Papa Francisco

[EL DEDO EN LA LLAGA] Según el mexicano Eduardo Verástegui, productor de la película “Sound of Freedom” (Alejandro Monteverde, 2023) —en la cual él mismo tiene un breve rol—, el Papa Francisco le habría dado su apoyo a la película. Así lo manifestó el 27 de agosto en un post en la red social X (antes Twitter), adjuntando un par de fotos de él con el Papa Francisco, en plan Dina Boluarte en la sesión de la ONU en Nueva York:

«Gracias, Santo Padre, por sus oraciones, gracias por haber pedido a Dios por el proyecto @SOFMovie2023 [Sound of Freedom]. En 2015, le comenté en una reunión al @Pontifex que rezara por esa intención. Hoy, la película ya está en cines y el movimiento contra la trata avanza en muchos países. Sin dudas, la oración ha tenido mucho que ver con esto.

Acabamos de tener una audiencia privada en el Vaticano con el papa Francisco donde volvimos a dialogar sobre esto, en el marco de la reunión anual de la Red Internacional de Legisladores Católicos (ICLN), una red que busca conectar a una nueva generación de líderes que promueven y defienden desde cargos públicos la vida, la familia y las libertades fundamentales.

#JuntosSomosMásFuertes. Y con esa fortaleza, estoy seguro de que vamos a terminar con el tráfico humano. Los niños de Dios no están a la venta».

No es la primera vez que alguien vinculado al mundo del cine trata de manipular la figura del Papa para promocionar una película. Lo hicieron los representantes de Icon Productions cuando afirmaron que en diciembre de 2003 el Papa Juan Pablo II había visto la película “The Passion of the Christ” (Mel Gibson) y había dicho «Es como fue», lo cual nunca fue confirmado oficialmente y tampoco tenía ninguna relevancia, considerando que en caso de ser cierto que el Pontífice hubiera hecho este comentario, habría sido realizado en el ámbito privado y, por lo tanto, sería sólo su opinión personal. Aún así, ACI Prensa, la agencia de noticias fundada por el Sodalicio y representante de Icon Productions para la promoción del film en América Latina, no tuvo ningún reparo en repetir continuamente este bulo como un respaldarazo oficial del Papa a la película, lo cual fue desmentido por el entonces portavoz de la Santa Sede, Joaquín Navarro Valls.

En el caso de Eduardo Verástegui, él es la única fuente que menciona este supuesto apoyo del Papa Francisco a la película “Sound of Freedom”, por lo cual podemos suponer, ante la ausencia de cualquier declaración oficial del Vaticano al respecto, que se trata de una manipulación.

¿Por qué tanto interés en conseguir un apoyo de la Iglesia católica para un thriller de acción que no se diferencia sustancialmente de otros filmes similares producidos por la industria cinematográfica? Quizás la respuesta esté en que tanto Verástegui como el director de la película, Alejandro Monteverde, y el protagonista, Jim Caviezel —quien interpretara a Jesús en “The Passion of the Christ”—, son católicos comprometidos, dentro del espectro derechista conservador que se define a sí mismo como pro-vida y pro-familia.

El dúo Verástegui-Monteverde ya habían colaborado en “Bella” (2006), alegato filmíco anti-aborto que obtuvo el Premio del Público en el Festival de Toronto, y en “Little Boy” (2015), historia de un niño de ocho años, cuyo padre ha sido enviado a combatir a los japoneses durante la Segunda Guerra Mundial. El niño, apodado “Little Boy” por tener problemas de crecimiento, tendrá que aprender que la fe mueve montañas para traer a su padre sano y salvo de la guerra. El problema está en que “Little Boy” también es el nombre de la bomba atómica que fue arrojada sobre Hiroshima, y será este atroz acontecimiento el que sea presentado simbólicamente como cumplimiento de los rezos del niño, de modo que su padre pueda regresar del frente. Un final ambiguo y manipulador, como lo es todo el film, que intenta ser una prédica sentimental y manipuladora de pretendidos valores católicos. Como es moneda corriente en los pro-vida, sólo la vida de algunos vale, lo cual justificaría la muerte de muchos otros, aunque eso ocurra debido a la explosión de la bomba atómica en Hiroshima.

Técnicamente, los filmes dirigidos por Alejandro Monteverde tienen una buena edición y una factura visual impecable. Pero eso no basta para hacer un buen film. Por eso mismo, lo que se quiere resaltar en “Sound of Freedom” es que se trata de una obra que ayuda a tomar conciencia sobre una grave problemática: el tráfico de niños con fines sexuales. No dudo de que es un problema que hay que tomar en serio, pero ¿era ésta la mejor manera de hacerlo, a través de una cinta que enfoca el tema desde una perspectiva religiosa y se queda en la superficie del problema en aras de mostrar la heroicidad de su protagonista y su fe inquebrantable e insobornable?

