Francisco Tafur

Hiroshima: de la devastación a la prosperidad

“Caminas entre fotos de niños con heridas que no me atrevo a describir. Tumultos de cuerpos. restos de ropa y zapatos. Imágenes aéreas de la ciudad devastada. Me quedé una hora y media y ya no podía más. Se me escapaban lágrimas que, cobardemente, intentaba aguantar. Se me aceleraba el corazón. Sentía rabia hacia Truman. Sentía una tristeza inconmensurable. Cada paso succionaba la poca alegría que me quedaba. Por momentos caminaba mirando el piso. Ya no soportaba las imágenes y declaraciones”

Luego de Tokio, a cuatro horas en tren bala, llegué a Hiroshima. Definitivamente una de las ciudades más hermosas y conmovedoras que he podido visitar. Dejé mis maletas en el hospedaje y salí a caminar. La modernidad abunda por donde vayas y los ciudadanos caminan tranquilos y sonrientes. Si uno no supiera la historia sería imposible imaginar que hace menos de 100 años los estadounidenses lanzaron por primera vez una bomba atómica sobre un lugar poblado. Uno de los crímenes de guerra más atroces de la historia de la humanidad. No tiene perdón. Se calcula que de manera inmediata murieron aproximadamente 80 mil personas y días después 50 mil más debido a las secuelas. Tres días después, lanzaron otra en la ciudad de Nagasaki y amenazaban con una más para Tokio. Japón se vio obligado a rendirse en 1945 y el emperador Hirohito tuvo que declarar que había perdido la guerra y que su calidad divina no era cierta. Definitivamente el golpe más potente que ha recibido este país. Mientras caminaba por lo que en un momento era tierra devastada e imperaba la tragedia, no podía creer el nivel de prosperidad de los japoneses para recuperarse de manera tan rápida. Otra gran sorpresa es que no existe una actitud de víctima.

A diferencia de nuestro Perú, que sufre de una victimización masiva a la que yo le echo la culpa del poco desarrollo civil e identitario. Peor aún, esto está respaldado por grandes académicos que atribuyen nuestra precariedad a la herencia colonial. Nadie la niega, pero si los académicos la defienden en lugar de buscarle solución es inevitable la falta de progreso. En nuestro caso se da una retroalimentación académica-población negativa. Por lo tanto, hemos fallado. Sé que las circunstancias son distintas, nosotros somos un país colonizado y Japón nunca lo fue, pero estamos hablando de una diferencia de más de 400 años en cuanto a la paliza psicosocial que se dio. Es hora de cambiar nuestro mecanismo de defensa y de afrontamiento colectivo para pasar de pensar que estamos destinados a la perdición a uno que eleve la voluntad de agencia en los ciudadanos. Me encantaría saber la respuesta, pero no la conozco, por lo menos es valioso pensarlo. Solo sé que es momento de dejar de buscar culpables y encontrar resoluciones.

Francisco Tafur 

Me quedé un rato contemplado los edificios en el parque Shukkeien, rodeado de árboles de sákura y pequeñas islas verdes que están interconectadas por puentes en forma de u invertida. Tras perderme un rato entre esa belleza fui al memorial de la paz de Hiroshima que se encontraba a pocos minutos a pie. La Cúpula Genbaku o Cúpula de la Bomba Atómica. El edificio que originalmente era una exposición comercial ahora permanece en ruinas como recuerdo del atentado nuclear. El hipocentro de la explosión del 6 de agosto de 1945 se dio a solo 150 metros de la estructura. En 1996 se declaró patrimonio de la humanidad por la UNESCO. Se puede ver cómo el hormigón fue derretido por las altas temperaturas y, en fotos de la devastación, se puede ver cómo ésta fue prácticamente la única construcción que se mantuvo en pie. Entre varios turistas, me senté al frente unos minutos imaginando el caos que se desató. Luego me di cuenta de que mi imaginación no fue suficiente para retratar semejante tragedia. 

La estructura se encuentra en uno de los extremos del Parque Conmemorativo de la Paz. Seguí mi camino y me encontré con varias sorpresas que te dejan helado por lo escalofriante. Una estatua dedicada a los niños muertos por el ataque; un monte conmemorativo que contiene las cenizas de 70 mil personas no identificadas; una inscripción que se traduce como: descansen en paz, pues el error jamás se repetirá; y la Llama de la Paz que permanecerá encendida hasta que las amenazas de aniquilación nuclear dejen de existir. Lamentablemente, la situación mundial está cada vez más belicosa y maldita debido a enormes egos de seres impresentables que juegan a ser dioses y que no me daría pena verlos sufrir, entre ellos: Vladimir Putin, Benjamín Netanyahu, Joe Biden y más. A este paso esa llama nunca será apagada. Me considero una persona buena, pero también poseo, como todos, oscuridad que no niego ni está dentro de mis planes erradicar así que considero que estas personas merecen lo peor. Para finalizar mi recorrido entre al Museo de la Paz en el otro extremo del parque. 

