japon

Aún tenía tiempo entre mi llegada y el check in del hospedaje. Había sido un largo viaje y mi barriga ya estaba sonando del hambre. Apenas pisé las calles noté algo diferente con respecto a las otras ciudades japonesas en las que estuve. Todo era más sucio y se sentía un ambiente turbio. En ese momento no sabía la razón. Igual, comparada con las ciudades latinoamericanas que he estado seguía siendo mucho más limpio. Mientras caminaba buscando algún restaurante, veía como pasaban carros extremadamente lujosos: Ferrari, Lamborghini, Mazeratti y más. Luego de unas cuadras entré a un lugar donde servían la famosa carne de Kobe de manera certificada y te la cocinaban frente a ti. Es bastante caro, pagué 100 dólares por 120 gramos de carne. Te la muestran cruda junto a una estatuilla dorada que demuestra que efectivamente no te están sirviendo cualquier otra cosa. Soy bastante glotón y, mientras la cocinaban, el olor me hacía salivar.  Llegó el momento que tanto esperaba y te la sirven roja y jugosa con unos cuantos vegetales a la parrilla. A un costado, sal, wasabi y sillao para que la mezcles a tu gusto. Le di el primer bocado e inmediatamente me salió una sonrisa, una que permaneció durante todo el almuerzo. Parecía deshacerse dentro de tu boca. He vivido en Argentina y he probado la carne Angus de Estados Unidos, pero debo admitir que esta es la mejor que he comido en mi vida. 

Francisco Tafur

 

La historia de este famoso manjar se remonta al siglo II cuando los vacunos tipo Wagyu fueron introducidos al país. Los granjeros que ahora tenían más dinero empezaron a contratar gente para que masajeen a las vacas y así consigan mayor suavidad en la carne. A principios del siglo XIX, el gobierno japonés impulsó la industria ganadera y, de esa manera, se convirtió en uno de los ingredientes básicos de la dieta del país. Las vacas Kobe se crían en circunstancias muy particulares y suelen estar en centros ganaderos apartados. Para empezar se las alimenta con cereales, heno y arroz de la más alta calidad. También, beben de las aguas más puras posibles, incluso beben sake. Aparte de lo contado, cada una de ellas cuenta con su propio corral para evitar algún potencial estrés por la presencia de otros animales. Se le suma que diariamente reciben un masaje especializado. Finalmente, cuando son sacrificadas dejan madurar la carne durante varios días y luego pasan a un proceso de selección. Solo la carne con textura marmoleada y mayor contenido de grasa intramuscular es escogida y se le considera auténticamente tipo Kobe. 

Al salir, al borde del empacho, me di unas vueltas por el centro de la ciudad, que vale recalcar, es más pequeño que el de Tokio u Osaka, pero aun así es la séptima más poblada del país con una población de un millón y medio de habitantes. Se respiraba algo extraño, la gente fumaba en las calles, que en teoría es prohibido, pero parecía no importarles. Había esquinas con bolsas de basura y entre las angostas calles encontrabas lugares de dudosa procedencia. Comencé a entender por qué se le conoce como la ciudad más occidentalizada de Japón. Me crucé con decenas de lugares donde mostraban, a la vista, a muchas mujeres en forma de catálogo y cada imagen con un precio en yenes. Pensaba que eran prostíbulos, pero al investigar me enteré como logran sacarle la vuelta a la ley que prohíbe la prostitución.

Yo solo caminaba intentando no mirar porque todo parecía estar resguardada por miembros de la reconocida mafia, los Yakuza. A lo largo de la historia, los burdeles abundaban en las afueras de las grandes ciudades. El siglo pasado se prohibió esta actividad, pero dejando una serie de vacíos legales. La ley especifica que el acto prohibido se reduce al coito y, por lo tanto, cualquier otra acción sexual se mantiene dentro del margen legal. La otra es respecto al consentimiento, al parecer cuando se dan estos encuentros, negociar con la persona también se mantiene dentro del margen legal. Claramente al ser manejado por mafias, la trata de personas y la explotación hacia las mujeres en situaciones vulnerables abundan y es lamentable. Ya he comentado anteriormente mi postura respecto a esta actividad y es negativa. Al no sentirme cómodo rodeado de estos lugares, me alejé, y me fui a un parque para continuar mi lectura sobre la historia japonesa. Es importante tener en cuenta que estos lugares no solo están focalizados en Kobe, sino en la mayoría de las ciudades del país. 

