Arguedas

[LA TANA ZURDA] Costa y sierra (o, léase mejor, el Perú criollo y el Perú indígena y mestizo) han sido dos aspectos que han convivido de manera asimétrica desde tiempos coloniales. Sabemos de sobra que el poder político y económico se ha ejercido desde entonces en la costa, específicamente Lima, cuando Pizarro decidió asentar su nueva sede de gobierno en el florido y poblado valle del río Rímac, usurpando sus derechos al cacique Taulichusco. Poco a poco el fértil valle fue depredado para construir casas y edificios convenientes a los conquistadores. Los árboles fueron desapareciendo y el descuido de los canales de regadío que por cientos de años habían hecho de este enclave un lugar productivo consiguió que poco a poco la población indígena se dispersara, quedando apenas algunos agrupamientos en lo que después fue llamado el «cercado» (hoy Barrios Altos), Magdalena, Ate y pocos más. El incremento continuo de españoles y el crecimiento de la población criolla empezó a configurar una ciudad que se pretendía blanca desde sus inicios, aunque sabemos que por igual se daban mezclas que les otorgan a los autoasumidos «blancos» peruanos sus rasgos amestizados hasta hoy. O sea, europeos bamba, pero con ínfulas de pureza racial.

Con la independencia formal de 1821 simplemente se renovó la dominación occidental y los indios y mestizos del interior siguieron viviendo casi en las mismas condiciones de antes, pues los corregimientos fueron sustituidos por las haciendas y cualquier intento de modernidad pasaba por cuentagotas por la redoma limeña. La historia es bien conocida y no sé si merece la pena resumirla una vez más, salvo para subrayar que de ese supuesto «atraso» de la provincia surgió en el siglo XX la mejor respuesta que pudieron dar los grupos históricamente dominados: uno de los mayores escritores peruanos, José María Arguedas, cuya grandeza consiste en haber sabido dar cuenta de la expresión del mundo quechua aprovechando la letra europea, uno de los mecanismos iniciales de la dominación occidental.

En el entonces pueblo de Andahuaylas, en 1911, como se ha dicho, nace este pequeño que pierde a su madre muy temprano y es obligado a vivir entre la servidumbre indígena. De ahí surge la figura maternal por excelencia, doña Cayetana, que lo criará como hijo propio y le enseñará el quechua con la ternura y la generosidad que todo niño merece.

José María no solo destacó como narrador, desde sus primeros cuentos publicados en 1933 (el entrañable «Warma kuyay», por ejemplo) y sus libros como Agua (1935), Canto quechwa (1938) y Yawar fiesta (1941), a los cuales seguirían otras notables novelas y numerosos artículos periodísticos y recopilaciones del saber oral de los pueblos andinos.

Pero donde Arguedas también renueva la literatura peruana es en la poesía, con sus contundentes poemas publicados en quechua y español en la década de 1960, luego recopilados póstumamente en 1972 bajo el título de Katatay.

Ahí Arguedas avizora la invasión migratoria de las ciudades costeras, en un desembalse incontenible que cambiaría el rostro del Perú, hasta el punto de que hoy Lima es la ciudad quechuahablante más grande del mundo.

Sin duda que al Perú le falta mucho aún para ser un país unitario y homogéneo, pero ejemplos como el de Arguedas nos hacen mantener una esperanza, no tanto hacia la mezcla y el discurso mestizófilo, sino hacia el cultivo y, sobre todo, el respeto de nuestras diferencias.

El 18 de enero, pues, es una fecha clave en el Perú. Que sirva para recordar cada año, como diría Vallejo, nuestro «trémulo, patriótico peinado».

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[DETECTIVE SALVAJE] Este año, una de las novelas más representativas de la cultura peruana tiene su aniversario. Los ríos profundos, de José María Arguedas, se publicó en 1958, hace 65 años. La obra es un puente entre el quechua y el castellano, entre las costumbres indígenas y el Perú occidentalizado.

