Francisco Tafur

La isla sagrada y el castillo de Hiroshima

“La isla, cuyo verdadero nombre es Itsukushima, ha sido venerada desde tiempos antiguos. Los arqueólogos han encontrado vestigios del año 500. El santuario del mismo nombre que la isla está construido sobre el mar y le rinde tributo a la deidad del océano. Suele ser adorado por pescadores, marineros y comerciantes. Al entrar se puede ver la puerta Otorii en su máximo esplendor. Caminas entre linternas de bronce y columnas, también rojizas. Todo parece estar en armonía con el paisaje”

Sol, frio y un parque japonés. La combinación perfecta para relajarte, tomarte una coca cola y admirar todo. Desde los árboles, piedras y mujeres que caminan por ahí. Obvio, siempre con respeto. Me quedé un rato frente a las ruinas del antiguo castillo de Hiroshima, destruido por la bomba atómica, y de pronto se llenó de niños. Todos con gorras del mismo color y el mismo uniforme. Jugaban sobre las bases que quedan del antiguo castillo. Fue la representación perfecta de prosperidad. Lo que una vez fue un completo desastre ahora es patio de contemplación y diversión para los niños. No es una falta de respeto.

La educación de este país tiene una calidad admirable y los niños pequeños solo dedican su tiempo al desarrollo de una personalidad propia e interiorizar principios morales necesarios para la convivencia. La mayor parte de su tiempo lo usan para jugar. El juego es algo desvalorizado en occidente, donde abruman a los pequeños con exámenes que no sirven para nada, cuando jugar en la infancia tiene una importancia fundamental. Al jugar uno aprende a ganar y a perder, ámbito totalmente imprescindible para desarrollar un carácter fuerte y positivo. Seguí caminando y me encontré con el nuevo castillo rodeado por canales y árboles de cerezo creando un ambiente atemporal. Todos los turistas se quedaban pasmados ante semejante belleza y todos sonreían o se sacaban fotos. Yo tuve que pedirle a alguien que me tome una. 

Francisco Tafur

Por solo 500 yenes, menos de 3 dólares, compras el ticket para acceder a la nueva estructura. Es un castillo moderno que honra al pasado, al ser una réplica exacta del antiguo que fue fundado incluso antes que la ciudad, a finales del siglo XVI. Cuenta con cinco pisos y cada uno explica distintos sucesos de su historia. Me di cuenta de que estaba sin físico porque llegué sudando a la cima.  Igual, en los viajes uno saca energía de donde puede. En los alrededores de la fortaleza hay tres árboles sagrados que sobrevivieron a la explosión y ahora son símbolos de fortaleza y superación. Al salir, me despedí con una reverencia como es costumbre acá y fui hacia la estación de tren con destino a Miyajima, pero antes disfruté de un Okonomiyaki. Este plato típico de Hiroshima consiste en una base de masa donde le ponen lo que tú quieras, la traducción literal del nombre es: cocinado a su gusto. Debo admitir que por miedo a que me dé una alergia no comí ostras, es casi un pecado ya que esta ciudad es la capital de este manjar. 

Luego de 30 minutos en metro, llegué a la estación de ferris que se dirigen a la isla de Miyajima. A bordo, en el transcurso de 10 minutos recordaba la primera vez que me subí a uno. Estaba con mi padre, en Brasil, por el mundial del 2014 y él insistió que esa isla, cuyo nombre no recuerdo, era un paraíso. Cuando llegamos estaba todo oscuro y la única impresión que tenía fue que en cualquier momento nos iban a robar. Claramente fue un error de mi padre y regresamos rápidamente después de una acelerada vuelta. Mientras te vas acercando a la isla, se logra visualizar la famosa puerta Otorii de color rojizo que aparenta estar flotando en el mar, es enorme. La verdad es que sus cimientos llegan hasta el piso y cuando la marea está baja se puede apreciar en su totalidad. 

Francisco Tafur 

Al llegar, sales de la estación, caminas unos pasos y te reciben decenas de venados sagrados que están tan acostumbrados a las personas que se acercan para jugar, ser acariciados y pedir comida. Son enormes, pero son tan dóciles que yo los veía como si fueran perros gigantes. Me quedé un rato jugando con ellos y me compré un teppanyaki de pulpo para comérmelo sentado en una banca. Fue un error, se me acercó uno de los venados y comenzó a mirar mi pulpo a la parrilla. No sabía si invitarle, tal vez le caía mal. Me lamió la cara, metió su hocico en mis bolsillos y hacia sonidos. Yo solo me mataba de risa. Lo acariciaba mientras le hablaba diciéndole que no le iba a dar mi pulpo. Me seguía a todos lados, así que compré un pepino y se lo di. Después de eso comimos juntos y me despedí de él con unas palmadas en la frente y lomo. Fue divertidísimo.

