homosexualidad

[El dedo en la llaga] Salir del clóset suele ser un acto individual por el cual una persona declara abierta y voluntariamente su orientación sexual y/o identidad de género, diversa a la orientación sexual más frecuente: la orientación heterosexual. Las personas que optan por dar este paso adoptan muchas veces una postura valiente a contracorriente de opiniones prejuiciadas en las sociedades en las que viven y suelen sufrir consecuencias indeseables a raíz de esta decisión.

Sin embargo, también hay países donde ha habido avances notables en el reconocimiento de los derechos de las personas no heterosexuales. Uno de ellos es Alemania, donde se han dado incluso las salidas de clóset colectivas —ya no tanto personales— más numerosas de la historia.

El 5 de febrero de 2021 la iniciativa #ActOut publicó en el suplemento del Süddeutsche Zeitung, uno de los periódicos más importantes e influyentes de Alemania, un manifiesto que a la vez constituía una salida del clóset de 185 actores y actrices que se declaraban gays, lesbianas, bisexuales, transgénero, queer, intersexuales o no binarios.

El manifiesto #ActOut comienza con una autoafirmación:

«¡Aquí estamos y somos muches!Nosotres somos actores y nos identificamos como lesbianas, gays, bisexuales, transgénero, queer, intersexuales y no binarios. Hasta hoy no podíamos ser totalmente transparentes sobre nuestra vida privada sin temer consecuencias en nuestra vida profesional. Muches tenemos la experiencia en la que agentes, jefes de reparto, colegas, productores, redactores, directores, entre otres, nos aconsejaron mantener nuestra orientación sexual, identidad y género en secreto para no poner así en riesgo nuestras carreras.

Esta narrativa llega a su final».El motivo principal del manifiesto son las experiencias negativas que muchos actores y actrices han tenido durante sus carreras en relación con su propia identidad u orientación sexual o con su identidad de género. Por eso el manifiesto subraya lo siguiente:

«Hasta ahora se suponía que cuando nosotres hablamos abiertamente sobre ciertas facetas de nuestra identidad, concretamente nuestra identidad sexual así como nuestra identidad de género, automáticamente perdemos la capacidad de interpretar ciertas figuras o relaciones. Como si la representación de estos roles fuese inconciliable con nuestra capacidad de personificar la complejidad y credibilidad necesaria de los mismos.

¡Esta supuesta incompatibilidad no existe!

Somos actores. No tenemos que ser las figuras que interpretamos. Nosotres actuamos, como si fuésemos esas figuras — ésa es nuestra profesión».

Los firmantes indican que no podían hablar abiertamente sobre su vida privada en el entorno laboral sin temer repercusiones profesionales. Y a eso había que ponerle punto final.

Lo que no se sabía entonces es que esta iniciativa inspiraría otra, menos numerosa pero más audaz y riesgosa. Y sorprendente, porque tuvo lugar precisamente en la Iglesia católica alemana. Se trata de la iniciativa #OutInChurch – Por una Iglesia sin miedo.

El 24 de enero de 2022, 125 personas no heterosexuales que trabajan profesionalmente o como voluntarios en la Iglesia Católica en Alemania, tanto laicos como clérigos, salieron conjuntamente del clóset y se reconocieron públicamente como lesbianas, gays, bisexuales, transgénero, intersexuales o no binarias, con el objetivo de «contribuir a la renovación de la credibilidad y la solidaridad hacia lo humano de la Iglesia Católica». Simultáneamente, se propaló un documental en la televisión (Wie Gott uns schufComo Dios nos creó) y se abrió una petición en línea con demandas relacionadas con el derecho laboral de la Iglesia católica alemana. Al mismo tiempo, la iniciativa publicó un manifiesto detallado en 14 idiomas en Internet. Además de las 125 personas mencionadas, firmaron el manifiesto 35 asociaciones e iniciativas católicas, entre ellas el Comité Central de los Católicos Alemanes (Zentralkomitee der deutschen Katholiken – ZdK). Para mediados de febrero, más de 70 organizaciones se habían unido a la iniciativa.

