Iglesia

José Enrique Escardó Steck, el primer denunciante de los abusos del Sodalicio, conversó con Sudaca sobre su disolución. Además, expuso el hostigamiento sufrido por las víctimas e investigadores durante más de dos décadas en un caso que también involucra al excardenal Juan Luis Cipriani y a más de un político influyente.

Teniendo en cuenta que han pasado más de veinte años desde que se denunció el caso Sodalicio, ¿confiaba que podía ocurrir una decisión como su disolución o veía con resignación que los responsables gozarían de impunidad?

Yo era la persona más escéptica. Lo dije antes, no confiaba en que se iba a disolver el Sodalicio. Pero también dije que en este proceso me he equivocado y esta ha sido una de esas veces. La disolución ha sido una sorpresa para mí.

¿Por qué esta decisión ha tomado tanto tiempo si se trata de un caso tan grave y con tantas víctimas?

Porque los tiempos de la Iglesia son tiempos irracionales, no reacciona a menos que haya un escándalo. Recordemos lo que es la Iglesia, la organización más grande del mundo y no sólo en temas religiosos. He hablado con personas como el cardenal Robert Prevost, quien es el prefecto del Dicasterio para los Obispos, y también Simona Bambrilla, la Prefecta del Dicasterio para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, y hay una sensación de impotencia en los que quieren hacer algo dentro de la Iglesia porque es muy complejo y hay mucha política y muchos intereses.

A lo largo de estos más de veinte años, ¿ha encontrado más representantes de la Iglesia a su favor o en su contra?

Más en contra. Los que apoyan son contados con los dedos de una mano. El grupo de gente que está con el Sodalicio por motivos económicos, interés o poder es mucho más grande. Es realmente David contra Goliat. Pero bueno, como pasó en la Biblia, esta vez David ganó.

La política peruana suele tener una relación muy cercana con líderes religiosos, ¿qué papel jugó la política nacional en el caso Sodalicio?

Es el caso más vergonzoso en la historia del Perú y no sólo por la política sino por el Estado. La justicia peruana no ha hecho nada. El Estado peruano se ha dado por desentendido del caso. Se demostró estos días en Ginebra cuando estuve en el Comité de los Derechos del Niño y logré que le pregunten a la ministra de la Mujer al respecto y respondió algo sumamente vergonzoso demostrando que al Estado nunca le ha interesado. Obviamente hay partidos políticos y políticos individuales vinculados al Sodalicio que tienen negocios con ellos y una relación de poder que no solamente se han puesto del lado del Sodalicio sino que han creado un sistema de desinformación para atacar a las víctimas e investigadores.

¿A quiénes ha podido identificar como estos defensores del Sodalicio?

Todos sabemos que el alcalde de Lima, Rafael López Aliaga, es un admirador de muchas personas dentro del Sodalicio. Lo ha dicho en entrevistas. Dijo que el cura Jaime Baertl, quien maneja el Sodalicio, era un santo y que lo admira. Además, sabemos que treinta y seis  empresas del Sodalicio han entrado en fideicomiso a una empresa que fue fundada por López Aliaga. Eso no puede ser una coincidencia. Su partido está involucrado y el fujimorismo también. Pier Figari es primo hermano de uno de los curas del Sodalicio, Juan Mendoza Figari, y hay una relación muy estrecha. Eso se nota porque cuando pasan estas cosas nadie del fujimorismo y Renovación Popular habla.

¿Qué intereses económicos hay detrás de los defensores del Sodalicio?

Aquí en el Vaticano, todas las personas con las que he hablado, incluyendo al Papa, han manifestado que hay mucho poder del Sodalicio y eso genera una serie de problemas. Además, hay por lo menos nueve obispos involucrados en negocios turbios de los cementerios con el Sodalicio. Hay todo un tema económico y político que cuidan.

Durante muchos años, Juan Luis Cipriani fue la cabeza de la Iglesia en el Perú, ¿qué papel tuvo en el caso Sodalicio?