Francisco Tafur

 

Kobe, cuya traducción literal es: puerta de los dioses o espíritus, es uno de los centros económicos más importantes de Japón. Cientos de grandes empresas extranjeras tienen su sede asiática en esta ciudad. Todo esto debido a que alberga uno de los principales puertos del país. Su historia como entidad política independiente es reciente, no fue hasta 1956 que fue asignada como una ciudad. Luego de la política de aislamiento que se dio en Japón, donde habían cerrado el comercio con el exterior, en 1853, el famoso puerto abrió sus puertas a occidente y obtuvo la cualidad de ser una ciudad cosmopolita. Claramente, durante la segunda guerra mundial fue brutalmente bombardeada y como dato curioso, esto inspiró a la famoso película del Estudio Ghibli, La tumba de las luciérnagas. Un hito en el cine animado que recomiendo altamente para entender el golpe social que se recibió durante este periodo.

En 1995 un fuerte terremoto destruyó gran parte de las instalaciones portuarias cuyas consecuencias afectaron el comercio de la ciudad hasta el día de hoy.  Como toda ciudad portuaria, las mafias y el contrabando son algo cotidiano. Mientras caminaba entre las enormes grúas y calles del puerto investigué rápidamente sobre los Yakuza. Leía entre el olor a deshechos y, siendo sincero, no me sentía tan seguro ni cómodo como el resto de las ciudades. Tanto fue mi desagrado que lo que supuestamente iba a ser una estadía de 3 días la reduje a solo uno. 

Francisco Tafur

 

Mientras esperaba en uno de los semáforos, logré identificar lo que creo que era un miembro Yakuza, debido a sus tatuajes. Le tomé una foto irresponsablemente porque si se daba cuenta quién sabe lo que podía suceder. Lo miré fijamente a los ojos y poseía una mirada distinta a los demás japoneses con los que he interactuado. Había algo peculiar, una especie de oscuridad que opaca cualquier miedo. Le llevaba por lo menos una cabeza de altura, pero esta persona tenía una postura con la que aparentaba ser dueño de todo. Yo tampoco me intimido, pero debo admitir que preferiría evitar cualquier tipo de conflicto con estas personas. Suelo pensar que tengo la habilidad de ver a través de la gente, pero en él no podía leer absolutamente nada. Parecía un guerrero atrapado en el tiempo. No es cuestión de admiración debido a que esta mafia ha cometido atrocidades y en los últimos años se ha vuelto más violenta y desmedida. 

Entre la imponente modernidad del país oriental existe un mundo clandestino que es tan aterrador como fascinante. Un mundo gobernado por la mafia más antigua del mundo: Yakuza. Existen desde hace más de 4 siglos, cuando aún los señores feudales y sus samuráis regían el territorio. Esta mafia contiene una serie de códigos de honor, tradiciones y símbolos rituales que los distinguen de las diversas mafias del mundo.

Está compuesta por alrededor de 24 familias o sindicatos. 3 de ellas son las más poderosas y principales, mantienen una estricta jerarquía. El nombre proviene de los números 8, 9 y 3; ya-ku-za, respectivamente. Esta es la peor combinación de cartas en un juego tradicional japones y evoca al infortunio. La organización surge entre grupos marginales del Japón feudal y adoptan varios códigos del Bushido samurái. Entre estos, la lealtad absoluta a su líder denominado Oyabun. Los miembros suelen tener tatuajes de elementos tradicionales de su cultura, como dragones, dioses o guerreros samurái. Esto simbolizaba originalmente un juramento que implica jamás volver a ser un integrante común de la sociedad y vivir en calidad de Yakuza por el resto de sus vidas. Tal vez su característica más peculiar es que nunca han sido ilegales, por más que enfrenten constantemente las leyes que son cada vez más restrictivas para sus actividades. Los sindicatos de la organización acogen algo llamado: derecho a libre asociación; que se encuentra dentro de la constitución. 

Francisco Tafur

Después de caminar por horas llegue al zoológico, Animal Kingdom Kobe. Realmente estoy en contra de los zoológicos porque me parece que cada animal debe estar en su hábitat y es un abuso que se mantengan en pequeñas simulaciones de su lugar natural. Aparte, un mundo donde solo puedas ver a estos animales en donde pertenecen les otorgaría la magia e imponencia que poseen. Obviamente, existen diferencias, si estoy de acuerdo con los centros de protección animal que se encargan de especies en peligro de extinción o de rehabilitación para ser regresados a su entorno.

