Papa Francisco

Por Pedro Salinas (*)

El padre Jorge, o papa Francisco, tiene, desde hace rato, información suficiente para suprimir al Sodalitium Christianae Vitae (SCV), o Sodalicio, sociedad de vida apostólica de derecho pontificio fundada en Lima, Perú, en 1971, por el depredador sexual Luis Fernando Figari Rodrigo.

La data levantada por la denominada “Misión Especial”, conformada por los monseñores Charles Scicluna y Jordi Bertomeu (quienes han actuado en tándem por segunda vez, luego de su efectiva gestión en Chile, en 2018), ha sido contundente y demoledora. Tan es así, que, un año y pocos meses después, luego de terminadas las rigurosas pesquisas, se han producido hasta quince expulsiones de alto impacto.

En el camino, el mensaje papal siempre fue muy claro: “inicien un camino de reparación y justicia”. Repetido como mantra. O letanía, si prefieren. Como ofreciéndoles, en un guiño magnánimo, una última oportunidad, que el Sodalicio, sistemáticamente, sencillamente despreció.

El Sodalitium evidenció desde un inicio un problema de comprensión lectora debido a su miopía sectaria. Y en los hechos, se zurró en la exhortación del pontífice argentino.

La campaña sodálite contra todos aquellos que exigían el correlato lógico de la supresión, disolución, eliminación, o como quieran llamarle, o la abolición de dicha institución de culto y características mafiosas, así como de sus ramificaciones (Movimiento de Vida Cristiana, Fraternidad Mariana de la Reconciliación y Siervas del Plan de Dios), fue, como era de esperarse, feroz y atrabiliaria, apelando a sus métodos matonescos mediático-judiciales de toda la vida.

Llevando a extremos los procesos contra los periodistas que escribimos el libro-denuncia Mitad monjes, mitad soldados (Planeta, 2015), contra el prefecto de la curia vaticana que eyectó a José Antonio Eguren de Piura, contra el próximo cardenal Carlos Castillo Mattasoglio, contra el cardenal Pedro Barreto, e incluso contra el nuncio en Lima, Paolo Rocco. Entre otros. Porque no fueron los únicos a quienes se les envió la maquinaria del descrédito, que exhibe el Sodalicio -usualmente desde las sombras- contra quienes considera sus “enemigos”.

No solo eso. La mayoría de “expulsados” sigue viviendo en comunidades sodálites y son tratados todavía como iguales, como hermanos, como amigos. Como sodálites, es decir. Haciendo caso omiso de la decisión vaticana, declarándose en rebeldía. Llegando a vociferar que esperarán la muerte del papa y apelarán al siguiente para ser repuestos.

Más todavía. El Sodalitium, luego de cada “paquete” de expectorados, publicaba un escueto comunicado apostillando que acataría la voluntad del papa, salvo en el caso de la exclusión y destierro del sodálite más importante luego de Luis Fernando Figari: el cura Jaime Baertl. En ese caso, se hicieron los tontos de capirote. Miraron al techo. Se pusieron a silbar. Se volvieron a insubordinar.

Y el jefe de los católicos, en lugar de actuar y dejar de postergar una decisión supuestamente ya adoptada, no solo mostró debilidad, sino que recibió a un par de agentes soterrados del Sodalitium, felicitados y aclamados en redes por conspicuos sodálites y célebres sodalovers.

Y, no faltaba más, fueron ovacionados como intrépidos héroes en los medios de la ultraderecha, afines a esta organización de fachada católica, en la que todavía cacarean la hipotética existencia de un “carisma”, a pesar de los crímenes perpetrados: abusos sexuales, físicos y psicológicos; hackeo de las comunicaciones; encubrimiento de diversos crímenes; campañas arteras en la que contrataban operadores para infiltrar el sistema de administración de justicia peruano para favorecer sus intereses. Y así, en ese plan.

Esto último, “la amigable reunión con los denostadores de la Misión Scicluna-Bertomeu”, ha suscitado una clamorosa reacción de indignación, de furia, de frustración, de desesperanza, de tristeza, de desilusión, por parte de víctimas y sobrevivientes.

Este cúmulo de incontenibles e incómodas sensaciones reventaron mi teléfono de mensajes y llamadas el último fin de semana. Al punto que, me ha llevado a tomar la decisión de renunciar indefectiblemente al seguimiento del Caso Sodalicio, una turbulenta historia que ha marcado buena parte de mi vida, a un costo bastante alto (en todos los ámbitos).

¿Por qué? Porque perdí la esperanza. Sin esperanza, cualquier esfuerzo se siente vano, infructuoso, vacío, inútil, ilusorio. Y mi esperanza, si me apuran, estribaba en que este papa iba a actuar bien. Y por lo visto el fin de semana, mi esperanza y mi confianza en el padre Jorge, se consumió más rápido que un incienso quemado.

La traición del papa es difícil de perdonar. Con las víctimas no se juega. Y menos, se les desdeña. Porque lo que ha hecho el jefe de los católicos, con su gestito para las galerías, ha sido someter a los sobrevivientes del Sodalicio a un juego perverso, a una movida tóxica que no se merecen a estas alturas, luego de tantísimos años de espera. El papa Francisco, por lo demás, estaba informadísimo del interés del Sodalitium de reunirse con él.

Sabemos que miembros del Consejo Superior, el par de agentes de marras, y similares, han estado detrás de audiencias privadas para tratar de detener lo que parecía una decisión irrefrenable: la disolución del Sodalicio y sus ramificaciones.