En el año 2000, cuando publiqué mis columnas, me encontré con Cipriani en una reunión a la que fui como director de la revista Gente. Me acerqué y le dije lo que había publicado, pero no le prestó importancia. A medida que fueron avanzando mis columnas, nos enteramos que Cipriani había llamado a los empresarios católicos y les había dicho que no anuncien en la revista. Tuve que dejar de escribir para que la revista no desapareciera. Luego de eso, supimos que Cipriani recibió denuncias en contra de Figari por abuso sexual y estas se perdieron en el camino y nunca llegaron al Vaticano. Su papel ha sido lamentable y se sabe que también ha tenido denuncias de inconductas sexuales.

¿Las denuncias contra el Sodalicio han padecido algún tipo de censura mediática?

Sí. La Iglesia tiene mucho poder. Sorprende que el año en que salió “Mitad monjes, mitad soldados”, el libro de Pedro Salinas y Paola Ugaz, la cobertura mediática fue absoluta. En cambio, en los últimos años que se ha visto el crecimiento del poder conservador de ultraderecha y católicos radicales dentro de la política y el empresariado peruano, los medios prácticamente han silenciado el tema.

¿Observa cambios en la Iglesia que inviten a creer que se han tomado las medidas necesarias para que no se repita la historia del Sodalicio?

Es una de las cosas que hablé con el Papa Francisco. Esta es la oportunidad para que la Iglesia evite que esto  vuelva a pasar. Pero son cientos de miles de casos en todo el mundo. No se puede hacer de un día para el otro. Fui claro con él sobre el nuevo rumbo que tiene que tomar la Iglesia con respecto a las denuncias de violencia física, psicológica, sexual y espiritual. Esto tiene que ser una oportunidad y debe ser acompañada por las víctimas. Por eso propuse un consejo de sobrevivientes que acompañe este proceso. 

¿Qué respuesta obtuvo por parte del Papa Francisco?

Cuando le presenté el documento escrito y llegamos al punto de consejo de sobrevivientes,  levantó la mirada y me dijo “lo que tú le pidas a Jordi Bertomeu, yo lo voy a firmar”. Entonces creo que fue una clara referencia a que en el centro tienen que estar las víctimas.

¿Podríamos decir que se está abriendo la puerta a un cambio en la Iglesia?

Creo que hay una postura del Papa y las personas en las que él confía para este proceso. Yo no hablaría de la Iglesia en general. Porque la mayoría tiene otra visión y eso es lo peligroso. El Papa está anciano y enfermo, entonces no sabemos qué podrá pasar en los próximos años. Tenemos que vigilar que este proceso sea realizado de una manera muy cuidadosa para que no se escape nada por las rendijas, porque el Sodalicio es muy hábil para encontrar escapes.

¿Este poder e influencia que tiene el Sodalicio se ha manifestado a través de amenazas?

Desde que comencé, el Sodalicio hizo una campaña para tratar de destruir mi credibilidad. Me han llamado desde el anticristo hasta que estoy loco, soy adicto y abusador de mujeres. En los últimos años hay artículos en mi contra e insultos en las redes escritos por personas vinculadas al Sodalicio y, obviamente, es por encargo de ellos que nunca hacen las cosas de frente sino que encargan a terceros. Además, también he recibido amenazas de muerte en contra mía y de mi hija y amenazas contra la integridad sexual de mi hija desde que ella tenía cuatro años. Eso viene pasando desde hace 25 años.

¿Considera que hay un incremento del fanatismo religioso y que ello ha repercutido en este hostigamiento?

Perú está convirtiéndose en el Afganistán de Latinoamérica. Es el país donde el conservadurismo está teniendo un poder y presencia muy grande. Lo hemos visto en la forma en que reaccionaron a la obra “María Maricón”. En el caso Sodalicio, con los intereses que hay, hemos visto cómo han querido destruir a Paola Ugaz y Pedro Salinas con las denuncias. Ante cualquier persona que hable, el Sodalicio viene con su maquinaria aplanadora y esto va a seguir. El Sodalicio no va a querer morir sin matar. Van a seguir queriendo destruir a todos los que puedan.