En Los ríos profundos, Abancay es un paso en una escalera cuyo fin es subsistir. Ernesto llega ahí con su padre, que busca trabajo de pueblo en pueblo de la costa y sierra peruana. Se instala en un internado, bajo la tutela de los curas. Ahí conoce al Lleras, por ejemplo, el matón del colegio, y a su cómplice, el Añuco. También a Antero, con quien Ernesto descubre lo que es la amistad. Este le enseña a hacer bailar el zumbayllu, un trompo con poderes mágicos. En el colegio, en el patio donde pasan los recreos y las tardes, Ernesto ve replicada la jerarquía, la perversidad y la injusticia que ha conocido en el centenar de pueblos a los que ha llegado con su padre. Incluso a quienes les coge cariño en algún momento muestran su lado oscuro, y eso para Ernesto es una desilusión.

Él no solo vela por su propia subsistencia. También arriesga el pellejo por los indios, que viven bajo la opresión de los hacendados. Acompaña a Doña Felipa a repartir la sal robada, y la admira después de su huida.

Los ríos profundos es un libro que nace de la propia experiencia de su autor. Como el padre de Ernesto, el de Arguedas también era un abogado itinerante que saltaba de pueblo en pueblo buscando trabajo. Mientras viajaba, José María y su hermano Arístides quedaron a disposición de su madrastra y hermanastro, quienes los maltrataban. Los dos jóvenes no aguantaron la situación y escaparon de la casa. Por dos años, vivieron con los indios en la hacienda Viseca. De ellos aprendieron el quechua y sus costumbres. Cuando su padre regresó, recogió a los hermanos y, tras parar en varios pueblos de la sierra, se asentaron en Abancay.

La vida de Arguedas y Los ríos profundos son historias de supervivencia. Todo sea por la vida propia, y si se es una buena persona, por la vida ajena. Cuando, por el final de la novela, la peste llega a la ciudad, la desesperación por vivir se vuelve más evidente. Y aún ahí, cuando la muerte toca la puerta, Ernesto arriesga su vida para cuidar a Marcelina, la Opa, una mujer loca de quien los otros estudiantes y los curas abusaban.

A fin de cuantas, la vida, por más desgarradora que sea, es lo que más valor tiene en Los ríos profundos.

Por esos años, también apareció, en México, Pedro Páramo. Las similitudes entre ambas novelas son notables y la relación entre los autores, Arguedas y Juan Rulfo, estrecha. El vínculo entre el padre y el hijo, la presencia de la religión en el corazón del pueblo peruano y mexicano, el indio y sus costumbres son temas que aparecen en ambas obras maestras. Pero hay un ámbito en el que se oponen: la vida y la muerte.

En Pedro Páramo, la vida es una anécdota y la muerte lo único real que se puede apuntar y decir ahí está, irrefutable. Es como si la peste de Los ríos profundos se tragara Abancay y escupiera Comala, a donde Juan Preciado va para buscar, como Ernesto, a su padre. Ahí, hasta las hojas que se escuchan rodar sobre el polvo están muertas; solo queda el eco de ellas, de los ladridos, del paso de un caballo. Para contar la historia de Pedro Páramo y su hijo Miguel, el narrador debe recurrir al pasado, que, como en Faulkner, se intercala con las distintas voces del presente y el futuro.

El miedo que Ernesto siente por la muerte pierde sentido en Pedro Páramo. Cuando Juan Preciado muere, nada cambia. Ahora vive bajo tierra, pero siente la humedad de la lluvia y conversa con los muertos que tiene cerca. Piensa en su madre, oye los lamentos de los otros cadáveres, mira la tierra como antes miraba el cielo.

Lo surreal en Los ríos profundos es un recurso cultural. Se habla de la magia que tiene el trompo, de las creencias indígenas. Lo inexplicable sucede siempre en la mente del niño, que mira el mundo con ojos que los adultos han perdido. En Pedro Páramo, lo sobrenatural se adueña de lo real, y es un recurso literario que, en las siguientes décadas, dio forma al Realismo Mágico del Boom.

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Esta semana, justamente, se realizó en la Universidad Complutense de Madrid el gran Encuentro Internacional «El mismo viento respiramos: el tinkuy andino en la herencia de José María Arguedas», un congreso donde se reunieron algunos de los mejores estudiosos de Arguedas y de la literatura quechua en general. Nombres como los de Martin Lienhard, José Carlos Vilcapoma, Julio Noriega, Juan Zevallos, Christian Fernández, José Antonio Mazzotti, Luis Andrade, Giovanna Pollarolo y muchos más dieron cuenta de múltiples aspectos de la obra de Arguedas. De paso, se estudió su obra poética y se presentó la nueva novela de nuestro narrador trujillano Eduardo González Viaña, titulada Kachkanirajmi, Arguedas, que recoge la expresión tan elocuente en quechua, que significa «a pesar de todo, sigo existiendo, sigo resistiendo». Se trata de una novela muy interesante que recrea la vida de Arguedas a través de la presencia de los zorros andinos que el mismo Arguedas actualizó en su última novela.