Y sabemos también que, enterado el papa de la presión ejercida, este habría tomado la determinación de no recibir a nadie vinculado a esta sociedad sectaria y mafiosa, hasta terminado el proceso.

Y esto no me lo estoy inventando. Ni estoy especulando. Lo sé de muy buena fuente (que no son ni Bertomeu ni el futuro cardenal, como, estoy seguro, teorizarán los sodatroles alacranescos, que ya comenzaron a esparcir su veneno).

¿Qué hizo actuar al papa así? No lo sé.

¡El papa no podía admitir ni acoger ni abrazar a los victimarios antes que a las víctimas!

¡¿En qué estaba pensando, por dios?!

La verdad es que -ya lo dije- no lo sé, ni tampoco me importa, la verdad. O ya no, en todo caso. Porque la señal enviada como un rayo fulminante ha sido devastadora para víctimas y sobrevivientes, que, durante décadas, han tenido que soportar el largo y doloroso camino hacia ninguna parte, jalonado de mezquindad y de infamia.

Y ha sido también un golpe bajo para quienes, sin que nos lo pidan, y como piñones fijos, hemos tenido que hacer el trabajo de la puñetera e indolente iglesia católica. Es decir, sacar adelante la verdad para que esta vea la luz. Ha sido un golpe bajo, reitero, y encima una amarga y monumental desilusión.

Creí en este papa más que muchísimos católicos, pese a mi condición de agnóstico. Creí en la buena fe del padre Jorge. Creí que, ante las evidentes presiones sodálites que aparecerían de una u otra forma, iba a hacer prevalecer su buen juicio y su talante insobornable. Creí que sería consecuente con su iterativa y persistente prédica de la “tolerancia cero”.

Y fíjense. Terminé derrapando y empotrándome contra la pared, como un idiota redomado. Defraudado, una vez más, por una iglesia católica que alberga a abusadores de todo tipo, y que, más allá de algunos fuegos de artificio, en este asunto terminará encubriendo y jugando remolonamente a que el tiempo apague y borre tanto sufrimiento silencioso e infinito, ocasionado por una “sociedad de vida apostólica” que siempre se ha salido con la suya, como es el caso del Sodalitium y sus aliados, para quienes todo vale y les da igual la vida de las víctimas. O les importa un carajo, si prefieren.

Qué pena y qué estafa.

(*) periodista, escritor y exsodálite

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Iglesia católica, Papa Francisco, Papa Jorge, Sodalicio, traición del papa

[El dedo en la llaga] El 25 de septiembre de 2024 el Papa Francisco ordenó la expulsión del Sodalicio de diez miembros de alto perfil. Un paso necesario pero que a mí, como víctima del Sodalicio, me deja un sabor amargo, pues la historia pudo haber sido distinta. Pero no lo fue.

Debo admitir se trata en gran parte de personas con las cuales viví bajo el mismo techo y con las cuales compartí momentos importantes de mi vida. No voy a negar que hubo tanto situaciones gratas como ingratas, pues tanto en las sectas como en las organizaciones criminales sus miembros también tienen momentos de camaradería, solidaridad y gozo compartido como en cualquier familia. Y siguen siendo tan humanos como cualquiera.

Al único que no conozco personalmente es al P. Daniel Cardó. Mi relación con Eduardo Regal, con quien nunca compartí techo, también es lejana. Pero en la lista está mi hermano Erwin, a quien personalmente sólo puedo reprocharle no haber escuchado las advertencias que oportunamente le di en el año 2010 sobre lo que podía pasar en el Sodalicio y que trató de convencerme de que sufría el síndrome de Asperger —un cuadro de autismo— para que dejara de publicar los textos que comencé publicar en mi blog Las Líneas Torcidas en noviembre de 2012. Eso no quiere decir que yo niegue los abusos y delitos que se le imputan.

Está Mons. José Antonio Eguren, quien me casó el 29 de noviembre de 1996 cuando aún era párroco de Nuestra Señora de la Reconciliación.

Está Miguel Salazar, quien fuera mi mejor amigo, con el cual iniciamos juntos el recorrido dentro del Sodalicio de Vida Cristiana en diciembre de 1978, siendo los dos menores de edad, y quien me apoyó durante los últimos siete meses —de diciembre de 1992 a julio de 1993— que viví en comunidades sodálites —esta vez en San Bartolo— para que pudiera salir de comunidad y pudiera poner poner pie en el mundo y así iniciar una nueva etapa de mi vida. Para él va un agradecimiento al final de mi libro aún inédito: «A Miguel Salazar, por su amistad y comprensión, sin las cuales no hubiera podido salir del hoyo en que me encontraba».

Más aún, en la etapa posterior a mi salida de comunidad, también conté con su apoyo, tal como lo describo en una parte de mi libro mencionado:

«Pasaría mucho tiempo antes de que me diera cuenta de que para ellos yo era solamente un fracasado, alguien que había abandonado el camino para el cual estaba originalmente llamado, una especie de “traidor” arrepentido, y como adherente sodálite mi compromiso era de segunda categoría y no ostentaba la radicalidad y entrega del compromiso de los sodálites de vida consagrada. Sólo Miguel Salazar seguiría confiando en mí, aconsejándome en mi vida espiritual y permitiéndome ayudar en algunas tareas de formación de comunidades sodálites, hasta que las circunstancias de la vida impidieron que siguiera prestándome ese apoyo. Fue enviado posteriormente a Colombia, y la distancia física junto a las obligaciones contraídas hicieron que nuestros caminos se separaran y la comunicación fuera cada vez más rala y distante. Aún así, si hoy me preguntaran a quien considero el sodálite mas honesto, sensato y generoso que haya conocido y que todavía forma parte de las filas del Sodalicio, no dudaría ni un solo momento en mencionar su nombre. Aunque Rafael Ísmodes y Manuel Rodríguez también estarían entre mis candidatos».