El manifiesto #OutInChurch – Por una Iglesia sin miedo —a semejanza del manifiesto #ActOut—comienza con una autoafirmación:

«Nosotros, que somos empleados, voluntarios, potenciales y antiguos colaboradores de la Iglesia católica romana. Trabajamos y nos comprometemos, entre otras cosas, en la educación escolar y universitaria, en la catequesis y la educación, en el cuidado [de ancianos y enfermos] y su tratamiento, en la administración y organización, en el trabajo social y caritativo, como músicos de iglesia, en la dirección de la iglesia y en la pastoral. Nos identificamos, entre otros, como lesbianas, gays, bisexuales, transexuales, intersexuales, queer y no binarios. […] Todos hemos sido siempre parte de la Iglesia y hoy la modelamos y y le damos forma. La mayoría de nosotros ha tenido múltiples experiencias de discriminación y exclusión, incluso en la Iglesia».

El manifiesto menciona algunas citas homófobas de documentos oficiales de la Iglesia —los aludidos «fracasarían en cuanto a su humanidad»— y toma posición:

«Exigimos una corrección de las declaraciones doctrinales que son contrarias a los derechos humanos, especialmente en vista de la responsabilidad mundial de la iglesia hacia los derechos humanos de las personas LGBTIQ+. Y exigimos un cambio en el derecho laboral discriminatorio de la Iglesia, incluida la eliminación de todas las formulaciones degradantes y excluyentes en la normativa básica del servicio eclesiástico».

Se hace referencia a la normativa básica del servicio eclesiástico católico en Alemania, que menciona como contrarias a la obligación de lealtad a la doctrina y moral católicas ciertas transgresiones sexuales y permite el despido de los supuestos infractores por estos motivos. Esta normativa es la base legal para unos 90,000 empleados que trabajan para la Iglesia católica y 700,000 empleados en su organización benéfica Caritas. En total, alrededor de 1.3 millones de personas trabajan en Alemania para las iglesias cristianas y sus instituciones. El manifiesto señala al respecto:

«Hasta ahora, muchos de nosotros no pueden manifestarse abiertamente sobre su identidad de género y/o su orientación sexual en su entorno laboral o eclesiástico, sin temer consecuencias laborales que pueden llevar hasta la aniquilación de la subsistencia profesional. […] Se ha establecido así un sistema de silencio, doble moral y falta de honestidad».

Dos de las principales demandas de la iniciativa son las siguientes:

«La orientación sexual o la identidad de género, así como la declaración de la misma, o el establecimiento de una relación o matrimonio no heterosexual, nunca deben considerarse como una violación de la lealtad y, en consecuencia, como un obstáculo para la contratación o como un motivo de despido. Las personas LGBTIQ+ deben tener acceso libre a todas las profesiones pastorales. Además, la Iglesia debe expresar en sus ritos y celebraciones que las personas LGBTIQ+, ya sea que vivan solas o en pareja, son bendecidas por Dios y que su amor produce frutos diversos. Esto incluye, al menos, la bendición de parejas del mismo sexo que soliciten tal bendición».

La solidaridad es la principal motivación que guía a los firmantes del manifiesto:

«Hacemos esto por nosotros mismos y lo hacemos en solidaridad con otras personas LGBTIQ+ en la Iglesia católica romana, que todavía no tienen, o ya no tienen, la fuerza para hacerlo. También lo hacemos por la Iglesia. Porque estamos convencidos de que sólo actuando con veracidad y honestidad puede cumplir con el propósito para el cual la Iglesia debería existir: proclamar el mensaje alegre y liberador de Jesús. Una Iglesia que en su núcleo lleva la discriminación y la exclusión de minorías sexuales y de género, debe preguntarse si realmente puede considerarse fundamentada en Jesucristo».

El manifiesto termina con un llamado a las autoridades eclesiásticas:

«Con este manifiesto, defendemos una convivencia y colaboración libres y basadas en el reconocimiento de la dignidad de todos en nuestra Iglesia. Por eso invitamos a todos, especialmente a los responsables y líderes de la Iglesia, a apoyar este manifiesto».