Se ha hablado de la política y la Iglesia, pero ¿cómo se podría evaluar el trabajo de la justicia peruana en estos casos de abusos?

La justicia peruana siempre se escuda en la prescripción. Como hay mucha carga, dicen que ya prescribió y así no tienen trabajo. Además, como hay presiones muy fuertes de la política y la propia Iglesia, entonces tienen miedo y no hacen su trabajo. Ya sabemos que en la época de Patricia Benavides había un abogado del Sodalicio que bloqueaba las denuncias contra ellos y hacia que corran muy rápido las que eran contra los denunciantes e investigadores del Sodalicio. 

¿Cuál era el plan detrás de estas denuncias?

La forma en que funciona es con los propios esbirros del Sodalicio escribiendo cosas en sus propios medios, como en La Abeja, Willax o Expreso, y creando en la opinión pública una idea. Ellos mismos inventan las historias y hasta crean chats falsos, y luego, con ese material inventado, van a la fiscalía y dicen que ha salido todo eso en los medios y hay que denunciar a tal persona. Después meten presión en la fiscalía a través de políticos y generan todas estas falsas acusaciones, como que Paola Ugaz es miembro de una organización de lavado de dinero y que trafica plutonio y uranio con la familia Vargas Llosa en Piura. 

¿Perú dejó de ser un estado laico?

Un gran termómetro de esa situación ha sido lo que ocurrió con la obra “María Maricón” y cómo reaccionó el grupo más conservador del catolicismo peruano y la manera en que reaccionó el Estado con comunicados del Ministerio de Cultura pidiendo explicaciones sobre la afectación de la fe católica o la Defensoría del Pueblo pidiendo que interpele al ministro de Cultura. Eso pasa en un estado confesional teocrático y creo que estamos yendo en ese camino. Pero esta disolución del Sodalicio es un mensaje fuerte para el conservadurismo peruano que pueden tener todo el poder que quieran pero todavía tenemos personas que luchan por la verdad.

Ha mencionado los vínculos del Sodalicio con políticos y partidos, como Rafael López Aliaga y Fuerza Popular, quienes aparecen en las encuestas presidenciales. Si alguno de ellos llega al sillón presidencial, ¿estaríamos ante un posible pacto de impunidad para los responsables de estos tipos de abusos?

Creo que sí. Yo reto a cualquiera que haya una minería de declaraciones o tuits de todos los que están vinculados a estos partidos y enseñen alguno en el cual hayan hablado del caso Sodalicio. No hay. Hay silencio o ataque a las víctimas y a los investigadores. Es muy claro por donde va el asunto y cuáles son los pactos que se han cocinado en el Perú hace varios años. No me sorprendería que pronto busquen promulgar una ley contra la blasfemia y vayamos avanzando de un estado laico a uno teocrático.

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Cipriani, Iglesia, José Escardó, Sodalicio

La segunda parte acontece quince años después. Peter Lavin ha colgado los hábitos y vive con su esposa y dos hijos en Montreal. El caso se ha reabierto y hay víctimas dispuestas a declarar. Lavin es arrestado y llevado a St. John para enfrentar cargos de abuso sexual, aunque en todo momento se declara inocente. Kevin, la víctima principal de Lavin, sin embargo, no quiere participar del juicio pues eso reabre heridas que aún no han sanado. Steven, otra víctima de abusos, ha caído en el alcoholismo y la drogadicción y su vida laboral es inestable. Cuando declara en el juicio, la defensa revela que a sus dieciséis años de edad también abusó sexualmente de niños de siete años en el orfanatorio. Derrumbado emocionalmente, Steven terminará suicidándose con una sobredosis de drogas. Este incidente convencerá a Kevin de la necesidad de declarar contra Lavin en el juicio.

La película resulta particularmente importante, porque allí están presentes todos los elementos del abuso sexual eclesial: los abusos cometidos contra menores por guías y maestros espirituales con autoridad sobre ellos, la incredulidad inicial ante los relatos de las víctimas, el encubrimiento efectuado por las autoridades eclesiásticas e instituciones de la sociedad, la impunidad de los responsables y su traslado a otras locaciones con el fin salvaguardar la imagen institucional de la Iglesia, los traumas persistentes en las víctimas, la negativa de algunas víctimas a dar testimonio de sus experiencias, la reproducción de conductas abusadoras por parte de algunas víctimas, la revictimización al cuestionarse los testimonios de víctimas que quieren hablar, la indolencia de los abusadores y la complicidad de altos miembros de la sociedad.

