamente, son el futuro de nuestra pastoral católica».

Aunque tardíamente, las investigaciones ya se están haciendo o se han hecho parcialmente. Y las palabras de Perez Guadalupe resultaron proféticas: los grupos con actitudes cerradas y exclusivistas, como el Sodalicio, resultaron ser menos católicos de lo que se pensaba.

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[El dedo en la llaga] El anuncio de la obra teatral “María Maricón” de Gabriel Cárdenas Luna en el marco del festival de artes escénicas “Saliendo de la Caja” organizado por el Centro Cultural de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP) ha generado reacciones airadas de parte de colectivos católicos, la Conferencia Episcopal Peruana, el Ministerio de Cultura, el Congreso de la República y diversos personajes vinculados a las tendencias más ultraconservadoras del catolicismo peruano. ¿Está justificada esta reacción que no sólo pretenderse quedarse en protestas declarativas, sino que busca una censura de la obra, a fin de que no sea representada ante el público de ninguna manera?

El resumen del contenido de la obra que aparece en el folleto del festival no parece ser motivo suficiente para estas reacciones hiperventiladas:

«Obra escénica testimonial que explora el conflicto entre la religión y el género, a través de la deconstrucción de diferentes vírgenes y santas católicas. Utilizando danzas folklóricas peruanas, cantos y textos religiosos y populares, además de la experiencia de vida personal del performer principal quien es homosexual, la obra teje una narrativa compleja y emotiva que desafía las normas establecidas y celebra la diversidad».

Lo que ha suscitado tantas iras santas es el título mismo de la obra, y sobre todo el afiche, donde aparece un hombre vestido con una ornamentación que suelen vestir las imágenes sagradas de la Virgen María en el panteón de la devoción católica.

En esta línea va el comunicado de la Conferencia Episcopal Peruana, que dice defender «la libertad de expresión. Sin embargo, consideramos, que no es un derecho absoluto y tiene límites, sobre todo cuando riñen con otros derechos como la libertad religiosa, la fe y la devoción del pueblo peruano. Estos límites adquieren mayor rigor si tenemos en cuenta que la PUCP es una universidad católica y pontificia que debe transmitir los valores cristianos y está sujeta a las Enseñanzas y Magisterio Pontificio». Por otra parte, el Ministerio de Cultura «invoca el respeto por los símbolos religiosos, que son patrimonio de nuestro país. El título de la obra y la forma en que se presenta el afiche, con la imagen de un varón que reemplaza la figura de María de Nazareth, atenta contra tres elementos de la fe católica que se recogen en la Sagrada Tradición de la Iglesia Católica, la Sagrada Escritura y el propio Magisterio de la Iglesia». 

Lo que no queda claro es cómo una obra de teatro —o su promoción mediante un afiche— puede atentar contra la libertad religiosa, si consideramos el inciso 3 del artículo 2 de la Constitución Política del Perú:

«Toda persona tiene derecho: A la libertad de conciencia y de religión, en forma individual o asociada. No hay persecución por razón de ideas o creencias. No hay delito de opinión. El ejercicio público de todas las confesiones es libre, siempre que no ofenda la moral ni altere el orden público».

¿Acaso la obra y su afiche impiden que los católicos puedan ejercer libremente sus creencias religiosas? Lo que sí atenta contra libertades constitucionales es censurar la obra e impedir que puedan acceder a ella los que quieran verla. Soy católico, pero no comparto la necedad de Mons. Miguel Cabrejos, quien firma el comunicado de la Conferencia Episcopal Peruana en su calidad de presidente de esa entidad.

