Un aniversario que está pasando desapercibido en este año post-bicentenario y trilciano es la aparición del único libro de poemas de José María Arguedas, titulado Katatay (Temblar). Lo publicó el Instituto Nacional de Cultura, con prólogo de Alberto Escobar, como una recopilación de seis poemas que fueron dados a conocer por Arguedas en la década de 1960 en quechua y traducidos mayormente por él mismo al castellano. Más adelante se añadiría un poema desconocido, totalizando, así, siete.
Leer este libro de 1972 nos conecta con una época de grandes transformaciones y esperanza en el Perú. Eran los tiempos del Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada, que realizó reformas que cambiaron para siempre el rostro del país. Para muchos sectores conservadores se trató de un gobierno funesto (y así lo cacarean hasta ahora), pero lo cierto es que el Perú pasó de ser un país latifundista y semifeudal a una versión de capitalismo estatal que fue truncada con el contragolpe del «felón» Francisco Morales Bermúdez. Entre otros hechos inéditos, la población indígena logró entrar a Palacio y el quechua se oficializó. Lamentablemente, Arguedas se había suicidado tres años antes por una depresión que lo persiguió toda su vida y de la que ni los nuevos aires políticos pudieron redimirlo.
En la tradición poética quechua hay muestras valiosas desde tiempos coloniales, con los himnos, cantares y poemas cortos recogidos por cronistas como Guaman Poma de Ayala, Juan de Santacruz Pachacuti, Cristóbal de Molina el Cuzqueño y el Inca Garcilaso de la Vega, que constituyen las fuentes principales para llegar a una idea aproximada de ese arte verbal en la principal lengua andina en tiempos prehispánicos. Ya con la llegada de los españoles la poesía quechua colonial adquirió matices cristianos con fines evangelizadores. Pero lo cierto es que los autores indígenas y mestizos se apropiaron de la escritura alfabética para dar continuidad y renovar una tradición muy antigua.
En tiempos de la república esa práctica continuó paralela a la de la poesía en español, que más bien se dedicaba a imitar de manera lánguida los modelos del romanticismo peninsular. O sea, cero independencia.
Ya en el siglo veinte surgen dos pilares de la tradición quechua, como son los poemas de Andrés Alencastre (que firmaba como Killku Waraka) y José María Arguedas, ampliamente reconocido para entonces como narrador y antropólogo. Con «A nuestro padre creador Túpac Amaru», «Llamado a algunos doctores», «Oda al jet» y los otros poemas que componen Katatay se hizo evidente que Arguedas era, por encima de todo, un gran poeta. Ahí estaba la explicación de la hondura y sensibilidad de sus novelas, así como en su manejo del quechua, que para él era la lengua más idónea para la poesía.
Han pasado 50 años desde la recopilación de Katatay y los poemas de Arguedas nos dicen cosas muy valiosas, como la necesidad de una transformación social profunda, un mejor entendimiento de nuestra naturaleza y nuestros pueblos originarios y la posibilidad de lograr una modernidad alternativa, sin abandonar aquello que nos es propio y oriundo del Perú.
Así como celebramos con toda justicia el centenario de Trilce, de César Vallejo, este 2022, celebremos también el cincuentenario de Katatay. Nuestro Perú profundo lo merece.
Como dice Arguedas en «Llamado a algunos doctores»:
«¿De qué están hechos mis sesos? ¿De qué está hecha la carne de mi corazón?
Saca tu larga vista, tus mejores anteojos. Mira, si puedes.
Quinientas flores de papas distintas crecen en los balcones de los abismos que tus ojos no alcanzan, sobre la tierra en que la noche y el oro, la plata y el día se mezclan. Esas quinientas flores, son mis sesos, mi carne».
(* El libro en su edición original puede descargarse en este enlace, ¡A leer!:
https://repositorio.cultura.gob.pe/bitstream/handle/CULTURA/945/Temblar%20Katatay.pdf?sequence=1&isAllowed=y )
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