El film termina con una nota ambigua, pues no sabemos si Peter Lavin será sentenciado o absuelto. Pero lo que más inquieta es un detalle sobre lo podría haber hecho después de ser destituido de su puesto de director del orfanato. Su mujer, apabullada por el testimonio de Kevin, al cual le da absluta credibilidad, le pregunta en una habitación durante un receso del juicio, si había tocado a alguno de sus propios hijos. La respuesta de Lavin es inquietante y ambigua: “Pregúntaselo a ellos”.

Muchas víctimas no hablan y se llevan su trágico secreto a la tumba. Pero si quieren saber qué han vivido, pregúntenle a ellas con todo respeto. Y créanles. Es tal vez lo que más necesitan y lo que piden con urgencia.

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abuso sexual, Iglesia, Iglesia católica, victimas sexuales

La jerarquía católica suele andar muy descaminada cuando se mete en asuntos terrenales o cuando se abstiene de hacerlo (véase nomás el vergonzoso silencio del papa Francisco respecto de lo que sucede en Nicaragua). El comunicado reciente de los obispos peruanos no hace sino corroborarlo.

La del estribo: imperdible la exposición Memoria [en] femenino Antológica, de Ana de Orbegoso, que se presenta en el ICPNA de Miraflores. Va hasta el 18 de setiembre. Igual, hay que acudir al MAC y ver con especial atención la exposición de Elena Damiani, Ensayos de lo sólido. Va hasta el 2 de octubre.

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Ejecutivo, Iglesia, obispos del Perú, Palacio de Gobierno

Cae también bajo el escrutinio de Andreas Sturm el poder de la Iglesia, que no admite disensos entre sus filas, y el clericalismo, que excluye a los fieles laicos de la toma de decisiones y de una participación democrática en la configuración de las comunidades locales, otorgándoles poder absoluto de decisión sólo a los obispos y sacerdotes. Y, por supuesto, no se olvida de señalar la marginación de las mujeres de muchos cargos y funciones en la iglesia.

Ciertamente, el escándalo de los abusos sexuales y su encubrimiento forma parte sustancial de sus reflexiones, más aún cuando él ha tenido en ocasiones que hablar como representante de la parte abusadora, no sin que ello haya ido acompañado de conflictos de conciencia por la manera en que la Iglesia ha maltratado a las víctimas.

 Así resume Andreas Sturm su decisión al final de su libro:

«Yo siempre quise ser sacerdote. Sacerdote como pastor de almas para los seres humanos. Yo quería hablar de este Jesucristo, que redime mi vida y la enriquece en muchos aspectos. Yo siempre quise bautizar niños y prepararlos para recibir los sacramentos. Yo quería celebrar misa con una comunidad y poner en las manos amorosas de Dios lo que hemos experimentado y vivido, quería celebrar la redención e implorar fuerza y consuelo para la siguiente semana. Yo quería acompañar a las parejas en su amor y al inicio de su camino en común y concederles la bendición de Dios. Yo quería asegurarles, a aquellos que sienten que han cometido errores y han pecado, el perdón amoroso de Dios. Y yo quería acompañar a las personas en su último viaje, consolar a los que están de luto y enterrar a los difuntos. Pero yo no quiero seguir yendo contra mis convicciones, porque yo creo que todo esto también lo puede hacer una mujer como sacerdotisa. Yo no sólo quiero concederle la bendición a parejas heterosexuales, sino también a personas queer en sus relaciones. Yo ya no quiero seguir encontrándome con parejas en iglesias a puertas cerradas, sólo porque eventualmente uno de los dos ya está casado. Yo no quiero seguir poniendo mis fuerzas al servicio de una Iglesia en la cual sus empleados tienen miedo porque van contra un compromiso de fidelidad. Yo no quiero tener miedo de enamorarme y tampoco de vivir ese amor.