¿Hasta qué punto se deben respetar los símbolos religiosos? En la medida en que se respeta a la persona humana y sus creencias. Pero eso no anula la posibilidad de recurrir a la sátira cuando hay motivos suficientes para ello. Y la creación artística abre esas posibilidades. En ese sentido, es legítimo satirizar cualquier símbolo, sea el que fuere. Si se cree que no se puede hacer con los símbolos del catolicismo, entonces no se podría hacer con los del islamismo, del nazismo, del comunismo, del capitalismo, etc. Y en toda sátira hay ineludiblemente una vena crítica que ofende a algunos. Como decía un cura jesuita ya fallecido: son los gajes de la democracia.

¿Significa eso que en el arte todo está permitido? El límite es lo delictivo. Si una obra justifica la discriminación, el racismo y el odio a minorías, o hace apología de conductas criminales, entonces ya no es libertad de expresión sino delito. La valoración de “María Maricón”, una obra que hasta ahora nadie ha visto, debe hacerse sobre la base del contenido de la obra, no del afiche, que no configura ningún delito.

Por otra parte, toda imagen icónica o sagrada de María es una creación humana que se ha generado en determinados contextos sociales e históricos, y ninguna representa fidedignamente a la María de carne y hueso que habría vivido a inicios del siglo I en la pequeña localidad de Nazaret. Si me preguntan, ella debió parecerse más a cualquier mujer palestina que habita la franja de Gaza. Por lo tanto, satirizar artísticamente una imagen de la Virgen María no constituye necesariamente una falta de respeto a la madre histórica de Jesús.

¿Y qué decir de aquellos que exigen que la universidad que está detrás del festival censure la obra porque no es compatible con los valores cristianos que ella representa? Debo aclarar que se llama Pontificia Universidad Católica del Perú, no Pontificia Universidad Católica Conservadora Fundamentalista y Fanática del Perú. La libertad de conciencia está entre uno de los valores fundamentales que, como entidad católica, debe salvaguardar. Además, no se necesita ser católico para estudiar en esa universidad y la libertad de expresión del estudiante debe quedar incólume. Existe el derecho a la crítica y a la sátira, caiga quien caiga.

Hay quien ha hecho el paralelo con sociedades islámicas, donde una falta de respeto a la figura de Mahoma acarrea consigo reacciones violentas y sanciones crueles, incluyendo la muerte. Pero hacer este paralelismo entre católicos y musulmanes es improcedente. La mayoría de los musulmanes que conozco no son así, y eso se da sólo en sociedades teocráticas gobernadas por islamistas radicales y fanáticos. ¿Es que también son así los católicos? La mayoría de católicos no son así, predispuestos al fanatismo y a la violencia verbal … e incluso física.

¿Nos hallamos ante una blasfemia, como ha afirmado el pseudo-periodista Alejandro Bermúdez, expulsado del Sodalicio de Vida Cristiana por el Papa Francisco?

El Catecismo de la Iglesia Católica define así el pecado de blasfemia:

«La blasfemia se opone directamente al segundo mandamiento. Consiste en proferir contra Dios —interior o exteriormente— palabras de odio, de reproche, de desafío; en injuriar a Dios, faltarle al respeto en las expresiones, en abusar del nombre de Dios. Santiago reprueba a “los que blasfeman el hermoso Nombre (de Jesús) que ha sido invocado sobre ellos” (St 2, 7). La prohibición de la blasfemia se extiende a las palabras contra la Iglesia de Cristo, los santos y las cosas sagradas. Es también blasfemo recurrir al nombre de Dios para justificar prácticas criminales, reducir pueblos a servidumbre, torturar o dar muerte. El abuso del nombre de Dios para cometer un crimen provoca el rechazo de la religión».

Es decir, para cometer una blasfemia es requisito creer en Dios, la Iglesia, los santos y las cosas sagradas. Eso no aplica para no creyentes. Manifestar algo ofensivo respecto a cosas en cuya existencia no se cree no califica como blasfemia. Y los creyentes no pueden pretender que a los no creyentes se les aplique las mismas normas morales que valen para ellos.