Los firmantes del manifiesto eran conscientes de que corrían el riesgo de ser despedidos o separados de sus funciones. Sin embargo, eso no ocurrió. 

A finales de enero, el Südwestrundfunk (SWR), una cadena de radio y televisión de los estados de Renania-Palatinado y Baden-Wurtemberg, contactó a los 27 obispados de Alemania para conocer su postura: 22 de ellos declararon que no considerarían tomar medidas contra los participantes de la iniciativa #OutInChurch; los obispados de Augsburgo y Colonia respondieron de manera evasiva, y 3 no respondieron. Puede afirmarse que, en general, la mayoría de los obispos alemanes manifestaron su apoyo a la iniciativa.

 
A mediados de febrero, once vicarios generales de diócesis alemanas (Berlín, Essen, Hamburgo, Hildesheim, Limburgo, Magdeburgo, Münster, Paderborn, Espira y Tréveris, así como el vicario general militar de Alemania) publicaron una carta abierta dirigida al presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, el obispo de Limburgo Georg Bätzing. En esta carta, exigieron que no se tomaran represalias laborales contra los empleados queer de la Iglesia Católica, incluso en ocupaciones vinculadas al anuncio del Evangelio, como el personal pastoral o los profesores de religión. Varios obispados ya habían emitido declaraciones similares o informado a sus empleados de que no tomarían medidas en su contra. Otros obispados anunciaron que, en el futuro, no despedirían a empleados debido a su identidad de género u orientación sexual o en caso de volverse a casar tras un divorcio. Estas declaraciones no se quedaron solamente en palabras, sino que llevaron a una reforma del derecho laboral de la Iglesia católica alemana aprobada con voto mayoritario en la asamblea del episcopado alemán y hecha oficial el 22 de noviembre de 2022. La causal de despido de empleados católicos debido a un matrimonio tras un divorcio o una relación entre personas del mismo sexo quedó eliminada. El «núcleo de la vida privada, especialmente la vida en pareja y la esfera íntima» ya no serán objeto de evaluación legal respecto al orden laboral.

El 1 de enero de 2023 entró en vigor la versión liberalizada de la normativa básica en el derecho laboral eclesiástico en 21 de los 27 obispados. Los otros 6 obispados anunciaron que adoptarían la nueva normativa básica durante el primer trimestre de 2023.

Mientras tanto, la iniciativa #OutInChurch ha seguido creciendo y reúne actualmente a más de 650 miembros. Hasta ahora los logros son parciales, pues no se ha conseguido que la Iglesia católica inicie un proceso para reformar su moral sexual y la adapte a las exigencias que se desprenden de los conocimientos científicos, psicológicos y sociológicos, y de los derechos humanos que deben ser respetados en toda persona. Y probablemente no se avance nada en este campo, pues la moral sexual católica, tal como está planteada hoy, sigue sirviendo de instrumento para mantener dominadas las conciencias de los fieles.

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Alemania, Discriminación, homosexualidad, Iglesia católica, transexualidad

Los abusadores de este tipo no llaman la atención por su perfil psicosocial, motivo por el cual es difícil identificarlos a través de un examen psicológico. Están psíquicamente sanos pero carecen de un desarrollo de su madurez e identidad sexual en conformidad con su edad. Cuando crece la desazón interior y se presenta la oportunidad de tener una experiencia sexual, entonces ocurre el abuso.