Y también debo mencionar que el P. Rafael Ísmodes —cuando aún no era cura— estuvo conmigo, junto con el ahora exsodálite Francisco Rizo-Patrón, bajo el mismo régimen disciplinario en esa última etapa que pasé en una casa de formación en San Bartolo. Debo acotar que las casas de San Bartolo no sólo eran centros de formación, sino también de re-educación para sodálites que estaban pasando por momentos de crisis, que eran puestos bajo un régimen especial con el fin de “sanear” su vocación sodálite.  En otra palabras, para profundizar el lavado de cerebro y lograr un formateo mental perfecto. Por eso también eran conocidas coloquialmente como la “Siberia”. Por ahí pasaron en su momento el abusador sexual Jeffery Daniels y el ahora adherente sodálite (asociado del Sodalicio con vocación matrimonial) Julián Echandía.

Está Humberto del Castillo, a quien recuerdo como un sodálite de mentalidad primitiva, capaz de asimilar las máximas de la ideología sodálite sin mayor reflexión y aplicarlas en las personas a su cargo de manera tosca y grosera. Una vez en San Bartolo lo escuché decirles a algunos hermanos de comunidad que dormían la siesta tendidos bocabajo en su camas: «Cuidado, que el aire es macho».

También está Óscar Tokumura, de ascendencia japonesa, quien algún de momento de 1990 me pidió que lo acompañara al cine a ver “Los sueños de Akira Kurosawa”, entonce la última película del cineasta japonés, el mismo día en que su hermano menor sufrió un secuestro express, de lo cual nos enteramos cuando regresamos a la comunidad.

Está también Ricardo Trenemann, con quien —junto con Mario “Pepe” Quesada y Alejandro Bermúdez— iniciamos el grupo musical Takillakkta. De él escribí lo siguiente en mi primer blog, La Guitarra Rota:

«Con su carácter sereno y conocimiento musical, le dio medida y orden a los temas interpretados por el conjunto, a la vez que contribuía con arreglos musicales que le daban más lustre a mis composiciones. Cuando tocaba el charango, desataba la energía interior que, por lo general, mostraba de manera contenida. Gracias a su crucial aporte, Takillakkta se libró muchas veces de caer en la anarquía musical. Sin su colaboración, muchas de mis canciones no tendrían la forma que revisten actualmente».

De Alejandro Bermúdez sólo tengo que decir que lo sufrí personalmente cuando viví con él en comunidades. Con una personalidad irascible, violenta y agresiva, era capaz de dejar heridas del alma en quienes tenían trato con él. Recuerdo que en algún momento de los años 80, cuando yo vivía en la  comunidad sodálite de San Aelred en Magdalena del Mar y el superior era José Ambrozic, había un hermano de comunidad que había iniciado, con un producto estrella que era un pan integral de fabricación casera, un negocio de panadería, cuyos ingresos iban destinados al proyecto de ayuda social iniciado por él que se llamaba “Pan para mi hermano”. Un día en la noche sonó el teléfono en la comunidad. Era un vecino que avisaba que estaban intentando robar en la panadería. Inmediatamente salieron hacia el local Alejandro Bermúdez y Alfredo Ferreyros, logrando atrapar a uno de los delincuentes. Según nos contó José Ambrozic al día siguiente durante el desayuno, en presencia de un Bermúdez y un Ferreyros de caras compungidas, le habían dado tal paliza al ladrón, que tuvieron que hospitalizarlo.

No obstante, aún así escribí lo siguiente sobre Bermúdez en La Guitarra Rota:

“De carácter enérgico, temperamento fogoso y verbo florido, supo insuflarle fuerza a nuestras presentaciones y hacer que el público vibrara intensamente con nuestras interpretaciones. A la vez dio espacio a cada uno de los demás miembros del grupo para que pudiera brillar personalmente, dentro de un aliento colectivo marcado por una compenetración mutua. No se trató nunca del Takillakkta de Alejandro Bermúdez, sino del Takillakkta de todos nosotros con Alejandro Bermúdez como su motor interno”.

Hay quienes me dirán que estoy defendiendo a abusadores. O quizás humanizándolos. Acusación que me parece del todo absurda, pues a quienes han cometido faltas y delitos no es necesario humanizarlos. Se trata de seres humanos como cualquiera. Hay que recordar que la filósofa judía Hannah Arendt describió al criminal Adolf Eichmann, colaborador responsable en la ejecución del Holocasuto judío, como una persona muy normal. «A pesar de todos los esfuerzos de la fiscalía, todo el mundo podía ver que este hombre no era un monstruo». El concepto de Arendt de “la banalidad del mal” también es aplicable al Sodalicio. Se trata de personas normales que han sucumbido a las exigencias de un sistema de abusos regido por la obediencia absoluta, y han colaborado entusiastamente con él, sin tomar conciencia del formateo mental a que han sido sometidos. «Las condiciones del terror llevan a que la mayoría de la gente cumpla con lo esperado», concluye Hannah Arendt. Por eso mismo, siempre ha abrigado el temor de que, si yo hubiera permanecido en el Sodalicio, me habría convertido probablemente en otro abusador más.