Yo tengo que salir de esta Iglesia, en la cual los abusadores pueden cometer sus delitos durante demasiado tiempo y son encubiertos. Me repugna lo que leo en los informes de los afectados. No es su culpa y no es mi culpa, pero es tan lamentable la imagen que como Iglesia en su totalidad proyectamos. Casi nadie saca las consecuencias y renuncia; se atrincheran detrás del Papa. Esto es difícil de soportar y a duras penas de transmitir.

Yo tengo que salir de esta Iglesia, en la cual no se ordena a mujeres, porque simplemente negamos su vocación y rechazamos su ordenación como imposible. En la que las personas queer no son aceptadas verdaderamente y que no permite que su amor del mismo sexo sea. Salir de una Iglesia que más bien se aferra al celibato obligatorio, el cual enferma a muchos sacerdotes y los deja en la soledad o representa una enorme carga emocional para sus compañeras o compañeros de vida».

Se trata a fin de cuentas de una decisión de conciencia de alguien que ha tenido una cuota de poder en la Iglesia católica y que, no obstante, se siente impotente y ha perdido toda esperanza de que haya un cambio verdadero. “Mi corazón esta vacío – como muerto”, señala Sturm. Y se va para no perder su fe y protegerse a sí mismo antes de que todo se derrumbe.

Una decisión válida, tan válida como la de la periodista Christiane Florin (nacida en 1968), que desde una perspectiva feminista también ha manifestado críticas semejantes —e incluso más ácidas— a la institución eclesiástica, pero que ha tomado una decisión muy distinta, como se refleja en el título de su último libro publicado en el año 2020: “¡A pesar de todo! Cómo intento permanecer católica” (“Trotzdem! Wie ich versuche, katholisch zu bleiben”).

 

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La Comisión Independiente para Prestaciones de Reconocimiento (Unabhängige Kommission für Anerkennungsleistungen – UKA) examina la plausibilidad de los testimonios. En el caso de Markus M., Ansgar Schreiner, ex director del juzgado de primera instancia de Germersheim y hasta septiembre del año pasado encargado independiente de abusos de la diócesis de Espira, elevó una solicitud de reconocimiento del sufrimiento padecido a la Comisión para la Atención de Abusos Sexuales (Komission zur Aufarbeitung des sexuellen Missbrauchs), con sede en Bonn. La Iglesia no habla de indemnización, aclara Markus, pues judicialmente los hechos han prescrito.

Markus recibió la suma de 3,000 euros. Ansgar Schreiner logra, tras una conversación con Andreas Sturm, vicario general de la diócesis de Espira, la suma adicional de 2,000 euros, pero nada más. Tienen las manos atadas, asegura la víctima de abusos que dicen las autoridades eclesiásticas. Una solicitud posterior y más detallada a la UKA resultó en el reconocimiento de una prestación de 5,000 euros que, sin embargo, no le fueron transferidos a Markus debido a que ya había recibido dinero anteriormente.

Markus M. es muy crítico respecto a la labor realizada por la Comisión. «La UKA es una organización de coartada de la Conferencia Episcopal», asevera. No es transparente y trabaja muy lentamente. No está claro cuáles son los criterios para determinar los montos a pagar, y las prestaciones inferiores a los 10,000 euros ni siquiera son registradas en el listado público.

Markus es consciente de que cuando una persona es violentada sexualmente, las consecuencias se arrastran durante toda la vida. «Yo me he enterado de cosas inauditas», dice el septuagenario refiriéndose a acontecimientos ocurridos en el hogar infantil de la Engelsgasse en Espira. Hay casos de quienes no pueden ducharse sin antes desatornillar el cabezal de la ducha, porque con este artefacto fueron abusados analmente. A un niño de 8 años le fue arrancado el prepucio de un mordisco. Markus sabe de niños con sangre corriéndoles por las piernas.