Mis principios son ligeramente flexibles así que entré rápidamente solo para ver a la majestuosa ave conocida como Shoebill, proveniente de África. Había tres y son enormes. Tienen un plumaje azulado impresionante y un pico que ocupa la mitad de su cuerpo. Nunca había visto un animal tan extraño. Parece un dinosaurio. Me quedé observándolos por varios minutos. No se movían. Parecían de mentira. Después de verlos hacer movimientos sutiles me retiré. Regresé al hospedaje y me quedé dormido rápidamente por el agotamiento. Mi recomendación final es que no se queden en esta ciudad y la visiten desde Osaka para pasar el día y disfrutar de la exquisita carne. 

Tags:

japon, Kobe, Puerto, Shoebill, Yakuza

Sol, frio y un parque japonés. La combinación perfecta para relajarte, tomarte una coca cola y admirar todo. Desde los árboles, piedras y mujeres que caminan por ahí. Obvio, siempre con respeto. Me quedé un rato frente a las ruinas del antiguo castillo de Hiroshima, destruido por la bomba atómica, y de pronto se llenó de niños. Todos con gorras del mismo color y el mismo uniforme. Jugaban sobre las bases que quedan del antiguo castillo. Fue la representación perfecta de prosperidad. Lo que una vez fue un completo desastre ahora es patio de contemplación y diversión para los niños. No es una falta de respeto.

La educación de este país tiene una calidad admirable y los niños pequeños solo dedican su tiempo al desarrollo de una personalidad propia e interiorizar principios morales necesarios para la convivencia. La mayor parte de su tiempo lo usan para jugar. El juego es algo desvalorizado en occidente, donde abruman a los pequeños con exámenes que no sirven para nada, cuando jugar en la infancia tiene una importancia fundamental. Al jugar uno aprende a ganar y a perder, ámbito totalmente imprescindible para desarrollar un carácter fuerte y positivo. Seguí caminando y me encontré con el nuevo castillo rodeado por canales y árboles de cerezo creando un ambiente atemporal. Todos los turistas se quedaban pasmados ante semejante belleza y todos sonreían o se sacaban fotos. Yo tuve que pedirle a alguien que me tome una. 

Francisco Tafur

Por solo 500 yenes, menos de 3 dólares, compras el ticket para acceder a la nueva estructura. Es un castillo moderno que honra al pasado, al ser una réplica exacta del antiguo que fue fundado incluso antes que la ciudad, a finales del siglo XVI. Cuenta con cinco pisos y cada uno explica distintos sucesos de su historia. Me di cuenta de que estaba sin físico porque llegué sudando a la cima.  Igual, en los viajes uno saca energía de donde puede. En los alrededores de la fortaleza hay tres árboles sagrados que sobrevivieron a la explosión y ahora son símbolos de fortaleza y superación. Al salir, me despedí con una reverencia como es costumbre acá y fui hacia la estación de tren con destino a Miyajima, pero antes disfruté de un Okonomiyaki. Este plato típico de Hiroshima consiste en una base de masa donde le ponen lo que tú quieras, la traducción literal del nombre es: cocinado a su gusto. Debo admitir que por miedo a que me dé una alergia no comí ostras, es casi un pecado ya que esta ciudad es la capital de este manjar. 

Luego de 30 minutos en metro, llegué a la estación de ferris que se dirigen a la isla de Miyajima. A bordo, en el transcurso de 10 minutos recordaba la primera vez que me subí a uno. Estaba con mi padre, en Brasil, por el mundial del 2014 y él insistió que esa isla, cuyo nombre no recuerdo, era un paraíso. Cuando llegamos estaba todo oscuro y la única impresión que tenía fue que en cualquier momento nos iban a robar. Claramente fue un error de mi padre y regresamos rápidamente después de una acelerada vuelta. Mientras te vas acercando a la isla, se logra visualizar la famosa puerta Otorii de color rojizo que aparenta estar flotando en el mar, es enorme. La verdad es que sus cimientos llegan hasta el piso y cuando la marea está baja se puede apreciar en su totalidad. 