Algunos no reconocen el abuso como tal. El contacto se experimenta frecuentemente como espontáneo e impulsivo, en ocasiones incluso como de mutuo acuerdo. Algunos niegan obstinadamente su culpa. Otros buscan disociar sus necesidades sexuales o reprimirlas. La situación de abuso la ven como pérdida del control personal, que buscan retomar mediante un estilo de vida riguroso, hasta que la situación escala y pierden nuevamente el control. La preferencia por menores brota de su misma inseguridad. Aun siendo personas biológicamente adultas, no les es posible sopesar sus propias necesidades sexuales y comunicarlas. Por eso mismo, buscan un otro que corresponda a su inseguridad. Un niño es suficientemente débil como para poder controlarlo y, de esta manera, poder evitar así que las tentativas de satisfacer sus propias necesidades sexuales salgan a la luz. En especial, este grupo mayoritario de abusadores se sienten particularmente vinculados al estilo de vida sacerdotal. Como hombres sexualmente inmaduros e inseguros se sienten atraídos por la vida célibe, pues el sacerdocio les ofrece status, les proporciona ingresos seguros y una oportunidad de escapar a su inmadurez sexual.

Thomas Grossbölting presenta un perfil adicional, que en realidad es trasversal a todos los tipos de abusadores clericales: el del “manipulador pastoral”, que emplea todas las competencias profesionales que ha aprendido durante su formación —prácticas pastorales, meditación, oración— para preparar el abuso a lo largo de un cierto período de tiempo, presentándose ante la víctima como un amigo paternal, un pariente espiritual, un guía espiritual o un padre confesor. En otras palabras, mucho antes de que ocurra el abuso, la Iglesia la ha proporcionado al abusador todas las herramientas para cometerlo.

Que en la Iglesia católica abunden los clérigos con inmadurez sexual no ha sido considerado nunca un problema, pues los varones que encajan dentro de esta tipología nunca han sido considerados como deficitarios. Al contrario, se les ha considerado como el ideal del cura católico. El hombre casto sin experiencia sexual sería aquel que mejor capacitado estaría para el sacerdocio.

De esta manera, la Iglesia ha abonado el campo para que se den casos de abuso sexual clerical no de manera aislada sino como consecuencia de un sistema que se sigue mirando el ombligo y no se da cuenta de que el cáncer está enraizado en su manera de entender y llevar a la práctica el sacerdocio católico. Un cáncer que puede ser llamado simplemente con una sola palabra: “clericalismo”.

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El “estilo sodálite” era uno de los lugares comunes que continuamente repetía Luis Fernando Figari, fundador del Sodalicio, insistiendo en él como si debiera ser una segunda piel que debían tener todos los sodálites, algo por lo cual se les pudiera identificar con sólo verlos. Y había algo que le gustaba resaltar cuando mencionaba “ese estilo viril que nos caracteriza”: que era un asunto para hombres hechos y derechos, no para débiles, sentimentales y susceptibles que ante cualquier dificultad se echaban para atrás y se comportaban como “hembritas”.

La comparación refleja también la misoginia de Figari, que marcó también desde dentro el estilo sodálite. Tenemos el testimonio de Rocío Figueroa, una de las iniciadoras de la Fraternidad Mariana de la Reconciliación, asociación religiosa femenina vinculada al Sodalicio. Ante la Comisión Investigadora de Abusos Sexuales contra Menores de Edad en Organizaciones, del Congreso de la República del Perú, presidida por el congresista Alberto de Belaúnde, declaró que cuando le solicitó a Figari que fundara oficialmente el grupo, constituido entonces por cinco jóvenes mujeres que querían dedicarse a una vida consagrada al servicio de Dios y de la Iglesia, éste le dijo:

«“Yo no las voy a fundar. Son unas brutas. Son menos inteligentes que los hombres. Sólo se llevan por las emociones. Viven en una casa de porquería en Maranga. Ustedes no tienen vocación ni chicas que las sigan”. Éramos bajo cero. Lo peor de todo era que nos la creíamos. Lo único que hacían era bromear y basurearnos. Era el vacilón: ridículas, sensiblonas y lloronas».

