Enfermedad

El reciente Decreto Supremo Nº 009-2024-SA, publicado por el Ministerio de Salud (Minsa) de Perú, ha generado gran controversia al clasificar las diversidades sexuales y de género como patologías mentales. Esta normativa, que se enmarca dentro del Plan Esencial de Aseguramiento en Salud (PEAS), ha sido criticada por expertos y activistas, quienes advierten sobre los riesgos de estigmatización y violencia que conlleva.

Especialistas han señalado que esta medida representa un retroceso de décadas en los derechos de la población LGBTIQ+. El decreto incluye términos desactualizados como «transexualismo» y «transvestismo de rol dual», términos que han sido eliminados de los principales clasificadores de enfermedades mentales a nivel internacional desde hace años. 

En medio de ello, el Minsa no ha proporcionado un protocolo claro para la implementación de esta norma, lo que sugiere que las intervenciones podrían basarse en pseudociencia.

Ahora bien, la inclusión de estas categorías médicas en el PEAS puede legitimar prejuicios y estigmas, incrementando la vulnerabilidad de las personas LGBTIQ+ frente a la violencia y discriminación. El Minsa, hasta ahora, no ha brindado información detallada sobre los procedimientos contemplados bajo esta nueva regulación, generando más incertidumbre y preocupación en la comunidad.

Mientras nuestro país avanza hacia la patologización de la diversidad sexual y de género, países vecinos como Argentina, Ecuador, Bolivia y Chile han implementado políticas públicas que reconocen y protegen estas identidades. Estas naciones han desarrollado sistemas de salud que registran la identidad de género y la orientación sexual de manera inclusiva, promoviendo la igualdad de derechos y reduciendo la discriminación.

 

 

La respuesta de la comunidad internacional 

Los organismos de derechos humanos han instado a Perú a reconsiderar esta medida. La patologización de las identidades LGBTIQ+ contradice los avances globales hacia la despatologización y el respeto de la diversidad. Las personas LGBTIQ+ merecen ser tratadas con dignidad y respeto, sin ser vistas como enfermas.

El reconocimiento de los derechos y la dignidad de las personas LGBTIQ+ es fundamental para una sociedad inclusiva y justa. La salud pública debe basarse en la evidencia científica y el respeto a todas las identidades, sin discriminación ni estigmatización.

La BBC informa que el decreto actualiza el Plan Esencial de Aseguramiento en Salud (PEAS), utilizando categorías obsoletas del CIE-10, que la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha eliminado desde 2019. Entre los diagnósticos incluidos están el «transexualismo» y el «transvestismo fetichista», que han sido criticados por legitimizar prejuicios y discriminación hacia las personas LGBTIQ+.

El colectivo Más Igualdad Perú y el científico Percy Mayta Tristán, entre otros, han expresado su preocupación por esta medida. Argumentan que, aunque se presente como una intención de mejorar el acceso a la salud, en realidad perpetúa la patologización de las identidades trans y puede abrir la puerta a prácticas discriminatorias y terapias de conversión.

En respuesta a las críticas, el Minsa ha emitido un comunicado defendiendo el decreto y afirmando que el CIE-10 sigue vigente en Perú hasta la implementación del CIE-11. Sin embargo, el comunicado no aborda las preocupaciones sobre la estigmatización y discriminación que esta medida puede causar.

Benjamín Zevallos
Comunicado de prensa del MINSA sobre el tema

Este decreto se emite en un contexto donde otros países de la región avanzan en la despatologización de la diversidad sexual y de género, lo que resalta el retroceso que representa esta normativa en Perú.

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[EN UN LUGAR DE LA MANCHA] Desde siempre la tradición occidental ha procurado ocuparse de la enfermedad, traduciéndola al terreno literario y estético. Desde las pestes medievales hasta las epidemias que asolaron Europa en los siglos posteriores al medioevo, no faltan representaciones icónicas, poemas ni relatos que exploren el padecimiento humano, justificando, en la moderna lectura de Susan Sontag, el uso de lo que ella llama “las metáforas bélicas”, la más común de ellas la “guerra” contra la enfermedad, contras las bacterias u otros agentes de ella: bacterias, microbios, virus y algunos insectos como las moscas, vistas siempre como una especie de bombardero enemigo.

Hoy el cáncer ocupa probablemente el lugar dejado por la tos de Chopin, y asume el prestigio dorado de la antigua peste blanca. Cuando Julio Ramón Ribeyro anota en su diario, el 6 de junio de 1973, la noticia de una segunda intervención quirúrgica se lee: “Sé que esta nueva prueba será tan terrible como la primera, pero confío en que saldré adelante, por un puro esfuerzo de mi voluntad”. Sin embargo, el reinado del cáncer parece haber cedido un poco. Dice Susan Sontag refiriéndose al sida: “…el hecho de que hoy se hable del cáncer con menos fobia que hace una década, o en todo caso, con menos sigilo, se debe a que ya no es esta la enfermedad más temible. En los últimos años se ha reducido la carga metafórica del cáncer gracias al surgimiento de una enfermedad cuya carga de estigmatización cuya capacidad de echar a perder una identidad, es muchísimo mayor”.

El punto aquí no es tanto qué enfermedad se padece, pues sería una competencia muy indolente. Lo central es que la enfermedad impulse la escritura y que esa escritura, además de una marca confesional inevitable, sea un camino de limpieza, de catarsis, de autoexploración, de resorte para la creación, medicina invisible, curación fuera de toda receta. La enfermedad abre la posibilidad de volver sobre el mapa de viejas heridas que aún buscan alivio. Así la memoria teje sus conjuros.