Francisco Tafur 

Al llegar, sales de la estación, caminas unos pasos y te reciben decenas de venados sagrados que están tan acostumbrados a las personas que se acercan para jugar, ser acariciados y pedir comida. Son enormes, pero son tan dóciles que yo los veía como si fueran perros gigantes. Me quedé un rato jugando con ellos y me compré un teppanyaki de pulpo para comérmelo sentado en una banca. Fue un error, se me acercó uno de los venados y comenzó a mirar mi pulpo a la parrilla. No sabía si invitarle, tal vez le caía mal. Me lamió la cara, metió su hocico en mis bolsillos y hacia sonidos. Yo solo me mataba de risa. Lo acariciaba mientras le hablaba diciéndole que no le iba a dar mi pulpo. Me seguía a todos lados, así que compré un pepino y se lo di. Después de eso comimos juntos y me despedí de él con unas palmadas en la frente y lomo. Fue divertidísimo.

La isla, cuyo verdadero nombre es Itsukushima, ha sido venerada desde tiempos antiguos. Los arqueólogos han encontrado vestigios del año 500. El santuario del mismo nombre que la isla ha sido proclamado como patrimonio de la humanidad por la UNESCO, está construido sobre el mar y le rinde tributo a la deidad del océano. Suele ser adorado por pescadores, marineros y comerciantes. Al entrar se puede ver la puerta Otorii en su máximo esplendor. Caminas entre linternas de bronce y columnas, también rojizas. Todo parece estar en armonía con el paisaje. Este santuario se encuentra a pies de una cadena montañosa donde el pico más alto es el monte Misen de casi 600 metros. Todo lleno de árboles y miles de aves que cantan sobre uno. Parece que estás sumergido en las novelas de Osamu Dazai o de Ryunosuke Akuyagawa, famosos escritores japoneses que recomiendo bastante.

Francisco Tafur 

Al salir, por el otro extremo del santuario, encuentras unas escaleras, sí, más escaleras, mis piernas ya no daban más, pero encontré fuerza en mi alegría. Las escaleras se elevan hasta la cima del monte Misen y a mitad de camino está el templo Daisho-in, del año 806. Fue fundado por uno de los monjes más famosos de la historia japonesa llamado Kukai o Kobo-Daishi. Mientras subía arrastrándome, lleno de sudor, me crucé con una enorme campana, se les llama Furin o campanas de viento. Para mi suerte estaba permitido tocarla. Agarré una cuerda gruesa que estaba amarrada a un pedazo de tronco. Jalé la cuerda e impacté la campana con todas mis fuerzas, casi me quedo sordo, pero el sonido es peculiar, parece retumbar por toda la isla. 

Antes de llegar al templo, me desvié del camino para caminar por un jardín repleto de estatuas de Buda en piedra. De distintas formas y todas adornadas con gorros rojos. Estas son conocidas como estatuas Jizo y se les suele decorar con estos gorros y también baberos de este color. La razón es que en el folclore se considera que el rojo aleja a los demonios o yokais. También, se cree que espanta a las enfermedades. Se les considera guardianes de los niños y viajeros. Es por esto que en múltiples caminos a lo largo del país se encuentran estas figuras. Mientras caminaba por estos pequeños senderos regaban el jardín y parecía estar todo rodeado de niebla, le daba un toque místico que te atrapaba en el lugar por varios minutos. Retomé el camino y llegué al templo. Tomé de las fuentes de agua sagrada y, por si acaso, lancé unas monedas como ofrenda. No soy supersticioso, pero me compré un omamori, talismán de la suerte. 

Francisco Tafur

 

Después de varias horas en la isla, regresé a la estación de ferry para volver a Hiroshima. Me impresionó que salieron como 10 personas en las famosas motos deportivas, Kawasaki, reconocidas a nivel mundial. Existen distintos tipos de viajeros y los motociclistas son uno de ellos. Me encantaría hacerlo algún día, pero la única vez que manejé una casi me caigo, por suerte no pasó nada. Subí al ferri y miraba cómo la enorme puerta roja iba desapareciendo mientras el barco se alejaba. Me preguntaba si regresaría algún día o si esta sería la última vez que pise la isla sagrada. Una vez más, Japón, me sorprendió por su capacidad de hacerte creer que estas en una épica antigua. Es un territorio que contiene ese poder. La magia se entremezcla con la realidad y te invade de manera potente. Aprendes que hay mil mundos en uno solo y que conocerlos todos es imposible para una vida. Ya voy más de dos semanas aquí y la potencia del lugar hace que parezca que el tiempo vuela. Nunca había sentido mi espíritu viajero tan alimentado.