Sin embargo, eso no disminuye la responsabilidad de los diez expulsados, pues hay quienes hemos logrado superar con mucho esfuerzo y al precio de un alto costo personal el control mental a que hemos sido sometidos. La negativa a aceptar criterios y razonamientos externos al Sodalicio y su insistencia en que tienen la conciencia limpia y habrían hecho lo correcto sería la prueba palpable de que los expulsados no han logrado superar ese control mental, requisito indispensable para formar parte del Sodalicio. A decir verdad, no se puede ser sodálite sin avalar el sistema de abusos propio de la institución, sin ser cómplice de encubrimiento, más aun cuando poco se ha hecho para reparar a las víctimas y otorgarles justicia. Quienes en el Sodalicio, por obra de esos resquicios de libertad que siempre quedan, se han resistido a participar de estas características han terminado a la larga fuera de esta institución sectaria.

Por todo lo dicho, no puedo leer esta expulsión colectiva desde una perspectiva maniquea como un triunfo de los buenos sobre los malos. Ciertamente, ha sido un paso necesario e ineludible. Pero en esta historia no hay buenos intachables contra malos irredentos, sino simplemente seres humanos arrastrados por esa vorágine tóxica llamada Sodalicio, donde sólo hay vencidos: las víctimas evidentemente —que han perdido lo mejor de sus vidas gracias a ese sistema corruptode fachada religiosa hipócrita y que aún siguen esperando que se haga justicia — y los victimarios, que han pervertido sus mejores flores de humanidad para ponerlas al servicio de un sistema violador de derechos humanos básicos. Un sistema sectario maligno, que ha arruinado la vida de muchas personas.

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Abusos, expulsión, Iglesia católica, Papa Francisco, sodalicio de vida cristiana

[El dedo en la llaga] Apulia es una árida región del sureste de Italia, a orilla del Mar Adriático, de anchas llanuras y onduladas colinas. Allí se encuentra el pueblo de San Giovanni Rotondo, una pintoresca localidad de poco más de 27,000 habitantes, recordada por haber sido el lugar de residencia entre 1916 y 1968 de San Pío de Pietrelcina (1887-1968) —más conocido como el Padre Pío—, un sacerdote capuchino que llevaba en su cuerpo los estigmas de Cristo, al cual se le atribuían curaciones milagrosas y que tenía el don de ver los pecados de aquellos que se acercaban a él para confesarse sacramentalmente.

Pero actualmente sería el lugar de residencia de alguien mucho menos santo, a saber, Luis Fernando Figari, fundador del Sodalicio de Vida Cristiana, quien, como señala un decreto del Dicasterio para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica del 9 de agosto de 2024 —que lleva la firma del mismo Papa Francisco además de las firmas de oficio— ha sido expulsado de la institución que él mismo fundó. Sin embargo, este decreto presenta muchas ambigüedades.

Se señala que la expulsión se efectúa «por causa de circunstancias distintas de las previstas en el can. 695 y can. 696», por lo cual quedan excluidos «el descuido habitual de las obligaciones de la vida consagrada; las reiteradas violaciones de los vínculos sagrados; la desobediencia pertinaz a los mandatos legítimos de los Superiores en materia grave; el escándalo grave causado por su conducta culpable; la defensa o difusión pertinaz de doctrinas condenadas por el magisterio de la Iglesia; la adhesión pública a ideologías contaminadas de materialismo o ateísmo» (can. 696).

El canon 695 señala «los delitos de los que se trata en los cc. 1397, 1398 y 1395» como posibles motivos de expulsión. Los delitos señalados en el canon 1397 no son evidentemente aplicables a Figari, pues se refieren a «quien comete homicidio, o rapta o retiene a un ser humano con violencia o fraude, o lo mutila o lo hiere gravemente» o a «quien procura el aborto», pero sí podrían aplicarse delitos señalados en el canon 1395 —el «que, con violencia, amenazas o abuso de su autoridad, comete un delito contra el sexto mandamiento del Decálogo u obliga a alguien a realizar o sufrir actos sexuales»— o en el canon 1398 —el «que comete un delito contra el sexto mandamiento del Decálogo con un menor o con una persona que habitualmente tiene un uso imperfecto de la razón o a la que el derecho reconoce igual tutela»—.

Sin embargo, cómo señala el decreto de expulsión, no son éstos los motivos que fundamentan la medida sino circunstancias distintas, «en cualquier caso incompatibles y por tanto inaceptables en un miembro de una institución de la Iglesia».

¿Se indica cuáles son esas circunstancias? Por ningún lado. Es decir, no sabemos cuál es el verdadero motivo de la expulsión, pero se deja en claro que no es por los abusos sexuales cometidos.

Una interpretación plausible de este proceder sería que en 2017, cuando Figari fue sancionado por primera vez por el Vaticano, no había una norma en el Código Derecho Canónico que permitiera sancionarlo por un delito grave, dado que este tipo de delitos —incluidos los abusos sexuales— se castigaban sólo cuando eran cometidos por clérigos. Y Figari no lo es: es un laico. Consagrado, pero laico al fin y al cabo. Inimputable, por así decirlo.

Esto ha cambiado con las reformas del derecho eclesiástico introducidas por el Papa Francisco en los años 2021 y 2022, de modo que ahora un miembro de un instituto de vida consagrada puede ser sancionado por esos delitos. Sin embargo, esas nuevas leyes no se pueden aplicar retroactivamente a Figari. Ésta es la razón por la que no habría sido expulsado por abusos sexuales, sino por algún otro delito que el Vaticano ha indagado y encontrado para sancionarlo.