Similar era la concepción que se tenía de los varones gay, a los cuales se les atribuía afeminamiento, cobardía, debilidad y una susceptibilidad extrema. Cualquiera pensaría que eso hubiera llevado a no admitir homosexuales en el Sodalicio, de acuerdo a la enseñanza de la Iglesia católica, que considera la homosexualidad como una anomalía, una desviación moral. Así lo expresa ya un texto oficial de 1975:

«…esas personas homosexuales deben ser acogidas en la acción pastoral con comprensión y deben ser sostenidas en la esperanza de superar sus dificultades personales y su inadaptación social. También su culpabilidad debe ser juzgada con prudencia. Pero no se puede emplear ningún método pastoral que reconozca una justificación moral a estos actos por considerarlos conformes a la condición de esas personas. Según el orden moral objetivo, las relaciones homosexuales son actos privados de su ordenación necesaria y esencial. En la Sagrada Escritura están condenados como graves depravaciones e incluso presentados como la triste consecuencia de una repulsa de Dios. Este juicio de la Escritura no permite concluir que todos los que padecen esta anomalía por esta causa incurran en culpa personal; pero atestigua que los actos homosexuales son por su intrínseca naturaleza desordenados y que no pueden recibir aprobación en ningún caso.» (Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración acerca de ciertas cuestiones de ética sexual, 8).

Lo que sucedió en la práctica es que los autoridades del Sodalicio no tuvieron ningún problema en admitir homosexuales, mientras esta condición del candidato se mantuviera en secreto. De hecho, yo que estuve casi 30 años vinculado institucionalmente al Sodalicio y viví más de 11 años en comunidades de sodálites de vida consagrada, nunca supe de algún sodálite que fuera homosexual, aunque posteriormente he sabido que lo eran algunas personas con las cuales compartí techo y comida, además de otro número considerable de sodálites. Como también se ha acostumbrado en la Iglesia católica respecto a candidatos al clero sospechosos de ser homosexuales, el secreto estuvo bien resguardado bajo la ley del silencio.

Sin embargo, a pesar de que muchos no supimos de su orientación sexual, estos compañeros de camino, debido a hallarse en un entorno ideológicamente homofóbico, se hallaron en una situación particularmente vulnerable y varios fueron objeto de abusos psicológicos y físicos, y algunos incluso de abuso sexual.

La Comisión De Belaúnde ha recogido algunos testimonios con seudónimos —a fin de proteger a los declarantes— en su informe preliminar.

“Mario”, quien estuvo 15 años vinculado al Sodalicio, cuenta que en 1995 la primera persona en enterarse de su orientación sexual fue su consejero Alfredo Garland, miembro de la generación fundacional del Sodalicio:

 «A la primera persona que le digo fue a mi consejero, le dije que me gustan los hombres. Pensé: “ahora me descalifican, me sacan por mentiroso, por haber entrado como aspirante sin haber hablado de esto antes”. Alfredo Garland lo tomó con la mayor naturalidad, me dijo: “No, no te gustan los hombres, tú eres una persona tímida, estás confundido. Lo que pasa es que tienes una figura paterna débil y una figura materna dominante. No te preocupes, esto se te irá pasando según madures y tiramos para adelante”. Me sentí acogido, se compró mi fidelidad. Mi temor más grande era que me botaran y no lo hizo».

Aún así, se le fue induciendo un sentimiento de culpa por ser homosexual, y en el año 1998 Alejandro Bermúdez, actual director de ACI Prensa, lo remitió al psiquiatra Carlos Mendoza para curarle la homosexualidad. Éste le recetó diversos fármacos. 

 «No me estaba “tratando”, me estaba castrando químicamente. Experimentó conmigo. No hay otra manera de describirlo. Mendoza iba cambiando las pastillas para ver cuál me afectaba menos porque todas me daban sueño, me dejaban hecho zombie, me anulaban, no sentía nada. Ir cambiando de receta de pastillas para tratar enfermedades que ni siquiera tenía con el único fin de ver cuál disminuía mi libido, afectando lo menos posible mi comportamiento, es la definición de experimentar con un paciente».

Carlos Mendoza, quien ha tenido una gran cercanía al Sodalicio gracias a su fervorosa participación  en el Movimiento de Vida Cristiana (MVC), ha negado ante la Comisión De Belaúnde que haya aplicado tratamientos para curar la homosexualidad, no obstante que hay otro testimonio que también lo implica, el de “Manuel”, quien, después de confesarle a Figari que había tenido un encuentro sexual con otro hombre, fue enviado a tratamiento psiquiátrico donde Mendoza, el cual le diagnosticó trastorno bipolar y le recetó hasta siete pastillas diarias.