Tags:

japon, Miyajima, sagrado, santuarios, templos

Luego de Tokio, a cuatro horas en tren bala, llegué a Hiroshima. Definitivamente una de las ciudades más hermosas y conmovedoras que he podido visitar. Dejé mis maletas en el hospedaje y salí a caminar. La modernidad abunda por donde vayas y los ciudadanos caminan tranquilos y sonrientes. Si uno no supiera la historia sería imposible imaginar que hace menos de 100 años los estadounidenses lanzaron por primera vez una bomba atómica sobre un lugar poblado. Uno de los crímenes de guerra más atroces de la historia de la humanidad. No tiene perdón. Se calcula que de manera inmediata murieron aproximadamente 80 mil personas y días después 50 mil más debido a las secuelas. Tres días después, lanzaron otra en la ciudad de Nagasaki y amenazaban con una más para Tokio. Japón se vio obligado a rendirse en 1945 y el emperador Hirohito tuvo que declarar que había perdido la guerra y que su calidad divina no era cierta. Definitivamente el golpe más potente que ha recibido este país. Mientras caminaba por lo que en un momento era tierra devastada e imperaba la tragedia, no podía creer el nivel de prosperidad de los japoneses para recuperarse de manera tan rápida. Otra gran sorpresa es que no existe una actitud de víctima.

A diferencia de nuestro Perú, que sufre de una victimización masiva a la que yo le echo la culpa del poco desarrollo civil e identitario. Peor aún, esto está respaldado por grandes académicos que atribuyen nuestra precariedad a la herencia colonial. Nadie la niega, pero si los académicos la defienden en lugar de buscarle solución es inevitable la falta de progreso. En nuestro caso se da una retroalimentación académica-población negativa. Por lo tanto, hemos fallado. Sé que las circunstancias son distintas, nosotros somos un país colonizado y Japón nunca lo fue, pero estamos hablando de una diferencia de más de 400 años en cuanto a la paliza psicosocial que se dio. Es hora de cambiar nuestro mecanismo de defensa y de afrontamiento colectivo para pasar de pensar que estamos destinados a la perdición a uno que eleve la voluntad de agencia en los ciudadanos. Me encantaría saber la respuesta, pero no la conozco, por lo menos es valioso pensarlo. Solo sé que es momento de dejar de buscar culpables y encontrar resoluciones.

Francisco Tafur 

Me quedé un rato contemplado los edificios en el parque Shukkeien, rodeado de árboles de sákura y pequeñas islas verdes que están interconectadas por puentes en forma de u invertida. Tras perderme un rato entre esa belleza fui al memorial de la paz de Hiroshima que se encontraba a pocos minutos a pie. La Cúpula Genbaku o Cúpula de la Bomba Atómica. El edificio que originalmente era una exposición comercial ahora permanece en ruinas como recuerdo del atentado nuclear. El hipocentro de la explosión del 6 de agosto de 1945 se dio a solo 150 metros de la estructura. En 1996 se declaró patrimonio de la humanidad por la UNESCO. Se puede ver cómo el hormigón fue derretido por las altas temperaturas y, en fotos de la devastación, se puede ver cómo ésta fue prácticamente la única construcción que se mantuvo en pie. Entre varios turistas, me senté al frente unos minutos imaginando el caos que se desató. Luego me di cuenta de que mi imaginación no fue suficiente para retratar semejante tragedia. 

La estructura se encuentra en uno de los extremos del Parque Conmemorativo de la Paz. Seguí mi camino y me encontré con varias sorpresas que te dejan helado por lo escalofriante. Una estatua dedicada a los niños muertos por el ataque; un monte conmemorativo que contiene las cenizas de 70 mil personas no identificadas; una inscripción que se traduce como: descansen en paz, pues el error jamás se repetirá; y la Llama de la Paz que permanecerá encendida hasta que las amenazas de aniquilación nuclear dejen de existir. Lamentablemente, la situación mundial está cada vez más belicosa y maldita debido a enormes egos de seres impresentables que juegan a ser dioses y que no me daría pena verlos sufrir, entre ellos: Vladimir Putin, Benjamín Netanyahu, Joe Biden y más. A este paso esa llama nunca será apagada. Me considero una persona buena, pero también poseo, como todos, oscuridad que no niego ni está dentro de mis planes erradicar así que considero que estas personas merecen lo peor. Para finalizar mi recorrido entre al Museo de la Paz en el otro extremo del parque. 