El segundo motivo es «por causa de escándalo y grave daño al bien de la Iglesia y de cada uno de los fieles». Como de costumbre, la Iglesia está protegiendo su imagen y omitiendo cualquier mención de las víctimas. Si los delitos de Figari hubieran permanecido en secreto, este motivo de expulsión no aplicaría, pues no habría escándalo. Téngase en cuenta que la justicia no es una prioridad para el derecho eclesiástico, sino “la salvación de las almas”, aunque se tengan que cometer injusticias en el camino.

Por otra parte, queda claro que se trata de una decisión del Papa Francisco, expresada en una carta del 6 de agosto de 2024 al dicasterio en cuestión. La decisión se toma pro bono Ecclesia, por el bien de la Iglesia. ¿Por qué se requería una intervención del Papa Francisco? Simplemente porque quien tenía la potestad —otorgada por la ley eclesiástica— de expulsar a Figari —a saber, el Superior mayor del instituto— nunca lo hizo. De este modo, Eduardo Regal, Alessandro Moroni y José David Correa, superiores generales del Sodalicio después de la dimisión de Figari en diciembre de 2010, tienen responsabilidad en no haber tomado las medidas del caso y haber protegido a un miserable que tiene en su haber delitos graves.

No queda claro cuál será la situación de Figari de ahora en adelante. El decreto no lo aclara. ¿Seguirá viviendo en San Giovanni Rotondo u otra localidad italiana con todos los gastos pagados por el Sodalicio? ¿Se le seguirá prohibiendo hablar con los medios? ¿Y qué pasará con todos aquellos que lo protegieron y encubrieron, comenzando por las autoridades del Sodalicio?

Por otra parte, ¿es esto un paso más hacia la supresión del Sodalicio? ¿O se trata de una operación quirúrgica que buscará rescatar la institución, aduciendo que el tumor ya ha sido extirpado y que todo el cuerpo restante está sano? Esperamos que sea lo primero, pues el Sodalicio sin Figari en su conducción ha seguido cometiendo diversos abusos, siendo el principal el maltrato de las víctimas y la falta de una reparación simbólica y pecuniaria justa y adecuada.

Una muestra de este maltrato es el “Comunicado sobre la expulsión de Luis Fernando Figari del Sodalicio de Vida Cristiana” del 14 de agosto de 2024, firmado por José David Correa, el actual Superior General. Se trata de un comunicado lleno de mentiras y omisiones. Dice que «las autoridades del Sodalicio hemos colaborado estrechamente con la Santa Sede en la búsqueda de la verdad y la justicia», cuando en realidad lo que hizo el Sodalicio desde un principio es aplicar una estrategia de control de daños, obstaculizando que toda la verdad sobre las víctimas salga a la luz, persiguiendo judicialmente a los periodistas que destaparon el escándalo directamente —mediante querellas interpuestas por Mons. José Antonio Eguren— o a través de terceros, mintiendo descaradamente en la Fiscalía, moviendo influencias en el Ministerio Público a través del Estudio de Abogados Hauyón & Hauyón a fin de que se archiven las denuncias contra miembros y exmiembros del Sodalicio y se mantengan abiertos las denuncias interpuestas contra los periodistas Pedro Salinas, Paola Ugaz y Daniel Yovera. Se ha de suponer que la “colaboración” con la Santa Sede ha ido en la misma línea, haciendo necesarias las intervenciones de Mons. Charles Scicluna y Mons. Jordi Bertomeu para que comience a haber justicia y se reconozca a varias víctimas deliberadamente ignoradas, además de reconocer lo insuficiente y ofensivo de las reparaciones ofrecidas por el Sodalicio a las 67 víctimas que hasta ahora han admitido oficialmente.

También miente José David Correa cuando dice lo siguiente:

«En 2019, la V Asamblea General del Sodalicio en Brasil expresó el pedido de perdón institucional a todas las víctimas que han sufrido algún tipo de abuso de parte de Luis Fernando Figari y me encargó, como Superior General, que examine la pertinencia de iniciar un proceso canónico para su expulsión. Después de mucha reflexión y diálogo, en diciembre de 2019 solicité a la Santa Sede la expulsión del Sr. Figari».

El pedido de perdón institucional fue puramente declarativo —pues en ese entonces nunca se comunicaron personalmente con las víctimas para pedirles perdón— y tampoco tuvo ningún efecto en las reparaciones. Por otra parte, recién nos venimos a enterar que habían decidido la expulsión de Figari. ¿Por qué no lo comunicaron en su momento? ¿Por qué no hicieron efectiva la expulsión ellos mismos, considerando que el Superior mayor de un instituto, después de haber consultado a su consejo, tiene la facultad de expulsar a un miembro, sin tener que pedirle permiso previo a la Santa Sede?

No satisfecho con mentir descaradamente, José David Correa nos relata el siguiente cuento de hadas:

«El Sodalicio cuenta con una Oficina de Escucha y Asistencia, que desde el año 2016 recibe a personas que han sido víctimas de diversos tipos de abuso por miembros y ex-miembros del Sodalicio desarrollando procesos de reparación».

El informe sobre abusos del Sodalicio de los expertos Ian Elliott, Kathleen McChesney y Monica Applewhite de febrero de 2017 señalaba como completada la siguiente recomendación:

«Publicar la información de contacto de la persona que recibirá los reportes de abuso en varios medios y en el sitio web del SCV».