También Mauro Bartra, ex-emevecista, aun no siendo gay, fue enviado a tratamiento donde Mendoza cuando Jeffery Daniels le hizo dudar de su identidad sexual para confundirlo y hacerlo dudar de que realmente hubiera visto un abuso sexual que el mismo Daniels había cometido.

Otro caso distinto es el de “Héctor”, quien tomó contacto con el Sodalicio cuando a fines de los 70 estudiaba en la desaparecida Escuela Superior de Educación Profesional (ESEP) “Ernst Wilhelm Middendorf”. Cuando a sus 16 años le cuenta a Virgilio Levaggi, su primer consejero espiritual, la angustia que le ocasionaba su homosexualidad, éste lo deriva a Figari, quien termina echándole la culpa a la madre de Héctor de que él hubiera desarrollado una tendencia homosexual. En dos ocasiones Figari le pide que se desnude, a lo cual “Héctor” accede debido a la confianza que le tenía.

“Una vez me tuve que desnudar. Mientras me estaba mirando, me dijo: “¿Qué parte del cuerpo es la que más te gusta?” Y yo estaba pensando: “¿Cuál será la respuesta correcta? ¿Será que tengo que decir el pene? ¿Será otra parte? ¿Cuál es la respuesta correcta?” Y ahí quedó este incidente”.

“Me dice: “Échate en un sofá y piensa que estás echado encima de un hombre”. Yo estaba pensando: “¿Y ahora? Qué raro todo esto. ¿Qué tengo que hacer: tener una erección? ¿Qué tendría que pasar: tener una erección?” Y nada pasa y ahí quedó la cosa”.

“Héctor” dio testimonio de que en el Sodalicio había una dinámica de manipulación y abuso que  creaba dependencia.

«Nos decían: “eres lo máximo”, se rodeaban de blanquitos, inteligentes, todos nos vestíamos bien, teníamos buen físico».

Tras tener un encuentro sexual con un joven de su edad, Luis Fernando Figari lo castiga con un encierro —es decir, le ordena no salir y rezar continuamente—, el cual duraría unos cinco años. Se le impidió continuar con sus estudios. Le dijeron que tenía que ser un monje contemplativo. Durmió dos años en una cama con tablas para “controlar la lujuria”. No participaba de ninguna celebración, no podía salir ni hablar con ninguna persona fuera de la comunidad.

«Te vas adaptando, pero por otro lado sentía: “me estoy volviendo loco”. Pensaba en sexo, me enamoraba de todos los actores de cine, pensaba: “¿Qué hago aquí?” Además tenía mucho miedo de volverme esquizofrénico como mi hermano. No tenía ninguna ayuda psicológica, me sentía totalmente abandonado y solo».

Ante la presión interior, el dolor y el deseo sexual hacia hombres que no disminuía, “Hector” sale de la comunidad e inicia un viaje para ver si podía ser monje de clausura en España, con los Cartujos. Este viaje le sirvió para encontrarse consigo mismo y aceptar su homosexualidad.

Otra experiencia similar la cuenta “Juan”, quien en 1979 conoció el Sodalicio a los 15 años cuando estudiaba en el Colegio Santa María de Monterrico. Tras pasar por varias etapas de formación, a los 26 años, cuando formaba parte de la comunidad sodálite de Rio de Janeiro (Brasil), tuvo un encuentro sexual con otro hombre. Cuando un año después se le contó al superior Raúl Masseur, fue castigado con aislamiento, como el mismo relata:

 «A mí me encerraron, no solamente no podía abandonar la casa, sino que no podía acercarme a la terraza, pues no podían verme afuera. Se turnaban con las humillaciones, me humillaron en público, no podía escuchar música, me tenían a pan y agua una semana, a lechuga y agua la semana siguiente, no podía hacer absolutamente nada sino rezar y estudiar la Biblia».