Mientras tanto, ha presentado una tercera solicitud para reconocimiento del sufrimiento padecido, ante lo cual el obispo de Espira, Karl-Heinz Wiesemann, lo invitó en febrero a él junto con su mujer al palacio episcopal. De nuevo relató detalladamente lo que le había sucedido. «Eso fue muy doloroso para mí, hasta el punto de derramar lágrimas». Sin embargo, el obispo no tiene la potestad de elevar la suma de la prestación concedida, dice Markus que fue el resultado de la conversación.

A pesar de todo, está convencido de que puede motivar a otros a hablar de sus experiencias de abuso y a confrontar a la Iglesia católica con los reprochables actos de sus dignatarios eclesiásticos. Por eso mismo, ha aceptado a ser uno de los nueve miembros honoríficos del Consejo Consultivo (de Sobrevivientes de Abuso Sexual) de la diócesis de Espira, fundado en abril de 2021 por Bernd Held, entonces de 55 años, quien también fue víctima de abusos a los 13 años por parte de dos religiosos en un liceo de Homburg. El objetivo de este consejo es ayudar a que se vea el abuso desde la perspectiva de los afectados, lo cual no siempre se logra. Como actual presidente del consejo, Held es de la opinión de que el tema del abuso eclesiástico ha obtenido una amplia difusión en los doce años transcurridos desde que en 2010 salieran a la luz los casos del Colegio Canisio de Berlín. Sin embargo, «la Iglesia católica hace como que estuviera procesando el asunto, pero nada resulta de eso».

La experiencia de Markus M. en su búsqueda de una justa compensación económica por los daños sufridos resulta más dolorosa ante uno de los más recientes escándalos en la Iglesia católica alemana, a saber, que el arzobispado de Colonia, según informa la Süddeutsche Zeitung, pagó entre los años 2015 y 2016 las deudas de juego de un presbítero de la arquidiócesis. ¿El monto total, que incluía amortización, intereses e impuestos? Aproximadamente 1’150,000 euros. Y el dinero salió de un fondo especial que sirve, entre otras cosas, para pagar las reparaciones a las víctimas de abusos. Una raya más al tigre para el impresentable cardenal Rainer Maria Woelki, arzobispo de Colonia, que se encuentra ya desde hace tiempo en la cuerda floja. «Cuando se trata de sus clérigos, no hay sacrificio demasiado grande para la Iglesia, su protección y la protección de la imagen de la institución vale casi cualquier precio», comenta, en una entrevista con t-online del 18 de abril de este año, Matthias Katsch, sobreviviente de abusos del Colegio Canisio de Berlín y fundador de Eckiger Tisch, una asociación defensora de los derechos de las víctimas de abuso eclesiástico.

Las cifras sobre abusos son sólo referenciales y no reflejan la verdadera magnitud del abuso sexual en la Iglesia católica, considerando que una inmensa multitud de afectados nunca llegan a verbalizar su experiencia de abusos, manteniendo el silencio al respecto durante toda su vida. Son vidas dañadas cuyo sufrimiento no se puede expresar en cifras, pero cuyas historias merecen ser conocidas sin que sus protagonistas deban temer consecuencias de parte de los abusadores y de la institución que los protege. Por eso mismo, un relato biográfico más, con perfil personal aun cuando el testigo decida proteger su identidad bajo un seudónimo, es un grano más de arena para lograr que las cosas cambien. Una historia más sí importa.

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Iglesia, sociedad

Incluso ha contribuido a la narrativa de la defensa del Estado ruso y de la población rusoparlante en otros países con su concepto de la “seguridad espiritual”. Siempre subraya el carácter distinto del mundo ruso y sus valores en contraposición al “Occidente decadente”. De este modo, también pone en cuestión los derechos humanos universales. Las intervenciones militares, ya sea en el Donbás o en Siria, así como la anexión de Crimea, son justificadas con una explicación metafísica y elevadas a a categoría de “lucha sagrada”. Se defiende no sólo militarmente el país y a su población de supuestos peligros, sino también los propios valores, la propia espiritualidad y tradición, que son mucho más valiosas que la vida humana. Las guerras rusas en la historia son presentadas por la autoridad eclesiástica siempre como guerras defensivas y las acciones militares de los soldados son mitificadas insistentemente como hechos heroicos.