Hasta el 4 de noviembre de 2019, cuando me comuniqué telefónicamente con la Oficina de Comunicaciones del Sodalicio para preguntar por estos datos —pues no se hallaban en el sitio web del Sodalicio ni en ningún otro medio— no había manera de contactar esta oficina. El 7 de noviembre me respondieron y ¡oh maravilla! apareció un link en el sitio web con el título de “Ambientes seguros”, indicando la dirección de correo electrónico con la cual se podía uno comunicar para reportar casos de abusos. Sin embargo, no había dirección física ni número telefónico, pues esta oficina no dispondría propiamente de un local. Además, no se tiene conocimiento de que el Sodalicio haya admitido posteriormente más casos de abusos que los que reconoció oficialmente cuando se publicó el informe de los expertos internacionales.

Por todo lo dicho resulta ofensiva y alejada de la verdad una frase como:

«Reconocemos profundamente el dolor de las víctimas y reiteramos nuestra solidaridad con ellas».

Quisiera concluir con una frase del comunicado capaz de suscitar una sonrisa irónica en cualquiera:

«Como hemos declarado anteriormente, Luis Fernando Figari es el fundador histórico del Sodalicio de Vida Cristiana, pero no es un referente espiritual para nuestra comunidad ni para la Familia Sodálite».

Y si Figari no es un referente espiritual, ¿por qué siguen manteniendo en pie la misma ideología inculcada por el fundador? ¿Por qué muchos de los textos que escriben algunos sodálites podrían haber sido escritos por el mismo Figari, pues contienen su misma doctrina y su mismo estilo? ¿Por qué el supuesto carisma que dicen tener es el mismo que inculcó Figari a sus incondicionales seguidores?

A decir verdad, el único pensamiento admitido en el Sodalicio desde sus inicios fue el de Figari. Nunca hubo lugar para una pensamiento o doctrina distintos. Sin Figari, el Sodalicio no es nada. No tiene ideología, espiritualidad ni carisma, pues todo lo que había quedado de eso después del destierro de Figari en Italia se basaba sobre lo que este les había inculcado a sus leales discípulos. El siguiente paso lógico sería que el Sodalicio fuera suprimido.

Llegó la hora de bajar el telón. Y que el último apague la luz.

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Abusos sexuales, fernando figari, Iglesia católica, Papa Francisco, sodalicio de vida cristiana, víctimas

[EL DEDO EN LA LLAGA] Según el mexicano Eduardo Verástegui, productor de la película “Sound of Freedom” (Alejandro Monteverde, 2023) —en la cual él mismo tiene un breve rol—, el Papa Francisco le habría dado su apoyo a la película. Así lo manifestó el 27 de agosto en un post en la red social X (antes Twitter), adjuntando un par de fotos de él con el Papa Francisco, en plan Dina Boluarte en la sesión de la ONU en Nueva York:

«Gracias, Santo Padre, por sus oraciones, gracias por haber pedido a Dios por el proyecto @SOFMovie2023 [Sound of Freedom]. En 2015, le comenté en una reunión al @Pontifex que rezara por esa intención. Hoy, la película ya está en cines y el movimiento contra la trata avanza en muchos países. Sin dudas, la oración ha tenido mucho que ver con esto.

Acabamos de tener una audiencia privada en el Vaticano con el papa Francisco donde volvimos a dialogar sobre esto, en el marco de la reunión anual de la Red Internacional de Legisladores Católicos (ICLN), una red que busca conectar a una nueva generación de líderes que promueven y defienden desde cargos públicos la vida, la familia y las libertades fundamentales.

#JuntosSomosMásFuertes. Y con esa fortaleza, estoy seguro de que vamos a terminar con el tráfico humano. Los niños de Dios no están a la venta».

No es la primera vez que alguien vinculado al mundo del cine trata de manipular la figura del Papa para promocionar una película. Lo hicieron los representantes de Icon Productions cuando afirmaron que en diciembre de 2003 el Papa Juan Pablo II había visto la película “The Passion of the Christ” (Mel Gibson) y había dicho «Es como fue», lo cual nunca fue confirmado oficialmente y tampoco tenía ninguna relevancia, considerando que en caso de ser cierto que el Pontífice hubiera hecho este comentario, habría sido realizado en el ámbito privado y, por lo tanto, sería sólo su opinión personal. Aún así, ACI Prensa, la agencia de noticias fundada por el Sodalicio y representante de Icon Productions para la promoción del film en América Latina, no tuvo ningún reparo en repetir continuamente este bulo como un respaldarazo oficial del Papa a la película, lo cual fue desmentido por el entonces portavoz de la Santa Sede, Joaquín Navarro Valls.

En el caso de Eduardo Verástegui, él es la única fuente que menciona este supuesto apoyo del Papa Francisco a la película “Sound of Freedom”, por lo cual podemos suponer, ante la ausencia de cualquier declaración oficial del Vaticano al respecto, que se trata de una manipulación.

¿Por qué tanto interés en conseguir un apoyo de la Iglesia católica para un thriller de acción que no se diferencia sustancialmente de otros filmes similares producidos por la industria cinematográfica? Quizás la respuesta esté en que tanto Verástegui como el director de la película, Alejandro Monteverde, y el protagonista, Jim Caviezel —quien interpretara a Jesús en “The Passion of the Christ”—, son católicos comprometidos, dentro del espectro derechista conservador que se define a sí mismo como pro-vida y pro-familia.