Hay que precisar que no se trata de la primera película aque aborda el tema. Basta una búsqueda en Google para descubrir que no sólo hay varios documentales al respecto, sino también películas donde el tráfico sexual de niños y de jóvenes forma parte importante de la trama. Por mencionar sólo algunos ejemplos, están “Trade” (Marco Kreuzpaintner, 2007), “The Whistleblower” (Larysa Kondracki, 2010) y “I Am All the Girls” (Donovan Marsh, 2021) entre las más conocidas. Mención especial merece “Evelyn” (2011), primer largometraje de la española Isabel de Ocampo con la participación protagónica de la peruana Cindy Díaz, que cuenta la historia de una joven provinciana que es reclutada en el Perú mediante engaños y es llevada a España para ser introducida en una red de prostitución. Pero la película más popular que ha tocado el tema ha sido “Rambo: Last Blood” (Adrian Grunberg, 2019), donde el veterano de la guerra de Vietnam interpretado por Sylvester Stallone tiene que cruzar la frontera para ir a rescatar a su ahijada menor de edad, que ha sido secuestrada por un cartel mexicano que se dedica al tráfico de personas para ofrecer servicios de prostitución.

“Sound of Freedom”, aunque se base en hechos reales, parece —sobre todo en su segunda parte— una pálida y descafeinada variación de la última entrega de Rambo, pero –a diferencia de ésta— con escenas aptas para familias con hijos adolescentes, y con final feliz. No pasa de ser un thriller mediocre de buena factura, que busca ser presentado como un alegato para empujar a la gente a tomar medidas con el fin de acabar con el tráfico sexual de menores de edad. Pero la única medida que los productores y actores del film recomiendan es ver el film y ayudar a que otros lo vean. Nada más. Y a decir verdad, si lo que se quiere es crear conciencia del problema, eso se podría conseguir con documentales y filmes menos ligeros y más serios que esta película de propaganda cristiana conservadora.

Por otra parte, la realidad les ha estallado en la cara a los productores del film debido a noticias recientes referentes al personaje que inspiró la película: Tim Ballard, fundador de Operation Underground Railroad (OUR), entidad privada sin fines de lucro que tiene como objetivo rescatar a víctimas del tráfico sexual. El 18 de septiembre de este año el portal digital de noticias VICE News publicó una investigación que atestiguaba que Ballard había cometido abusos sexuales en perjuicio de por lo menos siete mujeres, que debían asumir la función de esposas suyas en misiones encubiertas destinadas a rescatar víctimas. Así informaba el diario online Infobae en una nota del 19 de septiembre:

«Se alega que Ballard insistía en que las mujeres compartieran alojamiento e, incluso, la ducha con él. El argumento era que debían convencer por completo a los traficantes de su relación marital.

En una revelación aún más oscura, se informó que Ballard envió fotografías de sí mismo en ropa interior a una mujer. A otra, le preguntó explícitamente hasta qué extremo estaba dispuesta a ir para “salvar niños”.

Si bien el número confirmado de víctimas asciende a siete, el informe sugiere que el número real podría ser más alto, ya que sólo se han considerado a las empleadas de OUR y no a voluntarias o contratistas. Al respecto, una fuente afirma tener conocimiento de al menos un incidente que involucra a una voluntaria».

Éste fue el motivo por el cual a inicios de este año se expulsó a Ballard de la misma organización que él había creado.

De este modo, por esos azares del destino, “Sound of Freedom” termina convirtiéndose en la exaltación hagiográfica de un abusador sexual. Y en eso debe tener experiencia el mismo Eduardo Verástegui, quien a través del sacerdote Juan Gabriel Guerra, integrante de los Legionarios de Cristo, llegó a conocer personalmente al P. Marcial Maciel, quien se ha convertido en un paradigma de pederasta y abusador sexual en la Iglesia católica. Nunca se le ha escuchado a Verástegui condenar los abusos del P. Maciel, mucho menos los abusos sexuales en la Iglesia católica. Con el film que él ha producido parece querer decirnos que ese tipo de abusos los cometen principalmente personas que no tienen nada que ver con la fe cristiana y que viven en países remotos de América Latina. Y que hay héroes cristianos animados por su fe que rescatarán a las víctimas de ese flagelo. Sabemos que eso no es cierto, por lo menos en la Iglesia católica, pues quienes se han puesto del lado de las víctimas han tenido que sufrir maltratos, difamación y agravios.

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Hace unas semanas, ante el reiterado reclamo del presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, el Papa Francisco le pidió disculpas a México por los excesos cometidos por los evangelizadores católicos durante la conquista y colonización del país. Desgraciadamente, las reacciones adversas al gesto papal por parte de políticos españoles conservadores, como el expresidente José María Aznar y la presidenta de la Comunidad de Madrid Isabel Díaz, no se hicieron esperar. Esta última, inclusive, subrayó que la colonización habría traído la civilización al continente americano. 