Francisco Tafur 

«Todos los irradiados caminábamos con los brazos levantados a la altura del corazón. Parecíamos fantasmas. Las quemaduras eran tan graves que solo podíamos arrastrar nuestro cuerpo.»

«El cielo se prendió en fuego»

«No podía entender lo que estaba sucediendo, pero sentía que se me estaba quemando el brazo derecho, la cabeza y el lado izquierdo del cuello. A la luz enceguecedora le siguió una oscuridad tremenda, como si fuera la medianoche, y empezó la ‘lluvia negra’ del hongo atómico con polvo radiactivo. En medio de esa lluvia yo estaba aturdida y todos los edificios de los alrededores, destruidos o en llamas. Pero traté de ubicarme para poder volver a mi casa. Cuando llegué, no quedaba nada en pie, y mi mamá no me reconoció inicialmente porque el cabello se me había chamuscado por el calor y yo estaba totalmente tiznada con mi ropa hecha harapos”

Todo el museo está repleto de testimonios de esta categoría, caminas entre fotos de niños con heridas que no me atrevo a describir. Tumultos de cuerpos. restos de ropa y zapatos. Imágenes aéreas de la ciudad devastada. Me quedé una hora y media y ya no podía más. Se me escapaban lágrimas que, cobardemente, intentaba aguantar. Se me aceleraba el corazón. Sentía rabia hacia Truman. Sentía una tristeza inconmensurable. Cada paso succionaba la poca alegría que me quedaba. Por momentos caminaba mirando el piso. Ya no soportaba las imágenes y declaraciones. Me enteré de que la bomba tenía nombre y era Little Boy, no me gusta admitirlo, pero sentí asco y rencor hacia Estados Unidos. 

Sentía mis piernas débiles y las manos adormecidas. El recorrido se hacía eterno, pero era mi responsabilidad como ser humano presenciarlo.ya que nadie debe olvidar lo sucedido. Aprendí sobre la estremecedora historia de los Hibakusha, la traducción literal es: persona bombardeada. Las personas no se les acercaban por temor a contaminarse de radiación. Fueron condenados a vivir en soledad y estigmatizados. Sentía mi espíritu quebrarse, ya no pude contener el llanto. Me gustaría tener la fuerza para poner en palabras lo que se ve dentro de ese importantísimo y totalmente necesario museo, pero acepto mi debilidad. Al salir me sentía como un niño abandonado, con las manos temblorosas, saqué mi billetera y me tomé dos clonazepam porque ya estaba comenzando a tener un ataque de pánico. Me alejé, busqué un árbol y me eché un rato prolongado para poder recuperarme. Siendo sincero, ahora, varios días después, sigo impactado.

Fue como si un dios levantará su colosal pie y me diera una patada directa en el alma. Creo que todos, deberían presenciar esto y darse cuenta de que el potencial humano va para los dos lados y que somos capaces de cometer actos extremadamente crueles. Mientras escribo, recuerdo que en mi país existe un sector, perdónenme las palabras, de gente realmente estúpida que parecen tener el coeficiente intelectual de una rana que quiere clausurar lugares imprescindibles como el LUM. Ya he mencionado anteriormente que, a mi parecer, debería ser aún más potente. 

Francisco Tafur 

Tomé un taxi porque seguía con las piernas inestables y mis pensamientos estaban aturdidos. Me fui al santuario Mitaki Dera, solo seguí mi instinto y pensé que en este lugar podría calmar mi mente turbulenta. El lugar se encuentra al pie de una colina boscosa con cataratas y cientos de esculturas de Buda que están por todos lados. El agua de este lugar es considerada sagrada y se usa como ofrenda hacia las víctimas de la bomba atómica una vez al año. Solo subía las escaleras y me senté acompañado de las piedras esculpidas. Mi respiración se tranquilizó, y recuperé la fuerza de mis extremidades. Cuando regresaba, le pregunté al taxista sobre el atentado y su respuesta me agarró desprevenido. Me dijo que estaban en una guerra y así es, también me comentó que tal vez era lo que merecían por las atrocidades que ellos cometieron en Corea y China. Yo no estoy de acuerdo, pero su madurez y mentalidad me pareció admirable. Finalmente me quedo con esta pregunta: ¿Qué se necesita para llegar a este nivel de templanza e identidad de nación? 

Francisco Tafur

 

Tags:

Bomba atómica, Hiroshima, japon, museo de la memoria
x