El dúo Verástegui-Monteverde ya habían colaborado en “Bella” (2006), alegato filmíco anti-aborto que obtuvo el Premio del Público en el Festival de Toronto, y en “Little Boy” (2015), historia de un niño de ocho años, cuyo padre ha sido enviado a combatir a los japoneses durante la Segunda Guerra Mundial. El niño, apodado “Little Boy” por tener problemas de crecimiento, tendrá que aprender que la fe mueve montañas para traer a su padre sano y salvo de la guerra. El problema está en que “Little Boy” también es el nombre de la bomba atómica que fue arrojada sobre Hiroshima, y será este atroz acontecimiento el que sea presentado simbólicamente como cumplimiento de los rezos del niño, de modo que su padre pueda regresar del frente. Un final ambiguo y manipulador, como lo es todo el film, que intenta ser una prédica sentimental y manipuladora de pretendidos valores católicos. Como es moneda corriente en los pro-vida, sólo la vida de algunos vale, lo cual justificaría la muerte de muchos otros, aunque eso ocurra debido a la explosión de la bomba atómica en Hiroshima.

Técnicamente, los filmes dirigidos por Alejandro Monteverde tienen una buena edición y una factura visual impecable. Pero eso no basta para hacer un buen film. Por eso mismo, lo que se quiere resaltar en “Sound of Freedom” es que se trata de una obra que ayuda a tomar conciencia sobre una grave problemática: el tráfico de niños con fines sexuales. No dudo de que es un problema que hay que tomar en serio, pero ¿era ésta la mejor manera de hacerlo, a través de una cinta que enfoca el tema desde una perspectiva religiosa y se queda en la superficie del problema en aras de mostrar la heroicidad de su protagonista y su fe inquebrantable e insobornable?

Hay que precisar que no se trata de la primera película aque aborda el tema. Basta una búsqueda en Google para descubrir que no sólo hay varios documentales al respecto, sino también películas donde el tráfico sexual de niños y de jóvenes forma parte importante de la trama. Por mencionar sólo algunos ejemplos, están “Trade” (Marco Kreuzpaintner, 2007), “The Whistleblower” (Larysa Kondracki, 2010) y “I Am All the Girls” (Donovan Marsh, 2021) entre las más conocidas. Mención especial merece “Evelyn” (2011), primer largometraje de la española Isabel de Ocampo con la participación protagónica de la peruana Cindy Díaz, que cuenta la historia de una joven provinciana que es reclutada en el Perú mediante engaños y es llevada a España para ser introducida en una red de prostitución. Pero la película más popular que ha tocado el tema ha sido “Rambo: Last Blood” (Adrian Grunberg, 2019), donde el veterano de la guerra de Vietnam interpretado por Sylvester Stallone tiene que cruzar la frontera para ir a rescatar a su ahijada menor de edad, que ha sido secuestrada por un cartel mexicano que se dedica al tráfico de personas para ofrecer servicios de prostitución.

“Sound of Freedom”, aunque se base en hechos reales, parece —sobre todo en su segunda parte— una pálida y descafeinada variación de la última entrega de Rambo, pero –a diferencia de ésta— con escenas aptas para familias con hijos adolescentes, y con final feliz. No pasa de ser un thriller mediocre de buena factura, que busca ser presentado como un alegato para empujar a la gente a tomar medidas con el fin de acabar con el tráfico sexual de menores de edad. Pero la única medida que los productores y actores del film recomiendan es ver el film y ayudar a que otros lo vean. Nada más. Y a decir verdad, si lo que se quiere es crear conciencia del problema, eso se podría conseguir con documentales y filmes menos ligeros y más serios que esta película de propaganda cristiana conservadora.

Por otra parte, la realidad les ha estallado en la cara a los productores del film debido a noticias recientes referentes al personaje que inspiró la película: Tim Ballard, fundador de Operation Underground Railroad (OUR), entidad privada sin fines de lucro que tiene como objetivo rescatar a víctimas del tráfico sexual. El 18 de septiembre de este año el portal digital de noticias VICE News publicó una investigación que atestiguaba que Ballard había cometido abusos sexuales en perjuicio de por lo menos siete mujeres, que debían asumir la función de esposas suyas en misiones encubiertas destinadas a rescatar víctimas. Así informaba el diario online Infobae en una nota del 19 de septiembre:

«Se alega que Ballard insistía en que las mujeres compartieran alojamiento e, incluso, la ducha con él. El argumento era que debían convencer por completo a los traficantes de su relación marital.

En una revelación aún más oscura, se informó que Ballard envió fotografías de sí mismo en ropa interior a una mujer. A otra, le preguntó explícitamente hasta qué extremo estaba dispuesta a ir para “salvar niños”.

Si bien el número confirmado de víctimas asciende a siete, el informe sugiere que el número real podría ser más alto, ya que sólo se han considerado a las empleadas de OUR y no a voluntarias o contratistas. Al respecto, una fuente afirma tener conocimiento de al menos un incidente que involucra a una voluntaria».

Éste fue el motivo por el cual a inicios de este año se expulsó a Ballard de la misma organización que él había creado.

De este modo, por esos azares del destino, “Sound of Freedom” termina convirtiéndose en la exaltación hagiográfica de un abusador sexual. Y en eso debe tener experiencia el mismo Eduardo Verástegui, quien a través del sacerdote Juan Gabriel Guerra, integrante de los Legionarios de Cristo, llegó a conocer personalmente al P. Marcial Maciel, quien se ha convertido en un paradigma de pederasta y abusador sexual en la Iglesia católica. Nunca se le ha escuchado a Verástegui condenar los abusos del P. Maciel, mucho menos los abusos sexuales en la Iglesia católica. Con el film que él ha producido parece querer decirnos que ese tipo de abusos los cometen principalmente personas que no tienen nada que ver con la fe cristiana y que viven en países remotos de América Latina. Y que hay héroes cristianos animados por su fe que rescatarán a las víctimas de ese flagelo. Sabemos que eso no es cierto, por lo menos en la Iglesia católica, pues quienes se han puesto del lado de las víctimas han tenido que sufrir maltratos, difamación y agravios.