A esto se suma que el patriarca siempre ha dependido del Estado. Pero su nivel de sumisión y falta de libertad en la actual situación es particularmente chocante, pues muestra el enorme miedo que le tiene al gobernante y evidentemente su falta de fe en Dios. Por otra parte, el patriarca está cautivo de su propia propaganda. Padece, al igual que Putin, de una enorme pérdida del sentido de la realidad. Ambos se han recluido en los últimos años debido a la pandemia y viven palpablemente en su burbuja, manteniendo contacto sólo con un reducido círculo de personas. Ya no tienen la capacidad de estimar adecuadamente la situación en Ucrania, ni siquiera en el mundo entero.

Sea como sea, el poder religioso que establece alianzas con los poderes políticos, económicos y fácticos, además de perder su libertad de acción y traicionar el mensaje de Jesús consignado en los Evangelios, termina siendo el aval de las más perversas atrocidades y se convierte en una amenaza para la humanidad. La historia así lo demuestra.

 

 

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Iglesia, Rusia, sociedad

El 15 de marzo de este año el Vaticano, a través de su órgano inquisitorial, la Congregación para la Doctrina de la Fe, emitió un comunicado sobre la siguiente pregunta: «¿La Iglesia dispone del poder para impartir la bendición a uniones de personas del mismo sexo?» La respuesta fue negativa. Aunque indignante, era de de esperarse, dada la tradicional postura discriminatoria y anticientífica que la Iglesia mantiene sobre la homosexualidad.

Lo más irritante, incluso para muchos creyentes católicos, fue la manera de fundamentar esta decisión: «no es lícito impartir una bendición a relaciones, o a parejas incluso estables, que implican una praxis sexual fuera del matrimonio (es decir, fuera de la unión indisoluble de un hombre y una mujer abierta, por sí misma, a la transmisión de la vida), como es el caso de las uniones entre personas del mismo sexo. La presencia en tales relaciones de elementos positivos, que en sí mismos son de apreciar y de valorar, todavía no es capaz de justificarlas y hacerlas objeto lícito de una bendición eclesial, porque tales elementos se encuentran al servicio de una unión no ordenada al designio de Dios». La Iglesia «no bendice ni puede bendecir el pecado: bendice al hombre pecador, para que se reconozca como parte de su designio de amor y se deje cambiar por Él».

En otras palabras, la orientación homosexual, que la psicología moderna sacó desde hace ya tiempo del catálogo de trastornos o enfermedades mentales, sigue siendo considerada por la Iglesia como una anomalía en el mundo creado por Dios. O peor aún, como algo que el mismo Dios rechaza.

Se trata de una doctrina basada en un puñado de textos bíblicos interpretados sin considerar el contexto histórico y social de su época. Aplicando la misma metodología deberíamos considerar no sólo la homofobia, sino también la misoginia, la esclavitud, la pena de muerte, el genocidio de pueblos enteros como cosas queridas por Dios sólo porque en tiempos bíblicos se consideraban como normales y aceptables.

Y no es que el texto de esta declaración vaticana incite explícitamente al odio y a la discriminación de los homosexuales. Sin embargo, el lenguaje suave y aterciopelado que emplea no da lugar a confusiones. Con su llamado a la comunidad cristiana y a los Pastores «a acoger con respeto y delicadeza a las personas con inclinaciones homosexuales» se nos da a entender que ser homosexual es para la Iglesia un problema, una aberración, una mancha en ese espejo de perfección y pureza que debería ser la Iglesia según la jerarquía católica. Es claro que para esta gerontocracia —o gobierno de carcamales— los homosexuales no merecen un trato normal —como el que se le concede a cualquier hijo de vecino— sino que, además del respeto debido, deben ser tratados con “delicadeza”, es decir, con un cuidado especial que sólo revela la hipocresía de quienes dicen practicarlo.