La isla, cuyo verdadero nombre es Itsukushima, ha sido venerada desde tiempos antiguos. Los arqueólogos han encontrado vestigios del año 500. El santuario del mismo nombre que la isla ha sido proclamado como patrimonio de la humanidad por la UNESCO, está construido sobre el mar y le rinde tributo a la deidad del océano. Suele ser adorado por pescadores, marineros y comerciantes. Al entrar se puede ver la puerta Otorii en su máximo esplendor. Caminas entre linternas de bronce y columnas, también rojizas. Todo parece estar en armonía con el paisaje. Este santuario se encuentra a pies de una cadena montañosa donde el pico más alto es el monte Misen de casi 600 metros. Todo lleno de árboles y miles de aves que cantan sobre uno. Parece que estás sumergido en las novelas de Osamu Dazai o de Ryunosuke Akuyagawa, famosos escritores japoneses que recomiendo bastante.

Francisco Tafur 

Al salir, por el otro extremo del santuario, encuentras unas escaleras, sí, más escaleras, mis piernas ya no daban más, pero encontré fuerza en mi alegría. Las escaleras se elevan hasta la cima del monte Misen y a mitad de camino está el templo Daisho-in, del año 806. Fue fundado por uno de los monjes más famosos de la historia japonesa llamado Kukai o Kobo-Daishi. Mientras subía arrastrándome, lleno de sudor, me crucé con una enorme campana, se les llama Furin o campanas de viento. Para mi suerte estaba permitido tocarla. Agarré una cuerda gruesa que estaba amarrada a un pedazo de tronco. Jalé la cuerda e impacté la campana con todas mis fuerzas, casi me quedo sordo, pero el sonido es peculiar, parece retumbar por toda la isla. 

Antes de llegar al templo, me desvié del camino para caminar por un jardín repleto de estatuas de Buda en piedra. De distintas formas y todas adornadas con gorros rojos. Estas son conocidas como estatuas Jizo y se les suele decorar con estos gorros y también baberos de este color. La razón es que en el folclore se considera que el rojo aleja a los demonios o yokais. También, se cree que espanta a las enfermedades. Se les considera guardianes de los niños y viajeros. Es por esto que en múltiples caminos a lo largo del país se encuentran estas figuras. Mientras caminaba por estos pequeños senderos regaban el jardín y parecía estar todo rodeado de niebla, le daba un toque místico que te atrapaba en el lugar por varios minutos. Retomé el camino y llegué al templo. Tomé de las fuentes de agua sagrada y, por si acaso, lancé unas monedas como ofrenda. No soy supersticioso, pero me compré un omamori, talismán de la suerte. 

Francisco Tafur

 

Después de varias horas en la isla, regresé a la estación de ferry para volver a Hiroshima. Me impresionó que salieron como 10 personas en las famosas motos deportivas, Kawasaki, reconocidas a nivel mundial. Existen distintos tipos de viajeros y los motociclistas son uno de ellos. Me encantaría hacerlo algún día, pero la única vez que manejé una casi me caigo, por suerte no pasó nada. Subí al ferri y miraba cómo la enorme puerta roja iba desapareciendo mientras el barco se alejaba. Me preguntaba si regresaría algún día o si esta sería la última vez que pise la isla sagrada. Una vez más, Japón, me sorprendió por su capacidad de hacerte creer que estas en una épica antigua. Es un territorio que contiene ese poder. La magia se entremezcla con la realidad y te invade de manera potente. Aprendes que hay mil mundos en uno solo y que conocerlos todos es imposible para una vida. Ya voy más de dos semanas aquí y la potencia del lugar hace que parezca que el tiempo vuela. Nunca había sentido mi espíritu viajero tan alimentado.

Tags:

japon, Miyajima, sagrado, santuarios, templos

Mas artículos del autor:

"La espada calmada"
"Kobe: Carne, Yakuza y un ave legendaria"
"Kobe, Yakuza, Shoebill, Japon, Puerto"
x