Además, Bermúdez se olvida de que quien ofendió a la gente religiosa y piadosa de su tiempo fue Jesús mismo, según cuentan los Evangelios. Fue acusado en varios momentos de cometer blasfemia. Tan ofendidos se sintieron los sacerdotes judíos y los fariseos, cumplidores de la Ley, que conspiraron para matarlo y decidieron entregarlo a las autoridades romanas para su ejecución cuando interpretaron una de sus frases ante el Sanedrín como una blasfemia contra Dios.

Lo que sí se puede decir con propiedad es que el Sodalicio es una institución blasfema, pues recurre al nombre de Dios para justificar abusos de todo tipo y prácticas criminales. Y contra esas blasfemias no veo que hayan protestado con tanta vehemencia ni los católicos tradicionales ni la mayoría de los obispos peruanos.

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blasfemia, Catolicismo, censura, homosexualidad, Iglesia católica, Libertad de expresión

El 15 de marzo de este año el Vaticano, a través de su órgano inquisitorial, la Congregación para la Doctrina de la Fe, emitió un comunicado sobre la siguiente pregunta: «¿La Iglesia dispone del poder para impartir la bendición a uniones de personas del mismo sexo?» La respuesta fue negativa. Aunque indignante, era de de esperarse, dada la tradicional postura discriminatoria y anticientífica que la Iglesia mantiene sobre la homosexualidad.

Lo más irritante, incluso para muchos creyentes católicos, fue la manera de fundamentar esta decisión: «no es lícito impartir una bendición a relaciones, o a parejas incluso estables, que implican una praxis sexual fuera del matrimonio (es decir, fuera de la unión indisoluble de un hombre y una mujer abierta, por sí misma, a la transmisión de la vida), como es el caso de las uniones entre personas del mismo sexo. La presencia en tales relaciones de elementos positivos, que en sí mismos son de apreciar y de valorar, todavía no es capaz de justificarlas y hacerlas objeto lícito de una bendición eclesial, porque tales elementos se encuentran al servicio de una unión no ordenada al designio de Dios». La Iglesia «no bendice ni puede bendecir el pecado: bendice al hombre pecador, para que se reconozca como parte de su designio de amor y se deje cambiar por Él».

En otras palabras, la orientación homosexual, que la psicología moderna sacó desde hace ya tiempo del catálogo de trastornos o enfermedades mentales, sigue siendo considerada por la Iglesia como una anomalía en el mundo creado por Dios. O peor aún, como algo que el mismo Dios rechaza.

Se trata de una doctrina basada en un puñado de textos bíblicos interpretados sin considerar el contexto histórico y social de su época. Aplicando la misma metodología deberíamos considerar no sólo la homofobia, sino también la misoginia, la esclavitud, la pena de muerte, el genocidio de pueblos enteros como cosas queridas por Dios sólo porque en tiempos bíblicos se consideraban como normales y aceptables.

Y no es que el texto de esta declaración vaticana incite explícitamente al odio y a la discriminación de los homosexuales. Sin embargo, el lenguaje suave y aterciopelado que emplea no da lugar a confusiones. Con su llamado a la comunidad cristiana y a los Pastores «a acoger con respeto y delicadeza a las personas con inclinaciones homosexuales» se nos da a entender que ser homosexual es para la Iglesia un problema, una aberración, una mancha en ese espejo de perfección y pureza que debería ser la Iglesia según la jerarquía católica. Es claro que para esta gerontocracia —o gobierno de carcamales— los homosexuales no merecen un trato normal —como el que se le concede a cualquier hijo de vecino— sino que, además del respeto debido, deben ser tratados con “delicadeza”, es decir, con un cuidado especial que sólo revela la hipocresía de quienes dicen practicarlo.