Al respecto hay varias cosas que decir: la primera atañe la memoria de los pueblos. Algo que debe entenderse es que las heridas históricas no sanan solas y que dicha memoria suele confundir tiempos; es decir, no distingue entre el perpetrador de una agresión y sus descendientes, aunque sean siglos los que separen a unos de otros. Por eso, los descendientes, que en realidad no son responsables individuales ni colectivos de los eventos que referimos, deben participar del proceso de sanación de las heridas históricas, que es en realidad simbólico y en el que gestos como el perdón resultan fundamentales para cortar el cordón umbilical que ata al pasado con el presente. De esta manera, el agresor se ubica, finalmente, tras una vitrina en el pretérito, como en un museo, y deja de manifestarse en la actualidad.

La segunda cuestión que quisiera señalar es que, sin negar los múltiples legados de la colonización española y la evangelización católica a nuestro continente, ambos procesos resultaron dolorosísimos para las poblaciones nativas americanas que las vivieron, y ese dolor es un hecho en el que no hemos terminado de reparar aún, salvo en obras como las del preclaro Nathan Watchtel Los vencidos. Los indios del Perú frente a la conquista española (1530-1570). Al respecto, yo pienso que el máximo de mi imaginación no alcanza para acercarme siquiera al sufrimiento de millones de hombres y mujeres ante el despojo de lo suyo, la sumisión al durísimo trabajo forzado, la violación de sus esposas e hijas, la persecución de sus dioses y quema de sus templos, y la extrema crueldad de las ejecuciones y tormentos a los que fueron sometidos. Si a esto le sumamos la brutal crisis demográfica producto de masivas pestilencias como resultado del contacto microbiano, consecuencia indirecta de la conquista, el resultado no puede ser sino desolador. 

La tercera cuestión a tratar es la herencia. Una vez en Madrid, un amigo español, con la mejor intención, me porfiaba que había que erigir un monumento a Francisco Pizarro en el Cusco y a mi no me resultó fácil -creo en realidad que fracasé estrepitosamente- explicarle que la mayoría de cusqueños hoy se relacionaban mucho más, en el imaginario colectivo, con el Inca y la civilización cuzqueña derrotada, que con el vencedor de la justa y posterior conquistador y colonizador, a quien tuvieron que servir. El tema es complejo ¿dónde queda ser peruano y la peruanidad? No dudo que los cusqueños se sientan al mismo tiempo peruanos, pero peruanos de una peruanidad que proviene de lo quechua, inca y andino mucho más que de lo español, debido a que sus tradiciones orales y memorias colectivas se duelen aún de la conquista y los brutales abusos con que esta se llevó a cabo. 

La cuarta cuestión trata de las narrativas históricas que colisionan. En este caso en particular la española que básicamente describe la conquista y colonización americanas como un proceso benéfico, civilizador y aculturador, en el cual los conquistadores inoculan la cultura allí donde no existía, en un conjunto vacío. Esa mirada parte de una definición de civilización decimonónica en la que se entendía como civilización a Occidente y como barbarie a todo lo que se situase fuera de su esfera. 

En realidad, tanto en Mesoamérica como en los Andes, los conquistadores y evangelizadores españoles hallaron civilizaciones bastante avanzadas en su proceso de sedentarización con altos picos de desarrollo como la arquitectura, la ingeniería, el control de las aguas, la organización social entre otras. Esto facilitó, para el caso de los Andes peruanos, la permanencia de formas de organización social  como el ayni y la minca, las mismas que persisten hasta hoy en sus formas originales o modificadas. 

Cada vez que se encuentra un galeón español hundido en el fondo del mar, repleto de oro, la Corona Española salta a reclamar lo que cree que le pertenece por derecho porque la nao es/fue suya y porque el mineral fue extraído de América en tiempos coloniales. Ignoro lo que al respecto señala el derecho internacional porque mi punto es moral y atañe la absoluta falta de empatía y la invisibilización del otro en la narrativa española sobre el periodo. Esta desconoce el extendido imaginario del saqueo sistemático durante la colonización y que la devolución, por propia voluntad, de los tesoros que cada tanto se hallan en el fondo del mar, supondría un gesto empático en favor de una rotura en el tiempo, entre pasado y presente, para situar al conquistador en el ayer y al ciudadano español contemporáneo en nuestros días. 

Esto es exactamente lo que ha hecho Francisco al pedirle perdón a México: ha separado a la Iglesia que extirpaba idolatrías de la Iglesia piadosa que quiere proyectar para el presente y el futuro. Ojalá ese perdón se lo pidiera a toda Hispanoamérica, aunque aquí proteste nuestra inefable derecha, y ojalá su Majestad Don Fernando VI pensase en ello alguna vez.  

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