En las últimas semanas se ha removido el cotarro literario por la aparición de algunos documentos y comentarios sobre el ya legendario grupo Kloaka, que agitó el ambiente cultural en la Lima de los años 80 y es hoy ya parte indiscutible del canon literario peruano.
Este grupo, que asumió el nombre oficial de “Movimiento Kloaka”, realizó recitales, performances, exposiciones y conciertos (y a veces todo junto). Se fundó en 1982 y duró hasta mediados de 1984. Causó adhesiones y rechazos. Hirió con lanza punzante y fue también repelido por el “establishment”, sobre todo el periodístico. Sus consignas eran, entre otras, “hay que romper con todo”, “abajo los imbéciles de la poesía peruana”, “todos dan, todos reciben”, “de Kloaka sólo se sale muerto o expulsado” y otras ricuras. En suma, hicieron chongo y fueron muy polémicos, pero lo importante es que produjeron poemarios importantes y ayudaron a renovar el lenguaje de nuestro parnaso, estancado en ese entonces en la retórica del conversacionalismo. Y lo hicieron con un claro e indomable espíritu anarquista, arriesgando sus vidas en momentos en que el Perú estaba “hasta su caigua” y en que levantar la voz y repudiar el sistema era suficiente para ser invitado a la Avenida España y sufrir las “caricias” de nuestras fuerzas del orden.
La polémica reciente se debe a que hay dos versiones sobre la fundación del grupo que compiten por prevalecer. Es como si la fama adquirida hubiera llevado a un revisionismo que reclama más atención de unos miembros por encima de otros. Yo tengo –claro– mi versión, pero no me interesa entrar en debate. Lo que sí veo es que, a pesar de que Kloaka se disolvió hace casi cuarenta años –meses después de una purga o “expulsión” en enero del 84–, sigue presente en el imaginario de los poetas de entonces y los más nuevos.
Yo por afinidades y amicales me identifico con la generación del 80, a la que Kloaka pertenece. Conocí a los Kloaka ya en los 90, cuando no eran un grupo, pero igual se reunían y hacían recitales a título personal, como lo siguen haciendo ahora. De ellos, como decía, han quedado poetas imprescindibles como Domingo de Ramos, Róger Santiváñez, José Antonio Mazzotti, Dalmacia Ruiz Rosas, Mary Soto, José Alberto Velarde, Mariela Dreyfus, Guillermo Gutiérrez y Edián Novoa. De sus “boutades” queda la nostalgia. Ahora ya son todos sexagenarios y, como a cualquiera a esa edad, no les quedaría bien desgañitarse en el coliseo.
Pero la llama de la anarquía y la crítica a nuestra injusta sociedad no debe nunca apagarse. Esa es la lección de Kloaka que todos extrañamos. Y un poco de su humor corrosivo, por supuesto, porque sus manifiestos eran una parodia abierta de la solemnidad de manifiestos anteriores como los de Hora Zero.
Ahora que tras cuarenta años el Perú sigue viviendo bajo una dictadura financiera y expoliadora de nuestra naturaleza y nuestros pueblos originarios, con el sobrenombre de democracia neoliberal, la poesía merece encenderse de nuevo y entregar su lección de valentía y creatividad, que tanta falta nos hace.
Nuestros poetas deben seguir dando el ejemplo.