Ya en el siglo 20, no podemos dejar pasar al hombre de las caras graciosas, los sombreros bombines y los trajes a cuadros, Spike Jones quien, entre los cuarenta y los sesenta, sorprendió al mundo burlándose de la música romántica, clásica y del jazz con sus alocadas interpretaciones que incluían bocinetas, kazoos, bloques de madera, estornudos, silbatos, tortazos y demás elementos inesperados en el contexto de las canciones que convertía en sano divertimento musical, pero con altos niveles de sofisticación y talento. Les Luthiers, por supuesto, crecieron admirando a Spike Jones & His City Slickers (aquí en un video de 1964).
Quienes crecimos en los ochenta, viendo Disco Club, recordamos por supuesto, al extraordinario parodista norteamericano Alfred “Weird Al” Yankovic quien, entre 1983 y 2014 produjo quince álbumes con réplicas extremadamente precisas, nota por nota, de canciones conocidas en el momento en que estas lideraban los rankings. A los temas les cambiaba la letra completamente, transformándolas en jocosas maneras de burlarse de artistas como Michael Jackson (Eat it), Dire Straits, Madonna (Like a surgeon), Nirvana (Smells like Nirvana), Lady Gaga y un largo etcétera.
Aunque la ley norteamericana no exige a los parodistas contar con la autorización de los compositores de los temas que intervienen -como menciona el cronista de este medio Jaime Cordero en nota publicada aquí-, Weird Al tenía, como ética de trabajo -he ahí uno de los conceptos clave para entender la diferencia entre lo suyo y lo de Tito Silva- la costumbre de presentar su versión a los autores originales antes de grabarla. Otra cosa, Yankovic no solo adaptaba letras y regrababa músicas, también reproducía, a veces cuadro por cuadro, los videoclips de sus fuentes de inspiración. Además, el cantante, productor y acordeonista componía sus propios temas y hacía estrambóticos arreglos, en tiempo de polka, de medleys de canciones famosas (como este), de una complejidad alucinante. Un artista visual y sonoro en todos los sentidos.
Otro ejemplo de verdaderos parodistas musicales y de agudo corte político también se desarrolló en Estados Unidos. Y también en los ochenta. Me refiero al irreverente elenco de cantantes y pianistas conocidos como The Capitol Steps, formado en 1981 por un grupo de ex asesores congresales, que tomaron su nombre de un escándalo protagonizado por un congresista de la época y su esposa, quienes fueron descubiertos teniendo relaciones sexuales en las escalinatas del famoso Capitolio. Su talento para voltear las letras de conocidas canciones de Broadway, Disney, Hollywood y clásicos del pop, rock y jazz para mofarse y criticar los gobiernos de seis presidentes -Reagan, Bush padre, Clinton, Bush hijo, Obama y Trump-, sus principales personajes y situaciones, los convirtió en una sensación en su país. Su discografía tiene más de cuarenta títulos, como los extraordinarios We arm the world (1985), Georgie on my mind (1990), Between Iraq and a hard place (2003) o Make America grin again (2018), clásicos del humor político e imposibles de encontrar en YouTube, salvo esta recopilación de animaciones. Como los sketches de Saturday Night Live, The Capitol Steps -que anunciaron su retiro en el 2021 debido a las restricciones para presentarse en vivo que trajo el COVID-19- son un clásico de la contracultura moderna.
Recordar a todos estos geniales artistas de la palabra y la música, en clave de humor inteligente y cuestionador, hace que Mi bebito fiu fiu aparezca frente a mí en su real dimensión, su poquedad, su estrechez de miras. Y es lamentable porque Tito Silva apuesta por la medianía por elección propia, obsesionado con la fama barata y los likes. Capaz de tocar Kathy la reina del saloon de Les Luthiers, Gypsy woman de Crystal Waters o Harden my heart de Quarterflash con facilidad, prefiere la viruta del éxito mediático y farandulero, asociándose al reggaetón, la chacota y la telebasura.
Tito Silva & Tefi C. representan una nueva y degradada versión de la antigua filosofía retomada por la subcultura punk que instaba a hacerlo todo uno mismo. El “Do It Yourself” del siglo 21 no implica abrir las puertas para que artistas de valor pero sin contactos ni padrinos se animen a registrar sus trabajos sin depender de grandes compañías discográficas ni de la aceptación de los medios convencionales. Lo que permite este libertinaje supuestamente creativo es la carta blanca para hacer cualquier cosa, con el único requisito de que el público compre y compre sin parar.
Escuchar a jóvenes reporteros de espectáculos alabar Mi bebito fiu fiu, con la monserga esa de la “creatividad peruana”, sin detenerse un minuto para informar cuál era su verdadero origen, ofrece un somero vistazo del paupérrimo estado del moderno periodismo de entretenimiento. Hoy, las nuevas promociones de periodistas en este y otros temas -política, cultura, deporte, sociedad, medio ambiente, etc.- no trabajan como profesionales interesados en generar y orientar a la opinión pública, sino desde la óptica del usuario común y corriente de redes, el superficial cibernauta que a todo responde con likes, corazoncitos y emoticones de colores.