El problema abarca mucho más que la simple homosexualidad. El meollo está en la moral sexual de la Iglesia católica, que se ha quedado anclada en esa visión ya superada de que las relaciones sexuales sólo son lícitas, no sólo si expresan amor, sino también si incluyen una necesaria vinculación o apertura a la reproducción del género humano. Todo lo que se salga de este parámetro reproductivo, por más que sea expresión de amor y comunión humana, es condenado como pecado, olvidando que el libro más sexual de la Biblia, un poema de amor apasionado conocido como el Cantar de los Cantares, no menciona para nada la reproducción humana en sus imágenes cargadas de explícito erotismo.

Para completar el cuadro de la infamia, se debe tener en cuenta lo que el periodista francés Frédéric Martel señala en su libro de investigación periodística “Sodoma: Poder y escándalo en el Vaticano” (2019): que un alto porcentaje del clero católico —incluyendo presbíteros, obispos y cardenales— es homosexual, no sólo plátonico sino practicante. De lo cual se puede concluir que los dardos de la actual doctrina católica sobre la homosexualidad sólo se dirigen hacia aquellos gays que han salido del clóset. Mientras eso no ocurra, se puede escalar posiciones en la jerarquía católica, manteniendo los amores prohibidos ocultos detrás de la fastuosidad de los ritos y de las proclamas a favor de la familias compuestas exclusivamente por padre y madre unidos en santo matrimonio y, en lo posible, abiertas a una progenie numerosa. Lo cual deja al margen a una inmensa multitud de seres humanos, que han formado familias que no se ajustan al modelo tradicional pero que se asientan sobre un amor auténtico y sincero.

Como respuesta a esa ceguera de la cúpula vaticana ante el hecho positivo y enriquecedor de las uniones homosexuales, ha surgido en Alemania el movimiento “Liebe gewinnt” (“El amor gana”), que comenzó organizando el 10 de mayo una maratón de servicios religiosos en alrededor de 100 iglesias de toda Alemania para impartir a todas las parejas que se presentaran —tanto hetero como homosexuales— la bendición de Dios. A este proyecto se han unido muchos párrocos y obispos, que mantienen una legítima objeción de conciencia ante la retrógrada e injustificada decisión tomada en el Vaticano.

La página oficial de esta iniciativa resume así su visión, expresada en una declaración oficial: «Ante la negativa de la Congregación para la Doctrina de la Fe de bendecir uniones de parejas homosexuales, elevamos nuestra voz y decimos: Bendeciremos y también acompañaremos de aquí en adelante a personas que se comprometen en una unión vinculante. No les negamos la celebración de una bendición. Hacemos esto dentro de nuestra responsabilidad como agentes pastorales, que les prometemos a seres humanos en momentos importantes de su vida la bendición que sólo Dios obsequia. Respetamos y apreciamos su amor, y creemos, además, que la bendición de Dios está con ellos. Ha habido intercambio abundante de argumentos teológicos y de nuevos conocimientos. No aceptamos que una moral sexual discriminatoria y anticuada sea puesta sobre las espaldas de las personas y socave nuestra trabajo pastoral con las almas».

Ya el Papa Francisco parecería haber tomado distancia, tímida aunque clara, del pronunciamiento de la Congregación para la Doctrina de la Fe en una carta del 23 de abril dirigida al P. Michael Brehl, Superior General de la Congregación del Santísimo Redentor, con ocasión del 150 aniversario de la proclamación de San Alfonso María de Ligorio como Doctor de la Iglesia, donde dice que «el anuncio del Evangelio en una sociedad que cambia rápidamente requiere la valentía de escuchar la realidad, para educar las conciencias a pensar de manera diferente, en discontinuidad con el pasado».

¿Podrá dar la Iglesia católica ese paso de discontinuidad con un pasado  salpicado de abusos, discriminaciones y crímenes que ponen en duda su pretensión de ser santa? Eso recién lo veremos en el futuro. Mientras tanto, muchos pastores de almas en Alemania ya han dado el primer paso al bendecir las uniones homosexuales de personas que quieren dar testimonio de un amor sincero y participar de una comunidad cristiana que los acepte tal como son.

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Catolicismo, Iglesia, Religión
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