«Tinkuy» es una palabra que significa «encuentro», pero que puede incluir también un evento conflictivo, en busca de una resolución. Es uno de los grandes conceptos que gobiernan la organización de la vida y las comunidades andinas. La iniciativa del «tinkuy» de Madrid se la debemos a los jóvenes investigadores Francesca Federico, Giovanna Arias Carbone y Juan Manuel Díaz Ayuga, interesados en la cultura peruana y en la difusión de nuestra literatura en España.

Gracias a ellos y otros intelectuales que aman el Perú es que nuestro riquísimo legado cultural se mantiene vigente como un punto de referencia insoslayable en el panorama académico internacional.

Arguedas sigue viviendo. Después de 53 años de su muerte, su propuesta de modernidad alternativa parece ser el único camino viable para nuestra supervivencia. Hay que seguir leyéndolo e investigándolo. Ese es el mejor homenaje que podemos hacerle.

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A eso se añaden la ruptura unos meses después con su enamorada Otilia Villanueva y el aborto que ella habría sufrido, por lo que Vallejo nunca conoció al que podría haber sido su primer hijo o hija, como se consiga en numerosos poemas de Trilce. Como vemos, la vida de Vallejo es fundamental para entender el origen y el sentido de muchos de sus poemas.

 

En el congreso de Cuba también se examinó la influencia andina en Vallejo gracias al profesor Enrique Cortez. Se mencionó esa relación tan cálida y necesaria de Vallejo con la sierra y más particularmente con el mundo andino.  

Hemos visto la presencia de los ancestros, la influencia del mundo indígena y de los elementos del Ande en general con los cuales Vallejo se sentía muy cómodo a través de las creencias que practicaba y de las costumbres que ejercía, en constantes alusiones de cariño, mucho más que a las costeñas ciudades de Lima o Trujillo, y sintetizando su «Perú al pie del orbe» en los Andes y no en el legado criollo.

El evento realmente fue un intercambio dinámico e intenso para reconocer el trabajo tan profundo y difícil de nuestro César Vallejo y para reunir a notables intelectuales que compartieron sus investigaciones en un ámbito de gran camaradería.

Creo que el clímax del congreso fue cuando se anunció la aparición de una nueva edición cubana del segundo libro de César Vallejo. Realmente fue muy emotivo ver un sueño hecho realidad.

Otro evento importante es el festejo por los cincuenta años de la publicación de Katatay, de José María Arguedas, el único poemario que escribió y que llega a nuestros corazones hasta hoy, pues abre toda una dimensión de modernidad poética en lengua quechua, como resaltó José Antonio Mazzotti, uno de los organizadores del congreso en Cuba.

Precisamente a Arguedas se dedicará todo el congreso de Madrid el 28 y 29 de noviembre, donde destacan nombres reconocidos de la crítica arguediana como el propio Mazzotti, Martin Lienhard, Julio Noriega, José Carlos Vilcapoma, Tania Anaya, Carmen María Pinilla, Christian Fernández, Charo Tito, Luis Andrade, Francesca Federico y muchos más. El evento culminará con las presentaciones del último número, el 95, de la Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, dedicado a la memoria de Antonio Cornejo Polar –el mayor crítico arguediano– por los 25 años de su fallecimiento, y de la nueva novela de Eduardo González Viaña, ¡Kachkanirajmi, Arguedas!, dedicada precisamente al autor de Katatay. En este enlace se puede acceder al programa completo del encuentro en Madrid: https://www.facebook.com/tinkuy2020

Será una fiesta arguediana que complementará muy bien las celebraciones vallejianas que han hecho de este 2022 un verdadero annus mirabilis de las conmemoraciones literarias peruanas. 

El Perú podrá no destacar en fútbol ni en política, pero en literatura estamos entre los primeros. Nuestros poetas sacan la cara. 

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