Francisco Tafur 

«Todos los irradiados caminábamos con los brazos levantados a la altura del corazón. Parecíamos fantasmas. Las quemaduras eran tan graves que solo podíamos arrastrar nuestro cuerpo.»

«El cielo se prendió en fuego»

«No podía entender lo que estaba sucediendo, pero sentía que se me estaba quemando el brazo derecho, la cabeza y el lado izquierdo del cuello. A la luz enceguecedora le siguió una oscuridad tremenda, como si fuera la medianoche, y empezó la ‘lluvia negra’ del hongo atómico con polvo radiactivo. En medio de esa lluvia yo estaba aturdida y todos los edificios de los alrededores, destruidos o en llamas. Pero traté de ubicarme para poder volver a mi casa. Cuando llegué, no quedaba nada en pie, y mi mamá no me reconoció inicialmente porque el cabello se me había chamuscado por el calor y yo estaba totalmente tiznada con mi ropa hecha harapos”

Todo el museo está repleto de testimonios de esta categoría, caminas entre fotos de niños con heridas que no me atrevo a describir. Tumultos de cuerpos. restos de ropa y zapatos. Imágenes aéreas de la ciudad devastada. Me quedé una hora y media y ya no podía más. Se me escapaban lágrimas que, cobardemente, intentaba aguantar. Se me aceleraba el corazón. Sentía rabia hacia Truman. Sentía una tristeza inconmensurable. Cada paso succionaba la poca alegría que me quedaba. Por momentos caminaba mirando el piso. Ya no soportaba las imágenes y declaraciones. Me enteré de que la bomba tenía nombre y era Little Boy, no me gusta admitirlo, pero sentí asco y rencor hacia Estados Unidos. 

Sentía mis piernas débiles y las manos adormecidas. El recorrido se hacía eterno, pero era mi responsabilidad como ser humano presenciarlo.ya que nadie debe olvidar lo sucedido. Aprendí sobre la estremecedora historia de los Hibakusha, la traducción literal es: persona bombardeada. Las personas no se les acercaban por temor a contaminarse de radiación. Fueron condenados a vivir en soledad y estigmatizados. Sentía mi espíritu quebrarse, ya no pude contener el llanto. Me gustaría tener la fuerza para poner en palabras lo que se ve dentro de ese importantísimo y totalmente necesario museo, pero acepto mi debilidad. Al salir me sentía como un niño abandonado, con las manos temblorosas, saqué mi billetera y me tomé dos clonazepam porque ya estaba comenzando a tener un ataque de pánico. Me alejé, busqué un árbol y me eché un rato prolongado para poder recuperarme. Siendo sincero, ahora, varios días después, sigo impactado.

Fue como si un dios levantará su colosal pie y me diera una patada directa en el alma. Creo que todos, deberían presenciar esto y darse cuenta de que el potencial humano va para los dos lados y que somos capaces de cometer actos extremadamente crueles. Mientras escribo, recuerdo que en mi país existe un sector, perdónenme las palabras, de gente realmente estúpida que parecen tener el coeficiente intelectual de una rana que quiere clausurar lugares imprescindibles como el LUM. Ya he mencionado anteriormente que, a mi parecer, debería ser aún más potente. 

Francisco Tafur 

Tomé un taxi porque seguía con las piernas inestables y mis pensamientos estaban aturdidos. Me fui al santuario Mitaki Dera, solo seguí mi instinto y pensé que en este lugar podría calmar mi mente turbulenta. El lugar se encuentra al pie de una colina boscosa con cataratas y cientos de esculturas de Buda que están por todos lados. El agua de este lugar es considerada sagrada y se usa como ofrenda hacia las víctimas de la bomba atómica una vez al año. Solo subía las escaleras y me senté acompañado de las piedras esculpidas. Mi respiración se tranquilizó, y recuperé la fuerza de mis extremidades. Cuando regresaba, le pregunté al taxista sobre el atentado y su respuesta me agarró desprevenido. Me dijo que estaban en una guerra y así es, también me comentó que tal vez era lo que merecían por las atrocidades que ellos cometieron en Corea y China. Yo no estoy de acuerdo, pero su madurez y mentalidad me pareció admirable. Finalmente me quedo con esta pregunta: ¿Qué se necesita para llegar a este nivel de templanza e identidad de nación? 

Francisco Tafur

 

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Bomba atómica, Hiroshima, japon, museo de la memoria

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