Está también el caso de “Manuel”, quien conoció al Sodalicio aproximadamente en 1983, cuando estudiaba en el Colegio Alexander von Humboldt. Que era homosexual se lo confesó a los tres animadores de agrupación mariana que tuvo: Alberto Gazzo, Héctor Velarde y Germán Doig. Este último lo nombró su secretario y, a sus 15 y 16 años, asumió funciones como leer y redactar cartas y apoyar a la agencia de noticias que promovía el Sodalicio, conocida entonces solamente como ACI (Agencia Católica de Noticias).

Doig, quien se convirtió también en su consejero espiritual, le mandó ciertas prácticas que debía aplicar para curarse de su homosexualidad: «no mirar hombres, no masturbarse, usar la técnica del silencio de mente. Significaba aprender a controlar los pensamientos y botar los malos [pensamientos] …un problema que yo tenía era que una actitud afectuosa de un hombre me producía una erección. Eso era un conflicto interior fatal».

En una sesión de consejería Doig trabajó con “Manuel” la dinámica de “la aceptación del cuerpo”. Para esto le plantea un ejercicio y lo lleva a un cuarto donde no había ninguna posibilidad de que entrara nadie.

«Germán me dice: “Tú necesitas trabajar en la aceptación de tu cuerpo, porque todo esto [la homosexualidad] también tiene que ver cómo tú te percibes a ti mismo. ¿Cuál es la parte de tu cuerpo que más te gusta?”, me dijo. Yo le contesté que mis piernas […] Luego me pregunta: “¿Cuál es la parte de tu cuerpo que menos te gusta?”, y le digo mi pene […] “Para ayudarte tengo que ver si es que verdaderamente tienes un problema […] Enséñame una erección […]” No recuerdo si simplemente en ese momento tenía una erección o si tuve que masturbarme. Luego me hizo echarme en el piso y quitarme la ropa. Yo a él no lo miraba, él me estaba mirando a mí. No sé cuánto habrá durado. Me miró y se rio quitándole importancia al tema. Me dijo que me vistiera. No me tocó».

En esos momentos “Manuel”, por la confianza que le tenía a Doig, no consideró lo ocurrido como un abuso sexual.

«Yo nunca me sentí abusado, yo nunca tuve conciencia de ser abusado, sino hasta después de muchísimos años, cuando ya no pertenecía al Sodalicio».

Todo este sistema que favorecía el abuso de personas homosexuales tendría su origen en el mismo Figari, quien parecía tener una homosexualidad no confesada, si se tiene en cuenta que los abusos sexuales que se le atribuyen fueron siempre con varones. Y no tenía ningún reparo en admitir homosexuales en el Sodalicio, no obstante que manejaba un discurso teórico explícitamente homofóbico en consonancia con la enseñanza oficial de la Iglesia católica. El testimonio de “Lucas” sobre Figari ante la Comisión De Belaúnde es revelador:

«Varias veces comentaba que esto se podía controlar y él sentía como que podía encaminar a la gente. Podía incluir a gente con experiencias homosexuales. Él tenía cuidados especiales con homosexuales».

A pesar de esto, la mentalidad homofóbica impregnaba el día a día de los sodálites, según relata “Pedro”: «Te jodían de maricón por cualquier cosa: “cabro, tragasables’”, todos los curas, obispos, ellos más todavía».

De este modo, los varones homosexuales que se vincularon al Sodalicio de Vida Cristiana se encontraron con una institución que, a la vez que los admitía como miembros no obstante conocer su orientación sexual, los obligaba a reprimirla —como si se tratara de una enfermedad vergonzosa— y mantenerla en secreto, colocándolos en una situación vulnerable. Una situación que habrían aprovechado perversamente algunos de los líderes espirituales —entre ellos Luis Fernando Figari, Germán Doig y Virgilio Levaggi— para dar rienda suelta a apetitos sexuales inconfesables y a sus ansias de poder sobre jóvenes incautos.

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