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Hace unas semanas, ante el reiterado reclamo del presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, el Papa Francisco le pidió disculpas a México por los excesos cometidos por los evangelizadores católicos durante la conquista y colonización del país. Desgraciadamente, las reacciones adversas al gesto papal por parte de políticos españoles conservadores, como el expresidente José María Aznar y la presidenta de la Comunidad de Madrid Isabel Díaz, no se hicieron esperar. Esta última, inclusive, subrayó que la colonización habría traído la civilización al continente americano. 

Al respecto hay varias cosas que decir: la primera atañe la memoria de los pueblos. Algo que debe entenderse es que las heridas históricas no sanan solas y que dicha memoria suele confundir tiempos; es decir, no distingue entre el perpetrador de una agresión y sus descendientes, aunque sean siglos los que separen a unos de otros. Por eso, los descendientes, que en realidad no son responsables individuales ni colectivos de los eventos que referimos, deben participar del proceso de sanación de las heridas históricas, que es en realidad simbólico y en el que gestos como el perdón resultan fundamentales para cortar el cordón umbilical que ata al pasado con el presente. De esta manera, el agresor se ubica, finalmente, tras una vitrina en el pretérito, como en un museo, y deja de manifestarse en la actualidad.

La segunda cuestión que quisiera señalar es que, sin negar los múltiples legados de la colonización española y la evangelización católica a nuestro continente, ambos procesos resultaron dolorosísimos para las poblaciones nativas americanas que las vivieron, y ese dolor es un hecho en el que no hemos terminado de reparar aún, salvo en obras como las del preclaro Nathan Watchtel Los vencidos. Los indios del Perú frente a la conquista española (1530-1570). Al respecto, yo pienso que el máximo de mi imaginación no alcanza para acercarme siquiera al sufrimiento de millones de hombres y mujeres ante el despojo de lo suyo, la sumisión al durísimo trabajo forzado, la violación de sus esposas e hijas, la persecución de sus dioses y quema de sus templos, y la extrema crueldad de las ejecuciones y tormentos a los que fueron sometidos. Si a esto le sumamos la brutal crisis demográfica producto de masivas pestilencias como resultado del contacto microbiano, consecuencia indirecta de la conquista, el resultado no puede ser sino desolador. 

La tercera cuestión a tratar es la herencia. Una vez en Madrid, un amigo español, con la mejor intención, me porfiaba que había que erigir un monumento a Francisco Pizarro en el Cusco y a mi no me resultó fácil -creo en realidad que fracasé estrepitosamente- explicarle que la mayoría de cusqueños hoy se relacionaban mucho más, en el imaginario colectivo, con el Inca y la civilización cuzqueña derrotada, que con el vencedor de la justa y posterior conquistador y colonizador, a quien tuvieron que servir. El tema es complejo ¿dónde queda ser peruano y la peruanidad? No dudo que los cusqueños se sientan al mismo tiempo peruanos, pero peruanos de una peruanidad que proviene de lo quechua, inca y andino mucho más que de lo español, debido a que sus tradiciones orales y memorias colectivas se duelen aún de la conquista y los brutales abusos con que esta se llevó a cabo. 

La cuarta cuestión trata de las narrativas históricas que colisionan. En este caso en particular la española que básicamente describe la conquista y colonización americanas como un proceso benéfico, civilizador y aculturador, en el cual los conquistadores inoculan la cultura allí donde no existía, en un conjunto vacío. Esa mirada parte de una definición de civilización decimonónica en la que se entendía como civilización a Occidente y como barbarie a todo lo que se situase fuera de su esfera. 

En realidad, tanto en Mesoamérica como en los Andes, los conquistadores y evangelizadores españoles hallaron civilizaciones bastante avanzadas en su proceso de sedentarización con altos picos de desarrollo como la arquitectura, la ingeniería, el control de las aguas, la organización social entre otras. Esto facilitó, para el caso de los Andes peruanos, la permanencia de formas de organización social  como el ayni y la minca, las mismas que persisten hasta hoy en sus formas originales o modificadas. 

Cada vez que se encuentra un galeón español hundido en el fondo del mar, repleto de oro, la Corona Española salta a reclamar lo que cree que le pertenece por derecho porque la nao es/fue suya y porque el mineral fue extraído de América en tiempos coloniales. Ignoro lo que al respecto señala el derecho internacional porque mi punto es moral y atañe la absoluta falta de empatía y la invisibilización del otro en la narrativa española sobre el periodo. Esta desconoce el extendido imaginario del saqueo sistemático durante la colonización y que la devolución, por propia voluntad, de los tesoros que cada tanto se hallan en el fondo del mar, supondría un gesto empático en favor de una rotura en el tiempo, entre pasado y presente, para situar al conquistador en el ayer y al ciudadano español contemporáneo en nuestros días. 

Esto es exactamente lo que ha hecho Francisco al pedirle perdón a México: ha separado a la Iglesia que extirpaba idolatrías de la Iglesia piadosa que quiere proyectar para el presente y el futuro. Ojalá ese perdón se lo pidiera a toda Hispanoamérica, aunque aquí proteste nuestra inefable derecha, y ojalá su Majestad Don Fernando VI pensase en ello alguna vez.  

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