Apunto todo esto para referirme a un reciente libro de Julia Wong, titulado 11 palabras, libro en el que un proceso posoperatorio abre una caja de sorpresas y da pie a un libro que debe leerse como lo que es: un artefacto de palabras, un híbrido sin género fijo, un conjunto de textos que van del cuento al poema en prosa y del poema en prosa al ensayo, anécdotas, citas que revelan a una lectora exigente, prosa que confirma a una escritora rigurosa.

Julia Wong enfrenta el proceso de su enfermedad con la escritura. 11 palabras que son en realidad veintidós, por que cada una tiene su revés, cada una se mira en el espejo en el que la intimidad y la conciencia dialogan de diversas maneras. Las escenas que se suceden están ahí para demostrarlo: la memoria del padre, los orígenes recuperados, la lejana China que va resonando en la lectura, las sesiones en busca de la paz quebrada.

La estructura es engañosamente simple: las primeras once palabras se mueven entre la memoria y el padecimiento; las once que sirven de respuesta son la invocación de la lectura, en este caso de Ovidio y sus Metamorfosis, para construir un contrapunto explicativo. ¿Qué función cumple esta alusión a un clásico latino? Diría que se trata de un juego: Ovidio rompe las reglas de la composición épica, así como las que corresponden al perfil de sus personajes: es épico a su modo, es decir, es una épica en la que los dioses no solamente no son los héroes, sino también pueden resultar burlados.

Un mérito de 11 palabras no es solo su valor confesional o literario, o su condición de híbrido textual. Es también su condición de artefacto, su naturaleza de obra abierta, que permite lecturas aleatorias y deja que el lector ordene y reordene este universo de sentido. Desmitificar el mito es entonces una de las líneas de sentido más sugerentes de este libro. El mito depende tanto de cuestiones culturales o históricas como de todo lo que un sujeto libre quiera elevar a esa condición.

Estas 11 palabras y su doblez se cierran para el lector con cinco relatos adicionales, relatos de aire ensayístico, de fino trabajo artístico, de sutil tejido. Destaca “El cerdo belga”, una especie de cuento maravilloso en el que una mujer queda atrapada con fascinación y delirio entre las vísceras de un cerdo gigantesco. O “Persiana americana”, que nunca descuida su erotismo siempre al borde del exceso.

¿Por dónde comenzar? Podemos ir en orden o en desorden. Pero el desorden no es tal. Es solo una posibilidad de lectura más, es la puerta hacia nuevos sentidos. El lector decide qué hacer con estas 11 palabras, sus 11 palabras de respuesta y los cinco cuentos que dan forma y aliento a un libro singular, que se gestó con el aliento de la enfermedad y que termina ante los ojos asombrados y agradecidos de un lector.

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'11 palabras', Enfermedad, Julia Wong, Literatura Contemporánea

Según el estudio Benchmarking de Recursos Humanos- COVID-19 de PricewaterhouseCoopers, el 89% de empresas peruanas planea continuar con el teletrabajo. ¿Pero qué sucede en temas de salud con aquellas que no vieron viable el trabajo remoto o ya retomaron labores presenciales? Estas deben seguir todos los protocolos y recomendaciones dadas por el Ministerio de Salud.

Algunas de estas son fomentar las buenas prácticas de higiene respiratoria en el centro laboral, como cubrirse la nariz y boca con el antebrazo o pañuelo desechable al toser o estornudar, y eliminar los pañuelos en un tacho cerrado. También brindar material higiénico apropiado y suficiente al personal, y adoptar protocolos de limpieza.

¿Qué hacer si me enfermé?

La recomendación del Ministerio de Salud es que si un trabajador tiene fiebre, tos o dificultad al respirar, lo mejor es evitar que se contacte con otro personal, que brinde atención al público y que esté en zonas públicas. Lo siguiente es dirigirse al tópico de la institución de forma inmediata, en caso algún síntoma aparezca en el centro laboral. En caso los síntomas se den en casa, el trabajador deberá indicarlo a su empleador para consultar con un médico y permanecer en casa. Es importante descartar si se trata de coronavirus o una gripe leve.

Si cuentas con síntomas leves, como tos, dificultad para respirar o fiebre menor a 38° C y estuviste en contacto con personas diagnosticadas como sospechosas, probables o confirmadas de COVID-19, el empleador deberá indicar aislamiento en tu domicilio por 14 días y notificarlo al 113 del Minsa.

¿Qué hacer si me contagié de Covid-19 en la oficina?

El laboralista Brian Aválos del Estudio Payet Rey Cauvi Pérez, explicó que, si el trabajador se contagió pese a que la empresa cubrió todas las medidas preventivas para evitar un posible contagio como el proveerle de mascarilla, guantes, entre otros instrumentos de seguridad y salud ocupacional, el empleador no asumiría ninguna responsabilidad.

Pero en caso el trabajador no haya recibido los implementos para resguardar su seguridad y la empresa no haya cumplido con acciones de prevención, podría demandar a su empleador, solicitando una indemnización por daños y perjuicios. Además, tendría que acreditar que la empresa que lo contrató no cumplió con las medidas preventivas para evitar un impacto negativo en su salud.

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