Influencia China

En términos comparativos, América Latina es una región en la que casi no ha habido conflictos militares. Hoy mismo no hay ninguno vigente. Eso podría cambiar, sin embargo, radicalmente si el mundo sigue girando hacia la multipolaridad, con los Estados Unidos perdiendo el dominio geopolítico del planeta y, ya desde hace años, de la región sudamericana.

La creciente y expansiva influencia china en Latinoamérica, la estampida de los capitales norteamericanos, la pérdida de influencia del Brasil, y la aparición de populismos extremistas en varios países de la región, podrían generar, a futuro, condiciones predisponentes para que algo que hoy solo generaría un par de comunicados diplomáticos, pueda escalar impensadamente, contra todo lo previsto.

Solo imaginémonos que gane Antauro Humala las elecciones del 2026 e insista con su mirada de reconquista de los territorios perdidos en la Guerra del Pacífico. O pensemos que pueda ganar Evo Morales en Bolivia y vaya más allá de lo admisible en su pretensión de crear una nación aymara que incluiría territorio puneño. O supongamos que la falta de ecuanimidad de los gobernantes venezolano y colombiano, vaya, por encima de las simparías ideológicas que puedan tener, hacia operaciones de recuperación de la popularidad perdida a través de conflictos bélicos internacionales. O imaginemos al descentrado Petro alentando la penetración colombiana en la zona del Putumayo, del Perú. En fin, hipótesis de conflicto hay decenas.

Y todo ello, en medio de un escenario de disputa internacional entre megapotencias, como ya se ve en Ucrania, en Medio Oriente y, no nos sorprendamos, pronto en otras latitudes. Latinoamérica es una región rica, empobrecida por su pésima clase política y por haber seguido un rumbo económico fallido, pero con recursos naturales que la hacen apetecible para los intereses geopolíticos de las potencias mundiales.

Puede sonar a una perspectiva distópica pensar en una guerra en el continente, pero las dinámicas globales apuntan a hacer ello factible y la pregunta de rigor, que se cae de madura, es si el Perú está preparado para ello, no solo en términos de equipamiento militar sino de tejido de alianzas estratégicas mundiales. Por lo pronto, no nos cabe duda alguna que el gobierno mediocre y miope de Dina Boluarte no debe entender ni de qué se trata, pero las élites castrenses y diplomáticas ojalá ya estén pensando en qué hacer ante escenarios probables como los referidos.

 

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El influyente diario Financial Times publica una nota en la que revela la preocupación de Washington respecto de la influencia china en la economía peruana y la eventual dependencia geopolítica que ello podría generar de nuestro país hacia la potencia asiática (particularmente por las inversiones eléctricas y el megapuerto de Chancay).

Sobra decir que la Casa Blanca llora sobre la leche derramada. Es por la renuencia inversora de empresas norteamericanas en la región, que China ha logrado el avance que exhibe y tardíamente en los Estados Unidos se están dando cuenta de que en este mundo globalizado, donde ellos empiezan a ser desplazados como la primera potencia mundial, el patio sudamericano es de crucial relevancia para sus intereses. China se ha percatado antes y ha aprovechado el walk over gringo para dar pasos enormes.

Nuestra perspectiva geopolítica no debe nunca descuidar a Washington como norte referencial, pero en términos económicos debemos mantener la política de puertas abiertas que hasta ahora hemos tenido. En ese sentido, importa poco que las inversiones sean chinas, rusas o brasileñas.

Lo que sí debería preocupar, más bien, a las autoridades peruanas es la calidad moral de muchos inversionistas chinos que se están aprovechando de la malla porosa anticorrupción de nuestro país, para reeditar las andanzas brasileñas de la década pasada. Hay empresas chinas abiertamente corruptas que ya empiezan a tener problemas de serias denuncias y el Perú debería estar más alerta para evitar repetir de acá a algunos años megaprocesos judiciales por corrupción a autoridades compradas por yuanes.

La influencia corrupta de las empresas chinas, que están acostumbradas a jugar fuera del reglamento, es algo que sí debería preocupar al gobierno nacional, porque la corrupción en obras públicas termina siempre o en obras mal hechas o en inversiones perfectamente innecesarias, despilfarrándose los recursos, sobre todo de los gobiernos regionales, tan proclives a la corrupción fácil.

En muchas licitaciones o concursos públicos se está repitiendo la figura del caso Lava Jato o del Club de la Construcción, pero bajo el dominio de empresas chinas medianas y hasta grandes que han hallado un país que más que ser un paraíso de las inversiones, es un campo abierto para prácticas corruptas, sin instituciones que la puedan impedir, y con absoluta impunidad por parte de los funcionarios públicos. Ese sí es un peligro geopolítico a tener en cuenta.

 

 

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