El problema abarca mucho más que la simple homosexualidad. El meollo está en la moral sexual de la Iglesia católica, que se ha quedado anclada en esa visión ya superada de que las relaciones sexuales sólo son lícitas, no sólo si expresan amor, sino también si incluyen una necesaria vinculación o apertura a la reproducción del género humano. Todo lo que se salga de este parámetro reproductivo, por más que sea expresión de amor y comunión humana, es condenado como pecado, olvidando que el libro más sexual de la Biblia, un poema de amor apasionado conocido como el Cantar de los Cantares, no menciona para nada la reproducción humana en sus imágenes cargadas de explícito erotismo.

Para completar el cuadro de la infamia, se debe tener en cuenta lo que el periodista francés Frédéric Martel señala en su libro de investigación periodística “Sodoma: Poder y escándalo en el Vaticano” (2019): que un alto porcentaje del clero católico —incluyendo presbíteros, obispos y cardenales— es homosexual, no sólo plátonico sino practicante. De lo cual se puede concluir que los dardos de la actual doctrina católica sobre la homosexualidad sólo se dirigen hacia aquellos gays que han salido del clóset. Mientras eso no ocurra, se puede escalar posiciones en la jerarquía católica, manteniendo los amores prohibidos ocultos detrás de la fastuosidad de los ritos y de las proclamas a favor de la familias compuestas exclusivamente por padre y madre unidos en santo matrimonio y, en lo posible, abiertas a una progenie numerosa. Lo cual deja al margen a una inmensa multitud de seres humanos, que han formado familias que no se ajustan al modelo tradicional pero que se asientan sobre un amor auténtico y sincero.

Como respuesta a esa ceguera de la cúpula vaticana ante el hecho positivo y enriquecedor de las uniones homosexuales, ha surgido en Alemania el movimiento “Liebe gewinnt” (“El amor gana”), que comenzó organizando el 10 de mayo una maratón de servicios religiosos en alrededor de 100 iglesias de toda Alemania para impartir a todas las parejas que se presentaran —tanto hetero como homosexuales— la bendición de Dios. A este proyecto se han unido muchos párrocos y obispos, que mantienen una legítima objeción de conciencia ante la retrógrada e injustificada decisión tomada en el Vaticano.

La página oficial de esta iniciativa resume así su visión, expresada en una declaración oficial: «Ante la negativa de la Congregación para la Doctrina de la Fe de bendecir uniones de parejas homosexuales, elevamos nuestra voz y decimos: Bendeciremos y también acompañaremos de aquí en adelante a personas que se comprometen en una unión vinculante. No les negamos la celebración de una bendición. Hacemos esto dentro de nuestra responsabilidad como agentes pastorales, que les prometemos a seres humanos en momentos importantes de su vida la bendición que sólo Dios obsequia. Respetamos y apreciamos su amor, y creemos, además, que la bendición de Dios está con ellos. Ha habido intercambio abundante de argumentos teológicos y de nuevos conocimientos. No aceptamos que una moral sexual discriminatoria y anticuada sea puesta sobre las espaldas de las personas y socave nuestra trabajo pastoral con las almas».

Ya el Papa Francisco parecería haber tomado distancia, tímida aunque clara, del pronunciamiento de la Congregación para la Doctrina de la Fe en una carta del 23 de abril dirigida al P. Michael Brehl, Superior General de la Congregación del Santísimo Redentor, con ocasión del 150 aniversario de la proclamación de San Alfonso María de Ligorio como Doctor de la Iglesia, donde dice que «el anuncio del Evangelio en una sociedad que cambia rápidamente requiere la valentía de escuchar la realidad, para educar las conciencias a pensar de manera diferente, en discontinuidad con el pasado».

¿Podrá dar la Iglesia católica ese paso de discontinuidad con un pasado  salpicado de abusos, discriminaciones y crímenes que ponen en duda su pretensión de ser santa? Eso recién lo veremos en el futuro. Mientras tanto, muchos pastores de almas en Alemania ya han dado el primer paso al bendecir las uniones homosexuales de personas que quieren dar testimonio de un amor sincero y participar de una comunidad cristiana que los acepte tal como son.

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Catolicismo, Iglesia, Religión
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